Proletariado y subjetivismo postmoderno

Aurora:
Acusamos recibo de su trabajo donde nos empieza exhortando a una

<<urgente, seria y valiente reconsideración histórica y teórica (…) para saber por dónde y cómo dirigir nuestros esfuerzos en la época de la “globalización”>>.

A continuación nos expone la suya, empezando por cuestionar el sujeto de la revolución comunista que, según el Materialismo Histórico, lógica e históricamente no es ni puede ser otro que el proletariado, entendido por Marx y Engels como clase revolucionaria fundamental para la toma del poder político y la transición del capitalismo al comunismo.
¿En qué se basa semejante reconsideración suya que le ha inducido a recusar esta proposición del Materialismo Histórico? Al parecer, sólo en la evidencia empírica de que tras siglo y medio de capitalismo decadente, los asalariados siguen pendientes de levantar su hipoteca política con la razón histórica de la humanidad. Solo por esto UD. ha decidido expropiarles esa razón histórica sin fundamento ninguno.
Por lo visto ha perdido UD. la paciencia, y ese estado de ánimo no es precisamente una virtud revolucionaria. ¿Antes de llegar a semejante conclusión se preocupó UD. de indagar para saber cuando empezó la decadencia de los dos modos de producción que antecedieron al capitalismo poniéndolo negro sobre blanco, y cuanto tiempo tardó la burguesía en asumirse políticamente como nueva clase dominante? ¿Reparó en las rémoras económicas y políticas feudales que esta clase todavía no ha podido superar trasladándole esa papeleta al proletariado? ¿No le significa nada el hecho de que la burguesía española se haya constituido políticamente como clase recién en 1977, y que para poder andar necesite a estas alturas de la historia las muletas políticas que le proporciona la dinastía borbónica? ¿No le significa nada que la burguesía no haya tenido el valor de sacudirse todavía esa reminiscencia feudal que es la renta territorial, sobre la cual cabalgan los elevados precios de los productos agrarios y de los carburantes, verdadero impuesto sobre la tasa de ganancia industrial? ¿Según qué razón explica UD. los tempos de la historia, Aurora, según se le despierta a UD. la voluntad personal día que pasa?
En otro trabajo suyo donde se dedica a exponer lo obvio documentado sobre la crisis de la militancia durante la década de los años 70 en España, con la misma rotundidad afirma UD. que:

<<No fueron las clases explotadas como los esclavos las que dieron lugar al feudalismo, ni los siervos de la gleba los que dieron lugar al capitalismo, sino otra evolución de la sociedad, debida en el primer caso en gran parte a la invasiones bárbaras y la disolución del poder central del imperio y al trabajo de hombres no esclavos, y en el segundo al surgimiento en los márgenes del sistema social feudal, de una nueva clase, la burguesía>> [“MILITANCIA. La crisis de finales de los 70 en España[1] b)]

Vamos a empezar por los tempos de la historia en relación a la tarea de las clases que encarnaron a las fuerzas productivas en contradicción con sus respectivas relaciones de producción. Respecto de la superación del esclavismo decadente por las fuerzas productivas de la humanidad, al parecer, no tiene UD. noticias acerca de los llamados “Bagaudas”, un movimiento que se remonta al Siglo II de nuestra Era. Estuvo compuesto por esclavos huidos, campesinos arruinados y desertores del ejército romano imperial, que lucharon de modo intermitente, es decir, discontinuo, contra la aristocracia terrateniente, hasta la caída del Imperio en 467 dC. La misma discontinuidad que, en ese aspecto, caracterizó las luchas políticas proletarias desde el siglo XIX hasta nuestros días.

AMOS Y ESCLAVOS

La antigua sociedad clasista romana, cuyos orígenes históricos se remontan al Siglo V aC, se gestó en un pequeño pueblo agrícola localizado en el Lacio, a orillas del Tíber, y llegó a ser el imperio más poderoso de Occidente. ¿Sobre qué base económica experimentó ese pueblo semejante evolución? Sobre el trabajo esclavo del que le abastecieron las expediciones militares expansionistas de su ejercito, compuesto por campesinos libres.
Según reporta Karl Kautsky en: “Orígenes y fundamentos del Cristianismo” (1908) que tenemos fresco en nuestra memoria, a medida que se expandía el imperio y el trabajo esclavo fue desplazando al pequeño campesino tributario según pasaba a engrosar las filas del ejército, se paralizó el progreso tecnológico aplicado al trabajo agrícola, dado que la mano de obra esclava resultaba más barata, no solo porque era relativamente superabundante, sino también porque al esclavo no solo se le limitaba al mínimo necesario de subsistencia, sino que se le podía hacer trabajar hasta extenuación mortal. Para justificar ese hecho, el derecho romano instituyó el “ius utendi et ius abutendi” o derecho al uso y abuso de la propiedad sobre esos instrumentum vocale (instrumentos que hablan) que, según Aristóteles eran los esclavos, considerando la propiedad sobre ellos como un “derecho natural” de los amos [2] .:

<<Además, abrumado por el trabajo, de existencia breve y despojado de vida familiar, el esclavo no se hallaba en condiciones de adquirir ni trasmitir ningún oficio, aun cuando hubiese sido estimulado a hacerlo. De aquí que el trabajo servil obstruyese el mejoramiento de la técnica. Los hombres libres no tenían interés en unirse con los esclavos en contra de sus explotadores comunes. Más bien, su designio era adquirir sus propios esclavos, y a ello podían aspirar en tanto éstos fueses baratos. La fuente principal de abasto de esclavos era el rapto y la conquista (de territorios). Así, además de impedir el aumento de la riqueza, la esclavitud propendía a su aniquilamiento a través de guerras….>> (George Thomson: “Los primeros Filósofos” Cap. IX Aptdo. 6)

Y dado que la relación de producción esclavista estuvo basada en la dependencia personal absoluta y directa del esclavo al amo, la finalidad de la explotación de esclavos no pudo ser la acumulación de valor —como en el capitalismo— sino, en todo caso, el simple atesoramiento de dinero como baluarte de poder y disfrute de la riqueza producida que se podía obtener a cambio, de modo que a mayor lujuria de los amos dedicados a la usura y al comercio, mayor miseria de los esclavos y, a la postre, con las guerras de conquista como único medio de aprovisionamiento de esclavos, ruina de las familias campesinas tributarias.
En una economía básicamente rural, es el excedente extraído al campesinado lo que sostiene a las sociedades urbanas y su red de comercio regional e internacional. En condiciones de concentración latifundista para la explotación de esclavos, los campesinos son muertos o arruinados por las guerras de conquista; se endeudan y pierden sus tierras o se vuelven arrendatarios. Sufren la competencia de los latifundios esclavistas que emplean mano de obra más barata, y soportan el peso agobiante y expropiatorio de los impuestos.
Y en efecto, a medida que la base social del ejército se iba diezmando en los frentes de lucha y se agotaban las posibilidades de reemplazo en la retaguardia, la tendencia al expansionismo para la provisión de esclavos fue crecientemente sofocada por la pujanza de los ejércitos bárbaros, al tiempo que los gastos de las expediciones militares sobrepasaban los ingresos del Estado en concepto de tributos de las clases subalternas. (campesinos libres y esclavos libertos).
Así, con la detención de la expansión por déficits crecientes en el tesoro imperial, se restringió el comercio exterior y el abastecimiento de esclavos se tornó cada vez más escaso y oneroso. De este modo, el Imperio empezó a retraerse territorialmente y a empobrecerse económicamente, al tiempo que la población descendía mermando la disponibilidad de campesinos productores y soldados. En semejantes condiciones, frente a la amenaza bárbara, el Imperio no pudo menos que defenderse mediante guerras costosas, sin victorias considerables y definitivas, hasta verse cada vez más precisado a comprarle la paz a los bárbaros.
El resultado de esta lógica objetiva fue que, en vez de reclutas campesinos, el ejército se compuso cada vez más de mercenarios y bárbaros, con serio peligro para la necesaria cohesión entre sus filas, donde empezaron a predominar las conspiraciones entre la oficialidad, lo cual condujo a la anarquía disolvente. .
En cuanto a la cohesión política del Imperio en su conjunto, el derroche de los nobles en el poder, llamados honestiores, agrandó el desequilibrio presupuestario del Estado entre ingresos gastos, brecha que se pretendió estrechar mediante una mayor presión impositiva sobre una menor capacidad contributiva. Así fue como el imperio comenzó a desintegrarse: desde fines del siglo II comenzaron las devaluaciones monetarias, y en el curso del siguiente se fueron evidenciando los síntomas de la disgregación social y de la fragilidad del edificio político.
Así, el agotamiento de la fuente de mano de obra esclava ante la paralización de las conquistas de nuevos territorios en medio de conspiraciones internas, anarquía en el seno del ejército y rebeliones por parte de esclavos huidos, desertores del ejército y campesinos arruinados, tal fue el caldo de cultivo de nuevas relaciones de producción y de una concepción del mundo alternativa que acabó con el politeísmo como reflejo en la mente humana de la economía de trueque, dejando paso al monoteísmo cristiano, expresión religiosa de una economía que había pasado a basarse en el dinero como universal abstracto o representación general de todos los trabajos y mercancías particulares, lo cual indujo a reemplazar todos los dioses particulares por un Dios universal que adoptó distintos nombres en otras tantas culturas. Dicho de otro modo, cuando las distintas magnitudes de valor contenido en las mercancías, pasaron a ser representadas por el dinero como medio universal de cambio y unidad de cuenta, esta síntesis de lo múltiple en lo uno reunió todas las condiciones para que, en la superestructura religiosa, el politeísmo acabara cediendo el paso al predominio de las religiones monoteístas.
El hacer posible la necesidad del cambio revolucionario superador del esclavismo en el Imperio Romano, tuvo sus primeras manifestaciones en las disputas intestinas entre las clases dominantes, en la creciente debilidad del ejército cada vez más desbordado por los pueblos bárbaros, y en las revueltas de esclavos evadidos de sus amos, desertores del ejército y campesinos arruinados. Esta última manifestación fue la base social del movimiento de los Bagaudas, también llamados “humiliores”.
Aliados coyunturales de los pueblos bárbaros, los Bagaudas aparecieron identificados a menudo en las fuentes, bajo el nombre de ladrones, esclavos rebeldes, plebe indócil, etc. Habían causado ya graves problemas en el Siglo III siendo sofocados con cierta facilidad por las huestes del emperador Maximiano. Pero en los comienzos del Siglo V este movimiento volvió a aparecer en las Galias y en Hispania.
En África, este movimiento de desarraigados rebeldes —denominados circumcelliones— se extendió por las provincias africanas del Imperio, a caballo de un enfrentamiento entre la Iglesia católica y el movimiento hereje de los llamados “donatistas”, fracción con la cual los circumcelliones se aliaron no precisamente por razones religiosas. En realidad, la hostilidad de los Bagaudas hacia la Iglesia católica y el enfrentamiento con el alto clero, respondió más bien a la condición de grandes propietarios de muchos obispos y a que se identificaban con la política oficial del Imperio.
Con clara conciencia de tener por sus principales enemigos al Estado romano y los grandes terratenientes, los Bagaudas esperaron encontrar una ayuda en las invasiones de los bárbaros que, ciertamente, a veces obtuvieron. La alianza de estos sectores oprimidos y rebeldes con los bárbaros, explica, en algunos casos, el éxito de las invasiones, lo cual sin duda aceleró la decadencia del Imperio. Tan es así, que frente a las revueltas de los Bagaudas y al peligro que suponía su colaboración con los bárbaros, las oligarquías del Imperio Romano Occidental eligieron el mal menor, aliándose con la aristocracia de las tribus bárbaras, para que sus fuerzas militares federadas reprimieran las revueltas de estos humiliores. E incluso en muchos casos prefirieron entregar parte de sus tierras a los bárbaros antes que arriesgarse a perderlas todas.
Estos fenómenos políticos estuvieron, pues, objetivamente determinados por las relaciones de producción esclavistas que trababan el desarrollo de las fuerzas sociales productivas encarnadas en los campesinos y en los esclavos, víctimas ambas clases de las relaciones de producción esclavistas.

SEÑORES Y SIERVOS

En cuanto al modo de producción feudal, se caracterizó por la división de la tierra entre el mayor número posible de siervos trabajando en régimen de subsistencia, de modo que el poder de cada señor feudal y de sus respectivos soberanos, no dependió tanto de la superficie de las tierras en propiedad como del número de súbditos campesinos tributarios trabajando en ellas.
La decadencia del sistema feudal comenzó al mismo tiempo que se gestó la acumulación originaria de capital por parte de la incipiente burguesía comercial. ¿En qué consistió esta acumulación de capital íntimamente vinculada a la decadencia del feudalismo? En el proceso lógico-económico e histórico-político, determinado por el desarrollo de las fuerzas sociales productivas al interior de las relaciones feudales de producción. Este desarrollo de las fuerzas sociales productivas, fue el que acabó transformando a los trabajadores del campo y de las ciudades, primero en productores libres y finalmente en asalariados.
La primera transformación se operó por intermedio de las luchas políticas de los siervos en el campo y las ciudades, quienes aspiraban a convertirse en campesinos y artesanos libres:

<<En Inglaterra la servidumbre de la gleba, de hecho, había desaparecido en la última parte del siglo XIV. La inmensa mayoría de la población se componía entonces —y aún más en el Siglo XV— de campesinos libres que cultivaban su propia tierra, cualquiera que fuere el rótulo feudal que encubriera su propiedad…>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XXIV.2)

La segunda transformación —que alumbró la sociedad capitalista— se operó mediante la usurpación política violenta en combinación con las fuerzas del mercado. Lo primero especialmente en Inglaterra y lo segundo especialmente en Francia y demás países europeos. Con esto queremos decir que las luchas políticas de los siervos en el campo y de los artesanos en las ciudades para devenir en trabajadores libres —y su posterior conversión a la condición de asalariados— fueron un ciego o inconsciente instrumento de las fuerzas sociales productivas que, encarnadas en estas dos categorías sociales subalternas, actuaron durante todo ese período histórico al interior de las relaciones feudales de producción hasta acabar trascendiéndolas para forjar las nuevas relaciones de producción capitalistas.
En efecto, la transformación de los siervos de la gleba en productores libres, tuvo lugar en Europa entre los siglos XIII y XIV, es decir, entre los años 1200 y 1300 de nuestra era. ¿Qué había pasado para que esa primera transformación necesaria fuese realmente posible? Que entre el siglo X y finales del Siglo XIII, la Europa de ese período fue escenario de lo que se conoce como “primera revolución industrial primitiva”, consistente en la introducción de innovaciones tecnológicas que permitieron el aprovechamiento de las fuerzas fluvial y eólica, lo cual dio pábulo a que la energía hidráulica se propagara rápidamente en Inglaterra, donde ya a mediados del Siglo XI había 6.000 molinos hidráulicos y, de aquí, al resto de Europa. Un poco más tarde, se consiguió aprovechar la fuerza del viento, y en el Siglo XII empezaron a funcionar los primeros molinos impulsados por esa fuerza, época en la que también comenzó a aplicarse la técnica agrícola de rotación trienal de cultivos para mantener la feracidad de la tierra.
Este progreso de las fuerzas sociales productivas que supuso un incremento de la producción por encima de las propias necesidades de sus productores, acabó con la economía autosuficiente de subsistencia predominante en la sociedad feudal temprana, cuyas familias campesinas, como siervos de la gleba, tributaban parte del producto de su trabajo al señor, base económica de ese histórico modo de producción.
En virtud de aquella revolución industrial primitiva, los intercambios mercantiles de los excedentes, que durante la temprana Edad Media fueron una actividad marginal, a partir de los siglos XII y XIII pasaron a ser cada vez más dominantes según se incrementaba la producción excedentaria y los siervos luchaban contra sus señores por convertirse en campesinos libres, que aspiraban a vender sus propios excedentes en el mercado. Así, como resultado de estos cambios en la base material de la sociedad, ocurrió que:

<<En Inglaterra, la servidumbre de la gleba, de hecho, había desparecido en la última parte del siglo XIV. La inmensa mayoría de la población se componía entonces —y aun más en el Siglo XV— de campesinos libres que cultivaban su propia tierra, cualquiera que fuere el rótulo feudal que encubriera su propiedad.>> (K. Marx: Op. Cit.)

Pero estos mismos excedentes y la proliferación cada vez más generalizada de los intercambios mercantiles —a caballo del desarrollo de las fuerzas productivas aplicadas a los medios de transporte navales— no solo diezmaron a la vieja aristocracia en guerras desencadenadas entre los distintos reinos por el dominio de los mercados de ultramar, sino que, en medio de toda esa vorágine provocada por el capitalismo comercial, el poder impersonal del dinero acabó dejando atrás al viejo poder personal de los señores feudales sobre sus siervos, sustentado en los títulos territoriales y el número de campesinos que tributaban trabajando en las tierras de cada uno de ellos. Este poder del dinero en el que se disolvieron las relaciones de dependencia personal directa de los siervos en las cuales descansó el poder feudal de los señores, se puso por primera vez de manifiesto en Inglaterra con el florecimiento de la industria de la transformación de la lana en Flandes, lo cual motivó que la aristocracia Inglesa decidiera despoblar sus tierras de campesinos tributarios para poblarlas de ovejas, incluidas las tierras comunales y hasta las de la propia Iglesia. Tal fue el proceso que estuvo en el origen del proletariado rural y urbano moderno:

<<La expoliación de los bienes eclesiásticos, la enajenación fraudulenta de las tierras fiscales, el robo de la propiedad comunal, la transformación usurpatoria practicada con el terrorismo más despiadado de la propiedad feudal y clánica en propiedad privada moderna, fueron otros tantos métodos idílicos de la acumulación originaria. Esos métodos conquistaron el campo para la agricultura capitalista, incorporaron el suelo al capital y crearon para la industria urbana la necesaria oferta de un proletariado enteramente libre (libre de sus propios medios de producción)>> (K. Marx: Ibíd.)

Todos estos movimientos cuyas fuerzas sociales acabaron suplantando las relaciones de producción feudales por las capitalistas, también estuvieron objetivamente determinados. ¿Por qué causa? Por el progreso de la producción social en contradicción cada vez más explosiva con las relaciones de producción feudales hasta entonces dominantes. De esta relación contradictoria entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción que se habían convertido en un obstáculo a su desarrollo, surgió la fuerza social que provocó el cambio revolucionario de tipo capitalista. Esa fuerza social fueron los campesinos de la gleba y los artesanos de las incipientes ciudades. Pero el resultado de estas luchas fue capitalizado por la burguesía, transformando a campesinos y artesanos libres en proletarios, para los fines —también objetivamente determinados— de la acumulación de capital.
Por tanto, el vector histórico de todo este proceso, no fue la lucha de clases, sino el desarrollo inconsciente o ciego de las fuerzas sociales productivas. Este desarrollo fue el que agudizó las contradicciones con las relaciones de producción realmente existentes, las convirtió en luchas políticas y, finalmente, consiguió hacerlas sintetizar en una nueva organización económica, social y política, es decir, nuevas relaciones sociales de producción —burguesas— nueva cultura y un nuevo tipo histórico de Estado, el Estado capitalista. Todo ello acorde con ese desarrollo alcanzado hasta entonces por las fuerzas productivas, que ya no cabían o no podían ser contenidas dentro las relaciones de producción feudales.
Con esto queremos significar que, en la sociedad de clases, las luchas sociales no han determinado el curso de la historia, sino que —como han demostrado Marx y Engels que nosotros parafraseamos aquí— la dirección y el sentido de ese curso histórico estuvo y sigue estando objetivamente determinado por las contradicciones operadas en la base material de la sociedad humana en cada período de desarrollo de sus fuerzas productivas, sucesivamente encarnadas en determinadas clases que han sido arrastradas a esa tarea histórica, en contradicción con las relaciones de producción existentes ya caducas.
Si UD. puede demostrar que esto no es ni ha sido así; si es capaz de demostrar que la lucha de clases no tiene su principio activo en las contradicciones de la base económica dominante en cada período del desarrollo histórico de la humanidad, expóngalo. De lo contrario no encubra UD. su carencia de fundamentos recusando a Marx y Engels por lo que presuntamente “creyeron”, en lo que según UD. “confiaron” o “apenas imaginaron”. Porque éste método andrajoso de apelar a la evidencia empírica para desacreditar una línea de pensamiento científico en la conciencia de quienes leen sus trabajos, es exactamente el mismo que los clérigos del Tribunal del Santo Oficio esgrimieron contra Galileo en su tiempo, sosteniendo que, de ser cierta su teoría heliocéntrica, deberían percibirse las vibraciones de la traslación y rotación terrestre. Un procedimiento tan contrario a los fines de la revolución por el lado de la impaciencia voluntarista de que hace UD. gala tan irresponsablemente, como el de los reformistas a quienes UD. misma denuncia. Porque el argumento de ambas tendencias políticas es, esencialmente, el mismo. Como que las dos apelan a la certeza sensible como único criterio de verdad.
Ninguna clase social se ha creado de la nada ni ha entrado por sí misma en la historia, sino que han sido creadas y actuaron por designio de las fuerzas productivas que para sí se dieron determinadas relaciones de producción. Al interior de esa unidad contradictoria hubo siempre, con distintos rótulos, una clase de propietarios que encarnaron o representaron social y políticamente las relaciones de producción realmente existentes, y otra clase de no propietarios, también con distintos rótulos según su carácter determinado por la naturaleza de las específicas relaciones de producción realmente existentes, que representaron a las fuerzas productivas en cada período del desarrollo de la humanidad. Todo esto sucedió por completo a espaldas de los seres humanos que pasaron a encarnar esas clases y a protagonizar el drama histórico de la contradicción entre fuerzas productivas y sus correspondientes relaciones de producción; unas clases empujadas por la contradicción en el sentido de conservar las relaciones de producción existentes ya caducas, y otras empujadas por la misma contradicción material a trascender tales relaciones.
En la decadente sociedad feudal, la categoría social revolucionaria fundamental que encarnó el desarrollo de las fuerzas productivas y lideró el proceso de trascender históricamente al feudalismo fue la burguesía, proceso que duró más de ochocientos años desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, con el surgimiento del capital bancario, la génesis del arrendatario capitalista y del capitalista industrial.
¿Lucharon los burgueses propiamente dichos —como UD. entiende la lucha— durante todo ese tiempo? Lo hicieron por ella los campesinos siervos de la gleba y los artesanos de las incipientes ciudades, reivindicando pasar a la condición de trabajadores libres en régimen de intercambio mercantil simple de sus excedentes, antes de que el mercado acabara convirtiéndoles en proletarios y el intercambio mercantil simple se subsumiera en el intercambio capitalista dominante. En Inglaterra, como hemos visto, la tarea de convertir a los campesinos libres y artesanos —bajo tutela feudal— en proletarios, fue cumplida por los aristócratas terratenientes inducidos por la burguesía comercial. ¿Dejó la burguesía inglesa de ser, por eso, la clase revolucionaria fundamental pionera y beneficiaria directa del capitalismo que todavía solo palpitaba en el subsuelo de la sociedad feudal durante esa etapa de la historia? Conteste UD. a estas preguntas.
Los intereses encarnados en las distintas fracciones propietarias del capital existente al interior de la sociedad feudal, tuvieron un fuero especial en las instituciones políticas estamentales de la nobleza, que fue lo que se conoció como Tercer Estado, separado aunque en unidad política contradictoria con el Estado de la nobleza y el Estado del clero.
¿Qué fuerza histórica es la que consiguió que los burgueses —junto con su intelectualidad— pudieran tener a partir del Siglo VIII un fuero político especial al interior de las instituciones estamentales del feudalismo residual? La fuerza del dinero. Pero no solo como medio universal de cambio que corresponde a la etapa precapitalista del intercambio mercantil simple, sino como capital, es decir, como intercambio entre el dinero de los burgueses propietarios de los medios de producción y la fuerza de trabajo de aquellos trabajadores libres convertida en mercancía, en virtud de haber sido despojados ya de sus medios de producción: los asalariados no propietarios sujetos a la forma de intercambio típicamente capitalista.

BURGUESES Y PROLETARIOS


Así fue cómo, en la llamada sociedad moderna, la clase revolucionaria fundamental pasó a ser el proletariado. Y no porque luche más o menos —que nunca ha dejado de luchar, porque la burguesía tampoco dejó un solo momento de inducirle a ello— sino porque es la encarnación social de las fuerzas productivas, destinada, por tanto, a trascender históricamente las relaciones reproducción de la sociedad actual.
Y esto del destino previsible aunque no manifiesto de una determinada clase social, para el Materialismo Histórico no es una escatología religiosa, sino una previsión científicamente fundada una vez descubierta la lógica del capital, cuyo principio activo consiste en apoderarse de la mayor cantidad posible de trabajo necesario, para convertirlo en excedente a los fines de la acumulación. Parta UD. de este principio con la metodología de pensamiento propuesta por Marx en el punto 3 de su “Introducción General a la Crítica de la Economía Política”, y verá que el resultado de esa lógica niega rotundamente todas sus infundadas afirmaciones.
De este principio activo rigurosamente científico se desprende que, para el proletariado, la burguesía es, en todo momento, una condición o límite a superar históricamente según las exigencias contenidas en la específica lógica contradictoria del capitalismo. Y esto es algo que el proletariado siente, lo percibe empíricamente, lo cual explica la dialéctica entre estas dos clases. Pero nada más. Si no hubiera más razones que ésta de la percepción sensible, la lucha del proletariado quedaría ideológica y políticamente comprendida en la secuencia con que Bertolucci da término a su conocida obra: “Noveccento”, tal como allí nos muestra al obrero y al patrón, andando a los empujones por la vía del capitalismo, sin salirse de ella.
El problema del carácter revolucionario del proletariado no se puede resolver, pues, empíricamente, comprobando por esa vía elemental y engañosa del conocimiento, el hecho de que, si en un determinado lapso de tiempo fijado por cada observador, esta clase no logra sacudirse a su contrario en franca decadencia, deja de ser una clase revolucionaria. Esto es lo que ha hecho UD. Con esa misma lógica empírica indigente que UD. ha aplicado al proletariado, en el siglo IV alguien podría decir lo mismo de los Bagaudas, o de la burguesía en el Siglo XVI, a la vista de que las cosas parecían seguir su curso sin solución de continuidad.
Para resolver el problema del carácter revolucionario del proletariado, hay que haber urgado muy metódica y meticulosamente con el pensamiento en la naturaleza del sistema, tal como ha hecho Marx en sus “Teorías sobre la plusvalía”, en sus “Grundrisse” y “El Capital” con la ayuda inestimable de Engels. Y UD. no da muestras de haber pasado por ahí. Aquí es donde radica la debilidad y la inconsistencia de su discurso. Porque, como bien dijera Rosa Luxemburgo aun cuando equivocara el fundamento:

<<Sin la tendencia al derrumbe del capitalismo, el socialismo vería desaparecer bajo sus pies el suelo granítico de la necesidad histórica objetiva>> “La Acumulación del Capital” Apéndice: Una anticrítica)

Para una exposición polémica sobre este importantísimo y trascendente asunto de la tendencia objetiva al derrumbe del capitalismo en nuestra Web ver:

http://www.nodo50.org/gpm/derrumbe/00.htm
http://www.nodo50.org/gpm/necesidad-comunismo/26.htm
http://www.nodo50.org/gpm/necesidad-comunismo/00.htm

La insuperable mediocridad de la burguesía, como pensaba Balzac y Don Fabricio, el personaje creado por Lampedusa en “El Gatopardo”; sus “hecatombes y matanzas millonarias”, el “holocausto judío” etc., etc. Tales son los argumentos en que UD. basa la necesidad de acabar con el capitalismo. Como si fuera una novedad que esta clase ha venido al Mundo “manando sangre y lodo de la cabeza a sus pies”. ¿Dejó por eso la burguesía de ser revolucionaria? ¿Dejó de serlo, por ejemplo, cuando —mediante la energía del vapor aplicada a las hilanderías localizadas en Lancashire a caballo de la libertad de comercio— la burguesía inglesa pudo dejar en la indigencia a millones de seres humanos organizados hasta entonces en aquellas “comunidades primitivas semibárbaras y semicivilizadas….”? No, porque:

<<….al hacer saltar su base económica, (produjo) así la más grande y, a decir verdad, la única revolución social que jamás se ha visto en Asia.>> (K. Marx: “La dominación británica en la India

La necesidad de superar el capitalismo no radica en los fenómenos de su fase tardía que UD. menciona, sino en su causa orgánica: la irresistible tendencia objetiva al descenso histórico en su tasa media general de ganancia. Ciertamente la burguesía caerá por mediación de tales fenómenos tangiblemente verificables, pero esa no será la fuerza telúrica o causa formal que le haga caer. Del mismo modo que el feudalismo no desapareció por las crueldades, matanzas e injusticias de la nobleza y el clero, cuyas víctimas si es que no se han podido contar por tantos millones como el holocausto al que UD. se refiere, solo se explica por el atraso relativo de las fuerzas productivas aplicadas a los instrumentos de muerte en aquella época.
Según lo expuesto muy resumidamente hasta aquí y más allá de las tropelías cometidas por aristócratas, reyes y clérigos, para nosotros —siguiendo el pensamiento de Marx y Engels— el proletariado surgió en Europa durante la segunda mitad del siglo XIV, cuando la burguesía comercial llevaba ya dos siglos de existencia. Y durante todo el siglo siguiente esa clase sometida formalmente al yugo de la burguesía siguió siendo una parte muy pequeña de la población, no sólo en Inglaterra, Francia, Holanda y Bélgica, sino todavía más en el resto menos desarrollado de Europa.
Ese atraso absoluto de las fuerzas productivas se expresó en que la composición orgánica del capital —como relación porcentual entre el valor invertido en medios de producción y salarios— era muy baja, con lo que el capital global crecía o se acumulaba, más por adición de empleo extensivo en mano de obra, que todavía era naturalmente escasa. Consecuentemente, la mayor parte del valor producido en cada jornada de labor, debía destinarse al fondo de consumo de los asalariados en detrimento del plusvalor. De ahí que para incrementar su fondo de acumulación, los burgueses debieran apelar a la extensión de la jornada de labor individual, lo cual determinó la inmediata respuesta de los asalariados.
Esta lucha acabó traduciéndose en una Ley que fijó el límite de la jornada de labor en 12 Hs. No porque la burguesía demostrara ser sensible a los DD.HH., sino porque las jornadas de 14 y hasta 16 Hs. estaban diezmando a las familias proletarias. Y estos límites legales a la extensión de la jornada de labor fueron la causa y estímulo que indujo en la burguesía a responder con el desarrollo tecnológico aplicado a los medios de trabajo, lo cual resultó en un progreso de la fuerza productiva del trabajo social.
De este modo, la explotación del obrero dejó de basarse en la extensión de la jornada colectiva e individual de labor —o sea en el “plusvalor absoluto”—, para poner el acento en la productividad, que reduce el tiempo de la jornada en que los asalariados producen para sí mismos, lo cual redunda en un aumento del plusvalor, por eso llamado “plusvalor relativo”. Un método que no merma el nivel de vida de los asalariados, pero redunda en detrimento de su participación en el producto de su trabajo con cada progreso en los índices de productividad, es decir, en un mayor empobrecimiento relativo.
Y esto la burguesía pudo y puede seguir haciéndolo empujada por la lógica del sistema, mediante un creciente incremento en los ritmos de trabajo —determinados por el progreso técnico aplicado al capital fijo— que tapona los poros de tiempo muerto entre una operación y otra de cada proceso de trabajo. Esto revierte en una mayor explotación en términos de intensidad, esto es, mayor producción por unidad de tiempo empleado.
Pero el progreso técnico incorporado al capital fijo, al mismo tiempo que permite acelerar los ritmos de trabajo para obtener una mayor producción por unidad de tiempo, también supone una inversión todavía mayor en materias primas y auxiliares, al tiempo que el incremento de productividad basado en la aceleración de los ritmos de trabajo, revierte en un menor empleo relativo de mano de obra y en un cada vez menor incremento de la inversión en salarios.
De este modo, el empleo aumenta, pero cada vez en menor proporción respecto del incremento de la inversión en capital constante (capital fijo + materias primas), necesario para obtener un crecimiento del plusvalor relativo, que por esa misma lógica del capital se torna también cada vez más exiguo según progresa la acumulación y el tiempo de trabajo necesario de la jornada de labor —que todavía no se ha convertido en plusvalor para los fines de la acumulación— se reduce necesariamente.
En todo este proceso se verifican luchas defensivas del proletariado para evitar que una parte alícuota cada vez mayor del producto de su trabajo, se convierta en plusvalor en detrimento de su salario relativo, aunque sin poder evitarlo. Hasta que el progreso de la acumulación provocado por el incremento de la productividad del trabajo, llega a un punto, en que el cada vez menor incremento de plusvalor no alcanza a compensar la enorme masa de capital acumulado, y a la burguesía no le queda otra salida que atacar no solo las condiciones de trabajo de los asalariados, sino sus propias condiciones de vida, reduciendo su salario real. Y en éstas estamos. Para el caso español, ver: http://pc1406.cps.ucm.es/
Una vez más, se demuestra que la lucha de clases estuvo y está objetivamente determinada por la base material de las relaciones de producción dominantes en contradicción con las fuerzas sociales productivas. ¿Puede negar UD que en este pasaje del plusvalor absoluto al plusvalor relativo estuvieron comprometidas las luchas del proletariado? ¿Puede igualmente negar que los episodios de lucha protagonizados por el proletariado internacional, estuvieron y siguen estando objetivamente determinados? ¿Puede, finalmente, negar UD. que estas luchas acercan el horizonte del derrumbe capitalista?

 

LA VIRTUD REVOLUCIONARIA DE LA PACIENCIA FUNDADA EN EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO DE LA REALIDAD CAPITALISTA


Recién en el momento de la historia moderna, en que la burguesía empezó a explotar trabajo ajeno mediante la extensión de la jornada colectiva e individual de labor y no antes, el proletariado comenzó a tener memoria de sus luchas. Aunque no es menos cierto que los depositarios de esa memoria no pudieron ser los asalariados sino la intelectualidad revolucionaria, definida como tal no por su extracción de clase proletaria, sino por su conocimiento científico de la realidad capitalista a transformar. Pero no solo por esto, sino por demostrar ser verdadera continuidad dentro de la necesaria discontinuidad de la lucha política de clases, algo que a UD. parece no caberle en la cabeza.
Y esta memoria se generó sin que la burguesía se hubiera constituido aun en clase políticamente dominante, ni siquiera a escala Europea, tarea que recién pudo completar solo parcialmente en la década de los años veinte del pasado siglo, cuando el proletariado ya había pasado por dos intentos infructuosos de arrebatarle el poder a la burguesía, en 1848 y 1871, y la tan breve como desafortunada pero no menos aleccionadora experiencia de la Rusia Soviética entre 1917 y 1924, pasando por la revolución alemana de 1918, episodios de los que UD. parece no haber aprendido nada dado que los exhibe como prueba que desacredita al proletariado como clase revolucionaria.
Es decir, más de quinientos años después de su nacimiento como clase al interior de la decadente sociedad feudal, la burguesía no había podido constituirse en clase dominante siquiera en Europa, período durante el cual fue incapaz de superar la superestructura jurídico-política de la sociedad feudal en no pocos países. Pero, a despecho de semejante enseñanza de la historia, UD. desespera de que el proletariado sea la clase revolucionaria fundamental, porque seguir soportando solo siglo y medio de decadencia del capitalismo le parece demasiado. Vaya por Dios, Aurora. ¿Es UD. proletaria? Si lo es, demuestra tener muy poca paciencia. La misma urgencia de protagonismo que reclamaron para sí dos oponentes de Marx y Engels como UD. ahora.
Hablar de siglo y medio quiere decir ubicarse en 1850, año en que la burguesía europea consiguió derrotar la revolución proletaria iniciada en ese continente dos años antes. Como ha venido sucediendo invariablemente bajo semejantes circunstancias, la “Liga de los Comunistas” alemanes quedó por entonces dividida en dos fracciones. Una de ellas estaba dirigida por Willich y Schapper, cuyos miembros, puestos por completo de espaldas a las condiciones surgidas de esa derrota del proletariado, habían renunciado a los principios más elementales del Materialismo Histórico al sostener la posición ideal-voluntarista de tomar el poder inmediatamente aun a costa de tener que resignar el programa proletario al programa de la pequeñoburguesía, dado que el proletariado alemán y austriaco seguían siendo todavía más ultraminoritarios que el inglés, el francés, el holandés y el italiano. Así resumió Marx la posición de sus adversarios según quedó reflejado en el Acta de la reunión del Comité Central celebrada el 15 de setiembre de 1850:


<<En lugar de de las ideas materialistas del Manifiesto se han destacado las idealistas. En lugar de los condicionamientos reales, se ha destacado la voluntad como aspecto principal de la revolución. Mientras nosotros decimos a los obreros: “Tendréis que soportar 15, 20, 50 años de guerra civil (y evidentemente se quedó corto) para poder cambiar la situación, para capacitaros vosotros mismos para el gobierno”, se ha dicho: “Tenemos que tomar el poder enseguida o ya nos podemos retirar”>> (Actas de la sesión del Comité Central 15709/1850. Lo entre paréntesis nuestro)


Esta misma impaciencia que por entonces embargó el espíritu de la fracción liderada por Willich y Schapper, es la misma que parece embargarle a UD. ahora. Ellos también decían que no querían entregarle el poder a la pequeñoburguesía. Pero en tales condiciones no podían hacer otra cosa. Lo que no entendieron, es que la revolución no es una simple cuestión de voluntad, de querer o no querer hacerla, sino que depende de determinadas condiciones que es necesario conocer antes de proponerse cualquier cambio político. Y en ese momento, la condición era que la correlación social de fuerzas no era favorable a los obreros alemanes. ¿Qué contestó Marx a semejante declaración de intenciones?:


<<Nos debemos a un partido que, por su propio bien, todavía no debe alcanzar el poder. Si el proletariado ocupara el poder, tomaría unas medidas claramente pequeñoburguesas, pero no proletarias. Nuestro partido sólo podrá hacerse cargo del gobierno cuando la situación permita que lleve a la práctica sus puntos de vista>> (Op. cit.)


¿Cuales eran las circunstancias o condiciones que, por entonces, impedían al proletariado en Alemania tomar el poder para empezar a llevar a cabo su programa? El hecho de que era todavía una clase minoritaria, relativamente muy poco numerosa respecto del campesinado.
Hoy día, hace tiempo que esta clase ha pasado a ser mayoría absoluta en el Mundo, de modo que la correlación social de fuerzas ha dejado de ser un problema. Sin embargo, tampoco en este momento puede el proletariado hacerse cargo del poder. ¿Cuál es el problema o la condición que se lo impide si ya no es de carácter social? La condición no es solo de carácter económico, sino que se combina con otra de carácter ideológico-política. La económica porque, como hemos dicho, la burguesía internacional no ha experimentado ninguna ruptura importante en su proceso de acumulación durante los últimos cincuenta años. La de carácter ideológico-política se creó a raíz de la derrota estratégica que acusó su conciencia colectiva usurpada durante años, en nombre del marxismo, por la ideología pequeñoburguesa del stalinismo tras la muerte de Lenin, condición que se vio reforzada durante la última década por un desplazamiento de la acumulación desde su centro de gravedad geográfico hacia su periferia, desde EE.UU. y Europa al llamado Tercer Mundo, con un fuerte impulso del proceso de acumulación operado en China, la India y el Sudeste Asiático. Estos hechos —que UD. tampoco releva en su pensamiento de propensión empirista— explican el largo impasse sin puntos de rupturas económicas y políticas significativas en las luchas del proletariado.
Y la resolución de este problema del reanimamiento en las luchas elementales contra el capital —como condición previa de las luchas políticas por el poder— estimada Aurora, no le corresponde resolverlo al proletariado espontáneo, sino, en primer lugar, al proceso de acumulación capitalista internacional y, de momento, en segundo lugar, a militantes supuestamente revolucionarios todavía dispersos.
Por tanto, no mate UD. al mensajero mientras se mira el ombligo con arrogante complacencia, y dirija su crítica un poco más hacia sí misma y los suyos, porque hay razones para ello, las poderosas razones del Materialismo Histórico, teoría revolucionaria que UD., por lo visto ningunea, emulando a la intelectualidad burguesa más rancia. Una teoría que deberemos aplicar a la realidad actual del capitalismo, uniéndonos en torno suyo si es que, de verdad, queremos contribuir eficazmente a la tarea de conseguir todo lo que UD. con tanta impaciencia como disipada energía parece desear. Aunque no vivamos para verlo.
No malgastemos ese valioso esfuerzo queriendo inventar la pólvora en materia teórica sin aplicarlo antes a conocer el poderoso arsenal creado por Marx y Engels. Que si no hubieran sido ellos, esa tarea la hubieran cumplido otros. Porque una vez que el capitalismo convirtió la fuerza de trabajo en mercancía, estuvieron dadas al pensamiento social todas las condiciones que permiten comprender el capitalismo, como requisito necesario para subvertirlo, contribuyendo políticamente a mitigar y acortar el parto socialista. Y no sólo eso, sino que la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía, sirvió también para comprender la naturaleza de las sociedades pretéritas, esto es, para elaborar, por primera vez, una Teoría Científica de la Historia, mal que les pese a los miserables intelectuales corifeos a sueldo de la burguesía, que siguen sin darse por enterados.



LAS CRISIS: PUNTOS DE INFLEXIÓN EN EL PROCESO NECESARIAMENTE DISCONTINUO DE LAS LUCHAS OBRERAS.


A corto y mediano plazo, una vez más la fuerza que movilizará al proletariado espontáneo no será la vanguardia revolucionaria, sino el propio capital en su próxima crisis que ya se avizora, y que la burguesía ha conseguido alejar durante décadas haciendo que la nave del sistema flote sobre un cada vez más proceloso mar de deudas.
Y es que la función del dinero como medio de pago se contradice con su función como medio de circulación o de cambio. Y en esta contradicción del dinero que se opera en la esfera de la circulación de mercancías y servicios, descansa la posibilidad real de las crisis, aunque su necesidad anide en el proceso de producción de plusvalor. ¿En qué consiste esa contradicción del dinero que aflora cuando estallan las crisis? Veamos: Mientras los egresos de dinero por pagos se compensan con los ingresos de dinero por cobros en los distintos intercambios de mercancías y servicios, el dinero sólo funge o funciona como medio de cambio y circulación de tales mercancías y servicios. Pero cuando hay que hacer frente a pagos efectivos por compras sin la contrapartida de cobros por ventas, el dinero que se demanda para hacer frente a los pagos efectivos bajo la forma de deuda exigible, ya no actúa solamente como un simple medio de cambio, sino que pasa a convertirse en la encarnación individual del valor de las mercancías —vendidas y no vendidas— y naturalmente del trabajo social contenido en ellas. Frente a esta emergencia, el dinero se convierte en la existencia autónoma del valor, en la mercancía absoluta o por excelencia:


<<Es fundamento de la producción capitalista el que el dinero enfrente, como forma autónoma del valor, a la mercancía, o sea, que el valor de cambio deba adquirir una forma autónoma en el dinero (…) Esto debe revelarse en dos aspectos, y en especial en naciones desarrolladas de manera capitalista, las que en gran medida sustituyen al dinero, mediante operaciones de crédito, por un lado, y por el otro mediante dinero crediticio (letras de cambio). En tiempos de estrechez, cuando el crédito se contrae o cesa del todo (porque el dinero que se demanda para hacer frente a deudas exigibles generalizadas acaba atesorándose y desaparece de la circulación), el dinero se contrapone súbitamente a las mercancías como único medio y verdadera existencia del valor. De ahí la desvalorización general de las mercancías, la dificultad —más aun la imposibilidad— de convertirlas en dinero, vale decir, en su propia forma puramente fantástica.>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XXXII. Lo entre paréntesis nuestro)


O sea, que en las crisis, se pone en evidencia el hecho de que la ficción del dinero sustituye a la realidad del valor contenido en las mercancías. Tal es la síntesis resultante de la contradicción entre el dinero como medio de cambio y como medio de pago, conocida como crisis de dinero, fenómeno producido por las crisis comerciales y de producción. A esta crisis se llega por la exigencia generalizada de pagos efectivos sin la contrapartida de cobros. Esta exigencia hace aumentar la demanda de dinero para hacer frente a esos pagos, lo cual revierte en un alza súbita de las tasas de interés y en una devaluación generalizada de las mercancías, incluidos los salarios y los medios de producción (capital fijo y circulante), porque al haber menos dinero en circulación para representar la plétora de valor contenido en mercancías sin vender —porque se ha roto la cadena de cobros y pagos— bajan sus precios, es decir, se devalúa el capital existente, incluido el capital variable o salarios:

<<En tiempos de crisis, la demanda de capital de préstamo (para hacer frente a deudas exigibles) y, por ende la tasa de interés, alcanzan su máximo; la tasa de ganancia y, con ella, la demanda de capital industrial desaparecen prácticamente. En esos tiempos, cada cual solo pide prestado para pagar, para cubrir compromisos ya contraídos.>> (Op. cit.)


En el capítulo XXXIII del Libro III Marx explica el mecanismo mediante el cual las crisis económicas se traducen o expresan en crisis de dinero. Para ello, empieza por distinguir entre la función del dinero como medio de cambio en operaciones mercantiles reales, y el dinero como medio de pago en operaciones mercantiles crediticias, a través de las letras de cambio.
Para el caso del dinero que funge como medio de cambio en operaciones reales, Marx supone a un sujeto A que compra algo a otro sujeto B; con ese dinero, B compra a C; C, a su vez compra a D; D a E y E a F. Esto quiere decir, que la pieza de dinero que circula de A a F solo podrá ejecutar cinco recorridos, debiendo permanecer en reposo el tiempo que cada sujeto individual que ha vendido una mercancía, tarda en ponerlo otra vez en circulación mediante una compra de otra mercancía.
Ahora imaginemos que B deposita en su banco el dinero obtenido de A, y que su banquero, como intermediario financiero, presta ese dinero descontando una letra de cambio a C, quien con ese dinero le compra a D, y éste a su vez deposita el dinero en su banco. Finalmente el banquero de D le presta ese dinero a E, quien le compra a F. En este caso, la velocidad del dinero en cuanto mero medio de circulación o de compra, se halla mediada por varias operaciones de crédito: el depósito de B en su banco y el descuento de éste a favor de C; el depósito de D en su banco y el descuento de éste a E. Es decir, esa masa de valor en dinero no se halla mediada por cinco operaciones reales sino por cuatro operaciones de crédito. Sin estas operaciones de crédito, la misma pieza dineraria habría llevado a cabo cinco compras sucesivas en el lapso dado. El hecho de que, a través del crédito, la misma masa de valor en dinero haya cambiado de manos sin la mediación de una compra y venta reales, sino por mediación de depósitos bancarios y descuento de letras, ha acelerado aquí su cambio de manos en la sucesión de las operaciones reales:


<<La velocidad con que circula el billete en este caso, con que sirve para efectuar compras o pagos, está mediada por la velocidad con la cual retorna a alguien siempre en la forma de depósito, volviendo a pasar a manos de algún otro en la forma de préstamo. La mera economía del medio de circulación, aparece en su máximo desarrollo en la clearing house [cámara de compensación], en el mero intercambio de letras vencidas, y en la función predominante del dinero como medio de pago para la compensación de meros excedentes. Pero la propia existencia de estas letras de cambio, se basa, a su vez, en el crédito que se conceden mutuamente los industriales y comerciantes.>> (Ibíd)


De aquí se desprende la necesidad de una menor cantidad de dinero en circulación para garantizar las transacciones reales y los pagos.
Ahora bien, mientras los negocios discurran de tal modo que los adelantos efectuados por el descuento de letras refluyan al sistema bancario bajo la forma de depósitos —con lo cual el crédito permanece inalterado— la expansión y contracción de la circulación monetaria se rige con arreglo a las necesidades de los industriales y comerciantes.
Pero cuando estalla la crisis, el dinero como medio de circulación pasa a un segundo plano, al tiempo que su función como medio de pago se revela como el primer protagonista del drama social en el escenario de las crisis. Y dado que cada cual depende de otro (que le debe pagar) para poder ingresar en su cuenta el dinero que, a su vez le permita cumplir sus obligaciones de pago con un tercero, y ninguno de ellos sabe si estará en condiciones de hacerlo el día de su vencimiento….


<<…se produce una desesperada arrebatiña de los medios de pago que se hallan en el mercado, es decir, de los billetes de banco. Cada cual atesora tantos como pueda obtener y de este modo los billetes desaparecen de la circulación el mismo día en que más necesidad se tiene de ellos.>> (Ibíd)


Y, naturalmente, las crisis de dinero —como consecuencia de la ruptura en el eslabón más débil de la cadena entre cobros y pagos, que es la expansión de los negocios en base al crédito— estalla con mayor estrépito y consecuencias económicas, sociales y políticas, cuanto mayor es la masa de capital-dinero ficticio comprometido en el proceso de expansión del capital real global, más allá de sus propios límites económicos determinados por la tasa de ganancia, es decir, por la relación necesariamente descendente, entre el cada vez menor incremento relativo de la masa de plusvalor obtenido y el mayor aumento histórico de la masa de capital acumulado gracias a ese capital dinero-ficticio. Es decir, que las consecuencias de las crisis son más difíciles de superar, cuanto más haya podido la burguesía prolongar el proceso de acumulación como un continuo sin rupturas, a instancias del crédito. Simplemente porque la masa de capital que debe desvalorizarse por la crisis, o destruirse por las guerras que suelen suceder a las crisis, es mayor cuanto más se haya prolongado la acumulación en el tiempo mediante el dinero crediticio.
De momento no estamos en semejantes circunstancias. Pero todos los indicios apuntan a que la burguesía parece no poder evitar que ese horizonte se acerque peligrosamente. Tanto la Reserva Federal de EE.UU. como el Banco Central Europeo han reaccionado a crisis financiera de las hipotecas en EE.UU. bajando los tipos de interés, lo cual va necesariamente acompañado por una inyección adicional de circulante al mercado, supuestamente para contribuir, al menos, a mantener los niveles de actividad económica, de empleo y consumo-inversión, es decir, a dar continuidad al proceso de explotación del trabajo y acumulación de capital a escala Mundial.
El antecedente inmediato de este estallido hay que ir a buscarlo a las masivas inyecciones de dinero que la Reserva Federal introdujo en la economía norteamericana para salir de la recesión del 2001, que no fueron a parar a inversiones productivas —de riqueza y valores reales— sino a la especulación en bolsa que reemplazó al desinfle de las nuevas empresas vinculadas a la World Wide llamadas “puntocom”.
En efecto, con el beneplácito del por entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, el presidente George Bush ordenó una rebaja de impuestos presuntamente diseñada para reanimar la economía tras el reventón de la burbuja de Internet, pero que solo beneficio a los propietarios de rentas más altas. Tras ese error la FED bajó las tasas de interés hasta llegar al 1%, pensando que un incremento en la masa de dinero crediticio reanimaría la producción y elevaría el empleo.
El gobierno de Bush implementó aquí un falso Keynesianismo, porque Keynes siempre tuvo muy claro que la creación autónoma de dinero por parte del Estado, sea dándole a la maquinita o bajando las tasas de interés con la finalidad de inducir a un aumento sostenido de la actividad económica y de la acumulación, sólo es posible en condiciones de una tendencia al alza en la tasa de ganancia, es decir, si el estímulo de la propensión a invertir surge de la economía real. De lo contrario, esta creación de dinero resulta ser meramente inflacionaria: un incremento de la oferta monetaria que no se traduce en un aumento igual o mayor en la producción y el consumo, presiona los precios al alza, agravando a la postre más que resolviendo el problema. Es el fenómeno llamado “stangflación”: estancamiento y paro masivo con inflación de precios.
En este sentido, es de tener en cuenta que, entre 2003 y 2006, el consumo de los EE.UU. y el de los países de la UE, garantizó en gran medida la colocación de la producción de dos de los países con mayor crecimiento en el Mundo durante la última década, como son China e India. De modo que si esta crisis de dinero en Occidente se combinara con una sobreacumulación absoluta de capital en estos dos países más Korea, Japón y Taiwán, la crisis de dinero se globalizaría dejando al descubierto una crisis económica mundial de enormes proporciones, tan enormes como la inevitable desvalorización generalizada del capital acumulado excedentario, que los políticos de la burguesía —tanto a su izquierda como a su derecha— deberán gestionar, naturalmente a expensas de la desgracia general y el sufrimiento sin nombre de los asalariados, sus víctimas propicias de siempre, como ha venido sucediendo invariablemente durante el siglo y medio al que UD. se refiere. Y en semejantes condiciones, el destino del sistema dependería, una vez más, exclusivamente de la lucha entre las dos clases universales antagónicas.
En tiempos de relativa bonanza económica o incluso de lento crecimiento, los conflictos entre burguesía y proletariado siempre han sido de importancia social desigual, apareciendo dispersos en el espacio y el tiempo según la situación coyuntural en cada rama de la actividad económica o empresa, condición que facilita el control social y estabilidad política del poder burgués. Y en la etapa tardía del capitalismo, este control se ha visto reforzado por la colaboración objetiva más o menos diligente de los sindicatos, según su mayor o menor supeditación a los aparatos políticos del Estado capitalista a instancias de los subsidios. Estos períodos de normalidad económica y consecuente integración relativamente consensual de los explotados al sistema, han sido siempre de larga duración. De hecho, desde la Segunda Posguerra el capitalismo no ha conocido una interrupción de la acumulación homologable a la de 1929. Como decía Trotsky, “sólo a la larga va la revolución al encuentro de las masas, sólo a la larga”. Y desde luego que cuando dijo esto, Trotsky no estaba en modo alguno desvinculando la lucha de clases de su base económica.
Por tanto, todo este control de la burguesía se debilita en extremo cuando la fase económica depresiva se apodera de la sociedad, los conflictos inevitablemente se agravan con tendencia a sincronizarse globalmente —por la propia globalización del capital— y las luchas espontáneas del proletariado a expresarse en términos políticos.

SER EN SÍ, SER PARA SÍ Y CONCEPTO DE PROLETARIADO


UD. niega esta posibilidad en los siguientes términos:


<<La condición social proletaria, estructuralmente, en su esencia, es subordinada, para el capital, no hay en ella ningún potencial de autosuperación (como la dinámica D-M-D´ del capital) o cualquier otra como la llamada contradicción entre el carácter social de la producción y la apropiación privada, que es verdadera, pero que no obliga a la clase a superarla ni la clase tiene la capacidad para hacerlo (subordinada, sin dominio sobre medios de producción); y en cuanto a sus características como fuerzas productivas están condicionadas por el capital para su mejor servicio (la “organización científica” del trabajo), y para colmo, a diferencia de la burguesía con el feudalismo, los proletarios carecen de poder económico y sólo pueden conquistarlo con la revolución a la vez que eliminan el poder económico clasista.>> (“Proletariado: Pasado y futuro de una ilusión” III)


Aquí se admite, con Marx y Engels, la contradicción insoluble al interior de las relaciones de producción capitalistas, entre la creciente socialización del trabajo y la apropiación privada de los medios de producción. Pero al mismo tiempo, en contra de Marx y Engels, se afirma que el proletariado es estructuralmente incapaz de resolver esta contradicción, porque “no le obliga”, o sea, porque se conforma a ella. Si esto último es así, significa que el proletariado resulta ser de idéntica naturaleza social que la burguesía.
Sin embargo, contradictoriamente, en este mismo pasaje dice UD. que el proletariado “para colmo”, a diferencia de la burguesía en la sociedad feudal, el proletariado en la sociedad capitalista carece de poder económico, como si esa fuera una incapacidad del proletariado para emanciparse como clase de la burguesía.
Finalmente, en su otro trabajo, llega UD. a admitir que en sus reivindicaciones inmediatas e incluso en su lucha por el poder político, el enemigo principal del proletariado como clase es la burguesía, pero que durante la transición al comunismo el enemigo del proletariado deja de ser la burguesía y pasa a serlo su propia condición de clase:

<<Aunque en la lucha por sobrevivir y por el poder político, el enemigo principal de los proletarios sea la burguesía, en la lucha por su definitiva liberación, el enemigo principal de los proletarios por el comunismo no es el burgués, etc., sino su propia naturaleza, impulsos, condición de clase y el resto se deduce por añadidura.>> [“MILITANCIA, la crisis de finales de los 70 en España…” I a)]


O sea, que de todo lo dicho por UD. en “Pasado y presente de una ilusión”, se infiere que, el proletariado como clase es de la misma naturaleza que el capital y no tiene ningún potencial de autosuperación. Pero al admitir que no es una clase propietaria y por tanto, carente de todo poder económico, reconoce implícitamente, que la clase proletaria no es de idéntica naturaleza social que burguesía. Precisamente porque todas las clases dominanates que lo han sido se caracterizaron por ser clases propietarias de los medios de producción, el proletariado, carente de propiedad sobre cualquier medio de producción, es la negación social de todas esas clases.
Por último, en el pasaje que acabamos de transcribir reconoce UD. que en su lucha por sobrevivir y por el poder político, el enemigo principal de la clase obrera es la burguesía, aunque en la lucha por su definitiva liberación se tiene por enemiga a sí misma.
Si admite UD. que la clase obrera puede llegar a combatir por el poder político no pudiendo negar que históricamente así ha sido en el curso de la historia moderna, ésta es la evidencia empírica de que el proletariado no comparte la misma naturaleza de clase con la burguesía, sino que se distingue de ella también por esto. Éstas, en las que UD. ha incurrido, no son contradicciones dialécticas sino contradicciones en sus propios términos que nosotros dejamos a su cargo.
En realidad, el problema que el proletariado debe resolver históricamente —impulsado por el proceso de acumulación— está en que es y al mismo tiempo no es de la misma naturaleza que la burguesía. Lo es como “ser para sí” en tanto se reconoce como capital variable al interior de la relación capitalista. No lo es en tanto alcanza su concepto, esto es el conocimiento de su esencia como clase revolucionaria fundamental. En efecto, el proletariado, como un producto directo de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones capitalistas de producción, no puede dejar de ser una categoría social de naturaleza contradictoria. Si no lo fuera, no habría en esta categoría social una pizca de progreso histórico potencial con capacidad de trascender al sistema capitalista. Ya hemos parafraseado a Hegel donde dice que la fuerza no puede sino surgir de una relación contradictoria.
Y es que, como bien dice Marx en el Capítulo VI (inédito) de “El Capital”, el proletariado aparece como siendo de la misma naturaleza que la burguesía en tanto se comporta como capital variable, es decir, como trabajo enajenado a cambio de un salario. Pero no es de la misma naturaleza que la burguesía en tanto encarnación de la fuerza productiva del trabajo con tendencia a trascender la relación con el capital. Las crisis periódicas son la prueba más elocuente de este aserto, independientemente de que el proletariado se haga cargo de ellas políticamente y las convierta en crisis revolucionarias luchando por la toma del poder cualquiera sea el resultado de esa lucha.
Este doble carácter contradictorio del proletariado se desprende directamente del doble carácter del trabajo contenido en la mercancía fuerza de trabajo: como valor de uso y como valor de cambio. El valor de cambio de la fuerza de trabajo es el salario que, en manos del asalariado permite que se reproduzca en condiciones óptimas para su uso en manos del capitalista colectivo por tiempo determinado una vez firmado el contrato de trabajo. Esta instancia permite que durante una parte de ese tiempo llamado jornada de labor, el proletariado colectivo reproduzca el valor de su fuerza de trabajo, mientras que el valor producido durante el resto de la jornada de labor se lo embolsa el capitalista bajo la forma de plusvalor.
Y ya hemos visto más arriba, que este carácter contradictorio de la fuerza de trabajo —según aumentan la productividad de su uso y la composición orgánica del capital— se expresa:


a) en una menor participación del proletariado en el producto de su trabajo;
b)en un progresivo incremento histórico decreciente del plusvalor y;
c) en un incremento histórico creciente del capital acumulado.


Y de esta lógica del capital como organismo social vivo, resulta la tendencia objetiva de la clase obrera —en tanto encarnación social de la fuerza productiva del trabajo— a trascender históricamente a la burguesía, esto es, a luchar contra ella no ya para sobrevivir como capital variable al interior de la relación de producción capitalista —reproduciéndola—, sino a romper con el capital, con esa relación en términos políticos.
Y esta tendencia objetiva, que presiona a los asalariados en dirección al enfrentamiento con la burguesía, está en la naturaleza del propio capital, que, en su propensión a producir plusvalor relativo, empuja sin quererlo a la fuerza productiva del trabajo para que choque cada vez más violentamente con las relaciones capitalistas de producción, provocando recurrentemente las crisis periódicas, cada vez más difíciles de superar y a costa de cada vez más dolorosas desgracias humanas. Y aunque en tiempos de reanimación de los negocios y de expansión del capital el proletariado demuestre que la contradicción “no le obliga”, no por eso pierde su esencia de clase revolucionaria fundamental. Ni más ni menos que como sucede con el producto de un trabajo en los almacenes de una fábrica, que en tales circunstancias no pasa de “ser en sí”, o sea un ser-valor virtual que no deja por eso de contener valor, es decir esencia social, y que solo aparece o se revela como una posibilidad real de ser efectivamente valor, reconocido por la sociedad, cuando se confronta en el mercado con los demás valores y se vende en el mercado, esto es, cuando se convierte en dinero. De lo contrario deja de serlo en términos sociales, pero no por eso deja de tener puesta su esencia de valor por el trabajo que lleva incorporado. Del mismo modo sucede con el proletariado, que no porque —durante mucho tiempo— la contradicción “no le obligue” ha perdido objetivamente su esencia y concepto de clase revolucionaria fundamental.
De esta esencia suya ya puesta por las fuerzas productivas como trabajador genérico o “ser en sí” —sea campesino libre o artesano— es al interior de las relaciones de producción capitalistas durante la etapa del capitalismo temprano, que el proletariado abandona su condición de “ser en sí” y al interior de la relación capitalista se distingue de sus patronos luchando contra ellos por sus reivindicaciones inmediatas, alcanzando de este modo —al que “le obliga” el capital—, su “ser para sí”, pero al interior de las mismas relaciones capitalistas de producción.
Pero a este ser conciente de su esencia de clase a través de su relación con contrario, le falta ser autoconsciente de su concepto como clase revolucionaria —es decir, consciente de lo que es no a través de su otro polo de la relación dialéctica sino por sí mismo— de su carácter revolucionario fundamental, algo que el propio capital hace históricamente necesario y que tiende a su posibilidad en el momento de las grandes crisis económicas del capitalismo.
Pero, en esta instancia de las crisis económicas, la posibilidad del proletariado para alcanzar su concepto, es todavía abstracta o virtual. En este momento del proceso, el proletariado, es una realidad efectiva en tanto tiene su esencia puesta por la fuerza productiva bajo el capitalismo. Pero la autoconciencia de su concepto es, todavía, una mera posibilidad abstracta, una contingencia, o sea, que puede ser o puede no ser:


<<Valorado de esta manera (el proletariado) como una mera posibilidad, lo real efectivo es un contingente y, por su lado, la posibilidad es la contingencia pura.>> (G.W.F. Hegel: "Enciclopedia" §144)


Y cuando en uno de esos momentos deja de ser, porque cae derrotado, es cuando aparecen los impacientes como Willich Schapper. Es aquí, en esta instancia del desarrollo de la contradicción —que corresponde al momento de la posibilidad abstracta que tiene el proletariado de hacerse autoconsciente de su contradicción con el capital—, cuando UD. ha decidido —por el simple reconocimiento puramente empírico de esa contingencia—, que el proletariado ha dejado de ser para siempre una realidad efectiva, para concluir de que no puede ser autoconsciente de su propia tarea revolucionaria. Pero no porque haya perdido su esencia, sino porque, según UD., nunca la ha tenido. Tal es la “urgente, seria y valiente reconsideración histórica y teórica” que ha hecho UD. acerca del proletariado, de la mano de reputados representantes de la escuela de Frankfurt, como Erich Fromm y demás psicofantes de las ciencias sociales al servicio de la burguesía.
Para que la posibilidad abstracta pase a ser posibilidad realmente revolucionaria, el proletariado tiene que pisar los umbrales de la crisis política revolucionaria, que se alcanza cuando la burguesía ya no le puede mantener bajo su dominio, y el proletariado no quiere seguir bajo semejante condición. Pero incluso habiendo alcanzado la posibilidad real en este momento de la crisis revolucionaria, tampoco hay garantía de nada hasta que no se efectivice y consolide la lucha por del poder.
Aquí queremos volver sobre lo dicho por Marx en el primer capítulo de: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” porque tal parece que nunca será suficiente:

<<Las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de los primeros intentos, parece que solo derriban a su adversario para que éste saque de la Tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que la situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Demuestra lo que eres capaz de hacer>> (Op. Cit.)


El significado de clase revolucionaria fundamental no consiste, pues, en lo que el proletariado es como “ser en sí” como trabajador genérico, ni siquiera según su “ser para sí” como asalariado que se distingue de su contrario luchando por sobrevivir como capital variable al interior de la relación de producción capitalista. El significado de clase revolucionaria fundamental está históricamente determinado, antes de que el proletariado demuestre ser mucho, poco o nada impulsado a ello por la lógica del capital.
Por tanto, ese concepto del proletariado como clase revolucionaria no está en sus luchas, sino en el lugar contradictorio que esta clase social ocupa al interior de su relación con el capital, del mismo modo que el concepto de un vegetal no está en lo que llega a ser, es decir, ni en sus raíces, ni en su tronco, ni en sus ramas ni en sus hojas, sino en lo que constitutivamente es como “ser en sí”, como semilla, antes de que se inicie el proceso que culmina en su concepto, es decir, su fruto. Las luchas del proletariado —como resultado necesario de la relación capitalista— al igual que la competencia, no determinan nada, sino que están objetivamente predeterminadas. Las luchas son el medio o mediación a través de las cuales el proletariado llega a ser autoconsciente y finalmente a determinarse según su concepto, es decir, a autodeterminarse como clase revolucionaria en proceso de disolución como tal clase social, que comienza con la toma del poder y acaba en la sociedad comunista con su emancipación humana respecto de su condición de clase. Y en este momento no es —como UD pronostica— que el proletariado pasará a ser enemigo de su propia naturaleza de clase, porque está claro que, en los umbrales de la sociedad comunista, el concepto de clase habrá perdido ya todo su sentido y al proletariado no le importará ni costará nada conservar el suyo, porque ya no lo necesita.
Pasa con la determinación del proletariado como clase revolucionaria fundamental, lo mismo que con la determinación de cada precio de producción al que se cambian las mercancías en la sociedad civil capitalista, por medio de los cuales los distintos productores burgueses se reparten el plusvalor producido según la masa de capital con que cada cual participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno.
Estos precios de producción y este reparto del plusvalor están predeterminados en el momento de la producción de valor por cada capitalista individual —es decir, a priori— según la composición orgánica de sus respectivos capitales, cuyos productos pasan luego a competir en el mercado a espaldas de sus propietarios, y que la competencia simplemente permite concretar.
Y esto es así, porque en la sociedad capitalista cada productor produce sin tener en cuenta ni saber qué y cómo producen los demás. No hay un plan. Por tanto nadie sabe a qué precio va a vender su propia mercancía, e incluso si la podrá vender. Esto lo llegan a saber los burgueses, “post festum”, es decir, después de la producción, en el mercado, en la esfera de la circulación de la riqueza. Por eso los teóricos burgueses piensan que los precios a que se venden las mercancías están determinados por la competencia, es decir, por el mercado, por la esfera de la circulación de los valores, por la superestructura económica.

LA REFLEXIÓN SOBRE LO IMAGINARIO


Lo mismo piensa UD. respecto del proletariado, de la misma forma empírica. Según UD., el carácter del proletariado como clase revolucionaria no está predeterminado por la base económica del sistema independientemente de lo que haga en la superestructura, sino precisamente por lo que hace o deja de hacer en la superestructura política. Según UD., el proletariado, como clase, no tiene un fundamento intrínseco ni un concepto determinado por la realidad económica del capitalismo, sino que este concepto levita en la esfera de la política como un globo imaginario y contingente, del que no se sabe si se va a pinchar ni cuando, o hacia donde le llevarán los vientos de la historia; es decir, que puede tanto ser como no ser, recordando el interrogante que se hacía Hamlett. Pero a UD. se le ha ocurrido pinchar ese globo para poder decir luego, por el artículo 33, que la clase obrera es de la misma naturaleza que el capital, porque tras 150 años, etc., etc., etc.. Y así como se inventó el globo de una clase obrera de naturaleza social idéntica a la burguesía, se ha inventado “dialécticamente” unos proletarios a los que UD. se imagina como seres humanos genéricos en medio de la sociedad capitalista decadente.
O sea, según UD., esta categoría social llamada proletariado no contiene un fundamento al que la relación entre las fuerzas productivas y el modo de producción capitalista le hayan puesto una esencia —que difiera de los esclavos y de los siervos de la gleba— ni que tampoco tienda objetivamente a realizar su concepto. En una palabra, según su pensamiento reflexivo de lo ilusorio, el proletariado, como clase, es un simple existente que no tiene lógica (la lógica contenida en la contradicción ya expresada) y, por tanto, es algo puramente contingente o aleatorio. Y a esta conclusión ha llegado UD como los economistas burgueses han llegado a concluir que la determinación de los precios es el resultado de la competencia en el mercado, es decir, que se producen en la esfera de la circulación de las mercancías, no donde los patrones le curten la piel a sus respectivos asalariados.
Pero los intelectuales burgueses no saben explicar por qué las mercancías se intercambian a unas determinadas cantidades de dinero y no a otras cualesquiera, del mismo modo que UD. tampoco se explica por qué tras siglo y medio y no antes —o después— el proletariado demuestra no haber sido jamás una clase revolucionaria. Lo que explica la competencia, es el movimiento de los distintos capitales cuyos propietarios son llevados al mercado por sus productos, y allí la oferta y la demanda, independientemente de ellos —de los productos y de sus productores—, fija unos precios en dinero a los cuales cada productor deberá vender sus productos, para que el plusvalor producido se reparta según la masa de capital con que cada productor participa en el común negocio de la explotación:


<<Pero lo que no muestra la competencia, es la determinación del valor que domina el movimiento de la producción; los valores que se hallan detrás de los precios de producción y que los determinan en última instancia>> (K. Marx: Libro III Cap. XII – III)


Es decir, que son los valores producidos los que determinan los precios, no al revés. Por ejemplo, en el mercado de trabajo, la competencia entre patronos y obreros, es decir, la lucha de clases por reivindicaciones inmediatas, hace bajar o subir los precios de mercado de la fuerza de trabajo. Suben cuando la demanda excede a la oferta y viceversa. Pero cuando las fuerzas de la oferta y la demanda coinciden a un precio y a una cantidad determinada de dinero, dejan de actuar.


¿Qué es, entonces, lo que determina el salario? La competencia. Pero justamente se presupone que la competencia cesa de determinar, que anula su efecto merced al equilibrio de sus dos fuerzas encontradas. En rigor, encontraremos precisamente el precio natural del salario, vale decir, el precio de la fuerza de trabajo, que no está regulado por la competencia, sino que, a la inversa, la regula.>> (Op. Cit. Cap. L)


La competencia —incluida la lucha por el salario— es la historia de la plusvalía. Pero su principio, su fuerza, su lógica, no está ahí sino en la ley del valor que rige la producción de las mercancías y los precios en dinero a los cuales se venden esos valores contenidos en el mundo de las mercancías. Ambas categorías (historia y lógica) en relación dialéctica inescindible, son objeto para la ciencia de la economía política. Tal como el principio activo de la fotosíntesis se impone a través del proceso químico de la transformación de anhídrido carbónico en azúcar, la lógica del valor se impone a través del movimiento de los precios en el mercado. Pero ni uno ni otro proceso se muestran directamente al observador. Y en el caso del capital, parece como si su movimiento fuera generado por la competencia entre las distintas fracciones burguesas y, de estas con sus respectivos asalariados, a instancias de los precios del mercado.
Pero ni el principio activo de la vida vegetal se explica por la transformación química de sus elementos después de producida la fotosíntesis, ni el reparto de las ganancias se explica por el comportamiento de los precios en el mercado después de producidos sus respectivos valores. Por eso es que, para la determina¬ción de la naturaleza del valor y del plusvalor o, lo que es lo mismo, del capital, Marx ha hecho abstracción de la competencia, esto es, del movimiento de la materia, de la historia del capital, incluso de la lucha económica de clases— para quedarse con su fuerza interna, con los elementos puros de su lógica. Para ello, supuso una situación de equilibrio en el que la oferta y la demanda coinciden y, por tanto se anulan, dejan de actuar y no determinan nada. Sólo en éste punto es posible hallar el secreto de la explotación capitalista y los vectores de su historia:

<<Cuando la oferta y la demanda se anulan mutuamente dejan de explicar nada, no actúan sobre el valor de mercado, y con más razón aun nos dejan a oscuras en cuanto a por qué el valor de mercado se expresa precisamente en esa suma de dinero y no en otra. Las leyes internas reales de la producción capitalista obviamente no pueden explicarse a través de la inter¬acción de la oferta y la demanda (...) ya que esas leyes sólo aparecen concretadas en su forma pura en cuanto la oferta y la demanda cesan de actuar, es decir, cuando coinciden.>> (K.Marx: “El Capital” Libro III Cap. X)


En suma, la competencia sólo permite ver la interacción entre las diversas fracciones del capital, cuando de lo que se trata es de descubrir y explicar el comportamiento del capital social global, del capital como totalidad estructurada.
Ontológicamente hablando, fenómenos como los precios, las huelgas y las guerras, se encuentran comprendidos en la realidad social capitalista como formas de manifestación suya. En este sentido "coinciden" o "concurren" con ella, constituyen una unidad. Pero desde el punto de vista lógico esas formas de manifestación son su antítesis o negación aparente de su movimiento interno. El principio lógico de un objeto cualquiera, está en la esencia de su materia, en su fuerza, en su razón de ser, en tanto que su forma de manifestación, "corriendo siempre por delante" de su razón, aunque parezca negarle en su mera tangibilidad deja, sin embargo, enigmáticamen¬te, la señal de su devenir necesario.
En menos palabras, la materialidad o forma en que la realidad se muestra, no es más que el devenir de su logos íntimo tendiendo a su realización, a la realización de su concepto. Así como el síndrome de Down tiene la manifestación de su principio activo en la existen¬cia de un cromosoma 21 que sobra, el síndrome del capitalismo tiene su principio activo en el doble carácter del trabajo, o lo que es lo mismo, en la existencia de una clase que sobra. Es tarea de la ciencia social hacer abstracción de todos los "influjos per¬turbadores" que puedan oscurecer la naturaleza del objeto investigado.
Tal como ocurre con la evolución de los precios en economía política, las marchas y contramarchas de la lucha de clases tampoco explican nada, sino que son esos hechos, precisamente, los que necesitan ser explicados. Los historiadores al uso, sólo aciertan a ver la historia como un proceso que se explica por los actos políticos, religiosos, culturales, raciales, etc., es decir, que se explican por si mismos. Y no es así:


<<Por ejemplo, si una época se imagina que se mueve por motivos “polí¬ticos” o “religiosos”, a pesar de que la “religión” o la “política” son simplemente las formas de sus motivos reales (del mismo modo que, según hemos visto, el movimiento es una forma de manifestación de la materia. Así mismo) el historiador de la época de que se trate acepta sin más tales opiniones. Lo que estos determinados seres humanos se “figuran”, se “imaginan” acerca de su práctica real, se convierte en la única potencia determinante y activa que domina y determina la práctica de estos seres humanos. Y así, cuando la forma tosca con que se presen¬ta la división del trabajo entre los indios y los egipcios provo¬ca en estos pueblos el régimen de castas propio de su Estado y de su religión, el historiador cree que el régimen de castas fue la fuerza que engendró aquella forma.>> (K.Marx-F.Engels: “La ideología Alemana” Cap. II aptdo. 8. Lo entre paréntesis es nuestro)


Del mismo modo, la forma política tosca —nunca mejor dicho— con que se ha producido la bancarrota del stalinismo, hace creer a los historiadores al uso, que el capita¬lismo es un sistema de vida eterno. O que la Segunda Guerra Mundial ha sido provocada por el régimen Nazi porque Hitler ordenó invadir Polonia. Y a UD., que la clase obrera ha dejado de ser revolucionaria porque todavía no tomó el poder.. Hoy, no nos puede llamar la atención que la historiografía burguesa siga abrazada a semejantes hipóstasis. Y UD. de algún modo queda comprendida en este movimiento burgués. Lo que sí puede sorprender a muchos en el contexto de las presentes observaciones, es comprobar este tipo de vulgaridades teóricas en quienes pasan por ser calificados investigadores autoproclamados y reconocidos como marxistas. En el número 173 de la revista "New Left Review", el historiador y politólogo Eric Hobswawn señala a propósito de la actual coyuntura histórica —coincidiendo con UD—, que:

<<El cordón umbilical que durante un tiempo unía al movimiento obrero con la revolución social y la ideología socialista ha sido cortado>> (E.H. Op.Cit)


Y se adelanta a lo reflexionado por UD., atribuyendo esta presunta ruptura histórica a hechos como la "desaparición paulatina de la solidaridad de clase"; la detención del proceso de formación de nuevos partidos comunistas a partir de la segunda guerra mundial y el transfuguismo en masa del voto obrero hacia los conservadores en las anteriores elecciones inglesas en ese momento. Por su parte, Sweezy se identifica con "los muchos" —incluidos los "no pocos que se autodefinen esencialmente marxistas"— en el sentido de que:


<<El proletariado inglés y otros proletariados de Europa occidental, a los que Marx consideraba la vanguardia del movimiento revolucionario internacional, se han convertido de hecho en fuerzas reformistas que, al aceptar los presupuestos básicos del capitalismo, de hecho lo refuerzan, (...) y que el proletariado del (...) país más avanzado y poderoso, los EE.UU., nunca ha desarrollado un liderazgo o movimiento revolucionario significativo, y da hoy menos muestras de hacerlo que en cualquier otro momento de la historia". (...) No creo que las observaciones empíricas en que se apoyan este tipo de críticas puedan ser recusadas seriamente>> P.M. Sweezy: “Marx y el proletariado”, citado por Richard Edwards: en: "Repensar a Marx" Ed. Revolución Pp. 78)


Basándose —como UD.— en la evidencia empírica de determinados comporta¬mientos políticos epocales de la clase obrera, autoproclamados “marxistas” como Hobswawn y Sweezy proceden con la historia como los ideólogos burgueses con los movimientos de la plusvalía en la esfera de la circulación del capital. Así como el fenómeno de la competencia permite el arbitrio teóri¬co de divorciar a los precios de sus respectivos valores, la lucha de clases en sus momentos de calma sugiere un divorcio del proletariado con la revolución, con su carácter de clase revolucionaria fundamental. Pero con la misma violencia que la crisis general del sistema revela al burgués práctico la ley del valor, el movimiento contradictorio de la sociedad capitalista empuja a las masas hacia la revolución destrozando todos los prejuicios polí¬ticos burgueses que, en los períodos de retroceso de las luchas, oscurecen el sentido de la historia. Para ver de qué modo han calado estos infundios neomarxistas en la vanguardia autoproclamada del proletariado, nuestro website presenta un claro ejemplo de ello en el debate con unos “camaradas anónimos” –que luego resultaron ser los “Comunistes de Catalunya”. Ver en: http://www.nodo50.org/gpm/yugoslavia/07.htm, su comunicación del 12 de mayo de 1999 seguida de nuestra réplica.
Lo que muchos —como Hobswawn y Sweezy— hacen pasar por ciencia social en nombre del marxismo, es la demostración por el ridículo, de la autonomía relativa de las superestructuras (ideológica, jurídica, política, etc.) respecto de la estructura económica, que estos agentes concientes o inconscientes de la burguesía, convierten arbitrariamente en absoluta. Y lamentamos decirle que UD. demuestra estar comprendida en este lamentablemente numeroso conglomerado social.
Si la razón histórica se elevara directamente desde el subsuelo económico-social a la cabeza de los seres humanos, la ciencia carecería de sentido. Pero ideólogos como Hobswawn y Sweezy tampoco podrían seguir viviendo de semejantes embelecos a expensas del bolsillo y la falsa conciencia de los intelectuales asalariados que, inducidos por las universidades y la industria editorial del sistema —que consagra a estos especimenes como grandes teóricos marxistas— reemplazan a los clásicos del marxismo por estos falsos representantes suyos.
En el pasaje de su discurso citado más arriba, afirma UD. que la esencia del proletariado como clase, su condición esencial, es ser capital, de modo que el ser de la burguesía y el ser del proletariado constituyen una identidad social, de la cual, naturalmente no puede surgir la revolución. Avanzando en su discurso —y después de alertar sobre la posibilidad de que a la burguesía internacional el proceso de acumulación se le vaya de las manos, poniendo a la humanidad ante la emergencia de una posible guerra termonuclear—, dice UD. a sus lectores lo siguiente:


<<Cuando está en juego el futuro de nuestra especie, no podemos seguir dependiendo por más tiempo de un planteamiento (en clara alusión al Materialismo Histórico) con unos resultados hasta hoy pobrísimos. Es la hora de apostar por otro. Es tiempo de sobra y más cuando ya ha pasado un siglo de decadencia del capitalismo (bautizada con la Iª Guerra Mundial) en el que supuestamente la clase obrera debía haber resuelto el problema.
Como la clase no ha demostrado ser políticamente lo que decían MyE, esta realidad empírica, humana, de los portadores de la clase, es una razón más para poner el peso en los/as proletarios/as y no en la clase y su supuesta misión histórica universal; (…)
Del antagonismo entre proletariado y burguesía MyE deducían que la clase estaba destinada a abolirse a sí misma. Aunque la existencia de un conflicto de intereses es la base para poder cuestionar y superar el sistema social, no lo garantiza ni a corto, ni medio ni largo plazo, como hay enfermedades crónicas sin cura, por mucho que estimulen los cuidados y la investigación. El problema no es sólo que no esté garantizada la victoria de la revolución sino que ni siquiera se dé el proceso revolucionario a escala no ya mundial, sino de muchos países y en particular de los más desarrollados.
La clase proletaria no es revolucionaria en su ser ni por su antagonismo con la burguesía pues por muy irreconciliable que pueda llegar a ser su lucha no está destinada a la revolución ni como clase aporta las relaciones sociales de producción (dominada y desposeída) ni las fuerzas productivas (cualificación, organización del trabajo) necesarias para un nuevo modo de producción o civilización.>> (“
Proletariado: Pasado y futuro de una ilusión” III


En primer lugar, decir que Marx y Engels jamás afirmaron que ningún conflicto de intereses garantice por sí mismo su superación. El conflicto es la condición necesaria. La condición suficiente, o posibilidad real para la superación del conflicto, es que el polo dialéctico históricamente progresivo al interior de la relación contradictoria entre fuerzas productivas y relaciones de producción, tome conciencia del conflicto y lo resuelva en la práctica según sus intereses históricos, esto es, según su proposición teórica revolucionaria implícita en la naturaleza del conflicto, que Marx expuso en su segunda “Tesis sobre Feüerbach”:


<<El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico.>>


Pero que el Proletariado cumpla o no cumpla en un determinado momento con su tarea histórica científicamente prevista, no significa que deje por eso de ser la clase revolucionaria fundamental en este período de la historia, ni que la previsión científica que le confiere esa tarea necesite de la práctica política para confirmarse como verdad histórica. Porque no es la práctica teórica científica la que debe ser confirmada por la práctica política, sino que es el proletariado el que está pendiente de levantar su hipoteca con la práctica teórica científica, aunque para eso no tiene tiempo; y ese tiempo, en buena medida depende mucho de que la intelectualidad revolucionaria se una en torno a la Teoría Revolucionaria, esto es, al Materialismo Histórico.
Ahora, métase UD con su propia sesera en la naturaleza del conflicto, esto es, en la base material del sistema, indague en ella a ver si para eso puede prescindir de Marx y Engels sin falsear la realidad, a fin de determinar con su propio pensamiento hacia donde va objetivamente el sistema. No hacia donde va desde el punto de vista del medio ambiente —que eso lo aprendió UD. de ecologistas como el gran burgués Al Gore, también empíricamente—, sino desde el punto de vista de la Ley General de la Acumulación Capitalista.
Entonces, verá que no se trata de echarle las culpas al pobre proletariado porque UD. se ha cansado de ver que no pasa de asumirse como clase “para sí” al interior de su relación con la burguesía, sino de tomar conciencia de la naturaleza del conflicto. Recién en ese momento podrá comprobar que el conflicto es de naturaleza socialmente explosiva, y que la explosión definitiva no puede sino ser protagonizada por el proletariado como clase subordinada al capital que tiende por el propio capital a dejar de serlo.
Porque si no es una clase subordinada, jamás podrá reconocer esa condición para superarla empujada por las contradicciones objetivas del sistema. Ni más ni menos que como sucedió con los esclavos y campesinos arruinados durante la decadencia del sistema esclavista, y como lo pudieron ratificar los campesinos y artesanos siervos de la gleba.
Pero, dado que UD. no parece haber ejercitado el conocimiento científico de la realidad actual capitalista, no le queda otra opción que el reconocimiento de esa realidad por vía puramente empírica. Y entonces, ante la percepción sensible de que tras siglo y medio de decadencia del sistema, el proletariado no ha sido capaz de sacudirse el poder que sobre él ejerce la burguesía, concluye que el proletariado debe saber hacer como “ser humano”, lo que no sabe hacer como clase. A esto se reduce todo su discurso. ¿Sabe con qué aforismo comenzó Marx a escribir sus “Glosas a Wagner”?


<<Yo no parto del ser humano sino de un período social dado>> (Op. cit.)


Por período social dado Marx y Engels han concebido a las épocas históricas que se abren cuando las fuerzas productivas crean o alumbran determinadas relaciones de producción que los seres humanos contraen independientemente de su voluntad y que dan pábulo a específicas clases sociales. Marx ha analizado el período social correspondiente a la moderna sociedad capitalista, y este análisis expuesto en sus tres obras fundamentales más importantes, le ha ratificado en su idea de 1843, en cuanto que la clase revolucionaria fundamental que inaugurará la verdadera historia de la humanidad es el proletariado.
UD., por lo visto, ha obviado ese análisis y por vía puramente empírica ha pontificado que la tarea política inmediatamente urgente y primordial de la próxima revolución, pasa por inculcar en los asalariados, la idea de que deben rebelarse contra su condición de clase. Dice que son proletarios pero que no son una clase social. Incluso que ni siquiera son proletarios sino simples “seres humanos” explotados y así deben asumirse como condición para hacer la revolución. Tal es la idea “revolucionaria superadora del marxismo” que UD. propone para que el proletariado se emancipe de la burguesía. Todo es cuestión de cambiarle el nombre a un mismo personaje. En vez de clase obrera llamar a los asalariados “seres humanos”.
Así es como piensa UD. que el estado de cosas en el Mundo actual van a empezar a dar un verdadero vuelco político después de siglo y medio de decadencia capitalista. ¿Pero, no se da cuenta UD. que en esto de hacer pasar una cosa por otra los burgueses son insuperables? ¿No sabe a estas alturas que desclasar al proletariado es una tarea en la que los capitalistas se han venido empeñando —con mayor o menor acierto— en todo el Mundo, desde la confusión que introdujeron en la cabeza de los obreros de París cuando con sus luchas consiguieron reimplantar la República burguesa en febrero de 1848?:


<<Así, en la mente de los proletarios, que confundían la aristocracia financiera con la burguesía en general; en la imaginación de los probos republicanos, que negaban la existencia misma de las clases o la reconocían, a lo sumo, como consecuencia de la monarquía constitucional; en las frases hipócritas de las fracciones burguesas excluidas hasta allí del poder, la dominación de la burguesía había quedado abolida con la implantación de la República. Todos los monárquicos se convirtieron por aquél entonces en republicanos y todos los millonarios de Paris en obreros. La frase que correspondía a esta imaginaria abolición de las relaciones de clase era la fraternité, la confraternización y la fraternidad universales. Esta idílica abstracción de los antagonismos de clase, esta conciliación sentimental de los intereses de clase contradictorios, este elevarse en aras de la fantasía por encima de la lucha de clases, esta fraternité, fue, de hecho, la consigna de la revolución de febrero.>> (K. Marx: “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850” I)


¿No es esto mismo, la “fretarnité universal”, lo que UD. propone como posible al interior de la sociedad capitalista, es decir, como condición previa de la lucha por abolirla? Pero es que llega más lejos. UD. plantea la problemática de la conciencia revolucionaria como una introspección. O sea como un problema que la mente de cada proletario debe resolver por sí mismo:


<<La reflexión exclusivamente en términos económicos, sociales, políticos, nunca dará la llave que permita asegurar un mundo sin más explotación, opresión, violencia, pues a pesar de ser necesarios esos términos, la clave última está en la transformación de la mente humana, la superación íntima de todos los impulsos en esas direcciones destructivas, al vivir, desde su raíz, en la fraternidad universal, en la comunión con la existencia.>> “La crisis de finales de los 70 en España. Unas lecciones y orientaciones para hoy”.


¿Qué significa el vocablo “reflexión” para UD.? ¿Está emparentada con el entendimiento o con la razón? Para nosotros, siguiendo a Hegel, el acto de reflexionar sobre un objeto cualquiera, no pasa de reflejar en el pensamiento lo que ese objeto parece, lo cual es una abstracción vacía en tanto sustrae o escamotea al pensamiento la esencia de ese objeto. Y esto es el entendimiento. Una cosa se entiende cuando el sujeto se limita a reflejar lo que algo le parece al pensamiento. En cambio, razonar es sinónimo de analizar, separar para aislar lo esencial de lo aparente, penetrar o “destruir” con el pensamiento lo que parece, hasta descubrir su esencia, el fundamento del objeto. A través de la reflexión el pensamiento permanece pasivo limitándose a cumplir la función de un espejo, a entender. Razonando, por el contrario, el pensamiento se activa en la tarea de traspasar la apariencia para alumbrar la esencia interior del objeto no perceptible por los sentidos:


<<Conviene saber con exactitud —dice Hegel— lo que significa esta expresión (la reflexión) (...) En contraste con la razón (de la metafísica tradicional, la filosofía reflexiva...) se comporta como el intelecto humano común, y hace prevalecer su manera de ver, según la cual la verdad tendría por base la realidad sensible, (de tal modo que) las ideas no serían más que ideas en el sentido de que sólo la percepción sensible les daría su contenido y su realidad, y que la razón, al permanecer en sí y por sí, crea sólo quimeras. En esta renuncia de la razón a sí misma, el concepto de la verdad se pierde, y ella se ve restringida a reconocer sólo la verdad subjetiva, la apariencia, esto es, sólo algo a lo que no corresponde la naturaleza del objeto. Así, el saber vuelve a reducirse a opinión (doxa).>> (G.W.F. Hegel: “Ciencia de la Lógica”. Lo entre paréntesis nuestro)


Según este razonamiento, lleva UD. razón al decir que la reflexión sobre la economía, la sociedad y la política, no dan la clave para asegurar un mundo sin explotación, opresión, violencia, etc. El problema está en que UD. no pasa de la reflexión, su pensamiento se queda preso de la reflexión. Y al no encontrar la esencia del objeto económico, social y político, se refugia en la introspección ilusoria, en proponer como condición de la revolución la transformación de la mente humana, tarea que corresponde como algo íntimo a cada ser humano genérico, como “individuo que vive desde su raíz humana”. Y ésta es, según UD. la condición para llegar a la fraternidad universal. A esta abstracción vacía por completo de contenido real —como producto de su reflexión íntima, es decir, “en sí misma”— se reduce su proposición.
Y ésta no es una reflexión emparentada con el entendimiento, que refleja en el pensamiento lo que parece de un objeto, ¡No! Porque lo que parece de un objeto, su apariencia, forma parte de su objeto real en unidad con su esencia oculta. Pero el caso es que UD. no reflexiona sobre un objeto real, sino sobre algo ilusorio que ha inventado UD. y que no se soporta sobre nada real, como es su idea del proletariado como “ser humano genérico” que así alcanza la “fraternidad universal”. Pero el caso es que ésta no es la sociedad de la fraternidad universal, Aurora, es la sociedad “del engaño y del pillaje mutuo”.
¿Cómo es posible traducir la “fraternidad universal, en comunión con la existencia” al interior de la sociedad capitalista, si no en algo tan ilusorio como reemplazar a la clase proletaria por “seres humanos genéricos”. Porque UD. no habla en ningún sitio de la fraternidad de los seres humanos explotados, sino de “fraternidad universal”; por tanto, de los seres humanos en general, donde queda lógicamente implícito que quienes también fraternizan son los obreros con sus patronos.
Con este cambio ideológico en la cabeza de los explotados franceses en febrero de 1848, la burguesía consiguió diluir la lucha de clases efectiva y real en la nebulosa idea de la “fraternidad universal”. Y así fue como pudo preparar la violenta derrota política del proletariado en junio. Y UD., ahora, después de 150 años, nos viene a proponer el mismo cambio semántico de clase proletaria por seres humanos genéricos mucho antes de que se den las condiciones materiales para llegar ahí. Y piensa que con ese cambio incondicional que ha hecho UD. en su propio pensamiento, es posible diluir el capitalismo en la “fraternidad universal”. Lo único que le falta, es que nos diga qué día y a qué hora se producirá el sortilegio, porque con tan insólito arbitrio del pensamiento, todo puede ser posible.
Y es que, insistimos en que, si los asalariados dejan de asumirse como clase —antes de emanciparse del yugo en que les mantiene la burguesía— para asumirse como seres humanos por anticipado y “vivir desde la raíz” en “comunión con la existencia” como tales seres humanos genéricos —despojados de toda especificidad social en la sociedad capitalista—, entonces, esa comunión con la existencia —al interior de la sociedad burguesa, claro— no podría dejar de ser una coexistencia con la burguesía. Por tanto, los burgueses también dejarían de ser una clase para asumirse como seres humanos ¿no? ¡Faltaría más que no aceptaran ese regalo! De lo contrario no sería posible la “fraternidad universal” que UD nos propone ¿No es éste el mismo espíritu que la burguesía francesa consiguió introyectar en la cabeza de sus obreros en febrero de 1848? ¿Se da cuenta de qué naturaleza de clase es la raíz política de su proposición y en qué agujero se ha metido UD?
UD. arremete contra los creadores del Materialismo Histórico, como si el concepto de clases sociales fuera un invento de Marx y Engels. El concepto de clase social es más antiguo que el pensamiento de Aristóteles. Y en la sociedad capitalista, fueron los intelectuales burgueses, más precisamente los economistas clásicos, quienes trabajaron sobre el concepto de clase social, distinguiendo muy precisamente entre la clase de los asalariados, la clase de los rentistas, la clase de los industriales y la clase de lo banqueros. A unos el salario, a otros la renta, a otros la ganancia capitalista y a otros el interés del capital a préstamo:


<<Ahora, en lo que a mi concierne no me corresponde el mérito de haber descubierto la existencia de clases en la sociedad moderna, ni la lucha que en la misma se libra. Mucho antes que yo, los historiadores burgueses habían expuesto la evolución histórica de esta lucha de clases y los economistas burgueses habían descrito su anatomía económica…>> (K. Marx: “Carta a J. Weydemeyer del5 de marzo de 1852”)
<<…En fin, dando por sentado que estos tres elementos: salario, renta del suelo, ganancia e interés, son las fuentes de ingreso de las tres clases, a saber: la de los terratenientes, la de los capitalistas y la de los obreros asalariados, —como conclusión la lucha de clases en la cual el movimiento se descompone y es el resultado de toda esta mierda.>> (
K. Marx: “Carta a Engels del 30/04/1868)


El concepto de clases hunde sus raíces en la base económica de las distintas sociedades tras la superación del comunismo primitivo, y su distinto carácter les viene dado por el lugar que ocupan en las específicas relaciones de producción que las fuerzas sociales productivas se han venido dando para sí en cada período histórico de su desarrollo. Por tanto, la lucha entre las clases en la formación social capitalista, está férreamente determinada por la contradicción entre las fuerzas sociales productivas encarnadas e una de esas clases sociales, por eso llamada revolucionaria fundamental, y las relaciones de producción encarnadas en otra de esas clases, por eso llamada, clase dominante conservadora burguesa.
Que la clase conservadora logre sobrevivirse a sí misma, es decir, a su propia decadencia durante X siglos, no quita a la otra clase el carácter objetivamente revolucionario que adquiere por el hecho de encarnar socialmente a las fuerzas productivas en determinado período de su desarrollo. Fíjese lo que dice Engels refiriéndose a la monarquía francesa como último baluarte del feudalismo en 1789, es decir, 500 años después de iniciada la acumulación primitiva de capital que marcó la decadencia del feudalismo:


<<En 1789, la monarquía francesa se había hecho tan irreal, es decir, tan despojada de toda necesidad, tan irracional, que hubo de ser barrida por la Gran Revolución, de la que Hegel hablaba siempre con el mayor entusiasmo. Como vemos, aquí lo irreal era la monarquía y lo real la revolución. (Y en España, lo irreal eran las fuerzas realistas cuando las cortes de Cádiz representaban la nueva realidad efectiva, aunque no la realidad actual encarnada aún en la monarquía absoluta de Fernando VII, que todavía se prolonga en la Monarquía parlamentaria de Juan Carlos I.) Y así, en el curso del desarrollo, todo lo que un día fue real se torna irreal, pierde su necesidad, su razón de ser, su carácter racional, y el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una realidad nueva y viable; pacíficamente si lo viejo es lo bastante razonable para resignarse a morir sin lucha; por la fuerza, si se opone a esta necesidad. De este modo, la tesis de Hegel se torna, por la propia dialéctica hegeliana, en su reverso: todo lo que es real dentro de los dominios de la historia humana, se convierte con el tiempo en irracional; lo es ya, de consiguiente, por su destino, lleva en sí de antemano el germen de lo irracional; y todo lo que es racional en la cabeza del ser humano se halla destinado a ser un día real, por mucho que hoy choque con la aparente realidad existente. La tesis de que todo lo real es racional, se resuelve, siguiendo todas las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer.>> (F. Engels: “Ludwig Feüerbach y el fin de la filosofía clásica alemana” I. Lo entre paréntesis nuestro)


Urgida por amenaza de una posible hecatombe mundial de carácter nuclear, UD. afirma que hay que reemplazar rápidamente este planteamiento materialista histórico por otro, dado que, hasta ahora, el proletariado no ha podido aun hacer la revolución. ¿Y cual es ese planteamiento, en qué consiste, según UD? Al parecer, en que el proletariado se suicide como clase social, que deje de asumirse como tal. ¿Por qué? Porque ese carácter revolucionario que supuestamente le dieron estos despreciables sujetos llamados Marx y Engels, pues, les impide acabar con el capitalismo decadente. Según su discurso, en esto consiste su planteamiento. Un problema semántico cuya solución pasa por cambiarle el nombre a una categoría social específica —que obviamente no deja por eso de serla— para darle otra genérica, totalmente desclasada. En suma, una cuestión de nomenclatura, de simple designación arbitraria o discrecional suya.
Arbitraria porque se basa en la engañosa percepción sensible de hechos empíricos que UD. ha elevado a la categoría de axiomas incontestables, a la condición de saber universal. Sin probar científicamente en absoluto nada de lo que propone. UD. está haciendo con el proletariado, lo que Ruge —como director de publicación de “La Gaceta Renana”— solía hacer en 1843 con Marx, quien como tardaba en acabar con “su despreciable crítica” a los artículos que se le encomendaban escribir, pues, publicaba el número de la revista con una pagina en blanco y el nombre del incumplidor de los plazos al pie. Es decir lo ninguneaba, lo castigaba, tal como UD. ningunea y castiga a la clase proletaria desclasándola por no cumplir con los plazos de la revolución que UD. misma ha fijado, como si fuera el árbitro supremo de la historia. Menudas ínfulas se trae UD., Aurora, con su libertad incondicional de pensamiento.
Mire UD., el pensamiento libre de que habla Marx asimilándolo al pensamiento científico, en general no consiste en la “libertad de expresión”, en pensar lo que a cada cual se le ocurra, sino que es libre en tanto que analiza su objeto de estudio y separa todo lo que pueda enturbiar la investigación, para quedarse con el núcleo íntimo de su lógica o principio activo de su ser. Una vez hecho esto, reinicia el camino inverso hasta recomponer las múltiples determinaciones que había separado. Y recién en ese momento se podrá representar el objeto íntegro en el pensamiento como un “concreto pensado”, como una unidad de múltiples determinaciones, ahora, plenas de sentido.
Y en las ciencias sociales, además, el pensamiento libre deberá demostrar que lo es, sabiendo sobreponerse a las falsedades, a los prejuicios y a los tópicos de su época, que generalmente son las falsedades, los prejuicios y los tópicos de las clases dominantes, esas “furias del interés privado” a las que se refiere Marx en el “Prólogo” a la primera edición de su obra fundamental: “El Capital”.
Por tanto, en cualquier ciencia, el pensamiento libre no es ni puede ser en modo alguno un pensamiento incondicionado, sino que está muy precisamente acotado por la naturaleza de su objeto de estudio. El pensamiento libre debe someterse a ese objeto. Tal es la condición requerida para poder reproducirlo como “un concreto pensado”. Y el problema que presenta su discurso, es que UD. expresa un pensamiento que no tiene objeto, que no está referido a un objeto real sino a un objeto ilusorio: el proletariado como ser humano.
Diógenes de Sínope fue un filósofo de la escuela cínica popularmente conocido, porque se dice de él que recorría las calles de la decadente Atenas, a plena luz del día, con una lámpara encendida en la mano. Y cuando se le preguntaba qué hacía, contestaba: “busco a un ser humano”. Creer que en la sociedad de clases puedan existir seres humanos genéricos, es como imaginarse que bajo el capitalismo pueda existir una cultura que no sea burguesa. Al ser humano genérico se llega; y se llega empezando por lo que hay. Y a lo que hay, antes de transformarlo, es necesario reproducirlo conceptualmente en el pensamiento. Y esto es lo que a su discurso no se le ve por ningún lado.
Mire, Aurora, puede UD. seguir proponiendo lo que quiera, pero a nosotros nos parece que no será de provecho para la revolución —sino bien al contrario— en tanto no fundamente lo que propone, mientras no le encuentre una esencia que haga de esa proposición una realidad efectiva capaz de transformar este Mundo, antes de ponerla en circulación. Busque esa esencia y ya verá que se va topar con el proletariado como clase revolucionaria fundamental, aunque desde hace ya mucho tiempo no lo haya demostrado.

 

 

[1] - Los únicos que estaban sometidos al servicio militar eran los ciudadanos, en su mayoría campesinos libres. Del derecho de ciudadanía se excluyó a mujeres, extranjeros y esclavos. Y una clase patricia de grupos de alto origen social y riqueza, controlaba el gobierno, monopolizaba las funciones públicas, se repartía entre sí las magistraturas, los mandos militares y las funciones civiles y religiosas.

[2] - Ver: “Política” 1254ª-1254b. Curiosamente “derecho natural” fue la misma consideración con que los intelectuales burgueses que expusieron los fundamentos jurídicos del capitalismo —especialmente el filósofo político inglés John Loke— justificaron después la propiedad por tiempo determinado sobre la fuerza de trabajo de esos “esclavos modernos” que somos los asalariados al decir de Marx y Engels.