Tercera respuesta del GPM, 11-10-05

Señor Ismael:

Dice usted ser:

<<…un convencido que forma parte del irrisorio número de intelectuales de izquierda españoles que tienen como método de análisis el marxismo. Mi familiaridad con el Capital y con los clásicos marxistas son precisamente los que me llevan a mis conclusiones, no saco mis ideas de ninguna otra fuente.>> (De Ismael a GPM: 20/09/05)

Y para probar que está bien encarrilado sobre las vías de ese convencimiento, afirma seguidamente que:

<<…nuestra misión no es el apuntalamiento del Estado, justamente es destruirlo y erigir en su lugar la dictadura proletaria…>> (Op. Cit.)

Acordamos con usted en que semejante tarea pasa por un largo y discontinuo proceso de desarrollo en la conciencia colectiva de la clase revolucionaria fundamental: el proletariado, mediante una ardua tarea de acercar a las bases de la sociedad el conocimiento de las leyes que presiden el movimiento de la sociedad burguesa…

¿<<…exponiendo a la luz los aconteceres cotidianos inmersos  en las contradicciones que el capitalismo introduce en la vida social>>? (Ibíd. Subrayado nuestro)

Aquí ya tenemos que hacerle una nueva precisión, señor Ismael. Para el materialismo Histórico, para el marxismo, el capitalismo es una forma históricamente determinada de vida social, basada en la explotación del trabajo asalariado para los fines de la acumulación de plusvalor.

En Tal sentido, la vida social bajo el capitalismo, la sociedad burguesa, no resulta de un conjunto de agregados políticos ad hoc como sucede con la preparación de cualquier producto culinario. Por tanto, el capitalismo que alumbro la sociedad moderna, tal como ha llegado a ser cuando los burgos consiguieron convertir en proletarios a los artesanos y a buena parte de los campesinos sujetos a la antigua gleba feudal tardía, no  “introduce” nada en la vida social. Es lo que es según sus leyes objetivas, es decir, naturales de funcionamiento.

Tampoco es cierto que “los aconteceres cotidianos" estén “inmersos” en las contradicciones del capitalismo”, como usted impropiamente afirma. La vida social actual con sus “aconteceres cotidianos” ES burguesa, regla que vale, incluso, para los asalariados en tanto se comportan como tales, esto es, como capital variable que producen plusvalor para su respectivo patrón, participando de los mismos valores y del mismo espíritu objetivo determinado por el capital. Por último, esos “aconteceres” sociales y hasta interpersonales, son esencialmente contradictorios, socialmente antagónicos e insolubles para esta forma social históricamente dada, como contradictoria y tendencialmente autotanática es la propia realidad constitutiva del capitalismo. De ahí la necesidad histórica objetiva actual de la lucha por el socialismo. http://www.nodo50.org/gpm/necesidad-comunismo/00.htm

Por tanto:

  1. las contradicciones de la sociedad actual son intrínsecamente capitalistas, idénticas a las de sus más remotos orígenes, y
  2. no hay una sociedad capitalista abstracta o “ideal”, un sistema de relaciones sociales capitalistas puras, buenas o aceptables, en las que un capitalismo malo, indeseable o perverso supuestamente “introduce” contradicciones, como las que usted atribuye a los “nacionalismos estatales periféricos” deletéreos o destructores del Estado del bienestar.

Tal parece que usted expone la solución a la problemática del capitalismo como proponía Proudhon que se debía proceder con las categorías económicas. En este caso, eliminar lo malo o nocivo que supone la incidencia de las contradicciones sociales “introducidas” por el capitalismo internacional globalizado sobre “las redes nacionales de educación, sanidad, fiscalidad, etc.” —que, según su razonamiento, constituyen “la mismísima esencia de la sociedad, las necesarias redes de su operatividad”— para quedarse con lo bueno o deseablemente —a su juicio— necesario del capitalismo: la propiedad privada sobre los medios de producción en políticamente instituidas en Estados nacional centralizados del bienestar, tales como se conocieron tras la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los noventa del siglo ya fenecido.

Esto es lo que, en su primera carta, usted ha visto peligrar ante la irrupción de los “nacionalismos periféricos” al interior del estado nacional Español como única causa. Nosotros le hemos respondido en el sentido de que la verdadera causa, o causa formal del actual deterioro en el Estado del bienestar, no era de origen capitalista nacional sino internacional y sistémica; que no estaba en la dialéctica interburguesa al interior de un determinado Estado burgués nacional, sino que residía en la naturaleza económico-social del modo de producción capitalista en su conjunto. Y que lo que procedía, en consecuencia, era articular una política revolucionaria para acabar con este sistema de vida.

Ahora, usted nos empieza diciendo que está de cuerdo con nosotros, que también quiere destruir al Estado capitalista español para implantar la dictadura del proletariado; pero dado que ese proletariado —como categoría política revolucionaria— es algo actualmente inexistente, lo que propone, mientras tanto, es que se comprometa en prevenir a ese Estado capitalista, no ya de los “nacionalismo periféricos” centrífugos y disolventes, sino del Estado burgués liberal salvaje decimonónico redivivo que amenaza lo que queda del estatus social burgués subalterno en el primer mundo; lo que usted pretende principalmente, es prevenir a la sociedad española de la tendencia del capitalismo internacional preconizado por Karl Popper y Friedrich Hayek, el Estado globalizador y globalizante emancipado de toda propiedad pública; lo que usted quiere, a cambio de esto que parece imponerse, es conservar el "Estado Empresario" de Keynes y Galbraith, el de la Segunda Internacional degenerada ya extinta, que consagra y defiende la propiedad privada sobre los medios de producción para la explotación de trabajo ajeno y la acumulación de capital, “ma non tropo”, gracias a la fiscalidad redistributiva y a las “redes de educación y salud” típicas de ese Estado del Bienestar que floreció temporalmente gracias a la enorme sangría de capital y vidas humanas propiciada por la Segunda Guerra Mundial. Esto es lo que usted propone a la minoría del proletariado consciente de hoy día cuando nos dice que la lucha por la destrucción del Estado:

<<…no es piadoso deseo, sino el desprendimiento de la lógica capitalista que llevará a un suficiente número de personas a tomar conciencia de la situación….>> (Ibíd.)

O sea, que tras nuestra primera respuesta, su discurso ha cambiado el eje de su exposición... Ahora propone crear conciencia de la necesidad de destruir al Estado burgués actual. Pero, para eso, propone que los asalariados deben empezar por defenderlo. Es eso, ¿verdad? Defender las “redes públicas” del bienestar dentro del Estado burgués actual:

<<las redes de educación, sanidad, fiscalidad, etc., es decir, la mismísima esencia de la sociedad, las necesarias redes de su operatividad.>> (Ibíd)

Ya se lo hemos dicho e insistimos aquí: la esencia de cualquier cosa es aquello sin lo cual deja de ser lo que es aun cuando en apariencia siga existiendo. Un automóvil carente de motor deja de ser un automóvil aunque a primera vista no lo parezca. Con la sociedad burguesa pasa lo mismo y más, porque sin la posibilidad de convertir fuerza de trabajo en plusvalor para los fines de la acumulación, la burguesía no sólo pierde su razón de ser, sino que hasta deja de existir como clase social, desaparece por completo.

Y el caso es que, en la sociedad capitalista, la existencia de las redes públicas de salud educación y seguridad social estuvo históricamente condicionada por esa función esencial en un momento muy específico, altamente dinámico o acelerado del proceso de acumulación, determinado por el genocidio y la destrucción material que provocó el conflicto bélico, tras el cual, una tasa de ganancia elevada se combinó con una masa de capital acumulado insuficiente para hacerse cargo de las industrias de base y los servicios sociales esenciales de una población explotable en crecimiento con salarios al alza y en condiciones de pleno empleo. Semejante excepcionalidad histórica determinó que el Estado burgués —en tanto que capitalista colectivo— debiera hacerse cargo de esos necesarios emprendimientos económicos y sociales.

Pero dada la propia lógica del capital descubierta por Marx, esta situación pudo preverse como transitoria y así se demostró desde el momento en que la nueva e inaudita plétora de capital, desembocó en la primera manifestación de una nueva gran crisis de superproducción de capital, cuando el Estado norteamericano decretó la inconvertibilidad del dólar en oro, esto es, cuando se vio obligado a confesar que había en el Mundo más representación de riqueza que riqueza propiamente dicha, porque el proceso de acumulación de plusvalor había sido artificialmente prolongado por medios crediticios y monetarios, es decir, porque el sistema había sido impulsado a ir con la explotación del trabajo y la acumulación de capital más allá de sus propios límites materiales.

Y en éstas estamos, ante la demostración empírica de la previsión teórica de Marx en su “Ley General de la acumulación capitalista”, en cuanto a que el llamado Estado del bienestar se reveló tan efímero, transitorio, circunstancial y contingente, como el propio sistema de vida burgués, lo cual ya no debiera ser objeto de polémica. Y si todavía lo es, ello sólo se explica porque la burguesía sigue haciendo inflación con el lenguaje respecto de la realidad en la conciencia de la sociedad; porque todavía puede ir con el dinero del pensamiento más allá de la verdad científica, porque una mayoría de intelectuales de las clases subalternas siguen hipotecando sus propias ideas a esos créditos dinerarios baratos, a esa fe crediticia en el sistema de vida que les concede la burguesía y ellos compran a bajo precio. Hasta que el alza súbita de la tasa de interés ante una realidad cuyo uso exige que se pague por ella lo que realmente vale, es decir, la verdad científica, llegan a dar la hora del ajuste de cuentas.     

  Sin embargo, no son pocos todavía quienes, como usted, siguen cautivos de lo que ya no es más que la reminiscencia ideológica de una contingencia histórica que aun señorea en sus mentes y en su voluntad política habiendo desaparecido ya la base material que la hizo posible y día que pasa se revela con mayor contundencia como un embeleco burgués, al que usted sin embargo prefiere seguir aferrado como a un clavo ardiendo, soñando con volver a esa edad dorada perdida en la parte opulenta del desarrollo desigual, de espaldas a la realidad de esa otra parte del Planeta, donde miles de millones de seres humanos jamás supieron lo que es poder ilusionarse con algo que nunca llegaron a tener. Despierte, señor Ismael, que ya está bien de compartir el sueño embrutecedor de todo cretinismo pequeñoburgués, incapaz de ver más allá de las propias narices. ¿Dónde ha quedado en usted la categoría epistemológica marxista de “totalidad” si es que alguna vez pasó por ahí?:

<<Lo que diferencia decisivamente al marxismo de la ciencia burguesa no es la tesis de un predominio de los hechos económicos en la explicación de la historia, sino el punto de vista de la totalidad. La categoría de totalidad, el dominio omnilateral del todo sobre las partes, es la esencia del método que Marx tomó de Hegel y transformó de manera original para hacer de él el fundamento de una nueva ciencia. La separación capitalista del productor respecto del proceso global de la producción, la fragmentación del proceso del trabajo en partes que no tienen en cuenta la peculiaridad humana del trabajador, la atomización de la sociedad en individuos que producen insensatamente, sin plan ni conexión, etc., todo eso tenía que influir profundamente, también, en el pensamiento, la ciencia y la filosofía del capitalismo. Y el elemento básicamente revolucionario de la ciencia proletaria, no consiste sólo en contraponer a la sociedad burguesa contenidos revolucionarios, sino también y ante todo, en la esencia revolucionaria del método mismo. El dominio de la categoría de totalidad es el portador del Principio revolucionario en la ciencia.>> (George Lukács: Historia y conciencia de clase” Cap. I)

No, señor Ismael, todo eso en lo que usted empeña o hipoteca su pensamiento no tiene nada que ver con el marxismo ni con las tendencias del capitalismo actual. Nada que ver con la verdad histórica. Menos aún con la política conducente a la dictadura del proletariado.

Vamos a hacerle algunas pocas precisiones más a su última comunicación. Dice usted querer contribuir a la política revolucionaria, y entiende que esa tarea pasa         

<<…por comprender que al capital en su actual tesitura, ya no le interesa sostener marcos en los que concomitaban intereses generales de la sociedad en nuestro país, (y que) pretende prescindir de ellos como método para la introducción de las privatizaciones y con la excusa de los nacionalismos hispanos…>> (Ismael: 20/09/05)

En primer lugar, afirmarse en la creencia —sin fundamento racional— de que el capitalismo actual “pretenda” algo, lo que sea, es como atribuir, por ejemplo, a organismos clorofílicos tales como las plantas verdes, la voluntad expresa de convertir energía lumínica en energía química. [4] Y la comparación no es nada baladí, porque el capitalismo también es un organismo vivo de tipo social e histórico-natural, de cuyas leyes objetivas de desarrollo los capitalistas y sus instituciones —económicas, sociales, jurídicas y políticas— no son más que criaturas o agentes involuntarios suyos, y la política burguesa una función social históricamente predeterminada por esas mismas leyes, con arreglo a su cumplimiento para la preservación del sistema:

 <<Dos palabras para evitar posibles equívocos. No pinto del color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas, en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico social (capitalista), menos que ningún otro (proceso anterior) podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura, por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas.>> (K. Marx: El Capital” Prólogo a la primera edición. 1867. Lo entre paréntesis nuestro)

Según este razonamiento científico, la causa de que los servicios públicos de sanidad, educación y seguridad social se degraden cada vez más en España, no es superestructural sino sistémica y de base fundamental, económico-social, por tanto, objetiva, no atribuible a voluntad política alguna, ni de los sucesivos gobiernos burgueses, ni de éste u otro partido político institucionalizado o líder político más o menos inteligente, aplicado y carismático; tampoco depende sustancialmente de fuerzas soberanistas centrífugas encarnadas en ciertos “nacionalismos periféricos” estatales, como usted insiste en afirmar.

¡NO!, señor Ismael, está usted profundamente equivocado. No es que al capitalismo “ya no le interese sostener” el Estado del bienestar. Es que no puede, no tiene capacidad funcional para ello, aunque, al mismo tiempo, tiene demasiada capacidad potencial inservible, totalmente desperdiciada desde el punto de vista de las mayorías sociales. La verdadera causa de lo que a usted le preocupa como individuo, no está en otros individuos, sino en la naturaleza del sistema de vida actual, en la lógica económico-social de ese cuerpo orgánico que es el modo de producción capitalista; está en la sobresaturación de capital social global disponible que permanece socialmente improductivo, producto histórico cada vez más recurrente en la etapa tardía o postrera del capitalismo: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/todo.htm.

Este fenómeno, a su vez, se produce porque, según progresa la acumulación y por efecto de la competencia interburguesa —incluidas las luchas por aumentos de salarios en la fase expansiva del ciclo— crecientes masas de capital adicional se invierten en capital constante (máquinas, materias primas y auxiliares, a las cuales se incorpora un cada vez mayor progreso técnico) en detrimento de capital variable (salarios, cuyos costos suponen también un mayor progreso técnico bajo la forma de trabajo complejo); en el curso histórico de la acumulación se llega a un punto en que el resultado (cociente) de la relación entre estos dos factores de la producción —llamada composición orgánica del capital—  aumenta más que el plusvalor:

<<En efecto, el descenso tendencial de la tasa de ganancia indica que la masa de capital en funciones se va volviendo excesiva respecto del incremento del plusvalor obtenido en cada período de rotación. Este proceso continúa inexorablemente hasta el punto en que el incremento del plusvalor producido deja de compensar al capital ya acumulado. Este es el momento y las condiciones en que cabe hablar de crisis. Acto seguido, la desinversión consecuente provoca un exceso de oferta, tanto en el mercado de bienes de producción como en el mercado de trabajo. Los precios de la maquinaria y de las materias primas Cc descienden por debajo de su valor, mientras el paro presiona sobre los trabajadores para que acepten trabajar más por menos, con lo que Cv también disminuye. Este es el momento de la depresión. En esta fase del ciclo es donde, a raíz del descenso en las condiciones de vida y de trabajo del proletariado, recién se produce la sobresaturación de bienes de consumo, con todas las catastróficas consecuencias humanas que ello supone. De este modo, la sangría de valor en los elementos del capital constante Cc se combina con el descenso en los salarios Cv y el consecuente incremento del plusvalor Pl para que la tasa de ganancia vuelva al elevarse hasta el porcentaje que permita a los burgueses atravesar otro ciclo con un nuevo relanzamiento de la acumulación.>> (Op. Cit.: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/06.htm )

Finalmente, tras sucesivas rotaciones del capital global, semejante dinámica llega a un punto en que los índices de crecimiento en la masa de plusvalor obtenido respecto de la masa de capital invertido —relación que define la tasa de ganancia media— dejan sin sentido económico su reinversión, hasta que, por efecto de la aceleración creciente en el metabolismo del trabajo por el capital, el sistema llega la sobreacumulación se trueca de relativa en absoluta o sobresaturación:

<<El antecedente inmediato de la actual crisis financiera y bursátil fue el crash similar ocurrido en octubre de 1987 que anunció la depresión del período comprendido entre 1989 y 1994. Ambas olas especulativas se explican por el carácter de la onda larga depresiva que viene sufriendo la economía capitalista internacional desde 1974. Durante el período de lento crecimiento que discurrió entre 1982 y 1986, los beneficios capitalistas aumentaron considerablemente, lo cual en parte fue el resultado de los éxitos, limitados, pero reales, conseguidos por la ofensiva de austeridad en perjuicio de los trabajadores. Pero esta masa de beneficios no ha sido invertida en el aparato productivo. Un estudio realizado en la por entonces República Federal Alemana, demostró que la fracción de los beneficios invertida productivamente en el período 1982-86 ha sido solamente del 50% respecto del período análogo de diez años antes. Esto viene a confirmar la teoría de la sobresaturación de capital, situación que, a la luz de esta nueva crisis financiera, la burguesía está todavía bastante lejos de superar.>> (Op. Cit.: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/10.htm )

Y esta “realidad actual” presiona todavía más a la baja de la tasa de ganancia impidiendo su recuperación, con sus lógicos efectos inmediatos en todas partes: por un lado, como contrapartida, determina el paro estructural masivo, el trabajo precario, la tendencia a la baja en los salarios reales y al aumento en los ritmos de trabajo; por otro, la disminución relativa en los ingresos del Estado y el consecuente deterioro en los servicios de seguridad social, educación y salud de las mayorías sociales.

Pero esa enorme masa de capital excedentario que no encuentra aplicación productiva —porque las correspondientes tasas de rentabilidad se lo impiden— al mismo tiempo que provoca las noxas sociales derivadas de la reconstitución del ejército industrial de reserva cuyas manifestaciones acabamos de describir, presiona irresistiblemente, a su vez sobre esas “redes” estatales de asistencia social, educación y salud, con la ciega y fatal finalidad de convertir a los asalariados del sector estatal en fuentes adicionales de producción y acumulación de plusvalor. Tal es la causa eficiente de la tendencia objetiva inevitable a la desaparición del llamado Estado del bienestar en la etapa decadente del proceso histórico de acumulación del capital. 

Y no es ésta de la sobresaturación de capital —con sus naturales consecuencias económicas y sociales— una propensión objetiva que afecte sólo ni especialmente a España, sino que compromete más o menos gravemente el futuro de los asalariados y semiproletarios del Mundo entero, según el mayor o menor desarrollo económico relativo de cada país. De esto ya nos hemos ocupado reiteradamente en otras publicaciones del GPM  y volvimos sobre ello en nuestra comunicación anterior, remitiéndole al link: http://www.nodo50.org/gpm/prdcaliforniano/02.htm, que usted, al parecer, ha pasado por alto. Allí ofrecemos un ejemplo histórico del cumplimento de esta tendencia objetiva a la sobresaturación de capital, comprendida lógicamente en la “Ley General de la Acumulación capitalista” expuesta por Marx en el Libro I Cap. XIII y desarrollada por Henryk Grossmann en “La Ley de la acumulación y del derrumbe del sistema Capitalista” Ed. Siglo XXI/79, obra cuya primera edición coincidió con el estallido la gran crisis mundial de 1929.

Pero usted es uno de los tantos sedicentes marxistas convencidos de su “marxismo” ad hoc, lo cual le permite seguir confiando en la posibilidad de seguir viviendo bajo el capitalismo en aquella edad de oro que —a pesar de lo que ha llovido y aun está cayendo— no da por perdida. Pero ante la evidente claudicación de la socialdemocracia, hace descansar esa posibilidad en el empeño de los “progresistas” del mundo por embarcar a la clase obrera en esa lucha “resistente” y así lo acaba de expresar:

El Estado es un gran invento histórico pero es un producto versátil, responde perfectamente a la necesidad política del momento. La vida del Estado desde que nació en Babilonia, nos muestra una doble función, por un lado su labor represiva de dos caras, evitar que la gente se mate, robe, etc., o sea, mantener el orden social, y actuar de defensor de los intereses dominantes. Pero por otro lado es un organizador social, un creador y mantenedor de estructuras que hacen posible la existencia de la sociedad y aquí es donde interviene también para regular el modo productivo vigente y limar asperezas y filos que puedan lesionar los intereses generales, una especie de asistente para emergencias impidiendo que los excesos de los que mandan pongan en peligro al conjunto de los dominadores e incluso su existencia como tales. El Keynesianismo, ilustraría esto a la perfección, como también la socialdemocracia.

Desde la caída del muro, por razones que no podemos extendernos, la humanidad conoce una nueva etapa política. De hecho, el debate que nos ocupa se produjo a principios del siglo XX, pero la Revolución Rusa lo interrumpió hasta hace poco. También razones económicas capitalistas que encuentran más libertad internacional para su libre desarrollo. Todo junto hace que para el capitalismo el segundo aspecto de la función estatal deje de tener sentido en la actualidad, dejando a la resistencia social “civil” el papel de garantes de esa función. Dicho de otra forma, los aspectos sociales fundamentales del Estado, tendrán que defenderlo la sociedad huérfana de los tutores tradicionales. El liberalismo y la socialdemocracia más no tienen futuro y están en sendas graves crisis de desaparición. La izquierda y la derecha tradicionales, no nos sirven como referentes para la actuación política. El objetivo político, aquello de proyectos y modelos sociales, se ha transformado en objetivos de procedimientos, que es un eufemismo de los especialistas para nombrar una cosa muy prosaica, dejar hacer, ver como reacciona la gente, hasta que punto soporta las privatizaciones que nos esperan, etc. Un ejemplo doméstico es el “talante” de ZP, aunque también antes la conducta del PP. En resumen, la penetración de las privatizaciones de toda actividad social y humana está a la orden del día. Cada país aplicará el “método” a su manera, pero ejemplos los hay por todos sitios, tampoco son ya ninguna teoría. En los EE.UU. las cárceles son privadas, así como numerosos ejércitos que estamos viendo estos días con motivo del Katrina. Ya hay 800 escuelas privatizadas en Suecia de la red del Estado, etc. Y el problema que esto introduce en nuestras vidas es enorme. No sólo se trata de la contradicción que supone el que cosas transcendentales estén en manos de unos pocos sin control público, es que van a llevar al paroxismo los conflictos por todas partes. Todo esto es un proceso, pero estamos de lleno en él. Y qué paradoja, defender ahora los progresistas posiciones que fueron banderas de la burguesía en sus comienzos, porque entonces si que les interesaba. En esto, el discurso de Rajoy en el Congreso cuando el plan Ibarretxe lo firmo, así como mi acuerdo con Vidal Quadras. Aunque como es natural, con otras cosas de ellos no estoy de acuerdo. Me seco y sigo.

Si antes hablábamos más de política es porque así se ha terciado, pero esta página nos obliga a volver al tema y situarnos en nuestro país. El camino de las privatizaciones pasa por la descomposición de nuestra estructura estatal en el sentido más arriba expresado, y son los nacionalismos y la arquitectura autonómica el modelo adecuado, y si bien en algunos de ellos hay flecos, ecos y lenguas que pudiera considerarse lejanamente como problema nacional, en absoluto explica que Aragón, Andalucía u otras, seguidoras del rumbo trazado, responda a esa lógica. Aquí lo que pasa es que esas “naciones” se han adentrado las primeras en el proceso general aludido. No hay más remedio que llegar a la conclusión de que luchar por mantener la estructura de la red nacional es progresista, es evitar la descomposición de nuestra vida social y es impedir que las privatizaciones, el desconcierto y las debilidades sociales prosperen. Y no digo que las autonomías tengan las más amplias atribuciones, las descentralizaciones que hagan falta, el respeto a todas las peculiaridades que quieran, todo eso de hecho ya lo disfrutan. Lo que no se puede es tomar gato por liebre. Y es por esto que todos los progresistas deben entender lo que está en juego y no dejarse encandilar por palabras, personas o cantos de sirena. Y tampoco pretender que ante el desastre que se barrunta, el susto les lleve a considerar una vuelta a la autarquía o a la solución casera, eso no tiene sentido en el mundo en que vivimos. Ni Galicia ni nadie va a vivir mejor con esas cosas y yo creo que la gente lo sabe perfectamente, lo huele, lo intuye, lo ve en su vida. El modo productivo no tiene marcha atrás en ningún rincón peninsular, hasta el más alejado campesino está conectado a la realidad mundial y tiene en casa un tornillo made in Korea. Y si de los 6.000 millones de personas sólo 1.000 viven bien, la humanidad deberá encontrar la forma de hacer justicia, pero seguro que la solución no está en volver al feudalismo>> (Ismael: 16/09/05. El subrayado es nuestro)  

  Ahora está definitivamente claro. Para usted, “no hay más remedio” en este momento que ser “progresista”, es decir, reformista, luchando desde ahora mismo para “resistir! el empeño del capitalismo por privatizar las redes públicas de seguridad social, salud y educación, servicios que, en su opinión, constituyen la esencia del Estado como representante de los intereses generales.

Para usted, como “marxista” que dice ser, al parecer resulta que conocer las causas materiales o económicas de que, desde fines de la década de los sesenta la burguesía internacional abandonara el espíritu de Keynes y la socialdemocracia se fuera deslizando por la pendiente del liberalismo, hasta terminar apuntándose a la política globalizadora de las privatizaciones, es lo de menos. ¿Por qué? Porque su “marxismo” ad hoc es el que reemplazó al marxismo de Marx en la conciencia de la joven intelectualidad de post guerra, hecha por un capitalismo en expansión —que parecía no tener fin— a la idea convertida en “sentido común”,  de que "La tasa de explotación de la clase obrera, es una función de la lucha de clases", una creencia en la que no pocos avispados reformistas de la época fueron a encontrar sustento en un error que Marx deslizó en el informe presentado por Marx ante el Consejo General de la “Primera Internacional” en junio de 1865, para combatir las infundadas concepciones teóricas de la época basadas en la llamada “ley de bronce” de los salarios formulada por Lassalle en 1863, según la cual, cualquier aumento en los salarios no podía mejorar la situación económica de la clase obrera, cuya consecuencia política se traducía en una actitud negativa hacia la lucha elemental de los obreros considerando, por tanto, perniciosa la actividad de los sindicatos. En uno de los párrafos de este informe —posteriormente publicado bajo el título: “Salario, Precio y Ganancia”— sostuvo lo siguiente:

<<Por lo que se refiere a la ganancia, no existe ninguna ley que le trace un mínimo. No puede decirse cuál es el límite extremo de su baja. ¿Y por qué no podemos fijar este límite? Porque si podemos fijar el salario mínimo, no podemos, en cambio, fijar el salario máximo. Lo único que podemos decir es que, dados los límites de la jornada de trabajo, el máximo de ganancia corresponde al mínimo físico del salario, y que, partiendo de salarios dados, el máximo de ganancia corresponde a la prolongación de la jornada de trabajo, en la medida en que sea compatible con las fuerzas físicas del obrero. Por tanto, el máximo de ganancia se halla limitado por el mínimo físico del salario y por el máximo físico de la jornada de trabajo. Es evidente que, entre los dos límites de esta cuota de ganancia máxima, cabe una escala inmensa de variantes. La determinación de su grado efectivo se dirime exclusivamente por la lucha incesante entre el capital y el trabajo; el capitalista pugna constantemente por reducir los salarios a su mínimo físico y prolongar la jornada de trabajo hasta su máximo físico, mientras que el obrero presiona constantemente en el sentido contrario.>> (Op. Cit. Cap. XIV)

Es cierto que la lucha de los trabajadores puede hacer bajar la tasa de explotación. Como señala Mandel, esto nos lo revela claramente la historia de la clase obrera en los últimos 150 años. Pero también es cierto que en todos esos años, jamás se ha podido demostrar que las luchas salariales hayan logrado alguna vez un incremento salarial que se torne incompatible con las exigencias de la acumulación en cada etapa de su proceso. Al contrario de lo que afirmó Marx en 1865, en realidad, hay efectivamente una ley que determina el máximo que pueden alcanzar los salarios o, lo que es lo mismo, el mínimo de la ganancia capitalista. Esa ley es la "ley de la acumulación capitalista" —dice Marx en el Libro I de "El Capital"— la cual:

 <<….excluye toda mengua en el grado de explotación a que se halla  sometido el trabajo o toda alza en el precio de éste que pueda amenazar seriamente la reproducción constante de la relación capitalista, su reproducción en una escala constantemente ampliada.>> (K. Marx: "El Capital" Libro I Cap. XXIII Punto1)

La producción de plusvalor, el fabricar un excedente, es la ley absoluta del modo de producción capitalista, de modo que el obrero sólo puede vender su fuerza de trabajo en tanto con ella el capitalista pueda reproducir como capital el salario pagado, conservar como capital los medios de producción, y proporcionar con el trabajo impago una masa de plusvalía fijada estrictamente por el trabajo socialmente necesario, esto es, por la tasa de ganancia media vigente, o sea, no cualquier cuantía. En una nota a la segunda edición de "El Capital", Marx apuntala este argumento con una cita del libro de John Wade, "History of Middle", donde se dice que:

<<Si la tasa del salario aumenta tanto que la ganancia del patrón desciende por debajo de la ganancia media, este deja de ocuparlos o sólo los ocupa a condición de que acepten una reducción de los salarios>> (K. Marx: Op. Cit.)

Ante esta circunstancia en la que recurrentemente la burguesía pone a la humanidad en distintas latitudes del Planeta, el proletariado tiene dos únicas alternativas posibles: o da el salto hacia la toma del poder político rompiendo la baraja de la acumulación del capital, o la ley del valor termina imponiendo sus condiciones de cualquier modo.

 En "Génesis y Estructura de ‘El Capital’", Román Rosdolsky se limita a decir que:

<<el pasaje citado no debe entenderse como que económicamente no existiría en absoluto un límite máximo (...) del aumento de salarios. Tal límite existe, y por cierto que está muy estrechamente trazado>> [5]

Ernest Mandel, que dedica su "Capitalismo Tardío" a Roman Rosdolsky, y que le cita expresamente para combatir, con razón, la leyenda que condena a la clase obrera a niveles de vida cada vez más bajos, sugestivamente omite la referencia que aquí hacemos nosotros de este autor.

Cierto es que pocas líneas más abajo del pasaje de la página 41 en la obra citada, Mandel parece darse cuenta de la inconsistencia de su argumento y rectifica pasando a considerar "la lucha de clases como un "factor determinante" de que "la tasa de plusvalía se desarrolle como una variable (sólo) en parte independiente de la tasa de acumulación"(el subrayado y lo entre paréntesis es nuestro). [6] Curiosamente, ninguno de los testimonios de Marx a los que Mandel apela, avalan su tesis.

Nos apabulla allí con una serie de ejemplos y datos numéricos correspondientes a diferentes situaciones históricas en diversos países, pretendiendo demostrar la relación directa entre las luchas sociales y la evolución de los salarios. En realidad, lo único que demuestran los datos son hechos, pero son los hechos los que necesitan ser explicados. Mandel trae a colación, entre otros, el caso del fascismo en Alemania, y procede poniendo en conexión directa dos datos empíricos de la realidad en una relación de causa-efecto, en este caso el hecho político de la derrota del proletariado en ese país y el hecho económico del abrupto descenso en los salarios reales. Pero, ¿puede demostrar Mandel que el Fascismo tuvo otro origen que no esté en la necesidad de la burguesía alemana de incrementar el grado de explotación, y que esta necesidad no tuvo su raíz en la exigencia de la ley del valor? Para fundamentar su teoría de las "ondas largas del capitalismo", Mandel señala que el signo económico del período  1914-1939 fue la depresión y que la tasa de ganancia decreció fuertemente.

Uno de los efectos inmediatos de toda depresión es la desvalorización generalizada del capital social global. Pero el salario es capital adelantado. [7] ¿Puede la lucha de la clase obrera en tal circunstancia doblegar esta tendencia objetiva? De hecho, según el cuadro significativo que Mandel presenta para ilustrar el período que considera, salvo el capital fijo -que se mantiene estable- todos los demás componentes del capital se desvalorizan y la tasa de explotación aumenta. [8]

Lo que Mandel parece olvidar aquí, es que, tal como ocurre con la competencia respecto de las demás mercancías, las luchas sociales en torno al precio de la fuerza de trabajo son las que se encargan de hacer cumplir la LEY DEL VALOR con respecto a los salarios, pero en modo alguno sirven para explicar su movimiento:     

<<...si es una tarea de la ciencia —dice Marx en "El Capital"— reducir el movimiento visible y solamente aparente al movimiento real interno, va de suyo que en las mentes de los agentes de la producción y de la circulación capitalistas deben formarse ideas acerca de las leyes de la producción que diverjan por completo de esas leyes y que son sólo una expresión consciente del movimiento aparente. Las ideas de un comerciante, de un especulador bursátil, de un banquero son, necesariamente, erróneas por completo. Las de los fabricantes se hallan falseados por los actos de la circulación a los cuales se ve sometido su capital, y por la nivelación de la tasa general de ganancia...>> (K. Marx: "El Capital" ed. cit. T-6 Pp.400.)

En tal sentido, puede decirse aquí que lo que ocurre con los comerciantes, los especuladores bursátiles, los banqueros o los fabricantes, también sucede con los sindicalistas y, a menudo, con los investigadores sociales. Diez años antes de escribir “El Capitalismo Tardío”, en el capítulo sobre "Formas y Evolución de los Salarios" de su "Tratado de Economía Marxista", E. Mandel es categórico al afirmar expresamente que "Sería, sin embargo erróneo, considerar el poder sindical como una variable independiente en la determinación de los salarios". En este contexto Mandel ofrece un tratamiento distinto del salario; aquí sí se remite exclusivamente a ley general de la acumulación como reguladora del valor de la fuerza de trabajo. [9]

 La inconsecuencia metodológica de Mandel en "El Capitalismo Tardío" consiste en que, al implicar a la lucha de clases en el proceso de acumulación en su etapa postrera, desemboca inevitablemente en la negación de las premisas básicas del materialismo histórico y, por extensión, de la fundamentación científica del socialismo. Su enjundiosa obra —por la cantidad de observaciones empíricas que reporta— está atravesada por esta errónea concepción metodológica.

En efecto, implicar a la lucha obrera en la determinación de los límites del nivel salarial, equivale a introducir la competencia como elemento determinante del valor de las mercancías. Ahora bien, si ésta fuera una premisa real de la sociedad burguesa, la economía política perdería ipso facto su carácter de ciencia. En ese caso el capitalismo quedaría exclusivamente sujeto a los avatares de la lucha de clases, dejando de ser un sistema objetivamente transitorio. Pero entonces no tendría ya demasiado sentido apuntarse al materialismo histórico como guía para la acción política.   

 Queda claro, pues, para nosotros, que dentro de la ley del valor, es decir, en los límites de la sociedad capitalista, la flexibilidad salarial al alza tiene un límite máximo fijado por la ley de la acumulación. Pero, aquí se impone otra cuestión igualmente decisiva: ¿Puede la burguesía empujar el salario AL MÍNIMO de subsistencia de los trabajadores? Esta pregunta tiene que ver con el controvertido asunto de la  supuesta "ley de la pauperización histórica absoluta del proletariado", que unos atribuyen a Marx y otros niegan que la haya previsto.

Haciendo suya la teoría ricardiana de los "rendimientos decrecientes en la agricultura", Malthus creyó ver una progresión de aumento histórico mayor en la población que en los medios de subsistencia. De este supuesto déficit en los recursos naturales, Malthus dedujo su teoría de la sobrepoblación y de ahí, la propensión a la baja de los salarios hasta el equivalente al "mínimo fisiológico". Esta teoría de la depauperación absoluta formulada en 1803, fue tomada por Lassalle cincuenta años después, para dar a conocer su "ley de bronce de los salarios".

Por su parte, son varios los pasajes de su obra en los que, desde el "Manifiesto Comunista", Marx alude inequívocamente a que la "ley general de la acumulación capitalista", tiende históricamente a reducir el nivel de vida de los trabajadores a un mínimo. A la vista de los progresos evidenciados en el salario real de la clase obrera europea —sobre todo alemana— a fines de ese mismo siglo diversos críticos han creído ver desacreditada por los hechos la teoría salarial de Marx y, con ella, todas sus predicciones sobre el futuro de la sociedad capitalista.

Como hemos de ver a continuación, ello se debió a una lectura desatenta o tendenciosa de "El Capital". En primer lugar, la teoría marxista de la población no parte de las premisas de  Malthus. Para Marx, la sobrepoblación no tiene una causa natural, sino eminentemente social; está en la lógica misma del proceso de acumulación del capital; es un producto genuinamente suyo. En segundo lugar, Marx no dice en ningún sitio que, bajo el capitalismo, el salario tienda históricamente al mínimo fisiológico —que él denomina mínimo físico—, sino que, simplemente tiende a un mínimo. Es cierto que en el capítulo cincuenta del libro III, Marx habla del mínimo físico, "regulado por una ley natural", pero sólo para señalar que el valor real de la fuerza de trabajo "diverge de ese mínimo físico; es diferente según el clima y el nivel de desarrollo social; no solo depende de las necesidades físicas, sino también de las necesidades sociales históricamente desarrolladas, que se convierten en segunda naturaleza"(el remarcado es nuestro). [10]

        El coste salarial varía, también, según sea el grado de cualificación del trabajo. En el libro I sección IV, donde  trata sobre el plusvalor absoluto, Marx se refiere a la diferencia entre trabajo simple y trabajo complejo. Allí dice textualmente:

<<El trabajo al que se considera calificado, más complejo con respecto al trabajo social medio, es la exteriorización de una fuerza de trabajo complejo, trabajo de un peso específico superior. El trabajo al que se considera más complejo con respecto al trabajo social medio, es la exteriorización de una fuerza de trabajo EN LA QUE ENTRAN COSTOS DE FORMACIÓN MÁS ALTOS, CUYA PRODUCCIÓN INSUME MÁS TIEMPO DE TRABAJO Y QUE TIENE POR TANTO UN VALOR MÁS ELEVADO QUE EL DE LA FUERZA DE TRABAJO SIMPLE>> (K. Marx: "El Capital" Libro I Cap. V Ed. cit. T-1 Pp. 239 las mayúsculas son nuestras)

Por tanto, para Marx, el valor de la fuerza de trabajo no es constante sino que varía según el rendimiento del trabajo. Henryk Grossmann resume acertadamente los factores que entran en la formación histórica del valor de la fuerza de trabajo. Estos factores son: a) el incremento de la fuerza productiva del trabajo gracias al cual tanto la fuerza de trabajo como el valor disminuyen de precio; b) los mayores o menores costos del aprendizaje, que conducen al encarecimiento del trabajo calificado con respecto al trabajo no calificado; c) la introducción de máquinas, cuyo efecto es manifiestamente contrario al anterior, pues desvaloriza el trabajo calificado; d) entre los restantes factores que intervienen en la determinación de los costos de reproducción de la fuerza de trabajo, se agrega el de la intensidad del trabajo; e) finalmente, incluye también la acumulación de capital. [11]

La hipótesis de costes constantes de reproducción de la fuerza de trabajo, supone un rendimiento del trabajo también constante y una constante provisión de medios de vida. Esta situación de estancamiento de la producción es absolutamente incompatible con la necesidad de valorización del capital. El progreso en la productividad del trabajo es condición de existencia del modo de producción capitalista. Luego, bajo el capitalismo, los salarios registran costes variables. De ahí que, a efectos del cálculo del valor, de la tasa de explotación y de la cuota de ganancia media, Marx designe al salario con el nombre de "capital variable".

En el capítulo XV del libro III que trata de las contradicciones de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, Marx señala precisamente el déficit de Ricardo al concebir la tasa de plusvalor sobre el supuesto de que la jornada de labor "es, en intensidad y extensión, una magnitud constante". Marx dice expresamente que el fenómeno típicamente capitalista de la intensificación del trabajo adquiere "importancia decisiva". En un doble aspecto: porque impugna la "ley de bronce del salario", y porque demuestra el carácter revolucionario fundamental de la clase obrera. [12]

La intensificación del trabajo supone "un mayor gasto de trabajo en el mismo tiempo, una tensión acrecentada de la fuerza de trabajo, un taponamiento más denso de los poros que se producen en el tiempo de trabajo". Esto quiere decir que "La hora, más intensiva de la jornada laboral de diez horas contiene ahora tanto o más trabajo, esto es, fuerza de trabajo gastada, que la hora, más porosa, de la jornada laboral de 12 horas. (subrayado del autor). [13]

De aquí se infiere que, en cierto estadio de la acumulación capitalista, las condiciones objetivas de la valorización del capital exigen que el salario real tenga que aumentar necesariamente. La lucha obrera por el salario, ese factor "histórico-moral" que Mandel deja flotando en el aire, en realidad se asienta en la base material del sistema; [14] la fuerza moral que asiste a los trabajadores en sus luchas, reside en los contenidos y resultados de la ley del valor. Los "excesos" o "usurpaciones" del capital contra los que Marx exhorta a la clase obrera a luchar, deben entenderse como excesos de la ley del valor respecto de las propias condiciones de valorización del capital, una contradicción insoluble del capitalismo que justifica plenamente la lucha revolucionaria del proletariado. 

Y esto es así no sólo en cuanto a los fundamentos sino también en cuanto al tiempo. En efecto, de hecho, toda acción de los trabajadores, obedece a movimientos previos determinados por la ley del valor en un momento dado del progreso de la acumulación. "la lucha por la subida de salarios -dice Marx en "Salario, Precio y Ganancia"- sigue siempre a cambios anteriores y es el resultado de los cambios previos operados en el volumen de producción, las fuerzas productivas del trabajo, el valor de éste, el valor del dinero, la extensión e intensidad del trabajo arrancado, las fluctuaciones de los precios del mercado, que dependen de las fluctuaciones de la oferta y la demanda y se producen con arreglo a las diversas fases del ciclo industrial; en una palabra: es la reacción de los obreros contra la acción anterior del capital.(subrayado del autor). [15]

En síntesis, y para decirlo con palabras de Henryk Grossmann, "La teoría marxiana del salario no solo no entra en contradicción con la experiencia empírica, sino que, por el contrario, está en condiciones de explicar este dato empírico desde la lógica del sistema teórico en su conjunto, es decir, a partir de la propia ley del valor, sin necesidad de recurrir a ninguno de los elementos de la competencia". [16]

El no haber tenido en cuenta esto, explica que Román Rosdolsky haya caído en el subjetivismo de atribuir a la lucha obrera una función determinante en la evolución de los salarios reales. Lo que no se explica tan fácilmente, es que Rosdolsky no haya advertido que su recurrente apelación errónea al factor "histórico-moral", se contradice en el mismo contexto con su acertada referencia a la ley del valor en torno al comentado pasaje de "Salario Precio y Ganancia", así como con su aguda crítica a Böhm-Bawerk sobre la reducción marxiana de trabajo complejo a trabajo simple y con el reconocimiento posterior de que en Marx hay, efectivamente, una teoría del derrumbe.

Semejante laguna teórica sorprende en quien ha demostrado tener un amplio y profundo conocimiento de la literatura en torno a este tema. Sobre todo, después de la fulgurante bengala con la que Grossmann iluminó este flanco inexpugnable del materialismo histórico. ¿Su doble omisión debe atribuirse a un lapsus teórico? Sea por lo que fuere, Rosdolsky se refleja aquí muy mal en el materialismo histórico. El Marx contradictorio que presenta, no es otra cosa que la transfiguración de su propio pensamiento enfrentado consigo mismo. Su error está en haber introducido la lucha de clases como factor determinante del valor salarial, una pieza que no encaja en el mecanismo de la lógica de investigación económica que preside tanto los "Grundrisse" como "El Capital". [17]  

        Al abordar el problema de la intensificación de la fuerza laboral, entramos en el capítulo del salario relativo. Al investigar la categoría fuerza de trabajo en su doble carácter, Marx descubre que "Ni el salario nominal, es decir, la suma de dinero a cambio de la cual el obrero se vende al capitalista, ni el salario real, es decir, la suma de mercancías que puede comprar a cambio de ese dinero, agotan las relaciones contenidas en el salario. Ante todo, el salario aún está determinado por su  relación con la ganancia, con el beneficio del capitalista; es un salario relativo. El salario real expresa el precio del trabajo en relación con el precio de las restantes mercancías (que es lo que determina su nivel de vida), mientras que el salario relativo  expresa la participación del trabajo -en el nuevo valor creado por él- en relación con la participación que en él cabe al trabajo acumulado, al capital. [18]

Marx observa que el progre­so secular en la acumulación capitalista va acompañado de un aumento también a largo plazo en la composición orgánica del capital social global, esto es, el crecimiento más rápido del capital destinado a maquinaria y materias primas, respecto de la parte destinada al pago de salarios. Observa también que un menor empleo relativo de trabajo vivo, supone una productividad mayor, con lo cual, dada la jornada de labor simultánea, los trabajadores reproducen en un tiempo cada vez menor la parte de capital adelantada en salario, aumentando así el tiempo que dedican a trabajar para los capitalistas. [19] Queda claro, pues, que la lucha obrera jamás podrá evitar la tendencia histórica hacia el descenso relativo del salario. Esto debe ser necesariamente así, porque, de lo contrario, la reproducción ampliada se torna materialmente imposible.

 Según Román Rosdolsky "..Pertenece a Rosa Luxemburgo el mérito de haber situando en una perspectiva política correcta la dinámica del salario relativo. De esta insigne revolucionaria, leemos en su ‘Introducción a la Economía Polí­tica’":

<<La producción capitalista no puede avanzar un solo paso adelante sin reducir la participación de los obreros en el producto social. Con cada innovación en la técnica, con cada mejora en las máquinas, con cada aplicación nueva del vapor y la elec­tricidad en la producción y en el transporte, se reduce la parti­cipación de los obreros en el producto y aumenta la de los capi­talistas>>. (Se trata de) un poder completamente invisible, una acción simplemente mecánica de la competencia y de la producción de mercancías dejándole (al obrero) una (porción) cada vez menor (....) El papel personal del explotador es todavía visible tra­tándose del salario, es decir, de las subsistencias reales. Una reducción del salario, que determine una disminución del nivel de vida de los obreros, constituye un atentado visible de los capi­talistas contra los obreros y recibe de estos, por lo general, allí donde se hace sentir la acción del sindicato , la respuesta de la lucha inmediata (...) Pero muy distinta es la situación cuando se trata del descenso, invisible, del salario relativo provocado por el mero progreso técnico, los inventos, la intro­ducción de máquinas, el mejoramiento de los medios de transporte, etcétera.

Pero los efectos de todos estos avances sobre el salario relativo de los obreros son el resultado mecánico de la producción mercantil y del carácter de mercancía de la fuerza de trabajo (...) Es por ello que la lucha contra la caída del salario relativo, entraña la lucha contra el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo, es decir, contra la producción capitalista en su conjunto. La lucha contra la caída del salario relativo, no es ya una lucha que se desenvuelve en el terreno de la economía mercantil, sino un asalto revolucionario, subversivo, contra la existencia de esta economía, es el movimiento socialista del proletariado.>> (Citada por R. Rosdolsky en Op. Cit. Cap. 20 Apéndice III. Ed. Cit. Pp. 331. El subrayado es nuestro)

Ahora bien, según lo razonado hasta aquí, se podría pensar que las luchas por el salario relativo serían producto del factor histórico-moral, es decir, de una voluntad política asentada en consideraciones de pura justicia distributiva. Tal es lo que parece inferirse de lo expuesto por Rosa Luxemburgo. Las investigaciones de Marx permiten negar esta falacia de sentido común, al demostrar que estas luchas en este terreno están objetivamente determinadas.

En los "Manuscritos de 1861/63, Marx llega a la conclusión de que en un punto determinado de la acumulación —y a este punto se llega con el "Fordismo" y el Taylorismo"— se establece una relación inversa entre la intensidad y la extensión de la jornada de labor:

<<Y esto —dice Marx— no es un asunto especulativo. Cuando el hecho se manifiesta hay un medio muy experimental de demostrar esta relación: cuando, por ejemplo, aparece como físicamente imposible para el obrero proporcionar durante doce horas la misma masa de trabajo que efectúa ahora durante diez o diez horas y media. Aquí, la reducción necesaria de la jornada normal o total de trabajo resulta de una mayor condensación del trabajo, que inclu­ye una mayor intensidad, una mayor tensión nerviosa, pero al mismo tiempo un mayor esfuerzo físico. Con el aumento de los dos factores -velocidad y amplitud (masa) de las máquinas- se llega necesariamente a una encrucijada, en la que la intensidad y la extensión del trabajo ya no pueden crecer simultáneamente, en el que el aumento de una excluye necesariamente el de la otra...>> [20]  

Comprobaciones empíricas contemporáneas permiten confirmar este aserto. Mediante un estudio riguroso de las estadísticas comparadas de mortalidad en los EE.UU., Eyers y Sterling, han demostrado que "...después de la adolescencia, la mortalidad está más relacionada con la orga­nización capitalista que con la organización médica....Una conclusión general, es que un gran componente de la patología física y muerte del adulto, no deben ser considerados actos de Dios ni de nuestros genes, sino una medida de la tragedia causada por nuestra organización económica y social..." Estos autores consideran al "stress" como el eslabón entre las "noxas" (daños) sociales y el deterioro biológico (catabolismo). Eyers y Sterling definen el "stress" como "...los cambios que ocurren en un sujeto llamado a responder a una situación externa, para enfrentar la cual el no tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de alerta psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro y pone en tensión el cuerpo...”. [21]

Las estadísticas de mortalidad reconocen al "stress" en el suicidio, el homicidio y los accidentes, así como en enfermedades crónicas como el infarto, la cirrosis, el  cáncer de pulmón y la hipertensión. [22] Según un informe de CC.OO., los acciden­tes laborales en España aumentaron un 46% en l988, o sea, 326.308 accidentes más que el año anterior. A pesar de la gravedad de los datos, la situación de la salud laboral en España puede ser todavía más trágica: al menos un 30% de los trabajadores de este país, escapan a  las estadísticas oficiales sobre siniestralidad, ya que se trata de trabajos marginales o a tiempo parcial. Según CC.OO., "...los que tienen contrato temporal, se accidentan dos veces más que el personal fijo...". [23]

En otras palabras, la tendencia del capital a aumentar la plusvalía relativa, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas "objetivas" expresado en las máquinas, los sistemas mecánicos, los sistemas semiautomatizados, la automatización en gran escala, los robots, tiene efectos contradictorios sobre el trabajo. Reduce la cualificación, suprime empleos, presiona a la baja sobre los salarios por el aumento del ejército de reserva. Pero simultáneamente, la extensión de la mecanización tiende a aumentar la intensidad del esfuerzo en el trabajo (a la vez físico y psíquico, o al menos uno de los dos), y ejerce, pues, una presión objetiva hacia la reducción de la jornada de trabajo.               

Las formas  de lucha con que el proletariado ha venido desbaratando la "organización científica del trabajo", responden a todas estas "noxas" sociales. Entre estas formas está el absentismo, el sabotaje tipificado como "faltas de cuidado", "defectos", "porcentajes crecientes de desperdicios"; actitudes que Benjamín Coriat ve como "una resistencia a entrar en la fábrica" y que pueden ser actos voluntarios o resultantes de una fatiga excesiva. [24]

En suma, la Ley de la Caída Tendencial del Salario Relativo es el contexto en el que Marx encuadra todas las luchas de la clase obrera moderna por la reducción de la jornada de trabajo. Luchas en el seno del capital, a menudo sordas y aparentemente intrascendentes, pero históricamente revolucionarias. Refiriéndose a ellas en el pasaje de "Salario Precio y Ganancia", Marx dice que "Si en sus conflictos diarios con el capital (los trabajadores) cediesen cobardemente, se descalificarían para emprender movimientos de mayor envergadura". [25]

 En esta línea de razonamiento, parece quedar recusado el presunto carácter integrador absoluto del capitalismo. Pero, además, en este contexto se revela plenamente  a la conciencia esa clase revolucionaria objetiva que muchos consideran imposible descubrir teóri­camente. En efecto, si la tendencia siempre operante a reducir el tiempo de trabajo necesario por debajo del promedio social es condición de existencia de la acumulación en el capitalismo tardío, debemos concluir que la lucha por el salario relativo -que sólo compete a la clase trabajadora como tal- supone, lógicamente, la revelación del proletariado como clase revolucionaria fundamental.

Este asunto teórico es de la mayor importancia política. Porque en el supuesto de que la tasa de explotación sea una función de la lucha de clases, estamos atribuyendo al capital una flexibilidad y una capacidad de asimilación de las demandas salariales que niegan la ley general de la acumulación capitalista, derribando las bases científicas del socialismo. En este sentido, la ambigüedad de Mandel al hablar de "ondas largas" que integran los desequilibrios a largo plazo del capita­lismo se inscribe en ese supuesto y remite a la teoría de los ciclos de Kondratieff, lo cual sugiere una idea de estabilidad histórica del sistema, incompatible con la de caducidad demostra­da lógicamente por Marx. [26]  

En cuanto a la escuela de Frankfort, su negación del marxis­mo se encuentra centralmente en su concepto de totalitarización del poder burgués a instancias de la manipulación tecnológica y de la planeación capitalista óptima. Figura destacada en defensa de esta tesis fue Friedrich Pollock del Instituto de Francfort. Sus argumentos no difieren en esencia de los expuestos por el revisionismo bernsteiniano de principios de siglo. Se afirman en que la creciente concentración y centralización del capital con control estatal, permitiría, a instancias de la automatización, la extensión del control despótico del capital al conjunto de la sociedad.

Durante los años treinta y cuarenta, Adorno, Horkheimer y Marcuse aceptaron y difundieron los trabajos de Pollok  sobre "la tiranía de la racionalidad tecnológica". Pero fue Marcuse quien desde "El Hombre Unidimensional" desarrolló las ideas de la Escuela de Francfort. [27] Para Marcuse, el capital en su etapa imperialista deja de ser una relación social cuya contradicción material contiene las premisas de su propia caducidad histórica. En tanto concibe al Estado burgués en las metrópolis como el capitalista colectivo con poder de regimentación total sobre el conjunto de la sociedad, su pensamiento deja a los explotados sin alternativa histórica. Como sostiene Harry Cleaver, "Su concepto de la dominación es tan completo que el 'dominado' desaparece virtualmente como un sujeto histórico activo". [28]  

El desinterés creciente de la militancia en los países de la cadena imperialista por el trabajo político en el seno de la clase, así como la alternativa atracción que ejercen sobre sus organizaciones de vanguardia los movimientos sociales, se explican por la transitoria capaci­dad de la burguesía en esos países para integrar a los explotados. Los difundidos análisis  teóricos de autores como Robinson, Swezzy y Baran vinieron a reforzar esta impresión generalizada. [29]

Por su parte, la “Escuela de Frankfort” parece no haber dejado resquicio alguno a las luchas sociales de los "dominados". Esta certeza sensible de tal modo teorizada por el neomarxismo económico y sociológico —que remite a la identidad de los contrarios— ha sido asimilada por muchos intelectuales orgánicos de la izquierda, los llamados “progresistas” —como usted se autoproclama— lo cual completa el cuadro que desdibuja a los asalariados como clase revolucionaria fundamental e induce a una concepción de la lucha de clases pura­mente “resistente” de tipo conspirativo y aleatoria de la revolución, donde la voluntad política se independiza totalmente de las leyes económicas del sistema en un doble y unívoco sentido contrarrevolucionario:

  1. Porque supone que el capitalismo deviene históricamente cada vez más compatible con el desarrollo humano de las fuerzas sociales productivas encarnadas en los asalariados y, consecuentemente,
  2. porque el bienestar de la clase obrera al interior del sistema es una función de la lucha de clases.

 Ahora, en plena resaca de aquella borrachera de solidaridad interclasista en bancarrota, la certeza empírica del colapso que experimenta el llamado “Estado del Bienestar” en su conciencia, sólo alcanza para dejarle casi  perplejo, porque esta nueva realidad choca violentamente con sus creencias bucólicas en los “intereses generales”, sutilmente introyectadas durante años por los agentes “neomarxistas” a sueldo del capital en la sociedad opulenta. Y el resultado de este choque es esa fe colectiva en el “capitalismo bueno” que aun resiste y se sobrepone a la evidencia que confirma las ignotas previsiones del Materialismo Histórico, de ese marxismo de Marx actualizado por Lenin y los bolcheviques en Rusia, y que el stalinismo enterró bajo toneladas de chatarra teórica y crímenes políticos sin nombre durante más de setenta años.

El resultado de todo este proceso contradictorio, es el que todavía palpita en su conciencia y voluntad política bajo la compartida proposición “progresista” a “resistir” dentro del sistema cual toro de lidia en ruedo ibérico estatal burgués, huyendo hacia adelante una y otra vez para embestir arrancando desde su particular querencia en los principios políticos del Estado del Bienestar contra el Estado liberal globalizado, confiando en que este capitalismo incomprensiblemente descarriado, entienda que, tal como usted se sobrepone a la evidencia, él debe sobreponerse a la tendencia objetiva que le induce a apoderarse de la fuerza de trabajo disponible actualmente ocupada en esas “redes públicas de solidaridad estatal”, exigiéndole que reoriente su masa de capital ocioso hacia la actividad privada productiva saturada, de donde salió expulsado por el descenso de la tasa media de beneficio, para resignarse a obtener réditos cada vez más bajos en proporción al incremento de sus inversiones, todo ello en aras de los “intereses generales”. Ni más ni menos que como prometió el profeta Isaías que pasaría en el Reino de los Cielos:

<<Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará. La vaca pacerá con la osa y las crías de ambas se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja…>> (Is 11, 6-10)

Ante semejante proposición mitológica sin sustento racional ninguno, nosotros sostenemos que, dadas las actuales condiciones subjetivas de retroceso ideológico y político de los explotados, es obvio que sus luchas no puedan hoy trascender el estadio de la “resistencia” ante las agresiones del capitalismo, y que desde ese necesario peldaño inferior hay que acompañar a la sociedad del trabajo enajenado. Pero una cosa es que la intelectualidad revolucionaria reconozca estas limitaciones objetivas de momento insuperables y otra muy distinta posternarse ante ellas. Si como es cierto que las masas explotadas aprenden por su propia experiencia, no es menos cierto que esa experiencia no tiene exclusivamente un carácter puramente práctico o económico-reivindicativo inmediato. Así como los capitalistas no cejan en su propaganda política apologética de su sistema de vida al tiempo que no dejan ni por un momento de implementar medidas políticas que necesariamente conspiran contra el status económico-social de sus asalariados, la vanguardia revolucionaria, al mismo tiempo que debe estimular y acompañar en su lucha de resistencia contra las agresiones del capital, debe difundir el contenido necesariamente anticapitalista de su propia propaganda y no cejar tampoco en proponer sus propias medidas políticas alternativas al sistema como parte de la experiencia de los explotados. La experiencia también se nutre de ideas, también es conocimiento como parte del proceso de elaboración de los estados de conciencia de la propia realidad que la confirman o la superan. La burguesía es maestra en la aplicación de este axioma desde su propia perspectiva de clase subjetivamente conservadora de la realidad actual. Los revolucionarios deben hacerlo suyo desde la perspectiva objetivamente superadora de esa realidad. 

En síntesis, si como es cierto que los asalariados tienen sus intereses presentes o inmediatos, no es menos cierto que, dada la naturaleza depredadora del capitalismo que usted ha llegado a reconocer en esta polémica, es necesario reconocer hablar también —y consecuentemente impulsar— al mismo tiempo, los intereses históricos o estratégicos del proletariado. La intelectualidad revolucionaria, la que proclama —como usted lo ha hecho— diciendo que:

<<…nuestra misión no es el apuntalamiento del Estado, justamente es destruirlo y erigir en su lugar la dictadura proletaria…>> (De Ismael al GPM: 16/09/05),

no debe declinar semejante responsabilidad histórica en aras de los intereses presentes de los explotados, como usted, erróneamente, propone. Porque, en contradicción con éste, el único sentido retórico políticamente trascendente de su discurso, el resto adolece precisamente de ello. En efecto, frente a su confesa conclusión subjetivista de que al capitalismo ya no le interesa el bienestar de los asalariados, lo que usted propone es “resistir” semejante determinación. Pero no para vencer al capitalismo, sino para convencerle de que no está haciendo las cosas bien, porque se olvida de los “intereses generales”. O sea, que lo que usted nos propone a los asalariados es que por nada de la vida saquemos los pies del tiesto capitalista. En aras de los supuestos “intereses generales” pregonados por la burguesía en los que sigue creyendo, usted renuncia a los intereses históricos del proletariado. Por eso su discurso carece de proposiciones en el terreno político revolucionario, carece de eficacia política “progresista” en el sentido riguroso del término, señor Ismael, porque el capitalismo es esencialmente, conservador, anacrónico y decadente.

Esto es todo y muchas gracias por la oportunidad que nos ha brindado de cumplir con nuestra responsabilidad histórica como asalariados autoconscientes.  

P/D

Como podrá comprobar, parte de este mismo texto es ya un lugar común en nuestra página. Lo puede usted encontrar también en http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/10.htm. Nos repetimos deliberadamente por necesidad como método de lucha teórica contra lo esencial ya innecesario de este sistema de vida, del mismo modo que procede la burguesía pero para reafirmarse en esa esencia caduca insistiendo en evocar valores que la encubren y embellecen; tanto más, cuanto con más frecuencia la realidad de su práctica tiende a quitarle ese velo. 

Aunque nunca será suficiente insistir en ello, hasta bien entrada la revolución en la sociedad actual tras la toma del poder por la burguesía, esto mismo que hacemos los revolucionarios esgrimiendo los valores de la sociedad del futuro para desvelar la esencia de la sociedad actual, es lo que hizo una vez la burguesía esgrimiendo sus propios valores para dejar al descubierto la irracionalidad y anacronismo histórico de la sociedad que vino a reemplazar como clase dominante. Y hoy esto mismo que hizo la burguesía como clase revolucionaria que fue para conquistar el poder, necesita seguir haciéndolo hoy para conservarlo; con tanta o más insistencia cuanto más rápidamente las urgencias de su realidad actual le exigen alejarse de su propia razón histórica de ser. Cuanto menos necesaria e irracional deviene una clase dominante, más contingentes e irracionales tienden a volverse con el tiempo los valores en que esa clase pretende seguir justificándose ante la historia como tal:

<<En 1789, la monarquía francesa se había hecho tan irreal, es decir, tan despojada de toda necesidad, tan irracional, que hubo de ser barrida por la Gran Revolución, de la que Hegel hablaba siempre con el mayor entusiasmo. Como vemos, aquí lo irreal era la monarquía y lo real la revolución. (En España, lo irreal eran las fuerzas realistas en la época en que las cortes de Cádiz representaban la nueva realidad efectiva, aunque no la realidad actual encarnada aún en la monarquía absoluta de Fernando VII.) Y así, en el curso del desarrollo, todo lo que un día fue real se torna irreal, pierde su necesidad, su razón de ser, su carácter racional, y el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una realidad nueva y viable; pacíficamente si lo viejo es lo bastante razonable para resignarse a morir sin lucha; por la fuerza, si se opone a esta necesidad. De este modo, la tesis de Hegel se torna, por la propia dialéctica hegeliana, en su reverso: todo lo que es real dentro de los dominios de la historia humana, se convierte con el tiempo en irracional; lo es ya, de consiguiente, por su destino, lleva en sí de antemano el germen de lo irracional; y todo lo que es racional (de momento sólo) en la cabeza del ser humano, se halla destinado a ser un día real, por mucho que hoy choque con la aparente realidad existente. La tesis de que todo lo real es racional, se resuelve, siguiendo todas las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer.>> (F. Engels: “Ludwig Feüerbach y el fin de la filosofía clásica alemana” I. Lo entre paréntesis es nuestro)

Hace ya mucho que la burguesía ha colmado su destino histórico como clase necesaria, para acabar ante la memoria histórica como el simple contingente social que dio término a la prehistoria de la humanidad. Y si todavía puede sobrevivirse políticamente a sí misma, sólo tiene su posibilidad real en la sola inercia de su poder ideológico residual sobre la conciencia de los explotados. Es en este contexto donde adquiere plena significación la tarea actual de los revolucionarios a la luz del apotegma de Víctor Hugo:

<<No hay fuerza más irresistible que la de una idea cuando le llega su hora>>

Para este asunto de la decadencia de los sistemas de vida respecto de la relación entre las categorías filosóficas de esencia y existencia en la historia, ver: http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/10.htm y los dos apartados subsiguientes.

Esta realidad es lo que exige y justifica a los revolucionarios en su insistente vapuleo de las ideas del enemigo de clase en la conciencia de los explotados, para que allí pueda brillar cada vez con más certidumbre la necesidad de la revolución. Gramsci decía que desde la aparición de la sociedad de clases hasta hoy, ha ocurrido que desde el momento en que las clases dominantes logran que sus ideas fundamentales echen raíces en el espíritu de las clases subalternas, es cuando esas ideas sedimentan por la práctica social en el llamado “sentido común”, que Hegel llamaba “espíritu objetivo”, en torno al cual se cohesiona toda sociedad dada, donde el elemento más importante de ese “sentido común” tiene, indudablemente, no un carácter racional, sino de fe, de simple creencia en esos valores.

¿Por qué? Precisamente porque los valores de las clases dominantes jamás fueron los valores de las clases subalternas; por eso también toda fe siempre estuvo fundada en lo irracional y en la superchería de quienes han venido medrando a expensas de los explotados que, así, al mismo tiempo fueron oprimidos. Supercherías tales como las nociones burguesas al uso de “libertad”, “igualdad”, “solidaridad” o “derechos humanos”. Sobre esta última impostura lingüística y conceptual ver: http://www.nodo50.org/gpm/pinochet/00.htm

El proletariado, en tanto clase universal que no puede reclamar para sí ningún fuero especial, porque es la encarnación del más absoluto desafuero social, tampoco puede sustentar su “sentido común” en la creencia de nada en particular, sino en la racionalidad del todo. De ahí que insistencia de los revolucionarios en la difusión de su discurso con aspiración a convertirse en sentido común de la sociedad, debe estar despojada de toda creencia, de toda fe; debe ser, por primera vez, el “sentido común” de la moderna ciencia social. De ahí la fuerza y vigencia virtual del aforismo de Lenin:

<<Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario>> (“¿Qué Hacer?”, 1902).

Pero en eso de cultivar la paciente y tenaz insistencia en la difusión de la verdad científica, los revolucionarios no pueden ni deben dejar de emular el método tradicional de las clases dominantes. Así lo aconsejó, con toda razón, Gramsci, posiblemente quien más haya investigado en este terreno de la propaganda política:

<<De allí se deducen determinadas necesidades para cada movimiento cultural que tienda a sustituir al sentido común y las viejas concepciones del mundo en general: 1) no cansarse jamás de repetir los argumentos (variando literariamente la forma): la repetición es el medio didáctico más eficaz para actuar sobre la mentalidad popular; 2) trabajar sin cesar para elevar intelectualmente a más vastos estratos populares, esto es, para dar personalidad al amorfo elemento de masa, cosa que significa trabajar para suscitar elites de intelectuales de un tipo nuevo, que surjan directamente de la masa y que permanezcan en contacto con ella, para llegar a ser las "ballenas de corsé". [30]

Esta segunda necesidad, cuando es satisfecha es la que modifica realmente el "panorama ideológico" de una época. Por lo demás, estas elites no pueden constituirse y organizarse sin que en su interior se verifique una jerarquización de autoridad y competencia intelectual, que puede culminar en un gran filósofo individual, si éste es capaz de revivir concretamente las exigencias de la sólida comunidad ideológica, de comprender que ésta no puede tener la rapidez de movimientos propia de un cerebro individual y, por lo tanto, logre elaborar formalmente la doctrina colectiva de la manera más vinculada y adecuada al modo de ser colectivo.

Es evidente que una construcción de masas de tal género no puede producirse "arbitrariamente", en torno a una ideología cualquiera, por la voluntad formalmente constructiva de una personalidad o de un grupo que se lo proponga por el fanatismo de sus convicciones filosóficas o religiosas. La adhesión o no adhesión de masas a una ideología es el modo como se verifica la crítica real de la racionalidad e historicidad de los modos de pensar. Las construcciones arbitrarias son más o menos rápidamente eliminadas de la competición histórica, aun cuando a veces, por una combinación de circunstancias inmediatas favorables, alcanzan a gozar de cierta popularidad, mientras que las construcciones que corresponden a las exigencias de un período complejo y orgánico terminan siempre por imponerse y prevalecer, aun cuando atraviesan muchas fases intermedias durante las cuales su afirmación se produce sólo en combinaciones más o menos abigarradas y heteróclitas.>> (A. Gramsci: “Cuadernos de la Cárcel” C. XVIII; I.M.S. 5-20 parágrafo 10: “Relaciones entre ciencia-religión-sentido común”. Subrayado nuestro).

Pues bien, en esto, precisamente, estamos hoy día empeñados nosotros con la sociedad decadente actual, y tal ha sido la modesta pero no menos ambiciosa intención de este y los demás trabajos publicados por el GPM. Lo hacemos como parte del presente proceso necesariamente celular, en la tarea de contribuir a la constitución del tejido revolucionario de ideas paridas por la sociedad capitalista actual, para dar esencia y forma al cuerpo orgánico de la sociedad socialista futura.

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[4] El verbo “pretender” se deriva del vocablo impersonal “tender” y significa “tender por delante”, de donde “dar como excusa”, esto es, perseguir un determinado fin político. 

[5] Román Rosdolsky: Op.Cit.: Apéndice: “Sobre la apreciación crítica de la teoría marxiana del salario” Ed. Cit.  Pp. 321. De aquí se desprende que, llegado a ese límite, cualquier demanda de aumento salarial se torna objetivamente revolucionaria aunque no decisiva al respecto.

[6] Ernest Mandel: "El Capitalismo Tardío"  Cap. I Ed. cit. Pp. 41.

[7] Si lo que se paga en calidad de salarios —dice J. Mill— está incluido, como suele ocurrir, en el concepto de capital, es absurdo hablar separadamente del trabajo como de algo separado de aquél. Así empleada, la palabra capital incluye tanto al trabajo como al capital". (Citado por Marx en "El Capital" Libro I Cap. V)

[8] E. Mandel: "Las ‘Ondas Largas’ en la Historia del Capitalismo" Ed. AKAL/79 Pp. l74.

[9] E. Mandel "Tratado de Economía Marxista" Cap. V Ed. Era/77 T.1 Pp. 198.

[10] K.Marx: "El Capital" Libro III Cap. L Ed. cit. Pp. 1090/1091

[11] Ver Henryk Grossmann: "La Ley de la Acumulación y El Derrumbe del Sistema Capitalista" Ed. Siglo XXI/79 Pp. 381

[12] Ver Karl Marx: "El Capital" Libro III Cap. XV. Ed. cit. T-6 Pp.309

[13] Ver: K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XIII punto 3. aptdo. c) Ed. Cit. T2  Pp. 499-500

[14] Ver Ernest Mandel: "El Capitalismo Tardío"  Cap. V. Ed. cit. Pp. 152

[15] K. Marx: "Salario, Precio y Ganancia" Punto 7. Ed. cit. Pp.54-55

[16] Henryk Grossmann: Op.cit. Parte tercera Cap. 23 Ed. cit. Pp. 385. Subrayado nuestro.

[17] Cfr.: Román Rosdolsky: Cap. 20 Apéndice 5. Ed. cit. Pp. 336/348

[18] K.Marx: "Trabajo Asalariado y Capital" en "Obras Escogidas" Ed. Fundamentos/75 Pp. 88

[19] Para la investigación de la naturaleza del plusvalor, resulta irrelevante el número de obreros empleados por el capital. La inclusión aquí de la locución jornada laboral simultánea es para indicar el hecho de que el capital es, desde un primer momento, una fuerza colectiva basada en la supresión del aislamiento del obrero, consiste en la concentración de muchos obreros por parte de un capitalista; todos cuantos le permita la tasa de acumulación.

[20] K.Marx: “Manuscritos de l86l/63”- MEGA II, 3, 6 Pp. l906. Citado por E. Mandel en "Marx y El Porvenir del Trabajo Humano" Revista "Inprecor" Nº 50 oct/86 Pp.7. Este mismo concepto aparece en "El Capital" formulado del siguiente modo: “Es de todo punto evidente que con el progreso de la maquinaria y al acumularse la experiencia de una clase especial de obreros mecánicos, aumenta de manera natural la velocidad y con ella la intensidad del trabajo. Así, por ejemplo, en Inglaterra durante medio siglo la prolongación de  la jornada laboral corre pareja con la intensidad del trabajo fabril. Con todo se comprende fácilmente que en el caso de un trabajo que no se desenvuelve en medio de paroxismos pasajeros sino de una uniformidad regular, reiterada día tras día, ha de alcanzarse un punto nodal en el que la extensión de la jornada laboral y la intensidad del trabajo se excluyan recíprocamente, de tal modo que la prolongación de la jornada solo sea compatible con un menor grado de intensidad en el trabajo y, a la inversa, un grado mayor de intensidad solo pueda conciliarse con la reducción de la jornada laboral". Ver: K. Marx: "El Capital"  Libro I Cap. XIII aptdo.3. c) Ed.cit. T-2 Pp. 498/99.

[21] "Stress- Related, Mortality and Social Organization" En "Salud Panamerica­na" Vol. 8- l.

[22] Ver: "Gaceta Sindical" CC.OO. Nº 57 set/89).

[23] Ibid.

[24] Benjamín Coriat "El Taller y El Cronómetro"  Cap. 8 II Ed. Siglo XXI/82 Pp.124/130.

[25] K. Marx: "Salario, Precio y Ganancia" Ed. cit. Pp.61.

[26] Ernest Mandel: "El Capitalismo Tardío Ed. Era Méjico/79 Pp. 106 - Ver R. B. Day "La Teoría de los Grandes Ciclos: Kondratieff, Trotsky y Mandel" en "Los ciclos Económicos Largos" Ed. Akal/79 Pp. 197.

[27] En dicha obra, Marcuse esgrimió el comportamiento de la sociedad norteamericana como testimonio de veracidad de su teoría. A poco de decir allí expresamente que el pueblo americano estaba condenado a vivir la ideología del capitalismo como su propia realidad, los jóvenes norteamericanos quemaban masivamente sus de cédulas de incorporación al ejército en las principales ciudades de los EE.UU. para negarse a participar en la guerra de Vietnam. Inmediatamente, Marcuse mismo se vería arrastrado por los acontecimientos del mayo francés, negando su teoría con su propia práctica. Ed. Joaquín Mortiz/68.

[28] Ed. Cit. Pp.128

[29] En 1967 P. M. Sweezy publicó un ensayo titulado "Marx y el Proletariado", donde se incluye entre quienes por ese entonces pensaban que "la teoría del papel revolucionario del proletariado es el punto más débil de todo el sistema marxista".(Ver Richard Edwards: "Sweezy y el Proletariado" en "Repensar a Marx" Ed. Revolución Pp. 78)

[30] Lo que Gramsci ha querido significar con dicha expresión, es, indudablemente, que los intelectuales de nuevo tipo deben ser los sostenes ideológicos y organizativos de las masas. Preferimos traducirla literalmente por no haber hallado un equivalente en castellano de la misma expresividad ("Stecche del busto"). (N. del T.). Esas “elites de intelectuales de un tipo nuevo” es lo que nosotros denominamos “vanguardia amplia” del proletariado espontáneo en la perspectiva de pasar a engrosar la vanguardia revolucionaria. (GPM)