Epílogo

Ahora bien: ¿en qué consisten estas circunstancias, en el sólo e inevitable devenir de la Ley de la acumulación? ¿En el solo decurso de las luchas espontáneas de los explotados, tal vez? ¿Es que en la tarea de creación de tales circunstancias o condiciones revolucionarias, no tiene nada que hacer la teoría científica como precondición para la toma de conciencia acerca de lo que es necesario hacer para crearlas y demostrar lo que el proletariado consciente es capaz de hacer?

¿Se puede transformar algo cuya esencia se desconoce? Alguien que, por ejemplo, ignore la naturaleza de las distintas maderas y el uso del herramental necesario para trabajar sobre cada una de esas materias primas en las diversas operaciones que hacen a los múltiples productos de esa industria, ¿puede decir en rigor de verdad que es un maestro carpintero? Otra vez el conocimiento y la habilidad, entonces

Ciertamente, para ser un consumado carpintero no es necesaria la teoría científica. Basta con haber experimentado el oficio como aprendiz al lado de un maestro preparado en su generación anterior. Pero dada la complejidad de la moderna sociedad capitalista, nadie puede dudar hoy día en posesión de su sano juicio, que la capacidad de hacer algo trascendente para los fines del desarrollo social de la humanidad, ese algo o finalidad es de imposible consecución sin el imprescindible recurso a la teoría científica.

Y estando claro que el pensamiento científico no puede reemplazar a la práctica política transformadora, no es menos cierto que la práctica política de los explotados no será revolucionaria, mientras la teoría científica tarde en apoderarse de sus conciencias. E incluso la ciencia debe estar presente en la política concreta para poder prever que hará el enemigo en cada momento de la lucha. Y en esto de contribuir a retardar que el espíritu de la ciencia se apodere del proletariado, está desde hace ya siglos la burguesía, con la ayuda inestimable de su intelectualidad pequeñoburguesa, que huye de la teoría científica como de la peste[9] .

Y también es cierto que aun habiendo descubierto previamente las leyes que presiden el desarrollo de la sociedad moderna, lo que tampoco puede hacer la ciencia es saltarse arbitrariamente los sucesivos pasos en los procesos naturales de desarrollo de la humanidad. Pero puede “abreviar los dolores del parto” de la nueva sociedad. Porque permite saber qué y cómo hacer para conseguirlo con el menor costo humano y en el menor tiempo que sea posible.

Así, por ejemplo, cuando los científicos sociales proponemos negar ayuda material y política a los campesinos parcelarios que insisten en sobrevivir bajo semejantes condiciones precapitalistas luchando contra los terratenientes, los intelectuales pequeñoburgueses apoyan esas luchas acusándonos con virulencia de contrarrevolucionarios sectarios, que dividimos y debilitamos a las clases subalternas. Sí. Ellos quieren que el proletariado se supedite a los intereses particulares de los campesinos por la defensa de la propiedad de sus tierras. Nosotros, en cambio tratamos de convencer al campesino parcelario que abandone esa quimera y se sume a la lucha del proletariado por acabar con la propiedad privada sobre el suelo.

Así, Pugnando por que la pequeña propiedad agraria coexista con la grande, la intelectualidad pequeñoburguesa retarda la aplicación de la ciencia y la tecnología a la producción agrícola-ganadera, su conversión en procesos industriales puros. ¿Por qué? Pues, porque la industrialización del campo tiende al descenso acelerado, tanto del número de unidades productivas, como de asalariados empleados, y al no menos acelerado descenso en el precio de los alimentos, lo cual acaba por dejar sin sentido a la renta territorial y a la propiedad privada sobre este fundamental medio de producción. En el Libro III, capítulo XXXVII de “El Capital”, donde trata sobre la transformación del plusvalor del trabajo aplicado a la agricultura en renta territorial, Marx demuestra que, según aumenta el capital en funciones de la sociedad, una parte de la población no agrícola explotada se incrementa a expensas de la población agrícola que así disminuye constantemente en términos absolutos, es decir que es cada vez menor[10] .

Por tanto, frente a la irracionalidad retrógrada de los intelectuales pequeñoburgueses, nosotros aplicamos las previsiones científico-económicas a la acción política, propagandizando en el medio social campesino la verdad; y es ésta: que su lucha por la estabilidad de la pequeña propiedad parcelaria bajo el capitalismo tardío es tarea imposible, políticamente inútil y socialmente retrógrada. Imposible porque la renta territorial tiende irresistiblemente a la concentración y no a la división de la propiedad agraria, garantizando históricamente la expropiación del campesinado parcelario. Inútil porque no sirve a los intereses de quienes trabajamos para vivir, incluidos los campesinos parcelarios. Y retrógrada porque se opone al progreso de las fuerzas productivas en el campo:

<<La propiedad parcelaria excluye, por su índole, el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo, las formas sociales del trabajo, la centralización social (propiedad) de los capitales, la ganadería en gran escala y la aplicación generalizada de la ciencia>>. [K. Marx: Op.cit. Cap. XLVII Apdo. V)]

Por las razones científicas que Marx expuso en esta parte de su obra central y que nosotros n vamos a desarrollar aquí dado que no es éste el motivo de nuestro trabajo, los revolucionarios les proponemos a los campesinos que abandonen las falsas expectativas que alientan en ellos los dirigentes pequeñoburgueses, y que se sumen a las luchas progresivas del proletariado revolucionario, en su tarea de tomar el poder para hacer desaparecer la propiedad del gran capital —socializando sus medios de producción en la industria, el comercio, los servicios, la agricultura y la ganadería, habida cuenta de que la tierra es el medio de producción por excelencia, lo cual hace desaparecer “ipso facto” la renta territorial antes de que lo hagan las leyes económicas del capitalismo, de modo que todos los medios de producción propiedad del gran capital dejen de ser mercancías, convertidos así en propiedad social exclusiva del Estado obrero-campesino.

Para ello, los pequeños productores agrícolas arrendatarios, deberán abandonar las esperanzas en la pequeña propiedad y ser libres —de esa necesidad ancestral ya superada y convertida por las circunstancias en superflua—, integrándose en las medianas y grandes empresas agrícola-ganaderas de propiedad colectiva o cooperativa, implantadas sobre la tierra como medio de producción socializado o común superando su condición de mercancía.

Una necesidad que se experimenta habiéndose convertido en superflua, es algo ilusorio superado por las circunstancias que, sin embargo sigue sobreviviendo en la conciencia colectiva y, por tanto en su práctica cotidiana que le mantiene ignorante de lo ya caduco a que se sigue aferrando. Al mantener viva esta contradicción en el campesino parcelario contribuyen los intelectuales pequeñoburgueses que comparten con ellos la adoración por la propiedad privada de la tierra, negándose a aceptar sus necesarias consecuencias.

En la conciencia colectiva de los explotados, pues, concurren como en un campo de batalla, por una parte su espíritu redivivo de lo previsiblemente muerto que se sobrevive a sí mismo política y psicológicamente apuntalado por la pequeñoburguesía intelectual; y por otra parte, contradictoriamente, actúan las tercas circunstancias económicas apuntaladas por el discurso científico de los revolucionarios, que niegan a cada paso ese sobrevivirse del todavía remanente espíritu de propiedad parcelaria una y otra vez a cada paso, Tal es el significado de lo que Marx ha efectivamente dicho en el pasaje de su obra citada más arriba refiriéndose a que son las circunstancias las que finalmente impiden a los explotados retroceder, circunstancias en las que, como no puede ser de otra manera está presente el discurso científico esclarecedor de los militantes revolucionarios empujando en el sentido de la racionalidad histórica. Tal como igualmente está presente en el ejemplo del campesinado parcelario ante sus circunstancias que le empujan a abandonar su espíritu de propiedad pequeñoburgués retrógrado para contribuir a sacarlo de su oscuro pasado prejuicioso y catapultarlo hacia el brillante futuro de la humanidad. Por eso Marx, ¡¡otra vez Marx!!, ha vuelto ha significar lo mismo diciendo en esa misma obra citada que, por su condición objetivamente revolucionaria dentro de la sociedad burguesa “el proletariado no saca su poesía del pasado sino del porvenir”.

A propósito del pasado y del futuro, ¿en qué consiste la vida de las especies animales y vegetales que habitan este Planeta? En adaptarse al medio natural en que viven. Y en tanto que las leyes que rigen la naturaleza sigan vigentes, el comportamiento de los seres vivos no humanos seguirán reproduciendo sus ciclos vitales de la misma forma. Por eso el mundo natural no tiene historia. Tiene edades, pero ni los animales ni tampoco los vegetales y menos aun los minerales tienen ninguna necesidad de saber nada de eso. Porque las edades se las hemos puesto los humanos para catalogar su evolución en el tiempo. Para tener historia o edad, hay que poseer la suficiente inteligencia que permita adquirir la capacidad de ser conscientes del paso del tiempo y de las condiciones sociales en que se vive, para cambiarlas a mejor. Y los animales carecen de esa capacidad, porque su inteligencia permanece inexorablemente atada a su instinto determinado por su específica naturaleza.

Pero, y los seres humanos, ¿en qué consiste nuestra vida, en adaptarnos individualmente al medio social en que nos ha tocado existir tratando de sacarle partido viviendo lo mejor posible como individuos aislados? Así ni siquiera viven la mayor parte de los animales, cuya inconsciente individualidad permanece instintivamente vinculada al grupo. ¿No es ésta filosofía, con su preponderancia del individuo que niega las clases sociales en la vida social, la que han conseguido imponer los burgueses —a sus clases subalternas— con su “derecho natural” sus instituciones políticas y su propaganda en la sociedad actual que ellos dirigen, para tratar de usufructuar sin conflicto el producto del trabajo ajeno?

¿Debemos los explotados seguir así a sabiendas de que vivir individualmente lo mejor posible resulta cada vez más imposible? ¿Quién de nosotros puede afirmar —sin engañarse ni engañar a otros— que la idea de la felicidad individual es lo que más ocupa su tiempo presente y su memoria, respecto del tiempo de la insatisfacción y la desgracia sufridas en esta sociedad por causa de de su insoportable organización? Los de entre nosotros que más debieran aplicar su pensamiento a la realidad actual que viven a diario hasta no morir sin comprenderla —para contribuir a transformarla— son aquellos creyentes en eso de que corresponde exclusivamente a los individuos buscar su propia desgracia o felicidad, el famoso “himself made man” de los americanos, pero que contradictoriamente acaban de ser sorprendidos colectivamente, una vez más, por el flagelo del paro, sin que como individuos hayan hecho nada para merecerlo ni sepan qué hacer para salir de semejante agujero. ¿O es que lo han hecho y no lo saben? Porque de eso les están acusando sus gobernantes desde distintos medios a los que corrieron a endeudarse para comprar sus viviendas, porque el crédito estaba barato, creyendo que el capitalismo puede estirarse como un chicle. Éstos “himself made” son los que ahora más debieran sentirse inducidos a pensar qué significa e implica, el hecho de creer en la idea predominante de que casi todo lo bueno y lo malo que le pueda ocurrir a un individuo dentro de esta sociedad, depende casi exclusivamente de él en competencia con los demás y no en participativa colaboración con ellos.

El espíritu de colaboración social en la sociedad capitalista solo es sacralizado mientras se practique al interior de las ONG’s con cargo a los presupuestos estatales de los países imperialistas, so pretexto de convertir a los cooperantes en colaboradores conscientes o inconscientes de los servicios de inteligencia, informando sobre lo que hacen grupos políticos insurgentes en los países capitalistas dependientes del llamado Tercer Mundo.

Respecto de la división del trabajo que se practica al interior de cada empresa capitalista en todo el Mundo, donde los asalariados transcurrimos la mitad —si no más—de nuestro tiempo de vida diario en vigilia, no se trata de una colaboración concertada con nosotros, sino impuesta desde arriba por los dueños de tales empresas y sus gerentes de producción, de modo que todo lo que allí se haga o deje de hacerse es por completo ajeno a lo que podamos decidir y hasta opinar nosotros, dado que esto está expresamente prohibido por la legislación vigente. La democracia se detiene a la puerta de nuestros lugares de trabajo. Y es que cuando cada asalariado firma su contrato laboral, su voluntad e iniciativa personal dentro del ámbito de trabajo queda en suspenso, a expensas, en todo caso, de lo que autoricen los superiores jerárquicos a determinados individuos de entre nosotros, limitado en específico quehacer de su actividad. Y totalmente prohibida toda iniciativa colectiva, so pena de ser reprimidos por la “autoridad competente”.

Por tanto, en esta sociedad, una mayoría absoluta de individuos deciden —aparentemente— lo que hacen, en el mejor de los casos solo durante la tercera parte de su vida, es decir, no como productores sino como consumidores privados. Y decimos “aparentemente” porque, ¿puede afirmarse que los asalariados decidimos efectivamente durante ese tiempo “libre” —limitado por la extensión de la jornada laboral— el quehacer de nuestras vidas, sin faltar groseramente a la verdad?
En realidad, ese tiempo eufemísticamente llamado “libre”, también permanece cautivo de las clases dominantes; a través de la publicidad comercial orientada a vender rápidamente lo que fabrican las empresas en todas las ramas de la industria del ocio, a fin de mantenernos entretenidos en cosas contingentes o inesenciales de la vida social que nos embrutecen culturalmente y anulan políticamente, de modo tal que cuando la esencia del capitalismo se desnude ante nuestros ojos durante sus crisis periódicas, y la desgracia del paro nos divida para que el remanente de los que por suerte conservan sus empleos deban trabajar más por menos, ni siquiera entonces nos demos cuenta de que nuestra presunta sagrada libertad —tan cacareada por las clase dominantes—, es la suya, y que, por tanto, los asalariados somos unos mandados a todos los efectos de nuestra existencia.

Decimos existencia, porque la diferencia entre el simple existir de una mayoría absoluta de la población activa en la sociedad capitalista reducida a un ser nada —en tanto carente de voluntad propia—, respecto del ser algo, esa diferencia está en la conciente y efectivamente libre voluntad de lo que se decide hacer para dejar simplemente de existir sin ser nada y empezar a existir siendo algo. Y no como individuos, sino ante todo como clase social, con intereses políticos objetivamente compartidos, lo queramos o no.

Siendo esto así respecto de la supuesta “libertad”, cabe preguntarse ahora: ¿dónde está la democracia entendida —según nos enseñaron— como “el gobierno de las mayorías” —en nuestro caso no simples sino absolutas—, si como es cierto que nosotros efectivamente los somos? ¿Dónde esta la causa de que no podamos ejercerla? En la atomización por medio del deliberado engaño y, en ultima instancia, por la sistemática represión de las ínfimas minorías que nos explotan.

Pero el problema que tienen los burgueses, es que ellos no pueden vivir sin nosotros y en cambio nosotros sí podemos vivir mucho, pero muchísimo mejor sin ellos. Y el problema que tenemos nosotros, es que una gran mayoría todavía no lo sabe, y de entre ellos una minoría —la aristocracia obrera— no quieren saberlo. La diferencia entre ambos problemas, por tanto, está en que ellos, los burgueses, aunque quieran, no pueden resolver el que tienen con nosotros, mientras que resolver el que nosotros tenemos con ellos consiste en unirnos en torno a la ciencia social y a la idea de querer imponerla democráticamente: o sea, sólo cuestión de tiempo. Tiempo de sufrimiento inútil de miles de millones de individuos asalariados, sin duda. De ahí la necesidad de la teoría científica debidamente difundida, para abreviar y mitigar los dolores del inevitable parto socialista.

¿A qué estamos esperando, pues, para cambiar cuanto antes el “chip” de nuestro comportamiento social y político totalmente enajenado, a que nos sorprenda igual de necios, divididos y alienados de nosotros mismos la próxima crisis del capital? Hay quienes alientan la opinión de que no se puede hacer nada por cambiar esta sociedad a la vista del entorno social que parece confirmarlo. También los hay que sabiendo por dónde hay que ir se resisten a la propia conciencia de ese compromiso, agarrados al clavo ardiendo de que la vigencia del capitalismo va para largo y entonces a vivir que son dos días. Lo primero es puro mimetismo ayuno del conocimiento que nos empuja a ser consecuentes con las íntimas convicciones; la segunda opción se explica y califica por si misma. Con esto queremos decir que, aun cuando ayuda, el conocimiento científico de la realidad no es garantía de la moral revolucionaria; pero sin ese requisito no hay moral ni práctica política efectivamente revolucionaria posible.

[9] Nosotros bien podemos dar fe de ello por los mensajes reprobatorios que recibimos ayunos de argumentos que avalen sus descalificaciones.

[10] Un ejemplo práctico de las consecuencias del desarrollo de las fuerzas productivas en el campo sobre la población agrícola-ganadera, es ofrecido por Ernest Mandel en su obra citada: “El número de granjas en EE.UU., que fluctuaba en alrededor de los 6 millones entre 1920 y 1945, descendió a 2.9 millones en 1970. De éstas últimas, 1.8 millones eran granjas de subsistencia y cosecha compartida; en otras palabras, sólo 1.1 millón de granjas producían para el mercado. 870.000 granjas fueron responsables del 84,4% de las ventas agrícolas totales en 1964, con un ingreso medio de 34.000 dólares por granja (las demás nunca alcanzaron siquiera este promedio). 2 millones de granjas tuvieron ingresos de 4.000 dólares o menos. Sólo 124.000 granjas alcanzaron un ingreso superior a los 40.000 dólares. No se exagera al afirmar que la renta de la tierra había desaparecido prácticamente en el 90% de las granjas norteamericanas”. (E. Mandel "El Capitalismo Tardío” Cap. XII)

 

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