3.- La política y el discurso del nacionalismo populista (Neocardenismo) y demás reformismo variopinto

No podemos pasar por alto el tiempo que media entre el Cardenismo de la década de los treinta del siglo XX y el Chavismo venezolano de principios del siglo XXI, pero a pesar de eso, los 70 años transcurridos abundan más en favor de nuestro punto de vista. ¿Por qué?. Porque el Cardenismo emergió en un contexto en que el proceso de acumulación capitalista requería de sólidas bases materiales que catapultaran su expansión, las mismas que sólo un estado con fuerte presencia en la vida económica podía concretar ¾ grandes obras de infraestructura, industrial, agrícola y de servicios (educación y salud)¾. En ese contexto histórico (y sólo en ese) de desarrollo capitalista “insuficiente” y atascado en una de sus más agudas crisis (la de 1929) puede afirmarse que el cardenismo significó un proceso de carácter progresista, en el sentido de que dio un vigoroso impulso al proceso de acumulación capitalista, al igual que ocurrió en otros países de la periferia capitalista. En cambio, el chavismo se da en el contexto de la unidad dialéctica entre la sobresaturación de capital (rasgo principal del capitalismo en su fase tardía) y su expansión en los espacios productivos aún hoy restringidos (aunque cada vez menos) por la apropiación “necesaria” que de ellos hizo la administración pública, precisamente en los tiempos en que el Estado empresario y de bienestar social era funcional al proceso de acumulación capitalista. De tal manera que, el proyecto chavista, hecho gobierno hoy en Venezuela, sea esencialmente reaccionario, dadas  sus pretensiones de echar atrás las ruedas de la historia al menos 60 años para “recuperar” un capitalismo que requería (en ese tiempo) de una economía mixta estatalmente regulada. Bajo esa misma perspectiva se inscriben los proyectos y programas de gobierno de todas las corrientes del reformismo internacional.

Respecto del “Bolivarismo” de Chávez, podemos decir que éste no es tan siquiera consecuente, porqué ¿a que se reduce en términos generales el sueño Bolivariano original, sino, a la concreción de una patria común latinoamericana?. Al menos ese sueño tenía una lógica coherente con el sentido del desarrollo histórico. Se sustentaba en la aspiración de que las clases sociales hegemónicas independentistas pudieran llevarlo a cabo. Tenía fundamento en la realidad objetiva de la época. Por su parte, Chávez propugna una lógica contraria al devenir histórico y, para ello se apoya en las necesidades inmediatas y el atraso político de las masas desempleadas, empobrecidas y de los trabajadores por cuenta propia (las mismas bases del reformismo internacional), convirtiendo el sueño bolivariano del chavismo en un propósito inviable, y por tanto, absurdo y demagógico.

Por ello, el proceso venezolano llevado adelante por Chávez, el Movimiento Quinta Republica (MVR) y el Polo Patriótico, está lejos de ser un proceso inédito, atípico o exclusivo de Venezuela, tanto por sus orígenes étnicos, como por sus raíces culturales, tradiciones etc. argumentos todos ellos muy socorridos, integrados dentro del concepto democrático burgués de identidad nacional, es decir, la exacerbación del nacionalismo autóctono en contraposición a las leyes universales de la acumulación capitalista, válidas para todos los países del mundo actual, uno de los cuales es Venezuela. Como si los supuestos “valores culturales autóctonos” que hacen a la “identidad nacional” venezolana, tuvieran la virtud mágica de cambiar las leyes económicas universales del capitalismo que determinan la naturaleza antagónica de sus dos clases sociales; como si el proletariado de ese país no tuviera los mismos intereses históricos que el proletariado europeo, americano, canadiense o australiano. Porque el hecho de que el proletariado mundial no se comporte según esos idénticos intereses políticos, sólo en parte se debe a condiciones estructurales nacionales, a las distintas tasas de explotación entre los diversos países, especialmente entre los países de mayor y menor desarrollo relativo. En realidad, esa falta de solidaridad internacional clasista, esa división política injustificable que sigue prevaleciendo entre la mayoría de los asalariados del mundo, no radica tanto en sus distintos niveles de vida nacionales producto del desarrollo internacional desigual, sino en la estupidez política inducida sobre las masas asalariadas, por decenas ―cuando no centenares― de millones de intelectuales a sueldo del capitalismo en el mundo; unos ejerciendo en los aparatos ideológicos de todos los Estados burgueses sin excepción; otros como dirigentes políticos de esos mismos Estados, sea en partidos políticos institucionalizados o en organizaciones “populares” extraparlamentarias de cuño proburgués, aun cuando autoproclamadas de “izquierda marxista”; otros como periodistas en los medios de comunicación, estatales y privados; otros en los aparatos de publicidad de las distintas empresas.

Y esta compra de la voluntad política de los trabajadores intelectuales por la burguesía internacional, no es algo que se explique por el desarrollo internacional desigual. Porque cuanto menor es el desarrollo relativo de un país, más agudas tienden a devenir las contradicciones entre las dos clases antagónicas de su sociedad, y mayores los medios materiales que demandan sus clases dominantes, para mantener a sus respectivos ejércitos de modernos sofistas al servicio de la necesaria estabilidad política interna. Por tanto, los recursos financieros para garantizar esta compra-venta de voluntades políticas, corre absolutamente a cargo de los respectivos presupuestos estatales nacionales, en gran parte sufragados por los propios asalariados, que así pagan sus impuestos para que les mientan, para mantenerles en la mayor incultura política posible, en el desconocimiento más absoluto de su propia realidad “nacional”. La andrajosa especie ideológica del “eurocentrismo”, forma parte del acervo terminológico falto de todo soporte científico que esa intelectualidad venal difunde a cambio de prebendas del sistema.  Al decir esto en absoluto intentamos colocar a los señores Menoni y Budinetto en algún lugar de este contexto, porque desconocemos a título de qué acusan a los materialistas dialécticos de “eurocentristas”.

Pero, ¿a qué obedece esta descalificación simplona y eurofóbica sólo cuando se trata del marxismo? Para explicarlo, tenemos que detenernos un poco en decir que, cuando los intelectuales reformistas al hablar de eurocentrismo refiriéndose a la doctrina marxista la identifican implícita y explícitamente, como una teoría anclada en el Marx decimonónico de factura europea y, con ello, allanan el terreno para seguir machacando en el clavo de la supuesta obsolescencia histórica de sus categorías fundamentales, su método y resultados científicos: la ley del valor, la de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, la teoría del derrumbe del capitalismo y la conclusión de que el sujeto revolucionario por excelencia es el proletariado.

Sin embargo, los intelectuales reformistas latinoamericanos autoproclamados anti-eurocentristas, (antimarxistas, de acuerdo a la connotación que implica el término, y que ya aclaramos), han venido abrevando ideológicamente en el único eurocentrismo bien amado por ellos, el eurocentrismo representado por Kant, Adam Smith, David Ricardo, Rousseau, Montesquieu, y Hegel entre otros. Actualmente podemos afirmar, sin la menor duda, que los intelectuales reformistas ―sean latinoamericanos, europeos, africanos, asiáticos etc.― son fácilmente identificables “por su común raíz política pequeño burguesa (GPM). Sus posicionamientos políticos e ideológicos así lo corroboran; basta tan solo revisar un poco la memoria histórica, para ver con claridad, que sus posicionamientos, producto de su común raíz política pequeño burguesa, son reiterativos independientemente del tiempo y lugar, pero siempre dentro de la formación social capitalista. Cuando el reformismo político europeo estaba en pleno desarrollo encarnado en gentes como Ledrú Rollín, (1848) etc., en América Latina ni en ninguna otra región del ahora llamado tercer mundo estaban dadas las condiciones económico-sociales para ello.  

Para abreviar, fijándonos solamente en los últimos 50 años, estos intelectuales reformistas pequeño burgueses, haciendo acopio de un “marxismo a la carta” (a la medida de sus deseos y propósitos políticos e ideológicos) han venido desarrollando en los partidos de izquierda, en las guerrillas, en los movimientos obrero, popular, campesino, estudiantil, etc. una vigorosa labor contrarrevolucionaria, tanto, que casi todos los que de alguna forma mostrábamos inquietudes políticas propias de “instinto de clase”, tuvimos que pasar durante muchos años, por la experiencia poco esclarecedora que nos brindó nuestra militancia en las diferentes expresiones orgánicas mencionadas.

A mediados de los cincuenta del siglo pasado, siguiendo los planteamientos del stalinismo, heredero de la II Internacional, el Partido Comunista Italiano expuso su propuesta de “vía nacional al socialismo”. Esto, unido al triunfo de las “revoluciones” en Cuba y Argelia y el posterior desmantelamiento del colonialismo en África y el sudeste asiático, propició el auge de los movimientos de liberación nacional de corte político- militar, encarnando así las “vías nacionales al socialismo”. Con posterioridad, en los setenta, la izquierda reformista, en general, contaba principalmente con dos referentes político-organizativos: las estructuras político-militares y las estructuras electorales. Estas últimas, en el tercer mundo y principalmente en Latinoamérica, acogieron entusiasmadas las “originalísimas” tesis del marxismo renovado proclamadas por el eurocomunismo, otra de las corrientes reformistas eurocentristas, de la misma raíz común política de clase pequeño burguesa.

Para los revolucionarios, el internacionalismo es una cuestión de principios y fue soberbiamente sintetizado en la cabecera del “Manifiesto comunista”, así como en las publicaciones de la Iª Internacional <<Proletarios del mundo, unios>>. Este principio tiene su sustentación en que lo que nos une a los asalariados es el hecho común de no ser propietarios más que de nuestra fuerza de trabajo, independientemente de nuestro genero, nacionalidad, raza o credo. Los comunistas sabemos que la revolución tendrá que ser nacional por su forma, pero internacional por su contenido. Nacional porque, aun hoy, perduran los Estados nacionales; porque la formación social no es la misma en todos los países: la composición de las distintas clases y sectores de clases varían entre ellos; todos estos datos de la realidad determinan el carácter de la revolución. Por otro lado, de la correlación política de fuerzas entre las clases: distinto grado de cultura, madurez política, existencia o no de un partido revolucionario, depende la tácta a adoptar: la combinación de las formas de lucha y de los medios de acción a emplear, la política de alianzas, etc. Esto, en cuanto a la forma nacional de la revolución.

Sin embargo, la coordinación a nivel internacional del proletariado se hace imprescindible, porque: 1º todos, sin distinción de patria, idioma, etnia o cultura, estamos objetivamente interesados en acabar con la común explotación del capital, extendida ya a nivel planetario, y 2º porque las leyes objetivas del desarrollo social imponen que, tanto de manera individual como colectiva, para el proletariado la cooperación en la lucha debe sustituir a la competencia, y, en cuestiones de táctica, lo internacional a lo nacional.

Sea como fuere en el momento actual, el internacionalismo proletario está histórica y objetivamente determinado por la ley general de la acumulación capitalista. Dada su creciente acumulación,  por un lado, el capital tiende a igualar las distintas tasas de explotación a escala planetaria; por otro lado, el fenómeno de la transnacionalidad de los capitales y su inevitable entrelazamiento con los capitales nacionales de los países dependientes, dejan sin sentido todo proyecto de “desarrollo autosostenido del capital nacional” tan caro a los nacionalistas antiimperialistas pequeñoburgueses que acusan a los marxistas de eurocentristas. Con la desaparición de las burguesía nacionales, el desarrollo tecnológico en el campo de las comunicaciones y la tendencia a igualar las tasas de explotación en todos los países, el capitalismo hace posible, hoy más que nunca, la organización revolucionaria trasnacional. En semejantes condiciones, los particularismos nacionales, presentes todavía hoy, no pueden ser el aglutinante político de ninguna verdadera revolución con proyección de futuro.       

¿Que tiene que ver todo esto hasta aquí brevemente expuesto con el objeto de nuestro debate? Pensamos que mucho, por que en bastantes lugares: México, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, etc. aunque no coincidente en el tiempo, este reformismo ―tanto el que dejó las armas como el que se ha venido limitando a la política electoral― han perdido toda base económica de sustentación política: la llamada “burguesía nacional progresista”; de ahí que, para poder justificarse institucional y burocráticamente dentro del Estado burgués (pesebre), deban maniobrar tácticamente haciendo contubernio con los sectores burgueses del llamado centro izquierda, contra el “mal mayor” de la llamada “derecha”: México con los ex-priistas del PRD, en Venezuela con los chavistas, en Argentina con el neoperonismo de Kichtner etc, , sin perspectiva ninguna de transformar nada en sentido políticamente trascendente al statu quo actual.

Desnudar de sus “andrajos teóricos” seudo marxistas a estos intelectuales reformistas que hoy pisan la charca cenagosa del nacionalismo populista es una tarea de primer orden. Pero he aquí que, a partir de los años ochenta del siglo pasado, las usinas ideológicas de la burguesía han venido cocinando un tipo de reformismo que esta muy en boga dentro de los “movimientos emergentes”, llámense estos; globalifóbicos, CEBs (comunidades eclesiales de base) ecologistas, neozapatistas, ONGs, etc. etc. Tanto, que los intelectuales reformistas, desde dentro o cercanos a esos “movimientos emergentes”, divagan en torno a sus alcances políticos. Algunos siguiendo, a Foucault (uno de los gurús post-estructuralistas), que en su ensayo “Sujeto y Poder”, en el punto 6 párrafo 2 decía:

<<“Para concluir, el objetivo principal de estas luchas (la de los nuevos movimientos emergentes) no es atacar tal o cual institución de poder, grupo, elite, clase sino, más bien, a una técnica o forma de poder”>> (Op. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro).

Es obvio ―y así se manifiesta en la política concreta de los nuevos movimientos emergentes―, que haciendo seguidismo de tesis como la anterior, lo que pretenden es reducir los alcances políticos e ideológicos de los antagonismos de clase, desviando las opciones revolucionarias hacia la consecución de objetivos inmediatos dentro del sistema. Otros movimientos, elevan esta política a la condición de “nueva subjetividad revolucionaria” ajustándose al mismo script de los setenta, donde se remontan a Mariategui para decir, tal como lo hace Sergio Rodríguez Lascano, uno de los ideólogos del Neozapatismo en su documento “¿Puede ser verde la teoría? Sí, siempre y cuando la vida no sea gris” (conclusiones: página 7 revista rebeldía año 2002):

<<Vamos a vencer, no porque sea nuestro destino (teoría del derrumbe) o porque así este escrito en nuestras respectivas Biblias (el capital) rebeldes o revolucionarias, sino porque estamos trabajando y luchando para eso. (Y a continuación, siguiendo a Mariategui, añade) El socialismo indo americano no será copia ni calca (del bolchevismo), sino creación heroica (es decir, del voluntarismo).>> lo entre paréntesis es nuestro.

Como puede apreciarse tanto en los que hacen apología de las luchas “transversales” de Foucault (secundarias e inmediatas), como en la concepción de los que piensan y difunden que la revolución se hace en base a tener los huevos bien puestos, existe un evidente rechazo del papel que tiene que cumplir el conocimiento científico y el valor de la teoría marxista como guía para la acción.

Las razones políticas e ideológicas que nos llevaron a tratar de clarificar nuestra posición con respecto a este tipo de reformismo postmoderno, radica en que, tanto la corriente reformista que eventualmente gobierna, como este mismo tipo de reformismo antigubernamental,  insistimos, para que no exista la menor duda, en que ambos movimientos poseen una común raíz política de clase pequeño burguesa. El reformismo variopinto, es pues, una tendencia político-ideológica burguesa universal dentro de la formación social capitalista mundial.

En este orden de ideas, resultan hipócritas en sumo grado las frases grandilocuentes de la izquierda burguesa en México y en el resto de países cuando proclaman: “Después de un proceso de reflexión y crítica de los viejos dogmas, nos hemos dado cuenta del gran valor y la trascendencia universal de la democracia representativa o participativa”. Como puede observarse, no existen prejuicios nacionalistas autóctonos que descalifiquen la democracia, pese a sus orígenes euros céntricos y mediterráneos. Y en ese mismo tenor, todos los elementos que integran ese concepto de democracia burguesa: división de poderes, elecciones periódicas, reelección, alternancia en el poder de los partidos y de los políticos burgueses, el mecanismo del referéndum, etc. etc. tienen orígenes euros céntricos y mediterráneos también. Es decir, que para la izquierda del sistema ese transplante eurocentrista en forma de ordenamiento jurídico y político no existen descalificaciones simplonas y eurofóbicas.

Es en base a estos elementos  como elaboran sus políticas y construyen su discurso los nacional populistas del PRD en México y el MVR en Venezuela, junto con el resto del reformismo variopinto en el mundo entero. Todo ello ante la ausencia de una alternativa efectivamente revolucionaria.

Ben Garza, dirigente del PRD mexicano en California, en respuesta a una crítica del GPM a ese partido y a su corriente política hegemónica: el neocardenismo, señalaba según él: “Vosotros (el GPM) decís que la ideología es importante pero habéis fracasado miserablemente en comprender la política progresista del cardenismo en México. El cardenismo no es un movimiento comunista, pero es un movimiento democrático revolucionario”. Y efectivamente, la izquierda electorera y la autodenominada “izquierda social” en México, en Venezuela y en los demás países latinoamericanos, corren velozmente por el carril del reformismo pequeño- burgués. La aseveración anterior la corrobora el propio Hugo Chávez cuando, de propia voz, en una entrevista al periodista Rafael del Naranco de la cadena “capriles” en noviembre de 1998, a la pregunta de si era comunista, contestó:

<<Para nada. Un grupo de francotiradores nacionales y extranjeros dicen que soy una especie de Hitler con Mussolini. Muy lejos de eso. Todo mi proyecto político es la búsqueda del lado humano del sistema capitalista, y alejándonos de la corriente que el Papa llama “neoliberalismo salvaje”, proponemos un modelo económico humanista, diversificado, orientado a la producción y a la generación de empleo.>>. (GPM, en el documento “La historia política de la familia Chávez” junio de 2002).

A declaración de culpas, relevo de pruebas”. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla, muchos asalariados y entre ellos muchos proletarios y campesinos pobres en México, y damos por hecho que en Venezuela también, no han tenido otra experiencia de participación política que no haya sido como miembros activos de organizaciones frentepopulistas como el PRD y el MVR.

Lo grave del asunto radica en que en nuestros países se ha formado, a través de varias décadas, una fuerte tradición política de carácter reformista que se manifiesta en todas y cada una de las manifestaciones públicas de protesta de las clases subalternas, con una serie de consignas y proclamas tan viejas y desgastadas, como vacías de contenido político clasista, del tipo “Que se vayan todos” esgrimido por los “piqueteros” argentinos, para no abundar más.

Otra faceta que iguala las políticas y el discurso de los nacional populistas de México y Venezuela lo constituye, sin duda, la instrumentación de la política exterior en lo relativo al caso especifico de la revolución cubana y el gobierno de Fidel. Tanto uno como otro muestran su solidaridad con el régimen de la isla acompañado de un antiimperialismo antiyanqui. Este tipo de conducta política en relación a Cuba, y de la cual, a la menor oportunidad, Hugo Chávez hace alardes de ella, es una vieja conducta política oportunista puesta en operación por los nacional populistas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) desde el mismo triunfo de la revolución cubana. Son dos los fines de esta práctica política oportunista, resultando ambos obvios: promocionarse y crearse una imagen romántica interna (en el caso de Hugo Chávez) de revolucionario justiciero del tipo de su bisabuelo, Pedro Pérez Delgado “Maisanta”. Y en el ámbito externo, como fórmula para equilibrar la relación con EE.UU. y ganar prestigio internacional, haciendo acopio, también en el caso de Hugo Chávez, de un antiimperialismo bronco, con miras en muchos casos, de liderar a los países del tercer mundo. En esto Chávez no es nada original, pues ya el ex-presidente mexicano Luis Echeverría (1970-1976) lo llevo adelante, durante y después de su mandato, con resultados adversos.

Dentro de los fines logrados en el ámbito interno por los nacional populistas mexicanos, destaca el hecho de que las diferentes corrientes de izquierda (hoy en affaire con éstos) nunca pudieron desbaratar el tinglado de la política exterior de solidaridad con Cuba y del discurso antiimperialista. Ello le permitió a los nacional-populistas en el poder durante la década de los sesenta y setenta aplastar violentamente, sin menoscabo de su imagen interna y externa, los movimientos guerrilleros, huelguísticos y sociales que juzgaron peligrosos para la estabilidad del sistema capitalista. El mismo que Hugo Chávez hoy se ha propuesto humanizar en Venezuela.

En lo externo se elogiaba la posición mexicana frente a la política exterior de EE.UU. respecto de Cuba, así como de cara a otros temas candentes “el hermano mayor latinoamericano” se mantenía firme en los principios de la “Doctrina Estrada” diseñada y puesta en practica en la política exterior mexicana en la década de los treinta del siglo pasado por el ministro de exteriores Genaro Estrada de la que destacan dos puntos:

1.- libre autodeterminación de los pueblos y

2.- no ingerencia en los asuntos internos  de las naciones.

Por supuesto, el hecho de que hoy los nacional-populistas y la izquierda reformista tengan como enemigo al neoliberalismo, y se enfrenten a él de manera conjunta, ha traído como consecuencia que esta izquierda haya corrido sus posiciones hacia el centro. Pero este fenómeno no es ni remotamente nuevo, en México desde la época del cardenismo (1934-1940) como ya se ha señalado líneas arriba, los comunistas mexicanos, a pesar de haber sido expulsados por el gobierno de Cárdenas de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), central sindical de la que fueron sus principales impulsores, siguieron manteniendo un apoyo irrestricto al cardenismo en la tarea conjunta de enfrentar al enemigo común de la época: El fascismo, de acuerdo a un resolutivo del VII congreso de la Internacional Comunista de 1937. Con la política de “unidad a toda costa” a través de la conformación de los frentes populares.

Tuvo que morir Stalin y celebrarse el XX congreso del PCUS para que los comunistas mexicanos reconocieran públicamente el garrafal y costosísimo error provocado por el seguimiento de esa táctica política impuesta desde fuera y aceptada acríticamente por ellos, para aprestarse a trocar el stalinismo por el eurocomunismo.

Lo anterior viene a colación, porque en la Venezuela de hoy, el partido comunista venezolano (PCV) y otros grupos de izquierda reformista, mantienen una estrecha alianza con el gobierno chavista para enfrentar al nuevo y coyuntural enemigo común: el “neoliberalismo salvaje” según la peculiar forma de Hugo Chávez y de los ideólogos pequeño burgueses de describir los fenómenos aparentes que se manifiestan en la superficie del sistema, pero cuyas causas reales habría que buscarlos por medio del conocimiento exacto de la leyes económicas inmanentes al capitalismo.

¿Qué nos dice todo esto? Nos dice ―y nos consta por experiencia personal y por la breve memoria histórica del proletariado aquí narrada―, que la casi totalidad de los elementos más concientes y resueltos del proletariado, vivimos y luchamos durante décadas desconociendo la teoría revolucionaria elaborada por Marx, Engels y Lenin, tragando durante décadas versiones que resultaron ser tergiversaciones del marxismo y en esas lamentables condiciones nos vamos de este mundo. ¿Podemos echarle la culpa de esto a los enemigos que pasan de ser nuestros amigos dentro del movimiento? La culpa es sólo nuestra, porque el enemigo está para lo que está.

Las consecuencias objetivas y subjetivas hoy pueden fácilmente apreciarse en “la confusión ideológica y la dispersión política que sufre el proletariado internacional” (GPM). En esto han tenido mucho que ver, no sólo las políticas y el discurso nacional populista, sino en igual medida el sabotaje ideológico que el marxismo de cátedra incrustado en la izquierda reformista ha llevado a cabo, incluso desde el momento mismo de la concepción y elaboración de los principios de la teoría revolucionaria, cuando Marx aún vivía.

¿Dónde ha quedado ese marxismo de cátedra y esa izquierda moderna y renovada que postulaba que la lucha por la democracia es la lucha de todos los días por el socialismo “democrático”, que “la expansión del sujeto revolucionario ha superado las concepciones vanguardistas y sectarias” y también, que “la lucha por la democracia representativa “formal” ―de carácter parlamentario― y la efectiva separación (o equilibrio moderado) de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, puede romper con las relaciones capitalistas de producción”? .Todas estas lindezas son parte de las “valiosísimas aportaciones” a la alternativa revolucionaria que esta izquierda se atribuye. (El lugar al cual “regresaron” ―de hecho nunca lo abandonaron― los marxistas de cátedra, después de sus “valiosísimas aportaciones” en general siguen siendo los cubículos y las aulas universitarias, así como los espacios de los medios de comunicación burgueses para continuar su labor con un perfil, tal vez mas bajo, pero no menos eficaz. Mientras tanto, los políticos de esa izquierda moderna y renovada hoy despachan como presidentes municipales, gobernadores, diputados o senadores, y formulan propuestas de reformas que “benefician” al pueblo. Las mismas que son invariablemente rechazadas,  por una mayoría (PRI-PAN) parlamentaria neoliberal. Esa constituye, no ya su eficaz lucha de todos los días por el socialismo democrático, sino su empeñoso esfuerzo por mantener la “normalidad democrática” y el Estado de derecho. Es decir, por apuntalar el capitalismo. Sólo se reforma aquello que se pretende conservar.

Es la misma demagógica  opción que Hugo Chávez tiene para el conjunto de los asalariados venezolanos. “Humanizar lo que el mismo Papa llama neoliberalismo salvaje”. Según sus propias palabras.

Por otro lado, es de una simpleza absurda catalogar la crítica del GPM hacia el gobierno de Hugo Chávez bajo la misma perspectiva y los objetivos que persigue Bush. La realidad aparente que sólo logran captar Menoni y Bundinetto provoca que coloquen bajo la misma tesitura al GPM junto a Bush, FEDECAMARAS, CTV y Venevisión entre otros. Una cosa es coincidir en el objeto de la crítica; y otra muy distinta son los motivos de dicha crítica y sus objetivos. 

 

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