El intercambio desigual de mercancías en los albores del capitalismo

En sus escritos de 1861-1863, Marx trae a colación una cita de Adam Smith, donde éste fundamenta la causa del intercambio desigual de valor entre la ciudad y el campo en la tardía Edad Media (siglo XVII) dentro de un mismo reino:

<<“Es cierto que cada clase, por medio de sus reglamentos, se veía obligada en cuanto a las mercancías que debía comprar en la ciudad a los comerciantes y artesanos de las otras clases, a comprarles algunas cosas más caras de lo que sin esto habría podido hacer; pero, a cambio de ello, estaba también en condiciones de venderles más caras las suyas, en la misma proporción, de modo que, hasta aquí, como suele decirse, allá se iba lo uno con lo otro, y en las transacciones que las diversas clases hacían en la ciudad las unas con las otras, ninguna salía perdiendo con estas reglamentaciones. Pero en las que (el conjunto de estas clases de la ciudad) hacían con el campo, todas encontraban por igual grandes beneficios, y en este tipo de negocios consiste todo el tráfico que sostiene y enriquece a las ciudades. No hay ninguna ciudad que no extraiga del campo todo su sustento y todas las materias primas para su industria. Y todas pagan estos objetos, principalmente de dos maneras: la primera consiste en devolverle al campo, elaboradas y manufacturadas, una parte de estas materias primas, en cuyo caso su precio es aumentado con los salarios de los obreros y el importe de las ganancias de sus patronos o de quienes directamente los emplean; la segunda, en enviar al campo, el producto, tanto en bruto como manufacturado, bien de otros países, bien de los lugares más alejados del mismo país que la ciudad importa, en cuyo caso el precio originario de estas mercancías se ve también acrecentado por los salarios de los carreteros y marineros y la ganancia de los comerciantes. Lo que se gana en la primera de estas dos ramas del comercio constituye todo el beneficio que la ciudad obtiene con sus productos manufacturados. Lo que se gana en la segunda representa la ganancia total que a la ciudad le reporta su comercio interior y su comercio exterior. La totalidad de lo que se gana en cada rama consiste en los salarios de los trabajadores y en las ganancias de quienes los emplean. De este modo, todas las reglamentaciones encaminadas a hacer que estos salarios y estas ganancias aumenten por encima de lo que naturalmente debieran ser, tienden a poner a la ciudad en condiciones de comprar, con una cantidad menor de su trabajo, el producto de una cantidad mayor del trabajo del campo” (A. Smith: “Investigación acerca de la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones” Cap. X. Citado por Marx en: “Teorías sobre la Plusvalía” Libro II Cap. X Ed. FCE/80 Pp. 208. Lo entre paréntesis nuestro)

Sobre este pasaje de Smith, Marx comenta lo siguiente:

<<{Como vemos, Adam Smith vuelve aquí a la acertada determinación del valor. Esto último [en] l.c., t.I 1.1, Cap. X p. 259. Determinación del valor por la quantité du travail. Como ejemplo de ello podemos aducir su exposición de la plusvalía. Si los precios de las mercancías que se intercambian entre la ciudad y el campo representan quantités égales du travil, lo mismo sucede con las mercancías [mismas]. No es posible, por tanto, que el salario y la ganancia determinen estos valores, sino que es el reparto entre estos valores el que determina el salario y la ganancia. De ahí que Smith aprecie también que la ciudad, cuando intercambia una menor quantité du travail por otra mayor del campo, obtiene con respecto a éste una plusganancia y un plussalario. Lo cual no sucedería si la ciudad no vendiera al campo sus mercancías por encima de su valor, pues en este caso los “profits et salaires” “no resultarían más elevados de lo que de otro modo serían”. Si, por tanto, la ganancia y el salario son ce qu’ils doivent éter naturellement (lo que deben naturalmente ser), en vez de determinar el valor de las mercancías, se hallan determinados por él. De este modo, la ganancia y el salario sólo pueden nacer del reparto del valor dado de la mercancía, que es la premisa de ellos, pero este valor no puede interponerse, sino que de él se derivan las ganancias y los salarios}>>. (Op cit. Lo entre llaves y corchetes corresponde a los redactores de la edición alemana. Lo entre paréntesis es nuestro)

Y aquí Marx da entrada nuevamente a Smith certificando su acuerdo con él, en que los comerciantes y artesanos de las ciudades vendían sus productos al campo por encima de sus valores, para que la consecuente lucha urbana entre patronos y obreros se encargara “post festum” del reparto de este sobrevalor entre ganancias y salarios, que, de este modo:

<<…..proporcionan a los comerciantes y artesanos de la ciudad una ventaja sobre los propietarios, arrendatarios y trabajadores del campo, rompiendo aquella igualdad natural que, sin ello, existiría en el comercio entre una y otro. La totalidad del producto anual del trabajo de la sociedad se divide anualmente entre estos dos diferentes sectores del pueblo. La eficacia de estas reglamentaciones consiste en procurar a los habitantes de las ciudades una parte mayor del producto de la que sin esto les correspondería, reservando otra menor para quienes viven en el campo. El precio que las ciudades pagan por los víveres y materias primas que los que anualmente importan son todos los objetos manufacturados y demás mercancías que año con año exportan. Cuanto más caras se venden estas mercancías, más baratas compran las otras. La industria de las ciudades resulta, con ello, favorecida y la del campo perjudicada.>> (A. Smith, citado en Op. Cit.)

Ya en la tardía Edad Media, pues, se verificaban modificaciones a la ley del valor en el intercambio, es decir, entre no equivalentes, entre la ciudad y el campo, hecho que Marx reconoció también en el intercambio entre países, según veremos más adelante. Obviamente, el sobrevalor al que los comerciantes y artesanos urbanos vendían sus mercancías a los propietarios, arrendatarios y trabajadores del campo, no era producto de un simple arbitrio, sino el resultado de condiciones objetivas más favorables a los primeros, donde la división del trabajo entre la ciudad y el campo se daba en condiciones de la más absoluta dispersión geográfica y consecuente aislamiento social entre los pequeños productores rurales, de tal modo impedidos de relacionarse para crear los necesarios mecanismos de cooperación objetiva, tales como la socialización de sus técnicas agrarias a través de la comercialización de sus propios productos:

“Los moradores de una ciudad, reunidos todos en el mismo lugar, pueden fácilmente comerciar los unos con los otros y entenderse. Hasta los más insignificantes artesanos empujados a las ciudades, se ven, por tanto, obligados a organizarse gremialmente en uno u otro sitio. (…) Los pobladores del campo, dispersos en lugares muy distantes entre sí, no pueden entenderse fácilmente los unos con los otros. No sólo no se han agremiado nunca, sino que jamás ha reinado entre ellos un espíritu gremial. Nunca se ha creído necesario implantar un período de aprendizaje en la agricultura, que es la gran rama de producción del campo.” (A. Smith: citado en Ibíd.)

Este atraso relativo de la producción rural durante la etapa infantil del capitalismo, determinó la ausencia de vínculos o mediaciones socio-económicas que posibilitaran la creación de un mercado nacional, el necesario espacio unificado de circulación de los valores para confrontar objetivamente las diferentes productividades del trabajo a instancias de la diversa composición orgánica de los capitales en la ciudad y el campo, de lo que resulta naturalmente la formación de una tasa nacional de ganancia media, que fija los beneficios según la masa de capital con que cada cual participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno. De ahí que Marx descartara por completo introducir este concepto de ganancia media para el análisis de ese contexto históricamente determinado sobre el que teorizó A. Smith:

<<Por tanto, si, según expone A. Smith, las mercancías urbanas y las rurales se vendieran en proporción a la quantité de travail que recíprocamente se contiene en ellas, se venderían por sus valores, y la ganancia y el salario, por ambas partes, no podrían, consiguientemente, determinar estos valores, sino que [a la inversa] serían determinados por ellos. La compensación de las ganancias —distintas, por virtud de la diferente composición orgánica de los capitales— para nada nos interesa aquí, ya que, en vez de introducir una diferencia en las ganancias, lo que hace es nivelarlas>> (K. Marx: Op. Cit.)

Esto, a nuestro modo de ver, significa que, en aquellas formaciones sociales nacionales del capitalismo incipiente, se verificaba un intercambio desigual como consecuencia del desarrollo económico desigual extremadamente acusado entre el modo de producción urbano y el modo de producción rural. Se trataba de una totalidad todavía simple de formación de valor en Inglaterra, donde, además, severas leyes gremiales imponían rígidamente a los maestros artesanos un número limitado de aprendices que podían emplear, tanto como para evitar su conversión en capitalistas, al tiempo que, por la misma razón, esas reglamentaciones permitían que los comerciantes compraran todo tipo de mercancías excepto fuerza de trabajo.(3)
Por un lado, estos reglamentos constituían un obstáculo para que la división social del trabajo —donde cada taller se dedicaba a fabricar y vender un solo producto, empleando a un número limitado de artesanos encargados de ejecutar todas y cada una de las sucesivas operaciones necesarias para su fabricación— se conservara superándose a sí misma en la división manufacturera del trabajo, concepto según el cual un número ilimitado de asalariados se dedicaban a ejecutar cada cual solo una de las tantas operaciones simples como fuera posible dividir el trabajo total, para acabar el producto en el menor tiempo, rompiendo así el espinazo de la organización del trabajo artesanal para dar el primer paso hacia el más moderno modo de producción capitalista.
Como estaba previsto en la lógica del universal abstracto capitalista contenido en el modo de producción mercantil simple todavía predominante, las nuevas condiciones históricas de la explotación burguesa del trabajo social urbano acabaron imponiéndose, determinando un proceso de acumulación de capital cuya magnitud llegó en determinado momento a un punto, en que su masa no podía seguir empleándose en las ciudades sin merma en los beneficios que justifiquen semejante límite a su empleo y realización en la esfera de la circulación. Esta situación determinó que los capitales excedentarios en las ciudades se apoderaran paulatinamente de considerables cantidades de trabajo rural, procediendo así a ir nivelando las diferencias entre la productividad del trabajo en ambos grandes sectores de la economía nacional a instancias de una mayor composición orgánica del capital creada en el campo.
Tal ha sido la consecuencia histórica que tuvo su causa eficiente en la lógica del capitalismo contenida en ese universal simple originariamente indeterminado llamado mercancía. Más tarde y por mediación dialéctica de intereses particulares nacionales dados —en nuestro caso los del campo y la ciudad—, ese universal simple fue desplegando sus determinaciones en un proceso donde su metamorfosis en capital, actualizó en cada país los procesos de división del trabajo hasta completar la formación social nacional burguesa y la unidad económica de sus respectivos mercados internos, base material sobre la que se han podido constituir las diversas singularidades o individualidades políticas de las distintas clases burguesas dominantes en cada país: los Estados capitalistas nacionales. Fue en esta singularidad de su respectivo Estado nacional, donde cada burguesía nacional reforzó la subjetivación de su concepto de clase dominante, por el hecho de ejercer el poder político institucionalizado sobre sus clases subalternas, cuya divisa fue y sigue siendo la moneda nacional.
Finalmente, es mediante esta subjetivación de su concepto como clase dominante nacional, que las distintas burguesías singulares devienen en clases autoconscientes de sí mismas como clase capitalista universal o internacional, en la medida en que las determinaciones de la Ley general de la acumulación capitalista prevalecen cada vez más al interior de los distintos Estados burgueses nacionales (la llamada globalización), a expensas de sus respectivas clases asalariadas subalternas.
En este punto de nuestra meditación acerca del trabajo de Rolando, surge la pregunta: aun prevaleciendo actualmente el desarrollo internacional desigual entre el centro y la periferia capitalista, ¿puede hablarse, sin embargo, de un intercambio de equivalentes?

(3)K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XII Punto 4

 

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