b) El “principio de incertidumbre” en la Física y las ciencias sociales

Hablar de determinismo materialista para definir la concepción del mundo y la metodología de Marx, Engels y Lenin, siempre fue motivo de escándalo para buena parte de quienes se declaraban -y aun se declaran- partidarios del marxismo. Sin embargo, para alguien con auténtica vocación científica y suficientes conocimientos, el concepto de determinismo no constituye ningún tabú. Al contrario, es algo que todo investigador con genuina intencionalidad de certeza vive y persigue con tanta tenacidad como inteligencia ante el objeto de estudio. Salvo para los materialistas e idealistas metafísicos, determinismo es sinónimo de  previsibilidad.

Para despojarse de todo prejuicio en torno a estos términos habría que empezar por contestar esta pregunta: ¿Qué significación han tenido en la historia la capacidad humana de prever? La contestación es muy simple: lejos de ser una extravagancia de los científicos, toda capacidad de prever fue siempre una exigencia primaria en la lucha por la supervivencia y el progreso humano. Un buen pescador, es aquél que puede predecir en qué condiciones, donde y cuando, determinada especie de peces morderán el anzuelo. Predicciones tan sencillas como ésta constituyen el pedestal común de los grandes monumentos científicos modernos. En medio de la consagración de la crítica científica a este postulado, hizo su aparición "El Capital".

 

Pero como ya lo advirtiera Marx al presentar esta obra cumbre de su pensamiento a la comunidad científica de su tiempo:

 <<En el dominio de la economía política, la investigación científica libre no solamente enfrenta al mismo enemigo que en todos los demás campos. La naturaleza peculiar de su objeto convoca a la lid contra ella a las más violentas, mezquinas y aborrecibles pasiones del corazón humano: las furias del interés privado.>> (K. Marx: “El Capital” Prólogo a la primera edición)

Tan es así, que uno de los mayores y más incisivos ataques al determinismo económico marxista, no vendría precisamente del ámbito de las llamadas ciencias sociales, sino de una disciplina tan insospechada de instrumentación ideológica como la microfísica, más conocida como mecánica cuántica. Todo sucedió a partir del momento en que se llegó a confirmar la imposibilidad de predecir el comportamiento de los objetos físicos de masa pequeña, como el electrón.

Según hemos visto, la ciencia de la Física comenzó su andadura fijando su atención en los objetos observables a simple vista: estrellas, planetas, balas de cañón, péndulos, etc. Fue ésta la llamada "edad clásica de la física"[1]. Un modelo -entre otros- de predicción típica de la física clásica, consiste en calcular la distancia recorrida por una bala en, por ejemplo, tres milisegundos. Haciendo abstracción de la multitud de interferencias en el recorrido, como puede ser la resistencia del aire, la caída provocada por la gravedad, etc. quedamos ante la situación más simple posible. El modelo matemático para esta situación es la fórmula d=vt que nos dice que la distancia prevista "d" se encuentra multiplicando la velocidad "v" por la duración del vuelo "t". Supongamos que el número correspondiente a la duración del vuelo, se obtenga mediante un reloj adecuadamente previsto, y la velocidad fotografiando la bala en movimiento: dos disparos muy breves, con un milisegundo de intervalo entre ellos, proporcionarán una fotografía que muestre la bala en dos posiciones; la distancia entre ellas determinará la velocidad en ese lapso de tiempo.[2]

La situación correspondiente a la física cuántica es la siguiente: un electrón es emitido por un "disparador de electrones" y se quiere predecir hasta dónde viajará en tres milisegundos. Se utiliza el mismo procedimiento experimental que en el caso de la bala. Pero aquí se observa que las curvas de distribución son mucho más amplias que las correspondientes a la bala. Como el electrón tiene una masa tan pequeña, la luz que se refleja en él al fotografiarlo, lo empuja violentamente hacia otra posición, perturba su curso y cambia su velocidad. La luz reflejada nos dice dónde estaba el electrón hace un momento, pero ya no está ahí y no se puede calcular con exactitud dónde está o qué hace.  Los intentos por aumentar la exactitud de las mediciones de localización, siempre hacen que disminuya la exactitud de las mediciones de velocidad, cantidad de movimiento y viceversa. Esta "conspiración de la naturaleza" en contra del determinismo de la ciencia, fue expresada en 1927 bajo la forma de una ley natural por Werner Heisenberg, que se conoce desde entonces como  "principio de incertidumbre".   

Si consideramos que cada uno de nosotros es un cuerpo social de "masa pequeña", la imprevisibilidad de nuestros comportamientos individuales puede llevar a inferir el correlato notable entre los modelos del mundo físico y los del mundo social. "La  microestructura  de la historia también se desconoce --dice Marshall Walker-- no porque no sea mensurable, sino porque no se puede establecer la forma en que tienen lugar los aspectos singulares de los acontecimientos históricos con la misma confianza (regularidad) con que se pueden establecer los aspectos repetibles de los acontecimientos físicos".[3]

Como destacara el prestigioso físico John D. Bernal, pionero en la determinación de estructuras moleculares por cristalografía de rayos X:

<<Debido a la supuesta indeterminación del electrón se ha pretendido que éste posee, en cierto sentido, libre arbitrio; de tal manera que, en un momento dado, podría hacer o dejar de hacer una cosa u otra. Y, entonces, si el electrón tiene libre arbitrio, ¿se puede negar que el hombre también lo tiene? ¿Y esto, acaso no significa el derrumbe de la estructura entera del determinismo científico y, en consecuencia, su sustitución por un caos de indeterminación?.>> John D. Bernal "La Ciencia en Nuestro Tiempo" Ed. "Nueva Imagen"- Méjico/79 T.II Pp.55)

La contestación es rotunda: ¡No!. Así como está demostrado que el comportamiento de un cuerpo de gran masa no es afectado por el movimiento de un electrón, del mismo modo es posible demostrar que los imprevisibles comportamientos personales no interfieren en la regularidad medible de los hechos económicos de magnitud. Por ejemplo, aunque se tuviera todo preparado minuciosamente para detectarlo, sería imposible prever cuando el supermercado "tal" atendería al consumidor "cual". El universo de decisiones individuales parece conspirar contra la determinación precisa de una de ellas.  Pero ni el supermercado "tal" puede dejar de vender, ni el consumidor "cual" puede dejar de comprar. Los comportamientos de "tal" y "cual" entran así, perfectamente, en la regularidad de hechos más que de actos sociales que definen el proceso de circulación del capital para la determinación mensurable de la tasa media general de ganancia. Así como no es el burgués productor “tal” de una mercancía determinada X quien la lleva al mercado, sino que la mercancía le lleva a él, del mismo modo no es el consumidor “cual” quien lleva su dinero a la compra, sino que su dinero le lleva a él a la compra.

En semejante extrapolación falaz de la microfísica a la historia, el profesor Bernal ha visto la intención por parte de los intelectuales idealistas al servicio de la burguesía, de introducir “la interferencia de Dios en los asuntos del universo en detalle”. Se trata, una vez más, de las "violentas, mezquinas y aborrecibles pasiones" del interés privado en contra de la racionalidad científica, llegadas al ridículo de emparentar la función de Dios, con el caos de lo simplemente aleatorio.[4]

De este modo, la dificultad originaria de la microfísica, expresada en el principio de incertidumbre, fue manipulada por las fuerzas sociales que tienen a la indeterminación de lo real por principio de su pensamiento y de su acción, con deliberados fines de control social y político de los explotados. De la misma forma en que han tratado siempre de impedir el triunfo de la razón científica en el terreno económico social, así proceden en el campo de la política internacional. Induciendo el caos económico, el apocalipsis social y, en bastantes áreas ya, la barbarie bélica. Así han procedido en los países del otrora llamado "bloque del Este" y su área de influencia en el mundo, con la carrera armamentista, las sucesivas intervenciones armadas y guerras de baja intensidad tras la Segunda Guerra Mundial, como en Cuba, Guatemala, Santo Domingo, El Chad, Sudán, Argelia, El Congo, Vietnam, Egipto y Palestina en la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado; y en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Vietnam, Camboya, Indonesia, Angola, Palestina, Madagascar, Colombia, Panamá, Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia, Afganistán o Turquía en la s décadas de los setenta y ochenta, que culminó con la caída de ese “bloque histórico”, tratando de alzar todavía mayores obstáculos que retarden dolorosamente el inevitable triunfo de la razón histórica en el mundo. Las palabras de Manfred Wöerner ante el derruido muro de Berlín en noviembre del 89 resultan patéticas y categóricas: "La comadrona de toda esta situación ha sido la OTAN".[5] Y ahora, la historia se repite con la provocación deliberada de los hechos del 11-S para justificar la nueva intervención en Afganistán e Irak.

Que duda cabe de que, incluso, muchos autoproclamados marxistas "antideterministas" se apuntarían a estas teorías reaccionarias sobre el "libre albedrío" de los electrones, como fundamento de la independencia absoluta de los individuos respecto del todo orgánico-social en que viven, para sacar la conclusión de que la sociedad es un objeto cuyo contenido, esencia, o “ser en sí” kantiano, escapa a la comprensión humana, como tal parece que piensan --de acuerdo con el movimiento intelectual y político presidido por el pensamiento neokantiano-- los compañeros del CIS. Si esto es así, a lo más que podemos aspirar los seres humanos en la sociedad, es atenernos a las formas políticas que permitan garantizar el ejercicio irrestricto del libre albedrío individual, según el principio dimanante de las “almas propietarias” que disponen de lo que es  suyo.

En marzo de 1981, con motivo de cumplirse doscientos años desde que el “genio de Köenisberg” presentara al mundo su “Crítica de la razón pura”, la socialdemocracia alemana creyó oportuno rendir homenaje a agnosticismo kantiano. Dicho homenaje consistió en un foro sobre aquella obra y su autor, organizado por la “Fundación Friedrich Ebert”. En ese encuentro, además de filósofos kantianos, participó el por entonces Canciller de la es RFA Helmut Schmidt, quien citando a Ebert, afirmó:

<<La República Federal Alemana nació bajo el signo kantiano del concepto de libertad. Nosotros queremos aportar nuestra parte para que así siga.>> “El País” 31/03/981

Para el materialismo histórico, en cambio, si bien los hechos históricos no son un reflejo automático y directo de los hechos económicos, tampoco son entendidos como absolutamente abiertos a múltiples alternativas imprevisibles. Lo subjetivo, lo imprevisi­ble, y hasta incluso el puro azar, constituyen el material de la historia. Pero en modo alguno la explican ni dan sentido a su devenir. La historia no se rige por las ideas abstractas o por las luchas, ni lleva en la frente escrito hacia dónde va; no puede ser explicada contemplativamen­te, ni se explica por sí misma. En el contexto del materialismo histórico, la historia no es más que la forma de manifestación de fuerzas materiales internas que pugnan por sintetizarse en un resultado. La inteligibilidad de los hechos históricos no está en las formas económicas y políticas manifiestas, sino en sus contenidos materiales ocultos bajo esas formas de manifestación, en sus leyes internas, objetivas, que hacen gravitar la vida social en determinada dirección histórica y con determinado sentido económico cada vez más incompatible con el orden social vigente.

El cometido de la ciencia social consiste en descubrir esas leyes económicas internas que tienden a dar sentido y dirección política superadora a los hechos históricos. "La historia es la historia de la lucha de clases", pero el sentido de esa lucha y el signo de su necesario desenlace está en las contradicciones materiales de cada sociedad, en las leyes internas que rigen su desarrollo. Los que pretendan, por ejemplo, que, con la caída del llamado "socialismo real", el vector socialista de la historia ha perdido definitivamente su rumbo para la humanidad, tendrían que demostrar que la naturaleza económica y social del capitalismo ha cambiado. Frente a esta pretensión se erige el poderoso arsenal científico del materialismo histórico comprendido en "El Capital" [6] , que reintegra el conocimiento al círculo de lo concreto pensado en que se comprende plenamente la realidad del capitalismo, toda vez que las “furias del interés privado” inducen a salirse de él por las ya innumerables tangentes que se han inventado e inventan.   

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[1] Marshall Walker: "El Pensamiento Científico" Ed.Grijalbo/68 Pp.142

[2] Una predicción científica en este campo, sólo se confirma a través de la máxima aproximación en los resultados de experiencias repetidas, reflejados en curvas de distribución estadística. Obviamos este paso en mérito a la brevedad.

 

[3] Marshall Walker Op.cit Pp.149

[4] El mejor comentario que el profesor Bernal ha elegido para contestar a este extremo de irracionalidad, pertenece a Einstein: "Yo no puedo tener respeto alguno por un Dios que dedica todo su tiempo a los juegos de azar". (John D. Bernal Op.cit. Pp.55)

[5] Dos años antes, en un discurso pronunciado en Bruselas con motivo del 40 aniversario de la Alianza Atlántica, Manfred Wöerner declaraba que "Fomentar la democracia en Europa del Este es el principal objetivo de la OTAN en la próxima década" ver "El País" 5/4/89)

[6] Ciertos neomarxistas lo han intentado difundiendo la especie de que las tesis de “El Capital” sólo permiten una explicación científica del capitalismo en condiciones premonopólicas. No han reparado en que esos cambios operados en el sistema capitalista a lo largo del proceso histórico de acumulación, son simples cambios cualitativos en las formas de manifestación de su materia orgánica, conservando intacta su esencia y su lógica de comportamiento, esto es, las leyes que regulan su metabolismo: la transformación de trabajo necesario en excedente para los fines de la acumulación. De la forma de manifestación individual y nacional, en su etapa temprana, el capital pasó a organizarse en forma de capital colectivo (sociedades anónimas) y multinacional en su etapa tardía. Pero sigue siendo el mismo capitalismo. Para este asunto Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/dialectica\05.htm y http://www.nodo50.org/gpm/pac/01.htm