Del "Caracazo" al golpe del MRB200

En estas estaba la burguesía venezolana, cuando el crash de 1987 sorprendió al mundo provocando otra brusca disminución de la demanda y de los precios internacionales del crudo. En Venezuela, esta nueva situación se tradujo en un crecimiento vertiginoso de la deuda externa, una presión a la baja sobre el bolívar y graves desajustes de las cuentas nacionales, lo cual precipitó el agotamiento de las reservas nacionales y la quiebra del país, agudizando la penuria de las grandes masas explotadas.

Esto explica que en Venezuela se haya operado una gran polarización entre las clases en base a niveles de pobreza extrema, que pasaron del 5% en 1985 al 33% en 1993, y los de pobreza crítica del 27% al 66% en el mismo período (Cordiplan, IX plan 1995). La pobreza total -según el método de Líneas de Pobreza- alcanzó para 1995 hasta un 71% de la población, cifra que en el área rural llegó al 87%, y en la zona urbana al 69%, en tanto que la extrema llegó a un 41% (Unicef-Cordiplan.1995). Al tiempo que disminuyó el gasto social y el ingreso per cápita, siguen actualmente bajando los índices de nutrición, educación y protección a los sectores más necesitados.

Las autoridades venezolanas del Ministerio de la Familia muestran una gran diferencia con las antes citadas. Aun así, basándose en la metodología de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), estimaban para 1994 que un 49% de la población nacional era pobre y un 22% estaba en la pobreza extrema o miseria. En contraposición, la OCEI para 1995 ubica la pobreza en el 66% y la pobreza extrema en 37%.

De acuerdo con el informe de 1996 del Proyecto Venezuela elaborado por el Centro de Estudios sobre Crecimiento y Desarrollo de la Población Venezolana (Fundacredesa, Estudio Nacional de Crecimiento y Desarrollo Humanos. 1996) se ratificó que eran pobres 8 de cada 10 venezolanos. La distribución porcentual -se encuestaron 86.528 personas en todo el país- fue de un 5,4% para el estrato I y II de una alta concentración de riquezas, 14% en el estrato III que representan una clase media débil, una pobreza relativa de 42,3% en el estrato IV y un 38,3% de pobreza extrema para el estrato V.

Esta situación se agravó sustancialmente a partir de las Políticas de Ajuste iniciadas en 1989, reduciendo el salario real en un 40% respecto al del año 1988. Nueve de cada diez personas del estrato V, y 68,7% del estrato IV dependen de un salario semanal, por día o a destajo (Fundacredesa, Estudio Nacional de Crecimiento y Desarrollo Humanos. 1996). Se consideran como pobres extremos (estrato V) quienes carecen de los ingresos que les permitan acceder a la canasta básica de consumo, y pobres (estrato IV) quienes apenas tienen recursos para cubrir la canasta y algunos gastos básicos como vestidos. El deterioro del ingreso real familiar se vio todavía más afectado. Para 1987 el 37% de las familias percibían ingresos por debajo de la canasta básica de supervivencia, cifra que ascendió en un lapso de 5 años (Cordiplan, IX plan 1995). En el estrato IV, 61,9% de los jefes de familia entra en la categoría de obrero especializado y el estrato V, 55,9% pertenece al sector informal (Fundacredesa, Estudio Nacional de Crecimiento y Desarrollo Humanos. 1996).

Hoy, el cuadro que presentaba la economía venezolana para 1989, cuando se intentó un proceso de reformas estructurales y coyunturales importantes, identificadas en el VIII Plan de la Nación con el rótulo de "Capitalización de los Recursos Humanos", sigue siendo el mismo pero en condiciones de mayor deterioro socio-educacional y económico. En los años 80 término medio cada venezolano disponía de 3.000 calorías y 70 gramos de proteína. Hoy están por debajo de 2.000 calorías y apenas alcanzan a consumir 54 gramos de proteínas. Cada uno de los integrantes del núcleo familiar del estrato I come 207 gramos de carne y pescado al día, y 71 gramos de leche y productos lácteos. Carne y pescado constituyen una pequeña parte de la dieta diaria del núcleo familiar del estrato V (113,56 gramos por persona); 36,55 gramos de leche y productos lácteos son la excepción de las comidas (Fundacredesa, Estudio Nacional de Crecimiento y Desarrollo Humanos. 1996). En términos de salud se pone de manifiesto el estancamiento que se ha producido en el proceso de reducción que se había consolidado en las tasas de mortalidad infantil, las tasas de mortalidad materna, el porcentaje de niños con bajo peso al nacer y de desnutrición infantil.

Según Unicef-Cordiplan (1995), entre 1980 y 1994, el gasto en salud en términos reales cayó en 43%, mientras que a nivel per cápita bajo en 59%. Asimismo, los estudios realizados por Fundacredesa, relativos al peso y la talla de niños de siete años de diversa condición, apuntan que existen grandes desigualdades sociales. Los niños pobres a los siete años pesan cuatro kilos menos que los de estratos altos, mientras que en el caso de las niñas la diferencia es de dos kilos.

En cuanto a la talla, la diferencia es de siete centímetros menos en los niños de pocos recursos frente a los de altos recursos y en las niñas es de cuatro centímetros. Por otro lado, la prevalencia de muertes por diarreas (60,5%), enfermedades parasitarias -hay parásitos en los intestinos de 43 de cada cien infantes-, respiratorias agudas -asma (62%)-, encefalitis (75%) e inclusive por desnutrición de niños menores de cinco años (CORDIPLAN, IX PLAN 1995); todo esto se traduce en un perfil epidemiológico complejo y heterogéneo caracterizado por la coexistencia de sectores de la población que mueren por patologías típicas de países pobres.

Semejante situación no podía tardar en trasladarse al plano político, lo que ocurrió a fines de los 80, cuando el tinglado burocrático-burgués erigido sobre esa base económica empezó a tambalearse durante diez años hasta venirse abajo. Ante la ausencia de una alternativa efectivamente revolucionaria, el primer acto de este derrumbe al interior del sistema capitalista se puso de manifiesto en febrero de 1989, a poco de que el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez asumiera su segunda presidencia y pusiera en práctica un programa de "ajuste duro" siguiendo las directivas del FMI. El resultado fue un estallido de protestas callejeras masivas brutalmente reprimido por el mismo ejército que hoy sostiene en el poder a Hugo Chávez Frías, que se saldó con más de 2.000 muertos.

El segundo acto de esta puesta en escena de la ley del valor en la Venezuela de los últimos cincuenta años, fue protagonizada por oficiales jóvenes de ese país en las sucesivas rebeliones militares de febrero y agosto de 1992 (3), muchos de ellos salidos de la clase media baja, todavía bajo la impresión de aquél movimiento de masas de magnitud que fue el "caracazo". En el caso de Chávez, el influjo de aquellos menesterosos ayunos de conciencia de clase asaltando los supermercados de Caracas, fue sin duda mayor, dado que ese hombre es el espíritu redivivo de su venerado bisabuelo, el "general de los llanos" venezolanos Pedro Pérez Delgado, guerrillero de principios de siglo popularmente conocido por "Maisanta", que murió preso en 1922 porque luchó queriendo que los pobres de su país fueran menos desgraciados. A su gesta legendaria se ha referido el historiador y médico venezolano José León Tapia en "El último hombre a caballo" (1974).

Madrid, junio de 2002

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  1. Esta rebelión comenzó a prepararse en la clandestinidad de los medios castrenses, en 1983, cuando un grupo de oficiales y suboficiales juraron en secreto libertar a la patria del yugo del bipartidismo y la oligarquía mediante un levantamiento militar que estuvieron planeando durante casi diez años. Fracasado el intento, una vez dejados en libertad los sediciosos cambiaron las armas por las ideas y la doctrina, e iniciaron la segunda etapa de la lucha por ese mismo propósito. Para ello construyeron el brazo cívico de ese movimiento militar que pasó a un segundo plano. Así emergió de las sombras cuartelarias el "Movimiento Bolivariano Revolucionario 200" (MBR-200), mentor político del "Movimiento V República" y del "Polo Patriótico". volver