¿QUÉ
SOMOS?
Sólo estamos dispuestos a trabajar con
quienes sientan más horror al vacío ideológico en sus conciencias que al vacío
social en torno suyo.
Somos un grupo de gente que pretendemos
estudiar la teoría marxista para llevarla a la práctica, para aportar a la
revolución.
El estudio de la obra fundamental de
Marx, El Capital, no es para nosotros una tarea teórica, intelectual, sino un
quehacer revolucionario, un paso necesario para la toma de conciencia política,
para dotarnos de herramientas, para poder analizar, accionar, aportar en un
sentido revolucionario.
Este es el objetivo que nos mueve a
reunirnos periódicamente para estudiar en grupo El Capital. De este estudio van
saliendo acuerdos, análisis, charlas... Y son estos resultados los que vais a
encontrar aquí.
En esta presentación vamos a exponeros
los acuerdos fundamentales que nos unen, es decir, las tesis fundamentales que
defendemos. Como pretendemos accionar en un sentido revolucionario habremos de
estar de acuerdo en el concepto de revolución ; lo siguiente es el accionar,
dicho en términos políticos, el militar en un grupo, por eso incluimos otro
apartado titulado el militante práctico tradicional ; y por último no nos
resistimos a incluir un breve apunte sobre la situación actual.
A) EL
CONCEPTO DE REVOLUCIÓN
La revolución comunista consiste
esencialmente en un proceso de avance ininterrumpido o permanente de la
conciencia revolucionaria sobre los vínculos mercantiles y monetarios, tal como
Marx lo expresara en sus escritos correspondientes a la revolución de 1848,
precisando todavía más esta idea en su "crítica del programa de
Gotha". De lo contrario no hay revolución comunista posible.
La conciencia revolucionaria es
producto de un "profundo conocimiento científico" de la realidad
económica, social y política del capitalismo. En esto seguimos el pensamiento
de Lenin en su "¿Qué Hacer?".
El germen de esa conciencia
revolucionaria colectiva está en la auto-organización de los comunistas en
torno a la teoría revolucionaria, al materialismo histórico; con esto queremos
decir que la categoría de militante está determinada por la ineludible tarea
política del partido en orden a convertir a sus miembros en verdaderos
científicos sociales, con el dominio necesario del materialismo histórico
estudiado en sus fuentes originales que el propio curso de la revolución exige.
En esto procuramos seguir también la tradición marxista tomando como guía la
máxima de Lenin en el sentido de que "sin teoría revolucionaria no puede
haber movimiento revolucionario".
La estrategia de poder de los
comunistas agrupados en partido consiste en fundir la teoría revolucionaria con
el movimiento obrero práctico. Antes de la toma del poder, esto en modo alguno
significa que los trabajadores deban conocer en detalle la teoría
revolucionaria, aunque sí comprender en cada momento la necesidad de hacer lo
que la teoría revolucionaria prescribe y las circunstancias de cada momento
histórico permiten. Esta tarea de educación política debe recaer permanentemente
sobre los miembros del partido. Una vez tomado el poder, la principal tarea de
los aparatos ideológicos del Estado obrero es la de instruir obligatoriamente
al conjunto de la población en el conocimiento de la ciencia social, de la
teoría revolucionaria: el materialismo histórico, como base inexcusable para
las demás disciplinas del saber. Sin este requisito, el proceso revolucionario
se detiene e involuciona necesariamente, tal como lo ha demostrado la
experiencia histórica reciente.
La estrategia marxista de la revolución comunista una
vez que el proletariado ha conquistado el poder, consiste en apoyarse en la
proyección social de los vínculos políticos basados en la conciencia
revolucionaria y la práctica democrática, con la finalidad de ir reemplazando
paulatinamente los vínculos sociales del capitalismo estructurados en base a
las prácticas mercantiles y monetarias.
B) EL
MILITANTE PRÁCTICO TRADICIONAL
Tras la muerte de Lenin, la burocracia
que sedimentó en la URSS y demás Estados obreros surgidos de las revoluciones
posteriores a noviembre de 1917, rompió sistemáticamente, sin excepción alguna,
con todos estos principios políticos del marxismo recién enumerados.
El debate en la URSS durante los seis
años inmediatamente posteriores a la muerte de Lenin, saldó con el triunfo de
la línea stalinista consistente en congelar el proceso revolucionario,
intentando detenerlo indefinidamente en la llamada "economía de
transición", mediante una especie de combinación ecléctica entre la
planificación procomunista y el mercado pro-capitalista. Para ello, debieron
empezar por romper dentro del PCUS no sólo con el marxismo, sino con las más
elementales normas democráticas, inaugurando la metodología de apelar a la
violencia hasta el extremo del crimen político como medio para resolver las
diferencias ideológicas dentro del partido.
A nivel internacional, este cambio de
estrategia de congelar la lucha de clases a nivel nacional, esta ruptura con el
concepto de revolución permanente —introducido por Marx, Engels y la Liga de
los comunistas durante la revolución europea de 1848— se correspondió con una
política exterior de statu quo con el capitalismo, consistente en instrumentar
la IIIª Internacional con el propósito de poner límites sociales y políticos a
la dinámica revolucionaria abierta en procesos como la guerra civil española,
tratando de evitar que tales experiencias trasciendan los límites del sistema
burgués; para ello se han puesto al servicio de la estrategia reformista que
cuajó en la IIª Internacional desde 1914, supeditando la política de los
partidos comunistas a los intereses de la pequeñoburguesía.
Fue la estrategia de derrota llamada
"revolución por etapas", que quitó al proletariado toda iniciativa
revolucionaria, viéndose así reflejado ante semejante espejo, como una clase
incapaz de auto-determinarse, de no servir más que para ser mandada, en este
caso por la pequeñoburguesía, por los pequeños y medianos patrones .Tal ha sido
la nefasta filosofía política que inspiró los "frentes populares" en todo
el mundo.
Naturalmente
que para poder levantar todo este tinglado, los burócratas soviéticos, como
antes los reformistas de la segunda internacional, debieron empezar tirando el
materialismo histórico por la borda, y elaborar una teoría "ad hoc"
que difundieron a través de la academia de ciencias de la URSS haciéndola pasar
por marxismo. Lo mismo hizo el maoísmo en China, el Titoísmo en Yugoslavia,
etc.
Operaciones
políticas similares corrieron por cuenta del llamado "nacionalismo
revolucionario" en numerosos países del tercer mundo, como el Nasserismo
en el medio oriente y África, así como el populismo al estilo peronista en
América Latina.
De este modo, el materialismo histórico
fue escandalosamente mutilado y la lectura y estudio de las obras fundamentales
de Marx y Engels para la preparación teórica de los militantes fue quedando al
margen de la vida partidaria y de las obligaciones de sus miembros, para acabar
siendo reemplazada en nombre del marxismo por la literatura de partido, es
decir del Comité Central cuando no del Buro político y hasta del "líder
indiscutible", "gran timonel", etc., etc.
En los países del llamado bloque
socialista sin excepción, esta separación entre la cabeza y el cuerpo de los
militantes del partido, combinada con el enquistamiento en la sociedad
soviética de los estímulos materiales como sustituto de la conciencia
revolucionaria para una mayor productividad del trabajo, culminó en la fusión
del partido con el Estado.
A partir de este momento, la militancia
partidaria terminó por corromperse al extremo de abandonar la senda
revolucionaria para convertirse en un medio adicional de ganarse la vida
disputando puestos y prebendas al interior del "Estado obrero".
En cuanto a los partidos obreros del
occidente capitalista, cumplido el trámite de sustraer a la militancia de base
los medios (teóricos) necesarios para poder participar con conciencia y
conocimiento de causa en la elaboración de la línea política partidaria (única
garantía de mantener viva la tradición revolucionaria del marxismo en el
movimiento obrero), las direcciones burocráticas convirtieron a los partidos en
lo más parecido a empresas capitalistas, donde los militantes son asimilados a
simples obreros de fábrica.
Apartados de la teoría revolucionaria e
imposibilitados de toda capacidad para pensar con su propia cabeza, puede
decirse sin exagerar que los partidos obreros en modo alguno sirven para que
sus militantes recuperen su alma de proletarios enajenada en sus lugares de
trabajo, sino que al privarles de la razón revolucionaria, es decir del acceso
al conocimiento de los principios fundamentales del marxismo, pierden su
conciencia de clase por partida doble y, con ella toda iniciativa y
personalidad políticas, quedando convertidos en verdaderos instrumentos
motrices (pegar carteles, repartir volantes, etc., etc.) obedientes al
pensamiento de las direcciones. Tal como la relación entre amos y esclavos en
tiempos de Aristóteles:
<<En
efecto, el que es capaz de prever con la mente es un jefe por naturaleza y un
señor natural, mientras que el que se limita a usar su cuerpo para realizar
estas cosas es súbdito y esclavo por naturaleza>> (Aristóteles: "Política"
Libro I cap. 2)
<<El
ser vivo está constituido, en primer lugar, de alma (reducto de la inteligencia
y de la libre voluntad) y cuerpo, de los cuales uno manda por naturaleza y el
otro es mandado. (...) Lo mismo ocurre con todos los seres que se diferencian
de los demás tanto como el alma del cuerpo. Es el caso de la relación entre el
hombre y el animal (incapaz de razonar) y del amo respecto del esclavo (capaz
de actuar según la razón que se le da, pero no de poseerla, de tener razón).
Siendo que tanto el trabajo de los animales como el de los esclavos, consiste
en el uso del cuerpo, es mejor para ellos estar sometidos a esta clase de mando>>. (Ibíd.: Libro I cap. 5. Lo entre paréntesis nuestro)
Con el agravante de que las direcciones
de los partidos obreros vienen desde hace años dando a los militantes de base
un trato más humillante que los amos daban a los esclavos, porque la
"literatura para obreros" inventada por ellos, supone que no le
atribuyen siquiera la capacidad de razonar, que sí, por lo visto, conferían los
amos a sus esclavos.
Al mismo tiempo, toda la metodología de
reclutamiento está presidida por la idea de la instrumentación política que
también encuentra su fundamento en la justificación aristotélica de la
esclavitud:
<<La
ciencia del amo es la que enseña a servirse de los esclavos. Pues el amo no lo
es por adquirir esclavos, sino por saber servirse de ellos (...) el amo debe
sólo saber mandar lo que el esclavo debe saber hacer>> (Ibíd: Libro I, 7)
Este prejuicio de clase ha sido
adoptado por los burgueses y es, en esencia, el mismo que han hecho suyo los
burócratas a cargo de las direcciones en los partidos obreros en el mundo
entero hasta hoy día.
Los burgueses fundamentan la
superioridad sobre sus obreros mediante dos trampas ideológicas: la primera es
que los obreros son dependientes porque naturalmente carecen de iniciativa
empresarial y de voluntad propia para el trabajo; la segunda es que postulan
computar la ganancia extraída del trabajo no pagado a sus obreros, como
remuneración por el trabajo de supervisión, Marx cita al respecto un discurso
pronunciado por el abogado O' Connor durante un mitin celebrado en Nueva York
el 19 de diciembre de 1859, donde afirmó que:
<<"[...]
El negro es fuerte y posee el vigor necesario para el trabajo; pero la
naturaleza, que le dio esa fuerza, le negó tanto el raciocinio para gobernar
como la voluntad para el trabajo (Aplausos). Ambas cosas le han sido negadas. Y
la misma naturaleza que le negó la voluntad para el trabajo, le dio un amo para
imponerle esa voluntad, y para convertirlo [dentro del clima para el cual ha
sido creado], en un servidor útil tanto para sí mismo como para el amo que lo
gobierna [...] Afirmo que no es una injusticia dejar que el negro permanezca en
la situación en la cual lo ha puesto la naturaleza; darle un amo que lo
gobierne [...]; y no se lo despoja de ninguno de sus derechos cuando se lo
obliga a trabajar a cambio de ello y a proveer a su amo de una justa
compensación por el trabajo y el talento que emplea para gobernarlo y para
tornarlo útil a sí mismo y a la sociedad.>> (K. Marx: "El
Capital" Libro III Vol. 7 Cap. XXIII. Pp. 493 Ed. Siglo XXI/1977)
Obviamente, para Marx y los marxistas,
no hay úteros ni espermatozoides capitalistas y el trabajo de dirección y
supervisión no tiene nada que ver con la presunta diferencia de naturaleza
humana entre el burgués y el obrero, sino con específicas relaciones sociales
de producción determinadas por el grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas
productivas a partir del siglo XVII.
Es una consecuencia necesaria y común a
toda organización de la sociedad basada en el dominio de una clase social sobre
otra. De ahí que la lógica empleada por los capitalistas para justificar su
dominio sea, en esencia la misma que emplearon en su momento los ideólogos de
la sociedad esclavista. Desde esta común perspectiva:
<<...al
igual que el esclavo, también el trabajador asalariado debe tener un amo que lo
haga trabajar y que lo gobierne>>.
(K. Marx: ibíd.)
¿Por qué el asalariado debe tener un
amo que lo gobierne? Porque está despojado de sus medios de producción.
Pues bien,
exactamente lo mismo que ocurre en la empresa capitalista con los asalariados,
ha venido sucediendo y sucede con los militantes de base en la vida política
partidaria de una inmensa mayoría de organizaciones autoproclamadas
revolucionarias.
Son gobernados por las direcciones
burocráticas que sustraen a su conocimiento y manejo los medios de producir
política, esto es, la teoría revolucionaria.
Se dice que la teoría marxista es muy
difícil, imposible de asimilar por un obrero medio. Lo curioso es que esto no
lo dicen precisamente los burgueses, sino que es un prejuicio acuñado por los
amos del movimiento obrero políticamente organizado para servirse de sus
esclavos, para convertirlos en masa de maniobra, en mano de obra gratuita al
servicio de sus intereses de partido, a menudo ajenos al interés político de la
clase que dicen representar, como ha venido ocurriendo con el stalinismo.
Para nosotros, todo lo que sea rebajar
el nivel de exposición de la teoría revolucionaria, además de un insulto a la inteligencia
y capacidad de comprensión política del proletariado, es una concesión que se
le hace a la burguesía en el seno de su conciencia.
Según el "Manifiesto
Comunista", los comunistas son...:
<<...el
sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector más
avanzado (versión inglesa) que siempre impulsa adelante a los demás;
teóricamente tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara
visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento
proletario>> (cap. II. Lo entre paréntesis y el subrayado es nuestro)
Este párrafo articula dos ideas. La
primera, que los comunistas son el sector más resuelto para la lucha; la
segunda, que tienen una clara visión de las condiciones y de la marcha de esa
lucha.
Pues bien, los practicistas, militantes
tradicionales educados en el desprecio por la teoría, desligan espontánea y
automáticamente ambas partes de este párrafo; hacen una lectura prejuiciosa
ciertamente autocomplaciente y esquizofrénica del texto. Se quedan con lo que
les confirma en lo que son pasando por alto lo que les contradice o critica.
La firmeza y hasta la audacia de
cualquier decisión política, pueden fundarse en tres principios activos
alternativos, el sentimiento, el interés material o la convicción.
Marx odiaba tan profundamente el móvil
político del sentimiento como el del interés material, de modo que lo que para
él distingue a los comunistas respecto del resto de proletarios radica en su
acervo teórico revolucionario.
Claro que la mayoría del proletariado
se caracteriza por la pereza intelectual y la tendencia a delegar decisiones en
los líderes. Esta pasividad, en tanto no deriva de la naturaleza personal de
los obreros sino de su propia práctica social de mandados, sólo puede superarse
por emulación a la vista de la decisión e iniciativa en quienes son de su misma
condición social, pero de distinta condición política: los militantes
comunistas. Rebajar el nivel teórico de los simpatizantes para convertirlos
rápidamente en militantes con el fin de engrosar las filas del partido, supone,
pues, borrar la necesaria distinción cualitativa que hace el Manifiesto entre
proletarios y comunistas, entre militantes y simpatizantes, convirtiendo a
estos últimos en clientela política de direcciones con clara propensión a
imponer sus argumentos y decisiones al conjunto del partido y, a través de
éste, a las masas obreras, algo que nada tiene que ver con una política
revolucionaria, con la consigna acuñada por Marx de que "nadie hará por
los trabajadores lo que los trabajadores no sepan hacer por sí mismos".
Para nosotros, pues, es claro que la
distinción entre una organización revolucionaria y una organización reformista
está, entre otras cosas, en el diferente grado de convicción revolucionaria de
sus respectivos militantes y en el consecuente nivel de burocratización
relativa alcanzada por sus direcciones, habida cuenta de que sin democracia
real no hay comunismo.
En estos dos años y medio que llevamos
ciertamente sin hacer todo lo que pudiéramos por avanzar sobre el estudio de "El capital", muchas veces se
nos aconsejó, por activa y por pasiva, sobre la conveniencia de que rebajáramos
el nivel teórico y el consecuente esfuerzo intelectual que exige la obra
fundamental de Marx; todo ello en aras de lograr una mayor participación.
A esto respondemos con Marx que nada
podemos ni queremos hacer. ¿Por qué? Lo acabamos de fundamentar y volvemos a
repetirlo porque nunca se insistirá demasiado sobre ello: Somos plenamente
conscientes de que, cediendo a esos consejos de la militancia práctica
tradicional, estaríamos confirmando la idea contrarrevolucionaria de que los
obreros jamás podrán convertirse en comunistas porque ni siquiera están
capacitados para saber cabalmente cual es su lugar y el destino que le tiene
deparado la sociedad capitalista.
Para nosotros, la cualidad distintiva
de los comunistas como sector más resuelto y avanzado de entre los proletarios —tal
como lo plantea el "Manifiesto comunista"— supone empezar por la firme
resolución de vencer la resistencia a transitar por los senderos escarpados del
conocimiento científico.
El primer paso de toda táctica
comunista correcta no consiste, pues, en que cada grupo de vanguardia pugne por
reunir en torno suyo la mayor cantidad de obreros, sino en unificar esa
vanguardia en torno a la teoría revolucionaria.
En un primer momento, cuando hay que
empezar de cero, como en los tiempos que corren, cuando en las filas del
movimiento obrero impera la confusión ideológica de la que se aprovechan los
miserables desaprensivos de siempre —lo mismo que en Rusia a principios de este
siglo— más que el espíritu de identidad teórica debe prevalecer el espíritu de
la diferencia, más que el de unidad orgánica el de división.
Lenin escribió "Por dónde empezar" y el "¿Qué Hacer?" inspirado en este principio. Porque en
tiempos de confusión ideológica, la conciencia de los explotados se inclina por
la unidad de lo diverso, por la coexistencia de los contrarios, por la
"pluralidad en tolerancia" de que hoy tanto se habla.
En tales circunstancias, una política
cuyo objetivo inmediato y prioritario consista en sumar voluntades, no puede
fructificar más que sometiéndose a ese espíritu objetivo predominante en la
conducta de los explotados.
Cierto, la militancia revolucionaria es
una síntesis entre teoría y práctica, entre la ideología y la política.
Pero no es menos cierto que la
inteligencia y el arte revolucionarios consisten en dosificar correctamente los
dos componentes de esta síntesis según lo exigen las condiciones objetivas y
subjetivas de cada momento histórico.
Dijimos al principio que en condiciones
políticas y económicas favorables a la burguesía, los asalariados, en tanto
clase objetivamente supeditada al capital, tienden a pensar con la cabeza de la
burguesía y a comportarse según esa falsa conciencia.
Dijimos también que el proletariado
mundial está experimentando un profundo retroceso ideológico y una gran
dispersión política que ha permitido la no menos profunda ofensiva del capital
sobre sus condiciones de vida y de trabajo.
Decimos ahora que en semejantes
circunstancias favorables en casi todo al enemigo de clase, las tareas
políticas de agitación pasan necesariamente a segundo plano.
De lo que se
trata primordialmente ahora, por tanto, no es de tratar de unificar al
proletariado poniendo énfasis en las luchas defensivas de la clase en su
conjunto, sino de contribuir a generar un nuevo paradigma de militante
proletario comunista que aniquile sin piedad y para siempre al militante
práctico tradicional engendrado por las burocracias partidarias que condujeron
el movimiento a la derrota; de lo que se trata es de empezar a trabajar para
erradicar de las organizaciones políticas del movimiento obrero la división
clasista del trabajo típica de las empresas capitalistas, ese odioso y nefasto
abismo entre los que mandan porque piensan -muy a menudo con el lóbulo
izquierdo de la burguesía- y los que obedecen porque a través de la
"literatura para obreros" son educados para no pensar con la suya
propia sino con la de sus jefes ocasionales; de lo que se trata es de no volver
jamás a hacer concesiones a la burguesía en la conciencia de los asalariados;
de luchar para imponer en el movimiento obrero dos ideas fundamentales, la
primera, que un partido verdaderamente revolucionario sólo puede encarnar una
teoría: el materialismo histórico, la segunda, limitar el acceso a los
proletarios que hayan probado estar dispuestos a asociar su instinto de clase a
la vocación de convertirse en eficaces científicos sociales. De ahí que la
política de reclutamiento pase inflexiblemente por exigir cierto nivel teórico
a los simpatizantes.
Este fue el combate de Lenin para dar el primer paso en dirección a construir lo que fue el partido bolchevique:
<<Vemos,
pues, que las frases sonoras contra la fosilización del pensamiento, (por parte
de los eclécticos que pretendían instalar en el partido la confusión ideológica
imperante en el movimiento obrero) disimulan la despreocupación y la impotencia
en el desarrollo del pensamiento teórico. El ejemplo de los socialdemócratas
rusos ilustra con particular evidencia un fenómeno europeo general [consignado
hace ya mucho tiempo por los marxistas alemanes]: la famosa libertad de crítica
no implica (el propósito de) sustituir una teoría por otra, sino la libertad de
prescindir de toda teoría coherente y meditada (o sea, la coexistencia de todas
las teorías); significa eclecticismo y falta de principios. Quien conozca a
poco que sea el estado efectivo de nuestro movimiento verá forzosamente que la
amplia divulgación del marxismo ha ido acompañada de cierto rebajamiento del
nivel teórico. Mucha gente, muy poco preparada e incluso sin preparación
teórica alguna, se ha adherido al movimiento por su significación práctica y
sus éxitos prácticos>>. (V. I.
Lenin: "¿Qué Hacer?" Cap.
I)
Lejos de atender a estos sabios
principios, el comportamiento de los partidos obreros sin excepción durante los
últimos cincuenta años, consistió en asimilar su política de reclutamiento a la
típica técnica de captación de votos en las campañas electorales de la
democracia formal burguesa, donde a los posibles electores se les promete todo
sin exigirles nada.
Comportamiento tanto más descarado
cuanto más acusada es la confusión ideológica y más difícil se hace, por tanto,
encontrar gente dispuesta a militar para la revolución, porque —como sucede hoy—
arrecia la indiferencia o el desprecio de los asalariados por la acción
política de cualquier naturaleza.
En este sentido, al idea de que la
construcción de una internacional comunista no consiste en que una élite de
esclarecidos se dedique a organizar políticamente a los elementos más
combativos de la clase, pasa por seguir el espíritu de Lenin en rechazar toda
política de reclutamiento basada exclusivamente en la predisposición por el
combate abierto contra el enemigo de clase.
La táctica de una alternativa política
revolucionaria —tanto a nivel nacional como a escala internacional— pasa, pues,
por la auto-organización del proletariado en torno a las ideas del materialismo
histórico, donde los que dirijan —y no manden— deban ser los mejores exponentes
en esta tarea colectiva obligatoria.
Este
razonamiento nos lleva a acordar en que sólo estamos dispuestos a trabajar con
quienes hoy día sientan más horror al vació ideológico en sus conciencias que
al vacío social en torno suyo.
Esta es, a nuestro modo de ver, la más
importante y trascendente enseñanza que hay que sacar de la debacle del llamado
socialismo real. Por aquí es por donde hay que empezar.
Con el mismo espíritu que Marx esgrimió
tras la derrota de la revolución de 1848:
<<Las
revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a
sí mismas, se interrumpen constantemente en su propia marcha, vuelven sobre lo
que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan
concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la
mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario
para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más
gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la
ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que
no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: demuestra lo que
eres capaz de hacer>> (K. Marx:
"El 18 brumario de Luis
Bonaparte" Cap. I)
Cumplir esta tarea de empezarlo todo de
nuevo burlándonos concienzuda y cruelmente de los errores del pasado, tal es el
espíritu y la intención puesta en este escrito de presentación; conscientes de
que para completar esta imprescindible tarea, quienes estamos comprometidos con
la evolución no disponemos de mucho tiempo si es que queremos de verdad hacer
provechoso nuestro trabajo de acumulación de fuerzas políticas antes de que el
"viejo topo" empuje a un nuevo ascenso revolucionario de las masas
obreras a nivel planetario.
C) BREVE
APUNTE SOBRE LA SITUACIÓN ACTUAL
Estamos ante un retroceso estratégico
del proletariado mundial de dimensiones semejantes al que tuvo lugar tras la
derrota de la Comuna de París en 1871, que preparó las condiciones para el
relanzamiento de largo plazo del capitalismo internacional.
Estimamos que el proceso de
consolidación del capitalismo en Europa del Este, tanto como la contrarrevolución
burguesa en curso administrada por la burocracia "comunista" en China
y la URSS, ambos acontecimientos suponen una derrota estratégica del
proletariado a escala mundial.
Sin duda es ésta una tragedia de mayor
trascendencia ideológica y política que la caída de la Comuna de París. ¿Por
qué?
Pues, porque el ejercicio del poder
obrero en aquellas circunstancias se agotó en tres meses y fue muy poco más
allá de la lucha en las barricadas contra la Guardia Nacional francesa y el
ejército alemán.
Aunque dejó valiosísimas enseñanzas
para el futuro, aquella experiencia de ejercicio del poder por parte de los
comuneros duró muy poco, de modo que el proletariado internacional no vio todo
aquello como un fracaso de la gestión socialista, sino como la derrota militar
de un alzamiento.
En cambio, la autodisolución de lo que
el mundo conoció como "socialismo real", constituye la más profunda
incursión del dominio burgués al interior de la conciencia individual de los
asalariados en toda su historia, porque a los ojos del proletariado este hecho
aparece hoy como el resultado final sin solución de continuidad de la gloriosa
revolución obrera de octubre, con lo cual, la burguesía ve reforzada su idea
ante la opinión pública mundial, de que los asalariados no están hechos más que
para ser mandados por los patrones capitalistas y que todo nuevo intento no
puede desembocar sino en otro fracaso.
Para nosotros este hecho es, pues, de
una proyección política contrarrevolucionaria que tal vez no alcance a medirse
en decenios, aunque sí en varios lustros.
Efectivamente, la evidencia empírica
del dominio social continuado que los patrones capitalistas ejercen normalmente
sobre sus asalariados dentro de sus empresas —y fuera de ellas a través de los
aparatos ideológicos del Estado representante de sus intereses colectivos de
clase dominante— confirma día a día la falsa creencia de que los proletarios no
podemos pasar de ser unos mandados.
La única realidad aparente que había
venido haciendo contrapeso a esa creencia burguesa en la conciencia del
proletariado mundial, era la existencia del llamado "campo
socialista".
Desaparecido ese contrapeso bajo la
forma de esperanza frustrada, estamos asistiendo al más profundo retroceso de
la autoestima política de clase en la conciencia del proletariado mundial, que
nosotros coincidimos en atribuir a lo sucedido desde la caída del muro de
Berlín.
De lo contrario, aun cuando no se ha
tocado fondo, pensamos que el espectacular alcance de la actual ofensiva del capital
sobre las condiciones de vida y de trabajo del movimiento obrero internacional,
sin duda hubiera sido imposible.
Pero ahora, las condiciones objetivas
de la burguesía tampoco son las mismas de entonces.
Hoy día, la masa de capital global en
funciones no se mide por cientos de millones de unidades monetarias fuertes —como
durante la revolución de octubre— sino por centenas de billones, y las fuerzas
sociales productivas durante estos últimos setenta años han experimentado un
crecimiento sin precedentes en cualquier otro momento en la historia del
capitalismo.
Este crecimiento de la masa de capital
y de las fuerzas productivas supone que —a diferencia de lo que se verifica en
el organismo de las especies animales— cuanto más envejece el cuerpo social
capitalista según avanza el proceso de acumulación, el metabolismo del capital
se torna más y más acelerado, al ritmo cada vez más rápido en que se amortiza
la masa de capital fijo por el incesante desarrollo científico-técnico aplicado
a la producción de plusvalor.
De este modo, los períodos de
relanzamiento se tornan más cortos y las depresiones más largas y profundas,
por lo que la base material del sistema se convierte paulatinamente en el mejor
aliado de la vanguardia revolucionaria, en la medida en que contribuye cada vez
más a mantener viva la memoria histórica dando continuidad al espíritu
revolucionario dentro de la discontinuidad de la lucha de clases elemental.
La actual depresión del capitalismo es
muy grave, la más grave y prolongada de toda su historia.
Como observamos en nuestro trabajo
subsiguiente sobre las crisis capitalistas, la enorme masa de capital en
funciones arrojada del aparato productor de plusvalor, presiona a la baja de la
tasa de ganancia prolongando la larga fase recesiva del capitalismo mundial
iniciada a fines de la década de los sesenta.
En este contexto, todo el tiempo que la
burguesía tarda en apoderarse de la masa de población explotable existente en
Rusia y China —todavía en gran parte sustraída a la producción directa de
plusvalor— es tiempo que se vuelve políticamente contra ella, en la medida en
que la única posibilidad que le queda, no para salir de su crisis sino para
paliar sus efectos, está en redoblar su ataque a las ya deterioradas
condiciones de vida y de trabajo del proletariado bajo su actual dominio
directo, tanto en el centro como en su periferia.
De modo que todavía no está dicha la
última palabra y las luchas decisivas no han quedado detrás sino que las
tenemos delante de nosotros.
Decisivas en el sentido de que las
presentes circunstancias comportan una alternativa trágica para la humanidad.
Porque si en ese intervalo de tiempo no
se produce la conversión relativamente pacífica de estos dos inmensos países a
la explotación capitalista pura, la presión del capital sobrante se torna
insoportable hasta el punto de pugnar por conseguir el consenso social
necesario para poder desencadenar una tercera guerra mundial con arreglo a la
conquista de los mercados perdidos; pero la burguesía jamás ha podido emprender
una guerra sin el consentimiento tácito o explícito de sus clases subalternas.
Pues bien, ese consenso dependerá del
resultado de las luchas que el proletariado de los países capitalistas tiene
todavía por delante.
Y no nos referimos aquí a las luchas en
defensa de las condiciones de vida y de trabajo sin salirse del sistema
capitalista; porque la crisis exige que esas condiciones se deterioren como una
cuestión de vida o muerte del capital, imposibilitando por completo una lucha
exitosa de este tipo dentro de sus límites.
De modo que a mediano plazo el
proletariado de los países capitalistas tiene ante sí dos alternativas:
decidirse a luchar por el poder o servir otra vez de carne de cañón en una
nueva guerra genocida ajena a sus intereses de clase.
Es aquí donde la consigna de
"socialismo o barbarie" adquiere toda la dimensión dramática derivada
de la naturaleza de las cosas el actual sistema de vida.
Estos son nuestros acuerdos y estas
nuestras razones para haber decidido constituirnos en Grupo de Propaganda
Marxista
Éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
Grupo de Propaganda Marxista (GPM)
e-mail: gpm@nodo50.org