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Los alimentos transgénicos


Los ecologistas extremistas impiden erradicar el hambre

NORMAN BORLAUG

Los Nobel miran al siglo XXI. Norman Borlaug, premio Nobel de la Paz en 1970, defiende en su artículo las nuevas tecnologías agroalimentarias como única forma de alimentar a un planeta que parece desbordarse de población en el próximo siglo. Las críticas de quienes denomina "extremistas en el movimiento ecologista", sólo conducen, en su opinión, a detener el proceso científico.


NORMAN BORLAUG

Hace casi 30 años, en mi discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz, dije que la revolución verde era una victoria temporal en la guerra del hombre contra el hambre, pero que, si se impusiera, habría suficiente alimento para la humanidad hasta finales de este siglo.

Pero advertí de que, a menos que se frenara el terrible poder de la reproducción humana, el éxito de la revolución verde sería efímero. La ciencia agrícola, hasta ahora, ha podido satisfacer las demandas de producción de alimentos como estaba proyectado. Pero el monstruo de la población continúa desbocado. Tan sólo en los noventa, la población mundial ha crecido casi en mil millones de personas y aumentará otro tanto en la primera década del XXI.

El reto del futuro es producir y distribuir equitativamente una dieta alimenticia adecuada para este planeta superpoblado. Creo que tenemos la tecnología agrícola para alimentar a estos 8.300 millones de habitantes del 2025. La pregunta de hoy es si se permitirá a los rancheros y agricultores utilizarla.

Los ecologistas extremistas de las naciones ricas parecen hacer todo lo que pueden para detener el progreso científico. Pocos, pero vociferantes y altamente efectivos, predicen el caos y provocan temores, frenando la aplicación de la nueva tecnología, ya sea la transgénica, la biotecnología, o métodos más convencionales de ciencia agrícola. Véase la campaña en contra de los transgénicos, los llamados alimentos Frankenstein , por activistas británicos y de otros países europeos.

Me alarman particularmente aquellos elitistas que buscan negar a los pequeños agricultores del Tercer Mundo, especialmente del África subsahariana, acceso a semillas convencionalmente mejoradas, fertilizantes y químicos para la protección de cultivos que han permitido a las naciones ricas el lujo de productos alimenticios abundantes y baratos que a su vez han acelerado su desarrollo económico.

Por supuesto, debemos ser ambientalmente responsables. Siempre he suscrito lo que en los viejos tiempos se llamaba "manejo integrado de cultivos" y actualmente "sostenibilidad" -el uso de la tierra para el mejor bien para el mayor número de personas sobre el periodo más largo posible-. Pero el pensamiento de los extremistas de hoy es peligrosamente equivocado. Lo más preocupante, que se aprovechen de la "falta de conocimientos" sobre las complejidades de la biología del público en general de las sociedades pudientes -ahora, urbanas y sin relación con el campo-, que se hace mayor con los rápidos avances en la genética y en la biotecnología de las plantas.

Sin duda, uno de los grandes retos del siglo XXI será la renovación y la ampliación de la educación científica para que siga el ritmo de la época. En ninguna parte es más importante que el conocimiento haga frente a los temores de la ignorancia que en la actividad básica de la humanidad -la producción de alimentos-. La innecesaria confrontación de los consumidores en contra del uso de tecnología para cultivos transgénicos, ahora tan ampliamente utilizada en Europa y crecientemente en Estados Unidos y Asia, podría haberse evitado con una sólida educación sobre la diversidad genética y la variación.

El hecho es que no podemos dar marcha atrás al reloj de la agricultura y usar únicamente métodos que se desarrollaron para alimentar a un número mucho más pequeño de personas. Tardamos casi 10.000 años para ampliar la producción de alimentos al nivel actual de cerca de 5.000 millones de toneladas al año. Para el 2025 tendremos que duplicar casi esta cantidad, y no podrá hacerse a menos que los agricultores de todo el mundo tengan acceso a los continuos adelantos de la biotecnología.

Organismos genéticamente modificados (GMO) y alimentos genéticamente modificados (GMF) son términos poco precisos que han contribuido enormemente al escándalo sobre el uso de cultivos transgénicos (cultivos hechos con semillas que contienen los genes de especies diferentes).

Pero, mucho antes de que la humanidad comenzara a cultivar, ya lo hacía la madre naturaleza. Los tipos de trigo del que tanto dependemos para nuestro consumo son el resultado del cruce natural entre diferentes especies de pastos.

El pan de hoy se hace con trigo compuesto de tres diferentes genomas vegetales, cada uno conteniendo un conjunto de siete cromosomas. Los tipos de trigo más primitivos se llaman diploides, y aún crecen de manera silvestre en su zona de origen del Cercano Oriente. Antes de que naciera la agricultura, el trigo diploide se cruzó con otro pasto silvestre para producir el primer trigo cultivable de importancia para el comercio, que conocemos como tetraploide. Este trigo se remonta a los sumerios del 3.500 antes de Cristo. Después, en algún momento -nadie sabe dónde-, los tetraploides se cruzaron con otro pasto silvestre para producir los trigos del pan que comemos hoy.

Lo que probablemente ocurrió es que una helada acabó con el polen masculino, dejando vivo el receptáculo femenino. El estigma femenino se forzó a sí mismo al exterior de la planta en el extremo plumoso del tallo, adonde llegó el polen de otra planta. Así nació una nueva especie. Los alimentos genéticamente modificados por la propia naturaleza, lo que equivale que el 98% de las toneladas de trigo para pan que se producen hoy es "transgénico".

Gracias al desarrollo de la ciencia en los dos últimos siglos tenemos ahora la visión de la genética vegetal y la capacidad reproductora para hacer a propósito lo mismo que hizo la madre naturaleza en el pasado por casualidad o por designio. La modificación genética de los cultivos no es una especie de brujería; como el cultivo mismo, pretende dominar las fuerzas de la naturaleza para beneficio de la alimentación de la raza humana.

En el curso de las últimas siete décadas, los cruces convencionales de las plantas han producido un vasto número de variedades mejoradas e híbridos que han contribuido inmensamente a una mayor producción de granos, estabilidad de las cosechas e ingresos agrícolas. Pero no se ha producido un importante aumento en el máximo potencial de rendimiento genético del trigo y del arroz desde que las variedades enanas dieron inicio a la revolución verde de los sesenta y setenta.

Para satisfacer las rápidamente crecientes necesidades alimenticias de la población debemos encontrar nuevas y apropiadas tecnologías que eleven el rendimiento de los cultivos cereales. Los recientes desarrollos en la biotecnología animal han producido somatotropina bovina (BST), que ahora se utiliza extensamente para aumentar la producción de leche. Actualmente, grandes áreas comerciales se plantan con variedades transgénicas e híbridos de algodón, maíz y patatas que contienen genes, que efectivamente controlan diversas pestes de insectos.

Ha habido grandes avances en el desarrollo de plantas transgénicas de algodón, maíz, colza, soja, remolacha y trigo con tolerancia a diversos herbicidas. Esto puede llevar a una reducción en el uso de herbicidas. Obviamente, la reducción del daño a los cultivos por pestes y enfermedades aumenta el rendimiento. Finalmente, los experimentos preliminares han demostrado que los genes insertados de algunas especies pueden ayudar a los cultivos a soportar condiciones de sequía

Tras la cumbre de Río de 1992, más de 400 científicos presentaron un manifiesto a los dirigentes del mundo. Este manifiesto ha sido firmado ya por miles de expertos. Permítanme citar el último párrafo:

"Los más grandes males que acechan a nuestra tierra son la ignorancia y la opresión, y no la ciencia, la tecnología o la industria, cuyos instrumentos, cuando se manejan adecuadamente, son herramientas indispensables para salvar la sobrepoblación, el hambre y las enfermedades mundiales".

Los científicos agrícolas tienen la obligación moral de advertir a nuestros líderes políticos, educativos y religiosos sobre la magnitud y seriedad de los problemas de las tierras cultivables, los alimentos y la población que habrá en el futuro. Ellos deben también reconocer el efecto indirecto de las enormes presiones que ejercen los humanos sobre los hábitats de muchas especies silvestres de flora y fauna, llevándolas hacia la extinción. Si no podemos hacerlo estaremos contribuyendo al caos de incalculables millones de muertes por hambre. El problema no va a desaparecer solo.

© Los Angeles Times.


Norman Borlaug (Iowa, EEUU, 1914) es hijo de inmigrantes noruegos y fue criado en una granja en la que despertó su curiosidad innata sobre el proceso de crecimiento de las plantas. Se hizo agrónomo y microbiólogo, participó en varios proyectos de investigación sobre producción de trigo y logró desarrollar cosechas de alto rendimiento, libres de parásitos y cuyo grano podía adaptarse a distintos terrenos.

Los primeros programas de lo que entonces se bautizó como la revolución verde se iniciaron en los años sesenta. Era la única esperanza para alimentar a las grandes poblaciones hambrientas del Tercer Mundo. La agricultura "explosiva" se extendió por Latinoamérica y Asia.

Cuando en 1970 recibió el Premio Nobel de la Paz, Borlaug dijo: "El componente esencial de la justicia social es adecuar el alimento a la humanidad. Si se desea paz hay que cultivar la justicia, pero al mismo tiempo hay que cultivar los campos para que produzcan más trigo". Con 84 años, Borlaug es actualmente presidente de la asociación Sasakawa África, para el desarrollo rural del continente negro, y profesor titular de la universidad A&M de Tejas. Ha sido el principal asesor del Centro para la Mejora del Maíz de Ciudad de México.

 
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