4. La ley de los mercados de Say

La exposición del pensamiento económico revisionista no quedaría completa sin describir otro tipo de revisionismo, esta vez opuesto a las teorías subconsumistas, línea ésta defendida por Tugan-Baranovski y Hilferding. Junto a las posiciones tradicionales de Kautsky, prototipo de defensa del subconsumo, en la línea iniciada por Sismondi, el revisionismo defendió otro tipo de planteamientos radicalmente diferentes, que enlazaban directamente con los clásicos y, muy particularmente, con Ricardo, que no admitía ninguna forma de superproducción, ni la de mercancías ni la de capital, mientras que sus sucesores aceptarán la de capital, pero nunca la de mercancías, planteamiento que ya fue criticado por Marx como incongruente (58). Los posicionamientos que se caracterizan por la negación de la superproducción, asumen la defensa de la "ley de los mercados de Say" o de la correspondencia entre la producción y el consumo: no cabe subconsumo porque toda producción engendra su propio consumo. La primera exposición la hizo el economista ruso Tugan-Baranovski en 1894 en su obra "Estudios sobre la teoría y la historia de la crisis industrial en Inglaterra", traducida al alemán en 1901 con gran éxito entre la socialdemocracia. A diferencia de los subconsumistas, no partían de la demanda sino de la oferta, de la producción y consideraban, también acertadamente, que el capitalismo no tenía por objeto la satisfacción de las necesidades sino la recaudación de plusvalía. Para argumentar este criterio, Tugan-Baranovski interpretaba a Marx en ese mismo sentido: la producción puede desarrollarse independientemente del consumo y, en consecuencia, el capitalismo puede avanzar indefinidamente sin crisis. Según estos dos economistas, las ecuaciones de equilibrio expuestas por Marx en el Libro II de "El capital" demostraban la ilimitada capacidad de crecimiento de los mercados y, en consecuencia, negaban cualquier posibilidad de superproducción: "La producción puede ampliarse hasta el infinito sin conducir por eso a la superproducción", escribió Hilferding, para quien "cada rama industrial crea con su expansión una demanda para las otras, los sectores de la producción se alimentan mutuamente, la industria se convierte en el mejor cliente de la industria" (59) . De este modo, las tesis de Hilferding aparecen absolutamente incongruentes con sus propios postulados: niega la "plétora" o superproducción de capital y sin embargo toda su obra se caracteriza por subrayar el dominio del capital bancario y centrar el análisis económico en el ámbito de la circulación y especialmente del capital financiero.

La ley de Say, escribió Lenin, "se encuentra en flagrante contradicción con la doctrina de Marx sobre la evolución y la desaparición final del capitalismo" (60). Sus partidarios niegan la posibilidad de contradicción entre la producción y el consumo, entre la oferta y la demanda. Ante esto hay que decir que esta es una contradicción secundaria, pero es una contradicción al fin y al cabo: "Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas", decía Marx ya que la capacidad de consumo, a diferencia de la capacidad de producción, de la sociedad capitalista está limitada "por el impulso de la acumulación" que la reduce a un mínimo "susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos" (61). Es una ley económica del capitalismo expuesta por Marx que el sector dedicado a fabricar medios de producción avanza más rápidamente que el que elabora bienes de consumo; pero eso no significa que éste no avance en absoluto; avanza, aunque más lentamente que el otro. La acumulación amplía tanto el sector que produce medios de producción como el que produce bienes de consumo. La superproducción de bienes de consumo existe precisamente porque la producción se desliga del consumo y se comienza a fabricar en masa para un mercado anónimo: el proceso inmediato de producción y el proceso de circulación hacen que se desarrolle de nuevo y se ahonde la posibilidad de la crisis, que se manifestaba ya en la simple metamorfosis de la mercancía. La crisis existe desde el momento que esos procesos no se funden, sino que se independizan el uno frente al otro" (62).

El consumo depende de la acumulación. La acumulación determina tanto el salario de los trabajadores como el propio consumo de los capitalistas porque amplía tanto el volumen del capital constante como el del capital variable. Las teorías de Tugan-Baranovski y Hilferding que niegan la superproducción apoyándose en la ley de Say y se resumen en la idea de "fábricas que producen fábricas" ya fueron anticipadas por Marx: "La producción de capital constante no se realiza nunca por la producción misma, sino simplemente porque hay más demanda de él en las distintas ramas de producción cuyos productos entran en el consumo individual" (63). No existe la producción por la producción misma. La plusvalía tiene un triple destino: una parte se destina al consumo improductivo de la burguesía; otra parte se destina a incrementar el capital variable, es decir, los salarios y, en consecuencia, también se destina al consumo improductivo; sólo una tercera parte se destina al incremento del capital constante, es decir, al sector fabricante de medios de producción. Un error muy generalizado en la economía burguesa no considera ni el consumo improductivo de los capitalistas ni el de los obreros como parte de la acumulación capitalista, sino parte del coste de la producción. Desde ese punto de vista, lo que ellos denominan "ahorro" está destinado a ser invertido únicamente en medios de producción. Procediendo de esa forma es fácil caer en el error de tomar los salarios como la variable independiente y dejar el ahorro como un residuo, es decir, cambiar el curso causal de los acontecimientos. Como decía Lenin, "no es posible hablar de 'independencia' de la acumulación respecto de la producción de artículos de consumo, aunque sólo fuere porque para la ampliación de la producción hace falta un nuevo capital variable y, por consiguiente, también artículos de consumo" (64).

En la contradicción entre producción y consumo, es la producción la que desempeña el papel dominante: la producción va por delante del mercado, la oferta no espera a la demanda, el consumo no determina la producción. Marx no aceptaba que los problemas económicos pudieran analizarse desde el punto de vista de la demanda: "La gran industria, obligada por los mismos instrumentos de que dispone a producir en una escala cada vez mayor, no puede esperar a la demanda. La producción precede al consumo, la oferta fuerza la demanda" (65). Efectivamente, el capitalismo produce una brecha cada vez mayor entre la producción y el consumo, pero en eso consiste justamente la ganancia y la acumulación. El progreso del sector dedicado a la elaboración de bienes de consumo desempeña, sin embargo, un papel fundamental en el capitalismo, porque es el que incide sobre los salarios, el precio de la fuerza de trabajo.

La elevación del nivel de vida de la clase obrera forma parte de ese progreso del sector de empresas dedicadas al consumo improductivo. De aquí que determinadas conclusiones de los subconsumistas sobre el pauperismo carezcan de fundamento y, al mismo tiempo, eso tampoco significa que no haya pauperismo, es decir, que la condición de la clase obrera no empeore con el progreso del capitalismo. Las previsiones de Marx sobre la proletarización y el empobrecimiento creciente de la clase obrera son absolutamente exactas y responden a leyes inexorables del capitalismo. La condición material de la clase obrera no es mejor que hace l50 años; es simplemente distinta porque el capitalismo es distinto y crea necesidades distintas. Desde el punto de vista cuantitativo no cabe duda que la situación de la clase obrera sigue siendo la misma: el salario sigue siendo una medida de las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo; los trabajadores siguen sin poder ahorrar de sus salarios porque viven a nivel de pura supervivencia Si el problema se analiza relativamente es indiscutible que la situación de la clase obrera con respecto a la burguesía es infinitamente peor que hace siglo y medio.

Por tanto, el pauperismo crece pero no se puede argumentar en base a ello la existencia de una crisis de superproducción sino que, por el contrario, impulsa el crecimiento de la acumulación capitalista, que se vería dificultada si desaparecieran los bajos salarios y el ejército industrial de reserva: "La medida de esta producción en exceso la da el propio capital, la escala existente de las condiciones de producción y el desmedido instinto de enriquecimiento y capitalización de los capitalistas; no la da en modo alguno el consumo, que es de por sí limitado, ya que la mayoría de la población, formada por la población obrera, sólo puede ampliar su consumo dentro de límites muy estrechos" (66).

Marx se opuso tanto a las teorías subconsumistas de los románticos, como a la ley de Say, pero los revisionistas no tuvieron en cuenta sus críticas y adoptaron una de ambas posiciones: o bien consideraron que la producción depende de la demanda y de ahí derivaban el subconsumo, o bien, consideraron que no existía contradicción alguna y que toda oferta crea su propia demanda (ley de Say). Los subconsumistas exponen la ley de Say justo al revés: donde Ricardo y Say decían "toda oferta crea su propia demanda", los subconsumistas afirman "toda demanda crea su propia oferta" (67). Ambos tipos de errores tienen una raíz común, y es que Sismondi no se apartó de Smith en un desliz que éste (seguido luego por Ricardo) cometió: reducir todo el valor a renta, a ingresos de los trabajadores (salarios) y de los capitalistas (plusvalía). Para Smith como para Ricardo y Sismondi, es decir, tanto para los clásicos como para los románticos, no existe en el valor una parte que se dedica a reponer el capital constante sino que desglosan el valor en capital variable y plusvalía. Esto significa que la circulación sólo es posible como consumo improductivo, porque en cuanto se toma en consideración la parte de la plusvalía que se acumula, surgen todos los problemas de realización que han atascado a populistas, revisionistas, marxistas legales, etc. Y es que hay una parte del valor que sólo circula como capital y que no puede reconducirse a renta, es decir, que no son salarios ni ganancias. Para los clásicos como para los románticos, el capital constante no existe ya que continuamente tiene que descomponerse en ingresos de unos u otros. Marx no incurrió en este error ni tampoco en el de la "demanda solvente" o de la "demanda efectiva" que han tratado de aproximar su posición a la de Keynes. Marx defendió la existencia de contradicciones entre la producción y el consumo y, por tanto, la existencia de una superproducción de mercancías. Los problemas de superproducción, según Marx, radican en la misma producción. Por tanto, la superproducción no se amortigua con el consumo improductivo o con el despilfarro, elevando los salarios e incrementando el gasto público y demás recetas keynesianas, sino todo lo contrario.

notas:

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  1. Teorías de la plusvalía, tomo II, pg. 29.
  2. el capital financiero, cit., pgs. 265 y 282.
  3. "Algo más sobre la teoría de la realización", en Obras completas, tomo IV, pg. 85.
  4. El capital, III-15, pg. 243.
  5. Teorías de la plusvalía, tomo II, pg 35.
  6. E1 capital, III-18, pg. 297.
  7. "E1 llamado problema de los mercados", en Obras completas, tomo I, pg. 94.
  8. Miseria de la Filosofía, cit., pg. 119.
  9. Marx, Teorías de la plusvalía, tomo II, pgs.25-26.
  10. V. gr. Baran y Sweezy: El capital monopolista, Siglo XXI, 9ª Ed., México, 1974, pg. 7.

 

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