3. Proletariado espontáneo y vanguardia natural en tiempos de reacción

Lo que hubiera debido usted explicarse antes de escribirnos, es por qué razón gentes como Gisela  y usted mismo están en condiciones de comprender todo lo que dicen gentes como nosotros, pero no lo están quienes usted engloba impropiamente en el vocablo “pueblo”. [1] De ahí su error al clasificar el discurso revolucionario según cómo se escriba, en qué lenguaje, y que la forma en que se exprese una idea determine “para quién” se escribe, destinatarios alternativos que usted divide —no menos impropiamente— entre “los trabajadores” o el “pueblo” y “los listillos”. Fíjese las consecuencias que se derivan de su razonamiento, porque, si es así como usted ve la cosa, en ese caso, usted mismo —que afirma haber comprendido todo lo que decimos— ¿dónde se ubica, entre el “pueblo” o entre los “listillos”? Como ve, de la “lacra” que a usted le “persigue” no somos responsables precisamente personas como nosotros, y esa “lacra” tampoco tiene mucho que ver con el criterio racional de la propaganda revolucionaria.  Decimos esto no para ironizar, sino para poner de manifiesto el prejuicio que le ha inducido a usted al error de la inconsistencia y contradicción en su pensamiento. Pero no se sienta molesto, porque los compañeros del GPM  también venimos de ahí.

Nosotros pensamos, con Marx, que todo aquél trabajador asalariado que no sea un analfabeto funcional y conozca las cuatro operaciones elementales de las matemáticas, está en condiciones de comprender los principios del Materialismo Histórico y la compleja articulación dialéctica de sus categorías científicas que constituyen esta concepción del mundo, la del proletariado. Por tanto, en este criterio no cabe la distinción entre el “pueblo” y los “listillos”. Sólo las distintas circunstancias políticas de la sociedad y los diversos criterios de clase que imperan en las conciencias. De esto depende fundamentalmente que el discurso revolucionario penetre en ciertos espíritus y rebote en otros dentro de la misma clase asalariada. La forma de exponerlo puede constituir una mayor o menor dificultad, pero nunca un impedimento.

En tal sentido, decir que hoy, no todos los asalariados están interesados por las ideas revolucionarias, sino sólo unos pocos, su vanguardia natural. Aquí está contenida la respuesta a la cuestión que usted nos ha planteado equívocamente. En este y sólo en este sentido tiene usted razón en cuanto a que nuestro mensaje no lo entienden los obreros que solo leen la prensa deportiva o poco más. No, no lo entienden, pero no porque no puedan comprenderlo, porque no estén en condiciones de hacerlo, por la dificultad del lenguaje empleado ni por su contenido, como usted piensa, sino porque a ese sector no le interesan las ideas revolucionarias. Pensar de otro modo, creer que los obreros en general siempre están predispuestos a receptar el discurso revolucionario y que todo depende de la forma del discurso, es subestimar al enemigo de clase, como si el ejército, la policía, los medios de comunicación privados y los aparatos ideológicos del Estado, no sirvieran para nada.

Si no fuera por estos obstáculos que la burguesía opone a la revolución en la conciencia de los explotados, hace rato que discusiones como ésta entre usted y nosotros, carecerían por completo de sentido, porque habrían sido resueltas por la historia. Pero la historia enseña otra cosa  que nada tiene que ver con lo que a usted se le ha ocurrido pensar con toda la buena voluntad política del mundo. La problemática de revolucionar la conciencia de los obreros es bastante más compleja y difícil que como usted la plantea.

Hoy, dirigirse a los obreros, a las masas, con ideas revolucionarias no puede tener éxito, cualquiera sea la forma de expresarlas. En esta coyuntura de crisis económica —a caballo de la desmoralización sobrevenida a raíz de la caída del muro de Berlín—, de embrutecimiento cultural y político general inducido por la burguesía, la mayoría de los obreros no tiene interés por el mensaje revolucionario.

En condiciones normales, Los asalariados, en general, trabajan para el patrón de turno sin cuestionarse su propia situación, sin poner en tela de juicio las relaciones de producción con sus patronos, es decir, las relaciones de producción imperantes en el sistema capitalista. Sin que nadie se lo diga, intuyen espontáneamente que sin capital no hay trabajo; lo cual, por una parte, es cierto; por eso no se cuestionan la relación; de este modo, adquieren de manera directa y espontánea conciencia burguesa y se confirman todos los días como clase subalterna, como parte del capital, como capital variable o capital invertido en salarios. Porque esta es la realidad que ellos viven. Viven en la creencia de que si les va bien a los dueños de sus empresas, “les va bien” a ellos; que ellos, los trabajadores, sólo son eso: dependientes de su patrón y a no más que eso pueden y deben aspirar, a seguir siendo trabajadores, esperando no quedarse en paro.

Esta preocupación distrae su atención y les aleja o desvía del discurso revolucionario. En este momento de retroceso ideológico, pues, nosotros no escribimos para el “pueblo”, ni para “todo el mundo”, como usted, al parecer, piensa y dice que hay que hacer. Y no porque no queramos hacerlo, sino porque no podemos. Somos conscientes de que ésta es una limitación de momento infranqueable, y que nuestro radio de influencia sobre la clase obrera está restringido a una minoría relativa de explotados, la que entre los marxistas se conoce por “vanguardia natural o amplia”, tanto más minoritaria cuanto mayor es el grado de explotación y más arraiga el embrutecimiento político inducido por las clases dominantes en las grandes masas.

Nos dirigimos, por tanto, a gentes que, como usted, sí se plantea que este estado de cosas  debe y puede cambiar. Y no sólo se lo plantean intuitivamente, sino que están dispuestos a dedicar tiempo libre y esfuerzo para confirmar conscientemente esa intuición sobre la necesidad de cambio revolucionario que presienten íntimamente. Por ejemplo, intuyen que el paro y sus consecuencias: el trabajo precario, la intensificación en los ritmos de trabajo y su cada vez menor participación en el producto de su trabajo, es una irracionalidad intolerable. Pero no saben bien por qué, en realidad, sufren todo eso. Saben lo que les dice la patronal en sus lugares de trabajo, lo escuchan en la escuela, en sus propias casas, en la la universidad, y los medios de comunicación de masas. Y no se lo creen o, al menos desconfían de que eso sea verdad. Su instinto de clase relativamente desarrollado de modo espontáneo, les da a entender que eso no es así. Por tanto, esa explicación de la realidad que les ofrecen no les convence. Pero desconocen su explicación científica, el por qué de que sucedan esos fenómenos que tanto les afectan y sienten como algo que no está bien, como algo inaceptable, tanto la realidad como la explicación que de ella les da la burguesía. Ergo, buscan la razón alternativa por sí mismos o través de otros. Así es como se vuelven espontáneamente proclives y permeables a las ideas y al discurso científico, revolucionario.

            En cambio, el grueso de la masa explotada bajo condiciones de penuria relativa agudizada y de ofensiva ideológica de la burguesía (especialmente tras la caída en la URSS, de eso que ante ellas pasó por ser  comunismo), de retroceso en sus luchas —como es el caso actual— sí son proclives o están predispuestas a creer en todo eso, dan crédito a las falsedades de la burguesía. No desconfían, ni se cuestionan esencialmente nada de lo que afecta negativamente a sus vidas. En cuestiones generales —y bajo las condiciones actuales— la mayoría de los explotados están prestos a pensar con la cabeza de los patrones. Aceptan la realidad vigente simplemente por eso, porque rige; en todo caso se acomodan, amoldan o asimilan lo mejor posible a ella, a esto que les ha tocado  vivir y lo asumen como una fatalidad, como “algo que es así” y se imaginan que así “ha sido siempre”, en suma, que “esto es lo que hay”, que no se lo puede cambiar y que es como las lentejas del refrán: “las tomas o las dejas”. A lo sumo están eventualmente dispuestos a dejarse arrastrar por las contradicciones de la vida económico-social junto a su vanguardia amplia, a la lucha por mejoras en sus condiciones de vida y de trabajo. Como sucede en la empresa de Gisela o poco más.

En semejantes condiciones, los intelectuales burgueses pueden hacer facilísimo lo más difícil de exponer a las clases subalternas. ¿Por qué? Pues, porque, para la burguesía, hablar de la verdad científica en materia económico-social, es como mencionar la soga en casa del ahorcado. Por ejemplo, el paro: ¿cómo explican los intelectuales burgueses este fenómeno? Definiéndolo como un producto inevitable del progreso técnico, o sea lo que se percibe a simple vista. [2] Y ¿quién se puede oponer al “progreso”? Como si el sistema capitalista no tuviera nada que ver con el fenómeno del paro, cuando lo cierto es que el progreso técnico ahorra trabajo social, creando las condiciones para el progreso humano, que supone ir emancipándole de la necesidad material de trabajar, ganando cada vez más espacio vital para el tiempo libre, esto es, para la actividad verdaderamente creadora del individuo.

Sin embargo, bajo el capitalismo, lo que debiera traducirse en mayor libertad y abundancia, se convierte en mayor esclavitud y penuria para una mayoría. Ahora, vaya usted y dígales a los periodistas deportivos que se atrevan a explicar el fenómeno del paro en la sociedad actual, con la misma sencillez que explican la política de fichajes de los distintos clubes de fútbol, o los criterios de formación de sus respectivos equipos titulares por parte de sus correspondientes directores técnicos en  cada partido de Liga.     

Así, cuando a un explotado se le enseña muy sencillamente que el paro es una consecuencia de la técnica aplicada al trabajo, que la ganancia es la diferencia entre el precio de venta y el precio de compra del producto o servicio que se ofrece, y que todo eso depende exclusivamente del buen o mal hacer de cada empresario, lo mismo tiende a pensar en política, o sea, que si el país va bien o mal, no depende del sistema de vida, sino de los partidos o la capacidad de ciertos líderes políticos  a cargo del gobierno de turno elegido “democráticamente”. De este modo, ese explotado es inducido a pensar que éste es el único y mejor de los mundos posibles, y su conciencia ve cortada toda salida política a otro mundo que no sea el de los patrones y los burócratas civiles y militares que administran y defienden el Estado, en tanto representante de los intereses generales de la burguesía en el poder. El círculo del pensamiento enajenado y del sometimiento político de los asalariados a la burguesía, queda, así, cerrado, “atado y bien atado”.

Pues bien, mientras exista el paro que le divide y acobarda, y en tanto el discurso revolucionario tarde en difundirse entre la vanguardia amplia, cualquier pretensión —como parece ser la suya— de que, en semejantes condiciones las grandes masas explotadas comprendan los contenidos del discurso revolucionario —insistimos: en las presentes condiciones de la lucha—, cualquiera sea la forma de exposición o presentación del discurso revolucionario, resultará no ya difícil de asimilar para ese sector de los asalariados, sino del todo imposible; por lo tanto, un completo despropósito político. Sencillamente porque lo rechazan o repudian tachándolo de utópico e inútil. 

            Dicho esto, pasemos a la problemática de las dificultades que ofrece la propaganda revolucionaria. Las limitaciones o condicionantes del acceso a todo discurso científico son dos: las propias del objeto de estudio y las de una mayor o menor vocación o interés subjetivo por su estudio. Cuanto más se carezca de voluntad o predisposición al esfuerzo intelectual, mayor o más grande parecerá la dificultad. En cuestiones de teoría respecto de las ciencias sociales, a la falta de vocación o interés por acceder científicamente al objeto de estudio, se le conoce por limitaciones de clase.

Quizás esté demás decir que a un burgués, el discurso revolucionario le trae al pairo, no le interesa. Sencillamente porque no sirve para ganar dinero ni para preservar ese modo de vida, sino al contrario. Respecto de los asalariados, decir que, cuanto mayores son sus limitaciones de clase exógenas, menor es su predisposición a poner en tensión el intelecto para comprender la ciencia social —esto es, la teoría revolucionaria— porque mayor es la resistencia que ejerce la burguesía en sus conciencias ante la necesidad política de asimilar y asumir esta ciencia. Como en el arte de la lucha militar, en la lucha ideológica también rige el principio de atacar al enemigo por su flanco más débil. Y el flanco más débil de la resistencia que la burguesía ejerce al interior de la conciencia de los explotados, no son, precisamente, las grandes masas, sino los sectores más sensibles, inquietos y críticos respecto de lo que a cada paso les toca vivir: la llamada vanguardia amplia.

Por lo tanto, hay que empezar por educar a los potenciales educadores directos de la masa asalariada para conseguir, algún día —cuando se den las condiciones objetivas y subjetivas (estas últimas creadas por ellos mismos a instancias de sus propias luchas)— concienciar a la mayoría de los obreros.  Y estos potenciales educadores directos, esta minoría relativa, la vanguardia amplia, (sí entiende) sí que está en condiciones hoy día de entender o comprender el discurso revolucionario, en este caso, nuestros documentos. Y si no los entiende a la primera, su inquietud ante lo que percibe como injusticias del patrón y demás irracionalidades del sistema, crea en ellos cierta obstinación que apuntala el esfuerzo en la necesaria tarea de conocer sus verdaderas causas y eso le hace menos asequible al desaliento.

éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
grupo de propaganda marxista
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[1] Marx, Engels y Lenin han empleado la palabra “pueblo”, para designar al conglomerado social políticamente inestable, compuesto por los asalariados, los trabajadores independientes propietarios de sus propios medios de producción y los pequeños explotadores de trabajo ajeno, propio de la Edad Media tardía en tránsito al capitalismo, como fue el caso de Alemana en 1848 o la Rusia zarista de principios del siglo pasado, cuando, en ese conglomerado, el proletariado era, todavía, una clase relativamente minoritaria y, por tanto, para alcanzar sus objetivos históricos debía pasar por contemplar los intereses de esos sectores de clase precapitalistas. Dado que hoy día los asalariados han pasado a ser en todo el mundo la clase absolutamente mayoritaria, pueden, por sí mismos, a través de su propia lucha, alcanzar directamente los objetivos históricos propios de su naturaleza social. De ahí que consideremos impropio apelar a este vocablo.     

[2] Los “científicos” burgueses proceden hoy como los “doctores” de la Iglesia en tiempos de Galileo, que explicaban la mecánica del sistema planetario observando cómo el sol “sale”  y  “se pone” en el horizonte terrestre, para infundir el prejuicio de que la Tierra era su centro.