b) Entre febrero y abril: la traición de Kámenev y Stalin

Una vez derrocado el Zar a regañadientes del Partido Kadete había que dirimir ese doble poder antagónico necesariamente inestable, decidiendo si estos organismos de poder obrero debían pasar a ser un apéndice del gobierno provisional burgués y de la constituyente, o, por el contrario, se profundizaba la lucha y el bloque histórico de poder obrero-campesino derrocaba al zarismo y tomaba todo el poder en sus manos. De este desideratum dependía el carácter social de la revolución, esto es, si debía ser de carácter burgués, disolviendo los soviets en las instituciones políticas de un Estado capitalista, formalmente democrático, o si, por el contrario, un segundo acto revolucionario de las mayorías sociales absolutas derrocaba al gobierno provisional burgués para reemplearlo por el bloque obrero-campesino y se instauraba la democracia real de la república de los soviets en un Estado revolucionario de tipo socialista.

Los marxistas siempre hemos sostenido que las clases dominantes en toda sociedad de clases se sostiene sobre el poder económico concentrado en la violencia organizada del Estado. Pero lo peculiar de la revolución rusa en 1917 consistió en que esa era una condición excepcionalmente ausente cuando estallo la insurrección en aquél país. Y esto por dos razones, porque el grueso de los efectivos del ejército estaba combatiendo en el frente, y porque la parte destacada en las ciudades junto con la policía se habían pasado al bando de los insurreccionados. Por tanto, como había sucedido en la revolución europea de 1848, la nobleza debió hacer concesiones políticas que la burguesía aceptó, y el aparato zarista debió apoyarse en las bases obreras y campesinas dirigidas por los partidos reformistas mencheviques y socialistas revolucionarios que habían decidido apoyar al gobierno provisional burgués y aceptaban participar en la Asamblea Nacional Constituyente.

Si bien mencheviques y bolcheviques tenían un “programa máximo” común, en aquellas circunstancias diferían radicalmente, dado que los mencheviques se quedaban incluso por detrás de lo que ambas fracciones entendían por “programa mínimo”, porque mientras los bolcheviques inmediatamente lucharon por la jornada laboral de 8 horas, los mencheviques declararon "inoportuna" esta reivindicación. También se opusieron a lo que calificaron de “excesos” bolcheviques, consistente en alentar la creación de milicias y el reparto de armas entre los obreros. En suma, que los bolcheviques se esforzaban en obrar como revolucionarios consecuentes, mientras que mencheviques y socialistas revolucionarios lo sacrificaban todo en interés de la alianza con los liberales y el gobierno provisional, empeñados en seguir adelante con la guerra imperialista de reparto.

Semejantes decisiones de socialistas revolucionarios y mencheviques presionaron sobre la dirección política de los bolcheviques a cargo en ese momento de Kámenev y Stalin, quienes se decidieron inmediatamente a ahogar la lucha por la dictadura democrática de obreros y campesinos en la charca de la revolución democrático-burguesa de febrero, someter el poder revolucionario actuante en los soviets, al poder continuista de burgueses y terratenientes en el mismo aparato de Estado zarista —que la insurrección había echado abajo— adornado con un parlamento cautivo de esos mismos poderes fácticos.

En efecto, durante la sesión celebrada por el Comité ejecutivo del partido el 1ro. de marzo,  sólo se discutieron las condiciones de traspaso del poder. Contra el hecho mismo de la constitución de un gobierno burgués no se alzó ni una sola voz, a pesar de que de los 39 miembros del Comité ejecutivo, 11 eran bolcheviques y simpatizantes: 3 de ellos pertenecían al centro político.

Al día siguiente, según cuenta el propio Shliapnikov, de los 400 diputados presentes en la sesión del Soviet, sólo votaron en contra de la entrega del poder a la burguesía 19, cuando la fracción bolchevique contaba ya con 40. Esta votación se desarrolló... en medio de un orden parlamentario perfecto sin que... (se) formulase(n) proposición alguna clara en contra, y sin provocar lucha ni agitación de ninguna clase en la prensa bolchevique.

El 4 de marzo, el Buró del Comité central votó una resolución acerca del carácter contrarrevolucionario del gobierno provisional y la necesidad de orientarse hacia la dictadura democrática del proletariado y de los campesinos, pero sin indicar lo que debía hacerse. Ante tal indefinición práctica, el Comité de Petrogrado enfocó el problema desde la posición de mencheviques y socialrevolucionarios. Esta posición abiertamente oportunista del Comité de Petrogrado, no contradecía más que en la forma a la adoptada por el Comité central, cuyo carácter académico no significaba escuetamente más que la avenencia política con el hecho consumado.

Respecto al contenido social de la revolución y a las perspectivas de su desarrollo, la posición de los dirigentes bolcheviques no era menos confusa. Según Trotsky en “Los bolcheviques y Lenin”, Shliapnikov cuenta:

<<”Coincidíamos con los mencheviques en que estábamos atravesando un momento revolucionario que se caracterizaba por la destrucción del régimen feudal, el cual debía ser sustituido por las 'libertades' propias del régimen burgués”..., el Comité de Moscú declaraba: “El proletariado aspira a conseguir las libertades necesarias para luchar por el socialismo, que es su objetivo final.” La tradicional alusión al 'objetivo final' subraya suficientemente la distancia histórica que separaba esta posición del socialismo. Nadie iba más allá. El miedo a rebasar los límites de la revolución democrática dictaba una política expectante, de adaptación y de retirada manifiesta ante las consignas de los conciliadores.>> (Op. Cit.)

 Tal era la peligrosa situación en marzo, cuando Lenin desde Suiza escribió y envió lo más rápidamente que pudo a Petersburgo sus célebres “Cartas desde lejos”, donde decía a los obreros que la revolución no estaba terminada, como no estuvo terminada en 1848 la revolución en Francia con el levantamiento triunfal de febrero, cuando accedió al poder el gobierno provisional de la burguesía representada por el partido del “Nacional”, políticamente homóloga a la del Partido Nacional Constitucionalista de Kerensky ; que no había, por tanto que cometer el mismo error que cometieron los obreros franceses; que para eso sirve la memoria histórica; que esta revolución, como aquella en París, era la revolución de la palabra, de las promesas al proletariado en boca, ahora, de los Miliukov y los Kerensky, tal como en 1848 sonaron a música celestial en boca de los Marrast y de los Bastide, cuando prometieron a los obreros un ministerio de trabajo. [66] Ésta era la situación que Lenin evocaba al intentar dramáticamente llevar su voz desde Ginebra a oídos de los obreros en San Petersburgo:

  <<Quien diga que los obreros deben apoyar al nuevo gobierno en interés de la lucha contra (“el enemigo común” de) la reacción zarista y (aparentemente esto han dicho los Potésov, los Gvózdiev, los Chjenkeli  y también Chjeíze, pese a su ambigüedad), traiciona a los obreros, traiciona a la causa del proletariado, la causa de la paz y de la libertad. Porque, en realidad, precisamente este nuevo gobierno ya está atado de pies y manos al capital imperialista, a la política imperialista de  guerra y de rapiña; ya comenzó a pactar (¡sin consultar al pueblo!) con la dinastía; se encuentra ya empeñado en la restauración de la monarquía zarista; ya auspicia la candidatura de Mmijail Romanov como nuevo reyezuelo; está ya tomando medidas para apuntalar el trono, para reemplazar la monarquía legítima (legal, basada en las viejas leyes) por una monarquía bonapartista, plebiscitaria, (basada en un plebiscito fraudulento).
No, si se ha de luchar realmente contra la monarquía zarista se ha de garantizar la libertad en los hechos, y no sólo de palabra, no sólo con las promesas versátiles de Miliukov y Kerensky; no son los obreros quienes deben apoyar al nuevo gobierno, sino que es el gobierno (revolucionario) quien debe “apoyar” a los obreros! Porque la única garantía de libertad y de destrucción completa del zarismo reside en armar al proletariado, en consolidar, extender, desarrollar el papel, la importancia y la fuerza del soviet de diputados obreros.
Todo lo demás es pura fraseología y mentiras, vanas ilusiones por parte de los politiqueros del campo liberal y radical, maquinaciones fraudulentas. (V.I. Lenin Op. Cit. 07 (20)  de marzo de 1917)

Confirmando esta advertencia de Lenin, la burguesía rusa, interesada en la continuación de la guerra imperialista del zarismo por la anexión de Constantinopla, disfrazó sus verdaderos propósitos contrarrevolucionarios con ideas "defensistas" dirigidas a la vanguardia obrera que había estado al frente de la revolución de febrero: "para defender la revolución les decían es necesario defender a Rusia contra el agresor alemán" y, "El gobierno tiene que luchar por una paz justa" y para eso debe seguir combatiendo si quiere negociar esa paz en las condiciones más favorables. Estas ideas calaron hondamente, no sólo entre los dirigentes mencheviques, que descartaban totalmente la perspectiva del socialismo, sino entre una parte del Partido bolchevique. En semejantes circunstancias, la dirección bolchevique iba a la zaga de los mencheviques. En el “Pravda” órgano del partido en esa época se pudo leer:

 <<la misión fundamental (del proletariado) consiste... en la instauración del régimen democrático republicano>>.(Lo entre paréntesis nuestro)

 En la reunión del Soviet de Petrogrado, de 400 diputados sólo 19 votaron en contra de la entrega del poder al gobierno provisional, cuando los bolcheviques contaban con 40 delegados. Pero los obreros bolcheviques se estrellaron contra el Gobierno en sus reivindicaciones. La base demostró un instinto revolucionario mucho más certero que la dirección. En la barriada de Viborg, a iniciativa de estos obreros, se votó en contra de la entrega del poder al gobierno provisional, aunque es vetada por la dirección bolchevique de Petrogrado.

Tras su regreso del destierro, en marzo, Kámenev y Stalin se hicieron cargo de la dirección de “Pravda” e imprimieron al partido un giro aún más derechista, reflejado en el manifiesto bolchevique “A los pueblos del mundo”, redactado por Kámenev y aprobado el 14 de marzo:

<<Mientras el soldado alemán obedezca al Kaiser, el soldado ruso debe permanecer en su puesto, contestando a las balas con balas y a los obuses con obuses. Nuestra consigna no debe ser un ¡Abajo la guerra! sin contenido. Nuestra consigna debe ser ejercer presión sobre el gobierno provisional con el fin de obligarle... a tantear la disposición de los países beligerantes respecto a la posibilidad de entablar negociaciones inmediatamente... entre tanto, todo el mundo debe de permanecer en su puesto de combate>>.

El día en que salió a la calle el primer número de la Pravda transformada fue según Shliapnikov un día de júbilo general para los “defensistas”. Todo el palacio de Táurida, desde los hombres del Comité de la Duma hasta el corazón mismo de la democracia revolucionaria el Comité Ejecutivo estaba absorbido por una noticia: el triunfo de los bolcheviques moderados y razonables sobre los extremistas. Al ser recibió en las fábricas, este número llevó una completa perplejidad al ánimo de los afiliados y simpatizantes del partido y una gran alegría a sus adversarios. 

Pero en los suburbios la indignación era inmensa prosigue el relato de Shliapnikov y cuando los proletarios se enteraron de que tres compañeros llegados de Liberia se habían apoderado de la Pravda, se exigió su exclusión del partido. La “Pravda” no tuvo más remedio que publicar una enérgica protesta de los obreros de Viborg:

<<Si el periódico no quiere perder la confianza de los barrios obreros, debe sostener la antorcha de la conciencia revolucionaria, por mucho que moleste a la vista de las lechuzas burguesas.>> (L.D. Trotsky: Op. Cit.)

Posteriormente, esto hizo decir a Lenin que:

<<Si la revolución de octubre pudo llevarse a término en aquellas circunstancias, fue porque la base del partido estuvo a la izquierda del Comité Central y las masas obreras conscientes a la izquierda del partido>>.

Este fue el peor estigma que la historia moderna pudo arrojar sobre la mayor traición a los intereses de la humanidad cometida por aquel taimado y ambicioso criminal político llamado Stalin, que incitó a Kámenev para que sea la cabeza visible de la conspiración contrarrevolucionaria.  

A todo esto, Lenin, exiliado en Zurich y con muchas dificultades para atravesar varios frentes de guerra, hacía todo lo posible por regresar, tabicado políticamente por la dirección “kautskysta” del POSDR. A juzgar por su correspondencia publicada en español, sabía que Kámenev había regresado pero no que lo hubiera hecho también Stalin. Tampoco sabía lo que se estaba publicando en la“Pravda”. Según su carta a I.S. Hanecki del 30 de marzo, era evidente que no confiaba en lo que el CC del partido fuera a hacer, especialmente porque, al parecer, no sabía lo que estaba haciendo:

<<Hoy le he telegrafiado a usted que la única esperanza de salir de aquí es el canje de los emigrados en Suiza por prisioneros alemanes. Inglaterra en modo alguno nos dejará pasar, ni a mi ni a ningún internacionalista, ni a Mártov y sus amigos, ni a Natansón y sus amigos. Chernov ha sido devuelto a Francia por los ingleses, ¡¡a pesar de tener todos sus documentos en regla para el tránsito!! Es evidente que la revolución proletaria rusa no tiene enemigo más perverso que los imperialistas ingleses. (…)
Además, el envío a Rusia de una persona de confianza es todavía más necesario por razones de principio. Las últimas noticias de los periódicos del extranjero indican cada vez con más claridad que el gobierno, con la ayuda directa de Kerensky y gracias a las imperdonables vacilaciones de Chjeídze. Engaña, y engaña no sin éxito a los obreros, presentando la guerra imperialista como una guerra “defensiva”. A juzgar por el telegrama de la agencia telegráfica de San Petersburgo del 30/03/17, Chjeídze se ha dejado engañar totalmente por esta consigna, adoptada, también —si hemos de creer a dicha fuente de información que, en general, no es, por cierto, muy digna de crédito— por el Soviet de diputados obreros. De todos modos, incluso si esta noticia  no es verdadera, el peligro de tal engaño es de cualquier manera indudablemente enorme. Todos los esfuerzos del partido deben concentrarse en combatirlo. Si tolerase semejante engaño, nuestro partido se cubriría para siempre de oprobio, se suicidaría políticamente.>> (Op. Cit.)

Ni más ni menos que esto es lo que estaban haciendo Kámenev y Stalin en ese mismo momento. Publicada la primera de las cuatro “Cartas desde lejos”, los dirigentes bolcheviques, acobardados ante el punto de vista radical del documento, dejaron las otras durmiendo en algún cajón prefiriendo pensar que Lenin “estaba mal informado”.

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[66] Marrast, Armando (1801-1852) Publicista francés, uno de los líderes de los republicanos burgueses moderados, director del periódico “National”; en 1848 fue miembro del Gobierno Provisional, y alcalde de París, presidente de la Asamblea Constituyente.