La lucha por la paz es inseparable de
la lucha por hacer prevalecer
los principios científicos del proletariado como clase

Cuando nos referíamos más arriba al comportamiento de la burguesía francesa en este conflicto, escribimos la palabra "principios" entrecomillada. Es necesario y correcto que los consideremos así, porque ningún sector de la burguesía puede proceder según principios humanos universales libres o incondicionados. Precisamente porque la burguesía es una clase históricamente condicionada, que no puede ir en el tiempo histórico más allá de esas condiciones históricas que le dieron nacimiento, no tiene principios humanos universales y libres que cumplir, sino que está limitada por principios activos no subjetivos sino objetivos y particulares históricamente condicionados por relaciones sociales de producción transitorias, independientes se su voluntad como seres humanos. Hasta tal punto es esto cierto, que las relaciones capitalistas no han sido creadas por la burguesía, sino que esas relaciones sociales capitalistas le han creado a ella. Como bien dice Marx en su prólogo a la primera edición de "El Capital", la burguesía es una "criatura" del capitalismo.

Aun en su condición de clase subalterna del capital, y todavía más tratándose de una clase históricamente determinada por las relaciones de producción capitalistas, un producto, como la burguesía, de las relaciones de producción capitalistas, aun así, la única clase que, sin embargo, encarna los principios humanos universales y libres, es el proletariado, la fuerza social del trabajo, que es la continuidad incondicionada dentro de su discontinuidad histórica condicionada por las relaciones específicas de producción que han sido desde la etapa inmediatamente posterior a la recolección, hasta hoy.

Tan es así, que, aun cuando en la tendencia histórica a la automatización del proceso productivo parezca confirmarse que la sociedad del capital es posible sin trabajo, en realidad, es al revés, porque el capital es una categoría social que se nutre de trabajo no pagado. Por tanto, lo que la aplicación de la automatización bajo el capitalismo, empieza a dejar sin sentido social, es el trabajo asalariado, no el trabajo en general. De hecho, en la sociedad capitalista la automatización solo es posible si lo que cuesta producirla es menor que el costo de la mano de obra que reemplaza. Y este coste comprende el tiempo de trabajo de la jornada colectiva de labor correspondiente al salario pagado por ella, necesariamente menor que la jornada de labor entera. Por tanto, con la generalización de la automatización al proceso productivo de la humanidad, lo que desaparece, es el trabajo asalariado y, naturalmente, con él, el mismo capital. Pero el trabajo social subsiste, ya como trabajo libre y socialmente incondicionado.

Aquí se nos podrá objetar: ¿a qué viene esta elucubración acerca de los principios científicos de clase de los asalariados en relación con este asunto de la guerra?.

La pregunta sería pertinente si los asalariados nos comportáramos conscientemente según nuestros propios principios políticos. Pero entonces, no habría guerras. El problema es que, hoy día, la inmensa mayoría de nosotros no sabemos ni nos preocupa el hecho de que tenemos principios de acción política propios -como clase social universal que somos- que trascienden a esta sociedad. Y menos aún sabemos ni nos importa que estos principios tienen una sólida base científica. Además, no son pocos entre nosotros los que se cuestionan nuestra condición de holgada mayoría absoluta en la sociedad. El aumento del paro nos hace pensar que cada vez somos menos, por la misma "regla de tres" que en tiempos de Galileo se pensaba que la Tierra no se movía. Por eso es que permanecemos divididos entre las distintas opciones políticas particulares de las diversas fracciones burguesas en cada país, y entre los distintos Estados nacionales en el mundo. Por eso son posibles las guerras. Como si los asalariados no tuviéramos nada que decir ni hacer por nosotros mismos en ninguna parte, cuando en realidad estamos en todas partes y somos más en todas ellas. 

Y en este asunto de las guerras no podía ser de otra manera. Así como en política nacional vamos detrás de uno u otro sector de la burguesía, cuando hay una guerra internacional pasa lo mismo. En general, siempre pensamos y actuamos según los "principios" políticos de algún sector de la burguesía y, por tanto, de la burguesía en su conjunto, como clase universal. En este caso, tal como encaramos nuestra oposición a la guerra, ¿para qué está sirviendo? Pues, para que los sectores burgueses de oposición a los gobiernos que la impulsan -como en USA, Gran Bretaña, Holanda o España- ganen votos con vistas a las próximas elecciones; y para que gobiernos como el de Francia o Alemania, que estuvieron en contra de la guerra se afiancen en sus respectivos aparatos estatales. ¿Para qué nos sirve a nosotros eso, si en el caso de que los partidos que hoy están en la oposición fueran gobierno, harían lo mismo? 

Cuando los burgueses compiten en el mercado ¿qué pasa?, que, en circunstancias normales, la competencia determina quienes ganan más y quienes menos, mientras que en las crisis, ese mismo fenómeno hace que unos pierdan más que otros. Pero todas estas circunstancias forman parte constitutiva del sistema capitalista, de sus mecanismos de ajuste y distribución de recursos productivos y riqueza, en el común negocio de explotar trabajo ajeno para los fines de la acumulación. En el parlamento -expresión política de la competencia- pasa lo mismo, dando pábulo a la llamada "alternancia" en el poder gubernamental y en los parlamentos. Que algo cambie para que todo siga igual. Finalmente, con las guerras interburguesas pasa otro tanto. Sirven para que el bando vencedor se alce con el botín de los vencidos, lo cual no hace más que reafirmar el sistema de vida basado en la explotación, el engaño y el pillaje mutuo, como decían Marx y Engels en el "Manifiesto".  

Esto nos remite al gran teórico militar prusiano Karl von Clausewitz, popularmente conocido por haber sentenciado que "La guerra es la continuación de la política por otros medios". En la sociedad capitalista, en general es más preciso definir las guerras interburguesas como la continuación de la competencia económica por otros medios. Pero como anunciara por primera vez Engels en su "Esbozo de critica a la economía política", la competencia económica es el resultado o consecuencia lógica de la propiedad privada sobre los medios de producción, que dio sentido a la moderna sociedad capitalista basada en la explotación del trabajo colectivo bajo la forma de salario. Dicho de otro modo, la competencia está contenida en la propiedad privada capitalista, categoría económica y jurídica que, a su vez, explica la división de la sociedad en clases y Estados nacionales.

Ahora bien, en esta específica organización económica, jurídica y política de la sociedad, está contenido el principio activo de las guerras, de todas ellas, del mismo modo que en la organización de la materia vegetal en general, está contenido el principio activo de la fotosíntesis. Por tanto, si es que se quiere acabar con las guerras hay que acabar con el sistema capitalista y organizar la sociedad aboliendo la propiedad privada sobre los medios de producción, esto es, quitándole sentido y base de sustentación política a las guerras. Lo demás es propio de necios o de hipócritas.

Decíamos más arriba que el movimiento de las clases subalternas generado por la "segunda Guerra del Golfo", estuvo dividido por dos ideas encontradas, y que en esta tercera guerra se unificó en torno a una sola idea sintetizada en la consigna pacifista del "no a la guerra". Pero, dado que –como hemos visto- la guerra es congénita al sistema capitalista, el problema de esta consigna es que, el movimiento carece de capacidad preventiva y, por tanto, de espíritu de iniciativa; de ahí su carácter puramente contestatario, propio de una conciencia negativa, de rechazo particular ante un determinado aspecto particular negativo o indeseable de la sociedad, al interior de una conciencia en general positiva sobre esa misma sociedad, esto es de aceptación general de la sociedad. Y esta actitud defensiva de estar desprevenida sobre lo malo o negativo de la sociedad, se explica por la aceptación “en general” de esta sociedad, por su ilusoria confianza en el “nunca más” de lo malo sucedido en el pasado, atribuido a unos "culpables particulares" con quienes se hace "justicia", lo cual incapacita para elaborar una política estratégica de sociedad alternativa, pensando que, sobre la ya existente, en el futuro “otro mundo es posible”.

Esta última expresión, complementaria del "nunca más", es nueva, “made in” movimiento antiglobalización. Pero el “nunca más” se acuñó por primera vez durante los famosos juicios de Nürenberg, a raíz del genocidio de los nazis en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. El bendito poder ilusionante, "en general", sobre la sociedad capitalista frente a la peligrosa deseperanza que la ignominia de aquella barbarie había instalado en el espíritu colectivo de la comunidad mundial, fue exhumada más de treinta años después en Argentina por el cómplice y oportunista escritor Ernesto Sábato, en su informe condenatorio del genocidio provocado por la última dictadura militar en ese país, entre 1976 y 1983.   

Sí. El fenómeno recurrente de las guerras capitalistas necesita de una política alternativa, y la idea condensada en la consigna del "no a la guerra", se inscribe en la conciencia negativa de todas las guerras, eso significa que está en sus mismas causas y es parte de sus variopintas formas de catarsis operante sobre los hechos consumados. Porque siempre hubo quienes estuvieron contra las guerras; idea que invariablemente aparece cuando ya son inevitables. El “no a la guerra” forma parte de la misma naturaleza de clase que las provoca y de la misma dinámica política que las hace recurrentes. Los que se manifiestan contra la guerra con semejante consigna, se comportan como los síntomas de una enfermedad mortal, son la manifestación de su etiología; en todo caso, un paliativo que no sirve para curar, que no erradica esa enfermedad del cuerpo social, sino que la reproduce. Einstein llegó a saber bastante de esto.

El "no a la guerra" carente de una alternativa política a esta sociedad, se inscribe en la raíz de todas las guerras. Está en el comportamiento de muchos espíritus sensibles a los males de este mundo, a la vez sensualizados por las gratificaciones que la propiedad privada capitalista todavía les proporciona, subyugados por las magnificencias del capitalismo, pero que no quieren sus necesarias consecuencias. De ahí que se conformen con  la sola protesta fácil, nacida del mero sentimiento negativo (tanto más débil cuanto más festiva y pacífica) de lo que no se quiere que pase en una sociedad que consideran suya y contribuyen a sostener ilusionando a los demás con su propia ilusión en el “nunca más” de lo que, sin embargo, vuelve a suceder una y otra vez. Por eso necesitan culpables de carne y hueso, mensajeros de las causas objetivas profundas, sistémicas, de las guerras burguesas; chivos expiatorios que les permitan conciliar su conciencia con el sistema. Unos porque se sienten bien, otros porque no ven otra cosa; estos últimos -y a ellos nos dirigimos especialmente- todavía pueden y debieran saber, que, a diferencia de la naturaleza y de la sociedad humana hasta nuestros días, el orden de las cosas en la cada vez más necesaria y posible sociedad del futuro, no viene hecho, hay que hacerlo. Y desde luego que los burgueses y la parte de los asalariados que se conforman con toda esta basura económica, política y moral, no están por la labor de construirlo. 

Que la sociedad del futuro es cada vez más necesaria y posible, se muestra en que la actual ya cuenta con el factor humano y el herramental suficiente para ello. Como que los asalariados constituimos la mayoría social absoluta en todo el mundo; como que, aunque todavía no mandamos, de hecho administramos y dirigimos el capitalismo; y como que el capitalismo nos puso ya en bandeja una sociedad semiautomatizada, con capacidad técnica y humana para que pueda ser dirigida, incluso políticamente por nosotros, los asalariados.¿Cuántos de los cargos medios y altos (desde presidentes de gobierno a secretarios ministeriales en la administración y dirección política de los distintos Estados capitalistas en todo el mundo), no son de extracción asalariada? Una minoría.

 Esto es lo que también pasa hoy día en los grandes conglomerados económicos bajo el régimen de sociedades anónimas, cuya gestión administrativa y técnica no está ya -desde hace decenios- a cargo de sus dueños sino de los empleados; y su producción, en principio no depende de los resultados de la oferta y la demanda, sino que responde a una planificación o asignación directa de recursos productivos. Sigue siendo una producción irracional, porque, en ultima instancia, sus resultados dependen de las fuerzas incontrolables e impredecibles del mercado, y porque esas fuerzas no responden a las necesidades de los productores sino a los intereses de una minoría social opulenta:

No obstante, esta forma de producir, que el mayor progreso relativo de las fuerzas productivas del trabajo ha impuesto en los grandes conglomerados capitalistas, es objetivamente precursora de la planificación racional socialista. Para convertirla en subjetiva o política, sólo falta reemplazar al mercado capitalista por la democracia real de los productores libres asociados. Quienes entre nosotros sostienen el prejuicio interesado de los burgueses, en cuanto a que la socialización subjetiva del trabajo es una utopía de imposible realización, debieran estar más atentos a las señales de la historia y tratar de ver un poco más allá de sus propias narices mercantiles. Percibirían, entonces, cómo palpitan en el vientre del capitalismo tardío las formas nonatas de la planificación socialista que las fuerzas productivas del trabajo están pugnando por alumbrar. Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/vacas locas/08.htm

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