El supuesto metodológico introducido por Marx en “El Capital”, de que las mercancías se intercambian por sus respectivos equivalentes y la realidad del capitalismo

Al iniciar sus investigaciones para descubrir la naturaleza de su objeto de estudio: la economía política bajo el capitalismo, Marx se encontró con el problema de que, el movimiento de categorías como el dinero y los precios de las mercancías, la tasa de interés, las variaciones entre oferta y demanda etc., como consecuencia de la competencia, así como el efecto de los cambios en la productividad del trabajo sobre la formación del valor y el plusvalor, todas estas variables constituían obstáculos fenoménicos en la tarea de determinar la naturaleza o principio activo de ese objeto de estudio.
Así, por ejemplo, las modificaciones que una determinada masa de valor creado sufre en el transcurso de su circulación, se expresa bajo la forma de precios en dinero, el cual funge como medida de valor indispensable para determinar su intercambio con otra masa de valor. Pero, dada la anarquía del capitalismo donde los productores actúan independientemente los unos de los otros no con arreglo a las necesidades sociales colectivas, sino a la ganancia de cada cual, los precios en dinero sufren modificaciones según los imprevisibles cambios en la productividad del trabajo, en la oferta y la demanda y en el propio valor del dinero. De ahí que Marx procediera metodológicamente según la máxima acuñada por la tradición científica desde los tiempos de Galileo: “Mide todo lo que sea medible, y lo que no, conviértelo en medible”. ¿Cómo? Eliminando del análisis los fenómenos perturbadores que se interponen entre el observador y el núcleo interno, naturaleza o principio activo del objeto de estudio a descubrir.
Para tal fin, en las ciencias de la naturaleza se utiliza el microscopio y los reactivos químicos. Pero para el análisis de las formas económicas estos medios no sirven. En su reemplazo la ciencia social debe apelar a la abstracción metodológica mediante los llamados “supuestos simplificadores”. Así, para determinar la influencia de los cambios en la productividad del trabajo sobre el valor y el plusvalor contenido en las distintas mercancías, Marx procedió a hacer abstracción de los cambios en los precios determinados por el cambio en el “valor” del dinero, suponiéndolo inalterable.
Pero el valor y el plusvalor de las mercancías no sólo se ve obscurecido al investigador por efecto de los cambios en el valor del dinero —uno de los dos polos de la relación de intercambio— sino de las variaciones en la oferta y la demanda de las mercancías en el mercado. Para eliminar esos factores de perturbación por el lado de las mercancías, Marx apeló a un supuesto ficticio imaginando una situación en que las mercancías se intercambian por sus equivalentes expresados en dinero, cuya representatividad de valor se mantiene constante en términos absolutos. Ciertamente, a lo largo de toda su exposición en “El Capital”, Marx supuso una situación de equilibrio general, donde la relación de intercambio fundamental entre los propietarios de dinero y los propietarios de mercancías, se lleva a cabo entre equivalentes. Pero introdujo este “quid pro quo” en su análisis no como un reflejo fiel de lo que ocurre en la realidad, sino para investigar su objeto de estudio, el valor de las mercancías, en toda su pureza, sin los movimientos perturbadores en la oferta y la demanda, en los precios expresados en dinero, en el mismo precio del dinero o tasa de interés y en la productividad del trabajo.
El error de Astarita está no en suponer el intercambio entre equivalentes como un requisito metodológico para determinar el movimiento interno del objeto económico de estudio, sino en su esfuerzo por demostrar que ese intercambio entre equivalentes se verifica en todo momento. Dicho de otro modo, para Astarita la relación entre oferta y demanda no está afectada por factores —entre otros de naturaleza oligopólica— que interfieren, obstaculizan o perturban su equilibrio, volcando el platillo de esa balanza en favor de la fuerza económica burguesa económicamente más poderosa —oferente o demandante— en detrimento de la fracción burguesa más débil. Al contrario, para Rolando parece que la competencia tiende al equilibrio entre los distintos capitales, no al oligopolio, por eso presenta las relaciones económicas internacionales como un intercambio entre equivalentes.
Y aunque para la tarea científica de descubrir la naturaleza económica del sistema sea necesario suponerlo permanentemente en equilibrio, donde la oferta y demanda coinciden y los precios de las mercancías y del dinero, así como la productividad del trabajo se mantienen constantes, en realidad, como ya hemos visto más arriba señalado por Marx, ese equilibrio entre oferta y demanda jamás se verifica o sólo excepcionalmente y por azar.
Y el problema está en que no se trata aquí de explicar el núcleo interno de la economía capitalista, sino lo más visible de él, en nuestro caso la dialéctica entre imperialismo y burguesías nacionales dependientes, donde opera ese desajuste cuasi permanente entre la oferta y la demanda de las mercancías, los servicios y el dinero, así como la productividad del trabajo en distintas partes del mundo, especialmente en los países de mayor desarrollo relativo respecto de los menos desarrollados. Por tanto, para estudiar los intercambios internacionales no se puede obviar ese desajuste suponiendo al sistema en equilibrio, porque entonces eliminamos del análisis el fenómeno que se quiere explicar.
A la naturaleza del sistema, a su dialéctica interna, solo se la puede descubrir y explicar científicamente mediante el recurso a la abstracción de todas sus formas de manifestación o fuerzas que interactúan y parece que se mueven caóticamente velando u oscureciendo la ley que preside ese movimiento aparentemente anárquico. Por eso hay que suponer todos esos factores como no existentes, para poder explicar los fenómenos económicos por su núcleo interno “en la forma que corresponde a su concepto”, esto es la Ley del valor.
Pero una vez que se ha descubierto la Ley o núcleo interno que preside el movimiento de ese objeto de la economía política que es el valor y el plusvalor, para explicar sus formas de manifestación no se las puede seguir considerando como no existentes desde la quietud del equilibrio, porque entonces no podemos explicar nada o lo que expliquemos no corresponderá al concepto de ese objeto en su existencia.
Y como en nuestro caso hay que explicar las formas de manifestación de la ley del valor en el ámbito de las relaciones económicas internacionales, esto ya no se puede hacer sin abandonar el supuesto del equilibrio, es decir, del intercambio de equivalentes, porque lo que precisamente hay que estudiar es el desequilibrio, es decir, el intercambio entre no equivalentes, las modificaciones a la Ley del valor en contradicción con su cumplimiento como prueba de que esa ley rige sin embargo tal anarquía. De lo contrario, deberíamos admitir, como hacía David Ricardo, que el comercio exterior consiste en el simple cambio de unos valores de uso por otros de distinta clase, esto es en resolver un simple problema de realización de valores equivalentes por ambas partes en una relación de intercambio y no de acumulación de plusvalor por una de ellas. Y esto, en la realidad, no es así:

<<Consideremos el problema tal como ha sido configurado históricamente. Si se admite —como lo hace Ricardo— la absoluta validez de la ley del valor, o sea, si se supone la venta de las mercancías a su valor en el comercio internacional, entonces el comercio exterior carece de importancia para el problema del valor y de la acumulación de valor. A través del comercio exterior, dadas estas circunstancias, solo son intercambiados valores de uso de una clase por valores de uso de otra, con lo cual la magnitud del valor y de la ganancia permanece invariable. (…)
Pero dado que en el comercio internacional no se intercambian equivalentes, porque aquí, lo mismo que en el comercio interno, existe la tendencia a la nivelación de las tasas de ganancia, entonces las mercancías del país capitalista más altamente desarrollado, o sea, de un país con una composición orgánica media del capital más elevada, son vendidas a precios de producción que siempre son
mayores que los valores, mientras que, al contrario, las mercancías con una composición orgánica del capital inferior, son vendidas en libre competencia a precios de producción que, por regla general, deben ser inferiores a sus valores.>> (Henryk Grossmann: “La Ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Cap. XIV 1 c)

Sin la tarea previa de descubrir la Ley del valor no se pueden explicar científicamente los fenómenos de la economía política; pero una vez descubierta esta Ley, hay que aplicarla a los fenómenos tal y como se presentan, no como nosotros suponemos que se presentan. Por tanto, lo que no se puede hacer es aplicar la Ley del valor a los fenómenos del desequilibrio permanente suponiendo el equilibrio permanente.
En el capítulo VIII del Tercer Libro, Marx presentó la alternativa a Ricardo sobre el problema del intercambio internacional. Allí puso un ejemplo en el que se comparan dos capitales de igual magnitud de valor, pero que operan con distintas composiciones orgánicas, esto es, con diversa productividad del trabajo. Por tanto, con desiguales tasas de explotación y de ganancia. El ejemplo es el siguiente: un país europeo donde la composición media de valor de su capital social global es:

84Cc. + 16Cv. + 16Pv. = 116

y un país asiático cuya composición media de valor es:

16Cc. + 84Cv. + 21Pv. = 121

Donde Cc. significa “capital constante”, Cv “capital variable” y Pv plusvalor.
De aquí se desprende que la tasa de explotación de los capitalistas europeos es del 100%, mientras la de los asiáticos es del 25%, o sea que, en proporción a sus obreros empleados —un 525% menos que los asiáticos—, los europeos producen un 25% más de plusvalor que los asiáticos. Pero la tasa de ganancia de los capitales europeos es del 16% mientras que la de los asiáticos del 21%, o sea, más de un 25% mayor que la de los capitalistas europeos.
Ahora bien, tal como sucede en los respectivos mercados internos de los diferentes países, la competencia internacional tiende a nivelar las distintas tasas de ganancia, no el valor de las mercancías. ¿Por qué? Pues, porque bajo el capitalismo no se trata de producir valores de uso sino valores y no sólo valores sino plusvalor para los fines de la acumulación. Esta es su especificidad sistémica. Por lo tanto, las mercancías de los países capitalistas altamente desarrollados con una composición orgánica media relativamente más alta, deberán ser vendidas a precios de producción mayores a los valores creados por sus asalariados, mientras que, al contrario, las mercancías de países que operan con una composición orgánica media relativamente más baja, serán vendidas en libre competencia a precios de producción por lo regular inferiores a sus valores. Porque a lo que tiende la competencia intercapitalista no es a que se intercambien equivalentes, sino a fijar unos precios de intercambio que distribuyan la ganancia social producida por los distintos capitales según su respectiva masa en funciones. Y esta es la finalidad del intercambio, su ley interna que la oferta y la demanda se encarga de ejecutar. Por tanto, dada la diferente composición orgánica —o sea, la distinta productividad de los capitales que intercambian sus productos— los precios a que se realiza ese intercambio deberán necesariamente diferir de los valores creados por sus distintas estructuras productivas, de tal modo que el mercado opere una determinada transferencia de plusvalor desde la estructura capitalista menos productiva hacia la más productiva:

<<En el ejemplo de Marx arriba mencionado, esto significaría que, (a instancias de la competencia internacional entre los distintos capitales) en el mercado mundial se formaría una tasa de ganancia media del 18,5% y que, por lo tanto, el país europeo vendería sus mercancías a un precio de 118,5 en lugar de 116. De esta manera, en el mercado mundial se producen, dentro de la esfera de la circulación, transferencias del plusvalor producido en el país poco desarrollado al capitalista altamente desarrollado, dado que la distribución del plusvalor no se realiza según la cantidad de obreros ocupados sino según la magnitud del capital en función.>> (H. Grossmann: Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Marx ha puesto el ejemplo de dos capitales de igual magnitud de valor. Pero en la realidad, la magnitud de valor en funciones de los capitales altamente desarrollados es significativamente mayor que la que de las empresas de los países subdesarrollados, de lo cual se desprende que la masa de plusvalor que las burguesías dependientes tributan a los oligopolios internacionales localizados en los países imperialistas, es también significativamente mayor, dado que el reparto del plusvalor producido está en proporción a la magnitud de valor con que cada capital participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno en el mundo.

 

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