La Jornada de Mexico, jueves 24 de diciembre
de 1998
Eduardo Galeano
EL PODER ES UN SEÑOR MUY DISTRAIDO
Por privilegio de su impunidad,
el poder se da el lujo de vivir en estado
de perpetua distracción:
se olvida de todo, se equivoca, no sabe lo que
dice, ni se da cuenta de lo que
hace. Las costumbres del poder se llaman
errores o descuidos; pero el
sur del mundo paga, con sus muertos por hambre
o bala, el precio de las distracciones
del norte.
- Un zorro suelto en el desierto.-
Vísperas de Navidad: cohetes
y fuegos artificiales en los cielos de
occidente. Vísperas del
Ramadán: el oriente, en el cielo de Bagdad, bombas
y fuegos de guerra. Estados Unidos
y Gran Bretaña, fiel servidora que antes
fuera ama y señora, han
celebrado el fin del 98 mediante la estrepitosa
fiesta de la operación
Zorro del Desierto. Así, Bill Clinton pudo demostrar
que la guerra es la continuación
del Kamasutra por otros medios, y Tony
Blair pudo revelar, por fin,
el enigma de su tercera vía: la tercera vía
consiste en matar iraquíes
durante tres noches.
¿Hospitales bombardeados,
muertos civiles? En las guerras, hay errores
inevitables, y por eso los muertos
civiles han pasado a llamarse ``daños
colaterales'', collateral damages,
desde 1991, cuando el anterior
arrasamiento de Irak dejó
una montaña de cadáveres que la televisión no
mostró. Cuando Estados
Unidos y Gran Bretaña, los dos mayores fabricantes
de armas del mundo, hicieron,
al fin del 98, esta nueva exhibición de sus
músculos, se olvidaron
de avisar a las Naciones Unidas. El descuido no
tenía importancia, habida
cuenta de que ambas potencias pueden imponer su
veto a cualquier resolución
que pretenda condenarlas.
La paradoja es la normalidad
del mundo al revés: la falta de respeto a las
Naciones Unidas fue el principal
pretexto invocado para justificar los
bombardeos de castigo contra
Irak, mientras los propios bombardeos se
burlaban de las Naciones Unidas
y de todas las leyes internacionales
vigentes. La incoherencia es
la normalidad del lenguaje al revés: otro
discurso del disparate, un balbuceo
que condenaba al condenador, había
acompañado la cruzada
del 91: Estados Unidos, que venía de invadir a
Panamá, castigaba a Irak
porque había invadido a Kuwait.
Ahora, hubo también otra
coartada: el peligroso Saddam Hussein había
almacenado armas nucleares, químicas
y biológicas, que amenazaban a los
países vecinos. Pero a
nadie se le movía un pelo cuando Hussein usaba armas
químicas y biológicas
contra los iraníes y los kurdos. Y si por eso fuera,
Estados Unidos tendría
que autobombardearse: concentra la mitad del arsenal
mundial de armas nucleares, químicas
y biológicas, fabrica la mitad de
todas las armas que el mundo
compra, tiene el mayor presupuesto militar del
planeta y constituyen una comprobado
peligro para sus vecinos, a quienes
vienen invadiendo, a un ritmo
de una invasión por año, desde los inicios de
su vida independiente. Y también
constituyen un comprobado peligro para sus
no vecinos, que ya lo dirían,
si hablar pudieran, las víctimas de sus
excursiones militares más
recientes, contra Sudán, Afganistán y, como ya es
habitual, Irak. No hay presidente
estadunidense que lo ignore: para subir
los índices de popularidad,
no hay nada mejor que invadir o bombardear a
otros países.
- Los papás
de la criatura.-
Poco antes de fin de año,
hablando en nombre del gobierno estadunidense,
Madeleine Albright reconoció
que había sido un error el apoyo de Estados
Unidos a las dictaduras latinoamericanas.
La detención de Pinochet ocupaba,
en esos días, la primera
plana de la prensa mundial. ¿Un error? Curiosa
manera de nombrar la marca de
fábrica. Las guerras se hacen en nombre de la
paz, las dictaduras se implantan
en nombre de la libertad. Cuando la
libertad que de veras importa,
que es la libertad del dinero, ya no
necesita a los impresentables
matarifes de uniforme, el poder se lava las
manos y con dos palabras despacha
el asunto y cambia de tema. Al fin y al
cabo, ¿acaso Henry Kissinger,
que inventó a Pinochet, no recibió el premio
Nobel de la Paz? Antes de que
el juez Garzón cometiera su acto de justicia,
que tan escandaloso ha resultado
en este mundo acostumbrado a la
injusticia, los miles de muertos
y torturados por la dictadura de Pinochet
eran llamados excesos, y se llamaba
milagro chileno a una de las sociedades
más desiguales del planeta.
El Papa de Roma bendecía al general, a
principios del 93, prometiendo
para él y su familia ``abundante gracia
divina'', y a principios del
98, hace un rato nomás, el diario liberal The
New York Times celebrada el cuarto
de siglo del golpe de estado, gracias al
cual Chile ``ha dejado de ser
una república bananera'' para convertirse en
``la estrella económica
de América Latina''. A pesar de sus excesos, el
modelo Pinochet se difundía
como panacea universal.
- Los banqueros en Babia.-
Excesos, errores, descuidos:
nadie es perfecto. El 4 de diciembre del 98,
mientras doña Madeleine
se refería al error del apoyo a las dictaduras
latinoamericanas, pavada de error
que lleva más de un siglo de sistemáticas
carnicerías, otras dos
equivocaciones se difundieron desde Washington. Ese
día, una comisión
de la Cámara de Representantes emitió un informe donde se
refería a un descuido:
por un descuido, el Citibank había lavado 100
millones de narcodólares,
que los traficantes de drogas habían puesto en
manos del político mexicano
Raúl Salinas. Y ese mismo día, otro informe,
otro error: el Banco Mundial
criticó públicamente un error de su hermano
gemelo, el Fondo Monetario Internacional,
cuyas recetas habían agravado la
crisis en Tailandia, Indonesia
y Corea del Sur. Las recetas del fondo
estaban equivocadas, según
los técnicos del Banco, a juzgar por sus
deprimentes resultados; pero
el informe ni siquiera sugería la posibilidad
de que pudiera haber algo de
equivocado en el hecho de imponer recetas.
Ese hecho es un derecho de la
dictadura financiera, que ambos organismos
ejercen en escala planetaria,
y eso está fuera de discusión. Sus
tecnócratas recetadores
no han aprendido medicina con Hipócrates, ni con
Galeno: ellos multiplican las
plagas del mundo, aplicando las pócimas
enseñadas por las mismas
eminencias que habían dictado la política
económica del general
Pinochet. Y es, por cierto, la dictadura financiera
internacional, que gobierna a
los gobiernos, la que con sus errores
facilita los descuidos de la
alta banquería y garantiza impunidad a sus
enjuagues. El poder llama errores
a la rutina de sus horrores. ¿Una
profunda crisis de valores, que
el lenguaje revela? Quizá. En todo caso, en
el diccionario de este fin de
siglo, crisis de valores es el nombre que
tiene la caída de las
cotizaciones de las acciones en la Bolsa..