i) El carácter pretoriano del ejército español.
Causas de su independencia respecto del gobierno civil.

Durante las épocas revolucionarias, en que la conciencia de las mayorías sociales se convierte en una especie de campo de batalla virtual, donde los viejos valores decaen aunque todavía resisten, porque los nuevos no acaban de imponerse, la tendencia natural es a que los vínculos de mando y subordinación militar ―necesarios en toda lucha real― se relajen. Resolver este dilema depende de una vanguardia política suficientemente numerosa, que sepa imponer la disciplina civil sobre los mandos militares, arrastrando a las masas detrás de las consignas revolucionarias que den pleno sentido a la lucha por la emancipación nacional. Y el caso es que liberales como Jovellanos eran minoría y, como se ha visto ni siquiera fueron vanguardia política. Por eso es que la Junta Central,

<<...a causa de su composición absurda, no logró nunca dominar a los generales (y) éstos no pudieron nunca dominar a los soldados (por eso) hasta el fin de la guerra el ejército español no alcanzó jamás un nivel medio de disciplina y subordinación>> (K. Marx: “New York Daily Tribune”: 30/10/1854. Lo entre paréntesis nuestro)

Bajo semejantes condiciones se explica que el ejército español entre 1808 y 1814 fuera de derrota en derrota, en un paulatino proceso de descomposición desde el primer período de su historia, en que la población de provincias enteras se incorporó masivamente a un combate que nunca dejó de ser irregular; primero bajo la forma del masivo alzamiento insurreccional espontáneo por la emancipaciónnacional en toda su pureza, contra las fuerzas del invasor y la minoría de población autóctona que se puso de su parte. A este período de homogeneidad en su estrategia de liberación nacional y en la composición política de sus efectivos, le siguió su etapa guerrillera, donde el objetivo de la independencia apareció mezclado con el simple bandidaje, en esporádicas partidas pequeñas constituidas por los restos dispersos de aquél ejército de patriotas, españoles que desertaban del ejército francés y hasta simples delincuentes comunes:

<<Las guerrillas constituían la base de un armamento efectivo del pueblo. En cuanto se presentaba la oportunidad de realizar una captura o se meditaba la ejecución de una empresa combinada, surgían los elementos más activos y audaces del pueblo y se incorporaban a las guerrillas. Con la mayor celeridad se abalanzaban sobre su presa o se situaban en orden de batalla, según el objeto de la empresa acometida. No era raro ver a los guerrilleros permanecer todo un día a la vista de un enemigo vigilante para interceptar un correo o apoderarse de víveres. De este modo Mina el Mozo capturó al virrey de Navarra nombrado por José Bonaparte, y Julián hizo prisionero al comandante de Ciudad Rodrigo. En cuanto se consumaba la empresa cada cual se marchaba por su lado y los hombres armados se dispersaban en todas direcciones; los campesinos agregados a las partidas volvían tranquilamente a sus ocupaciones habituales “sin que nadie hiciera ningún caso de su ausencia”. De este modo resultaban interceptadas las comunicaciones en todos los caminos. Había miles de enemigos al acecho aunque no pudiera descubrirse ninguno. No podía mandarse un correo que no fuese capturado, ni enviar víveres que no fueran interceptados.>> (Op. Cit.)

 En su tercera etapa, las luchas, intrigas y conspiraciones intestinas entre los distintos generales dentro y fuera de las Juntas provinciales y en la propia Junta Central, se mezclaron con la resistencia al invasor imbuida de un auténtico espíritu revolucionario, hasta que de ese cóctel resultó que aquellas pequeñas partidas guerrilleras dispersas sintetizaron en destacamentos independientes de entre 3.000 y 6.000 hombres, al mando de los pocos sátrapas que sobrevivieron a esas mutuas conjuras, para quienes la lucha contra los franceses derivó en un simple pretexto que enmascaraba la defensa de sus respectivos intereses particulares.

Esta singular síntesis política contradictoria de término medio necesariamente inestable, entre unas fuerzas armadas independientes de un poder civil débil y desacreditado, constituidas por tropas irregulares en total descoordinación con una organización militar regular que no llega a la fase terminal de su lucha triunfante por un Estado burgués independiente, es lo que Marx definió como “ejército pretoriano”, producto de la política contrarrevolucionaria predominante al interior de la Junta Suprema Central española entre 1809 y 1814, preocupada exclusivamente en que se mantenga el mismo statu quo social inmediatamente anterior a la intervención francesa.    

La independencia de este ejército respecto del Gobierno civil supremo, los continuos desastres militares, la constitución, descomposición y reconstrucción constantes de sus mandos encarnados en distintos personajes a lo largo de seis años, confirieron al ejército español un carácter pretoriano, haciéndolo propenso a convertirse por igual en instrumento de cambios políticos en manos de sus jefes, que en el azote que les derribaba.[14] Bastantes de ellos que se veían ante la conveniencia de participar eventualmente en el Gobierno Central, otras veces le criticaban desde fuera y hasta conspiraban contra él. Como decía Marx: “echaban siempre su espada en la balanza política del poder” para inclinarla en favor de sus intereses particulares.

<<Así, Cuesta, que después pareció conquistar la confianza de la Junta Central en la misma proporción en que perdía las batallas, había empezado por conspirar con el Consejo Real y por prender a los diputados de León en la Junta Central. El propio general Morla, miembro de la Junta Central, se pasó al campo bonapartista después de haber entregado Madrid a los franceses. El fatuo «marqués de las Romerías», miembro también de la Junta Central, conspiró contra ella con el presuntuoso FranciscoPalafox, con el desdichado Montijo y con la turbulenta Junta de Sevilla. Los generales Castaños, Blake y La Bisbal (uno de los O'Donnell) figuraron e intrigaron sucesivamente como regentes en la época de las Cortes, y, finalmente, elcapitán general de Valencia don Javier Elio puso España a merced de Fernando VII.Indudablemente, el elemento pretoriano se hallaba más desarrollado entre los generales que entre sus tropas.>> (Op.cit)

Pero hubo otros, en quienes prevaleció el espíritu revolucionario, que durante la guerra aportaron al ejército eficientes jefes desde su condición originaria de irregulares,  como Mina, el Empecinado y otros caudillos de las partidas guerrilleras, mientras que distinguidos militares de línea, como Porlier, Lacy, Eroles y Villacampa, contribuyeron como jefes de los destacamentos móviles a una mayor eficacia de sus acciones:

<<No debemos, pues, extrañarnos de la influencia del ejército español en las conmociones posteriores, ni al tomar la iniciativa revolucionaria ni al malograr la revolución con su  pretorianismo.

En cuanto a las guerrillas, es evidente que, habiendo figurado durante ; tantos años en el teatro de sangrientas luchas, y habiéndose acostumbrado a la vida errante, satisfaciendo libremente sus odios, sus venganzas y su afición al saqueo, tenían que constituir por fuerza en tiempos de paz una muchedumbre sumamente peligrosa, dispuesta siempre a entrar en acción a la primera señal en nombre de cualquier partido y de cualquier principio, a defender a quien fuera capaz de darle buena paga o un pretexto para los actos de pillaje.>> (Ibíd)


[14] El término remite al siglo II a.C la guardia personal de un general romano se conoció como la cohorte pretoriana. En el 27 a.C., Augusto, el primer emperador romano, instituyó la Guardia Pretoriana como una fuerza independiente de nueve cohortes, cada una formada por 500 hombres, bajo el mando de un prefecto, llamado el prefecto pretoriano. Era el único gran grupo de tropas permanentes que podían estar en Roma o en sus proximidades, y adquirió un enorme poder político. Sus miembros servían durante dieciséis años, recibían privilegios y pagas especiales. Usaron su poder político de forma poco escrupulosa, y en las ocasiones de crisis deponían y nombraban emperadores a su voluntad. Así, en el 193 d.C., tras el asesinato del emperador Publio Helvio Pertinax, vendieron el trono a Didio Severo Juliano, el mismo año en que su sucesor, el emperador Lucio Septimio Severo, reorganizó la Guardia. En el 312, el emperador Constantino I, el Grande, la abolió.