La autodeterminación

Consultando los antecedentes históricos acerca de las vicisitudes del concepto de autodeterminación que está en el centro de la agresión de la OTAN sobre Serbia, hemos podido comprobar que tanto la realidad económica (unidad internacional del capital) como las categorías jurídico-políticas interactuantes en esta guerra (colonia, neocolonia y dependencia), estaban ya presentes en los análisis de Lenin y los bolcheviques antes de la primera guerra mundial. Este saludable ejercicio de memoria histórica indica que lo lamentable y trágico de nuestro tiempo no es tanto la sangre que se está derramando en los balcanes, sino el hecho de que teniendo más vigencia que nunca, esos análisis y conclusiones de Lenin y del movimiento político bolchevique hayan permanecido y permanezcan todavía hoy en la ignorancia o el olvido, cuando no en el más deliberado desprecio dentro del movimiento antiimperialista. Este es nuestro pensamiento.

En cuanto a lo que se desprende del discurso que predomina en la mayoría de los pronunciamientos, empezar por decir que estamos de acuerdo en que:

  1. Esta guerra no ha sido provocada por el régimen imperante en Yugoslavia, sino por la coalición imperialista y,
  2. Que esta agresión persigue el propósito de imponer la disciplina del gran capital a nivel mundial.

Dicho esto, sentimos no poder acordar con la idea sostenida por muchos de apoyo incondicional a la RFY. La indignación ante la cobarde prepotencia criminal y los burdos pretextos con que la coalición imperialista ha venido encubriendo ante la opinión pública mundial los verdaderos propósitos que les han impulsado a desatar esta barbarie sobre un país pequeño como Yugoslavia, es sin duda legítima y la compartimos. Pero como se está viendo, los sentimientos sirven para todo, y entre la responsabilidad que compete a quienes opinamos públicamente sobre esta cuestión, está el hacer prevalacer la razón revolucionaria por encima de cualquier tonalidad afectiva, no sólo para desentrañar las verdaderas causas de esta guerra, sino para comprometerse desde una perspectiva ideológica y política efectivamente antiimperialista.

En tal sentido, aun cuando el texto de los acuerdos de Rambouillet prescribían la completa e inaceptable ocupación militar de Serbia y Montenegro por tiempo indefinido -una clara provocación de la parte imperialista para poder iniciar las hostilidades- la RFY es un país soberano y así seguirá siendo, porque la OTAN en modo alguno quiere ni puede querer convertir permanentemente a ese país en algo parecido a una colonia o protectorado.

El viejo régimen colonial tuvo sentido mientras prevaleció la división económica y política del capital internacional. Consistió en la utilización del dominio político y militar directo sobre determinadas regiones de ultramar por parte de una u otra de las principales fracciones burguesas metropolitanas enfrentadas, para garantizar la explotación en exclusiva del trabajo social en países emergentes así convertidos en colonias.

La actual tendencia irreversible ya verificada a la internacionalización económica y a la unidad política del capital, ha devenido absolutamente incompatible con esas antiguas formas coloniales de dominio político imperial externo sobre las débiles burguesías periféricas emergentes. Pero esta actual tendencia tampoco tolera ya la utilización política del liderazgo social que determinadas burguesías nacionales residuales dependientes -como es el caso de la serbia- ejercen al interior de sus países para convertirles en compartimentos estancos, en límites o barreras políticas a la penetración del gran capital multinacional.

En su carácter de brazo armado del imperialismo al servicio de la tendencia histórica del capital a su unidad internacional, la OTAN niega incondicionalmente el concepto de colonia y de momento acepta el de soberanía nacional sólo de modo condicional, pasando por encima del derecho a la no injerencia toda vez que determinados países dependientes -como es el caso de Yugoslavia- o estructuras postcapitalistas remanentes, tipo URSS o China, sigan oponiendo resistencia al cumplimiento de las leyes que determinan la fuerza y el sentido de esa tendencia. Una fuerza material que, de no mediar la revolución mundial proletaria, ha de cumplirse hasta sus últimas consecuencias como que dos más dos son cuatro.

A estas alturas de la historia del capitalismo, pues, la defensa de la soberanía nacional de países donde todavía quedan flecos de fracciones burguesas menores con ilusorias aspiraciones al autodesarrollo sostenido de su capital nacional, no tiene nada que ver con las actuales necesidades económicas del sistema capitalista en su conjunto determinadas por la enorme masa del su capital social en funciones y la escala de la producción.

Pero el caso es que el aumento en esa masa de capital acumulado se corresponde con la expansión del trabajo asalariado y con el desarrollo de la fuerza social productiva de ese trabajo. Por lo tanto, la consigna de "Solidaridad con la RFY" tampoco se compadece con las necesidades históricas del proletariado. Estas necesidades, determinadas por el progreso gigantesco de su fuerza social productiva -que desde luego no tiene su mayor exponente en proyectos de vida como el que defiende el régimen yugoslavo- y con la propia internacionalización del capital, exigen a los trabajadores unirse para responder a la gran burguesía, no en el terreno de la dialéctica entre países sino entre clases, no tanto ya en el terreno de lo nacional como a nivel internacional, no en nombre del atraso relativo sino del progreso, y no con la mirada puesta en el pasado sino en el futuro de la humanidad.

Para nosotros, pues, tratar de comprometer al proletariado mundial en una guerra como ésta sólo para que en países como Yugoslavia pueda prolongarse agónicamente la explotación "independiente" del trabajo asalariado a pequeña y mediana escala, lejos de contribuir a la desaparición del imperialismo deja intactas sus condiciones de existencia que están en el desarrollo económico desigual a nivel internacional. Pero lo más grave es que el despropósito de esa lucha no da ni puede dar al movimiento obrero ninguna perspectiva de continuidad, ya sea estratégica para sacudirse la explotación capitalista, ni tampoco táctica que se corresponda con las exigencias que la realidad actual del sistema le está demandando.


8 de abril de 1999

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