Concepto materialista histórico de “fuerza económica combinada”

Ahora bien, al hilo de esto que venimos diciendo aquí, Marx también dice en este pasaje de su obra, que la oferta resulta ser la suma de los vendedores o productores de determinado tipo de mercancía, y la demanda, es la suma de los compradores o consumidores solventes finales particulares (individuales o colectivos) o consumidores productivos (demandantes de medios de trabajo, fuerza de trabajo e insumos, para la producción de plusvalor). Pero aclara que buena parte de esta suma de vendedores y compradores actúan no sólo como un agregado de patatas que entran en un mismo saco, es decir como vendedores y compradores individuales “puros” y simples, sino también como “fuerzas combinadas” —dice textualmente Marx—, como coaliciones de empresas —sea del bando de los demandantes o de los oferentes— que actúan como un todo colectivo organizado, lo cual determina el “carácter social” de la producción y el consumo, es decir, la socialización de la oferta y la demanda en el mercado.
Y al hablar del “carácter social” o socialización que la fuerza económica combinada confiere a la producción o al consumo, Marx asocia el concepto de “fuerza combinada” al hecho básico estructural de la socialización de la producción y el consumo productivo en tanto que premisa del socialismo.
Esto quiere decir que, al lado de las interacciones entre empresas o individuos “puros” o aislados que ofrecen o demandan, surgen estas fuerzas económicas horizontalmente combinadas, que integran varias ramas de la producción, donde el intercambio de productos no es el resultado de la división del trabajo en la sociedad, sino de la división técnica del trabajo al interior de un conglomerado de empresas, donde el intercambio de productos no es el resultado de la oferta y la demanda ni de la compra y la venta en el mercado, sino de un intercambio puramente contable determinado por un plan de producción en gran escala. Según la Organización Mundial del Comercio (OMC), “aproximadamente un tercio del total de los 6,1 billones de dólares del comercio mundial de bienes y servicios en 1995, correspondió al “comercio” interno de las empresas, por ejemplo, entre filiales de diferentes países o entre una filial y su sede central. Ver:http://www.wto.org/spanish/thewto_s/whatis_s/tif_s/bey3_s.htm#investment
Frente a estos grandes capitales combinados, los otros capitales pequeños y medianos —nacionales y extranjeros— que operan con “independencia” y a menudo en contra de ellos —sea como demandantes u oferentes—, constituyen el sector más vulnerable y dependiente respecto del sector que actúa como fuerza económico-social orgánicamente combinada, los llamados “conglomerados”:

<<El sector que por el momento es el más débil de la competencia, es al mismo tiempo aquel en el cual el individuo (empresa individual o colectiva) actúa independientemente de la masa de sus competidores, y a menudo en oposición directa a ellos, con lo cual, precisamente se hace perceptible la dependencia de uno con respecto al otro, mientras que el sector más fuerte siempre enfrenta al bando contrario más o menos como una unidad coherente.>> (K. Marx: Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

Y si como es cierto que bajo el capitalismo no se trata de producir e intercambiar valores de uso sino valores, y no solo valores sino plusvalor, es evidente que la debilidad y fortaleza relativas entre competidores, debe traducirse necesariamente en transferencias de plusvalor de unos a otros a instancias del intercambio entre ellos. En este mismo sentido es que, en el primer capítulo de “El Imperialismo fase superior del capitalismo” Lenin cita a Hilferding quien, no por casualidad, coincide con Marx en el concepto de “fuerza económica combinada” que define al monopolio:

<<La combinación —dice Hilferding— nivela las diferencias de coyuntura y garantiza, por tanto, a la empresa combinada una norma de beneficio más estable. En segundo lugar, la combinación [naturalmente al interior de sí misma] determina la eliminación del comercio. En tercer lugar, hace posible el perfeccionamiento técnico y, por consiguiente, la obtención de ganancias suplementarias en comparación con las empresas “puras” (es decir, no combinadas). En cuarto lugar, consolida la posición de la empresa combinada en comparación con la “pura”, la refuerza en la lucha de competencia durante las fuertes depresiones (estancamiento de los negocios, crisis), cuando la disminución del precio de la materia prima va a la zaga con respecto a la disminución de los precios de los artículos manufacturados>> (Rudolf Hilferding, "Das Finanzkapital", 2a ed., pag. 254. Lo entre paréntesis es de Lenin. Lo entre corchetes nuestro)

De este razonamiento marxista o materialista histórico, Lenin concluye con toda claridad en lo siguiente:

<<La competencia se convierte en monopolio. De aquí resulta un gigantesco progreso de la socialización de la producción. Se efectúa también, en particular, la socialización del proceso de inventos y perfeccionamientos técnicos.>> (V.I. Lenin: Op. cit.)

Lenin había estudiado exhaustivamente a Marx y sabía muy bien que el monopolio no puede sobrevivir sin la competencia, generadora de la tasa de ganancia como promedio de las distintas relaciones matemáticas entre el rédito o plusvalor que cada fracción del capital global nacional produce, respecto de su masa de capital social invertido en la explotación de trabajo ajeno. Y para este promedio, el coro de los capitales que no actúan como “fuerza combinada” es de importancia decisiva:

<<La tasa de ganancia, es decir, el incremento proporcional de capital (plusvalor, respecto del capital comprometido), es especialmente importante para todas las derivaciones nuevas del capital que se agrupan de manera autónoma. Porque en cuanto la formación de capital cayese exclusivamente en manos de unos pocos grandes capitales definitivamente estructurados, para los cuales la masa de la ganancia compensara la tasa de la misma, el fuego que anima la producción se habría extinguido por completo. En ese caso, la producción se adormecería. La tasa de ganancia es la fuerza impulsora en la producción capitalista, porque sólo se produce lo que se puede producir con ganancia y en la medida en que pueda producírselo con ganancia.>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV – III)

Por tanto, suponiendo que haya sido bien traducido al castellano, en lugar de utilizar el vocablo “monopolio”, Lenin hubiera debido decir que, bajo el capitalismo tardío o fase imperialista, la competencia perfecta del capitalismo temprano se ha convertido en competencia imperfecta u oligopólica. Pero, al margen de esta observación, ¿quién puede negar que la socialización de la producción y el avance tecnológico —que constituyen empíricamente las premisas del socialismo— están hoy día cuasi monopolizados por la centralización de los capitales en relativamente pocas grandes corporaciones multinacionales con la mayor masa relativa de valor en funciones?
Y si como parece ser cierto que en toda transacción se trata de obtener como mínimo la misma masa de plusvalor promedio que otros capitales de la misma magnitud, o sea la ganancia media, está claro que la propensión a obtener el máximo rédito posible por encima de ese promedio es la norma, y esto depende de la relativa magnitud de los capitales que constituyen los dos polos opuestos de toda relación de intercambio, es decir, de su masa de capital-dinero en circulación. Y esta desproporción entre la fuerza combinada de los oligopolios y sus competidores capitalistas menores que actúan individualmente, tiende naturalmente a romper con la lógica del intercambio de equivalentes y de hecho lo rompe aquí y allá, creando lo que Marx ha dado en llamar “modificaciones de la ley del valor”. Es en este punto de su razonamiento que Marx adelanta el concepto de “monopolio natural” creado o “que surge del propio modo de producción capitalista”:

<<Cuando un bando tiene supremacía, ganan todos cuantos pertenecen a él; todo ocurre como si tuviesen que imponer un monopolio común. Si un bando es el más débil, cada cual podrá buscar, por su propia parte, la manera de ser el más fuerte, (por ejemplo, el que trabaja con menores costos de producción), o por lo menos (en condiciones económicas generales desfavorables) de salir librado lo mejor posible, y en este caso le importa un comino de su prójimo, aunque su propia acción lo afecta no solamente a sí mismo, sino también a todos sus cofrades>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Y aquí Marx cita a David Hume en “An Inquirí into Those Principles. Respecting the nature of demand …” para precisar las condiciones en que se verifican los conceptos de monopolio y competencia en la esfera de la circulación: el monopolio opera una redistribución del plusvalor creado a favor del bando de los más fuertes, es decir, de una parte de la burguesía en perjuicio del resto:

<<“Si cada hombre de una clase nunca pudiese tener [por sí mismo] más que una porción dada o una parte alícuota de las ganancias y las posesiones del conjunto, se uniría de buena gana [a otros] para elevar las ganancias (cosa que hace no bien lo permite la relación entre la oferta y la demanda): eso es el monopolio. Pero si cada cual piensa que de cualquier modo puede aumentar el monto absoluto de su propia parte [de ganancia disminuyendo los costes de producción], aunque sea en virtud de un proceso que haga descender el monto total, a menudo lo hará: eso es la competencia”>> (Op cit. Lo entre paréntesis de Marx. Lo entre corchetes nuestro)

Y si Marx admite —porque de hecho es así— que las condiciones oligopólicas de “monopolio” generan plusganancias para el bando capitalista más poderoso dentro de un mismo espacio económico de formación de valor, ¿por qué no ha de presentarse la misma situación en las relaciones de intercambio entre espacios económicos distintos, en nuestro caso entre el centro capitalista y su periferia de menor desarrollo relativo? De hecho estas transferencias se operan en masas de plusvalor relativamente mayores que en los espacios económicos nacionales de los países más desarrollados. Empezando por las diferencias entre los tipos de cambio entre las monedas fuertes respecto de las más débiles.

 

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