La respuesta de los asalariados
como fuerza de trabajo genérica a la lógica específica del capital

Las formas de lucha con que el proletariado ha venido desbaratando la “organización científica del trabajo”, responden a todas estas “noxas” sociales. Entre estas formas está el absentismo, el sabotaje tipificado como “faltas de cuidado”, “defectos”, “porcentajes crecientes de desperdicios”; actitudes que Benjamín Coriat ve como “una resistencia a entrar en la fábrica” y que pueden ser actos voluntarios o resultantes de una fatiga excesiva. [14]

En suma, la Ley de la Caída Tendencial del Salario Relativo es el contexto en el que Marx encuadra todas las luchas de la clase obrera moderna por la reducción de la jornada de trabajo. Luchas en el seno del capital, a menudo sordas y aparentemente intrascendentes, pero históricamente revolucionarias. Refiriéndose a ellas en un pasaje de “Salario Precio y Ganancia”, Marx dice que “Si en sus conflictos diarios con el capital (los trabajadores) cediesen cobardemente, se descalificarían para emprender movimientos de mayor envergadura”. [15]

En esta línea de razonamiento, parece quedar recusado el presunto carácter integrador absoluto del capitalismo. Pero, además, en este contexto se revela plenamente a la conciencia esa clase revolucionaria objetiva que muchos consideran imposible descubrir teóricamente. En efecto, si la tendencia siempre operante a reducir el tiempo de trabajo necesario por debajo del promedio social es condición de existencia de la acumulación en el capitalismo tardío, debemos concluir que la lucha por el salario relativo -que sólo compete a la clase trabajadora como tal- supone, lógicamente, la revelación del proletariado como clase revolucionaria fundamental.

Ahora bien, los ataques de la burguesía en la fase depresiva no se producen de forma brusca y brutal sino paulatina; las vueltas de tuerca que la patronal ejecuta sobre la tasa de explotación se extienden en el tiempo según se reconstruye el ejército industrial de reserva que regula el nivel de los salarios; así, hasta que el salario relativo desciende -según aumenta el paro- hasta alcanzar la medida que provoca el cambio cualitativo -o salto de la cantidad en cualidad que explica la dialéctica social elemental entre las dos clases universales históricamente antagónicas e irreconciliables- pasan algunos años.

Esa medida se evidencia cuando los trabajadores se niegan a seguir aceptando recortes en las condiciones de vida y de trabajo, y la patronal no puede evitar imponerlas, porque el nivel de la tasa de ganancia le obliga a ello. En tales circunstancias, esas luchas económicas defensivas se trasladan inmediatamente del terreno económico al terreno político, en tanto esa disputa por el salario relativo -como bien decía Rosa Luxemburgo- constituye objetivamente un “asalto subversivo al carácter mercantil de la fuerza de trabajo”. En tales circunstancias, estas luchas configuran una situación revolucionaria. Esto es lo que estuvo a la orden del día en numerosos países imperialistas y dependientes durante la década de los setenta y ochenta, tras el comienzo en 1968 de la onda larga depresiva que siguió a la expansión de postguerra, y que la burguesía no acaba de superar todavía.

Varios son los testimonios de esta tendencia que la lucha de clases ha dado en este período. En Inglaterra la gran huelga minera durante el gobierno Thacher; en España desde la muerte de Franco hasta los Pactos de la Moncloa; en Grecia inmediatamente antes de la “revolución de los coroneles”; en Portugal durante la llamada “revolución de los claveles”; en Chile durante el gobierno socialdemócrata de Allende; en Argentina desde mayo de 1969 hasta agosto de 1975; en Bolivia desde el gobierno de Torres hasta el golpe de Ovando; en Perú previo y posterior al gobierno de Velasco Alvarado; en México inmediatamente antes de la matanza de Tlatelolco.

La condición suficiente para que esta situación revolucionaria se resuelva en lucha abierta por el poder con posibilidad real de un cambio efectivamente subversivo de las relaciones de poder entre la burguesía y el proletariado, está dada por la presencia de un partido obrero revolucionario. La crisis revolucionaria se presenta ante la imposibilidad de disciplinar a los explotados y se caracteriza por un gran desbarajuste en el aparato productivo de la sociedad en medio de huelgas salvajes reiteradas y estallidos sociales, donde las direcciones sindicales estatizadas y los partidos reformistas dentro y fuera de las instituciones políticas del sistema se ven por completo desbordados.

En semejantes condiciones, la prolongación de la lucha contra lo que no se quiere aceptar sin saber lo que se quiere conseguir más allá de la imposible reivindicación inmediata o económica que el capital no está en condiciones de soportar, desgasta la moral de los explotados ante la falta de perspectiva política. Y está claro que esa perspectiva sólo puede ser esgrimida con eficacia política por un partido obrero con un programa y una práctica revolucionarias, capaz de agrupar a la vanguardia amplia y trasladar el sentido subversivo de ese programa a las luchas de las más amplias masas de asalariados.

Ante la ausencia de una dirección revolucionaria con una propuesta política alternativa al dominio de la burguesía y una táctica que la situación misma demanda, todo el tiempo en que el proletariado sigue fundando su lucha en la confianza de que el sistema capitalista puede concederle lo que pide -tal como en las épocas de bonanza- la patronal se prepara a ejecutar la solución más adecuada a sus intereses y a la preservación del sistema de explotación en su conjunto, dado que la base material sobre la que se erige su poder político de clase no puede tolerar el marasmo por demasiado tiempo. En ese lapso de tiempo -según determinadas circunstancias históricas de la lucha de clases- la burguesía adoptará una de las dos formas políticas alternativas de gobierno más adecuadas a la solución -sólo transitoria- acorde con sus intereses; esas formas políticas alternativas son: la contrarrevolución violenta y la contrarrevolución democrática; la primera se produce cuando las luchas obreras sobrepasan a las instituciones “democráticas”, la segunda cuando el desborde se produce por la izquierda de las dictaduras político-militares.

Desde la época del fascismo en la Europa de la segunda preguerra, las dictaduras chilena y argentina son los ejemplos históricos más recientes y conocidos de la solución burguesa violenta a las situaciones prerrevolucionarias, mientras que la experiencia del postfranquismo en España es el más logrado paradigma de contrarrevolución democrática. Una articula -en diverso grado de participación relativa- el accionar de las FF.AA. con formaciones pequeñoburguesas paramilitares, como Patria y Libertad en Chile o la triple A en Argentina; la otra combina la acción política en el parlamento estatal con los partidos reformistas y los frentes populares en la sociedad civil.

Cuando la contrarrevolución se consuma exitosamente y el proletariado acepta las nuevas condiciones de explotación, la burguesía consigue imponer el sello ideológico acorde con sus intereses de clase. En ese caso, las condiciones subjetivas para un nuevo proceso de acumulación de fuerzas políticas con vistas a una nueva situación prerrevolucionaria se alejan por relativo largo tiempo en el horizonte de la historia, y el necesario resultado histórico de la ley que preside el desarrollo de la sociedad según la dialéctica material entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción se posterga o retarda.

Con esto queremos decir que, entre la lógica material u objetiva que preside el movimiento de la sociedad un período determinado y su resultado histórico, no hay una relación mecánica, inmediata y directa de causa-efecto. Es un proceso histórico-social motorizado por la lucha de clases. Pero si el movimiento histórico no es mecánico sino dialéctico, donde la causa (ley económica) produce un efecto (lucha de clases) que, a su vez, influye sobre el curso natural de la ley económica, condicionándola históricamente, ¿por qué razón Marx y Engels han afirmado que la lucha de clases es el motor de la historia, lo cual parece reducirla a un proceso mecánico? Esta aparente contradicción nunca fue suficientemente explicada y difundida al interior del movimiento político del proletariado.

En primer lugar, sin el referente de la contradicción fundamental, básica o económica entre las fuerzas sociales productivas y las relaciones de producción, la lucha de clases no existiría, del mismo modo que sin la dialéctica entre la energía calórica y el volumen de los gases no sería posible la mecánica del motor a explosión. La base material del sistema capitalista constituye, pues, el contenido general que da sentido histórico a la lucha de clases como expresión o forma de su desarrollo.

Pero esta forma: la lucha de clases, no es el simple reflejo de lo que ocurre en la base material del sistema; a su vez actúa sobre ella acelerando o retardando el cumplimiento de la ley o tendencia objetiva dimanante de la contradicción dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Para facilitar que podamos acordar en esto con Marx y Engels aclarando la aparente contradicción de sus palabras, hagamos una comparación que nos parece pertinente: Así como el ensamblaje de las piezas de un motor a explosión constituye la forma mecánica cuyo funcionamiento verifica las leyes físicas de la termodinámica que se resuelven en el movimiento, la lucha de clases es la forma social a través de la cual se verifica la ley general de la acumulación capitalista que -según la previsión científica- se resuelve necesariamente en el comunismo.

Pero aquí es necesario destacar una diferencia sustancial: Las formas mecánicas de un motor, aunque son relaciones entre distintas partes o piezas que difieren por su forma según su función específica, todas ellas se encuentran, no obstante, en una dialéctica de complementariedad respecto de una sola fuerza y su resultado: el puro movimiento; aquí, entre la ley y su forma de realización no hay solución de continuidad procesal. No ocurre lo propio respecto de la lucha de clases, dado que en la sociedad humana no se trata ya de relaciones entre piezas mecánicas sino entre voluntades con fines e intereses contrapuestos.

Por lo tanto, a diferencia de lo que ocurre con la mecánica en relación con la ley física, entre la ley económico-social y su realización no puede haber una línea de sentido procesal progresivo y continuo; dicho de otro modo, los distintos resultados de la lucha de clases o dialéctica social entre el proletariado y la burguesía a lo largo del proceso histórico que atraviesa la sociedad capitalista, no tienen por qué coincidir en todo momento con el sentido de la ley que preside la dialéctica material o económica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Aun cuando no pueden anular la ley de la tendencia económica general, sus resultados pueden acelerar o retardar el proceso determinado por ella.

Esto explica las marchas y contramarchas de la historia y, por tanto, la importancia decisiva de la lucha política de los comunistas por evitar esas contramarchas o retardos del proceso de acumulación que maduran las condiciones objetivas que favorecen la lucha por el socialismo, al mismo tiempo que intentan crear las condiciones subjetivas o ideológico-políticas propicias para acabar con él. Y la creación de esas condiciones subjetivas pasa por la lucha inclaudicable contra las fuerzas políticas pequeñoburguesas como el proudhonismo o el lassallenismo en tiempos de Marx o el populismo en tiempos de Lenin, y ahora contra los intelectuales estilo Antony Guidens o Jeremy Rifkin, en los que se inspiran todos los políticos de la izquierda burguesa que, como Mijailovsky, se resisten a la necesidad histórica con proyectos y propuestas que pretenden retrotraer el capitalismo a su etapa temprana.  

Ahora bien, la fuerza o la lucha comprendida en una relación dialéctica, es producto de la relación misma. Si no hay relación no hay fuerza, decía Hegel. Cfr: http://wwwnodo50.org/gpm/dialectica/09.htm Pero esta relación dialéctica puede ser complementaria, que confirma la relación, o antagónica, que tiende a superarla o a trascenderla. La fuerza o lucha que confirma una relación, es producto de una dialéctica no antagónica o complementaria, porque discurre entre contrarios de idéntica naturaleza social. Por ejemplo, cuando el asalariado lucha por una mejora en sus condiciones de vida dentro del capitalismo, compatible con la tasa de ganancia en funciones, esto es, asumible por la burguesía, esta es una lucha entre contrarios que se complementan, dado que confirman o reafirman la relación, donde el proletariado se asume como parte del capital, como capital variable reconocido en su mejora que, a su vez, reconoce al contrario que le concede la mejora. Lo mismo puede decirse de intelectuales y políticos pequeñoburgueses que la burguesía se encarga de promocionar en tiempos de crisis, porque sus propuestas en apariencia anticapitalistas, en tanto y cuanto consiguen encerrar a buena parte del proletariado en ellas, dividen y debilitan al conjunto, al movimiento, contribuyendo a evitar que los comunistas consigan sus propósitos revolucionarios. Esto es lo que ha venido haciendo la pequeñoburguesía en el movimiento obrero toda la vida.

Tienen a su favor la función social contradictoria de los asalariados, a quienes les toca vivir una doble vida. Por un lado, no pudiendo existir -en virtud de su condición de propietario privado de su fuerza de trabajo- sin la práctica consuetudinaria de venderla para que su comprador la gaste a cambio de un salario con el que compra lo necesario para reproducirla, la relación capitalista de producción modela su conciencia y su lucha a la relación misma, al fundamento mercantil y monetario de la moral burguesa, con la única diferencia de que el burgués propietario de su capital-dinero lo vende y entrega al asalariado a cambio de su fuerza de trabajo, para convertir ese dinero en más dinero, en capital incrementado o acumulado.

Su interacción como propietarios privados con los burgueses al interior de la sociedad civil de la que resulta la acumulación simultanea con el gasto de la fuerza de trabajo que el salario reproduce, convierte objetivamente a los asalariados, en sentido funcional y sociológico, esto es como productores -e incluso como consumidores- en burgueses. En los “Manuscritos” de 1844 Marx se refiere a la envidia como la forma escamoteada de la “sana” codicia burguesa por parte de los propietarios privados más pobres y que esta relación es parte constitutiva de la competencia en tanto moralidad dominante como elemento de cohesión de las clases antagónicas a instancias del egoísmo personal y la tendencia al mimetismo formal con los de arriba. No pocos asalariados, hasta donde pueden, copian detalles de las pautas de consumo de la burguesía en general como "deseo de nivelación", en especial, la vestimenta que observan en sus propios patrones:

<<La envidia general y constituida en poder, no es sino la forma escondida en que la codicia se establece y, simplemente, se satisface de otra manera. La idea de toda propiedad privada en cuanto tal se vuelve, por lo menos contra la propiedad privada más rica como envidia, deseo de nivelación, de manera que estas pasiones integran el ser de la competencia>> (K.MarxOp. Cit Primer manuscrito)

A fuerza de venderse como propietarios trasmutando su fuerza de trabajo en capital variable, comprando en el mercado lo que necesitan para reproducir su mercancía a fin de seguir produciendo capital, los asalariados moldean su subconciencia según esa moral mercantil de la que sacan la conclusión que ellos son lo que son, en tanto exista para ellos un capital, conciencia que se refuerza cuando los mandan al paro, algo que por periódico y recurrente, les parece lo mas natural del mundo, no pudiendo ni en sueños imaginar que pueda existir otro modo de producción y forma social de producir y vivir, donde la propiedad privada que genera el antagonismo social preñado de pasiones malsanas, deba y pueda ser sustituido por otro basado en la colaboración entre los productores libres asociados, donde el paro forzoso llegue a ser tan inmoral e inconcebible, como para la burguesía lo es la ausencia de ganancia.

El modo de existencia burgués genera en los asalariados la conciencia y moral individualista -exacerbada en tiempos de crisis- que tiende a inhibir la necesaria unidad de acción frente a los abusos patronales que dificulta enormemente y ha hecho fracasar más de un momento contestatario. Más aun ante la eventual circunstancia del paro, donde la presión que desde fuera de cada empresa en conflicto hacen los desempleados, se traslada a los de dentro, induciéndoles a que defiendan su empleo aceptando las condiciones de sus patrones y se predispongan a trabajar más por menos.

Pero esta dialéctica complementaria o antagónica conciliable como una cadena de conflictos que acaban reforzando los vínculos entre el capital y el trabajo, está comprendida en la dialéctica antagónica históricamente irreconciliable entre las fuerzas productivas y las relaciones capitalistas de producción. La primera se manifiesta con relativa frecuencia resolviéndose invariablemente al interior del capital, de las mismas relaciones capitalistas de producción; en cambio, la segunda, solo sucede una vez en muchos años, cuando las masas dan la espalda a las engañosas propuestas burguesas de todo pelaje y van al encuentro de la revolución que tiende a resolverse en una relación de producción de otra naturaleza social distinta, superadora del capitalismo: el socialismo.

En medio de esta dinámica de existencia, como hemos dicho contradictoria, la lucha política tendencialmente revolucionaria se hace presente muy esporádicamente, entre largos períodos de normalidad burguesa, y es necesariamente interrumpida, jalonada de cortas marchas y largas contramarchas, de avances y retrocesos. En todo este proceso, los asalariados revolucionarios acreditan su condición de tales porque en los momentos de retroceso ideológico y parálisis de las luchas políticas, mantienen siempre vivo su compromiso moralcon los principios políticos revolucionarios, y en los momentos de alza se ponen al frente del movimiento para tratar de hacerse reconocer entre los mejores y más consecuentes portadores de la moral crítica en lucha por crear las condiciones que la eleven a moral positiva.

En suma, que los asalariados comunistas son la continuidad de la moral revolucionaria dentro de la necesaria discontinuidad de la practica política del proletariado, asumiendo una u otra forma de lucha según las condiciones o correlación de fuerzas entre las dos clases universales antagónicas. Y naturalmente que eso supone una ruptura radical y completa con la ética burguesa, aunque sólo parcial con su moral; tanto más parcial, cuanto más débiles y escasos sean los vínculos políticos entre sujetos existentes de su misma condición y, por tanto, más reducidos los ámbitos donde poder cultivar la moral revolucionaria alternativa a la mercantil-monetaria del capitalismo, cuya mayor amplitud y profundidad se alcanza en los momentos de alza revolucionaria de masas, allí donde es posible que cristalice un partido con capacidad de difundir el materialismo histórico entre la vanguardia natural del proletariado, constituyéndose en el precursor y garante de la futura moral comunista positiva tras años de ejercicio estable del poder revolucionario.

volver al índice del documento

éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
grupo de propaganda marxista
http://www.nodo50.org/gpm
apartado de correos 20027 Madrid 28080
e-mail: gpm@nodo50.org


 

[14] Benjamin Coriat "El Taller y El Cronómetro" Cap. 8 Punto II

[15] K. Marx: "Salario, Precio y Ganancia" Apartado 14: La lucha entre el capital y el trabajo y sus resultados.