EL ZORRO Y LAS UVAS
Rescatando al soldado Clinton
BRECHA 23/12/98 (URUGUAY)
Hasta ahora Estados Unidos sostuvo que la remoción de Saddam
Hussein podía crear un peligroso
vacío de poder en Irak. Ese radical giro de su política
exterior intriga a los analistas, además de la
inevitable vinculación
de los ataques con el avance del juicio político al presidente.
Guillermo González
A diferencia de los sobrinos del Pato Donald -que uno iniciaba una frase
y la continuaban los otros dos-, las declaraciones del
presidente William Clinton y el primer ministro británico Anthony
Blair -sobre los ataques a Irak con la operación "Zorro del
desierto"- son sospechosamente iguales: "Nuestros objetivos con la
acción militar son claros: incapacitar su capacidad de
construir y usar armas de destrucción en masa y disminuir la
amenaza que representa para sus vecinos", dijo Blair la noche del
jueves 17. "Nuestra misión es clara: incapacitar su capacidad
de desarrollar y usar armas de destrucción en masa o de
amenazar a sus vecinos", afirmó Clinton unos minutos más
tarde.
El miércoles 16, dos días antes de que el funcionario
australiano Richard Butler declarara formalmente ante el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas que Saddam Hussein estaba desafiando
una vez más al organismo, fue que Clinton dio la
orden para un ataque que, según la prensa estadounidense, estaba
preparado desde el 1 de diciembre. La decisión la tomó el
martes 15 y para ello contó -dos días antes- con la versión
de Butler quien, además, le comentó lo que quería
incluir en su
informe y cuándo pensaba entregarlo. Ese mismo domingo 13, Clinton
-que estaba en Jerusalén, en el primer día de su viaje al
Oriente Medio- dirigió al Pentágono una orden "altamente
secreta", comienzo de la cuenta regresiva de 72 horas para el ataque
aéreo.
Y para consumarlo se tenía un margen estrecho de tiempo: debía
hacerse con Clinton de regreso a Estados Unidos y antes del
comienzo del Ramadán,* el mes sagrado de los musulmanes, el
sábado 19. El gobierno estadounidense no quería "ofender
a
sus aliados árabes o colocar en riesgo de seguridad al presidente,
ordenando un ataque mientras Clinton estuviese en Israel", se
aseveró en The New York Times. Clinton consultó a los
parlamentarios que viajaban con él y uno de ellos le dijo que era
posible que la población y en el Congreso "interpretaran mal"
la decisión asociándola con el juicio político. "Pero
el grupo
concordó, y Clinton también, en que ese era un riesgo
que él debía enfrentar."
Si el único riesgo era el de la opinión pública
no le fue mal. Las consultas entre los estadounidenses arrojaron un alto
porcentaje de doble apoyo: a la acción "punitiva" en Irak y
de rechazo al juicio político que los republicanos decidieron iniciarle
-el sábado- contra viento y marea. (Los republicanos saben que
esa iniciativa tiene altas probabilidades de morir en el Senado,
donde necesita ser aprobada por dos tercios -es decir, 67 votos- y
ellos, aunque mayoría, sólo disponen de 55.)
Pero había otros riesgos implícitos. A parte de ellos
apuntaba George Melloan en The Wall Street Journal: "El carácter
-de un
presidente- cuenta para algo en política exterior y también
nacional. Y lidiar con las amenazas a los intereses y a la seguridad
de Estados Unidos es la parte más importante del trabajo de
un presidente. Un fracaso ahí es literalmente una cuestión
de vida
o muerte. Difícilmente pueda esperarse que un presidente acusado
de mala conducta imponga en el exterior el respeto que los
líderes de las naciones democráticas del mundo deben
sentir. Mantener importantes alianzas y poner a tiranos contra la pared
no es propiamente un trabajo para un hombre que se volvió blanco
de sus propios errores".
"Arre, silver, el mundo nos espera."
Un yerro no menor en este Zorro del desierto no le es atribuible sólo
a Clinton sino a una característica de la política exterior
estadounidense. El ataque puso de manifiesto -como en las invasiones
a Granada y Panamá, las intervenciones en Haití,
Somalia y Bosnia o los recientes bombardeos a Etiopía y Afganistán-
el papel de Estados Unidos en tanto virtual gendarme
planetario. Como todo poder de características imperiales, la
operación también realza sus límites. Una década
atrás, cuando
se advertían ya las señales de resquebrajamiento de la
ex Unión Soviética -pero todavía no había implosionado-,
una acción
como la que llevó a cabo con la colaboración británica
hubiera sido inviable por falta de apoyo de la comunidad internacional
y
por los riesgos de una conflagración mundial.
Algunos analistas de la prensa europea continental y de importantes
diarios latinoamericanos apuntan que la fuerza de Estados
Unidos no es infinita, que sus fronteras están bien demarcadas
y, de alguna manera, son más restringidas de lo que lo eran
durante el período de la Guerra Fría. Que sus acciones
militares tienen que presuponer, por ejemplo, una casi absoluta
ausencia de riesgo de bajas. El que lo definió con mayor certeza
fue el general Colin Powell cuando era jefe de estado mayor
de las fuerzas armadas de ese país. Delineó entonces
el axioma de que Estados Unidos podía "hacer casi todo", siempre
y
cuando el riesgo de muertes entre sus efectivos fuera reducido al mínimo.
Es que la opinión pública estadounidense -que se
satisface con la función policíaca de su país
en todo el mundo y apoya las intervenciones- reacciona mal cuando se pierden
vidas de soldados. El riesgo de que ello ocurriera fue el sesgo desde
el cual relativizaron la importancia y la oportunidad del
ataque los congresistas republicanos -jueves 17 y viernes 18- sin atender
a razones éticas. Tampoco éstas fueron las
preponderantes cuando en los comienzos de la década del 70 comenzaron
a desarrollarse importantes campañas en Estados
Unidos contra la guerra en Vietnam; tanto entonces como ahora, lo único
que importa son "las vidas de los jóvenes".
En los años sesenta y setenta, cuando la Guerra Fría estaba
en su apogeo, fue un argumento poderoso para justificar esas
muertes la prevención contra el crecimiento del "imperio del
mal", tal como se calificaba a la Unión Soviética. En esta
década,
la extinción de la urss hizo desaparecer ese peligro y ninguno
de los que tiene Estados Unidos alcanza ese rango, ni siquiera el
terrorismo fundamentalista musulmán.
Adicionalmente, se señala, otro factor constriñe el ejercicio
de tal poderío militar irrestricto: "es el hecho de que, debido
a su
condición, es Estados Unidos quien tendrá que erogar
con el todo el peso de situaciones creadas por sus acciones". Nada
impediría una nueva invasión, como ya se hizo en Irak
durante la Guerra del Golfo del 91, llegar a Bagdad y detener a Saddam
Hussein. Después de todo lo hicieron en Panamá, en 1989,
para llevarse a su presidente, el general Manuel Noriega. Pero
Estados Unidos es cuidadoso, más que de las apariencias, de
la importancia geopolítica y económica del país con
el que se
enfrenta. Y le es mucho más complicado, complejo y oneroso reorganizar
un país como Irak, dividido en etnias, grupos
religiosos y sus ricos pozos petroleros. "El gendarme solitario puede
mucho, pero no todo, y el costo de su privilegio puede ser
altísimo", reflexiona uno de estos analistas.**
Todo tiene su precio
Y hay costos, además de las vidas humanas (al menos ochenta iraquíes
murieron en los ataques a blancos militares y civiles y
más de 200 fueron heridos). Esos costos son políticos
y no parecen menores. Algunos corresponsales extranjeros destacados
en Washington -con acceso a fuentes fidedignas- creen que desde el
punto de vista militar fue una operación clara, aunque no
haya conseguido el éxito total de sus objetivos. Sostienen,
en cambio -y lo hace Andrew Marshall, de The Independent de
Londres-, que la estrategia política no lo es, que deliberadamente
es poco clara. Una vez más, como se especuló anteriormente
y aun con ataques aéreos del pasado reciente, Estados Unidos
y Gran Bretaña esperan que Zorro del desierto socave el poder
de Saddam Hussein y abra el camino para que el ejército iraquí
lo derribe. Es seguro que creen que al destruir instalaciones de
la Guardia Republicana y del Servicio Especial de Seguridad, sustentadores
de Hussein, se abren posibilidades para el ejército
iraquí.
El primer ministro británico Anthony Blair dijo a la cadena cnn
el lunes 21 que su gobierno tiene buena disposición para
colaborar con los grupos opositores iraquíes, pero que "no se
comprometería con ninguno en particular". Blair tomó distancia
de todos los que funcionan en el exilio y fue cauteloso, evitando hacer
comentarios sobre una presunta revuelta chiita en el sur
de Irak. Tanto él como Clinton saben que una caída de
Saddam Hussein por una revuelta interna es apenas una apuesta.
"Seguiremos una estrategia de largo plazo de contención de Irak
y trabajaremos rumbo al día en que el país tendrá
un gobierno
digno de su pueblo", dijo Clinton.
Entonces, el ataque debería ser visto como el último suspiro
de una política que ya fue, desgastada: intentar contener a Hussein
a través de los inspectores de desarme de la onu, la misión
unscom que dirigía el polémico australiano Butler. Y estaban,
además, los otros tres elementos: sanciones económicas
impuestas por el Consejo de Seguridad, una alianza de países
comprometidos con la vigilancia y el eventual uso de la fuerza y, finalmente,
la amenaza de ésta.
"Hace algún tiempo que la unscom venía siendo ineficiente",
sostuvo Sandy Berger, asesor de seguridad nacional de Clinton.
Desde hace un año, por lo menos y a los efectos prácticos,
esa misión de las Naciones Unidas no servía para gran cosa.
Estados Unidos y Gran Bretaña se aprovecharon apenas de un solo
funcionario, Butler, para justificar con la razón más obvia
ataques que destruyeran los blancos conocidos y detectados por los
satélites espías.
Nada de esto cambia que los planes a largo plazo implican, necesaria
e inevitablemente, convivir con Hussein por mucho
tiempo más, aunque éste sea imposible de predecir y se
convierta en una palabra clave sobre la que ninguno de ambos
atacantes tiene influencia. "Por más que nos desagrade la tiranía,
el régimen de Saddam es uno de los más eficientes gobiernos
autoritarios de los tiempos modernos. Podrá no ser popular,
pero se le acepta y tiene el control interno", admitió, en un análisis
de este año sobre el tema de "Cómo convivir con Saddam",
el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Londres.
El exiliado Ahmad Chalabi, líder del principal grupo opositor,
el Congreso Nacional Iraquí, se queja amargamente de que la
operación no fue coordinada con ellos y otros partidos, a pesar
de que sus esfuerzos para derribar a Saddam reciben 97
millones de dólares, según la ley de liberación
de Irak aprobada por el Congreso estadounidense. Chalabi cree que sin la
caída
de Saddam los ataques terminan por ser contraproducentes y habla de
una serie de medidas, entre ellas la de unir -mediante "el
prestigio estadounidense"- a los fragmentados grupos de oposición.
"Sería una mala señal para Saddam si Estados Unidos
reuniese a cinco o seis de los más importantes dirigentes de
la oposición en una sala en Washington y les dijera que es la hora
de olvidar sus diferencias y librarse de Saddam. Si la cuestión
iraquí es tan importante para Estados Unidos, una iniciativa así
debería recibir el mismo nivel de prioridad dado al conflicto
palestino-israelí."
Pero Estados Unidos no ignora que la oposición actual carece
de credibilidad. Tampoco que el verdadero dilema es cómo
sacarse de encima a Saddam sin correr el riesgo de dividir al país.
Mientras tanto, siempre es bueno, creen, aplicar aunque sea
preventivamente la razón del artillero. Por lo menos en una
región como el Golfo Pérsico donde se concentran las dos
terceras
partes de las reservas mundiales de petróleo.
Otros costos
Estados Unidos y Gran Bretaña consiguieron romper el equilibrio
armónico que se daba, desde hace diez años, entre los cinco
miembros permanentes en el Consejo de Seguridad. Rusia y China se estaban
apartando, es cierto, lentamente y sin demasiado
destaque, de las posiciones estadounidenses en el Golfo Pérsico,
por más que le dejaban las manos libres para enfrentarse con
Saddam Hussein, mientras lo hiciera dentro del total de resoluciones
anteriores de ese mismo órgano (véase brecha,
18-XII-98). El ataque también consiguió alejar a Francia
de la coalición contra el gobernante iraquí, a pesar de una
actitud
ambigua.
Pero la repetición de algunas acciones -en las que ambos países
atacantes son reincidentes- demuestra su falta de confianza en
el sistema internacional de las Naciones Unidas. Mirada desde ese organismo,
la mera consumación de los raids confirma el
fracaso de su misión como "guardián de la paz mundial"
y representa, que no es poca cosa, "una afrenta al derecho
internacional". Pero es un hecho que la solución de la crisis
iraquí difícilmente podría provenir del Consejo de
Seguridad,
prisionero de su propia estructura. Y las reuniones en su sede se suceden
sin arribar a ninguna decisión. La del lunes 21
prosigue su "evaluación", un eufemismo que no oculta a nadie
las fuertes discrepancias que hay entre sus quince miembros o,
peor, aun, las profundas divisiones que separan a los cinco miembros
permanentes.
Qué va a pasar ahora con Irak es una pregunta a la que, desde
la onu, es imposible dar respuesta. China y Rusia exigen la
renuncia de Richard Butler; éste, seguro del apoyo de Estados
Unidos, dice que no lo hará. Francia, a medio camino entre las
posiciones en pugna, quiere la sustitución de la unscom por
otro cuerpo que controle los programas de armas de Irak. Y que
se levanten las sanciones económicas que le fueron impuestas
a ese país en agosto de 1990. Es difícil que consiga imponer
cualquiera de ambas propuestas. Estados Unidos, el martes 22, reclamó
en la onu un endurecimiento de las medidas, así como
la continuación de las inspecciones de armas. Y para que la
unscom mantenga sus actuales atribuciones y características
recurrirá, si es necesario, al veto. A nadie pareció
importarle, entre tanto, que desde el bombardeado Irak se haya anunciado
que se consideraba terminada esa misión de Naciones Unidas y
que no cooperaría más con la comisión encabezada por
Richard Butler, al que simplemente no se le permitiría entrar
"nunca más".
El tiro por la culata
Si la orden de ataque hubiese sido dada 24 horas más tarde es
posible que nadie, ni siquiera los congresales republicanos,
hubieran dudado de que el objetivo real del presidente Clinton era
castigar a Hussein. A pesar de las negativas y aun de las
revelaciones hechas por algunos medios, en Estados Unidos y más
todavía en el exterior, la primera impresión fue que Clinton
quiso demorar el proceso en la Cámara baja. Lo postergó
apenas unas horas, donde la mayoría republicana desoyó las
encuestas que le dijeron que una destitución no le gusta a un
porcentaje muy elevado de estadounidenses. Y ni siquiera los
problemas para frenar una libido exacerbada o que le haya mentido bajo
juramento a la justicia -y la haya obstruido- le
parecen al ciudadano común motivos suficientemente graves que
justifiquen el juicio político.
Los republicanos desoyeron, además, la opinión de la mayoría
de que no quería que la Constitución fuera usada por ellos
como un instrumento de venganza política. Así que en
enero comenzarán las sesiones donde, según las previsiones,
se
conseguirá, a lo sumo, un voto de censura, algo que satisfaría
el sentido de justicia del pueblo estadounidense. Otra posibilidad
es que ese juicio -que durará alrededor de tres semanas- termine
con la absolución, descartándose absolutamente la
posibilidad del juicio político. Clinton -"el príncipe
del desorden", según lo ha calificado The New York Times- ha insistido
en
que no renunciará. Lo cierto es que en las semanas próximas
se producirá una crisis de gobernabilidad que no conoce
precedentes en ese país.
* Ramadán, mes sagrado de los musulmanes, es un período
que corresponde al noveno mes del calendario lunar de esa
religión que comenzó en el año 622 después
de Cristo con la ida del profeta Mahoma de la Meca a Medina. En ese viaje,
según los musulmanes, Mahoma recibió la primera revelación
divina, razón por la cual es un mes sagrado en el que hacen
ayuno desde el amanecer hasta la puesta del sol.
** Carlos Eduardo Lins, en Folha de São Paulo, 18-XII-98.