CONTRADICCIONES Y ERRORES
EN LOS FUNDAMENTOS DEL
PROGRAMA DE TRANSICIÓN

De acuerdo con este razonamiento, cuanto peores son las condiciones de vida del proletariado más clara deviene su conciencia y mayor su predisposición revolucionaria. Sin atender a las verdaderas consecuencias políticas de la lógica económica implícita en su tesis, Trotsky pensó abstractamente que según se acumulan los infortunios y sufrimientos de la clase obrera, su conciencia de clase y espíritu de combate se fortalecen tornándole cada vez más decidida a trascender políticamente los limites del sistema. Contradictoriamente, Trotsky pensó que la contrapartida de esta permanente propensión revolucionaria de los asalariados determinada por las consecuencias del estancamiento crónico del capitalismo, estaba en los cada vez mayores y "desesperados esfuerzos" por parte de las direcciones proletarias tradicionales ancladas en el reformismo. Ante esta hipotética situación enquistada en la sociedad capitalista, que las masas supuestamente predispuestas a la revolución consiguieran o no sacudirse el yugo político de los burócratas reformistas, es algo que dependía exclusivamente de la vanguardia revolucionaria, capaz de desbaratar ante las masas sus engaños y componendas políticas con el poder constituido. Tal es la lógica política que Trotsky expuso en el Programa de Transición"

Ahora bien, que las fuerzas productivas bajo la sociedad capitalista dejen de crecer, significa lógicamente que la acumulación del capital se enlentece, el paro aumenta en progresión geométrica y la depauperación absoluta se apodera paulatinamente de una porción cada vez mayor de la población asalariada que así pasa, sin solución de continuidad ni remisión posible, a engrosar las filas del lumpenproletariado, esto es, las fuerzas de choque contrarrevolucionarias, tal como Marx y Engels calificaron en el "Manifiesto Comunista" a estos sectores de origen proletario desclasados por el paro estructural. Bajo estas condiciones, la parte de asalariados empleada se queda en una minoría cada vez más irrisoria, de lo cual se infiere que, en condiciones de estancamiento crónico, la acción revolucionaria se queda sin base de sustentación social suficiente y la realización del socialismo en una tarea de imposible realización. Trotsky fue plenamente consciente de semejante dinámica. En esto pensaba cuando dijo que "las condiciones objetivas de la revolución estaban empezando a descomponerse". No obstante, contradictoriamente afirmó de modo totalmente arbitrario que "la orientación (revolucionaria) de las masas determinada (...) por las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición", es el "factor decisivo" que las fuerzas contrarrevolucionarias del reformismo no podrán doblegar. Decimos que Trotsky pensó de modo "totalmente arbitrario", (exclusión social como presunto potencial revolucionario por parte de organizaciones como el PCR o el MC) no sólo porque en condiciones de estancamiento crónico las fuerzas de la revolucion se debilitan socialmente (disminución absoluta de los asalariados y aumento de los parados y el lumpenproletariado contrarrevolucionario), sino porque, ante la imposibilidad creciente de la burguesía para conceder mejoras económicas a sus clases subalternas, el reformismo pierde toda capacidad de maniobra política y su función contrarrevolucionaria se queda sin sentido histórico práctico. De aquí se desprende el contrasentido de Trotsky al sostener la tendencia del capitalismo al estancamiento permanente al mismo tiempo que, en ese mismo contexto, releva políticamente al reformismo como la contratendencia a la predisposición revolucionaria del proletariado.

Respecto de la propensión permanente del proletariado a cuestionar el sistema, en realidad, la historia de la lucha de clases -antes y después de 1914- no ha confirmado semejante lógica sino al contrario. Que las masas asalariadas tiendan a ser permeables al discurso revolucionario sólo es la excepción a la regla. Sobre los explotados gravita normalmente la conciencia de lo que hacen. Y lo que normalmente hacen -incluidas sus luchas por mejorar su situación dentro del sistema capitalista- es confirmarse como clases subalternas de la burguesía. Es verdad que el reformismo es la lógica del oportunismo. Pero no es menos cierto que las direcciones políticas reformistas del movimiento obrero no hacen oportunismo con la burguesía, sino con la conciencia burguesa de la clase obrera mayoritaria. Sólo se puede manipular lo que es efectivamente manipulable. La condición suficiente del reformismo no reside, pues, en las direcciones del movimiento obrero traidoras a los principios de la revolución, sino en la conciencia burguesa de la clase obrera. De hecho, que las mayorías proletarias de algún país hayan llegado al enfrentamiento político directo con sus direcciones reformistas desde una perspectiva objetivamente revolucionaria, la historia no registra ningún caso.

¿Qué la revolución alemana del 18 es uno de esos casos? No es cierto. Tras tomar el poder y empezar a ejercerlo desde los consejos, la mayoría del proletariado alemán decidió democráticamente delegarlo en la asamblea constituyente hegemonizada por la dirección reformista del SPD, que así pudo tener las manos libres para aniquilar a la fracción minoritaria del spartaquismo dirigido por Rosa Luxemburgo y Liebnekcht. Lo mismo cabe decir del aplastamiento de los asalariados revolucionarios de Catalunya por las direcciones stalinistas en junio de 1937. Los comités revolucionarios fueron allí el embrión de los órganos de poder de la clase obrera. Pero en su mayoría estaban ganados por la ideología anarquista de unidad antifascista que coincidió con la política stalinista del frente popular. Organizada en torno al Comité Central de Milicias Antifascistas -un organismo de colaboración de clases que medió entre la multitud de comités revolucionarios y el colapsado aparato estatal capitalista con miras a su reconstrucción bajo la forma republicana de gobierno- la mayoría de la clase obrera catalana no estuvo con la revolución. El enfrentamiento con la dirección hegemónica stalinista del movimiento fue protagonizado por una ínfima minoría obrera revolucionaria irreductible nucleada en el POUM, la SBLE y los amigos de Durruti. La mayoría contempló impasible la masacre.

Cierto es que, en ambos casos, el movimiento obrero acusó la falta de un partido revolucionario con suficiente influencia de masas. Pero esto no ha sido casual, porque ninguna vanguardia revolucionaria puede hegemonizar un movimiento político de base proletaria que aun en el momento propicio para la ruptura revolucionaria se resiste a dejar de ser capital variable, que es lo que pasó en la Alemania de 1918/19, o no sabe cómo sacudirse esa dependencia del capital sin asumirse como Estado de clase, que es lo que pasó con los anarquistas en la España de 1936.

En el caso alemán, la política reformista cabalgó sobre la derrota de 1848/49 y el subsiguiente desarrollo económico espectacular inducido por la unificación política del país a partir de 1870. En vísperas de la primera guerra mundial, Alemania estaba por convertirse en la primera potencia económica del mundo. En ese momento, a igual intensidad y cualificación del trabajo era menester allí menos tiempo para fabricar los mismos propductos respecto del requerido en el resto del mundo, debido a que el capital constante invertido respecto del variable era relativamente superior. Esta superioridad se expresaba en que el valor comercial de los productos alemanes era inferior a los precios medios vigentes en el mercado mundial. De ahí que Alemania extrajera y se apropiara buena parte del plusvalor producido por los trabajadores al servicio de las fracciones del capital de otros países con los que comerciaba. Esta apropiación de plusvalor no producida en Alemania daba al capitalismo alemán una mayor capacidad de acumulación y de modernización, que revertía en mayores incrementos de productividad, lo cual permitía un importante incremento en los salarios directos e indirectos, no sólo de una minoría sino del conjunto de la clase asalariada alemana.

Comparando el proceso que aupó a Hitler en Alemania con el comportamiento de la clase obrera en la Comuna de Paris y en la revolución rusa de 1905, Trotsky dice que:

<<El proletariado alemán no ha sido batido por el enemigo en un combate: ha sido destruído por la cobardía, la abyección, la traición de sus propios partidos. Nada de extraño tiene que haya perdido la fe en todo lo que estaba habituado a creer (se supone que en los valores políticos del comunismo) desde casi tres generaciones...>> (Op. Cit.: El programa de las reivindicaciones transitorias en los países fascistas)

La verdad es que desde tres generaciones anteriores a 1933 y aun antes, desde Lassalle, la inmensa mayoría del proletariado alemán fue habituado a creer por las buenas, no precisamente en la revolución comunista sino en la eterna vigencia del capital y en las instituciones políticas de la burguesía. Por tanto, es falso decir que los proletarios alemanes tomaron ese hábito contrarrevolucionario de sus direcciones traidoras, porque ocurrió justamente al revés: el hábito proburgués de la vanguardia amplia alemana, educada durante años exclusivamente en las formas burguesas de hacer política, eso fue lo que más gravitó para que las direcciones del SPD y del USPD se instalaran en el reformismo. De lo contrario no se explica que, a principios de siglo, Rosa Luxemburgo y el spartaquismo hayan perdido el debate político con las huestes del revisionista Bernstein. Tampoco se explica que, en agosto de 1914, las bases partidarias del SPD hayan consentido que se voten los créditos de guerra y, en fin, que por el camino de la "democracia" y del Estado del bienestar, hayan seguido detrás de dirigentes como Kautsky, Scheideman, Ebert y Noske hasta las mismas puertas del fascismo. Cierto, las direcciones del SPD traicionaron los principios de la revolución y eso hay que decirlo bien alto, pero en modo alguno cometieron traición con los asalariados de entonces que optaron por disciplinarse a su línea política reformista. Y menos aun traicionaron a ese 33% de ellos que acabaron votando a Hitler. Esto también es necesario aceptarlo.

En lo que respecta al movimiento obrero español, todavía en la década de los años treinta seguía fuertemente impregnado por el pensamiento anarquista. Esto se explica, en parte, porque la burguesía española no había podido completar aun la formación del mercado interno capitalista y la base social pequeñobuerguesa era todavía mayoritaria. Antes de 1931, la clase obrera española no supo lo que es eso de tomar los hábitos "democráticos", porque la base material del sistema en España no daba, por entonces, para integrar consensualmente los conflictos sociales. Al no poder mejorar el nivel de vida de las clases subalternas, la gran burguesía española a cargo del aparato estatal debió someterlas mediante la violencia sistemática, pero no pudo gobernar sin sobresaltos ni peligros desestabilizadores. Para decirlo en términos de Gramsci, hasta principios de los años treinta la burguesía española mantuvo el dominio pero no la hegemonía política sobre la clase obrera y el campesinado pobre. Y dado que en 1931 estas condiciones económicas y políticas se mantenían intactas, la proclamación de la II República desembocó en un proceso que pareció derivar en revolución permanente, pero que no llegó a cuajar porque la prosapia del anarquismo, en el fondo compatible con la filosofía política del stalinismo, malogró tal posibilidad.

¿Y qué decir del peronismo en Argentina, por ejemplo, sino que confirmó la misma lógica de la relación vanguardia-masa? Su base de sustentación política estuvo en los 1.500 millones de U$S que Argentina recibió de los países beligerantes durante la Segunda Guerra Mundial. Esta base económica sobre la que el proyecto justicialista pudo pisar con firmeza en 1945, se disolvió en 1952, cuando en la tierra del trigo los argentinos debieron empezar a comer pan de centeno y el capital multinacional ya golpeaba fuertemente a las puertas del país. Pero hasta ese momento jamás en la historia los asalariados argentinos habían vivido mejor. Tres años después, el bloque social de poder político entre el proletariado y la burguesía nacional "progresista" se vino definitivamente abajo con el golpe militar que en setiembre de 1955 le dio el tradicional bloque de poder formado por la oligarquiía terrateniente y la burguesía comercial porteña aliadas del imperialismo. Desde entonces hasta hoy, los hijos y nietos de aquellos millones de asalariados que decían dar la vida por Perón, cargan todavía sobre su memoria histórica con el peso muerto de aquel fugaz destello de felicidad embrutecedora que le impide acceder a su esencia de clase velada por la esperanza en una imposible regresión de la historia. Cierto: las masas peronistas nunca perdonaron al P.C.A. su "traidora" actitud de haberse aliado con el bloque oligárquico en la llamada Unión Democrática. Pero ésta no fue precisamante una traición al ideal revolucionario de los asalariados argentinos, sino al espíritu objetivo de la contrarrevolución reformista todavía hoy enquistado en su conciencia, más de cincuenta años después de haber desaparecido para siempre la base material sobre la que se aupó aquél antiimperialismo pusilánime del peronismo.

 

En la circular de marzo de 1850, Marx explicaba sus diferencias con la fracción minoritaria de Willich y Schapper dentro de la Liga de los Comunistas, criticándoles el error de confundir los ideales universales del Manifiesto Comunista con los cortos ideales nacionalistas burgueses alemanes que impregnaban la conciencia de la clase obrera de entonces. Y les acusaba de proyectar su acción sin tener en cuenta los condicionamientos reales de la acción, destacando exclusivamente la mera voluntad de obrar negativamente (luchar contra) respecto de lo existente como aspecto principal de la revolución. Willich y Shaper pensaban que la revolución devenía naturalmente por efecto de la lucha misma, del compromiso con el movimiento real. Marx, en cambio veía de momento no la necesidad de provocar cambios en la dialéctica interburguesa luchando contra el enemigo "principal" -la débil y "cobarde" burguesía liberal que acababa de pactar con la nobleza- sino de modificar los condicionamientos reales que impedían luchar por la dictadura del proletariado. Y él veía que esos condicionamientos reales estaban en la clase obrera, en su todavía exiguo número, pero, sobre todo, en su estado de conciencia, en la confusión teórica, terminológica y conceptual que enturbiaba y tendía a desviar su acción política del objetivo acorde con su condición de clase. Y Marx apuntaba precisamente a erradicar del movimiento esa confusión teórica. De ahí que antes de tomar las armas -como quería la impaciente minoría- Marx propuso seguir dedicando todos los esfuerzos a clarificar las conciencias mediante la delimitación precisa de los matices políticos, contribuyendo así a revolucionar el espíritu espontáneamente burgués de la clase obrera a instancias de la vanguardia amplia. Desde entonces no abandonó jamás el principio de que la función de los comunistas consiste esencialmente en organizarse en torno al materialismo histórico para fundir esa teoría revolucionaria con el movimiento proletario. Y veía ese cometido como el resultado de un trabajo de largo aliento:

<<Mientras nosotros decimos a los obreros: "Tendréis que soportar 15, 20, 50 años de guerra civil para poder cambiar la situación, para capacitaros vosotros mismos para el gobierno", se nos ha dicho (por parte de la fracción de Willich y Schapper): "Tenemos que apoderarnos del poder enseguida o ya nos podemos retirar". Tal como los demócratas hacen con la palabra pueblo, ahora se ha utilizado el término proletariado como mera fraseología. Para poner en práctica esta fraseología, todos los pequeñoburgueses habrían de ser llamados proletarios, con lo que, de facto, estarían representados los pequeñoburgueses y no los proletarios. Y en lugar de los auténticos cambios revolucionarios habría que dar paso a la fraseología de la revolución>> (K. Marx: Circular de Marzo de 1850. Citado de H.M. Enzensberger: "Conversaciones con Marx y Engels T.II. Lo entre parénmtesis es mío)

En las cartas que intercambian entre 1851 y 1863, refiriéndose a la situación de la lucha de clases en Inglaterra, Marx y Engels coinciden en la observación de que, en la fase ascendente del ciclo el proletariado "se aburguesa" y "desaparece en él la energía revolucionaria". De este reconocimiento concluyen que habrá que esperar más o menos tiempo hasta que las masas obreras "se desembaracen de su aparente contaminación burguesa". La táctica de los revolucionarios para el movimiento obrero se ajusta aquí a la concepción científica de que la acumulación del capital progresa atravesando circustancias económicas y sociales cambiantes determinadas por la alternancia histórica entre periódos de prosperidad, crisis y depresiones, nada que ver con la idea trotskysta del estancamiento permanente. Estas circunstancias no determinan el curso de la lucha de clases, pero sí lo condicionan; más o menos fuertemente según el grado de incidencia de la intelectualidad proletaria portadora del materialismo histórico. Esto quiere decir que los intelectuales orgánicos del proletariado constituyen también una condición, (aquí enlace con la dialéctica) en este caso necesaria, tanto para mantener vivos los principios políticos del socialismo científico en medio de las ofensivas del capital, como para proyectar su organización hacia el movimiento con el propósito de fundir la teoría revolucionaria con los asalariados en los momentos de alza en sus luchas.

Desde los tiempos de "Por dónde empezar" y del ¿Qué Hacer?" Lenin jamás abandonó esta línea de pensamiento político, según la cual los asalariados son inmediatamente no más que capital variable, y en semejantes condiciones no pueden naturalmente pensar y llegar a ser más que de acuerdo a lo que hacen normalmente: vivir de un salario trabajando bajo la disciplina del patrrón, lo que les confirma como unos mandados, como parte constitutiva del orden capitalista que les mantiene y ellos perpetúan. Aunque desde el punto de vista puramente técnico es el trabajador directo quien emplea los medios de producción a su cargo, desde el punto de vista social -capitalista- son los medios de producción propiedad del patrón quienes le emplean a él. La función ideológica de la dependencia o supeditación política del trabajo al capital aparece aquí clara. Del mismo modo ocurre respecto del consumo: cuando el obrero gasta su salario, socialmente hablando no es él quien compra sus medios de susistencia sino que los medios de subsistencia le compran a él. Y le compran no sólo en el sentido transaccional sino ideológico y político de la palabra. Este doble acto ideológico subliminal de la dependencia del obrero respecto del capital que subyace en los actos de trabajar en la empresa y adquirir fuera de ella los medios de subsistencia, adquiere mayor eficacia cuando la burguesía está en condiciones de ofrecer mejores condiciones de trabajo y aumentar el poder adquisitivo de los salarios que paga. Y este sentimiento de dependencia no desaparece automáticamente en los momentos de crisis, un ejemplo más que confirma la relativa independencia de la superestructura ideológica y política respecto de la base económica. De ahí que la disposición del asalariado al cuestionamiento político del sistema no pueda provenir del interior mismo de su relación con el capital cualquiera sea el grado de conflictividad y virulencia que alcancen sus luchas en cualquier circunstancia, sino que esta propensión sólo le puede venir inducida desde fuera de esa relación. Y esa es la función de los científicos sociales organizados para tal fin, capaces de destruir teóricamente el velo ideológico que encubre la situación real de los asalariados:

<<Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata (léase comunista). Ésta sólo podía ser introducida desde fuera. La historia de todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgaciops de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc.>> (V.I. Lenin: ¿Qué Hacer?". Lo entre paréntesis es nuestro Cap. II)

Y Para Lenin, como antes para Marx, esa conciencia consiste en "un profundo conocimiento científico de la realidad capitalista", del que, supuestamente, debe ser portador la vanguardia revolucionaria en activo. Esta encarnación de la ciencia, del materialismo histórico, es lo que garantiza la continuidad del espíritu revolucionario dentro de la inevitable discontinuidad de la lucha de clases. Sin esta continuidad revolucionaria de la ciencia encarnada en la vanguardia, no puede haber memoria histórica de la racionalidad revolucionaria; y sin memoria histórica de la racionalidad revolucionaria no hay revolución socialista posible. De ahí el tan conocido como despreciado aforismo de Lenin:

<<Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario>>

Claro que esto sólo adquiere plena coherencia teórica en la convicción de que:

<<Desde el punto de vista económico no hay una situación absolutamente sin salida para el capitalismo>>

mayo 2001

volver al índice del documento

éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
grupo de propaganda marxista
http://www.nodo50.org/gpm
apartado de correos 20027 Madrid 28080
e-mail: gpm@nodo50.org