Evolución de la relación dinero público/dinero privado

Las crisis se caracterizan porque estallan durante la fase del ciclo en que se registra la más alta prosperidad de los negocios, y el capital alcanza los ritmos más frenéticos de su acumulación especulativa, apalancada por una tentadora sobreoferta de crédito y dinero circulante barato, que presiona todavía más la tasa de interés a la baja. Tal fue el contexto que precedió al reciente crash financiero que sorprendió a todos los que, por necesidad o por puro negocio, se habían subido al carrusel especulativo, esta vez tirado por los caballos del mercado inmobiliario.

Producida ya la sobreacumulación absoluta de capital —circunstancia que solo afecta a los grandes capitales que participan en la formación de la Tasa General de Ganancia Media— como hemos dicho más arriba, la parte del capital en funciones de esas empresas bajo la forma de medios de producción (edificios, maquinaria, materias primas) y salarios, queda inactivo porque excede a la masa de valor cuyo rédito a la tasa de incremento fijada por el mercado, justifica económicamente su empleo.

El lucro cesante por la inactividad de esta parte más poderosa del capital global excedente o supernumerario, desata el conflicto con sus asalariados; los parados no cobran y las empresas exigen que los empleados trabajen más por menos [8]. El resultado es que la demanda solvente de todos estos asalariados disminuye, para buena parte de ellos al extremo de rozar la indigencia; esta misma situación se extiende a patronos proveedores habituales de esas grandes empresas en medios para la producción (piezas de maquinaria, herramientas y materias primas), así como a los clientes comerciales de sus productos que no se venden por retracción en la demanda de consumo final. Todos ellos, generalmente medianos y pequeños patronos capitalistas, ven igualmente reducidas sus ventas, muchos desaparecen y su capital cambia de manos, mientras sus obreros sufren las mismas —si no peores— vicisitudes de sus hermanos de clase al servicio del gran capital.

Para poder hacer frente a las masivas deudas exigibles a corto plazo, se echa mano del crédito bancario. El dinero a crédito desaparece y la tasa de interés se dispara. Esta semiparálisis del gran capital paraliza a buena parte de los capitales medios y pequeños vinculados comercialmente con esas empresas, las cuentas bancarias del conjunto adelgazan y la cadena de ingresos y pagos se rompe por múltiples eslabones: las letras de cambio que los libradores no pagan, los acreedores no cobran, al tiempo que todos ellos se encuentran con sus almacenes repletos de mercancías sin vender y las ya vendidas sin cobrar.

Ante semejante situación el capital adicional o plusvalor realizado, que por la misma causa no se reinvierte, pasa a engrosar la masa de capitales líquidos que se rapiñan y expropian unos a otros en la esfera de la especulación según la Ley del más fuerte. La contrapartida de esto en el mercado de trabajo es el incremento del paro.

Cuando se interrumpe violentamente un proceso de acumulación de capital que se quiso prolongar artificialmente —mediante la expansión del crédito— más allá de sus límites fijados por la ley del valor, aunque los Estados de los países más poderosos se pongan de acuerdo en “comprar” la deuda de las grandes empresas, suministrando dinero fresco a los bancos para que suba la oferta y baje la tasa de interés estimulando el crédito con la esperanza de reanudar la producción, todo será inútil mientras no se desvalorice todo el capital sobrante para que la Tasa de Ganancia se recupere:

<<En un sistema de producción en el cual toda la conexión del proceso de acumulación se basa en el crédito, cuando éste cesa repentinamente (porque se rompe la cadena de cobros y pagos a través de las letras de cambio y demás instrumentos de crédito a corto plazo) y sólo se admiten los pagos al contado, tiene que producirse inmediatamente una crisis, una demanda violenta y en tropel de medios de pago. Por eso, a primera vista, la crisis aparece como una simple crisis de crédito y de dinero. Y en realidad, sólo se trata de la convertibilidad de las letras de cambio en dinero. Pero estas letras representan en su mayoría compras y ventas reales, las cuales, al sentir la necesidad de extenderse ampliamente, acaban sirviendo de base a toda la crisis. Pero, al lado de esto, hay una masa inmensa de estas letras que sólo representan negocios de especulación, que ahora se ponen al desnudo y explotan como pompas de jabón; además, especulaciones montadas sobre capitales ajenos, pero fracasadas; finalmente, capitales–mercancías depreciadas o incluso invendibles o un reflujo de capital ya irrealizable. Y todo este sistema artificial de extensión violenta del proceso de reproducción no puede remediarse, naturalmente, por el hecho de que un banco, el Banco de Inglaterra, por ejemplo, entregue a los especuladores, con sus billetes, el capital que les falta y compre todas las mercancías depreciadas por sus antiguos valores nominales. Por lo demás, aquí todo aparece al revés, pues en este mundo de papel, por ninguna parte aparecen el precio real y sus factores, sino solamente lingotes, dinero metálico, billetes de banco, letras de cambio, títulos y obligaciones. Y este mundo del revés se pone de manifiesto sobre todo en los centros donde se condensa todo el negocio dinerario del país, como ocurre en Londres; todo el proceso aparece como algo inexplicable, menos ya en los centros mismos de la producción>>. (K. Marx: "El Capital” Libro III Cap. XXX: “Capital dinerario y capital real”. Lo entre paréntesis nuestro)

A fines de la década de lo 60 del siglo pasado, EE.UU. declaró la inconvertibilidad del dólar en oro para independizar la cantidad de dinero circulante respecto de la riqueza realmente existente, facilitando así la expansión del crédito en términos billonarios, con la desesperada ilusión de ir años luz más allá de las posibilidades reales del capital productivo en funciones. A partir de este hecho la burguesía internacional inauguró una etapa que consistió en el endeudamiento generalizado.

Así, en su edición Nº 16-setiembre/1980 de la revista mensual “Inprecor”, Ernest Mandel reportó que:

<<…entre la recesión de 1974/75 y la de 1979/80, el importe total de las deudas públicas y privadas aumentó un 25% en los EE.UU., alcanzando la suma exorbitante de 4 billones de dólares, para permitir un crecimiento global del rendimiento real de menos del 10% (en la Tasa de Ganancia) entre 1973 y 1979>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Si para entonces 4 billones de deuda pública y privada norteamericana eran para el extinto Mandel una cifra exorbitante, ¿qué le hubiera parecido saber que en setiembre del año pasado, sólo la deuda pública había sobrepasado en ese país el límite fijado por la Reserva federal en 8 billones 965.000 millones de dólares? 8.965.000.000.000. Al día de hoy, esta cifra ha sobrepasado los 10 billones, o sea: 10.000.000.000.000 de dólares. 1.035.000.000.000 más que el año pasado. En solo un año, EE.UU. superó en más del 25% la deuda pública que generó entre 1974 y 1980.

La recuperación norteamericana entre 1982 y 1990, se sostuvo sobre un incremento del 50% en los gastos bélicos, lo cual determinó que la deuda pública saltara del 27% del PBI en 1980, al 63% en 1993. En ese lapso, EE.UU. llegó a invertir el 66% de su presupuesto en investigación para el desarrollo de la industria bélica, contra el 19% de Alemania y el 9% de Japón. Este enorme déficit presupuestario fue el famoso "déficit spending" keynesiano implementado por el gobierno republicano de Ronald Regan, dispendioso en el gasto público; el ABC de las políticas económicas expansivas del reformismo. Pero de sentido social regresivo, contrario a los fines de los reformistas burgueses de izquierda: redujo los gastos en seguridad social, congeló los gastos en infraestructura, y combinó la bajada de impuestos directos a la burguesía con el aumento espectacular de los gastos militares, lo cual incentivó la inversión de capital vía expansión de la demanda global. Según todos los datos disponibles, esta política explica por qué durante casi seis años, los salarios reales norteamericanos pudieron mantenerse en torno al nivel de 1981, e incluso aumentar levemente justo antes del crash bursátil de 1987.

Pero dado que “el tiempo solo es tardanza de lo que está por venir” cuando en el pasado se intenta postergar lo inevitable, el estallido de esta crisis ha concentrado la enorme carga explosiva que la burguesía norteamericana consiguió desactivar parcialmente entre 1977 y 1979, entre 1981 y 1987, y entre 1994 y 2007. Con el agravante de que, ahora, la burguesía internacional ya no tiene margen para evitar la tan necesaria como inevitable desvalorización catastrófica del capital acumulado frente a una tasa de ganancia que no justifica ni permite continuar con su reproducción ampliada. Y no puede porque todos los Estados burgueses imperialistas juntos no disponen de los fondos líquidos suficientes para levantar el peso enorme del capital sobreacumulado artificialmente —a instancias de los bancos— durante los últimos treinta años.

Y lo que no se dice, es que la deuda generada por la política económica y monetaria de la burguesía norteamericana durante las tres últimas décadas —seguida por sus colegas europeas que no le fueron muy a la zaga— , ha sido en gran parte una deuda privada, porque los fondos líquidos en manos privadas superaron las reservas monetarias en poder de los principales Estados capitalistas:

<<En 1968, los bancos centrales de los 10 principales países imperialistas, detentaban cinco veces más reservas de cambio líquidas que los capitalistas privados. En 1986, estos últimos pasaron a detentar cinco veces más capitales líquidos y semilíquidos (2,4 billones de dólares) que las reservas de cambio de los 10 bancos centrales sin tener en cuenta el oro>> (Ernest Mandel: ”La situación Económica a Principios de 1988”, citando al Banque des Règlements Internationaux”, citado por “Le Monde” en su edición del 06/01/1988)

Según datos proporcionados por Jorge Luis Ubertalli en: http://uruguay.indymedia.org/news/2005/11/40545.php citando a Wim Dierckyxsens en: “Dólar.¿Fin de la Hegemonía?”, Bolpress digital, 14/03/2005, la posesión de fondos líquidos privados en EE.UU. ascendía en noviembre de 2005, a 28,9 billones de dólares (U$S 28.000.000.000.000), equivalentes a buena parte del PIB mundial, distribuidos entre 9,6 billones de dólares de deuda concedida por bancos a particulares (tarjetas de crédito, hipotecas, etc.); 7,6 billones al empresariado industrial, comercial y de servicios, y 11,7 billones a bancos por otras entidades financieras.

En su anteriormente citado artículo, tras describir la situación económica mundial E. Mandel observaba que pasada la era Regan del arrogante libre capitalismo de mercado, en la opinión pública mundial parecía levantar cabeza el neokeynesianismo aupado a la primera fila de los órganos creadores de opinión por los ideólogos de la izquierda burguesa reformista internacional socialdemócrata. Tal como ahora.

Sin embargo, haciendo un punto y seguido Mandel desmintió lo que no pudo entonces ni puede ser hoy más que un nuevo espejismo fabricado por los ideólogos de la Socialdemocracia para infundir confianza en los explotados acerca de las posibilidades del sistema, vendiéndoles ahora la ya tan remanida como andrajosa idea de que la supuesta concertación entre los Estados de los principales países imperialistas —anunciada y difundida en un pomposo marco de espectacularidad mediática—, podrá superar esta crisis sin costo alguno para nadie:

<<Pero para desgracia de los ideólogos, no hay concertación eficaz posible entre los Estados nacionales en irrevocable competencia, unos contra otros y, además, cada vez más débiles frente al capital privado. No hay ni un Estado Mundial ni un “prestamista mundial de último recurso” posible bajo un régimen capitalista (en su etapa tardía o postrera). Es (ésta), sin duda, una nueva maldición mortal que pesa sobre él, añadiéndose a todas las descubiertas por Karl Marx>> (Op. Cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Ahora, en un momento en que la crisis de dinero se combina contradictoriamente con un exceso de liquidez bajo la forma de capital ficticio, al tiempo que los bancos —ante la generalizada insolvencia no prestan sus propios fondos líquidos a quienes los demandan para hacer frente a sus pasivos exigibles, por temor a no poder recuperarlos— son los Estados quienes deciden asumir ese riesgo, pero a expensas de sus contribuyentes, transformando 700 mil millones de U$S públicos en privados, al tiempo que los Estados europeos han hecho lo propio con otros tantos cientos de miles de millones de euros. ¿Para qué? Para que los bancos puedan convertir la deuda privada exigible impagada por sus clientes, en deuda pública con la esperanza de cobrarla a mediano plazo.

Y no solo esto, sino que los principales Estados capitalistas se proponen reeditar el keynesianismo de otro “New Deal” empleando otra buena parte de los ingresos fiscales en obras públicas de infraestructura con la esperanza renovada de que este paquete de medidas operen el efecto multiplicador de la inversión privada, tal como se dice que sucedió en EE.UU. durante la segunda etapa del gobierno de Roosevelt.

Pero, ¿de dónde los burócratas de los principales Estados burgueses piensan obtener los fondos líquidos para hacer frente a semejante reto de financiar al capital privado, sí además de tener que sufragar el seguro de desempleo de millones de parados sin menoscabo de los sistemas jubilatorio, de salud y educación, estos Estados sufren una sensible reducción de sus ingresos fiscales como consecuencia del enorme declive de la actividad económica privada derivada de la crisis? Si a esto le añadimos el hecho comprobado, de que la mayor parte los de fondos líquidos existentes hoy día no están en manos públicas sino privadas, se impone el recurso a la emisión de dinero inflacionario, es decir, sin respaldo efectivo en la riqueza real creada.

Ciertamente, un circulante de naturaleza inflacionaria que no se sustenta en la preexistencia de su equivalente en riqueza, bajo determinadas condiciones puede, sin embargo, estimular el empleo y la consecuente acumulación de capital. Pero en el sistema capitalista, esto solo puede ocurrir si promueve un incremento en la tasa de plusvalor y de ganancia. Dicho en otros términos, si reduce drásticamente la participación de los salarios en el valor de lo que se produce con el recurso al crédito inflacionario del Estado, o sea, mediante el aumento en los precios. Keynes nunca dijo en ninguna parte lo contrario, porque no fue un tonto ni un mentiroso, como lo son, por necesidad de su función, todos los políticos profesionales a sueldo y prebendas del Estado, que nunca dicen lo que se proponen hacer ni cuales serán sus necesarias consecuencias.

Pero antes de que se ponga otra vez en práctica el keynesianismo desde los tiempos de Roosevelt en EE.UU., sin recaer en la recesión que debió sufrir ese país en 1937, es necesario que se desvalorice todo el capital ficticio y su equivalente económico real que navegó en un mar de deudas desde la inconvertibilidad del dólar en 1971, medida “ad hoc” que permitió, precisamente, desvincular al dinero en circulación de la riqueza en oro existente como patrón de los intercambios nacionales e internacionales. Sobre esta necesidad de adecuar la masa de dinero al capital existente y al plusvalor obtenido que lo compense y justifique, no puede pasar el neokeynesianismo de los actuales gobiernos en los principales países imperialistas, ni cualquier otra superchería económica propagandística por el estilo para engañar a los explotados.

En este sentido, es necesario decir que la política del “New Deal” no consiguió superar la crisis mediante la creación de dinero inflacionario. De hecho, la formación de capital fijo en 1937, era todavía un 6% menor que en 1929. Y tampoco se pudo recuperar la plena ocupación: en 1938, de los 14 millones de desempleados existentes en 1930, el paro en 1937 seguía afectando a 10,6 millones de asalariados sobre una población activa total de 54 millones de personas, con lo que el porcentaje de parados subía todavía bastante más allá del 20%.

En realidad, la gran burguesía norteamericana solo pudo contribuir a que el sistema capitalista mundial deje atrás su crisis de 1929-30, recién a partir de 1940. En un primer momento mediante la conversión, en este país, de gran parte de su industria civil en industria de guerra, proveedora de material bélico a las potencias en pugna comprometidas en el conflicto, que sus Estados se encargaron de destruir destruyendo el ingente capital físico y humano en ciudades enteras convertidas así en ruinas. En un segundo momento provocando la matanza de más de 3.600 efectivos militares propios junto a sus familias, apostados en la base naval norteamericana de Pearl Harbor sobre el Océano Pacífico, cuyo ataque perpetrado por la aviación japonesa fue deliberadamente permitido por el gobierno de Roosevelt, quien lo usó como pretexto para meter a su país en la guerra aliado con Inglaterra y Francia. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/guerra2001/05.htm

Y ahora, después de casi 70 años, ¿qué ha pasado? Que el sistema de vida burgués volvió a desembocar en una situación de sobreacumulación absoluta de capital, cuya masa sobrante se mide por centenares de billones. Y una vez más, como hacen los teros —cantando lo más lejos posible del nido para distraer la atención de sus depredadores naturales— la burguesía internacional a instancias del periodismo venal emuló a estos inteligentes y garbosos pajarracos, consiguiendo que la crisis de sobreproducción de capital productivo sea vista como una crisis de dinero, provocando la quiebra de grandes bancos, como el Citigroup, el Bear Stearns o el Lehman Brothers, especializados en préstamos hipotecarios.

¿Por qué se desencadenó esta debacle financiera? Porque el capital especulativo se retiro del mercado inmobiliario antes de que colapsara —muy parecido a lo que sucedió con lo que provocó el corralito argentino en 2001, de modo que fueron los bancos hipotecarios norteamericanos los primeros en entrar en un grave proceso de falta de liquidez y los dueños de las viviendas en cesación de pagos, esto generó la reacción en cadena del sector financiero norteamericano y la pérdida de confianza de los inversionistas y ahorristas en el sistema financiero global, lo que ocasionó un pánico generalizado en los mercados a nivel mundial.

Este agujero de capital especulativo determinó que la burbuja especulativa se pinchara porque los deudores no pueden pagar a sus acreedores crediticios y estalla la crisis por falta de dinero como medio de pago para solventar pasivos exigibles. Y es que, si la necesidad de las crisis radica en el aumento de la Composición Orgánica del Capital que opera en la estructura económica productiva del sistema haciendo bajar la Tasa de Ganancia, su posibilidad descansa en la contradicción actuante en su superestructura financiera, concretamente, entre el dinero como medio de circulación a través de las llamadas letras de cambio negociadas a instancias de los bancos en momentos de expansión económica, y el dinero crediticio como medio de pago exigible a corto plazo demandado que no encuentra su oferta correspondiente por parte de los bancos. Para este asunto ver en: http://www.nodo50.org/gpm/aurora/00.htm, el apartado bajo el título:“Las crisis: Puntos de inflexión al alza en el proceso necesariamente discontinuo de las luchas políticas obreras

Y una vez que la crisis estalla en la superficie financiera del sistema —después de ser activada por el viejo topo en las entrañas de la economía real—, el mercado de bienes y servicios se contrae súbitamente al romperse la cadena financiera que normalmente vincula por un equivalente dinerario los ingresos de los acreedores con los pagos de los deudores, al tiempo que disminuye la demanda efectiva de bienes y servicios; por tanto, la producción se ralentiza, el paro se multiplica y la crisis se profundiza derivando en recesión.

Y por supuesto que, en ese momento, los más reputados expertos económicos contribuyeron a guardar tales apariencias señalando en la misma dirección para orientar el oprobio de los explotaos contra la “irresponsable avaricia” de los bancos, tanto como para que concentren toda nuestra atención en esa forma de manifestación de lo real, dejando la causa de la crisis en el más oscuro rincón de la conciencia colectiva, para que entendamos el hecho del paro y la agudización de la penuria relativa de nuestra clase como algo ajeno al sistema en su conjunto. Como si la oferta de crédito barato pudiera existir sin la demanda.

Pero este hecho de las crisis periódicas cada vez más recurrentes, deja al capitalismo sin razón histórica de ser, porque la burguesía ya no es capaz de ejercer la función de clase dominante. Vino al Mundo justificando ese dominio en su capacidad de mantener activos a sus esclavos modernos, para poder medrar a expensas de su trabajo. Pero ante el fenómeno de las crisis que se suceden cada vez con más frecuencia, según progresan las fuerzas productivas y aumenta la Composición Orgánica del Capital, la burguesía demuestra que:

<<No es capaz de dominar porque es incapaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera en el marco de su esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle en lugar de ser mantenida por él>>. (K.Marx-F.Engels: “Manifiesto Comunista”. Febrero de 1848).

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Notas

[8] Informe de la OIT sobre las perspectivas de los salarios reales en el Mundo para 2008-2009. Ver: http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/---dgreports/---dcomm/documents/publication/wcms_100795.pdf