g) División del trabajo entre la mayoría realista y la minoría liberal en la Junta Suprema Central

El día que se hizo cargo del poder, la Junta Central comunicó al Consejo su confirmación pidiéndole que cumplimentara la formalidad de prestarle juramento de fidelidad, declarando que, después de recibírselo, enviaría la misma fórmula de juramento a todas las demás autoridades del reino. Lo que Marx ha querido significar al decir lo subrayado en el párrafo anterior, fue que lo primero que la minoría liberal debería haber hecho ante semejante situación, es ponerse inmediatamente a la cabeza de la resistencia popular contra el invasor, convenciendo al pueblo y a los  generales más consecuentemente nacionalistas, de la necesidad de revolucionar la junta, depurándola por la fuerza de todos los elementos realistas de la aristocracia, el alto clero y los burócratas estatales, quienes, dada su probada propensión a claudicar en cualquier momento propicio ante las fuerzas de José Bonaparte, la debilitaban como necesario referente de poder social popular políticamente cohesionado, tanto de cara al mantenimiento de la moral en las bases civiles y militares que combatían en los distintos frentes de lucha contra el invasor, como ante el invasor mismo.

Habiendo renunciado a esta alternativa, los liberales dejaron a los realistas el camino expedito para neutralizar el proceso revolucionario. En efecto, después que los franceses entraron nuevamente en Madrid para disolver el Consejo Supremo Real, la mayoría contrarrevolucionaria en la Junta Central pudo resucitarlo creando el Consejo Reunido, que no era más que la unión del Consejo de Castilla con todas las demás supervivencias de los antiguos Consejos reales.

De este modo, toda la energía puesta por los revolucionarios en conseguir un poder centralizado hegemónico y reconocido, que combinara las tareas militares ―como la coordinación entre los mandos bajo la dirección de un Estado Mayor para superar la anarquía en las distintas iniciativas de la lucha contra los franceses―, con la centralización de las iniciativas políticas revolucionarias ―como la profundización de la desamortización confiscando de momento las tierras todavía bajo “manos muertas”— para estimular la participación comprometida de todo el pueblo en las dos tareas. Todo esto se fue al traste cuando los liberales se negaron a ejercer ese doble poder ―que debieran haber ejercido desde afuera y con el pueblo hacia el interior de las Juntas― consiguiendo así que se resolviera, no sólo en favor de la contrarrevolución y de los invasores, sino también en contra de los mismos liberales que supuestamente representaban en la Junta los intereses populares; porque los realistas se cebaron en la “obediencia debida” que por ellos profesaban sus teóricos opositores plebeyos,[11] que así pudieron comprometerles en la adopción de una serie de medidas antipopulares ―algunas señaladas más arriba―, lo cual desmotivó en el pueblo la lucha conjunta por la revolución y por la independencia, abandonados como se sintieron por sus dirigentes en bloque, especialmente por aquellos en quienes habían puesto sus mayores esperanzas de emancipación nacional y social: 

<<De este modo, la Junta creó por su propia iniciativa un poder central para la contrarrevolución, poder que, opuesto al suyo (al poder revolucionario que originariamente el pueblo supo ejercer a instancias de ella), nunca cesó de molestarla y contrarrestar sus actividades con sus intrigas y conspiraciones, tratando de inducirla a adoptar las medidas más impopulares, para denunciarla después con ademanes de virtuosa indignación y exponerla a la cólera y al desprecio del pueblo.>>  (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

Este originario poder popular se mantuvo vivo durante los dos primeros años de la insurrección contra Manuel Godoy y la invasión de los franceses, teñido de una muy resuelta determinación de conseguir reformas sociales y políticas que el viejo sistema ya no podía conceder, sin menoscabo de sus propios intereses y dominio basados en las relaciones de señorío y servidumbre. Marx dice que “todas las manifestaciones” de las juntas provinciales de aquella época, paradójicamente formadas en su mayoría por las clases privilegiadas, no dejaron de condenar al antiguo régimen y de prometer reformas radicales. La misma tónica siguió la Junta Central. Marx cita la primera proclama fechada el 26 de octubre de 1808, donde se refiere a la pervivencia de la misma situación existente durante los veinte años del gobierno de Godoy prueban asimismo los manifiestos de la Junta Central. En la primera proclama de ésta a la nación, fechada el 26 de octubre de 1808, se decía:

<<Una tiranía de veinte años [se refiere a los gobiernos de Floridablanca, Aranda, y Godoy, durante el reinado de Carlos IV (1788-1808)] ejercida por gente completamente incapaz, nos ha conducido al borde del precipicio. El pueblo, lleno de odio y de desprecio, ha vuelto la espalda a su Gobierno. Oprimidos y humillados, sin conocer nuestras propias fuerzas, buscando inútilmente el apoyo contra nuestro propio Gobierno en nuestras instituciones y leyes, incluso la dominación de los extranjeros hemos aceptado recientemente con menos odio que la funesta tiranía que pesa sobre nosotros. El dominio ejercido por la voluntad de un solo hombre, siempre caprichoso y casi siempre injusto, se ha prolongado demasiado tiempo; demasiado tiempo se ha abusado de nuestra paciencia, de nuestro legalismo, de nuestra lealtad generosa; por esto ha llegado el momento de llevar a la práctica leyes beneficiosas para todos. Son necesarias las reformas en todos los terrenos. La Junta crea distintas comisiones, cada una de las cuales se ocupará de un número de funciones determinadas y a las cuales se podrán después mandar todos los documentos referentes a los asuntos gubernamentales y administrativos>> (K. Marx: 27/10/1854. Lo entre corchetes es nuestro)

Y en el siguiente manifiesto fechado en Sevilla el 28 de octubre de 1809, la Junta decía:

<<Un despotismo degenerado y caduco ha desbrozado el camino a la tiranía francesa. Dejar que el Estado sucumba a consecuencia de los antiguos abusos, constituiría un crimen tan monstruoso como entregaros a manos de Bonaparte.>> (Op.cit)

Pero una cosa eran las declaraciones y muy otra la política efectiva y real de la Junta. Y aquí se impone esta pregunta: Si la Junta Suprema Central estaba dominada por los realistas, ¿cómo es posible que aceptara semejante discurso? Marx explica esta contradicción observando que en ese organismo “según parece” entre mayoría y minoría existía una especie de división del trabajo “sumamente original” implantada en la Junta Suprema Central, según la cual el partido liberal de Jovellanos se encargaba de “proclamar y protocolizar las aspiraciones revolucionarias de la nación”, mientras el partido conservador de Floridablanca hacía todo lo contrario, oponiendo “a la ficción revolucionaria la realidad contrarrevolucionaria”. Pero lo importante de este contraste ―acentuado por las propias afirmaciones de las Juntas provinciales ante la Junta Central— es que probaba “el hecho frecuentemente negado, de la existencia de aspiraciones revolucionarias en la época de la primera insurrección española”.

Para ponernos de acuerdo sobre lo que, con Marx, estamos analizando, digamos que el partido de Jovellanos representaba las aspiraciones políticas unívocas de una mayoría absoluta de la población española: burguesía incipiente, campesinado, pequeños artesanos y comerciantes de las ciudades. Por tanto, en términos de voluntad política socialmente concentrada, el partido de Jovellanos era mucho más representativo y potencialmente más poderoso que los partidos del National y de “La Reforme” juntos; porque, dada la irrisoria magnitud social del proletariado en la España de esa época, la homogeneidad de intereses de semejante conglomerado social en aquél contexto de la lucha de clases, le confería una fuerza potencial irresistible que, de ponerse en movimiento, hubiera resultado arrasadora. [12]

Por tanto, lo único que permite explicar la peculiar división del trabajo dentro de la Junta Suprema Central, el lujo político que se daban los realistas de poder combinar un discurso revolucionario con una política contrarrevolucionaria, era la incapacidad de los liberales para poner en movimiento con sentido político efectivamente subversivo, a toda esa potencial energía sin fisuras contenida en la unidad de los intereses populares estratégicos o históricos, dispuestas para la lucha revolucionaria, pero que confiaba en la que hubiera debido ser su dirección efectiva. El hecho de que no haya sido así, se debe a que los liberales no habían roto ideológicamente con la nobleza, lo cual se tradujo en cobardía política. Y esa cobardía política ―aunque no estaba justificada― sí se explica, en última instancia, por la todavía débil implantación de la burguesía industrial en el país. Y es injustificable porque, aún no habiéndose cumplido la condición suficiente para realizar plenamente la revolución burguesa, sí había en ese momento fuerza necesaria dispuesta como para que la sociedad española de aquella época, pudiera haberle “abreviado y mitigado los dolores del parto socialista” a las futuras generaciones de obreros.


[11] Las inhibiciones políticas del “respeto por la autoridad”, que la burguesía española entre 1810 y 1814 sufrió durante aquél primer  trance de su necesidad histórica que le impelía a vencer su relación de servidumbre con los miembros de la realeza –a quienes consideraba como sus superiores jerárquicos— son las mismas inhibiciones que hoy están en proceso de tener inevitablemente que superar los asalariados respecto de sus patronos y el Estado burgués todavía existentes. La regularidad en el ejercicio secular del mando –sea personal o institucional— de las clases dominantes, mientras demuestra su eficacia funcional a la vida de una mayoría de súbditos, si además se ejerce por mandato legal, so pena de hacer tronar el escarmiento para los transgresores, crea en torno suyo una aureola de dignidad, respeto y temor reverencial de tal fuerza de cohesión social en torno a los valores vigentes, que, hasta cierto punto, hace imposible siquiera imaginar que se pueda vivir de otra manera, determinando así que la conducta individual y colectiva no deje de gravitar hacia el centro religioso, moral, jurídico y político que justifica ese poder. Es lo que Hegel llamaba “espíritu objetivo de la sociedad” y que Marx entendía como cosificación de una realidad social efectiva que, aun cuando científicamente se llegue a demostrar que es históricamente transitoria ―quizas más por legalidad fáctica durante generaciones, que por sus justificaciones ideológicas―, es natural que sus clases dominantes la consideren eterna y así lo introyecten en la conciencia servil de sus clases subalternas. En “Historia y conciencia de clase”, George Lukacs explicaba con otras palabras este fenómeno, diciendo que la necesidad material inmediata que cualquier asalariado experimenta para vivir, y la más o menos inmediata satisfacción de esa necesidad vital que el sistema capitalista le permite ofreciéndole un contrato de trabajo con cualquiera de sus patrones. La reproducción de esta relación social por mediación del circulo temporal recurrente entre trabajo y consumo, le hace parecer al asalariado que no puede trabajar para vivir si no existe para él un capital encarnado en su patrón. Este prejuicio confiere a los patrones autoridad para actuar como tales, es decir, como “patrones de conducta” de sus asalariados cada uno dentro de sus respectivas empresas, que el Estado consagra con carácter de ley, para que sean ellos quienes ordenen despóticamente cómo y por cuanto tiempo deben trabajar sus asalariados para ganarse la vida. Esta autoridad se debilita en la medida en que el capitalismo:

<<...No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera en el merco de su propia esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la sociedad>> (K.Marx-F.Engels: “Manifiesto Comunista”Cap. I)  

[12] Es evidente que, en ausencia de proletariado, todos los sectores más deprimidos de las clases subalternas dentro del llamado “tercer Estado” feudal remanente: pequeñoburguesía en general  (campesinos, artesanos y comerciantes), o sea, la mayoría absoluta de la población, debieran estar liderados por la burguesía en un bloque de fuerza política vectorial de la misma dirección y sentido históricos.