Determinación lógica y determinación histórica
del cambio revolucionario

Para poder entender lo que la lucha de clases puede y no puede determinar, hay que empezar por comprender y aceptar que la lucha de clases es una determinación y un reflejo de la relación dialéctica fundamental, económica, entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, entre la tendencia históricamente incondicionada de la fuerza productiva del trabajo (FT/MP) -cuyo componente fundamental es el proletariado-, y la condición históricamente determinada -por esa misma fuerza productiva- del capital, de las relaciones de producción capitalistas. Como decía Hegel:

<<La fuerza es, de esta manera, una relación (la fuerza nace de la relación entre los opuestos, no de uno de ellos) en la que cada término es (esencialmente) el mismo que el otro[53]. Hay una fuerza que solicita y otra que es solicitada, pero si no hay relación no hay fuerza. Hay fuerzas que están en relación y precisamente se refieren de manera esencial una a la otra. Además, ellas son, ante todo, sólo diferentes en general; la unidad de su relación es sólo la unidad interior, que está en sí>> (G.W.F.Hegel: "La ciencia de la lógica". Libro II sec. 2 Cap.3. El subrayado y lo entre paréntesis es nuestro). Cfr.: "El aparecer de la esencia en la relación mercantil", en:  http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/09.htm

 Y tratándose de una relación en la que los contrarios son iguales o idénticos –como ocurre con la lógica hegeliana- la dialéctica entre ellos es una dialéctica complementaria, donde la dirección y el sentido de la fuerza generada por la relación, queda comprendida dentro de la relación misma, funge para que la tesis –en el caso de la relación capitalista, el dinero- alcance su autoconciencia o saber de lo que hace, en la figura del capital, a instancias del trabajo ajeno. Tal como el Dios padre alcanza su saber de sí en el Espíritu Santo a través del Hijo. Por lo tanto, para que el trabajo pueda trascender su relación con el capital, tiene que recibir la dirección y el sentido de su fuerza desde fuera de su  relación originaria con el capital. Postular que el proletariado espontáneo lleva en sí y por sí mismo, la dirección y el sentido de sus luchas, limitando a su vanguardia política -portadora de la teoría revolucionaria- la función de “acelerar la clarificación” en el proceso de formación de la autoconciencia proletaria, es como concebir que el propio capitalismo lleva en sí mismo la capacidad de mutar en socialismo, como planteó primero Bernstein y luego Kautsky.

Rosa Luxemburgo, que criticó a Lenin por lo mismo que el BIPR nos critica a nosotros, no dejó al mismo tiempo de combatir al revisionismo reformista de Bernstein. Estuvo, como está el BIPR, en el centro, entre el reformismo y el "leninismo talmúdico". En primer lugar, sostenía con Lenin que la sustancia de la conciencia de clase es el materialismo histórico aplicado a la realidad del capitalismo. También coincidía con Lenin en que el progreso de la acumulación del capital no mitiga las contradicciones de la sociedad burguesa sino que las profundiza y agrava. Pero, a diferencia de Lenin creía que, en esas contradicciones está contenida la lucha de clases y, en ella, siempre más o menos manifiesta la conciencia de clase y la revolución. De ahí que su praxis política estuviera determinada por el principio teórico espontaneísta y hegeliano, de que siempre hay que estar con las masas, porque en ellas, en su accionar, están contenidas en potencia las pautas de la revolución. Por tanto, a diferencia de Lenin, para quien el proletariado tiende espontáneamente a confirmar el capitalismo, y, por tanto, la labor de los revolucionarios consiste en revolucionar la conciencia falsa del proletariado, Rosa y sus acólitos, como el BIPR, sostienen que el proletariado tiende instintivamente a trascender el capitalismo y que la labor de los revolucionarios consiste en educar ese instinto de clase congénitamente revolucionario del proletariado, acelerando el proceso hacia su autoconciencia. Pero no por medio de la teoría, sino a instancias de la práctica política misma. Así lo dejó dicho en su discurso ante el Congreso de fundación del Partido Comunista Alemán (KPD), descalificando del modo más burdo la tradición marxista continuada por los bolcheviques:

<<Piensan que educar a las masas proletarias en el espíritu socialista significa darles conferencias, distribuir panfletos. ¡No! La escuela proletaria socialista no necesita de eso. La actividad misma educa a las masas.>> (Op. Cit.)

Fue este reafirmarse en la creencia del supuesto instinto revolucionario del proletariado capaz de trascender el capitalismo, lo que le llevó a permanecer hasta el final dentro de las instituciones del Estado burgués y del Partido socialdemócrata alemán, a pesar de haber dicho de él que "después de agosto de 1914, se había convertido en un cadáver maloliente". De ahí su célebre "táctica proceso" al interior de las instituciones políticas burguesas y de los partidos contrarrevolucionarios ¿Por qué? Pues, por la sencilla "razón", de que, para Rosa, la autoconciencia todavía no manifiesta encarnada en las masas, permanecía en esas instituciones de Estado y en esos partidos. Y había que estar con ellas so pena de ser un contrarrevolucionario, un traidor. Su consejo, y hasta su chantaje moral a la vanguardia amplia y revolucionaria, utilizando su incuestionable autoridad y compromiso con la revolución para instarles a permanecer en esos instrumentos reaccionarios, pensando y diciendo que todo pasaba por eliminar o neutralizar a los intelectuales orgánicos de la burguesía tanto como a los reformistas al interior de esos organismos, contribuyó sin duda a la derrota de la revolución alemana de 1918/19:

<<Por muy laudables y comprensibles que sean la impaciencia y la amargura que inducen hoy, a los mejores elementos a dejar el partido (recordemos que 4/5 del partido le han abandonado así), la huida sigue siendo una huida. Para nosotros esto significa una traición a las masas que se debaten y se asfixian atrapadas con el lazo de los Scheidemann y de los Liegen (jefe socialista y jefe de su brazo sindical la ADGB, respectivamente), que gozan del favor de la burguesía. Se puede "salir" de las pequeñas sectas y de las pequeñas capillas cuando ya no agradan, para fundar nuevas sectas y nuevas capillas. Pretender, con una simple "salida", liberar a las masas proletarias del yugo horrorosamente pesado y funesto de la burguesía, y darles así el ejemplo, es pura imaginación. Hacerse la ilusión de liberar a las masas rompiendo el carnet de militante, no es otra cosa sino la expresión invertida del fetichismo de la carta del partido como poder ilusorio. Estas dos actitudes no son más que polos diferentes del cretinismo institucional, enfermedad consustancial a la vieja socialdemocracia.>> (Rosa Luxemburgo: Pasaje citado por H.M. Bock en "Syndicalismus und linkskommunismus" Marburger Abhandlungen für Pilitischen Wissenschaft Tomo 13 P.69. Tomado de Jean Barrot y Dennis Authier en "La izquierda comunista en Alemania 1918-1921". El subrayado es nuestro)

Así, para Rosa, el "ser para sí" de los militantes del SPD, que abandonaban ese partido por la izquierda, espantados ante la vergüenza de su propia práctica dentro de él, era una traición a la otra parte, cuyo "ser para sí" tenía el "valor revolucionario" de permanecer en ese partido, aunque todavía enterrados en la ignominia de la contrarrevolución al interior de ese partido, parecían anaeróbicos, porque no sentían la suficiente vergüenza política para sacudirse la autoridad política y moral de los Scheideman, los Noske y los Ebert, que les mantenían "asfixiados" en ese agujero contrarrevolucionario. Esto es lo que se desprende de la "Carta de Spartacus" del 30 de marzo de 1916:

<<La consigna no es, ni escisión, ni unidad, ni partido nuevo ni partido viejo, sino reconquista del partido de abajo a arriba por medio de la rebelión de las masas que deben tomar en sus manos las organizaciones y los medios, no con una rebelión de palabras, sino de hechos.>> (Op. Cit.)

Lo mismo respecto del Estado, donde Rosa se manifiesta precursora de la revolución por etapas, en tanto no se trata de destruir el Estado sino de conquistar sus estructuras del mismo modo, para luego transformarlas progresiva y pacíficamente. Según lo dicho en "¿Qué quiere Spartacus?" el centrismo de Rosa Luxemburgo se puso de manifiesto también aquí, porque, a contrapelo de la doctrina oficial del SPD, sostuvo hasta su muerte que la revolución social no consistía en acompañar al capital hasta su total socialización por el camino de las  reformas, pero con igual consecuencia política se mantuvo fiel a ella sosteniendo que al Estado no había que destruirlo de un solo golpe sino transformarlo paulatinamente:

<<La conquista del poder no debe hacerse de una vez, sino que ha de ser progresiva: nosotros nos introducimos en el Estado burgués hasta ocupar todos sus puestos y defenderlos de todos los ataques exteriores (...) se trata de luchar paso a paso, cuerpo a cuerpo, en cada Estado, en cada ciudad, en cada pueblo, para poner en manos de los consejos de obreros y soldados, todos los instrumentos de poder que habrá que arrancar a la burguesía poquito a poquito. Dentro de este objetivo debemos, en primer lugar, educar a nuestros camaradas...>> (Ibíd)

A juzgar por su discurso y comportamiento, el contumaz espontaneísmo revolucionario que Rosa Luxemburgo nunca supo fundamentar teóricamente más que a través de una retórica inconsistente, le llevó al extremo de concebir que el "fetichismo organizacional" de partidos como el bolchevique, no sólo le parecían un obstáculo para la autoconciencia del proletariado, sino un obstáculo mucho mayor que el fetichismo organizacional de partidos como el SPD o Estados semifeudales como el alemán, en su función de reforzar el fetichismo de la mercancía. Por eso prefirió quedarse en ellos combatiendo con todas sus fuerzas la tendencias partidistas centrífugas lideradas desde fuera por el "leninismo talmúdico". Así fue cómo esta gran revolucionaria se sintió más a gusto y segura de cumplir su cometido revolucionario dentro y no fuera del SPD. El fracaso de la revolución alemana y su propia muerte a manos del mismo partido cuya integridad defendió hasta que, ya sin vida, su cadáver fue arrastrado por las calles de Berlín, demostró su completa equivocación ideológica y su total despropósito político, dejando el testimonio más trágico y elocuente de tal desatino. 

Con esto no queremos significar que de haber roto a tiempo con el espontaneísmo, el triunfo de la revolución hubiera estado garantizado. Pero si inmediatamente después de haber perdido su batalla con la derecha del partido encabezada por Bernstein, hubiera abandonado ese engendro pequeñoburgués dedicando todos sus esfuerzos a formar una organización marxista independiente para revolucionar a la vanguardia amplia tal como lo hicieron los bolcheviques, para nosotros no hay duda de que, si es que no perdía el liderato de la clase obrera, el SPD no lo hubiera tenido tan fácil para torcer el curso de la revolución desde noviembre del 18 a enero del 19.

Se podrá recusar esta afirmación aludiendo a su ruptura con el SPD y su paso por el USPD para recalar finalmente en el flamante KPD que ayudó a crear. Cierto. Con eso dio la razón a Lenin. Pero aquella decisión, además de tardía, fue defectuosa, porque persistió en el mismo error y no fue más que un cambio de tiestos donde siguió cultivando su misma concepción centrista de la política, porque ambos partidos fueron sucesivos engendros de lo mismo: la forma organizativa del centrismo político.

Lo que pasa es que, aun aconsejando que en los momentos de alza en las luchas de masas era deber de los revolucionarios frenar la tendencia conservadora de las direcciones políticas partidarias establecidas en momentos de calma, Rosa creyó siempre en que, cuando la crisis revolucionaria estalla, sea cual fuere la correlación de fuerzas al interior del partido, no había fortaleza burocrática contrarevolucionaria capaz de resistir el embate de las masas en movimiento:

<<Si la situación revolucionaria llega a desplegarse plenamente, si las oleadas de la lucha han llegado ya muy alto, entonces ningún freno de los dirigentes del partido podrá tener mucho efecto, y la masa se limitará a dejar de lado a los dirigentes que quisieran oponerse a la tempestad del movimiento. Esto podría producirse algún día en Alemania. Pero no creo que desde el punto de vista del interés de la socialdemocracia sea necesario y deseable ir en esa dirección>> (Rosa Luxemburgo: "Recopilación de discursos y escritos"  Setiembre de 1915. Citado por E. Mandel en "Sobre la historia del movimiento obrero" Cap. 3. Subrayado nuestro)

He aquí la "razón" por la cual Rosa se negó a abandonar ese "cadáver mal oliente" del SPD renunciando  a la tarea de organizar la acción independiente de los revolucionarios alemanes. Tres años y dos meses después, el curso de la revolución alemana redujo este prejuicio espontaneísta de Rosa a la nada, cuando después que los obreros conquistaron el poder desde los consejos, sin saber qué hacer con él porque se les había mantenido en la ignorancia de lo que había pasado desde 1905 en Rusia, abdicaron ese poder en la Constituyente cuya capacidad de decisión estaba en manos de una holgada mayoría socialdemócrata de asalariados a las ordenes de los mismos dirigentes que Rosa había previsto que esas mismas masas le pasarían por arriba.

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notas

[53] Esto que dice Hegel aquí es cierto para la relación entre dos mercancías, como la fuerza de trabajo en tanto capital variable y el capital constante, esto es, entre el asalariado espontáneo y el capital. Aquí estamos en la identidad hegeliana de los contrarios, donde la relación genera una fuerza que la confirma. Pero el caso es que las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas no son opuestos de idéntica naturaleza, no son esencialmente iguales sino distintos al interior de una unidad. Por tanto, en este último caso, al no estar en relación con un tercero del que ellos son idénticos, la fuerza que generan no es centrípeta sino centrífuga que tiende históricamente a trascender la relación misma. El debate consiste en dilucidar si la fuerza que genera la unidad de esos contrarios de naturaleza social distinta y antagónica, puede en sí y por sí misma, espontáneamente, romper la relación y trascenderla, o si, por el contrario, se queda en una mera tendencia, esto es,  que de no mediar otra condición (la teoría revolucionaria encarnada en la vanguardia política del proletariado) no hace más que confirmarla.