EL CASO POLACO

Como es sabido, hasta que la revolución bolchevique de 1917 reconoció e hizo realidad el derecho a la autodeterminación de Polonia, desde el siglo XVII en que este país sufrió su primer desmembramiento, su historia fue una sucesión de luchas que su pueblo vino librando contra la dominación política y la opresión cultural extranjera a cargo de Austria, Prusia y Rusia.

La insurrección de 1863 fue un episodio más en todo este proceso. Su trascendencia para el tema que nos ocupa consiste en que constituyó parte del material histórico en el que Marx y Engels se basaron para elaborar su doctrina de la autodeterminación nacional, que Lenin retomó entre febrero y Mayo de 1914.

Esta insurrección tuvo su antecedente en otra ocurrida en noviembre de 1830. Dirigido por la alta nobleza polaca, este movimiento fue aplastado por la nobleza zarista en febrero de 1831. La principal causa de esta derrota fue que no tuvo por propósito realizar una revolución nacional (puesto que excluyó a las tres cuartas partes de la población polaca) ni fue tampoco una revolución política o social, ya que, de triunfar, no supondría cambio alguno en la situación de las masas populares. Esta experiencia inspiró a un movimiento más radical encabezado por la pequeña nobleza y elementos burgueses, que adoptaron un programa democrático donde incorporaban medidas favorables a los campesinos.

Este nuevo movimiento organizó una nueva insurrección, esta vez de carácter nacional y popular, que llevó a cabo en febrero de 1846, y que la policía prusiana logró desbaratar en gran parte deteniendo a sus principales organizadores. Pero al haber estallado en varios lugares, fue en Cracovia donde los revolucionarios lograron -si bien fugazmente- hacerse dueños de la situación; formaron un gobierno nacional que lanzó un manifiesto aboliendo las cargas y vinculaciones feudales. Finalmente, las tropas austríacas aplastaron el movimiento a comienzos de marzo.

Marx y Engels dejaron testimonio de su homenaje a esta "gloriosa" insurrección de Cracovia, en sendos discursos pronunciados durante un acto celebrado en Bruselas el 22 de febrero de 1848. Lo más importante de estos testimonios radica en haber discernido que la insurrección de Cracovia había demostrado que un movimiento de liberación nacional en aquella época, era auténtico y, por tanto posible, sólo si al mismo tiempo era un proceso de revolución social burguesa. Distinguiendo entre la insurrección de Cracovia y su antecedente inmediato anterior de 1830, Marx decía durante aquél discurso en Bruselas lo siguiente:

<<Los hombres que en Cracovia marchaban a la cabeza del movimiento revolucionario se hallaban profundamente convencidos de que solamente una Polonia democrática podría ser una Polonia independiente y que la democracia polaca no podría lograrse sin la abolición de los derechos feudales, sin un movimiento agrario que convirtiera a los campesinos tributarios en campesinos libres, en propietarios modernos. Sustituid a los aristócratas rusos por los aristócratas polacos y con ello no habréis hecho otra cosa que naturalizar el despotismo. (...) La revolución de Cracovia ha dado a toda Europa un glorioso ejemplo, al identificar la causa de la nación con la causa de la democracia y la liberación de la clase oprimida (...) Ha vuelto a ser Polonia quien ha tomado la iniciativa, pero esta vez no la Polonia feudal, sino la Polonia democrática; y a partir de este momento la liberación de Polonia es una cuestión de honor para todos los demócratas de Europa>> (K. Marx Op.cit.)

En 1863 volvió a estallar la insurrección en Polonia. Del mismo carácter de la inmediata anterior en Cracovia y dirigida por el mismo sector de la nobleza polaca subalterna. Esta vez se inició como respuesta popular a la campaña especial de reclutamiento ordenada por el gobierno zarista y el gobierno de Polonia, con el fin de alejar de las ciudades a los jóvenes polacos revolucionarios. Al comienzo, la insurrección fue dirigida por un Comité Nacional Central formado en 1862 por el partido de la pequeña nobleza, popularmente conocido por "los rojos". Su programa reivindicaba la independencia nacional de Polonia, fundada en la igualdad de derechos para todos los habitantes varones del país, sin distinción de religión y origen; la entrega sin indemnización en propiedad a los campesinos de la tierra que cultivaban; la abolición de la prestación personal; la indemnización a los terratenientes por su tierra a expensas de los fondos del Estado, etc.

En el curso de la insurrección se sumaron al movimiento elementos que se agrupaban en torno al partido de la gran aristocracia agraria y de la gran burguesía conocido por "los blancos", que intentaban utilizar el movimiento para renegociar en mejores condiciones para sus intereses la continuidad del dominio zarista en Polonia.

Debido a la falta de firmeza del partido de "los rojos", la dirección de la insurrección pasó a manos del partido de los "blancos", sellando su derrota por anticipado que se consumó en el verano de 1864 mediante un aplastamiento brutal a mano de las tropas zaristas. Con el mismo espíritu que le llevó a apoyar a los revolucionarios de Cracovia durante 1846, esta vez en nombre de los emigrados alemanes en Londres Marx escribió un llamamiento en el que exhortó a salir en ayuda de los insurrectos polacos de 1863.

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