De la anarquía capitalista de la producción a la planificación socialista

Decíamos más arriba que,

  1. Bajo el capitalismo, la producción no está determinada por lo que sus productores necesitan para vivir y desarrollarse, sino por el el móvil de la ganancia de quienes detentan la propiedad privada sobre los medios de producción en cada una de las ramas de la producción global, lo cual configura una específica división social del trabajo entre los productores capitalistas.
  2. Para efectivizar la ganancia, las mercancías producidas por los distintos productores privados deben ser vendidas, lo cual supone el mercado
  3. Tal como está presupuesta la división del trabajo entre los capitalistas, la parte de la sociedad a la cual le corresponde emplear trabajo social en la fabricación de esas mercancías, deberá disponer de un poder de compra equivalente al valor o precio de los productos que satisfagan sus necesidades.
  4. Pero el caso es que, bajo el capitalismo, entre la oferta (producción) y la demanda (consumo) no hay una conexión o correpondencia necesaria, sino solamente casual
  5. Este divorcio en la producción es el resultado de decisiones autónomas por parte de una multiplicidad de capitalistas, quienes actuando independientemente los unos de los otros, determinan qué se ha de producir en cada momento de las distintas mercancías por ellos fabricadas; y no solamente decide cada uno qué se producirá y cómo sin saber lo que deciden producir los demás, sino especialmente cuanto; y dada semejante anarquía de la producción determinada por la división capitalista del trabajo, la oferta y la demanda normalmente no coinciden y, cuando lo hacen, no es por lógica necesidad sino por puro azar.
  6. Bajo semejantes condiciones, pese a que cada cantidad de una clase determinada de mercancías contenga el trabajo social -y su correspondiente ganancia- requeridos para su producción (por ejemplo: mil millones de unidades monetarias), puede ocurrir -y así ocurre normalmente- que ese tipo de mercancía se produzca en una medida que excede a las necesidades solventes de la sociedad, esto es, de los demandantes con capacidad adquisitiva; en ese caso, la masa de mercancías ofrecidas representará en el mercado una cantidad de trabajo social menor (por ejemplo: quinientos millones). En consecuencia, esas mercancías deberán malvenderse, en nuestro caso, a la mitad o menos de su valor de mercado, y una parte de las mismas incluso hasta puede tornarse invendible, lo cual significa que se habrá dilapidado una parte del trabajo social realizado.
  7. Este despilfarro en modo alguno explica las crisis económicas del sistema, como es creencia generalizada entre los círculos intelectuales de la izquierda donde se difunde esta falacia de "sentido común" en nombre de Marx. En todo caso no va más allá del lucro cesante en perjuicio de la fracciónes burguesas víctimas de semejante despropósito. De lo contrario, si el valor creado por el volúmen del trabajo social empleado en la producción de determinada clase de mercancía fuera demasiado pequeño en relación con su particular demanda solvente, el precio de mercado de esa particular mercancía aumentaría por encima de su valor de mercado y sus productores obtendrían un ganancia extraordinaria hasta tanto la afluencia de productores al mercado de ese producto tienda a aumentar su oferta. Pero ésta última es una circunstancia excepcional.
  8. Dado que lo que motiva el comportamiento de los patrones capitalistas bajo este sistema social no son las necesidades sociales sino la ganancia, aun cuando jamás se producen demasiados medios de subsistencia para satisfacer las necesidades de toda la población, la tendencia dominante es a producir en exceso respecto de los demandantes con capacidad de pagar por ellos. Tal es la contradicción despilfarradora del capitalismo, el agujero negro por el que numerosos patronos capitalistas son periódicamente arrastrados hacia el sumidero de la ley del valor junto con sus asalariados.
  9. El móvil de la ganancia provoca el divorcio entre la producción y las necesidades sociales, generando un proceso en el que la previsión y el necesario control predeterminante de lo que se produce y cómo, son pautas por completo ajenas al sistema y, por tanto ausentes en él, donde es el mercado el que se encarga de corregir, a toro pasado, las consecuencias económicas y sociales de los desajustes periódicos entre producción y consumo.
  10. Esta anarquía de la producción resultante del divorcio entre los distintos productores y de la producción global resultante respecto del consumo de la sociedad, está en la raíz no sólo del despilfarro permanente de trabajo social sino de la manipulación dolosa más o menos incosciente de la naturaleza y de las consecuentes noxas o daños a la salud de los consumidores.

1-Tendencia a la centralización de los capitales

Y de este decálogo de premisas reales del capitalismo, en el curso de nuestra exposición anterior concluíamos implícitamente en la necesidad de implantar en la sociedad el control predeterminante de lo que se produce y cómo. Pero esto supone subvertir las condiciones sociales en que se produce bajo el capitalismo, para restaurar el vínculo histórico-natural entre producción y las necesidades sociales, convirtiendo la propiedad privada sobre los medios de producción en colectiva, lo cual supone la inmediata supresión del trabajo asalariado. Y como es natural y comprensible, los prejuicios sociales de "la objetividad mecanicista en que se atrinchera la voz de la costumbre" dicen que esto es imposible y, por tanto, utópico. La experiencia de lo que pasó por ser socialismo en países como la ex URSS y demás países del llamado "socialismo real", con su lastre histórico de atraso técnológico ligado al desorden económico, la penuria relativa de las mayorías y los privilegios de la burocracia dominante, abonan sin duda esta creencia.

Toda producción social genérica, es decir, independientemente del sistema social de vida imperante, se lleva a cabo mediante los llamados factores de la producción. Estos factores son: el trabajo (FT) y el conjunto de maquinas herramientas, edificios, materias primas y auxiliares (combustibles, lubricantes, etc,) o sea, los medios de producción (MP) a través de los cuales se lleva a cabo todo proceso de trabajo. El producto material de este proceso resulta de la articulación entre FT y MP, en tanto que el progreso de la fuerza productiva del trabajo se determina mediante la relación positiva creciente entre MP y FT, esto es, por la creciente capacidad de la fuerza de trabajo individual FT para poner en movimiento mayores y más eficaces medios de producción MP, lo cual se traduce en una mayor riqueza material a disposición de la sociedad. Esto implica que el empleo de los factores de la producción durante cada proceso de trabajo, además de reproducir o reponer el desgaste de los factores de la producción, tenga capacidad para crear una creciente masa de riqueza excedente. A este progreso material de la vida social se le llama también "reproducción ampliada"

En la sociedad capitalista, donde no se produce sólo para crear riqueza material sino valores y no sólo valores sino ante todo plusvalor o ganancia, los factores materiales de la producción se traducen en distintas magnitudes de valor-capital empleado o invertido -donde MP se convierte en C (capital constante), FT en V (capital variable o salario)- para la producción de riqueza excedente bajo la forma capitalista de plusvalor Pl.

Ahora bien, si como es cierto que el progreso de la fuerza productiva se mide por la relación crecientemente positiva MP/FT, lo cual supone que una parte creciente del trabajo que excede al necesatrio para reponer los factores de la producción en funciones se destina a fabricar más y mejores medios de producción, bajo el capitalismo esto se traduce en que una parte relativamente mayor del trabajo excedente apropiado por la burguesía bajo la forma de capital adicional o plusvalor obtenido en cada rotación del capital social global, se invierta en capital constante C en detrimento de la ampliación de la plantilla de personal asalariado o inversión en capital variable V.

Y según crece históricamente la relación MP/FT, cuya expresión de valor es C/V o composición orgánica del capital, el mínimo de capital en funciones por cada empresa compatible con la tasa de ganancia aumenta en el marco de un recrudecimiento de la competencia intercapitalista, lo cual acelera la centralización de los capitales y la consecuente socialización objetiva del trabajo.

2 - ¿Qué es y en qué consiste la socialización objetiva del trabajo?

Se trata, en primer lugar, de una interdependencia creciente entre los distintos procesos de trabajo en un principio aislados los unos de los otros por diversos productores privados que desaparecen para dar lugar a grandes complejos industriales de tipo oligopólico, así como entre las opciones de inversión productiva y las cantidades y calidad de los productos resultantes de dichos procesos productivos que finalmente son consumidos. En el siglo XIV, esta interdependencia afectaba a unos cientos de personas de la población media en un país de Europa o Asia, mientras que hoy compromete a millones de personas.

Cuando aumenta el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo y la industrialización progresa bajo el capitalismo, el mercado deja de determinar la producción de parcelas crecientes del proceso global de trabajo en la sociedad, que así pasan cada vez más a estar en función de la organización planificada de la producción predominante en un número creciente de grandes empresas. Con el aumento de la masa de capital en funciones en cada empresa, mayor es la escala y el volúmen de la producción de diversos productos resultante de la planificación en el seno de una sóla empresa. Con la aparición del capitalismo monopolista, el plan se extiende de fabricas que producen distintas mercancías a la empresa propietaria que centraliza las decisiones de inversión en cada una de esas fábricas y la cantidad y calidad de los productos a fabricar en cada una de ellas según un plan de producción global para la empresa. En la época de las sociedades multinacionales, el plan se hace internacional y afecta en el terreno jurídico a numerosas y diversas empresas de distintas ramas de la producción social.

La consecuencia a largo plazo de este proceso en el capitalismo tardío, es una reducción drástica del trabajo social asignado por el mercado capitalista en relación a la creciente asignación directa por las grandes empresas. La causa de este cambio radica, como acabamos de explicar, en la lógica interna del capitalismo, en su dinámica propia de acumulación, competencia y aceleración de la unidad y centralización de los capitales incluso a escala internacional. Por ejemplo: cuando la Empresa multinacional Renault produce las piezas sueltas de sus camiones en una de sus factorías A, en otra B procede a unir mecánicamente esas piezas de las que resultan las autopartes, y, finalmente, en otra C realiza el montaje, el hecho de que el ordenador que calcula los costes parciales de forma minuciosa elabore seudofacturas que acompañan respectivamente al transporte de las piezas sueltas de A a B, y de ésta última los componentes a C, esto no quiere decir que la fábrica A venda las piezas sueltas B y ésta las autopartes a C. Aquí no hay intercamcio sino simple traslado, donde no es el mercado -sino el objetivo planificado de la producción de camiones dentro de la Renault- lo que determina la asignación de factores o recursos productivos para el número de piezas sueltas y autopartes que deben ser fabricadas con arreglo a ese plan. Estas factorías A y B no pueden "quebrar" porque "suministren" demasiados productos parciales a la fáctoría C que los monta.

Obviamente, grandes empresas multinacionales, que, independientemente las unas de las otras planifican su producción en gran escala, fabrican y compiten entre sí para vender sus productos terminados a consumidores finales, como la Renault, la General Motors o la Volkswagen, hay muchas en otras muy diversas ramas de la industria; cada una con un plan de producción particular decidido por una pequeña élite de directivos. Cuanto mayor es la masa de productos resultantes de esta socialización objetiva del trabajo en un mayor número de grandes empresas, aunque concentrada en relativamente menores puntos de compra-venta la anarquía de la producción persiste y se vuelve potencilamente más explosiva, por esto y porque la fusión del gran capital con el Estado determina en muchos casos que el volúmen de la producción de estas empresas no dependa del mercado sino de decisiones políticas. De este modo, el divorcio entre producción y consumo sigue regimentando el proceso glogal del trabajo social, dado que la socialización objetiva del trabajo en las grandes empresas, se limita a planificar la producción de bienes intermedios que no llegan al consumidor final sino como partes de un todo.

3 - La socialización objetiva del trabajo supone la asignación irracional de los recursos

Es necesario aclarar que este tipo de planificación al márgen del mercado, pero que en última instancia está en función de él, no implica una asignación científica de los recursos productivos y nada tiene que ver con el desarrollo humano. En el caso concreto de los automóviles, por ejemplo, la asignación de recursos que mantiene a esta industria es una variante más de la cultura autotanática determinada por el capitalismo. En 1996, el National Safety Council de Estados Unidos ha hecho un estudio por el que se concluye que el capital invertido en la fabricación de automóviles está en la causa indirecta de muerte de más estadounidenses que el total de los que han perdido la vida en todas las guerras que ese país ha librado en los últimos doscientos años. (8). http://www.mit.edu:8001/people/howes/eco/car.htm

Según el reporte de Lola Zato publicado en la edición de "Diario 16" del 30/07/94, en el lapso de 25 años contando a partir de 1970, murieron en accidente de carretera un número de ciudadanos americanos mayor que el que suman los que murieron en las dos Guerras Mundiales, en la de Corea y en la de Vietnam.

Esta causa de muerte a que personifican los magnates que sacan provecho de ella en contubernio con los Estados capitalistas que la promocionan de modo prioritario, refuerza sus letales efectos en razón de que, para solventarla, se retrae gran parte de los limitados recursos disponibles en en el mundo que, de otro modo, podrían destinarse a la investigación científica para la curación de numerosas enfermedades de las que todavía no se sabe siquiera su etiología. El contubernio genocida entre los capitales olígopólicos de la industria automotriz con todos los Estados capitalistas del mundo, se hace evidente por el hecho de que los automóviles son máquinas paradójicamente construidas con capacidad de alcanzar velocidades tan altas, peligrosas e insensatas, que resultan necesariamente mortíferas y están penalizadas por todas las legislaciones del mundo. Sin embargo, estos mismos Estados nacionales que multan a los conductores por exceder la velocidad permitida en los códigos de circulación, al mismo tiempo subvencionan millonariamente la fabricación de automóviles capaces de superar holgadamente la velocidad prohibida. Semejante cinismo homicida sólo se explica por la lógica particular del capital en esta rama de la industria, que convierte la compra y el uso de automóviles en una fuente de acumulación de capital y de ingresos fiscales, lo cual evidencia el fenómeno de la fusión entre el gran capital y el Estado burgués que Lenin atribuyó a la etapa imperialista o postrera del capitalismo.

La socialización objetiva del trabajo típica del capitalismo tardío, pues, implica simplemente una planificación o asignación directa "ex ante", independiente de los resultados de la oferta y la demanda, opuesta a la clásica asignación por el mercado que se efectúa "ex post", es decir, dependiente de la realización o venta del producto. Pero es, sin duda, una planificación irracional, porque, en última instancia, sus resultados dependen de las fuerzas incontrolables e impredecibles del mercado, y porque responde a los intereses de una minoría social opulenta. No obstante, es precursora de la planificación racional, para lo cual hay que convertirla en subjetiva o política, reemplazando al mercado por la democracia real de los productores libres asociados. Quienes sostienen que la socialización subjetiva del trabajo es una utopía de imposible realización, debieran estar más atentos a las señales de la historia y tratar de ver un poco más allá de sus propias narices mercantiles. Percibirían, entonces, cómo palpitan en el vientre del capitalismo tardío las formas nonatas de la planificación socialista que las fuerzas productivas del trabajo están pugnando por alumbrar.

4 - Necesidades ilimitadas Vs. jerarquía y autolimitación de las necesidades.

Una de las objeciones que los partidarios del socialismo de mercado hacen a los que defendemos la planificación socialista, se afirma en el prejuicio burgués -compartido por el stalinismo- de que las necesidades de consumo son ilimitadas y su satisfacción exige un número ilimitado de productos. La conclusión es que el número de decisiones a adoptar excede las posibilidades reales de cualquier asociación democtrática de productores. En su libro, "La economía del socialismo factible", por ejemplo, Alec Nove partió de esta premisa producto de su imaginación apocada por su alma de pequeño propietario: Cuanto mayor es el grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas de la sociedad, mayor es la masa de productos diferentes y, por tanto, mayor el número de decisiones alternativas posibles de asignación de recursos, que así se vuelven cada vez menos previsibles. Sobre esta idea gravita decisivamente una filosofía de cuño religioso inspirada en la maldición bíblica del apocalipsis. En efecto: si es cierto que cuanto mayor es el dominio que la sociedad humana ejerce sobre la naturaleza, menor es su capacidad de prever y controlar racionalmente las decisiones que le conciernen como sociedad, lo único previsible es que se sucedan inevitablemente catástrofes como la Segunda Guerra mundial o amenazas de epidemias devastadoras como el SIDA, la EEB y demás pandemias asociadas a la difusión geográfica de materiales como el amianto, o de sustancias como el uranio y el plutonio, previsión que induce a esperar paciente y resignadamente la desaparición del género humano a plazo fijo.

Al principio de la segunda parte de su libro, Nove dice que, en 1981, sobre doce millones de productos diferentes que por ese entonces existían en la URSS, de su desglose resultaban en conjunto 48.000 decisiones de planificación. De esa relación surgía un "producto medio" de 250 subproductos que, según Nove, no podían ser objeto de planificación sistemática a causa de la "maldición de la escala", debido a que "la información que habría que manejar para ello sería excesiva". Para dar una idea de lo que significa el "agregado" de esas 250 decisiones "imposibles de cumplir" por causa de la maldición bíblica de la escala respecto de las 48.000 decisiones de planificación, Nove ofrece varios ejemplos, de los cuales el más sencillo es el siguiente:

<<Se puede dar una orden: "produzca 200.000 pares de zapatos", que sea identificable y cumplible. Pero decir "produzca buenos zapatos que se adapten al pie del consumidor" es una orden mucho más vaga, imposible de cumplir. (De modo semejante, se me puede ordenar de modo claro que dé cincuenta conferencias, pero no es tan fácil hacer cumplir la orden de dar cincuenta buenas conferencias). Esto también muestra los rigurosos límites de la planificación en cantidades físicas. El mismo número de toneladas, metros o pares puede tener valores de uso muy diferentes y satisfacer necesidades muy diversas. En todo caso, la calidad es un concepto frecuentemente inseparable del uso y, de este modo, un vestido o una máquina pueden estar perfectamente de acuerdo con las normas tecnológicas, y, sin embargo, no ser apropiados para un cliente o un proceso fabril en concreto. ¿Cómo se puede superar este problema si los planes son órdenes de una autoridad superior (los planificadores centrales o los ministerios) y no de los usuarios? (Alec Nove: Op.cit. Segunda parte: "Indicadores de planificación y evaluación de los resultados")

En primer lugar, Nove parte de un cúmulo de bienes en una sociedad -como la soviética tras la muerte de Lenin- que ha alentado políticamente la idea de que, con el desarrollo de las fuerzas sociales productivas, las necesidades y los productos que las satisfacen se suman históricamente unas a otras en una progresión que tiende al infinito. Esto es falso.

Una gran cantidad de datos empíricos sobre los hábitos de consumo de centenares de millones de personas en diversos países durante numerosos decenios, ha permitido comprobar que existe en este comportamiento un orden de prioridades en el sentido de que, como consecuencia del crecimiento económico y la diversificación o aumento de las necesidades, se observa entre ellas una jerarquía bien definida. Este orden de jerarquías permite distinguir entre necesidades fundamentales o primarias, necesidades secundarias y necesidades de lujo o marginales. Se incluyen en la primera categoría el alimento de base y las bebidas, vestidos, alojamiento con el confort corespondiente (agua corriente, calefacción, electricidad, material de aseo y mobiliario), gastos para la educación, la salud y los desplazamientos finalmente, un mínimo de recursos para recrear la fuerza de trabajo de los asalariados a un nivel dado de intensidad, así como los negocios de la burguesía. Estas necesidades varían en el espacio y en el tiempo. Sus fluctuaciones dependen de cambios de importancia en la productividad del trabajo medio y en la correlación de fuerzas entre las dos clases sociales universales en lucha.

La seguda categoría de bienes y servicios comprende a la mayor parte de los alimentos, las bebidas y los vestidos suplementarios o de ocasión, así como los objetos sofisticados de la casa, los bienes y servicios más elaborados en el aspecto de las aficiones, la cultura personal y el tiempo libre, incluídos los medios de comunicación y de transporte privados, como el teléfono y el automóvil. Todos los demás bienes de consumo y servicios forman parte de la tercera categoría, la de gastos de lujo, restringida a una minoría social bajo el capitalismo. Obviamente es difícil fijar una delimitación precisa o rígida entre estas tres categorías de necesidades. El paso gradual de bienes y servicios entre la primera y la segunda categoría, depende del crecimiento económico y el consecuente progreso social. La distinción entre la segunda y la tercera categoría depende de preferencias socioculturales donde se verifica más intensamente la identificación ideológica y política de pequeños patrones capitalistas y determinados sectores de la aristocracia obrera con la burguesía.

Esta jerarquía de necesidades no es el resultado de ningún diktact de las fuerzas del mercado ni de minorías sociales o "expertos iluminados". Se expresa mediante el comportamiento espontáneo o semiespontáneo de los consumidores. Según avanza el desarrollo de las fuerzas productivas y la masa de capital en funciones, la producción de nuevos bienes y servicios crea su propio mercado, nuevas necesidades, pero la jerarquía en la opción de compra entre el abanico ampliado de las necesidades es obra de los consumidores.

Esta jerarquía de necesidades tiene un aspecto aún más importante. En cada nivel sucesivo del crecimiento económico de la sociedad, la elasticidad de la demanda de ciertos bienes de la categoría más baja tiende a cero o se vuelve negativa, determinando una menor ponderación en ese nivel jerárquico de necesidades que, así, se autolimitan. De hecho, el consumo por habitante de alimentos de base (pan, patatas, etc., en los países capitalistas más desarrollados, disminuye muy sensiblemente tanto en cifras absolutas como en porciento de los gastos nacionales en términios monetarios. Lo mismo pasa con las frutas y legumbres oriundas de cada país, la ropa interior de base, los calcetines, así como los muebles elementales. Las estadísticas indican también que, a pesar de la diferenciación creciente de gustos y de productos, el consumo global de alimentos, de vestidos y de zapatos tiende a saturarse e incluso a declinar.

Pero la saturación de las necesidades de base trasciendente al hecho mismo del cambio de ponderación de los distintos bienes en el comportamiento de los consumidores: hábitos racionales de consumo reemplazan la supuesta propensión a consumir cada vez más. Y estos cambios no se operan por influjo del mercado ni de ninguna élite burocrática planificadora. La evolución en el consumo alimenticio es un ejemplo elocuente de este proceso. Mientras el fantasma del hambre azotó periódica e indiscriminadamente a la humanidad, fue algo natural que los seres humanos vivieran obsesionados por la idea de comer. Cinco años de restricciojnes severas a la provisión de alimentos en Europa durante la Segunda Guerra mundial bastaron para provocar una grosera explosión de glotonería desde el momento en que, desde 1945, fue posible superar aquellas condiciones de penuria y se restauró la idea de un consumo ilimitado. Menos de veinte años más tarde, las prioridades han cambiado de forma espectacular. Los hábitos se han ido haciendo a la idea de comer menos y no más. Preservar la salud se ha convertido en algo más importante que la glotonería.

5 - ¿Quién crea las necesidades bajo el capitalismo?

Pero que bajo el capitalismo el asalariado -en su función de consumidor- establezca una jerarquía de necesidades dentro de los límites de una restricción presupuestaria determinada por su renta, eso no quiere decir que participe en la creación de sus propias necesidades. Esto corre por cuenta de los capitalistas a instancias del desarrollo de las fuerzas productivas y la propensión a la ganancia. Los carros tirados por caballos fueron reemplazados por el automóvil moderno a raiz de que capitalistas como Henry Ford supieron convertir en plusvalor el descubrimiento de las leyes de la termodinámica que hicieron realmente posible inventar el motor a explosión. No ha habido, pues, nunca decenas de miles de consumidores gritando: "querido H. Ford, ¡danos automóviles!", o, "amigos de Apple Corporation, ¡dadnos microprocesadores!" Lo que ha habido son negocios que se concretaron en la producción de nuevos productos generando así su correspondiente necesidad. En este sentido, la producción capitalista crea su propio mercado aun cuando no su propia demanda equivalente, lo cual, como hemos visto, explica el despilfarro permanente. Esto significa que el consumo de los productores directos, los asalariados, no es un consumo activo sino pasivo. Al carecer de toda libertad en el ámbito de la producción, tampoco deciden qué consumir sino que optan entre lo que hay en el mercado, en muchos casos, esa opción recae sobre productos relativamente supérfluos y hasta nocivos y mortíferos, tal es el caso de los automóviles concebidos como medio individual de desplazamiento para vender el mayor número posible de unidades.

Que haya distintos tipos de detergentes o de coches, en parte responde a la diferenciación de los patrimonios, a la desigual capacidad de compra de los potenciales consumidores que la sociedad de clases bajo el capitalismo tiende a preservar; en parte a los secretos de fabricación y a las patentes de marca de las distintas empresas homólogas que compiten en el mercado por rapiñar una parte alícuota de la ganancia global producida por la masa de trabajo ajeno en cada rama de la producción y del comercio. Todo esto empieza la cuenta atrás de su desaparición desde el momento en que el capital es abolido y las técnicas de producción pasan a ser compartidas solidaria y democráticamente entre los trabajadores-propietarios-colectivos de todas las ramas de la producción social, es decir, cuando la sociedad humana sale de la charca cenagosa del capitalismo y comienza su nueva andadura histórica sobre el suelo económico y social granítico de los productores libres asociados.

Esto no supone instalarse en el ascetismo y la frugalidad. La perspectiva socialista se orienta hacia la satisfacción gradual de necesidades cada vez más numerosas, no hacia su restricción al nivel más elemental. Marx no abogó jamás en favor del ascetismo y la austeridad. Al contrario, teniendo en cuenta que el desarrollo incondicional de las fuerzas productivas va inextricablemente unido al aumento y variedad de las necesidades humanas, el concepto de personalidad plenamente desarrollada que está en el centro del humanismo comunista comprende la tendencia a la producción de una creciente variedad de bienes y servicios, pero también la tendencia a suprimir numerosas "necesidades" que el capitalismo asocia a una cantidad ingente de biernes y servicios supérfluos y hasta nocivos, como las drogas y los juegos de azar. El tránsito a la sociedad comunista también pasa por revolucionar el concepto de necesidad social.

Al desaparecer la propiedad privada sobre los medios de producción que -en términos de libertad- se interpone entre los productores directos y todo lo que producen, además de democratizar los conocimientos cientìficos aplicados a la producción social, se potencia el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social más allá de las posibilidades reales del capitalismo. En efecto, para que una innovación tecnológica incorporada a un medio de producción cualquiera justifique ser aplicada al proceso productivo capitalista, la parte del valor que ese medio de producción transfiere por desgaste a cada producto individual, debe ser menor que el costo de la mano de obra que reemplaza, cuyo valor, el salario, es naturalmente menor que el creado durante la jornada de labor entera. En otros términos, debe reducir el valor de la mercancía producida, en más de lo que la encarece el costo de la mano de obra sustituida por el aumento en la productividad resultante de esa mejora tecnológica.

Al desaparecer la figura del burgués, la parte de cada jornada laboral apropiada por él como ganancia se convierte en patrimonio común de la sociedad de productores libres sumado al costo social de la mano de obra empleada que así aumenta hasta comprender el valor creado en la jornada de labor entera. Bajo estas nuevas condiciones, una mejora tecnológica podrá ser introducida cuando el valor del desgaste transferido a cada unidad de producto fabricado, sea menor que el valor creado por el trabajo desplegado durante el total de la jornada de labor. Bajo estas nuevas condiciones, para introducir una mejora tecnológica no será necesario esperar a que los costes sociales de producirla bajen hasta equipararse con el valor del salario que sustituye técnicamente, sino que bastará con que se igualen al mayor valor creado durante la jornada de labor completa. Esto demuestra que las fuerzas productivas del trabajo social se desarrollan más rápido en la economía de transición al socialismo que bajo el capitalismo:

<<Por consiguiente, para el capital la ley del incremento de la fuerza productiva del trabajo no tiene validez incondicionada. Para el capital, esa fuerza productiva se incrementa no cuando se economiza en general en materia de trabajo vivo, sino sólo cuando se economiza en la parte paga del trabajo vivo más de lo que se adiciona en materia de trabajo pretérito, tal como ya se ha insinuado suscintamente en el libro I cap. XIII. Aquí el modo capitalista de producción cae en una nueva contradicción. Su misión histórica es el desarrollo sin miramientos, impulsado en progresión geométrica, de la productividad del trabajo humano. Pero se torna infiel a esa misión no bien se opone al desarrollo de la productividad, frenándolo, como sucede en este caso. Con ello demuestra nuevamente que se torna decrépito y que, cada vez más, está sobreviviéndose a sí mismo>> (K. Marx: "El Capital" Libro III Cap. XV)

En este nuevo contexto de desarrollo incondicional acelerado de las fuerzas productivas, la penuria se reduce cada vez más; Por un lado, aumenta la variedad de necesidades y los bienes y servicios que les dan satisfacción; por otro lado, los productos que dejan de tener precio se hacen cada vez más numerosos respecto de los que todavía deben seguir siendo objeto de compra-venta, por lo que la función del dinero se reduce progresivamente en el conjunto de la economía. Tal es la base objetiva del debilitamiento de la producción de mercancías y del intercambio monetario como práctica consetudinaria. Al mismo tiempo, a medida que la satisfacción de la necesidades esenciales para toda la población se convierta en una experiencia cotidiana, automática, segura y evidente, la intensidad y extensión de los conflictos sociales podrá disminuir. Esta será la base subjetiva o política sobre la que se operará la extinción del dinero y de la economía de mercado.

6 - Libertad del consumidor Vs. tiranía de la producción capitalista

Pero el caso es que la ruptura con la sociedad capitalista supone heredar una situación de penuria relativa que afecta a grandes sectores de la sociedad, tanto más cuanto menor es el desarrollo del país en el que empiezan a operan las fuerzas revolucionarias. Estos conflictos pueden surgir al principio con un determinado porcentaje de la población -mayor en los países más desarrollados- que bajo la economía mercantil y dineraria de la sociedad capitalista tenía satisfechas sus necesidades de la segunda categoría y que, naturalmente, se niegan o son reticentes a aceptar el principio socialista basado en la jerarquía de las necesidades sociales. Ciertamente, si una sociedad decide democráticamente dar prioridad a la satisfacción de las necesidades más elementales, reduce automáticamente los recursos disponibles para la satisfacción de las necesidades secundarias y de lujo.

Entre este porcentaje de la población reticente o contrario al principio socialista de respetar la jerarquía de las necesidades -de abajo arriba y no al revés como en el capitalismo- se encuentran casi todos los asalariados que hoy tienen cubiertas muchas o algunas necesidades secundarias en la sociedad capitalista, y que, por tanto, son proclives a seguir con el criterio de lo que la burguesía llama "libertad del consumidor". Pero estos "ciudadanos" olvidan que antes que consumidores, durante la mayor parte de su vida se desempeñan como productores. Pasan, como media, al menos nueve o diez horas diarias trabajando y desplazándose para ir y venir de los lugares donde se desempeñan. Dado que la mayor parte de la gente duerme ocho horas, esto les deja seis horas para el consumo, el ocio o el reposo, las relaciones familiares y las relaciones interpersonales extrafamiliares.

Y hay que señalar aquí una doble coacción que los bien adoctrinados partidarios de la "libertad del consumidor" pasan por alto. La primera es que a medida que se multiplica el número de necesidades a satisfacer, a un nivel dado de la tecnología y de la organización del trabajo, el esfuerzo laboral que exige de los productores directos es mayor. La segunda es que las decisiones sobre las cargas del trabajo no son adoptadas consciente y democráticamente por los propios productores, sino que le son impuestas dictatorialmente por las patronales respectivas apoyadas en la ley del mercado de trabajo reforzada por la legislación estatal con sus millones de parados, de modo que a cualquier asalariado que tenga satisfechas algunas o todas sus necesidades secundarias y siente que le pesa gravosamente el principio socialista de la "jerarquía de las necesidades", cabría sugerirle que en el otro platillo de la balanza pusiera la tiranía del capital que es el precio a pagar como productor para disfrutar de su "libertad" como consumidor.

El sistema de "premios y castigos" a través del mercado, ingenuamente elogiado por tantos sectores de la izquierda en nuestros días, es simplemente un despotismo apenas disfrazado hacia el horario y los esfuerzos, en consecuencia hacia la vida entera de los productores. Tales recompensas y castigos implican, efectivamente, no sólo alternar en el tiempo entre rentas salariales más elevadas y más bajas, pasando de trabajos mejores a trabajos peores y viceversa. Implican también la incertidumbre y la inseguridad ante los despidos periódicos y la miseria de verse instalado en el paro (incluida la miseria moral de tener el sentimiento de no servir para nada), la aceleración de los ritmos, el cambio discrecional permanente de los horarios de trabajo, los accidentes laborales y las enfermedades profesionales, la esclavitud de los controles y de las líneas de montaje, los efectos dañinos del ruido, la exclusión de cualquier conocimiento del proceso de producción en su conjunto, la transformación de los seres humanos en simples apéndices de las máquinas y de los ordenadores. Y ahora la nueva modalidad de extender la jornada de labor mediante el recurso al establecimiento de la llamada "bolsa de horas trabajo", que permite contratar menos personal del necesario, distribuyendo esas horas de trabajo entre toda la plantilla, cuyos integrantes son obligados sin previo aviso a alternarse en la tarea de cumplir el tiempo muerto que dejan las bajas ocasionales por distintos motivos. Esto es exactamente lo que la economía de mercado les obliga a padecer innecesariamente para recibir el "premio" de atender a las necesidades secundarias propias y de su familia. Y habrá que consultar las estadísticas para comprobar cómo evoluciona respecto de los que deben soportar hoy día estos padecimientos para obtener el "premio" de salir del paro y cubrir sólo las necesidades más elementales. Siempre bajo la cada vez mayor amenaza de epidemias y catástrfes naturales inducidas por este sistema de vida, tal como ahora ocurre con la EEB, el uso de uranio empobrecido con fines bélicos o la reducción de la capa de ozono. Éste es, en la práctica, el modo cómo la burguesía entiende y asume el derecho humano al trabajo, al descanso y al nivel de vida adecuado, previstos en los artículos 23, 24 y 25 de la Declaración de los DD.HH. de 1948 a la que tanto se invoca respecto de circunstancias y hechos que a las clases dominantes no les conviene que ocurran. (9)

¿Por qué debe ser aceptable que millones de asalariados tengan que someterse a semejantes condiciones coercitivas de trabajo para que el 20% de ellos -que no son siempre los mismas dada la permanente precariedad laboral generalizada- gocen temporalmente de un aumento diferencial del 10% en la satisfacción de sus necesidades? ¿No sería más razonable renunciar al vídeo o al segundo coche y trabajar diez horas por semana menos con mucho menos stress para asegurar en lo inmediato la satisfacción de las necesidades elementales para todos? ¿Quién sabe lo que los productores decidirían si fueran realmente libres para elegir, es decir, si esta alternativa perfectamente posible que planteamos, no tuviera por consecuencia una caída en sus necesidades básicas y un incremento catastrófico en la inseguridad de sus vidas, como es el caso bajo el capitalismo? ¿Por qué el problema de la distribución de los recursos y de las horas de trabajo para la provisión de los productos -en gran medida ya conocidos- no podría ser resuelto con la ayuda de los más potentes ordenadores ya en funciones?

En una economía de mercado -bien sea clásica, mixta o "socialista" al estilo URSS o China- los productores directos no pueden tomar libremente estas decisiones. Son tomadas a espaldas de ellos -bien por patrones capitalistas o por burócratas siguiendo leyes objetivas sobre las que no tienen ningún control. Este despotismo anárquico no es ningún fatalismo que haya que aceptar con resignación bíblica por el hecho de que se integra en un orden de cosas establecido desde hace mucho y que sigue prevaleciendo. En realidad no hay nada que pueda impedir a los productores de una comunidad libre decir, por ejemplo: "Somos un millón. Si decidimos que cada uno de nosotros trabaje 25 horas por semana utilizando en conjunto durante veinte millones de horas unos medios de trabajo determinados y una organización del trabajo dada, somos capaces de satisfacer nuestras necesidades elementales ahora y en un futuro previsible. Ahora bien, por medio de una racionalización de la tecnología y de la organización del trabajo, podemos intentar reducir nuestro tiempo de trabajo a veinte horas por semana en los próximos veinte años. Pensamos que ésta es la prioridad fundamental. Cierto que hay aún necesidades suplementarias por satisfacer, pero no estamos dispuestos a trabajar actualmente más de cinco horas diarias y más de cuatro en veinte años para satisfacer esas necesidades adicionales. Así, pues, decidimos que la semana de trabajo será de 25 horas por semana de momento, que gradualmente intentaremos reducir a veinte horas durante los proximos años, incluso si esto implica que algunas necesidades de segundo orden no sean satisfechas". ¿Sobre la base de qué principios económicos o éticos razonables y convenientes se podría negar a los productores directos el derecho a decidir sobre este tema?

Elijamos una rama de la producción social cualquiera. La de las herramientas industriales, por ejemplo. Cada empresa fabricante de una gama más o menos amplia de estos productos conoce a las de su competencia. Sus directivos no saben cómo ni cuanto, pero sí qué es lo que fabrican sus competidores y a qué clientes venden sus productos. El campo de batalla de esta competencia está localizado en las empresas que compran y utilizan esos bienes de consumo productivo para fabricar bienes de consumo final. Estamos hablando de la relación mercantil directa entre grandes empresas productoras y consumidoras de herramientas, como la multinacional sueca de herramientas "Sandvik" y el conglomerado automovilístico "Daimnler-Crhisler", donde la ganancia del capital comercial ha desaparecido por completo. Esto no quiere decir que la competencia se mitiga o desaparece sino al contrario, se concentra en la disputa por las grandes operaciones de venta y, por tanto, recrudece. En esta guerra comercial, cada marca debe destinar tiempo de trabajo en ingentes recursos materiales y humanos para montar una vasta red de comercialización con su respectivo ejército de agentes en su doble función de vendedores y espías industriales.

Cuando una de las grandes empresas productoras de herramientas incorpora una tenología nueva a uno de sus productos, antes de que este adelanto se generalice debe pasar victorioso por el campo de batalla de la competencia con sus homólogas fabricantes del mismo producto, cada una pugnando por proteger y proyectar su marca. Para ello es necesario preservarse del espionaje industrial y al mismo tiempo vencer la resistencia de sus competidores y la inercia de la constumbre en el uso de lo ya obsoleto por parte de los consumidores, tarea que dura varios años hasta que la nueva técnica incorporada al producto se entroniza definitivamente en el mercado y pasa a reducir el tiempo de trabajo necesario de los productos para los que se utiliza.

Una vez superado el cretinismo de la propiedad privada burguesa y el consecuente divorcio entre producción y consumo, la movilización de los enormes recursos humanos y materiales que demandan las distintas pulsiones particulares de las empresas capitalistas vendedoras en competencia mutua para incidir sobre los consumidores, pierde toda razón de ser y desaparece. Su lugar en la historia es ocupado por la alternativa relación libre, democrática, solidaria, inteligente y activa entre los productores-consumidores asociados de las distintas empresas socializadas en cada rama industrial. Esta nueva relación de producción dominante tiende a borrar todo vestigio de atávicos prejuicios respecto de la innovación en el uso de los distintos medios de trabajo y en la organización fabril, lo cual demuestra por partida doble la ventaja tecnológica potencial relativa del socialismo como sistema social históricamente superador del capitalismo.

Siguiendo con el ejemplo de la relación funcional entre las industrias de la herramienta y automotriz, una vez desaparecido el aislamiento entre las distintas empresas otrora competidoras junto con el despotismo patronal en la producción y las coacciones de la publicidad masiva sobre el consumo final (de automóviles); usufructuando ya la herencia planificadora resultante de la socialización objetiva del trabajo preexistente bajo el capitalismo, ¿pueden o no los productores directos saber de cuantas horas de trabajo colectivo anual disponen dado el estado actual de la técnica y la organización del trabajo en cada rama de la industria?; ¿pueden o no distribuir las horas de trabajo entre la población activa?; ¿pueden o no determinar qué parte de la población consumidora no tiene las necesidades elementales resueltas? ¿pueden o no decidir que lo prioritrio pasa por el objetivo inmediato de que toda la población pueda acceder a esas necesidades?; pueden o no organizar la producción según ese objetivo? ¿pueden o no combinar democráticamente el máximo de satisfacción del conjunto de las necesidades, con un mínimo de trabajo de los productores? ¿qué puede impedir el hecho de que se debata y decida libre y democráticamente entre todos los ciudadanos si la industria automotíz ha de privilegiar o no la fabricación de vehículos de transporte colectivo?; ¿qué puede impedir el hecho revolucionario de que los consejos obreros de la industria de la herramienta en relación directa y totalmente transparente con los consejos obreros de la industria automotriz, constituyan un gran centro de investigación al servicio del progreso técnico en ambas industrias y la calidad de vida de todos?; ¿qué puede inpedir el hecho de que los congresos de consejos obreros de la industria automotriz decidan por mayoría (más probablemente por consenso), la asignación de los recursos para la fabricación de vehículos automotrices, una vez que los objetivos del consumo de estos vehículos han sido decididos democráticamente ex ante por otros organismos cívicos más amplios? Es que, los delegados con mandato expreso en un congreso como éste no podrían decidir sobre el tema con más idoneidad y eficacia que cualquier tecnócrata o que un ordenador, puesto que conocen su industria y pueden tener en consideración una cantidad de imponderables que ningún mercado ni ningún comité de planificación central introducirá en sus cálculos salvo, en la mejor de la hipótesis, por pura casualidad?:

7 - Mercado y planificación respecto de la asignación racional de recursos y del desarrollo humano.

Las usinas ideológicas de la burguesía, incluidos los partidarios del llamado "socialismo de mercado", insisten en que nada puede reemplazar al estímulo de la ganancia privada como garantía de la eficacia en el trabajo y la asignación de recursos. Pero pasan por alto el hecho de que esa motivación sólo es atributo de una minoría social cada vez más minoritaria, lo cual supone aceptar una sociedad realmente oligárquica, cuyo fundamento social es el trabajo forzado de la mayoría absoluta de la población: los productores directos, ya que privados de toda capacidad para deliberar y decidir sobre lo que se hace, cuanto y cómo. Y de esta división y desigualdad de poderes económicos y políticos entre patrones y asalariados, sólo puede resultar una eficacia técnica y económica que sólo atiende a los intereses de la minoría social opulenta, que decide discrecionalmente sobre el proceso global de trabajo, y que -como se demuestra a cada paso- nada tiene que ver con el desarrollo humano de la sociedad en su conjunto.

Nosotros pensamos que la verdad no resulta de las encuestas de opinión y no nos encontramos entre quienes piensan que la mayoría tiene siempre razón, del mismo modo que rechazamos por principio las "razones" de las minorías burguesas en el poder. Esto también lo extendemos a la mayoría de los productores-consumidores de la sociedad socialista futura, que no estarán excentos de cometer errores. Pero hay una diferencia respecto de la sociedad capitalista actual. Como lo prueba el grave desaguisado a raíz del uso de piensos cárnicos, o el llamado "Síndrome de los Balcanes", en una sociedad capitalista, quienes toman las decisiones sobre la asignación de los recursos en los procesos productivos raramente son los que sufren las consecuencias de sus "errores" y nunca los que más las sufren. Por el contrario, si los que deliberan, votan y deciden la asignación de recursos son los productores/consumidores, serán ellos mismos quienes pagarán el precio de cualquier error, lo cual reduce grandemente la posibilidad de la reincidencia. En efecto, de existir una democracia política real, es impensable que una mayoría social que no tiene socialmente hablando intereses particulares que defender, opte por cometer dos veces el mismo error dejando intangible un criterio de eficacia económica que supone la agresión continuada sobre la naturaleza, la penuria permanente de alimentos y vivienda o la crónica insuficiencia del personal de investigación médica y de atención hospitalaria, todo para mantener industrias criminales como las del automóvil. A estas alturas, sólo una interesada concepción apocalíptica de la naturaleza y de la sociedad humana puede seguir sosteniendo que la ganancia capitalista es el único criterio de desarrollo técnico y de asignacion posible de los recursos disponibles.

El progreso científico y técnico asociado a la ganancia capitalista y al fenómeno de la competencia es algo indiscutible. Pero a la luz de los hechos históricos, el prejuicio burgués que no concibe la innovación tecnológica en ausencia de la competencia capitalista no se infiere lógicamente de nada. Cuando se comenzó por primera vez a utilizar el fuego, el mercado no existía. Las técnicas agrícolas primitivas, el arranque histórico en la utilización de los metales e inventos revolucionarios como la rueda, el molino, o la imprenta, no han tenido absolutamente nada que ver con el fenómeno de la competencia, sino con algo más originario, profundo y trascendente, como la constante propensión natural de los productores directos a economizar esfuerzo laboral, así como la curiosidad intelectual y científica innata del ser humano.

En la misma línea argumental de justiticar la ganancia privada como el único estímulo del progreso tecnológico, cuando se insiste en que sin ese estímulo la producción cae en la inercia de la costumbre y el consecuente atraso técnico y económico, este criterio lleva implícito el supuesto falaz e interesado de que los productores directos -hoy asalariados dependientes- no tienen intrínsecamente ningún interés social por el progreso. Como si las dos aspiraciones proletarias permanentes a la reducción de su tiempo de trabajo y al goce de una más alta calidad de vida -tan anárquioca como compulsivamente usurpada la primera y constantemente reprimida la segunda- no fueran dos fuerzas alternativas genuinas insustituibles e históricamente insuperables, impulsoras del progreso técnico. La prueba está en que la mayoría de las innovaciones tecnológicas preceden a las exigencias del mercado, aparecen mucho antes de que el juego de la oferta y la demanda las convierta en realidades sociales de progreso efectivo. Como hemos visto ya, esto sucede recién cuando el coste económico de la innovación desciende hasta ponerse por debajo del coste de la mano de obra que reemplaza, situación que, por regla general coincide con el relegamiento económico y social de sus inventores. Con la no desdeñable diferencia de que la ganancia capitalista genera un progreso técnico distorsionado y cada vez más contrario y letal para la naturaleza en general y para los seres humanos en particular, mientras que el impulso socialmente incondicionado al progreso técnico de los productores-consumidores libres asociados, está cautelarmente previsto al servicio del equilibrio ecológico y del desarrollo humano.

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notas

nota 9

Artículo 23:

1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre eleccción de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias, de trabajo y a la protección contra el desempleo.

    1. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
    2. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualquiera otros medios de protección social.
    3. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.

Artículo 24

Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.

Artículo 25

    1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, viudez, invalidez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
    2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social

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