Concepto general de circulación, valor de cambio, dinero y capital

Para determinar este concepto de circulación, es necesario antes refrescar brevemente la distinción entre las nociones de valor y valor de cambio. El valor de cualquier mercancía —incluida la fuerza de trabajo— está determinado por su coste social de producción (no confundir con el costo económico de una determinada empresa), es decir, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla.
El valor determinado por el trabajo privado independiente contenido en cualquier objeto útil o valor de uso, se manifiesta y realiza como trabajo social cuando se confronta con los demás trabajos privados en el mercado. Es allí donde los distintos valores uso adquieren la entidad de valores mercantiles o valores de cambio, y sus correspondientes trabajos privados adquieren realidad o reconocimiento social como parte del trabajo total de la sociedad. Un producto cuyo tiempo de trabajo insumido para producirlo es más elevado que el tiempo social promedio determinado por el mercado, no se vende, y si no se vende no tiene realidad mercantil:

<<Si los objetos para el uso se convierten en mercancías, ello se debe únicamente a que son productos de trabajos privados ejercidos independientemente los unos de los otros. El complejo de estos trabajos privados es lo que constituye el trabajo social global. Como los productores no entran en contacto hasta que no intercambian los productos de su trabajo, los atributos específicamente sociales de estos trabajos privados no se manifiestan sino en el marco de dicho intercambio.>> [K. Marx: Op. cit. Cap. II 3 c)]

El acto de intercambio entre dos mercancías expresa su valor de cambio. Esta idea tiene una historia que arranca cuando la humanidad se encontró con que sus fuerzas sociales productivas crearon para ella una cantidad de productos que excedió a sus necesidades, lo cual dio pábulo al valor de cambio, cuya esencia es la cantidad de trabajo contenido en la relación entre dos mercancías.
Pero una cosa es la esencia determinada de un ser y otra la determinación de su concepto como unidad del ser y su razón de ser en la conciencia de los sujetos. La esencia de un producto es lo que lleva puesto “en sí” por el trabajo, como un valor todavía no manifiesto ni realizado. Por eso es “en sí”, al interior del ser valor como producto. Al relacionarse unos productos con otros en el mercado, puede decirse que cada producto toma conciencia de su ser valor como “ser para sí” pero en otro. Cada producto sabe lo que vale a través de su equivalente encarnado en otro u otros productos con los que se confronta. El concepto es lo que ese ser valor alcanza a ser por sí mismo; este “ser por sí mismo” del valor económico bajo la etapa de la producción mercantil simple, es el dinero, en tanto que él es la representación del valor en general o la representación universal de todos los valores: su equivalente general. [5]
Pero tampoco el valor de cambio pudo superar su dependencia respecto de la mercancía con la generalización del intercambio mercantil simple a instancias del dinero-mercancía representado en metales preciosos —como el oro y la plata— convertidos en medios universales de cambio o equivalentes generales del valor de las mercancías. En efecto, bajo la forma de valor en la etapa del intercambio mercantil simple: M1—M2, el valor de cambio entre dos mercancías se extingue en el acto mismo del trueque al intercambiar una mercancía por otra. Y esto se verifica cualesquiera sean las respectivas cantidades que satisfacen su equivalencia, dado que la finalidad de ambas partes comprometidas en ese acto, es el consumo. Y ahí, el valor de cambio deja incluso de existir.
Lo mismo sucede bajo la forma dineraria del valor: M1—D—M2, donde el dinero funge como mediación en el intercambio entre dos mercancías; en el primer acto de venta, la mercancía M1 se cambia por su equivalente en dinero según la forma de valor M1—D. En el segundo acto, de compra, la misma cantidad de dinero se cambia por su equivalente contenido en la mercancía M2, completando así el ciclo de la circulación mercantil según la forma M1—D—M2. Aquí, el valor de cambio sigue preso de la sustancia mercantil (trabajo privado) contenido en la relación entre las mercancías M1 y M2, donde el dinero no funge más que como simple mediador, dado que su finalidad no es según su esencia: el cambio por el cambio sino el consumo de ambas mercancías.
De este modo, en la circulación simple el valor de cambio solo se activa en la metamorfosis M1 — D y persiste durante el intervalo de tiempo en que, bajo la forma de dinero, permanece fuera de la circulación como una “realización puramente ilusoria” o “evanescente” en el bolsillo del vendedor de M1, hasta que su existencia como valor de cambio se desvanece nuevamente con la compra de la mercancía M2, destinada igualmente a ser destruida en el consumo, confirmándole así como un valor recurrentemente condicionado por el cuerpo o valor de uso de las mercancías que le sirven de soporte para circular.
La capacidad esencial del valor de cambio para autodeterminarse y autoreproducirse en la circulación, apareció por primera y última vez en la historia cuando el dinero se convirtió en capital a instancias del trabajo asalariado abstracto[6]. Así, el valor de cambio en su nueva forma de capital, no es ya solo una simple medida del valor ni tampoco un simple medio de cambio, un mero equivalente que sirve como pura objetivación universal del valor de cambio para intermediar en las relaciones mercantiles, que esa fue la función del dinero en las sociedades precapitalistas.
Ahora, bajo su nueva forma de capital, el valor de cambio se constituye en el principio y fin de sí mismo, en la autodeterminación y autoreproducción de si mismo como capital. Así, a diferencia de la forma de valor en la circulación simple: M1—D—M2, donde el dinero media entre una misma magnitud de valor contenido en las mercancías 1 y 2 que se intercambian para su consumo, la forma de valor correspondiente a la circulación del capital: D—M—D’, es determinada magnitud contenida en la mercancía fuerza de trabajo, la que media entre dos distintas magnitudes de valor representadas en la misma forma dinero. La mercancía fuerza de trabajo, pues, resulta ser el medio del que se vale el valor de cambio autodeterminado bajo la forma de capital-dinero, para reproducirse y autovalorizarse, es decir, incrementarse sin otro límite económico que el de su propia acumulación.
En esta nueva fórmula del capital: D—M—D’ —donde D’ = D + incremento de D— tal como en la anterior: M—D—M correspondiente a la etapa del intercambio mercantil simple, el verdadero punto de partida de la circulación sigue siendo el trabajo abstracto como contenido de la forma valor de cambio. Pero como capital el dinero no funge ya como simple objetivación de una equivalencia en términos de trabajo materializado en determinadas mercancías que permite el acto del intercambio, sino como valor de cambio objetivado, independizado de las mercancías que le sirven de soporte. Es decir, que el valor de cambio como capital, actúa como trabajo abstracto que por si mismo entra en la circulación y se vale de ella sin salir de allí nunca, para autovalorizarse, es decir, para incrementarse, para acumularse. O sea, que el dinero-capital es el concepto del valor de cambio, su autoconciencia y su autodeterminación. Pero en tanto que, para eso, necesita y se vale del trabajo enajenado, el valor de cambio resulta ser la autodeterminación del trabajo enajenado como capital:

<<Cuando aquí hablamos de capital, hablamos sólo de un nombre. La única determinación en la que es colocado el capital a diferencia del valor de cambio inmediato (el de las mercancías) y (el) del dinero (en la etapa de la circulación simple) es la de valor de cambio que se conserva y perpetúa en la circulación y mediante la circulación. (Este valor de cambio es el capital)>> (K. Marx: “Grundrisse” Cap. III. Lo entre paréntesis nuestro)

Y en efecto, fijémonos que en la fórmula de la circulación correspondiente a la etapa precapitalista del intercambio mercantil simple, ambos extremos son mercancías cualitativamente distintas, o sea que el contenido y finalidad de esta forma de intercambio mediado por el dinero, no está dentro sino fuera de la circulación, dado que ambos valores de cambio acaban su andadura en la esfera del consumo. Muy por el contrario, en la fórmula del capital: D—M—D’, los dos extremos tienen la misma forma económica o cualidad: el dinero; la única diferencia entre los dos extremos de este movimiento es de carácter cuantitativo, donde D resulta ser necesariamente siempre menor que D’, dado que esta diferencia en más del extremo D’ = D + D, donde el ciclo de la circulación da término a una de las rotaciones del capital para reiniciarse sin solución de continuidad, es precisamente la finalidad de está fórmula, de modo que si el contenido del dinero consiste en ser la representación universal de los valores de cambio, es decir de magnitudes de valor equivalentes, el contenido del dinero como capital consiste en procesar el incremento del valor de cambio, en ser la representación de valores de cambio no equivalentes. Es la circulación del valor de cambio representado por el dinero para la obtención de más dinero como capital que circula:

<<La circulación mercantil simple —vender para comprar— sirve, en calidad de medio, a un fin último ubicado al margen de la circulación: la apropiación de valores de uso, la satisfacción de necesidades. La circulación del dinero como capital es, por el contrario, un fin en sí, pues la valorización del valor existe únicamente en el marco de este movimiento renovado sin cesar. El movimiento del capital, por ende, es carente de medida.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV 1)

Pero esta metamorfosis del dinero como medio de cambio en capital, no significa que la forma del valor de cambio propia de la circulación mercantil simple haya desaparecido. Fue superada y al mismo tiempo conservada al interior de la forma dominante de la circulación capitalista, donde el dinero es el punto de partida y el punto final de todo proceso de circulación.

[5] Pero ésta es la lógica del trabajo enajenado en la sociedad de clases. Previamente, cuando el ser humano se superó históricamente pasando de la recolección a la economía del tiempo de trabajo comunitario —transformador de la naturaleza para los fines del consumo— aquella fue la etapa de su desarrollo en que hizo aparición el valor económico. Pero no todavía como el ser en sí del trabajo sino directamente como su concepto, sin necesidad de pasar por “el para sí” de su “ser en otro”, en nuestro caso, el capital, la burguesía. En esta etapa del llamado “comunismo primitivo”, el concepto del trabajo se hacía evidente a la subjetividad de los trabajadores sin necesidad de pasar por las “horcas caudinas” de la “lógica del ser” y la “lógica de la esencia”: “<<Los diversos trabajos en que son generados esos productos —cultivar la tierra, criar ganado, hilar, tejer, confeccionar prendas— en su forma natural son funciones sociales, ya que son funciones de la familia y ésta practica su propia división natural del trabajo (...) Pero aquí el gasto de fuerzas individuales de trabajo, medido por la duración, se pone de manifiesto desde un primer momento como determinación social de los trabajos mismos, puesto que las fuerzas individuales del trabajo sólo actúan, desde su origen, como órganos de la fuerza de trabajo colectivo de la familia.>> (K.Marx: "El Capital" Libro I Cap. I punto 4. Subrayado nuestro). Lo cual quiere decir que, en este período, la producción estaba directamente determinada por las necesidades colectivas, y entre el acto esencial de la creación y lo creado no había ninguna ruptura epistemológica. Para captar la esencia de las cosas, quienes vivieron durante aquella etapa histórica no tuvieron necesidad de pasar por los vericuetos de la metafísica tradicional ni por la dialéctica hegeliana; para aquellas gentes, la contradicción dialéctica entre el ser "puesto" que "parece" y al mismo tiempo se oculta y "brilla" en el "parecer" carecía por completo de sentido, porque la esencia o razón de ser puesta por el trabajo social en cada ser producido, era directa e inmediatamente percibida como una unidad de concepto y sustancia que Hegel atribuye a la Idea. Esto era así porque los distintos actos de la producción colectiva eran actividades directa y conscientemente decididas por quienes las ejecutaban. Y sus productos adquirían realidad como valores (de uso) en el consumo, no en el mercado.

[6]Esto significa que el trabajo abstracto es el presupuesto o condición de existencia, tanto de la circulación simple como del propio valor de cambio que le da razón de ser. Su verdadero punto de partida.

 

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