o) Conjuras internacionales, corrupción política y aspiraciones populares manifiestas.

El artículo del 11 de agosto de 1854, bajo el título: “Reivindicaciones del pueblo español”, Marx comienza aludiendo a una caricatura por esos días aparecida en el periódico satírico francés “Charivari”, de tendencia burguesa republicana,[50] en la que el pueblo español aparecía disputando un combate, mientras Espartero y O'Donnell se abrazaban por encima de sus cabezas. A continuación, hacía el siguiente comentario:

<<...El Charivariha tomado por final de la revolución lo que sólo es su comienzo. Ya ha empezado la lucha entre O'Donnell y Espartero, y no sólo entre ellos, sino también entre los jefes militares y el pueblo. De poco le ha servido al Gobierno haber nombrado inspector de mataderos al torero Pucheta, haber creado una comisión para recompensar a los combatientes de las barricadas y haber nombrado por último a dos franceses, Pujol y Delmas, historiadores de la revolución. O'Donnell quiere que las Cortes sean elegidas con arreglo a la ley de 1845. Espartero, con arreglo a la Constitución de 1837; y el pueblo, por sufragio universal.

El pueblo se niega a deponer las armas antes de que sea publicado el programa del Gobierno, porque el programa de Manzanares ya no satisface sus aspiraciones. El pueblo exige la anulación del concordato de 1852,[51]la confiscación de los bienes de los contrarrevolucionarios, la revelación del estado de la Hacienda, la cancelación de todas las contratas de ferrocarriles y de otras obras públicas que constituyen verdaderas estafas y, por último, el procesamiento de Cristina por un tribunal especial. Dos tentativas que esta última ha realizado para fugarse han sido frustradas por la resistencia armada del pueblo.>> (Op. Cit.)

Meses antes de los pronunciamientos de O’Donnell y Dulce, Marx decía en el “New York Daily Tribune” que el Zar Alejandro I conspiraba en contubernio con el gobierno británico y a instancias de sus influencias en el periódico Times, con el propósito de provocar una desestabilización política en España y Portugal. Esta iniciativa pareció tener origen en un plan del primer ministro Inglés, Palmerston, urdido en 1845, consistente en promover el casamiento del príncipe Leopoldo Sachsen-Coburgo-Gotha (primo del príncipe Alberto, esposo de la reina inglesa) con la reina española Isabel II, lo cual hubiera consolidado la posición de Inglaterra en la Península Ibérica

<<A estas fechas se ha averiguado ya que fue el embajador inglés el que escondió a O'Donnell en su palacio e indujo al banquero Collado, actual ministro de Hacienda, a adelantar el dinero que necesitaban O'Donnell y Dulce para iniciar su pronunciamiento.>> (Op. Cit. 15/08/1854)

Seguidamente, para recordar que no fue ésta la primera vez que Rusia conspiró en España, Marx vuelve sobre la revolución de 1820 para recordar que el pronunciamiento en favor de la Constitución de 1812, no fue un pronto de las tropas acantonadas en la Isla de León. Marx atribuye a Chateubriand ―por entonces embajador inglés en el Congreso de Verona― haber dado a conocer que fue Rusia quien allí incitó a España a emprender la expedición de América del Sur y obligó a Francia a intervenir militarmente contra la revolución liberal en España, al tiempo que, según un mensaje del presidente de los EU.UU., Rusia prometió a este país hacer todo lo posible para impedir la expedición contra América del Sur.    

<<Poca penetración se precisa, por tanto, para deducir quién fue el autor de la insurrección de la isla de León.>> (Op.cit)

 Pero, hay más: Marx cita al historiador de Marliani en su Historia política de la España moderna (Barcelona, 1849), para probar que Rusia no tenía motivo alguno para oponerse al movimiento constitucional de España, hace las siguientes manifestaciones:

<<Fueron vistos en el río Neva soldados españoles jurando la Constitución (de 1812) y recibiendo sus banderas de manos imperiales. En su extraordinaria expedición contra Rusia, Napoleón había formado una legión especial con los prisioneros españoles en Francia, que después de la derrota de las tropas francesas se pasaron al bando ruso. Alejandro los recibió con marcada condescendencia y los alojó en Peterhof, adonde la emperatriz fue a visitarles con frecuencia. Un día, Alejandro les ordenó formar en el Neva helado y les hizo jurar la Constitución española, obsequiándoles al mismo tiempo con unas banderas bordadas por la misma emperatriz. Ese cuerpo, llamado a partir de entonces «Imperial de Alejandro», embarcó en Cronstadt y desembarcó en Cádiz. Se mostró fiel al juramento prestado en el Neva, sublevándose en 1821 en Ocaña por el restablecimiento de la Constitución.>> (Op. Cit.)

Seguidamente, Marx vuelve a 1854 para reportar que:

 <<Mientras Rusia intriga en la península por mediación de Inglaterra, hace al mismo tiempo a Francia denuncias contra Inglaterra. Así, leemos en la Gaceta de la Nueva Prusia que Inglaterra ha tramado la revolución española a espaldas de Francia.>> (Op.cit.)

Y concluye:

¿Qué interés tiene Rusia en fomentar conmociones en España? Crear en Occidente algo que distraiga la atención, provocar disensiones entre Francia e Inglaterra y finalmente inducir a Francia a una intervención. Los periódicos anglo-rusos nos dicen ya que las barricadas de Madrid han sido levantadas por insurrectos franceses de junio. Lo mismo se le ha dicho a Carlos X en el Congreso de Verona.

El precedente sentado por el ejército español había sido seguido por Portugal, propagándose a Nápoles, extendiéndose al Piamonte y mostrando en todas partes el peligroso ejemplo de la intervención de los ejércitos en la implantación de reformas y en la imposición de leyes a sus países por la fuerza de las armas. Inmediatamente después de acaecida la sublevación de Piamonte, surgieron movimientos encaminados al mismo fin en Lyon y en otros puntos de Francia. Hubo la conspiración de Berton en la Rochelle, en la que tomaron parte veinticinco soldados del regimiento número 45. La España revolucionaria transmitió a Francia sus odiosos elementos de discordia y ambas coligaron sus facciones democráticas contra el sistema monárquico. >> (Ibíd)

¿Decimos nosotros que la revolución española ha sido obra de los ingleses y los rusos? De ninguna manera. Rusia no hace más que apoyar los movimientos facciosos en los momentos en que sabe que hay una crisis revolucionaria próxima. Sin embargo, el verdadero movimiento popular que después empieza, resulta siempre tan contrario a las intrigas de Rusia como a la conducta opresora de su Gobierno. Tal sucedió en Valaquia en 1848. Tal ha sucedido en España en 1854.>> (Ibíd. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestro)

Para comprender el brusco viraje de la política exterior rusa durante el período considerado por Marx, hay que tener presente que, en 1821, Rusia estaba todavía bajo el influjo de la revolución Francesa, y que  el Zar Alejandro I no pudo sustraerse a ese movimiento internacional de tal magnitud, que dio pábulo a lo que se llamó “despotismo ilustrado”, entendido por la realeza europea de izquierdas, no como voluntad política de transitar sin traumas hacia el capitalismo, sino para preservar sus propios privilegios de clase dominante, haciendo concesiones a la burguesía emergente en la que, hasta ese entonces, no veía motivos para sentirse amenazada. Más aún después de la derrota del ejército imperial francés en territorio ruso, lo cual cohesionó a los explotados de ese país en torno al zarismo. Esto es lo que, a nuestro juicio, explica la política reformista de Alejandro I.

Asesorado por un comité secreto de jóvenes admiradores de la monarquía parlamentaria británica, Alejandro abolió los tribunales secretos, la tortura y la censura, otorgó mayores poderes al Senado, abrió la posibilidad de liberar a los siervos permitiéndoles comprar su libertad, fundó universidades y abrigó otros proyectos que no llegaron a realizarse, como el de dotar a Rusia de una constitución liberal. Pero la mayor parte de sus energías fueron absorbidas por los problemas internacionales ligados a las guerras napoleónicas, en un momento en que el liberalismo no era un peligro inminente para Rusia. Aliado inicialmente con Inglaterra, las sucesivas derrotas frente a Francia (Austerlitz, 1805; Eylau y Friedland, 1807) le llevaron a concluir una alianza con Napoleón (Tratado de Tilsit, 1807); a cambio de declarar la guerra a los ingleses y de reconocer el orden impuesto por Francia en el continente, Alejandro obtuvo la anexión de Finlandia a costa de Suecia (1809).

La alianza no duró mucho, pues Rusia se veía perjudicada por el apoyo francés al renacimiento de una Polonia independiente y por el bloqueo continental, que le impedía seguir exportando cereales y materias primas a Inglaterra; el enfrentamiento llevó a Napoleón a lanzar la campaña de Rusia en 1812. La catástrofe que sufrió la “grande armée” francesa en aquella campaña ─causada en gran medida por las dificultades de la distancia y el clima─ convirtió al zar en el líder de la coalición que iría derrotando a Napoleón hasta la caída de éste: la triple alianza entre Rusia Austria y Prusia. Alejandro I entró en París al frente de sus tropas en 1814 y promovió un trato moderado a los vencidos: se opuso a la idea de desmembrar Francia, restauró en el trono a los Borbones y firmó un tratado de paz con el nuevo rey, Luis XVIII. ¿Se le podía pedir más a un zar en semejantes condiciones?  Sería como esperar hoy que un Clinton, un Schröeder, un Felipe González o a un Carrillo, se hicieran bolcheviques.

Desde 1821, aterrorizado por sucesivos conatos de los liberales revolucionarios en Rusia, se convirtió en un déspota reaccionario. Ante la proliferación de las sociedades secretas masónicas que conspiraban contra la autocracia, él mismo, que había pertenecido a esta logia desde 1805, en 1822 prohibió la masonería [52]. Aliado del sultán turco contra la diplomacia occidental, Alejandro promovió la intervención armada contra las revoluciones liberales del continente y, en el interior, reprimió toda libertad de expresión recortando los escasos derechos que había concedido a los siervos. Murió súbitamente el 1 de diciembre de 1825 durante un viaje a Crimea[53], pocos días antes de que su hermano y heredero directo, Nicolás I, se viera enfrentado a la acción sediciosa de los oficiales del ejército imperial ruso llamados “decembristas”, liderados por intelectuales aristócratas como Pável Pestel, Konstantín Riléiev o Serguéi Muraviov-Apóstol, representantes de nobleza rusa más progresista, que se abrazaron al clavo ardiendo de la revolución francesa, nada más que para sacudirse las frustraciones sociales de su condición señorial subalterna frente al despotismo de la realeza:

<<En 1825, la intelectualidad aristocrática, dando expresión política a esta necesidad, se lanzó a una conspiración militar, con el fin de poner freno a la autocracia. Presionada por el desarrollo de la burguesía europea, la nobleza avanzada intentaba, de este modo, suplir la ausencia del tercer estado. Pero no se resignaba, a pesar de todo, a renunciar a sus privilegios de casta; aspiraba a combinarlos con el régimen liberal por el que luchaba; por eso, lo que más temía era que se levantaran los campesinos. No tiene nada de extraño que aquella conspiración no pasara de ser la hazaña de unos cuantos oficiales brillantes, pero aislados, que sucumbieron casi sin lucha. Ese sentido tuvo la sublevación de los "decembristas".>> (L. D. Trotsky: “Historia de la revolución rusa” Prólogo)

El movimiento revolucionario moderno de Rusia se inició con este alzamiento en apoyo del candidato a la sucesión del Zar Alejandro I, su hijo Constantino, supuestamente partidario de los cambios sociales inspirados en la revolución francesa; pero el alzamiento fue sofocado con rapidez y dio el pretexto para el establecimiento de un reinado, el de Nicolás I (1825-1855), fuertemente represivo y despótico.

No obstante haber tenido orígenes distintos, bajo distintas condiciones históricas, la nobleza comparte con la pequeñoburguesía el común carácter contradictorio de sus comportamientos, producto de su misma posición de sector de clase intermedio: la pequeñoburguesía entre el gran capital y el proletariado; la aristocracia, entre la realeza y el campesinado. Tal como desde la etapa del capitalismo maduro ha venido sucediendo con el pequeño explotador de trabajo ajeno, también ha sucedido antes con los aristócratas. El comportamiento de ambas categorías sociales intermedias se homologan en que obedecen a una doble y contradictoria tendencia, según la correlación de fuerzas entre sus extremos. El pequeñoburgues ama la propiedad privada burguesa, pero teme y odia sus naturales consecuencias: la competencia y el monopolio, que, en condiciones normales, amenazan con proletarizarle. Esto explica que, bajo semejantes circunstancias, busque apoyo en el proletariado dentro de la democracia representativa, para moderar esa propensión natural expropiatoria del gran capital. Pero cuando las condiciones se vuelven críticas y las luchas del proletariado amenazan la estabilidad del sistema en su conjunto, el pequeño explotador tiende a echarse en brazos de la gran burguesía aceptando la solución del totalitarismo.

Del mismo modo, la nobleza en su etapa decadente, que por algo amaba las relaciones de señorío y servidumbre y no le podía caber en la cabeza una forma de vida menos imperfecta que esa, se enfrentó alternativamente a la realeza y al campesinado; de ahí que fluctuara entre la monarquía parlamentaria y el absolutismo, según la menor o mayor amenaza que, para la preservación de sus privilegios señoriales, suponía la tendencia histórica objetiva hacia la revolución burguesa. Alejandro I encarnó este paradigma político de oscilación periódica entre un filoliberalismo paternalista y el absolutismo autocrático más cruel, que signó la transición entre el feudalismo decrépito y el capitalismo emergente en Rusia. Su antecesora inmediata fue Catalina II “La Grande”, así llamada por haber emulado la política interior reformista de Pedro I. Introdujo en Rusia la cultura francesa y durante algún tiempo estuvo interesada en las teorías liberales expuestas por algunos escritores franceses como Voltaire. En 1767, profundizó en la reforma administrativa del reino y en la legislación social, intentando mejorar las condiciones de vida de los siervos campesinos, disposición que no llegó a poner en práctica por la radical oposición de la nobleza. Seis años más tarde, ante el estallido de un levantamiento cosaco y de campesinos dirigido por Yemelyan Ivánovich Pugachov  ―sofocado en 1775— determinó que, en  lugar de suavizar las opresivas leyes sobre la servidumbre, Catalina las endureciera aún más. Tras el comienzo de la Revolución Francesa de 1789, la emperatriz abandonó por completo sus puntos de vista liberales.

Como hemos visto, la Edad Moderna se inició en Europa con el establecimiento de las monarquías autoritarias y una concepción de unidad del Estado y del poder centralizado al que no se ajustó del todo la Monarquía española, obligada a compatibilizar la existencia de dominios que gozaban de legislación propia, con la tendencia objetiva del capitalismo emergente hacia la uniformidad y el centralismo. La creciente inclinación de los reyes hacia el poder absoluto, encontró menos resistencia en Castilla ―donde acabó imponiéndose― que en el reino de Aragón y las vascongadas, donde la capacidad de control real fue tradicionalmente menor. A fin de reforzar su poder de Estado, la realeza despojó a la alta aristocracia de buena parte de su poder político y económico, cooptando para ello a una minoría representativa de la baja nobleza y a los hidalgos[54], para cubrir los cargos de los Consejos consultivos y de la burocracia civil y militar, debilitando así el peligro de desestabilización del sistema por esos dos frentes de la lucha de clases.[55] Tres cuartos de lo mismo ha venido haciendo la gran burguesía desde el capitalismo tardío con los hijos “privilectos” de la aristocracia obrera y de la pequeñoburguesía, promovidos a los altos cargos administrativos, políticos y militares del aparato Estatal. El poder de la realeza tuvo, además, sus propios instrumentos de propaganda, entre los que –por su continuidad y proyección— destacaron las emisiones monetarias sin respaldo[56] y las condecoraciones. En tal sentido, de la sociedad capitalista contemporánea puede decirse, con el “Eclesiastés”, que “níhil sub Sole nóvum”.


[50] Editado en París a partir de 1832, en tiempos de la monarquía de Julio se mofaba del Gobierno, y en 1848 se pasó al campo de la contrarrevolución.

[51] El concordato entre el Papa Pío IX y la reina de España Isabel II fue concertado el 16 de marzo de 1851 y refrendado por las Cortes en octubre de 1851. Según este documento, la corona española se comprometía a subvencionar al clero a costa del Tesoro, a cesar la confiscación de las tierras de la Iglesia y devolver a los conventos las tierras incautadas durante la tercera revolución burguesa (1834-1843) que no hubieran sido vendidas

[52] La masonería tuvo su origen durante la edad media, en que los miembros de los gremios artesanos y mercantiles guardaban el secreto de sus prácticas por razones de protección económica. La francmasonería, surgió en el siglo XIV como gremio de artesanos albañiles. En los siglos XVII y XVIII se establecieron sociedades secretas con fines científicos o de subversión política. Algunas, como la orden de los rosacruces, mezclaban la ciencia con el misticismo, otras se convirtieron en importantes centros de disensión política. La conocida como Hijos de la Libertad fue creada en las colonias estadounidenses en el siglo XVIII para hacer frente al dominio británico. En el siglo XIX, ciertas sociedades secretas, como los carbonarios en Italia, los fenianos en Irlanda y los partidarios del nihilismo en Rusia, ejercieron un papel político de considerable importancia.

Los ideales masónicos de tolerancia religiosa e igualdad fundamental de todas las personas, estaban en armonía con el creciente espíritu de liberalismo durante el siglo XVIII. Uno de los principios básicos de las órdenes masónicas en todo el mundo de habla inglesa, ha sido que la religión es un asunto exclusivo del individuo.

[53] Circuló la leyenda de que había fingido la muerte para retirarse a hacer vida de ermitaño (bajo el nombre de Fédor Kusmitch). Su tumba, abierta en 1926, fue encontrada vacía.

[54]El termino proviene de la expresión “hijodalgo” acuñada en el siglo XI, que literalmente significa “hijo de algo”, esto es, que hidalgos son todos aquellos a quienes la realeza distinguía “por algo suyo” o de sus ascendientes, sean posesiones o actos de servicio. Entre los privilegios que el rey concedía a los hidalgos, el principal era el de "no pechar", lo que significaba no pagar tributos a la Corona. Esta fue la causa de que en las Chancillerías (tribunal superior de justicia) de la época se conserven multitud de pleitos entablados entre diversos personajes que se afanaban en poder demostrar su condición de hidalgos, porque a veces era muchísimo más importante quedar exento de pagos y tributos, que demostrar que se era de estado noble. Pertenecer a la baja nobleza y aún simplemente ejerciendo modestísimos oficios, no derogaba la hidalguía. En muchos pueblos existieron hidalgos que eran labradores, zapateros, comerciantes y hasta "pobres de solemnidad". No eran propiamente nobles, pero sí disfrutaban de exención de cargas personales. Junto a ellos convivían otras personas que eran ricas, que poseían bienes y que, sin embargo, eran "pecheros" tenían que pagar los tributos "y todas sus haciendas no les bastaban para alcanzar la hidalguía". Los hidalgos del siglo XVII se dividían en tres grupos, claramente diferenciados entre sí: los terratenientes de modestos predios que vivían de su hacienda;

los hijos de familias arruinadas, o los que alcanzaron la hidalguía por el número de hijos que hubieron de emplearse como labriegos o declararse pobres de solemnidad, y, aquellos que para huir de la miseria se enrolaban en el Ejército.

El pueblo español siempre se ha caracterizado por su ingenio. Ocurre que para alcanzar la dignidad de hidalgo, o lo que es igual, librarse de la pesada carga de los tributos, impuestos y pagos al Tesoro Real, existía un medio en el que nada tenía que ver la sangre y sí la bragueta, hasta el punto que, a aquellos que conseguían la ansiada dignidad, se les denominó así: “hidalgos de bragueta”. Para ello, debían demostrar palpablemente y sin la menor duda, que su mujer legítima había parido siete hijos varones y él era el padre; con eso bastaba para que se le extendiera la oportuna documentación que lo acreditaba como hidalgo. Y no importaba que el solicitante fuera humildísimo, que no tuviera ni un maravedí, que fuera pobre de solemnidad y aún mendigo, o que fuera un total analfabeto; sus siete hijos varones lo convertían en hidalgo y con ello, naturalmente, se le terminaban apuros y agobios para el pago de los onerosos tributos al Tesoro. En el siglo XVI y XVII se difundió en toda España un afán por conseguir el título de hidalguía a cualquier precio. En el año 1540 había en Castilla 108..358 vecinos hidalgos frente a 897.130 pecheros. En el año 985 se habla ya de los "filii bene natorum" (los hijos de los bien nacidos). La dicotomía "hidalgo-pechero" ya aparece en algunos documentos asturianos del siglo X, donde se habla de hombres "majores" y "minores", según que paguen impuestos, reparen murallas, se incorporen a las huestes militares o no lo hagan.

[55] Fue Pedro I “El Grande” (1672-1725), quien promovió en Rusia el equivalente a la hidalguía española, la llamada “nobleza de servicio”. Especial trascendencia tuvo la reforma del Ejército, que permitió a personas sin título nobiliario la posibilidad de acceder al cuerpo de oficiales superiores, acabando así con el monopolio nobiliario en esos cargos.

[56] En al menos un caso de la historia moderna más reciente, la forma política totalitaria de gobierno burgués impropiamente conocida por “dictadura militar”, emuló a las monarquías absolutas en eso de apelar a la emisión de dinero inflacionario con fines de control social. Nos referimos a la “dictadura de Videla”, que comenzó su andadura en Argentina con Ezequiel Martínez de Hoz como ministro de economía, una de cuyas primeras medidas consistió en establecer la paridad del dólar con la moneda nacional, lo cual elevó momentáneamente el poder adquisitivo de la población respecto de los productos de importación y el turismo internacional. Con esta medida, la burguesía argentina compró la voluntad política de los pequeños patronos y la aristocracia obrera del país, quienes durante algunos años, con esa “plata dulce” pudieron sentirse como los hidalgos en España desde el siglo XV, mirando para otro lado mientras los llamados “grupos operativos” de las FF.AA. hacían el trabajo sucio de secuestrar, torturar y asesinar a decenas de miles de opositores a los planes del gran capital multinacional.