Necesidad histórica y posibilismo reformista del capitalismo

Esto explica la invasión en Santo Domingo (1963) y los golpes de Estado en Brasil (1964), en Indonesia (1965), en Chile (1973), en Argentina (1976), en Bolivia (1981), así como la desintegración política por medios bélicos (léase guerra fría) de la ex URSS y sus satélites en Europa del Este (1989/91), seguida, mas recientemente, de la intervención armada y desintegración política de la antigua Yugoslavia, y ahora de Irak. Todo ello dentro de la tendencia universal a las privatizaciones de las empresas estatales en países con “modelos” de acumulación preconizados por la IIª Internacional, que hizo suyos el stalinismo desde los años 30 del siglo pasado, y que florecieron en el occidente capitalista durante la onda larga expansiva del capitalismo, desde la segunda post guerra mundial hasta 1971.

Durante todo este período, esa corriente política de la pequeñoburguesía en el movimiento obrero, fue la que preparó a un ejército de teóricos y expertos económicos formados en las universidades del sistema, que, montados sobre una tasa de ganancia al alza sostenida, y al influjo de la “Teoría general... de Keynes”, se empeñaron a fondo en la tarea de desacreditar las investigaciones y los resultados científicos de Marx. Estos apologetas del “capitalismo con rostro humano” le objetaban haber basado sus estudios en el capitalismo liberal del siglo XIX, cuando parecía que la tesis de la anarquía capitalista centralizadora del capital presidida por la ciega ley del valor -que Marx entendió de ineluctable cumplimiento- había sido definitivamente superada por los logros del “Estado capitalista empresario del bienestar”, con sus políticas económicas “redistributivas” y sus “empresas mixtas”, cuyos paradigmas en Alemania, Francia y Suecia, fueron el caballo de batalla de formaciones políticas “comunistas” y socialdemócratas en el mundo entero, con experiencias de gobierno en numerosos países del llamado “tercer mundo”, como Egipto, Indonesia, Argelia, Libia, Irak, Siria, Yemen, Angola, Méjico, Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, etc., las últimas en Guatemala y El Salvador, simultáneas al recrudecimiento de la guerrilla colombiana intentando reincidir en el mismo sentido.

En realidad, la presunta “iustitia distributiva” dentro del capitalismo consagrada por los reformistas, no fue un “milagro” de la política económica implementada por los Estados empresarios, sino producto de la necesidad histórica del capitalismo presidida por la ley de la acumulación, en condiciones de aumento más que proporcional de la demanda de trabajo respecto de los medios de producción (Maquinaria, edificios, materias primas y auxiliares) empleados durante la reconstrucción europea y Japón, en el contexto de la conversión a la economía de paz de la economía de guerra. Estas condiciones del licenciamiento de los soldados y su reincorporación al trabajo con un acervo de capital constante y variable[7] esquilmados por los destrozos de la guerra, están comprendidas en el supuesto que Marx desarrolla en el punto 1, capítulo XXIII, Libro I de “El Capital”: “Demanda creciente de fuerza de trabajo, con la acumulación, manteniéndose igual la composición orgánica del capital”:

<<Bajo las condiciones de la acumulación supuestas hasta aquí –las más favorables a los obreros-, su relación de dependencia con respecto al capital reviste formas tolerables, o, como dice Eden, “aliviadas y liberales”. En vez de volverse más intensa a medida que se acrecienta el capital, esa relación de dependencia sólo aumenta en extensión; es decir, la esfera de explotación y dominación del capital se limita a expandirse junto a las dimensiones de éste y el número de sus súbditos. Del propio plusproducto creciente de éstos, crecientemente transformado en pluscapital (acumulado y reinvertido), fluye hacia ellos una parte mayor bajo la forma de medios de pago (salarios), de manera que pueden ampliar el círculo de sus disfrutes, dotar mejor su fondo de consumo, de vestimenta, mobiliario, etc. y formar un pequeño fondo de reserva en dinero. (...) El aumento en el precio del trabajo, debido a la acumulación del capital (en semejantes condiciones), solo denota, en realidad, que el volumen y el peso de las cadenas de oro que el asalariado se ha forjado ya para sí mismo, permiten tenerlas menos tirantes.>> (Op. Cit.)  

                Cosas como ésta no son motivo de preocupación para los “socialistas democráticos” europeos. Sería como hablar de la soga en casa del ahorcado. Si usted se va a la calle Ferráz donde se levanta el edificio de ese partido, y rasca un poco en su fachada, verá que sale sangre. Es la de los “mártires” de la guerra civil y los muertos de la Segunda Guerra Mundial. La socialdemocracia europea rompió las líneas políticas conservadoras para acceder a los respectivos gobiernos en sus países después de la guerra, como los alemanes rompieron la “Línea Maginot” para ocupar Francia durante la guerra: pasando por encima de los cadáveres que cubrían esas líneas. Esta es la verdad histórica. Esta es la verdad histórica sobre la génesis de los “Estados del bienestar”.

Pero una vez reiniciado el proceso de acumulación, con el paulatino aumento de la masa de capital en funciones, al que, por efecto de la competencia se le fueron incorporando los adelantos tecnológicos aplicados a los armamentos, el consecuente aumento en la composición orgánica del capital fue acercando el horizonte de una nueva crisis de superproducción absoluta de capital, que se puso de manifiesto en 1971, inmediatamente después de la inconvertibilidad del dólar. Ante la acelerada disminución del plusvalor global producido respecto del creciente capital invertido (como resultado de la cada vez más alta composición orgánica del capital en funciones, determinada por la fuerza productiva del trabajo aplicada sobre medios de producción más eficaces y costosos), la disminución en el aumento de la oferta en el mercado de medios de producción (máquinas, edificios, materias primas y auxiliares) determinó mecánicamente la disminución relativa de la demanda de salarios en el mercado de trabajo, que comenzó a crecer menos que el aumento del capital constante y de la población asalariada; así la creciente formación de un capital ocioso, fue la contrapartida del ejército laboral de reserva, ahora bajo la forma inaudita o inédita de paro estructural masivo.

                Esta evidencia empírica no hizo más que poner a cada cual en su sito, demostrando que el posibilismo estatal reformista, presentado como un determinismo histórico hegeliano del Estado sobre la sociedad civil y de la política económica sobre la economía política, no fue más que un relativismo histórico transitorio comprendido en el desarrollo espasmódico periódicamente interrumpido de la acumulación, bajo el principio activo del capitalismo –consistente en apoderarse de la mayor cantidad posible de trabajo necesario, para convertirlo en excedente- que dio pleno sentido científico a la “ley general de la acumulación capitalista” que Marx enunció y demostró en “El Capital”. (Ver: Libro I Cap. XXIII). Insistimos, el posibilismo reformista desde los años 50 se inscribe en la barbarie de la Segunda Guerra mundial, comprendida en la necesidad histórica objetiva del capital, dadas las condiciones particulares de la post guerra. No fue un producto de la política económica de los reformistas, sino de la economía política del capitalismo.

                Así, mientras los socialdemócratas tipo PSOE lastraban definitivamente el marxismo y toda política revolucionaria,  a la vista de un sistema de vida que parecía colmar para siempre los sueños económicos de obreros y patronos, mientras ellos cabalgaban alegremente por la superficie de la sociedad a la grupa del Estado burgués, la Ley general de la acumulación capitalista “trabajaba” en el subsuelo de la sociedad para alumbrar la necesidad histórica de la centralización y unidad internacional de los capitales anunciada por Lenin en 1914. Esta es la diferencia entre el “socialismo democrático” y el socialismo revolucionario, entre la política como arte de lo posible y como arte de hacer posible lo objetivamente necesario.

De ahí que, hechos -por su pragmatismo- al curso de lo necesario, se encargaron de cogestionar todas las consecuencias de la nueva realidad: paro masivo permanente con tendencia secular al crecimiento incesante y aumento criminal en los ritmos de trabajo, con sus secuelas de estrés asociado al aumento espectacular de los accidentes de trabajo y a la sociología de las drogas como válvula de escape hacia la muerte prematura de buena parte de la juventud, previamente condenada a la destrucción de su voluntad y de su inteligencia, además de exponerles a pasar simultáneamente por el infierno de enfermedades como la cirrosis, el delirium tremens, la arteriosclerosis, diversos tipos de cáncer, SIDA y accidentes de tránsito, entre otras noxas sociales determinadas por la exigencia de que los empleados suplan el lucro cesante de los que han sido arrojados al paro, trabajando más horas, con mayor celeridad y por el más bajo salario que sea posible. Para hacer artísticamente posible esta realidad de “progreso” saltando sobre el límite de la capacidad física y mental de los explotados, fueron “necesarias” sucesivas reformas laborales que los “socialistas democráticos” se encargaron de legislar y cogestionar en todo el mundo. ¿Se ha preguntado usted de qué naturaleza es la “necesidad” histórica de esta realidad y qué razón asiste a nadie para contribuir a que sea posible? No descartamos la probabilidad de, que, haciéndose esta pregunta, haya llegado usted a gente como nosotros. En estos tiempos y viniendo de donde viene, si fuera producto de una inquietud genuina, esta iniciativa suya sería casi un milagro y una honra para su persona.  

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notas

[7] Hay consenso en que los muertos de la Segunda Guerra Mundial ascendieron a 30 millones