n) Insurrección de 1854

El período liberal moderado de derechas, que legalmente comenzó con la promulgación de la nueva Constitución en 1845, se caracterizó por las rivalidades entre los generales Espartero y Narváez, ambos liberales aunque revolucionario pacato el primero y de clara voluntad política de centroderechas el segundo.  En la primavera de 1854, fue creciendo en España el descontento popular, debido a la grave situación económica del país y a las imposiciones de las fuerzas reaccionarias; sobre todo, cundió la protesta entre las masas al ser disueltas las Cortes ―en diciembre de 1853― que intentaban oponerse al decreto aprobado por el Gobierno, ordenando el pago de los impuestos ―a la renta territorial y a las ganancias industriales― con seis meses de antelación, en el marco de los enfrentamientos de todos los partidos políticos ―incluso los moderados en el gobierno― ante las arbitrariedades cometidas respecto de las concesiones ferroviarias.

En este contexto de crisis social y política, el 28 de junio de 1854 los Generales Leopoldo O’Donnell y Domingo Dulce [43] coincidieron en lanzar  sendos pronunciamientos en contra de la camarilla dirigida por el favorito de la reina Isabel II, Luis José Sartorius, Conde de San Luis, exigiendo su destitución bajo la consigna: “queremos la conservación del trono pero sin camarillas que lo deshonren”. Al pronunciamiento de O’Donell se le conoció como el “Manifiesto de Manzanares” que fue redactado por Antonio Cánovas del Castillo. [44]

La reina trató de ganarse el favor de O'Donnell, pero éste se negó contestándole que no se había concedido ninguna línea de ferrocarril u otra cuestión importante sin que se haya recibido una crecida “subvención”, habiendo llegado al extremo de “modificar innecesariamente el trazado de una línea férrea para hacerla pasar por tres posesiones de la Corona y vender los destinos públicos de la forma más vergonzosa... Nihil novum sub sole”. En realidad Isabel II era ajena a estas negociaciones maquinadas por María Cristina y el astuto Marqués de Salamanca. Sin embargo, eso no le inhibió de recibir joyas y dinero, que en buena parte distribuyó entre sus favoritos.

O’Donnell y Dulce sólo coincidían acerca de la destitución del entorno real, pero a partir de ahí empezaban sus diferencias. Para poner de manifiesto el carácter contradictorio de la dirección político-militar de ese movimiento, Marx aporta lo siguiente:

<<Convencido O'Donnell de que esta vez las ciudades españolas no serán puestas en movimiento por una simple revolución palaciega, manifiesta de súbito principios liberales. Su proclama está fechada en Manzanares, pueblo de la Mancha situado no lejos de Ciudad Real. En ella dice que su objeto es conservar el trono, pero, suprimiendo la camarilla, imponer la observancia rigurosa de las leyes fundamentales, perfeccionar la legislación electoral y de prensa, reducir los impuestos, establecer el ascenso por méritos en el servicio civil, llevar a cabo la descentralización y el establecimiento de una milicia nacional sobre bases amplias. Propone la creación de juntas provinciales y la reunión en Madrid de unas Cortes que habrán de encargarse de la revisión de las leyes. La proclama del general Dulce es todavía más enérgica. Dice así:

“Ya no hay progresistas y moderados: todos somos españoles e imitadores de los hombres del  7 de julio de 1822. El restablecimiento de la Constitución de 1837, el mantenimiento de Isabel II, el destierro perpetuo de la reina madre (María Cristina), la destitución del gobierno actual, el restablecimiento de la paz en nuestro país: tales son los fines que nosotros perseguimos a toda costa, como lo demostraremos en el campo del honor a los traidores (los moderados), a quienes hemos de castigar por su culpable insensatez.”>> (K. Marx: Op.cit. 18/07/1854. Lo entre paréntesis es nuestro)

En su artículo del 21/07/1854, Marx observó que desde principios del siglo XIX, los movimientos revolucionarios en España, “presentan un aspecto notablemente uniforme”, y es que “Todas las conjuras palaciegas son seguidas de sublevaciones militares y éstas acarrean invariablemente pronunciamientos municipales.” O sea, como decíamos al principio de este apartado: dada la descentralización del poder político en España o, por mejor decir, ante la ausencia de un Estado moderno que regule efectivamente el comportamiento de sus súbditos al interior de sus fronteras, el vínculo entre lo que pasaba en ese centro político puramente nominal que era la Corte real y sus provincias autónomas, debió ser necesariamente el ejército, la única institución con presencia e influencia orgánica en todo el territorio nacional, lo cual explica que las únicas demostraciones nacionales ―las de 1812 y 1822― fueran protagonizadas por los militares. Esta realidad acostumbró a las mayorías sociales españolas, a ver en esa institución la posibilidad real de concretar cualquier cambio, lo cual les indujo a dejar que sean ellos quienes, en última instancia, definan los conflictos según la tendencia predominante en la sociedad que determinaba el signo político de los sucesivos pronunciamientos militares. Pero estudiando lo acontecido durante la turbulenta época de 1830 a 1854, Marx llegó a la conclusión de que las ciudades de España se dieron cuenta de que, en lugar de seguir defendiendo la causa del pueblo, el ejército se había transformado en instrumento de las rivalidades entre los ambiciosos oficiales superiores que no pretendían ir más allá de ejercer la tutela militar de la realeza:

<<En consecuencia observamos que el movimiento de 1854 es muy diferente incluso al de 1843. L'emeute(el amotinamiento) del general O'Donnell no fue para el pueblo sino una conspiración contra la influencia predominante en la Corte, tanto más cuanto que contaba con el apoyo del ex favorito, Francisco Serrano, duque de la Torre[45]. Por consiguiente, las ciudades y el campo no se apresuraron a seguir el llamamiento de la caballería de Madrid. Debido a esto, el general O'Donnell hubo de modificar totalmente el carácter de sus operaciones, a fin de no verse aislado y expuesto a un fracaso. Tuvo que incluir en su proclama tres puntos igualmente opuestos a la supremacía del ejército: convocatoria de Cortes, gobierno barato y formación de una milicia nacional (suprimida en 1843 por Narváez a instancias de Luis González Bravo), reivindicación esta última nacida del deseo de las ciudades de volver a independizarse del ejército. Es, pues, un hecho que, si la sublevación militar ha logrado el apoyo de una insurrección popular, ha sido únicamente sometiéndose a las condiciones de esta última. Queda por comprobar si se verá constreñida a serle fiel y a cumplir estas promesas.>> (Op. Cit. 04/08/1854. Lo entre paréntesis nuestro)

Sobre la actitud de los liberales revolucionarios en el origen de estos episodios, Marx dice lo siguiente:

<<Sería prematuro formar una opinión sobre el carácter general de esta insurrección. Puede decirse, sin embargo, que no parece proceder del partido progresista pues el general San Miguel, su soldado, sigue sin pronunciarse en Madrid. Por el contrario, de todos los informes parece desprenderse que Narváez está en el fondo del asunto y que la reina Cristina ―cuya influencia ha disminuido mucho últimamente a causa del favorito de la reina, el conde de San Luis― no se halla del todo al margen de la cosa.>> (Op.cit. 07/07/1854)

 Hay que tener en cuenta que las discrepancias entre O’Donnell y la Reina a raíz del comportamiento de su “favorito cortesano”, hizo crisis en febrero, cuando por una disposición de Palacio se le ordenó salir del país. O’Donnell desobedeció ocultándose en Madrid, desde donde mantuvo correspondencia secreta con la guarnición de la capital y especialmente con el general Dulce, inspector general de Caballería.

El Gobierno sabía de su presencia en Madrid, y en la noche del 27 de junio, el general BIaser, ministro de la Guerra, y el general Lara, capitán general de Castilla la Nueva, recibieron avisos advirtiéndoles de que se preparaba un alzamiento bajo la dirección del general Dulce. Márx dice que “nada se hizo, sin embargo, para prevenir la insurrección o ahogarla en germen”. Esto explica que el día 28, el general Dulce no encontrara dificultades para reunir 2.000 hombres de caballería y, pretextando una revista, salir con ellos de la ciudad en compañía de O'Donnell, con la intención de apoderarse de la reina, que estaba en El Escorial.

El intento fracasó y la reina llegó a Madrid el 29, acompañada por el conde de San Luis, presidente del Consejo. Allí pasó revista, mientras los insurrectos acampaban en los alrededores de la capital, donde se les unió el coronel Echagüe con 400 hombres del regimiento del Príncipe y los fondos de la caja regimental: 1.000.000 de francos. Una columna compuesta por siete batallones de infantería, un regimiento de caballería, un destacamento de policía montada y dos baterías de artillería salió de Madrid el 29 por la tarde, bajo el mando del general Lara, para encontrar a los rebeldes, acantonados en las Ventas del Espíritu Santo y en el pueblo de Vicálvaro.

El 30 se produjo la batalla entre los dos ejércitos. Marx hace referencia a los hechos mencionando tres distintas fuentes: la publicada en “la Gaceta” de Madrid; la segunda, publicada por el “Messager de Bayonne”, y la tercera, es una información del corresponsal madrileño de la “Indépendance Belge”, testigo presencial de los hechos. Ésta última es la que a Marx le ha parecido más fiable y dice lo siguiente:

<<Las Ventas del Espíritu Santo y Vicálvaro han sido teatro de un sangriento combate, en el que las tropas de la reina se han visto rechazadas al lado de acá de la fonda de la Alegría. Tres cuadros formados sucesivamente en diferentes puntos, se disolvieron espontáneamente por orden del ministro de la Guerra. Un cuarto cuadro fue formado más allá de Retiro. Diez escuadrones de insurrectos, mandados personalmente por los generales O'Donnell y Dulce, lo atacaron por el centro (?), mientras algunas guerrillas lo hacían por el flanco (?). (Es difícil darse cuenta de lo que este corresponsal entiende por ataques al centro (!) y al flanco (!) de un cuadro.) Por dos veces, los insurrectos llegaron a combatir a corta distancia contra la artillería, pero fueron rechazados por la metralla que les llovía encima. Es evidente que los insurrectos intentaron apoderarse de algunos cañones emplazados en cada uno de los ángulos del cuadro. Habiéndose acercado entre tanto la noche, las fuerzas gubernamentales se iban retirando escalonadamente sobre la Puerta de Alcalá, cuando un escuadrón de caballería que había permanecido fiel fue sorprendido por un destacamento de lanceros insurrectos oculto tras la Plaza de Toros. En medio de la confusión producida por este ataque inesperado, los insurrectos se apoderaron de cuatro piezas de artillería que habían sido dejadas atrás. Las pérdidas fueron casi iguales por ambas partes. La caballería insurrecta sufrió mucho a causa de la metralla, pero sus lanzas han exterminado casi al regimiento de la Reina Gobernadora y a la policía montada. Las últimas referencias nos informan que los insurrectos recibieron refuerzos de Toledo y Valladolid. Circula incluso el rumor de que el general Narváez es esperado hoy en Vallecas, donde será recibido por los generales Dulce y O'Donnell, Ros de Olano y Armero. Se han abierto trincheras en la Puerta de Atocha. Una multitud de curiosos se aglomera en la estación del ferrocarril, desde la cual se distinguen las avanzadas del general O'Donnell. Sin embargo, todas las puertas de Madrid están sometidas a rigurosa vigilancia.>> (Op. Cit. =7/07/1854)

Los días posteriores al triunfo de la “Vicalvarada” se produjeron en Madrid algaradas callejeras y asaltos a palacios y casas de ministros y nobles. Cabe señalar, entre otras, el asalto a la casa del Ministro de Fomento, situada en la calle del Prado con vuelta a la de León. Así mismo, el palacio de D. José de Salamanca, en la calle Cedacero fue asaltado e incendiado. Igual suerte sufrió la casa del Ministro de Hacienda. Las barricadas aparecieron por las calles próximas a la Puerta del Sol. Pero las mayores iras populares se concentraron en el jefe de la policía, que fue sacado de su casa, paseado entre insultos y agresiones de la multitud y finalmente fusilado en la Plaza de la Cebada. El triunfo de la Vicalvarada había lanzado el pueblo a la calle y se tomó el desquite saqueando los palacios del marqués de Salamanca y de María Cristina, camino ya de un nuevo exilio.

En su artículo del 21 de julio, Marx da cuenta de las repercusiones que tuvieron los sucesos de Madrid, refiriéndose a los pronunciamientos de Valencia y Alicante, los de Granada, Sevilla y Jaén, en Andalucía, los de Burgos en Castilla la vieja, los de Valladolid en León, los de San Sebastián, Tolosa y Vitoria en las provincias Vascongadas, los de Pamplona en Navarra, los de Zaragoza en Aragón y los de Barcelona, Lérida, Gerona y Tarragona en Catalunya, agregando que:

<<Por los detalles que voy a comunicar se verá que los militares están muy lejos de haber tomado la iniciativa en todas partes; por el contrario, en algunos sitios han tenido que ceder al irresistible empuje de la población.

<<En Murcia se esperaban pronunciamientos según una carta de Cartagena, fechada el 12 de julio, que dice:

En un bando publicado por el gobernador militar de la plaza, se ordena a todos los habitantes de Cartagena que posean mosquetes u otras armas, que los entreguen a las autoridades civiles en un plazo de veinticuatro horas. A petición del cónsul de Francia, el Gobierno ha permitido que los residentes franceses depositen sus armas, como en 1848, en el consulado.

De todos estos pronunciamientos sólo cuatro merecen especial mención: los de San Sebastián, en las Vascongadas; Barcelona, la capital de Cataluña; Zaragoza, la capital de Aragón, y Madrid.>> (K.Marx: Op. Cit. 04/08/1854)

En el país vasco, los pronunciamientos tuvieron su origen en los municipios y en Aragón en los cuarteles. El Ayuntamiento de San Sebastián se estaba declarando en favor de la insurrección, cuando surgió la propuesta de armar al pueblo. De inmediato, la ciudad se convirtió en una fortificación militar. Hasta el día 17 no se consiguió la adhesión de los dos batallones que guarnecían la ciudad. Una vez conseguida la unión orgánica entre civiles y militares, mil paisanos armados y acompañados de algunas tropas salieron hacia Pamplona y consiguieron insurreccionar Navarra. La sola presencia de los recién llegados de San Sebastián facilitó el alzamiento de Pamplona. Después, el general Zabala se sumó al movimiento trasladándose a Bayona, e invitó a los soldados y oficiales del regimiento de Córdoba ―que se habían refugiado allí después de su última derrota en Zaragoza―, a regresar inmediatamente al país y a reunirse con él en San Sebastián. Según unos informes, el general Zabala se había dirigido después a Madrid para ponerse a las órdenes de Espartero, en tanto que por otros conductos se afirma que se habían puesto en marcha hacia Zaragoza, para unirse a los sublevados aragoneses. El general Mazarredo, comandante en jefe de las Provincias Vascongadas, que no quiso tomar arte en el pronunciamiento de Vitoria, se vio obligado a retirarse a Francia. Las tropas que tiene a sus órdenes el general Zabala son dos batallones del regimiento de Borbón, un batallón de carabineros y un destacamento de caballería. Antes de terminar con las Provincias Vascongadas añadiré como detalle característico que el brigadier Barcáiztegui, que ha sido nombrado gobernador de Guipúzcoa, es uno de los antiguos ayudantes de campo de Espartero.

En Barcelona la iniciativa partió, al parecer, de los elementos militares; pero informaciones complementarias hacen dudar mucho de la espontaneidad de su acción. El 13 de julio, a las 7 de la tarde, los soldados que ocupaban los cuarteles de San Pablo y del Buen Suceso cedieron a las demostraciones de la muchedumbre y se sublevaron al grito de: ¡Viva la reina! ¡Viva la Constitución! ¡Mueran los ministros! y ¡Abajo Cristina! Después de fraternizar con las masas y de desfilar con ellas por las Ramblas, se detuvieron en la Plaza de la Constitución. La caballería, acuartelada en la Barceloneta desde hacía seis días por la desconfianza que inspiraba al capitán general, se sublevó a su vez. A partir de este momento, toda la guarnición se pasó al lado del pueblo y la resistencia de las autoridades se hizo imposible. A las diez, el general Marchesi, gobernador militar, cedió a la presión general, y a media noche el capitán general de Cataluña anunciaba su decisión de incorporarse al movimiento. Entonces se trasladó a la Plaza del Ayuntamiento y arengó al pueblo, que la llenaba totalmente:

<<El 18 de julio se formó una Junta compuesta por el capitán general y otros eminentes personajes, con el lema de “Constitución, reina y moralidad”. Según noticias llegadas posteriormente de Barcelona, las nuevas autoridades han ordenado el fusilamiento de algunos obreros que habían destruido máquinas y atentado contra la propiedad. Igualmente se anunciaba la detención de un comité republicano reunido en una población vecina. Pero debe tenerse en cuenta que estas noticias pasan por las manos del Gobierno de Luis Napoleón, cuya vocación especial es calumniar a los republicanos y a los obreros.>> (Op. Cit.)

Destacamos este párrafo, porque parece haber sido en estas circunstancias que el proletariado entró por primera vez en la historia de España; al menos es en este pasaje donde Marx recién implica a esta clase social fundamental en política.

En Zaragoza, según se dice, la iniciativa partió de los militares, afirmación que es desmentida, sin embargo, por la noticia ―comunicada a renglón seguido― de haberse decidido inmediatamente la formación de una milicia. Lo que sí hay de cierto, y lo confirma incluso la Gaceta de Madrid, es que, antes del pronunciamiento de Zaragoza, 150 soldados del regimiento de caballería de Montesa que venían hacia Madrid, y estaban acuartelados en Torrejón (a cinco leguas de la capital), se sublevaron y abandonaron a sus jefes, que llegaron a Madrid en la tarde del día 13 con la caja regimental. Los soldados, al mando del capitán Baraiban, montaron a caballo y tomaron el camino de Huete, suponiéndose que se proponían unirse a las fuerzas del coronel Buceta, en Cuenca:

En cuanto a Madrid, contra cuya población se dice que marchan Espartero con el “Ejército del Centro” y el general Zabala con el Ejército del Norte, era lógico que una ciudad que vive de la Corte fuera la última en unirse al movimiento insurreccional. (Op. Cit)

El 15 de julio, La Gacetapublicó un comunicado del ministro de la Guerra, diciendo que los facciosos estaban en fuga y que “la entusiasta lealtad de las tropas iba en aumento”. El conde de San Luis, quien, al contrario, parece haber juzgado con bastante acierto la situación en Madrid, anunció a los obreros “que el general O'Donnell y los anarquistas les dejarían sin trabajo, mientras que si el Gobierno triunfaba, daría empleo a todos los trabajadores en las obras públicas con un jornal diario de seis reales. Por medio de esta estratagema el conde de San Luis esperaba alistar bajo su bandera a la parte más impresionable de los madrileños.” En este punto Marx recuerda a los lectores que:

Su éxito, empero, fue parecido al del partido del National en París, en 1848. [46] Los aliados conseguidos de este modo no tardaron en convertirse en sus más peligrosos enemigos, ya que los fondos destinados a su sostenimiento se agotaron al sexto día. Hasta qué punto temía el Gobierno un pronunciamiento en la capital, lo demuestra el bando del general Lara (el gobernador) prohibiendo la circulación de toda clase de noticias referentes a la marcha de la sublevación. Parece ser, además, que la táctica del general Anselmo Blaser se limitó a eludir todo contacto con los sublevados, por temor a que sus tropas se contagiaran. (Op. Cit.)

Ante semejante situación, la reina Isabel II, por las mismas razones obvias que su Madre inmediatamente después de la muerte de Fernando VII, se vio obligada a solicitar al general progresista Baldomero Fernández Espartero que encabezara un nuevo gabinete. Éste se constituyó el 19 de julio y en él enseguida nombró al propio O'Donnell como ministro de la Guerra, entregándole la llave del poder real, [47] lo cual puso de manifiesto su miedo a que el proceso pudiera desbordarle por la izquierda:

<<Apenas habían desaparecido las barricadas de Madrid a petición de Espartero, cuando ya la contrarrevolución ponía manos a la obra. El primer paso contrarrevolucionario fue la impunidad concedida a la reina Cristina, Sartorius y consortes. Después vino la formación del gabinete con el moderado O'Donnell como ministro de Guerra, quedando todo el ejército a disposición de este antiguo amigo de Narváez. En la lista figuran los nombres de Pacheco, Luján y don Francisco Santa Cruz, todos ellos notorios partidarios de Narváez y miembro el primero del vergonzoso gabinete de 1847.>>  (Op. Cit. 08/08/1854)

No obstante, fueron convocadas las Cortes Constituyentes que, desde noviembre de ese mismo año de 1854, ahondaron en la legislación liberal interrumpida por el moderantismo e, incluso, redactaron una Constitución (non nata, pues no llegó a promulgarse ni a entrar en vigor) que respondía al ideario progresista ―de compromiso histórico” con la realeza― ya expresado en las de 1812 y 1837. La medida más trascendente de cuantas promovió este gobierno durante aquellos dos años, fue la ley de Desamortización Civil y Eclesiástica, publicada en mayo de 1855 por iniciativa del ministro de Hacienda, Pascual Madoz.[48]. Consecuente con el carácter pretoriano del ejército, el futuro de esta ley estuvo signado por las contradicciones del gobierno militar surgido de la revolución, donde el mayor peso político específico en la balanza del poder real en tales condiciones, era ejercido por O`Donell en su carácter de Ministro de la Guerra, quien disentía de la orientación liberal presuntamente revolucionaria de Espartero. [49] Así las cosas, dos años después de aquella “crisis revolucionaria”, como es ley que suceda con las izquierdas que temen hacerse cargo de la revolución y pactan con el enemigo de clase, el 14 de julio de 1856 el enfrentamiento político entre Narváez y Espartero, llevó lógicamente a la dimisión de éste último, siendo sustituido por O'Donnell al frente del gabinete, quien, a su vez, conservó el Ministerio de la guerra, hasta que, el 12 de octubre de ese mismo año, como sucede con todo falso dado rodante que siempre acaba deteniéndose sobre su base más pesada. Así fue cómo Narváez se hizo nuevamente con el poder en el gobierno, consiguiendo que la sociedad española abortara la Constitución liberal de 1854.

Con el ascenso de este último se produjo el final del periodo revolucionario, el consiguiente alejamiento del poder de los progresistas y la restauración del régimen moderado, que habría de dominar el sistema político del país entre 1856 y 1868, si bien junto a la Unión Liberal creada en torno a O'Donnell, hasta que la revolución de 1868 supusiera el destronamiento de Isabel II y el inicio del llamado Sexenio Democrático. Cuando Narváez falleció en la primavera de 1868 (Madrid, 13 de abril), siendo presidente del gobierno, quedó descabezado el Partido Moderado, en un momento en que progresistas y demócratas articulaban lo que sería la revolución triunfante de septiembre de 1868.


[43] Natural de Sotés (La Rioja), combatió a los absolutistas en la Primera Guerra Carlista que terminó con el grado de teniente coronel. Mandaba el retén de Alabarderos que impidió el secuestro de la reina Isabel por Concha y Diego de León durante el frustrado pronunciamiento antiesparterista de 1841. Tuvo un destacado papel en la preparación de la revolución de julio de 1854 contra el gobierno Sartorius. Siendo capitán general de Cataluña reprimió la intentona carlista de San Carlos de la Rápita (1860). Participó en la crisis final del régimen isabelino: era uno de los generales desterrados por González Bravo en 1868 y volvió a Canarias con Serrano. Fue uno de los firmantes del Manifiesto España con honra (19-IX-1868). Aunque estaba ya muy enfermo, aceptó el encargo del gobierno provisional y ocupó por segunda vez (la anterior fue en 1862- 1866) la Capitanía General de Cuba; en este año -1869- no tuvo el éxito que acompañó su primera época antillana y fue atacado por todos, españolistas y autonomistas. El general Dulce, que fue marqués de Castrelflorite, y uno de los teórico del «intervencionismo» del ejército en la política, murió en Amelie-les-Bains (Cataluña francesa) en 1869.

[44] Nacido en Málaga el 8 de febrero de 1828. Ante la situación de claro enfrentamiento entre moderados y progresistas, Cánovas no busco una tercera línea apoyada en la conciliación, aunque con claro signo conservador; esta búsqueda del equilibrio entre ambas tendencias tendrían su fruto posteriormente en la Unión Liberal de O'Donnell. En buenas relaciones con éste, participó en las conversaciones previas a la revolución de 1854; su primera actividad pública, la llevó a cabo el día 30 de junio, durante la conocida “Vicalvarada”.

[45] Francisco Serrano Domínguez, Duque de la Torre y Conde de San Antonio, también llamado el "general bonito" por quien fue su amante, la reina Isabel II, nació el 17 de Diciembre de 1810 en la Isla de León (Cádiz). Hijo de un militar, Francisco Serrano, perseguido por Fernando VII, y con parientes en la nobleza. Fue educado en el Colegio de Vergara, y a los doce años, en 1822, ingresó como cadete en el regimiento de caballería de Sagunto, llegando al grado de alférez en el año 1823. Ascendió rápidamente, obteniendo casi todos sus ascensos por méritos de guerra, ya que se distinguió en la guerra contra los carlistas, como ayudante del general Espoz y Mina durante el año 1825, y del general en jefe de Cataluña desde el año 1836. En el momento de producirse la firma del Abrazo de Vergara entre Espartero y Maroto (31 de agosto de 1839) era coronel. La expedición de Tortosa en 1839, en la que se enfrentó a Cabrera, le valió el grado de brigadier; ese mismo año entró en política ya que fue diputado en el Congreso por Málaga. Cuando la reina María Cristina de Borbón tuvo que renunciar y exiliarse, Serrano apoyó a Espartero, dándole su voto para la Regencia, y el duque de la Victoria, en compensación, le nombró mariscal de campo en diciembre de 1840, otorgándole el cargo de segundo cabo de la Capitanía General de Valencia. El 10 de mayo de 1843, el Gabinete López, donde Serrano ocupaba la cartera de Guerra, se enfrentó al Regente. Fue esta la primera vez que Serrano dejó de apoyar a su, hasta entonces, amigo Espartero, debido a sus enormes ambiciones políticas. De aquí la expresión de desconfianza que Marx recogió de la opinión pública española en esa época sobre este personaje. 

[46] En marzo de 1848, el Gobierno provisional de la República Francesa --donde el partido de los republicanos burgueses moderados, agrupados en torno al periódico National, desempeñaba el papel dirigente-- organizó en París los talleres nacionales, intentando ganarse el apoyo de sus obreros en la lucha contra el proletariado revolucionario. Fracasó esta tentativa de escindir a la clase obrera, y los obreros de los talleres nacionales constituyeron el núcleo fundamental de los insurrectos en la sublevación de junio de 1848. Ver http://www.nodo50.org/gpm/constituyente/07.htm .

[47] Lo mismo que hizo el “moderado” Allende con Pinochet en 1971.

[48] Pascual Madoz (1806-1870), político español. Nacido en Pamplona (Navarra), estudió leyes en la Universidad de Zaragoza y combatió en 1823 a las tropas de los Cien Mil Hijos de San Luis, que le capturaron cuando participaba en la defensa de Monzón (Huesca). Comprometido con el movimiento liberal, padeció el exilio en Francia después de licenciarse en Derecho. Regresó a su país en 1833, tras el fallecimiento del rey absolutista Fernando VII, y comenzó a ejercer en Barcelona como abogado, al tiempo que como periodista e incluso editor. Fue, además, gobernador del Valle de Arán (Val d’Aran) en los años iniciales de la primera Guerra Carlista. Elegido diputado en 1836, entre 1845 y 1850 editó el voluminoso Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, compuesto por 16 volúmenes, en el cual empezó a trabajar desde 1834 y que ha supuesto una fuente estadística indispensable para la historiografía cuando ésta se ha ocupado de la primera mitad del siglo XIX español. Durante el Bienio Progresista (1854-1856) fue gobernador de Barcelona, presidió el Congreso de los Diputados y Baldomero Fernández Espartero le nombró ministro de Hacienda, cargo que desempeñó desde el 25 de enero hasta el 6 de junio de 1855. Como tal, logró la aprobación de la controvertida Ley General de Desamortización de 1 de mayo de ese año, que pretendió completar el ya iniciado proceso desamortizador con la venta pública de los bienes civiles y de los bienes eclesiásticos que se encontraban todavía fuera del libre mercado. Finalizado el Bienio Progresista en 1856, volvió a exiliarse. Regresó a España en 1865 y resultó nuevamente elegido diputado en diciembre de ese año. Participó en el movimiento que pretendía destronar a Isabel II, lo cual logró la revolución de 1868, tras la que fue nombrado gobernador de Madrid. Miembro de la comisión enviada a Italia para ofrecer el trono de España al duque de Aosta (futuro Amadeo I), falleció en Génova en 1870, antes de que éste asumiera el trono.

[49] El 19 de agosto de 1854, Marx elaboró un editorial monográfico para el “New York Daily Tribune” titulado “Espartero”, donde definió el carácter político de este general por su tendencia permanente al compromiso con los moderados dentro del  Partido Liberal. Una especie de Comandante Marcos de aquella época, bastante más turbulenta que la del México actual tras la caída del Muro de Berlín. Decía Marx allí, que si Espartero “puede ser considerado como el símbolo de la unidad del gran partido liberal, es también evidente que nos hallamos en presencia de una unidad en que todos los extremos quedan atenuados”. Sigue apostillando que sus méritos militares fueron “tan dudosos, como indiscutibles su defectos políticos”, destacando que, en el terreno militar “la impresión general que sus hechos de armas sudamericanos produjeron en el ánimo excitable de sus compatriotas, se caracteriza suficientemente por el hecho de que se lo llamara ‘jefe del ayacuchismo’ y a sus partidarios se les diera el nombre de ayacuchos”, en alusión a la desgraciada batalla de Ayacucho, en la que España perdió definitivamente Perú y toda Sudamérica. (...) Trátase en todo caso ―agrega Marx― de un héroe sumamente peregrino, cuyo bautismo histórico data de una derrota y no de una victoria. En los siete años de guerra contra los carlistas, jamás se distinguió por uno de esos golpes de audacia que dieron a conocer pronto a Narváez, su rival, como un soldado de nervios de acero”.  En el terreno político, dice Marx, por ejemplo, que, “Cuando Cristina se vio obligada en 1840 a renunciar a la regencia y a huir de España, Espartero, contrariando la voluntad de un amplio sector de los progresistas, asumió la autoridad suprema dentro de los límites del Gobierno parlamentario. Entonces se rodeó de una especie de camarilla y adoptó los aires de un dictador militar, sin ponerse realmente por encima de la mediocridad de un rey constitucional. Otorgó su favor más bien a los moderados que a los progresistas, los cuales, salvo raras excepciones, quedaron apartados de los cargos públicos”.  En tal sentido, el hecho de que, tras el triunfo de la “vicalvarada” Espartero haya preferido nombrar a O’ Donnell en perjuicio de Dulce para el cargo de ministro de la guerra, es elocuente.