IRLANDA DESDE 1913 HASTA HOY

Esta es la tendencia en proceso de cumplimiento que Lenin observó en países como Irlanda, donde muchas cosas habían cambiado desde los tiempos de Marx, Engels y la Primera Internacional. El cambio más importante de todos fue el relativo desarrollo industrial y el consecuente crecimiento de la clase obrera de Irlanda del Sur. El otro cambio importante vino dado por el hecho de que a esas alturas del proceso, la burguesía agraria de Irlanda del Sur había adquirido las tierras a los propietarios ingleses. El primer cambio tuvo su expresión política en 1913, durante la gran huelga obrera de Dublin en medio del proceso de negociación protagonizado por los burgueses agrarios del Sur agrupados en el Partido Parlamentario Irlandés (IPP) liderado ahora por el moderado John Redmond.

Con ese levantamiento, los obreros de Dublin demostraron en los hechos no albergar ninguna esperanza ni en el autogobierno que los nacionalistas reaccionarios estaban negociando en el Parlamento inglés, ni en la libertad por la que luchaban los nacionalistas radicales. Los obreros de Dublin demostraron en 1913 que la lucha en Irlanda sólo podía ser una lucha efectiva por la independencia nacional contra el desarrollo internacional desigual, si al mismo tiempo era una lucha por la emancipación de los trabajadores como clase, una lucha por la República socialista independiente de los obreros y campesinos pobres irlandeses en alianza con la clase obrera inglesa.

Esto mismo comprendió la burguesía angloirlandesa, y los Voluntarios del Ulster dirigidos por Carson, Londonderry y Bonar Law, convertidos desde 1912-13 en una fuerza clasista burguesa de choque, una fuerza contrarrevolucionaria dirigida a ahogar en sangre este nuevo movimiento de los obreros irlandeses, que amenazaban no sólo con unir a los obreros de los astilleros, de la industria textil y de los muelles de Belfast, sino también con extenderse a Inglaterra, donde los trabajadores amenazaban con una huelga general de apoyo a sus camaradas irlandeses. Esta es la enseñanza histórica que no sacaron los dirigentes de la pequeñoburguesía separatista irlandesa de aquellos tiempos y que jamás hará escuela en organizaciones como el Sinn Fein y el IRA, como esperan inútilmente los "comunistas" que militan al interior de esas formaciones políticas. Tal fue el significado de los acontecimientos de Dublin en 1913.

Estas previsiones de Lenin, quedaron totalmente confirmadas por la historia posterior. El escrutinio de las dos elecciones generales de 1910 en Gran Bretaña, había dejado a liberales y conservadores igualados en escaños, y, una vez más, el Partido Parlamentario Irlandés pudo ejercer la función de bisagra. En 1912, la Cámara de los Lores había perdido la facultad de vetar más de dos veces cualquier decisión de la Cámara de los Comunes, abriendo así a los partidarios burgueses del autogobierno, la posibilidad de conseguir su Ley de Autonomía.

Los protestantes del Ulster partidarios de la sagrada unión con Inglaterra, decidieron armarse. Su lider, el abogado y parlamentario conservador por Dublin, Sir Eduard Carson, por entonces preguntaba qué sentido tenía un parlamento autónomo, siendo que la mayoría de los irlandeses tenía sus propias tierras y los católicos su universidad. Más de 440.000 ciudadanos de Ulster firmaron declaraciones, muchas de ellas con sangre, en la que juraron no reconocer la autoridad de un posible Gobierno autónomo. En 1916, Carson procedió al reclutamiento de una fuerza armada con tal propósito, que llegó a reunir en los Voluntarios de Ulster más de 100.000 efectivos, y grandes partidas de rifles empezaron a llegar al país. Los nacionalistas sureños respondieron creando otra fuerza opuesta a la que denominaron Voluntarios Nacionales Irlandeses, cuya divisa llevaba las letras "FF" en honor de Fianna Fail, una legendaria banda de guerreros.

Sir Winston Churchil, quien por entonces se desempeñaba como ministro del gobierno liberal en funciones, fue el primero en adelantar públicamente una posible solución de compromiso, por la que seis de los nueve condados de la antigua provincia del Ulster -justamente los que habían sido colonizados por protestantes a comienzos del siglo XVII- quedarían definitivamente fuera del dominio de cualquier gobierno autónomo. El Partido Parlamentario Irlandés aceptó la propuesta con la condición de que la exclusión de los seis condados tuviera una duración de no más de seis años, confiando en que pasado ese periodo los protestantes unionistas del Ulster acabarían revisando sus posiciones contrarias al autogobierno irlandés.

Una vez iniciada la I Guerra Mundial, se llegó a un acuerdo por el que se aprobaba la Ley de Autonomía, pero su entrada en vigor quedaría en suspenso todo el tiempo que duraran las hostilidades. Mientras tanto, había que unirse contra el enemigo común alemán. Los nacionalistas reaccionarios aceptaron este compromiso y bregaron por su cumplimiento, con tanto entusiasmo que de los destacamentos de combatientes voluntarios que integraron el Ejército británico, fueron muchos más los procedentes de Irlanda que los de cualquier otra parte del Reino Unido. Esperaban que semejante demostración de patriotismo ganara las simpatías de los unionistas protestantes de la orden de Orange.

Los nacionalistas burgueses radicales desconfiaron de todo aquél tinglado que se montó en torno a la "Home Rule Act" y el lunes 24 de abril de 1916, junto con el Ejército de ciudadanos Irlandeses -una milicia creada y dirigida por el sindicalista James Connolly durante la huelga de 1913- se insurreccionaron contra el gobierno inglés. En total, no más de 1.600 hombres y mujeres salieron a la calle y ocuparon algunos edificios y lugares claves de Dublin, emitiendo un manifiesto en el que se consagraba el derecho del pueblo irlandés a la soberanía de su país proclamando establecida la República irlandesa como un Estado independiente, prometiendo garantizar la libertad civil y religiosa y la igualdad de derechos y de oportunidades para todos sus ciudadanos.

Tras una semana de lucha sangrienta que dejó a Dublin en ruinas, los rebeldes se entregaron y el gobierno británico ejecutó a casi todos sus líderes encarcelando a más de otros 4.000 rebeldes. Al momento de la acción, el levantamiento careció de apoyo popular, pero ante la crueldad de represión británica fue creciendo hasta desencadenar un proceso de radicalización popular.

Durante las navidades de ese año, en un gesto de buena voluntad David Lloyd George excarceló a 560 presos irlandeses participantes en la revuelta. Entre ellos estaban Arthur Griffith, fundador del Sin Féin, y Michael Collins. Otro grupo de prisioneros fue amnistiado en la pascua de 1917. Entre ellos estaba Eamonn De Valera, el último dirigente preso que sobrevivió a las ejecuciones.

Desde el alzamiento de Pascua hasta la Guerra de la Independencia, los trabajadores demostraron haber experimentado una clara recuperación después de los acontecimientos de 1913 en Dublin. La afiliación sindical subió de 120.000 a 319.000, la mitad de los asalariados. De la Revolución Rusa les inspiró algo que jamás pudieron ver en la voluntad política de sus dirigentes nacionalistas: la experiencia del doble poder protagonizada por los soviets que llevó al triunfo la consigna de la dictadura del proletariado.

En abril de 1918, alarmada por un serio revés en la guerra, la burguesía Británica decidió extender el servicio militar obligatorio a Irlanda, introduciendo a cambio una nueva ley de autonomía más favorable a las aspiraciones de los separatistas, basada en la división de la Isla. Los trabajadores respondieron con una huelga general. A caballo de ese movimiento, la jerarquía católica condenó el reclutamiento forzoso y el Partido Parlamentario Irlandés de Redmond abandonó la Cámara de los Comunes suspendiendo cualquier planteamiento demócrático para perseguir la causa. El gobierno británico tuvo que dar marcha atrás con la medida.

En 1919, 40.000 trabajadores de Limerick salieron a luchar por la semana de 44 horas. Ante la declaración de la ley marcial dispuesta por el ejército inglés y la denegación de permisos de viaje para los trabajadores que vivían fuera de la ciudad, los sindicatos y el Consejo del Trabajo organizaron una huelga general y tomaron el control de la ciudad. Durante catorce días, los trabajadores ocuparon los principales periódicos para explicar las razones de sus demandas, regularon el precio de los alimentos para combatir a los especuladores, utilizaron su propia moneda y dispusieron destacamentos especiales para los servicios fundamentales. Fue lo que se llamó el Soviet de Limerick. A ese movimiento le siguió una huelga nacional de camioneros contra la obligación de obtener permisos del ejército inglés, que fue ganada con el apoyo de toda la población del país.

En 1920, más de 3.000 trabajadores de Munster se levantaron contra sus patrones, los Cleeves, una familia opulenta propietaria de molinos, panaderías, la prensa de Limerick y 14 lecherías. Un año antes sus 3.000 asalariados no tenían sindicato y recibían uno de los sueldos más bajos de Irlanda (85 peniques a la semana). Se organizaron y tras una huelga por mejoras salariales en 1919, el segundo sábado de mayo de 1920 tomaron el control de todas las empresas de la familia. La bandera roja fue izada en la lechería de Knocklons y la placa de la empresa quitada. En su lugar se puso un letrero que decía "Lechería Soviética de Knocklons. Nosotros hacemos mantequilla sin beneficios". Todos los almacenes de la empresa también fueron ocupados, los gerentes removidos de sus puestos y nombrado un nuevo directorio. Dos toneladas de mantequilla se hicieron cada día incluyendo pedidos provenientes de Belfast. Tras varios días de control obrero de la empresa, los trabajadores presentaron a los dueños una lista de demandas, incluyendo más paga, menos horas de trabajo, más días festivos, remoción de los gerentes y ninguna represalia. Tras 11 horas de negociaciones, los Cleeves concedieron estas reivindicaciones. De vuelta a la lechería, su primer actividad fue tapar el letrero soviético pintando encima con pintura verde, el color nacional preferido por los irlandeses.

Estimulados por esta experiencia exitosa, los trabajadores irlandeses desencadenaron una ola de ocupaciones, principalmente en Munster. La asociación patronal de Granjeros de Co Wexford advirtió de los agitadores terroristas de la bandera roja. Allí 400 propietarios fueron expropiados por los trabajadores agrícolas, hasta que el IRA utilizó su poder armado disuasorio y su prestigio para respaldar a los propietarios, invocando la autoridad de los Tribunales de la Tierra republicanos, que ordenaron un ultimatum de desalojo a los "ocupantes ilegales".

Este no fue un incidente aislado. El IRA ya había reventado una huelga de granja en Bulgaden y malogrado la ocupación soviética de los molinos en Quarterstown, haciéndose eco de la alarma levantada por la condesa Markievice, quien advirtió de la inminencia de la revolución social. Decidiendo que todo esto era una amenaza grave para la república, los dirigentes del IRA acusaron a los obreros revolucionarios de transformar la lucha por la emancipación nacional en una guerra de clase. Para el IRA, evidentemente, la idea republicana de libertad de Irlanda se reducía, en esencia, a la libertad de explotación del trabajo asalariado por parte de una burguesía nacional.

En 1921 y 1922 ocupaciones soviéticas similares sucedieron en molinos y lecherías en al menos 15 localidades, en el Puerto de Cork , trenes del norte de Cork, la cantera y los barcos de pesca en Casteleconneil, fábricas de coches en Tipperary, así como las empresas de gas locales, una fábrica de ropas en Dublin, aserraderos en Killarney, la fundición de hierro de Droghoda, gas de Waterford, minas en Arigna, etc.

La mayoría de estos movimientos fueron exitosos al lograr que los patrones atendiesen a sus demandas por mejores condiciones de vida y de trabajo. Reflejaban dos cosas: la solidaridad creciente entre los trabajadores y un idealismo político que vislumbraba una Irlanda libre no solamente del ejército inglés sino también de los burgueses y jefes políticos nativos. Ellos llamaban a sus ocupaciones soviéticas, impresionados por el ejemplo de los trabajadores rusos que habían establecido sus propios consejos, llamados soviets para dirigir aquella nación.

Todo aquello pudo haber conducido a un cambio social pero se agotó por la carencia de un partido revolucionario de masas. Cuando la Unión de trabajadoras irlandesas (ahora una sección del FWUT) llamó a los lideres de la unión para extender las ocupaciones ninguna de ellas puso ninguna atención. Paralizados por la ideológía burguesa nacionalista hegemónica, ellos no se opusieron pero tampoco apoyaron.

El resultado de esta radicalización de los trabajadores irlandeses se tradujo en las primeras elecciones generales desde el fin de la guerra. El Sinn Fein rompió la disciplina electoral con Westminster y creó la suya propia con su propio Parlamento en Dublin, eligiendo a De Valera como "presidente de la República". Esta estrategia tuvo un éxito de participación rotundo y el Sinn Fein ganó esas elecciones por mayoría aplastante. El gobierno de Londres respondió desconociendo el proceso electoral y al nuevo parlamento irlandés, decretando ilegales sus leyes e impidiendo por la fuerza las funciones del nuevo gobierno. El IRA inició la guerra de independencia.

El conflicto adquirió todas las formas de lucha y medios de acción de una guerra civil. El 21 de noviembre de 1920 ocurrió el episodio históricamente conocido como "Domingo Sangriento". Michael Collin sorprendió y mató a doce oficiales ingleses en sus camas. Por la tarde, durante un partido de futbol celebrado en el Croke Park de Dublín, la policía mató a doce civiles. Numerosas familias de irlandeses huyeron de sus casas hacia el monte temiendo ser víctimas de actos de venganza por parte británica. La guerra de guerrillas se extendió y todo quedó fuera de control. Entre julio de 1920 y julio de 1922 se cobraron 457 vidas, de las que 257 fueron católicos-

Durante este período, los diputados unionistas continuaron asistiendo al parlamento británico. Allí dejaron claro que nunca aceptarían la idea de un gobierno autónomo para toda la Isla, pero sí acordaron con la propuesta formulada por Churchil, que en 1920 se denominó "Acta del gobierno para Irlanda (Government of Ireland Act), donde se contemplaba la división del país, concediéndole a seis de los condados del Ulster su propio parlamento regional como parte del Reino Unido.

En mayo de 1921, durante las elecciones a los dos parlamentos regionales irlandeses, el Sinn Féin ganó todos los escaños en el Sur y los unionistas en el Norte, consolidando la división política de la Isla. En medio de los enfrentamientos entre el IRA y la fuerzas del gobierno británico, los acontecimientos derivaron en el tratado del 6 de diciembre de 1921, por el que en el Eire se creó el "Estado Libre de Irlanda" tutelado por un gobernador civil con mandato británico, con la permanencia de bases inglesas en su territorio, mientras que los seis condados del Ulster -con el nombre de Irlanda del Norte- seguiría bajo soberanía política directa inglesa.

De inmediato, el nuevo Estado Libre de Irlanda se vio dividido. Por un lado, el gobierno provisional resultante del acuerdo del 6 de diciembre, con Michael Collins y Arthur Griffith a la cabeza (64 escaños); por el otro los Sinn Feiners dirigidos por Eamonn De Valera (57 escaños). El IRA se dividió en dos; una mitad siguió a Collins, que aceptó la partición entre el norte y el sur. La otra mitad liderada por Eamonn De Valera que se negó a reconocer el tratado, y Dublin volvió a ser escenario de una sangrienta guerra, esta vez entre irlandeses de uno y otro bando. En los primeros seis meses de gobierno, el Estado Libre del Sur bajo el mandato de Eamonn De Valera, mandó ejecutar a 77 republicanos, más de los que habían matado los británicos en la anterior guerra anglo-irlandesa. El 22 de agosto de 1922 Collin murió tiroteado en una emboscada que los republicanos le tendieron en una carretera de Cork, su condado natal. Su correligionario Arthur Griffith murió pocos días antes de muerte natural a causa de un exceso de fatiga. La guerra civil finalizó en 1923 con la rendición de Eamonn De Valera, quien, sin embargo, iba a coprotagonizar los cincuenta años siguientes de la historia irlandesa.

En 1925, el Estado Libre negoció la aceptación definitiva de la partición del Ulster a cambio de ventajas financieras y preferencias comerciales en el intercambio de productos irlandeses con la Commonwealth y con el mercado inglés. Fue en esta época cuando se iniciaron las primeras incursiones del gran capital europeo en el Estado Libre, alemanes en el sector hidroeléctrico y belgas en la industria azucarera, en el contexto invariable de la dependencia comercial y financiera respecto del Imperialismo británico y en la no menos invariable política de favor hacia los terratenientes y la gran burguesía industrial, en detrimento de los campesinos que representaban la inmensa mayoría de la población irlandesa.

En 1927, al frente del Fianna Fail (Guerreros de Irlanda) en coalición con los laboristas, De Valera decidió entrar a participar en el Parlamento (Dail). Esa coalición llegó al poder en 1933. Al tiempo que prometió rehabilitar la vieja lengua y cultura gaelicas, De Valera siguió engañando a los irlandeses con el sueño político embrutecedor de que sin una revolución social en Inglaterra era posible que...

<<Ya nunca más ni nuestros hijos ni nuestras reses serían carne de exportación, (vislumbrando) una tierra de paisajes brillantes salpicados de acogedores caseríos, de campos y pueblos alegres, con el sonido de la industria y el alborozo de niños fuertes y sanos, con jóvenes atléticos compitiendo limpiamente, con lindas y alegres muchachas y hogares en torno a los cuales poder escuchar toda la sabiduría de los que han alcanzado la serenidad de la vejez>> (Eamonn De Valera. Citado por Brian Bell en:"Irlanda" Ed. El País-Aguilar)

El gobierno del Fianna Fail se lanzó a una política de nacionalismo económico, suspendió el pago a Inglaterra de la deuda y aumentó los aranceles de importación para favorecer la industria nacional, con lo que se consiguió que Irlanda alcanzara la autosuficiencia en cordones para zapatos, pero la penuria recrudeció. Tal como en los tiempos de Marx y Engels, ese país no dejó de alistar mano de obra barata a los ejércitos de reserva de los EU.UU. e Inglaterra, presionando a la baja de los salarios en esos dos países imperialistas. Todavía a principios de los años 30 del siglo XX, el 43% de los hijos e hijas de irlandeses vivían en el extranjero. Para distraer a los irlandeses de a pie de esa realidad sangrante, los burócratas gobernantes del Fianna Fail promulgaron una nueva Constitución que suprimió la fórmula de prestar juramento de fidelidad al Rey de Inglaterra, al tiempo que se reclamaba la soberanía sobre los 32 condados de Irlanda (música celestial), y el gobernador era reemplazado por un presidente, a la vez jefe de Estado.

En 1938 se firmó un acuerdo con Inglaterra por el cual Irlanda saldó sus deudas con el Reino Unido a cambio de la evacuación de las bases navales en el Eire. Con este acuerdo se puso fin a la guerra económica. Ese mismo año, ante la inminencia de la Segunda Guerra mundial, De Valera anunció que Irlanda se declararía neutral. Churchil le ofreció una futura Irlanda unida a cambio de que entrara en Guerra permitiendo que la flota británica utilizara sus puertos. Convencido de que la neutralidad haría el milagro de conseguir la autodeterminación de una Irlanda unificada, De Valera respondió negativamente a la propuesta del nuevo líder británico.

En 1948, el Clan Poblachta coaligado con el Fine Gael de Cosgrave -dirigido ahora por John A. Costello- ganó las elecciones y se hizo cargo del gobierno. Para sacar ventaja a De Valera, el nuevo gobierno modificó la Constitución. Así, el 21 de diciembre de 1948 el Eire se transformó en República de Irlanda y dejó de formar parte de la Commonwealt. A excepción de los seis condados comprendidos en la provincia septentrional del Ulster, Irlanda alcanzó su plena independencia constituyéndose en lo que hoy se conoce como República de Irlanda. Este nuevo status jurídico-politico de Irlanda no afectó en absoluto a las relaciones de producción capitalistas preexistentes en ese país y, por lo tanto, tampoco alteró su dependencia económica respecto de los países capitalistas más avanzados. Esto demuestra, a priori, que en la etapa tardía del capitalismo, en tanto no entorpece los efectos del desarrollo internacional desigual ni obstaculiza la tendencia objetiva a la centralización y unidad internacional de los capitales, la autodeterminación de las naciones debe ser perfectamente compatible con la realidad del imperialismo. Los datos históricos de carácter económico, social y político que aportamos a continuación, corroboran las previsiones con que Lenin completó la teoría materialista histórica de la autodeterminación nacional.

Tras las decisiones separatistas adoptadas por el gobierno de Costello, que se reafirmaban en la reeivindicación de soberanía sobre los seis condados del Norte, las relaciones angloirlandesas empeoraron momentáneamente. Como réplica, el gobierno Inglés aprobó un decreto conocido por el "Acta de Irlanda", según el cual, Inglaterra no aceptaría ningún cambio en status jurídico de Irlanda del Norte sin el consentimiento del Parlamento de Stormont. Y dado que los protestantes doblaban en número a los católicos, el cambio era poco menos que imposible sin una guerra civil.

Esta situación no supuso una mayor afirmación del gobierno del Eire respecto de los poderes fácticos usufructuarios del proceso de autodeterminación nacional en curso. Cuando el ministro de Sanidad, Noel Browne presentó un proyecto de reorganización de la salud pública y de la seguridad social, la jerarquía católica vio amenazado el monopolio que detentaba en esos asuntos y Costello prefirió ceder ante los obispos. Browne dimitió y el gobierno cayó en 1951. A todo esto, para la clase obrera y los campesinos del Eire nada había ido a mejor desde que esa parte de Irlanda inició el proceso de descolonización.

Ese mismo año de 1951 el Fianna Fail volvío al gobierno y allí se mantuvo hasta 1973. Durante ese mandato, Irlanda del Sur salió de su aislamiento, mejoraron sus relaciones con Gran Bretaña y pasó a formar parte de la ONU. Tras la Segunda Guerra mundial que permitió al capitalismo salir de la crisis al coste de treinta millones de muertos, el alza de la tasa de ganancia que inició la última onda larga expansiva del sistema, reabsorbió el ejército industrial de reserva, mejoró el nivel de vida de la sociedad capitalista en general y amplió temporalmente los márgenes de maniobra de la política burguesa de dominio sobre el proletariado, dando pábulo al llamado Estado del bienestar.

A esta nueva situación quedó atada la población trabajadora de Irlanda. Encerrados por propia voluntad de los nacionalistas irlandeses en un Estado burgués económicamente dependiente, los trabajadores irlandeses no pudieron sustraerse a los mecanismos motorizados por la ley general de la acumulación capitalista y su corolario: el desarrollo internacional desigual de la economía mundial. Esos mecanismos pasaron a operar ahora en base a una nueva categoría dominante: el capital multinacional. Fue así como desde fines de la década de los cincuenta, bajo el mandato presidencial de Eamonn De Valera, la burocracia política al frente de la flamante República "libre" de Irlanda decidió lastrar la memoria histórica de todos los que en este siglo cayeron luchando por la liberación nacional, abriendo las puertas del país a capitales extranjeros multinacionales de la rama electrónica, farmacéutica y de bienes de uso durable. Con este fin hasta se avinieron a una iniciativa del primer ministro del Ulster, Terence O'Neill, para gestar una posible cooperación económica entre las dos Irlandass, función del necesario estímulo que una común voluntad de estabilidad política pudiera favorecer la radicación de inversiones extranjeras.

Lo que vino después sólo fue más de lo mismo. A caballo de la nueva situación expansiva, y tal como en tantas otras regiones del planeta, el capital multinacional acudió a Irlanda del Sur para convertir los restos de producción mercantil simple y de trabajo social doméstico en producción capitalista, a la vez que ampliar las bases sociales de la acumulación ya existentes mediante la creación de nuevas necesidades. Y para eso, a falta de un idioma vernáculo suficientemente extendido, el capital extranjero -preponderantemente inglés- ni siquiera tuvo necesidad de adaptarse al galés como medio de comunicación históricamente adecuado a los fines capitalistas de apoderarse de toda la población trabajadora disponible para los fines de la acumulación.

Entre 1958 y 1970, el sector industral del Eire creció en un 200% y las exportaciones de manufacturas aumentaron una media del 23% anual en valor y un 18% en volumen. El producto agrícola creció un 50% con la ayuda de fuertes subvenciones a la producción y a la exportación. Durante este período también se registró un fuerte incremento en la inversión directa de capitales multinacionales gracias a incentivos fiscales y financieros del gobierno nacionalista. En este período, la industria llegó a ocupar el 30% de la población activa, superando al empleo agrícola en un 1/5 y el producto bruto industrial dobló al agrícola. Sin embargo, el aumento de la demanda laboral en la industria urbana y los servicios no consiguió absorber la gran cantidad de mano de obra excedente del sector agrario, hecho agravado por la tradicional política natalista del Estado Irlandés.

Hasta ese momento, el problema del paro había venido siendo paliado mediante la válvula de escape de la emigración a otros países del mundo anglosajón. Pero esta salida peligraba si una crisis económica provocaba una recesión en los países anfitriones. En segundo lugar, a pesar del crecimiento de la producción industrial, la mayor parte provenía de inversiones extranjeras cuyo producto estaba orientado principalmente a la exportación, por lo que la mayor sensibilidad de estas empresas a las condiciones económicas mundiales y la alta dependencia del país respecto del capital extranjero, significaba que cualquier recesión fuerte del sistema capitalista a nivel internacional, retraería la demanda exterior de los productos irlandeses de esas industrias y, por tanto, la producción del país, con el consecuente aumento del paro.

A comienzos de 1972, Irlanda del Sur entró en la C.E.E. y las ingentes ayudas financieras recibidas a condición de favorecer la penetración del capital multinacional, permitieron ampliar la escala de la producción industrial de las empresas extranjeras ya establecidas y la instalación de otras nuevas. Así fue cómo muchos pequeños productores agrarios abandonaron sus aperos y emigraron a la industria urbana, donde ganaban bastante más dinero trabajando como asalariados, especialmente para las fábricas de componentes electrónicos. El fenómeno migratorio interno fue de tal magnitud, que un eufórico ministro de comercio de la época llegó a decir que Irlanda estaba en trance de convertirse en "la California de Europa". Un hecho objetivamente revolucionario, paradójicamente opuesto al sentimiento antiimperialista pequeñoburgués del nacionalismo radical, difundido por los ideólogos del IRA y del Sin Feinn entre sus miles de militantes y simpatizantes, aunque cada vez más con la boca pequeña.

Esta situación cambió bruscamente desde principios de la década de los 80. En el contexto del agudizamiento de la crisis de superproducción y del consecuente receso del comercio internacional, el desmantelamiento de la industria provocado por la huida de las multinacionales piratas radicadas en el Eire, elevó espectacularmente el paro y la inflación llegó a niveles jamás alcanzados.

Así, desde diciembre de 1920 hasta hoy, la historia de la República Libre de Irlanda del Sur ha confirmado, punto por punto, las previsiones de Lenin en cuanto a que, en la etapa imperialista del capitalismo, los regímenes de dominio político directo de las metrópolis sobre países de la periferia, día que pasa constituyen más y más un anacronismo, y que la autodeterminación de las naciones en modo alguno tiende históricamente a eliminar o moderar el desarrollo desigual y la dependencia económica de las ex colonias respecto del imperialismo sino al contrario, agravando la opresión social de los trabajadores en esas partes del mundo. Aunque ahora indirectamente, a instancias de políticos "libertadores" sobrevivientes convertidos en burócratas a cargo de los flamantes Estados "libres", que junto a la burguesía "nacional" asociada con el capital multinacional, se reparten los pingues beneficios del ya viejo tinglado que pasa por acumular capital y penuria relativa, para usufructuar mayores cúmulos de riqueza y poder social en manos de minorías cada vez más exiguas y parasitarias, a expensas del trabajo asalariado de mayorías cada vez más mayoritarias.

Idéntico proceso se está operando en Irlanda del Norte. En la nota (2) hablamos de las ventajas históricas relativas de Irlanda del Norte. Estas ventajas no deben sin embargo hacer olvidar el hecho de que Irlanda del norte ha sido y es bastante menos próspera que el resto del Reino Unido. Su índice de desempleo es actualmente el doble o más que la media nacional y su nivel de vida medio -aunque más elevado que el de Irlanda del Sur- se ha mantenido secularmente bastante por debajo del existente en la metrópoli.

Los protestantes constiruyen el 63% de la población total de Irlanda del Norte y su status social es, por término medio, superior al de la minoría católica. Los cargos directivos de las empresas industriales y comerciales, así como los puestos administrativos superiores han venido siendo desempeñados por personal de confesión protestante.

La población de niños católicos desescolarizados aumenta con la edad, con un 42% en la primaria, un 27% en la secundaria y un 22% en la superior. El ausentismo y abandono escolar se produce por causas económicas: bajos salarios y altos impuestos.

El índice de natalidad de la comunidad católica sobrepasa sensiblemente al de las familias protestantes y el índice de mortalidad es el mismo (10%) Según esta realidad, la proporción de la población católica debería aumentar por simple crecimiento vegetativo. Sin embargo se mantiene desde hace medio siglo en el 35%. Esta estabilidad se explica porque siendo más pobres y de familias más numerosas, los trabajadores del Ulster se ven obligados a emigrar. Se calcula que la mitad de los emigrantes de Irlanda del Norte son católicos y su destino es Gran Bretaña, EE.UU. y Canadá.

De todo esto se concluye que, a despecho de toda la sangre derramada, gracias a la invariable colaboración informal objetiva entre la burguesía imperialista británica, los burgueses unionistas del Ulster y sus colegas nacionalistas católicos del Eire, las causas económicas y sociales que en tiempos de Marx y Engels obstaculizaron la unidad política de los obreros ingleses e irlandeses, se mantienen intactas.

Ahora bien, aun cuando tanto el norte como el sur se beneficiaron esos años de la onda larga expansiva del capitalismo de postguerra, dado el histórico atraso relativo de Irlanda del Sur, el aumento de las inversiones y el empleo durante la década los sesenta, infundió allí un mayor dinamismo económico, de modo que el progreso social de los trabajadores católicos del Sur fue más notorio para sus hermanos del norte. Este efecto demostración proveniente del Eire, sin duda hizo más patente la discriminación de la minoría cristiana en el Ulster, y no es casual que en las luchas que emprendieron al final de esa década, pesaran tanto las conquistas de los derechos civiles postergados dentro de aquella sociedad, como el anhelo nacionalista de decidir soberanamente sobre ella.

En 1968, la gota que colmó el vaso de las tensiones contenidas fue el hecho de que un Ayuntamiento del condado de Tyrone -donde muchas familias católicas con prole numerosa estaban necesitadas de vivienda- concedió casa a una joven protestante soltera. Siguiendo el ejemplo de los negros en EE.UU., los nacionalistas locales hicieron primero una sentada y luego una manifestación pro-derechos civiles. En octubre de ese mismo año se convocó a una nueva marcha, esta vez dentro de las murallas de Londonderry. El gobierno del protestante de O´Neil la prohibió, pero unas 2.000 manifestantes decidieron desbordar a las fuerzas de la Royal Ulster Contabulary (RUC). El duro enfrentamiento fue registrado por televisión y trasmitido a todo el mundo.

Este fue el inicio de una serie de escarmuzas en las que las tropas de las RUC se vieron sobrepasadas una y otra vez hasta que debieron pedir El 16 de agosto de 1971, el gobierno británico envió tropas del ejército a las calles de Belfast y Londonderry en apoyo del poder civil. Estos hechos provocaron la resurrección del IRA que, como fuerza de combate políticamente significativa, había dejado de existir en 1962.

Empezaron las actos terroristas por medio de vehículos bomba, francotiradores y explosivos en bares y demás lugares concurridos. El gobierno británico respondió con el encarcelamiento sin juicio previo de todo sospechoso de terrorismo. La comunidad católica se unió ante las consecuencias de semejante arbitrariedad, y ante la tortura y vejación sistemática de los militantes políticos en las prisiones, y el apresamiento de gente por simples sospechas infundadas víctimas víctimas del internamiento y maltrato, el odio que se desencadenó fue tal, que esas crónicas de sucesos llegaron a las pantallas cinematográficas de todo el mundo.

Esta situación empeoró dramáticamente cuando durante una manifestación que tuvo lugar en Londonderry el 30 de enero de 1972, hubo 13 muertos por disparos del ejército. Fue el segundo Domingo Sangriento que sembró de violencia no sólo el territorio del Ulster: Un mes más tarde, el IRA hizo explosionar una bomba en los cuarteles de Aldershot, en Inglaterra, matando a siete personas.

Por imperativo moral, el gobierno del Eire no dejó de dar refugio a los miembros huídos del IRA, condenando los actos represivos del imperialismo inglés, pero sus políticos trataban de no ver implicado a su país en todo aquello. Es que la guerra civil deterioraba seriamente la economía del Ulster, mientras el sur disfrutaba de una prosperidad sin precedentes.

Dos meses después del Domingo Sangriento, el primer ministro inglés Edward Heath cerró el Parlamento de Stormont que había estado activo durante medio siglo, e impuso un gobierno directo desde Londres. El IRA devolvía en atroces atentados la implacable violencia de la discriminación social y el paro estructural del sistema en el Ulster, a lo que el gobierno inglés respondía con la permanente intimidación de su aparato militar en las calles y la violenta requisa periódica en casas de barrios católicos. Esta espiral de barbarie selectiva se llevó por delante 2.500 vidas de gente directa o indirectamente implicada en la causa de uno y otro bando. Las reclamaciones hechas por los reclusos del IRA en 1981, que en una prisión del Ulster se declararon en huelga de hambre para que se les reconociera como presos políticos, fueron desatendidas por el gobierno de Thatcher que dejó morir a 10 de los huelguistas.

En medio de la confrontación armada, y tras varias iniciativas infructuosas del gobierno inglés por dar solución al contencioso, el Sinn Fein experimentó cambios trascendentales, tanto en su dirección como en su política. Esto ocurrió a partir del Congreso realizado en noviembre de 1983, donde Ruairy O´Bragaigh, presidente del movimiento desde hacía 13 años, el vicepresidente Daithi O´Connail y algunos otros dirigentes, fueron sustituidos por Gerry Adams, dirigente de los 6 condados del Norte en la presidencia, y Fhil Flynn en la vicepresidencia, al mismo tiempo que varios militantes de la corriente de Adms pasaron a formar parte del Comité Central de la organización.

Respecto de la política electoral, el Congreso rompió con la tradición abstencionista. Para el movimiento republicano, linspirado en el principio siempre mantenido a la unidad de Irlanda, la particiíon del país hacía ilegítimos los dos Estados, el del norte y el del sur. Por tanto, había que rechazar ocupar cualquier escaño, tanto en Leinster House (Sur), como en Stormont y, por supuesto, en Westminster.

En este Congreso, por el contrario, se decidió que las batallas electorales son primordiales aunque se mantenga y reafirme el principio de boycot de los electos a sus escaños parlamentarios. Para la dirección anterior, un cambio como éste es el principio de un compromiso irremediable con las instituciones y, a través de él, con la partición del país.

Los hechos históricos posteriores han demostrado que la dirección saliente en este Congreso tuvo razón en cuanto a lo primero, pero se equivocó al pronosticar que un compromiso del IRA con las instituciones suponía consolidar la partición de Irlanda.

La dirección del Sinn Féin salida de este Congreso y que desde entonces todavía se mantiene, tras contribuir a una tregua del IRA, ha conseguido que se consolide y en un tercer momento llegar finalmente a un acuerdo con Londres, Belfast y Dublin. Según el acuerdo firmado por el Sinn Féin, los republicanos radicales abandonarían sus aspiraciones de soberanía sobre el Ulster, voluntad política que se concretaría eliminando las cláusulas constitucionales de la República de Irlanda al respecto. A cambio de ello, desaparecería el acuerdo británico-irlandés de 1920 que determinó la partición de la Isla.

Este acuerdo se firmó en Stormont el 10 de abril de 1998, fue ratificado por referendum en mayo por el 71% en el Ulster y el 94% en el Eire. Entre los puntos del pacto figura la creación en el Ulster de una Asamblea autonoma o autogobierno compuesta por 108 dipurtados elegídos por representación proporcional. En esas elecciones celebradas en junio participó el Sin Féinn y su Líder Gerry Adams, pasó a formar parte del nuevo ejecutivo del Ulster, habiendo aceptado que esta parte de Irlanda no dejará de pertenecer al Reino Unido, mientras su población no lo decida democráticamente por mayoría.

Días antes de ser premiado con el Nobel de la Paz, el Jefe del Partido Socialdemócrata laborista (SDLP) John Hume, había declarado que:

<<Para Gran Bretaña, el Ulster no es una colonia sino un "engorro", un costoso quebradero de cabeza sin ventaja económica alguna>> (Citado por Javier Tusell en "El País" 8/10/98. Pp.15)

Como hemos expuesto más arriba, la división entre católicos y protestantes tuvo sentido desde la época de Enrique VIII hasta Cronwel por razones geopolíticas, y posteriormente sirvió a la burguesía incipiente británica para evitar la descolonización de esa zona, cuya riqueza natural y población sobrante permitió optimizar la acumulación de su capital industrial, manteniendo a niveles mínimos los costes en capital circulante (salarios y materias primas).

En otra parte de nuestra página (.....) explicamos la teoría marxista de las crisis económicas capitalistas. Allí distinguimos al respecto entre dos etapas del desarrollo capitalista. En la etapa premonopolista la masa de capital y de trabajo sobrantes a la salida de cada depresión en metrópolis capitalistas como Inglaterra, era totalmente reabsorbido por el aparato productivo durante las fases cíclicas subsiguientes de recuperación y expansión. En esos momentos, la demanda de mano de obra sobrepujaba a la oferta, los salarios aumentaban y la ganancia disminuía acercando así el horizonte de la crisis. Mantener en el atraso relativo a países como Irlanda, permitíó a los burgueses colonialistas ingleses en tiempos de Marx, presionar constantemente los salarios a la baja

Pero a medida que la magnitud absoluta del capital en funciones -incluida la parte invertida en salarios- fue aumentando históricamente por el proceso mismo de la acumulación, mayor se hizo el excedente de capital y mano de obra excedentes a la salida de cada ciclo periódico y, por tanto, mayores las dificultades para su reincorporación al aparato productivo. Así, de crisis en crisis, la masa de capital en funciones alcanzó la medida en que su creciente parte sobrante se hizo crónica dándo pábulo al fenómeno conocido como paro estructural masivo, que se mantiene e incluso crece con independencia de la secuencia de los ciclos periódicos.

Ahora bien, en la medida en que el desarrollo de la fuerza productiva y el consecuente aumento en la composición orgánica aceleran el metabolismo del trabajo por el capital y aumentan su masa excedente en las metrópolis, este magnitud creciente de capital excedentario sólo puede preservarse como capital productivo, apoderándose de medios de trabajo y mano de obra explotables en la periferia del sistema. Este proceso se sincroniza con la tendencia de esos capitales -devenidos así en multinacionales- a su unidad internacional, fenómeno que los teóricos apologetas del capitalismo han dado en llamar globalización. Bajo semejantes condiciones histórico-económicas, previstas por Lenin cuando sólo se insinuaban veladamente, mantener el régimen colonial en el Ulster no tiene ningún sentido. Tal es el razonamiento que determina el deseo y el comportamiento de las burguesía británica y del resto de países de la cadena imperialista; el mismo razonamiento que subyace en las afirmaciones del católico moderado John Hume que acabamos de citar; el mismo que impregnan las palabras pronunciadas por Gerry Adams en el transcurso de una entrevista concedida a la periodista Ana Romero en marzo del año pasado:

<<Si Dios quiere, veremos una Irlanda unida, porque la lógica económica, social y política, está encaminada hacia la constitución de una sola región. Eso ocurrirá dentro de 20 o 25 años>> (G. Adams "El Mundo" 7/3/99 Pp.7)

Desde luego que no será la Irlanda que soñaron y por la que murieron y todavía hoy luchan las bases políticas del IRA y del Sinn Féin. Los G. Adams y los Hume lo saben aunque se cuiden muy mucho de explicarle estas cosas a la gente. Es que habiendo desaparecido ya la base material que justificó social y políticamente aquella realidad descrita por Marx, el hecho de que la "lucha por la defensa de la patria" se mantenga viva todavía hoy en sitios como Irlanda, no tiene ya nada que ver ni con las necesidades del capital en su etapa tardía, ni con la estrategia de la revolución socialista. Sí con los ideales abstractos (de cierta militancia contestataria de base), con el oportunismo arribista (de determinados burócratas políticos) y con específicos intereses (de sectores corporativos dentro de los aparatos de Estado en funciones) que así devienen todos ellos ajenos a las clases sociales en pugna, respecto de las cuales quedarán como figuras contingentes de la historia.

Si el comportamiento de los nacionalistas radicales en países como Irlanda tiene algún interés científico, ese valor está en que verifica una vez más, empíricamente la tesis marxista de la relativa autonomía de las superestructuras ideológicas y políticas, que permite prolongar en el tiempo determinadas formas de pensar, sentir y actuar, una vez desaparecidas las condiciones económicas y sociales que le dieron sentido histórico en tanto realidades efectivas.

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