k) El pronunciamiento de Del Riego:Desde la revolución política ilusoria de las primeras cortes constituyentes, a las segundas cortes constituyentes de la primera revolución política real.

  

Desde su reposición en el trono, las penosas consecuencias sociales de la carga presupuestaria que suponían las sucesivas expediciones militares para sofocar el levantamiento en las colonias, y los sucesivos fracasos de Fernando VII por mejorar la situación económica y reformar la Hacienda, fueron sacando al pueblo llano español del sopor paralizante en que, como vimos, le había sumido la indecisión política de los liberales y la actuación decididamente contrarrevolucionaria de la mayoría absolutista en la Junta Suprema Central.

En 1832, poco antes de su muerte, M. de Martignac[25] publicó su obra “L'Espagne et ses révolutions”. Sobre el reinado de Fernando VII dice allí lo siguiente:

<<Dos años habían transcurrido desde que Fernando VII recuperara su poder absoluto y aún continuaban las proscripciones dictadas por una camarilla reclutada entre las heces de la sociedad. Toda la maquinaria del Estado había sido vuelta de arriba abajo. No reinaba sino el desorden, la pereza y la confusión. Los impuestos eran distribuidos de la manera más desigual. La situación financiera era deplorable: para los empréstitos no existía crédito alguno, era imposible atender a las más apremiantes necesidades del Estado, el ejército no percibía sus pagas, los magistrados se retribuían a sí mismos por medio de la venalidad, la corrompida e inactiva administración era incapaz de implantar mejora alguna ni aun de conservar nada. De aquí el descontento general del pueblo. El nuevo sistema constitucional fue acogido con entusiasmo por las grandes ciudades, por las clases comerciales e industriales, los hombres de profesiones liberales, el ejército y el proletariado. Tropezó con la resistencia de los frailes y causó estupor entre la población rural.>> (Op.cit. por Marx en “The New York Daily Tribune” 2/12/1854)

La nueva situación de creciente descontento popular fue la base sobre la que se montaron sucesivas conspiraciones cívicas y rebeliones militares:

<<En 1814, Mina intentó una sublevación en Navarra, dio la primera señal para la resistencia con un llamamiento a las armas y penetró en la fortaleza de Pamplona; pero, desconfiando de sus propios partidarios, huyó a Francia. En 1815, el general Porlier, uno de los más famosos guerrilleros de la guerra de la Independencia, proclamó en Coruña la Constitución. Fue ejecutado. En 1816, Richard intentó apoderarse del rey en Madrid. Fue ahorcado. En 1817, el abogado Navarro y cuatro de sus cómplices perecieron en el cadalso en Valencia por haber proclamado la Constitución de 1812. En el mismo año, el intrépido general Lacy fue fusilado en Mallorca, acusado del mismo crimen. En 1818, el coronel Vidal, el capitán Sola y otros que habían proclamado la Constitución en Valencia fueron vencidos y ejecutados. Fernando VII, en sus decretos de 1 de marzo, 11 de abril y 1 de junio de 1817, 24 de noviembre de 1819, etc., confirma literalmente lo dicho por M. de Martignac y resume sus lamentaciones con estas palabras: «El clamor de las quejas populares que llega hasta nuestros oídos reales nos saca de quicio».>> (K.Marx: “The New York Daily Tribune” 2/12/1854)

Al clima de creciente descontento entre el pueblo, se sumó el hecho de que, desde 1814, las  expediciones contra la América española provocaron 14.000 bajas y acabaron por hacerse sumamente odiosas al ejército, en razón de que estaban dirigidas por una política exterior desastrosa, pero sobretodo porque eran un medio subrepticio para alejar del escenario nacional a los regimientos considerados poco leales a la corona. Varios oficiales, entre ellos Quiroga, López Baños, San Miguel, O'Daly y Arco Agüero, decidieron aprovechar el descontento de los soldados para rebelarse proclamando la Constitución de 1812.  En 1819, hallándose concentrado en Cádiz el ejército expedicionario a punto de partir para las colonias americanas  sublevadas, mientras el gobierno tardaba en ordenar la partida de las tropas, se acordó un movimiento simultáneo entre don Rafael del Riego[26] ―que mandaba el segundo batallón de Asturias, a la sazón en Cabezas de San Juan― y Quiroga, San Miguel y otros jefes militares presos en la isla de León, que habían conseguido evadirse. 

La situación de Riego y sus hombres en Cabezas de San Juan, militarmente era, con mucho, la más difícil y arriesgada; aunque políticamente la más propicia para pasar a la historia, dadas las circunstancias. Esa localidad se encontraba en el centro de los tres puntos de concentración más importantes del ejército expedicionario listo para partir: Utrera, donde se hallaba la caballería, Lebrija, donde estaba la segunda división de infantería, y Arcos, donde había un batallón de cazadores junto al general en jefe y su Estado Mayor.

Mediante una acción por sorpresa, el 1 de enero de 1820 del Riego consiguió capturar al general y a su Estado Mayor, aunque el batallón acantonado en Arcos era dos veces más numeroso que el batallón proveniente de Asturias. Ese mismo día, proclamó en esta localidad la Constitución de 1812, eligió a un alcalde provisional y, no satisfecho con haber cumplido la misión que le había sido confiada, ganó para su causa a los cazadores, sorprendió al batallón de Aragón, situado en Bornos, se dirigió de Bornos a Jerez y de Jerez al Puerto de Santa María, proclamando en todas partes la Constitución, hasta que el 7 de enero llegó a la isla de León, en cuyo fuerte de San Pedro dejó a los militares que había hecho prisioneros.

Las fuerzas del ejército revolucionario, cuyo mando supremo había sido confiado a Quiroga, no pasaban en total de cinco mil hombres. Al ser rechazados sus ataques contra las puertas de Cádiz, se quedaron encerrados en la isla de León, mientras el resto del país parecía “sumido en una modorra letárgica”. Así transcurrió el mes de enero. Temeroso de que se agotara el potencial explosivo de la situación, Riego hizo en 1820 lo que ni él mismo, ni sus compañeros de armas, ni los intelectuales burgueses habían tenido el valor de hacer entre 1808 y 1814: contra la opinión de Quiroga y los demás jefes militares, formó una columna volante de 1.500 hombres y emprendió la marcha sobre una parte de Andalucía, aún a la vista de fuerzas diez veces superiores a las suyas que lo perseguían en medio de la indiferencia de la población civil, que no tomó partido por ninguno de los dos bandos. Así, proclamó la Constitución en Algeciras, Ronda, Málaga, Córdoba, etc.; en todas partes fue recibido amistosamente por los habitantes, pero sin provocar en ningún sitio un pronunciamiento serio, al tiempo que sus perseguidores se limitaron a hostigarle rehusando en todo momento entablar una batalla decisiva.

Su pequeño destacamento no fue diezmado en una sola batalla, sino que mermó por la fatiga, las constantes escaramuzas con el enemigo, las enfermedades y las deserciones, hasta que el 11 de marzo, ignorando lo que a esa fecha pasaba en el resto del país, decidió licenciar al resto de las tropas que aún le acompañaban, pensando que su iniciativa había fracasado. Mientras tanto, el resto de los revolucionarios permanecieron inmovilizados en la isla de León, bloqueados por mar y cercados por tierra. En este punto Marx formula esta pregunta: ¿Por qué Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución en Madrid el 9 de marzo, dado que Riego había licenciado a sus tropas dos días después, dando su causa por perdida? Y seguidamente contesta:

<<La marcha de la columna de Riego había despertado de nuevo la atención general. Las provincias eran todo expectación y seguían ávidamente cada uno de los movimientos. Las gentes, sorprendidas por la audacia de Riego, por la rapidez de su avance, por la energía con que rechazaba al enemigo, se imaginaban victorias inexistentes y adhesiones y refuerzos jamás logrados, Cuando las noticias de las hazañas de Riego llegaban a las provincias más distantes, iban agrandadas en no escasa medida, y por esto las provincias más lejanas fueron las primeras en pronunciarse por la Constitución de 1812. Hasta tal punto se encontraba España madura para una revolución, que incluso noticias falsas bastaban para producirla. También fueron noticias falsas las que originaron el huracán de 1848.[27]>> (Ibíd)

Así fue cómo en Galicia, Valencia, Zaragoza, Barcelona y Pamplona estallaron sucesivas insurrecciones. José Enrique O'Donnell, alias conde de La Bisbal, llamado por el rey para combatir a del Riego, no sólo se comprometió a tomar las armas contra éste y destruir su pequeño ejército, sino a capturarle. Lo único que pidió fue el mando de las tropas acantonadas en la Mancha y dinero para sus necesidades personales. El rey le entregó una bolsa de oro y las órdenes requeridas para las tropas de la Mancha. Pero a su llegada a Ocaña, el 4 de marzo, La Bisbal, se puso personalmente a la cabeza de las tropas rebeldes y proclamó la Constitución de 1812. La noticia de este cambio de frente por parte de O’Donell, levantó el espíritu público de Madrid, provocando manifestaciones civiles ante el Palacio Real. El monarca ordenó al general Ballesteros que reprimiera, pero, ante su negativa, el 6 de marzo decidió parlamentar con la revolución, y en un edicto fechado ese mismo día, propuso convocar las antiguas Cortes constituidas en estamentos, decreto que no satisfizo ni al partido de la vieja monarquía; menos aún al partido revolucionario, teniendo en cuenta, además, el antecedente de que, a su regreso de Francia en 1813, Fernando VII había hecho la misma promesa y después no la cumplió. Así fue cómo, tras las manifestaciones revolucionarias de Madrid del día 7, la “Gaceta” del día 8 publicó un decreto en el que Fernando VII prometía jurar la Constitución de 1812. Invadido el palacio por el pueblo el día 9, el rey pudo salvar su corona ―y muy probablemente su propia cabeza— sólo restableciendo las funciones del Ayuntamiento de Madrid de 1814, ante el cual juró la Constitución. La primera restauración fernandina acabó el 10 de marzo con la publicación del famoso manifiesto fernandino donde acaba diciendo: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Simultáneamente se formó una Junta consultiva que asumió la soberanía del país, cuyo primer decreto puso en libertad a los presos políticos y autorizó el regreso de los emigrados. Fue éste el contexto en que el primer gobierno constitucional español se instaló en el palacio real. En este punto Marx dice que, todavía en 1820, el pueblo español no sabía en qué términos se había redactado ni cual era el verdadero espíritu de la Constitución de 1812, de lo cual deduce que:

La verdadera causa del entusiasmo provocado por el advenimiento al trono de Fernando VII había sido la alegría producida por el alejamiento de Carlos IV, su padre. Del mismo modo, el entusiasmo general que acompañara a la proclamación de la Constitución de 1812, fue debido a la alegría que produjo el alejamiento de Fernando VII. En cuanto a la Constitución misma, ya sabemos que, al quedar terminada, no había territorio donde proclamarla. Para la mayoría del pueblo español, era como el dios desconocido que adoraban los antiguos atenienses.>> (Ibíd)

Conclusión: Sin la valiente decisión del coronel del Riego, hubiera sido muy difícil que la constitución de 1812 volviera a ver la luz de la historia en 1820, despertando las energías revolucionarias del pueblo urbano. Pero si la revolución renació de sus cenizas a pesar del fracaso de la insurrección militar, ello fue posible no gracias a ese complot, sino a que la audaz iniciativa individual de del Riego fue seguida por los 35.000 hombres del ejército español; pero, no resultó menos cierto que sin el apoyo a esa gesta de 12 millones de españoles, es dudoso que del Riego hubiera contado con esa decisiva retaguardia militar, y quien sabe si hubiera juntado tanto valor como para llevarla a cabo. En efecto:

<<En sus decretos del 1 de marzo, 11 de abril y 1 de junio de 1817, del 24 de noviembre de 1819, etc., Fernando VII confirmó literalmente lo dicho por M. de Martignac y resume sus lamentaciones con estas palabras: «El clamor de las quejas populares que llega hastanuestros oídos reales nos saca de quicio>>. (Ibíd)

 Por último, la circunstancia de que la revolución prendiera al comienzo en las filas del ejército, se explica por el hecho de que, entre todas las instituciones del Estado feudal monárquico, esa es la única que fue radicalmente ganada por el espíritu revolucionario del pueblo durante la guerra de la Independencia.

Dada la forma radical y violenta con que se saldó el conflicto entre liberales y absolutistas en 1814, la revolución burguesa de 1820 determinó que el triunfo de los primeros implicara la persecución individual y la desaparición institucional del otro, provocando el exilio o la clandestinidad de sus miembros activos. A ningún historiador burgués se le ha ocurrido denunciar esta forma política “antidemocrática” de Riego y sus compañeros de armas. Pero estos mismos historiadores ―avalados por toda una legión de pseudomarxistas― son los que todavía contribuyen a crear opinión publica oponiendo a Lenin un Marx “democrático” que jamás existió, para acusarle a él y a los bolcheviques de siniestros “déspotas políticos”. ¿Por qué? Por haber aplicado en octubre de 1917, la misma enseñanza política que los liberales burgueses aprendieron en 1814 y llevaron a la práctica en 1820 con los políticos absolutistas.      

La apertura de las Cortes el 9 de julio de 1820, inició el régimen monárquico parlamentario previsto en la Constitución. Pero una cosa es la sanción de las leyes, y otra la implementación, su puesta en marcha; una cosa es la revolución política y muy otra la revolución social. Los liberales intentaron poner en marcha una serie de reformas políticas, encontrándose con varios obstáculos: con el propio rey; con su propia división interna en moderados y exaltados[28], y con la aristocracia, que desde marzo de 1820 llevó a cabo una serie de conjuras reaccionarias. La primera legislatura duró desde el 9 de julio hasta el 9 de noviembre de 1820. El triunfo de los doceañistas hizo que las primeras Cortes del Trienio siguieran con las reformas inacabadas en la anterior etapa liberal: liquidar el dominio que ejercían socialmente los estamentos privilegiados; y, finalmente, completar la nueva organización administrativa con la promulgación del código penal y de una nueva división territorial del país.

La primera crisis política se produjo en diciembre de 1820. Al pretender los liberales forzar la dimisión del marqués de las Amarillas,[29] el rey se enfrentó al ejecutivo y a las Cortes, provocando una crisis de gobierno cuyo punto álgido fue el enfrentamiento, en mayo de 1821, entre el monarca y las cortes. A este episodio le sucedieron los gabinetes "moderados" de Bardají, del marqués de Santa Cruz, y de Martínez de la Rosa, que intentaron llevar a cabo una acción de gobierno en varios frentes, con el propósito de restablecer la legalidad constitucional, controlar la radicalización izquierdista de los "exaltados" y del movimiento popular en las ciudades, y por la derecha de las Sociedades Patrióticas y de las partidas realistas reaccionarias.

La necesidad de encauzar una revolución ordenada, produjo un ensayo político superestructural que discurrió entre diciembre de 1821 y julio de 1822. En este intento se pretendía gobernar conforme a la correlación política de fuerzas del país, con una moderación que limitara la política liberal al sustrato socioeconómico todavía preponderantemente feudal de la nación. Este conato caería víctima de una combinación entre las conjuras internas de la aristocracia todavía intangible en sus bases sociales, y la conjura exterior de la Santa Alianza absolutista que así lo había decidido en su Congreso de Verona.

Una fecha clave en el Trienio Liberal,  fue la contrarrevolución del 7 de julio de 1822, en la que la guardia real se rebeló desde el Pardo realizando un asalto contra la Corte, que fue rechazada por la milicia nacional. Este golpe militar fallido fracturó definitivamente a los liberales entre “moderados” y “exaltados”, provocando la ofensiva radical de estos últimos y la caída de los primeros, dando paso, el 6 de agosto de 1822, al gabinete de Evaristo San Miguel.[30] Los “exaltados” se encargaron de atacar a las partidas realistas, no vacilando en utilizar todos los medios para liquidar la resistencia armada. Por su parte, el fracaso del 7 de julio obligó a que los absolutistas recurrieran a la invasión extranjera, petición que le hizo Fernando VII a su primo Luis XVIII. El 15 de agosto de 1822, el absolutismo formó la llamada Regencia de Urgell, con el marqués de Mataflorida y el barón de Eroles.

Dado que los liberales “exaltados” ―es decir, la extrema izquierda de ese partido― mantuvieron intangibles las bases económicas y sociales de la coalición aristocrático-absolutista, la política tributaria, agravada por las dificultades agrarias del trienio, empujó a amplios sectores campesinos hacia la contrarrevolución. Así explicó Marx las sucesivas interrupciones del proceso revolucionario en España:

<<Se trataba de una revolución burguesa, mejor dicho, de una revolución urbana, en la que la población rural --ignorante, rutinaria y fiel al fastuoso ceremonial de los oficios divinos-- se mantuvo como observador pasivo de la lucha entre los partidos, sin comprender apenas su significado.

En unas pocas provincias, en las que, a título de excepción, la población rural tomó parte activa en la pugna, la mayoría de los casos se puso de lado de la contrarrevolución, hecho completamente comprensible en este “almacén de antiquísimas costumbres, en este depósito de todo lo que en otros sitios hace ya mucho que ha sido exonerado y olvidado”, en este país en el que, en tiempos de la guerra de la independencia, había campesinos que calzaban espuelas tomadas en la Alhambra y estaban armados con alabardas y lanzas de vieja y fina factura, empleadas en las guerras del siglo XV.

El hecho de que el partido revolucionario no supiera vincular los intereses del campesinado con el movimiento de las ciudades, fue reconocido por dos personalidades que desempeñaron un papel muy destacado en la revolución: los generales Morillo y San Miguel. Morillo, del que en modo alguno se puede sospechar que simpatizara con la revolución, escribió desde Galicia al Duque de Angulema:

“Si las Cortes hubieran promulgado la ley de los derechos señoriales, desposeyendo de este modo a los grandes sus posesiones rústicas en favor de los plebeyos, Su Alteza se habría enfrentado con un amenazador ejército, integrado por numerosas personas de sentimientos patrióticos, que se habrían organizado espontáneamente, como sucedió en Francia en circunstancias análogas”

Además, era peculiaridad característica de España, el que cada campesino que tenía un escudo cincelado en piedra sobre la puerta de su mísera cabaña se considerara hidalgo y que, en consecuencia, la población rural, aunque expoliada y empobrecida, no solía experimentar el sentimiento de honda humillación que exasperaba a los campesinos de otros países de la Europa feudal.>>(K.Marx: Op.cit. 21/11/1854)  

Esta sociología fetichista en torno a los símbolos, celebraciones y ritos del bloque histórico de poder entre la aristocracia, la realeza y el clero, tuvo su fundamento material en la vigencia de los “fueros”, el “chocolate del loro” con que la aristocracia y el absolutismo pudieron mantener a las masas campesinas cautivas de su propia miseria e ignorancia. Tal fue la base económica sobre la que se erigieron los futuros nacionalismos burgueses modernos, que impidieron la unidad política de las distintas burguesías regionales dentro de los limites geopolíticos de España. Esta desvertebración de la sociedad española entre la ciudad y el campo, tuvo su causa inmediata en el atraso económico del país. Pero desde el punto de vista político, fue el producto más genuino de la incapacidad de los liberales para llevar el espíritu de la Constitución burguesa a la conciencia de las masas rurales, para integrar al pequeñoburgués agrario en el proyecto capitalista unitario definitivamente superador de las ataduras feudales y de los fueros reales.


[25] Acompañó en carácter de comisario francés, a Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, al frente de los llamados “Cien mil hijos de San Luis”, el cuerpo expedicionario francés que, en 1823, invadió España para reponer en el trono a Fernando VII, destituido por la revolución liberal de 1820.

[26] Nacido en Tuña, Cangas del Narcea (Asturias), el 17 de abril de 1784. Siendo todavía un niño fue llevado a Oviedo, ciudad en la que se vio rodeado de un ambiente culto y liberal (dadas las relaciones de su padre) en la que cursó estudios de Filosofía, buena parte de la carrera de Leyes y el primer año de Cánones. En 1807, movido por el ambiente beligerante que se respiraba en toda Europa, y llevado también por su personalidad idealista, con el beneplácito de su padre decidió abandonar la carrera de letras por la de las armas. Ingresa en Madrid como Guardia de Corps, cuerpo que al año siguiente formará parte del Motín de Aranjuez contra Godoy, y por lo que será disuelto. En esta situación y tras los sucesos del dos de mayo, Riego decide trasladarse a su tierra, donde se ha iniciado también el levantamiento contra las tropas napoleónicas. En Oviedo, el 8 de agosto de ese mismo año es nombrado capitán de Infantería del Regimiento de línea de Tineo, y poco después ayudante del general Acevedo, con cuyas tropas parte hacia las vascongadas, donde combaten y son derrotados, por lo que iniciaron la retirada hacia Espinosa de los Monteros, batalla en la que los españoles sufrieron un nuevo revés. En este enfrentamiento es herido el general Acevedo, al que Riego protege y acompaña tratando de salvar su vida, pero, interceptados por los franceses, matan alevosamente al general y a del Riego lo trasladan prisionero a Francia, donde permaneció hasta 1813. Cumplida su condena, regresóa España en 1814 para reincorporarse al ejército con el grado de teniente coronel, desembarcando en La Coruña a tiempo de jurar la Constitución ante el general Lacy. Durante el sexenio absolutista maduró en sus ideas liberales y entró en la dinámica conspirativa contra el absolutismo de Fernando VII, como miembro de las sociedades secretas masónicas, por entonces panacea de los liberales.

[27] Este fenómeno de la comunicación “boca a boca”, sólo posible en condiciones prevolucionarias, nace cuando el descrédito de las clases dominantes se acentúa ante una iniciativa política que alumbra fugazmente la idea precursora de una vida mejor hasta entonces oscurecida en la conciencia popular. Es lo que también ocurrió más recientemente durante los momentos previos a la lucha abierta por el poder contra el dictador cubano Fulgencio Batista en 1959, cuando las iniciativas del “Movimiento 26 de julio” revivieron lo más originario en materia de comunicación verbal. La llamada “radio bemba”, fue de importancia decisiva para mantener y extender la cohesión política revolucionaria del pueblo cubano. Aviso para navegantes inducidos por las magnificencias de la burguesía, a imaginar que la técnica en poder de los capitalistas, puede más que las contradicciones de una realidad social decadente y su necesaria consecuencia más o menos mediata: las formas de la lucha revolucionaria de clases (ideológica, política y militar). Estas formas, en principio asumidas por una vanguardia como condición necesaria, nada más iluminar lo que las clases dominantes mantienen oscurecido en la conciencia de los explotados, determinan más o menos automáticamente sus correspondientes medios de acción posibles, según las condiciones de la lucha:

<<No hay fuerza más irresistible que la de una idea cuando le llega su hora.>> (Víctor Hugo)

[28] Los moderados eran partidarios de la monarquía constitucional, prevista en la Constitución de 1820. Representaban los intereses de la alta burguesía y de la nobleza liberal. Los exaltados proponían la máxima limitación de esta prerrogativa regia. En las décadas del 40 y 50, el general Narváez, organizador de la sublevación militar de 1843, fue uno de los líderes de los moderados, pasando luego a ser de hecho dictador de España.

[29] Este contrarrevolucionario formó parte en el primer gobierno constitucional de Fernando VII. Fue el único hombre de confianza del monarca y el encargado de disolver al ejercito de la Isla de León en agosto de 1820.

[30] Militar y político español, presidente del gobierno entre 1822 y 1823. Nacido en Gijón (Asturias) en 1785, combatió desde 1808 en la guerra de la Independencia, en cuyo transcurso fue capturado y enviado a Francia. Regresó a España en 1814. Colaboró en el triunfo del pronunciamiento de Rafael del Riego. Militó en el sector de los liberales llamados “exaltados”. Desde el 6 de agosto de 1822 hasta el 2 de marzo de 1823 fue presidente del gobierno. Durante su mandato, a finales de 1822, las potencias de la Santa Alianza amenazaron a su gobierno si no se restablecía la autoridad del rey Fernando VII. A mediados de 1823 fue capturado por las tropas de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviadas para restaurar en el absolutismo al Rey. En 1824, un año después de ser mandado a Francia como prisionero, se exilió en Gran Bretaña. Fallecido Fernando VII, regresó a España en 1834 y participó en la primera Guerra Carlista formando parte del Ejército de Isabel II. Mariscal de campo y capitán general de Aragón desde 1836, en septiembre de ese año ingresó en el Partido Progresista y elegido diputado a las Cortes Constituyentes que elaboraron la Constitución de 1837. Desde agosto hasta octubre de ese año, Baldomero Fernández Espartero le nombró ministro de la Guerra y de Marina. Durante la regencia de Espartero, fue capitán general de Castilla la Nueva (1841) y ministro de la Guerra (entre mayo de 1841 y junio de 1842). Apoyó el triunfo de la Vicalvarada (1854) y, al inicio del llamado “bienio progresista”, volvió a ocupar durante 10 días la cartera del Ministerio de la Guerra (julio-agosto de 1854). En agradecimiento a su colaboración en el mantenimiento de la monarquía durante el proceso revolucionario de 1854, Isabel II le nombró capitán general y duque de San Miguel con categoría de Grandeza de España. Académico de la Historia y autor de una Historia de Felipe II (1844), falleció en 1862, en Madrid.