d) Guerra de liberación, desvertebración política del país y ausencia de un mando militar central

El 20 de julio de 1808, mientras José Bonaparte entraba en Madrid, 14.000 soldados franceses a las órdenes de los generales Dupont y Vidal fueron derrotados por las tropas del General Castaños en Bailén; días después, José Bonaparte fue obligado a replegar sus efectivos de Madrid a Burgos. Otros dos acontecimientos aleccionaron a los españoles: uno, que las fuerzas resistentes al mando del general Palafox hizo levantar al francés Lefebvre el sitio de Zaragoza; el otro, la llegada a La Coruña del ejército del marqués de la Romana, compuesto por 7.000 hombres, quienes, a despecho de los franceses, habían embarcado en la isla de Funen para acudir en auxilio de la patria en peligro. Ante estos hechos, el sector  de la alta nobleza española que había aceptado la dinastía a de los Bonaparte o se mantenía prudentemente a la expectativa, decidió adherirse a la causa del pueblo, “lo cual representó para esta causa una ventaja muy dudosa”, acaba diciendo Marx en su articulo del 25 de setiembre.

La inexistencia en España de un poder central efectivo, es decir, que la Monarquía absoluta fuera simplemente nominal, permitió a su pueblo resistir eficazmente la primera embestida de los invasores:

<<Los franceses se desconcertaron por completo al descubrir que el centro de la resistencia española estaba en todas partes y en ninguna.>> (Op.cit. 20/10/1854)

Pero inmediatamente después del triunfo de Bailén y de la retirada francesa de Madrid, en el bando español se hizo evidente la necesidad de contar con “alguna clase de Gobierno central”. La primera evidencia surgió después de los primeros éxitos militares; las disensiones entre las juntas provinciales habían llegado a ser tan violentas, que al general Castaños, por ejemplo, le costó muchos esfuerzos impedir que Sevilla atacara a Granada. A raíz de este contratiempo que tuvo prácticamente inmovilizados en Andalucía los destacamentos al mando del General Castaños, el ejército francés expulsado de Zaragoza pudo así “rehacerse y ocupar una posición sólida. De lo contrario se lo hubiera podido hostigar hasta dispersarlo con relativa facilidad, dado que se había retirado a la línea del Ebro “en el mayor desorden”.

Pero lo que colmó el vaso de la tolerancia nacional ante las insensatas rivalidades entre las juntas y la discrecionalidad de los jefes militares, fue la decisión unilateral del general gallego Blake al atacar a los franceses[7]. La guerra de independencia no se podía llevar adelante con la eficacia requerida sin combinar los distintos despliegues militares, habida cuenta de que, ante los primeros reveses de su ejército, Napoleón movilizaría sus fuerzas destacadas en las orillas del Niemen, del Oder y de las costas del Báltico. También era necesaria una labor diplomática concertada para llevar adelante la política de alianzas con determinados países europeos, además de garantizar la percepción regular de los tributos manteniendo contacto con la América española; para todo esto era necesario contar con un poder político ejecutivo central y, de ser posible, un mando militar también conjunto; más aún cuando Francia lo tenía ya instalado en Burgos. Todas estas circunstancias presionaron en el sentido de obligar a la Junta de Sevilla a que renuncie a su cuestionada y, de hecho, inexistente supremacía política, para proponer a las distintas juntas provinciales que cada una de ellas eligiera a dos representantes, los cuales pasarían a constituir una Junta Central, en tanto que las juntas provinciales se encargarían del gobierno interior de sus respectivas provincias. Así fue como el 25 de setiembre de 1808, nació la Junta Suprema Central, compuesta por treinta y cinco representantes de juntas provinciales (treinta y cuatro de juntas peninsulares y una de las Islas Canarias).

  En condiciones objetivas normales o no revolucionarias, el curso y resultado de la lucha entre dos ejércitos enfrentados, no depende tanto de la mayor o menor  homogeneidad social e ideológica en sus respectivos centros políticos de decisión civil respecto de otros factores puramente militares, como en circunstancias anormales o revolucionarias. En condiciones de poder normales, sólo es uno el signo ideológico y político de clase que predomina en la sociedad, por tanto, es el mismo en los centros de decisión política; por el contrario, en condiciones revolucionarias ese signo político es dual, y esa dualidad de poder social e ideológico no puede dejar de reflejarse en los centros políticos de decisión, como ese fue el caso de las juntas provinciales y de la Junta Central en el bando español. Marx cita a propósito la opinión de un noble español llamado Urquijo, dirigiéndose al Capitán Cuesta el 3 de abril de 1808:

<<Nuestra España representa en sí un edificio gótico, construido con los materiales más diversos; existen en nuestro país tantos gobiernos, privilegios, leyes y costumbres como provincias. En España no hay nada que se parezca a lo que en Europa se llama dirección social. Estas causas constituirán siempre un obstáculo a la creación de un poder central que sea lo suficientemente sólido para unir todas las fuerzas nacionales>> (Ibíd)


[7]Aunque las juntas le habían pedido que cooperase con las demás fuerzas, Blake decidió actuar por su cuenta, y el 10 de septiembre inició su avance con intención de tomar Bilbao, provocando al enemigo en Vizcaya envolver su flanco derecho. Diez días después, su vanguardia se apoderó de la ciudad de Bilbao. Jourdan, jefe del estado mayor de José Bonaparte, respondió enviando más tropas al alto Ebro, donde se unieron a los primeros refuerzos de Napoleón llegados de Alemania.

El mariscal Ney lanzó un contraataque con 10.000 hombres. Expulsó a la vanguardia gallega de Bilbao y la hizo retroceder provocando una sangrienta matanza; pero, como no quería arriesgarse a entablar batalla con todo el ejército de Blake, dejó 3.000 soldados en la ciudad y volvió al Ebro, estableciendo su posición frente a los 10.000 españoles que mantenía el general Pignatelli en Logroño.