11. Conclusión: el capital más preciado

Marx dedicó la mayor parte de su vida al estudio de la Economía Política y "El capital" es su obra más conocida, a la que hay que añadir un importante número de ensayos, casi todos ellos muy voluminosos. A pesar de todo ello, estamos bastante lejos de disponer de un acuerdo mínimo sobre los aspectos básicos de su pensamiento económico. Después de su muerte, la Economía Política sigue librando una lucha sin cuartel contra toda clase de tergiversaciones, que ahora se nos presentan, además, como una adhesión inquebrantable al propio Marx. Algunos "marxistas" constituyen hoy los más peligrosos deformadores de su legado científico. Hemos detenido nuestro recorrido histórico a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, pero podíamos continuarlo hasta hoy mismo con los falsificadores de última hora. El transcurso del tiempo, su distanciamiento temporal con Marx y el secuestro de sus ideas por los académicos, no ha hecho más que agigantar la deformación de sus principios.

En vano buscará hoy el lector en los "Manuales de economía marxista" nada acerca del derrumbe del capitalismo, de sus límites, de su tendencia inevitable hacia el colapso. En ellos el capitalismo, o bien aparece como eterno, o bien se convierte en la antesala del socialismo. Mencionan con profusión, por el contrario, toda la cantinela relativa al subconsumo: demanda solvente, dificultades de realización, despilfarro, abarrotamiento de los mercados, etc. El sólo empleo de esta terminología basta a cualquier "Manual" para obtener un certificado oficial de buen "marxismo". La realidad, sin embargo, demuestra siempre que las primeras dificultades de las crisis "no se manifiestan y estallan primeramente en las ventas al por menor, relacionadas con el consumo directo, sino en la órbita del comercio al por mayor y de los bancos, que son los que ponen a su disposición el capital-dinero de la sociedad" (201). La realidad demuestra también con dramática contundencia que ante toda crisis hay que reducir el consumo y no aumentarlo, que hay que reducir plantillas y bajar los salarios. No es posible comprender, por otra parte, cómo las dificultades de realización pueden explicar la superproducción de capital-dinero, es decir, de la ganancia ya realizada.

Los subconsumistas aprovechan muy bien el hecho de que la manifestación más evidente de la crisis capitalista es la superproducción para llevar agua hacia su molino; pero superproducción no es igual a subconsumo. A esta confusión viene contribuyendo la subdivisión de la superproducción en superproducción de mercancías y superproducción de capitales, que no es verdaderamente afortunada porque los subconsumistas identifican mercancías con bienes de consumo, cuando en realidad mercancías son tanto los artículos de consumo como los medios de producción y, por tanto, la superproducción de mercancías es también superproducción de capital, o por decirlo con otras palabras, superproducción de capital-mercancías. Al mismo tiempo, la superproducción de capital se subdivide en superproducción de capital-dinero y de capital-mercancías, donde por mercancías hay que entender tanto los medios de producción como bienes de consumo. Ambos fenómenos no son independientes, pero tampoco se les puede identificar, no se les puede poner en el mismo plano. La superproducción de artículos de consumo aparece dentro ya de la crisis, cuando las empresas comienzan a racionalizar costes, reducir plantillas y bajar los salarios; surge porque ya no es posible mantener el ritmo precedente de acumulación, crece el ejército de trabajadores en la reserva y disminuye la capacidad de consumo de las masas en general. Pero, como se observa, eso es consecuencia de la crisis y de la sobreacumulación y no causa de ella; se trata de una contradicción secundaria y de escasa relevancia en el conjunto de la crisis.

Cuestión distinta es que el subconsumo exponga un dramático contraste entre las condiciones de vida del proletariado y la gigantesca acumulación de riquezas alcanzada bajo el capitalismo, de la cual únicamente pueden beneficiarse un puñado de oligarcas. La burguesía impide que el desarrollo de las fuerzas productivas se utilice para mejorar la calidad de vida y de trabajo de millones de trabajadores, que tienen vedado el acceso al tiempo libre, a la cultura, a los servicios y a la mayor parte de las posibilidades de expansión personal creadas bajo el capitalismo. Pero esta contradicción indignante no puede explicar la mayor parte de los fenómenos económicos del capitalismo porque es consecuencia y no causa de ellos: el capitalismo no puede entenderse de otra forma, pues no podría funcionar elevando los salarios y el consumo de las masas, disminuyendo la explotación y generalizando el disfrute de las riquezas obtenidas.

La superproducción de medios de producción es cuantitativa y cualitativamente mucho más trascendente que la de artículos de consumo, por la propia importancia que va ganando progresivamente el sector de empresas que fabrica medios de producción, frente a los que se dedican a elaborar los artículos de consumo. Pero sólo la superproducción de capital-mercancías alude a un problema de mercados y de realización, porque el capital-dinero es ganancia ya realizada, valor ya recuperado en el mercado. Ambos fenómenos, pese a su forma diversa, tienen el mismo origen: la insuficiente valorización, la disminución progresiva del volumen de beneficios con relación al capital acumulado. Esta superproducción es absoluta y proyecta capitales ociosos al área de la circulación que no encuentran una localización productiva y pugnan por abrirse camino frente a los capitales en funciones, dando lugar a tres fenómenos característicos: la exportación de capitales, la especulación y el incremento del consumo de lujo y ostentoso de los grandes magnates.

Si queda clara la causa de la crisis, queda claro el movimiento cíclico así como las medidas imprescindibles para salir del estancamiento. Como los mandamientos de la ley de dios, todas las intervenciones de política económica se resumen en dos: primero, elevar la cuota de ganancia, y segundo, destruir y desvalorizar el capital en funciones para sustituirlo por el capital nuevo, que se encuentra ocioso. Para elevar la cuota de ganancia hay que aumentar la cuota de plusvalía, es decir, la explotación de los trabajadores, despidiendo trabajadores, reduciendo salarios, incrementando los ritmos de trabajo, eliminando los derechos sociales, etc. La destrucción física y la desvalorización del capital viejo presenta también numerosas formas: amortización acelerada, reconversión, nacionalización por parte del Estado, ruina de los capitales más débiles y centralización y, sobre todos ellos, la guerra. La crisis, escribió Marx, tiene necesariamente que manifestarse "como algo violento, como un proceso de destrucción. Y es precisamente en las crisis donde se manifiesta su unidad, la unidad de lo dispar. La sustantividad que adoptan entre sí los dos factores que se complementan mutuamente es destruida de un modo violento. La crisis revela, por tanto, la unidad de las dos fases sustantivizadas la una con respecto a la otra. Sin esta unidad intrínseca entre factores al parecer indiferentes entre sí, las crisis no existirían" (202).

La guerra es un mecanismo de política económica al que, naturalmente, los economistas (burgueses y revisionistas) no prestan ninguna atención, a pesar de la enorme trascendencia que siempre ha tenido en todas las crisis económicas. No se ha inventado todavía mejor modo de superar las dificultades del capitalismo que esta gigantesca forma de elevación de la cuota de ganancia y de destrucción de capital. El olvido de los economistas es, no obstante, lógico porque la guerra acarrea estupendas consecuencias para iniciar un ciclo de auge económico, pero también evidencia con claridad los límites del capitalismo, algo que ni los burgueses ni los revisionistas quieren plantear. Por el contrario, para el proletariado la guerra plantea inmediatamente la urgencia de la revolución: o la revolución impide la guerra o la guerra desata la revolución. Para la burguesía la guerra es la única forma de someter aún más a unas masas ya extremadamente depauperadas y exhaustas por la explotación y la miseria. Los conflictos bélicos pueden convertirse en un fantástico negocio, pero acarrean riesgos incalculables y por eso es un recurso al que sólo acuden en último extremo, cuando todas las demás vías de escape de la crisis han agotado sus capacidades.

Para los marxistas la guerra forma parte integrante del análisis económico, que es imposible elaborar sin tener en cuenta la naturaleza histórica y transitoria del capitalismo. Todos los fenómenos económicos, y más las crisis cíclicas, sólo pueden entenderse y explicarse teniendo en cuenta la perspectiva indudable del hundimiento del capitalismo. Este hundimiento irremisible es consecuencia de las contradicciones internas y no de factores extraños al sistema mismo. En particular, la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción es la que desempeña un papel decisivo en la crisis letal del capitalismo; las fuerzas productivas están ampliamente socializadas, pero las relaciones de producción son privadas e impiden su libre desenvolvimiento. Las fuerzas productivas constituyen, por tanto, el factor más dinámico mientras las relaciones de producción de carácter privado han llegado a convertirse en un pesado fardo que obstaculiza cualquier progreso económico y social. Las primeras juegan un papel revolucionario y decisivo porque, en contraste con las segundas, están en perpetuo movimiento y transformación, desempeñando un papel determinante, principal y decisivo en el capitalismo que choca con unas relaciones de producción caducas, estancadas y retardatarias de toda evolución.

Pero dentro de las fuerzas productivas, es el proletariado el elemento más importante y más enérgico que moviliza y empuja el curso de la historia: "El hombre es el capital más preciado" dijo Stalin (203). żDónde está el catastrofismo, el determinismo, el mecanicismo, al que aluden los revisionistas? No hay ni asomo de eso en afirmar sin vacilaciones que el capitalismo marcha hacia su propio final y en apuntar qué amargo camino nos obligará recorrer antes de derribarlo. En ese duro camino es donde la necesidad ciega se transformará en necesidad consciente, donde se forjará la unidad de lo objetivo y lo subjetivo del proceso revolucionario, donde se verificará el tránsito entre el desplome y la revolución. El capitalismo ni es un modo de producción indefinido ni nos aproxima tampoco al socialismo; por el contrario, se descompone y degenera movido por sus propias contradicciones internas. Es la revolución lo que nos lleva hacia el socialismo; y la revolución es un fenómeno esencialmente consciente y subjetivo que madura entre las ruinas del capitalismo agonizante. Ambos fenómenos son igualmente ineluctables; la vertiente subjetiva no es menos inexorable que la objetiva porque ambos van encadenados y forman una unidad dialéctica. Del derrumbe del capitalismo brotará la revolución socialista.

Mario Quintana

notas:

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  1. E1 capital, III-l8, pg. 297.
  2. Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pg.32.
  3. Discurso pronunciado en el Kremlin con ocasión de la promoción de alumnos de la Academia del Ejército Rojo, 4 de mayo de 1935,
  4. Editions du Centenaire, Paris, 1974, pgs. 7 a 19.

 

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