VII

Las condiciones objetivas de la Rusia soviética descritas hasta aquí, (un proletariado poco numeroso y analfabeto) que entre 1917 y 1924 contribuyeron a convertir la posibilidad de la contrarrevolución burguesa de abstracta en real, están hoy ausentes en todos los países de la cadena imperialista y en numerosos países de atraso relativo. De minorías irrisorias e incultas que fueron durante el capitalismo temprano, en virtud del progreso de la las fuerzas productivas, los asalariados han pasado a ser desde hace décadas mayoría absoluta de la población activa del planeta, con un nivel de instrucción suficiente como para hacerse cargo de los asuntos económicos, sociales y culturales de la sociedad. De hecho, millones de ellos en el mundo vienen gestionando la producción planificada en las más importantes empresas capitalistas transnacionales, así como en centenas de miles de sociedades anónimas que agrupan capitales medios. Prueba evidente de ello, es que las universidades de elites en tiempos de Marx y Lenin, pasaron a ser universidades de masas en todo el orbe.

Una de las dos principales características de las sociedades anónimas radica en que mediante el sistema accionario, se establece una nítida separación entre quienes detentan la propiedad de esas empresas (los accionistas) y quienes las dirigen administrativa, técnica y comercialmente, que es personal básicamente asalariado. En la medida en que este sistema de propiedad y gestión actualmente dominante en el mundo empresarial se ha generalizado, aumentó la masa de la burguesía industrial, comercial y de servicios, que se recicló al mercado bursátil, convertida así en una clase parasitaria y, por tanto, socialmente superflua, a igual título que los terratenientes y los prestamistas.

Estos burgueses negocian, especulan y deciden sobre algo que funciona, pero se desentienden de su funcionamiento, que delegan en otros con capacidad y pleno dominio en las técnicas de la administración de empresas y gobiernos, a quienes pagan para que se ocupen de ello. Pueden, por ejemplo, negociar la instalación de subsidiarias dentro y fuera de un mismo país. Pero el trabajo de realizar las necesarias prospecciones de mercado que aconsejan semejantes decisiones de inversión, lo delegan en expertos a cambio de un salario y prebendas, verdaderos aristócratas obreros que las universidades del sistema han instruido en esa técnica y se ganan muy bien la vida con ello. Lo mismo pasa en todos los niveles de la administración pública. En tiempos de Marx y Lenin, los políticos eran "intelectuales orgánicos", esto es, al mismo tiempo estadistas y empresarios, algo cada vez más raro de ver hoy día. Aunque sigan detentando el poder, los capitalistas han perdido su lugar en la historia. Los grandes porque no gestionan, los pequeños y medianos porque no están a la altura del desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas de la humanidad.

Como se ha visto muy resumidamente más arriba, desalojar del poder político y expropiar a los grandes propietarios terratenientes y burgueses, para la clase obrera rusa fue un problema menor frente las enormes dificultades de operar el cambio revolucionario efectivo en toda la sociedad de ese gran país. Uno de esos problemas fue la propiedad sobre los medios de producción por el arraigo a ella (a la tierra) de la mayoría (campesina) rusa; una segunda dificultad -tampoco resuelta- fue la incapacidad de la clase obrera para gestionar la sociedad de transición hacia el socialismo. Tal fue, junto con el atraso relativo de ese país, el caldo de cultivo de la burocracia soviética (desde hace una década reconvertida o reciclada al capitalismo). Para los asalariados de hoy es al revés, lo que les parece un objetivo impensable es la toma del poder. Curiosamente, si este objetivo no cabe todavía en la conciencia de los explotados del mundo actual, es porque magnifican los mismos problemas que tuvieron los revolucionarios rusos en 1917, hoy casi por completo inexistentes. Porque ese lugar político está ocupado, además, por el prejuicio burgués de que la propiedad privada sobre los medios de producción y el mercado capitalista son eternos, y porque su práctica condición de clase mandada o subalterna, les impide comprender que ha llegado la hora de que tomen el testigo de la historia para hacerse cargo de la humanidad. Todo ello a pesar de que el capitalismo decadente les está poniendo como nunca antes la realización de esa tarea casi en bandeja. Tal es la paradoja de la lucha de clases en este momento: los asalariados del mundo, tan al alcance de hacer la revolución y al mismo tiempo tan lejos de ella.

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