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contra de la Rua-Cavallo
Liga comunista (Argentina) 19 de enero de 2002
( todo el texto.-
en word, en zip )

Primera parte

Introducción

En la primera parte de este trabajo presentamos un análisis del levantamiento popular que derribó al gobierno de De la Rúa -el "Argentinazo", como lo han calificado medios de prensa, grupos de izquierda y el progresismo- y algunas cuestiones de táctica. En la segunda parte analizamos el programa del nuevo gobierno, con especial atención al debate acerca del "cambio del modelo", y la orientación política que se desprende para la militancia de izquierda.

El análisis que se desarrollará está sujeto a una tensión que es inherente al carácter polémico de nuestro enfoque en relación a los análisis de la izquierda. Es que prácticamente todas las corrientes de izquierda caracterizan que, por lo menos, en Argentina se ha iniciado un "proceso revolucionario"; la asimilan a la etapa abierta después del Cordobazo, de 1969, y algunos llegan a comparar el reciente "Argentinazo" con la Revolución rusa de febrero de 1917. Muchas corrientes caracterizan que las masas irrumpieron en la escena política con su "acción independiente" -como dice un grupo trotskista- para cambiar "en profundidad el curso de la historia". Basadas en este análisis proponen crear organismos de democracia directa -Asambleas Populares- con vistas a la toma del poder por los trabajadores y/o imponer un programa de transición al socialismo; o bien convocan a Asambleas Populares para un nuevo levantamiento que dé lugar a un "gobierno popular revolucionario".

Por motivos que explicaremos, nuestros análisis y política son muy distintos. Pensamos que hasta ahora no se abrió un proceso revolucionario, ni una etapa revolucionaria; que por lo tanto no está planteada la toma del poder por la clase obrera en un período más o menos inmediato (digamos, en los próximos meses); que la tarea de formar soviets no sólo es equivocada sino también perjudicial para la organización y el avance de la conciencia de la clase obrera y su vanguardia. Al afirmar esta tesis se impone una aclaración, ya que muchos tienden a atribuirnos la idea de que "aquí no ha pasado nada". Pareciera que nuestros interlocutores no pueden salir de una falsa dicotomía entre "situación revolucionaria" o "no pasa nada, todo sigue igual". El correlato en la táctica de esta antinomia es "o planteamos la formación de soviets y la toma del poder", o "no quieren hacer nada, no quieren militar".

Frente a esta rigidez, estamos convencidos de la necesidad de adoptar un enfoque dialéctico. Para decirlo de manera que no quede lugar a dudas: sostenemos que el levantamiento popular contra De la Rúa mejora las condiciones para la propaganda y agitación por las ideas socialistas, y abre posibilidades para la organización de los activistas y el reagrupamiento de las fuerzas obreras; que genera la posibilidad de avanzar en la conciencia de las masas de su propia fuerza, del poder de su movilización. Pero decimos que éstas son posibilidades. O sea, estos avances serán una realidad si se cumplen determinadas condiciones. Entre ellas, la que corresponde a la vanguardia revolucionaria es intervenir con un análisis claro, no marearse con fraseología vacía, tener presente cómo las tendencias profundas de la lucha de clases se refractan en el acontecer diario y realizar una crítica de raíz a las políticas e ideologías burguesas imperantes -entre ellas a la ideología del "frente de la producción" con que se quiere arropar el nuevo gobierno- y una agitación y propaganda a la mayor escala posible de la alternativa socialista. Pero si esta crítica no penetra en el movimiento de masas, si éste no supera la ideología reformista burguesa, la burguesía logrará salir del actual marasmo, descargando la mayor parte del peso de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores. Dicho de otro modo, nada indica que el movimiento de masas, desarrollándose sobre la base de la ideología burguesa o pequeño burguesa hoy predominante, pueda generar levantamientos que lo acerquen "asintóticamente" a la toma del poder, como plantean muchos compañeros de la izquierda (la experiencia histórica enseña, y mucho, al respecto).

Por lo anterior, y en cuanto a la orientación práctica, nuestra táctica se asienta en la posibilidad real de avanzar en la conciencia y organización de la vanguardia en la lucha contra la ofensiva del capital. Decimos que es una posibilidad "real" porque parte de la situación objetiva que se vive en los lugares de trabajo, en los barrios, en los sindicatos. Nuestro análisis tiene en cuenta el bajo grado de movilización y participación de la clase obrera en los procesos recientes, así como la desorientación ideológica y política del movimiento obrero. Por eso también decimos que la tarea de formar soviets en esta coyuntura es equivocada; no existe indicio alguno de que pueda efectivizarse. El saber manejarse en la dialéctica que plantean los condicionamientos de la situación -el estado de conciencia y organización de las masas es un dato objetivo para los pequeños grupos de militancia socialista- y las posibilidades reales permitirá superar tanto la pasividad liquidacionista, como el voluntarismo y el agitativismo vacíos.

Nuestro trabajo se distancia entonces de los dos polos: del mayoritario en la izquierda; y de la postura que dice "no pasa nada, no se puede hacer nada", que podrían inferir algunos de nuestra crítica al impresionismo exitista. Hay que rescatar la importancia de lo que han producido las masas, pero al mismo tiempo señalar sus carencias, sus límites. No para pregonar la inacción, sino para encarar las tareas necesarias.

El levantamiento contra De la Rúa - Cavallo

Como acabamos de señalar, la idea predominante en la izquierda -y parte del progresismo- es que en la última quincena de diciembre de 2001 se ha producido un cambio radical en la relación de fuerzas entre las clases sociales en Argentina. Es común escuchar o leer afirmaciones como que "el pueblo ha recuperado su poder", que "ahora es capaz de imponer su voluntad a los gobernantes", que "ha reconquistado la democracia" y que "ha construido un poder paralelo autónomo"; se dice que el "pueblo", como único protagonista, ha derribado a De la Rúa; que se ha abierto una situación pre-revolucionaria, cuando no directamente revolucionaria, o que se ha iniciado la revolución argentina. El PTS, por ejemplo, en un volante (del 22/12/01) sostiene que "la irrupción popular ... ha provocado un giro en el país", que el gobierno fue derribado "por la acción directa de las masas"; que los días 19 y 20 de diciembre fueron "verdaderas jornadas revolucionarias, una acción histórica independiente de las masas argentinas que signará la próxima etapa" y que se inició un "proceso revolucionario"; llama, en consecuencia, a impulsar organismos de tipo soviético y a imponer un programa de transición al socialismo. El PO, que también considera que se inició la revolución argentina, convoca a "impulsar Asambleas Populares, es decir, la organización del pueblo trabajador mediante representantes electos" (en la tradición socialista estos son soviets, o consejos obreros), que incluso podrían "asegurar la supervivencia, la vida cotidiana y la estructuración social que acabe la situación presente" (volante del 19/12/01). El MST llamó a la constitución inmediata de un gobierno de izquierda -elegido por la Asamblea Legislativa (volante del MST, 21/12/01). En Pagina 12 del 24 de diciembre Luis Zamora declaró que había llegado la hora "del poder popular". El PCR, si bien reconoce que la clase obrera no estuvo presente en el grado que hubiera sido necesario para dar lugar a un gobierno popular (junto con la no salida a la calle del sector nacionalista del Ejército, al que apuesta esta corriente), considera que la situación es propicia para convocar a "Asambleas populares, cabildos abiertos y multisectoriales en todo el país para imponer un gobierno de unidad popular" que garantice la aplicación de un programa de salida a la crisis. Incluso corrientes de izquierda del exterior comparten estas caracterizaciones; por ejemplo, la revista marxista Carré Rouge, de Francia, sostiene en un dossier especial que "comenzó la revolución en Argentina".

Veamos los problemas que encierran estas caracterizaciones

En primer lugar, hay que decir que la clase obrera, como clase, estuvo ausente del proceso que llevó a la caída de De la Rúa - Cavallo.

Efectivamente, las caracterizaciones a las que hicimos referencia reflejan algo cierto y muy importante, que la movilización de masas demostró su fuerza, su potencialidad, pero pasan por alto un hecho igualmente clave: que la clase obrera, como clase, no estuvo presente en la movilización. Decimos esto porque fundamentalmente no tuvo presencia con un programa o alternativa propia. Y, en segundo lugar, porque ni siquiera intervino como grupo social diferenciado, con sus organizaciones. Es verdad que en los cacerolazos participaron trabajadores explotados por el capitalismo y su Estado (bancarios, estatales, asalariados de todo tipo), pero lo hicieron en cuanto individuos, no como clase; lo hicieron indiferenciados en la masa, que pedía por la renuncia de De la Rúa y Cavallo, que rechazaba a todos los políticos por corruptos y clamaba por el pago de los salarios y la devolución de los depósitos bancarios.

En el enfrentamiento de la Plaza de Mayo del 20 de diciembre también participaron activistas y luchadores sindicales, junto a trabajadores de base de la zona centro, y desocupados, pero tampoco hubo una presencia como clase, con su propia organización, de los asalariados (salvo un sindicato pequeño, AGD de docentes universitarios, y Suteba, seccional Matanza). Además, sólo en algunas empresas grandes los trabajadores pararon las actividades esa tarde; a medida que se debilitaba el gobierno las dos CGT redoblaron sus apuestas por el recambio peronista sin que la clase obrera asumiera ningún rol, y sin que desde las bases surgiera algún cuestionamiento más o menos consistente a los dirigentes sindicales que hablaban "en nombre de los trabajadores". En cuanto a la CTA, su rol fue nulo; esta central, que venía de emplear todas sus fuerzas en la votación por el seguro de empleo, no tuvo la más mínima orientación para intervenir con un programa y una alternativa de clase, ni durante los enfrentamientos, ni frente al recambio que se preparaba.

A la vista de estos elementos, hay que concluir que el llamado del MST durante esas jornadas a tomar las fábricas, realizar asambleas, huelgas, preparar el paro activo nacional, "exigiéndoles a las CGT y CTA que rompan la tregua", y ganen la calle, estaba alejado de las posibilidades concretas que se desprendían de la situación en las bases. Es un hecho que cuando se luchaba el jueves en plaza de Mayo, la inmensa mayoría de los obreros ocupados seguían desarrollando sus tareas.

En cuanto a los saqueos, en ellos intervino un elemento muy heterogéneo: por un lado, gente hambrienta y desesperada (la bancarizacion afectaba a toda la economía en negro, con la cual sobreviven millones de personas ); por otra parte, un buen componente lumpen, y entre estos dos extremos, un largo continuum social, del más diverso tipo. Pero la clase obrera tampoco intervino como clase, a pesar de que en algunos lugares (caso zona sur de Gran Buenos Aires) organizaciones de desocupados superaron el accionar del mero saqueo, logrando parcialmente algunas reivindicaciones como la promesa de entrega de planes Trabajar. Hay que señalar, además, que desde el punto de vista político y programático el saqueo en sí mismo no genera algo superador. En cierto sentido constituye una salida individual (cada cual se lleva lo que puede, prevaleciendo muchas veces el más fuerte, el más "vivo"); no tiene futuro (se da ocasionalmente) y su efecto es llamar la atención, sin abrir una perspectiva política. Para colmo, en muchos lugares del Gran Buenos Aires los propios servicios de seguridad difundieron rumores de todo tipo, atizando miedos y rivalidades entre barrios pobres, enfrentando a los vecinos entre sí, y alentando una psicosis de miedo que era funcional a la instalación de medidas represivas generalizadas.

En segundo lugar, y ligado a lo anterior, hay que cuestionar la tesis (tan cara a la izquierda y el progresismo) que dice que "las masas" fueron las únicas protagonistas de la caída del gobierno de De la Rúa - Cavallo. Según este enfoque, pareciera que las "masas" -entendiendo por éstas al amplio abanico que va desde los desocupados y marginados a la pequeña burguesía empobrecida, pasando por la clase obrera- habrían irrumpido de manera completamente "espontánea", echando con su movilización a la Alianza del gobierno.

Pero esto no es cierto. El gobierno de De la Rúa cayó por una conjunción de fuerzas, muy dispares, varias de las cuales dieron curso e incluso alentaron algunas protestas. La misma burguesía terminó "bajándole el pulgar" al gobierno de De la Rúa, por considerar que ya no era capaz de defender con un mínimo de coherencia sus intereses; amplias franjas de la burguesía y de las clases medias más acomodadas se rebelaron contra el "corralito" sobre sus depósitos -medida que consideraron propia de un "dirigismo soviético" intolerable; y los comerciantes y medianos y pequeños empresarios también confluyeron en la protesta porque se vieron muy afectados por la caída en picada de las ventas, producto de la iliquidez a partir del "corralito". Tampoco se puede desconocer el rol que jugó el aparato del partido Justicialista. Incluso hay que tomar en consideración el retiro del apoyo por parte del imperialismo; Washington ayudó a que colapsara el gobierno porque se orientaba hacia otra resolución del problema de la deuda externa; y es muy relevante que el 18 de diciembre el FMI sacara una declaración que hablaba de la falta de confianza en el programa económico de Cavallo.

Estos factores se hicieron sentir en las movilizaciones: por ejemplo, es un hecho probado -y denunciado por los dirigentes piqueteros- la participación del aparato del Partido Justicialista (utilizando elementos lúmpenes y punteros de barrio) en los saqueos que se suceden desde los primeros días de diciembre. También es un dato que los primeros "cacerolazos" fueron promovidos por asociaciones de comerciantes y cámaras empresarias, como la Cámara Actividades Mercantiles Empresariales. Incluso funcionarios del justicialismo se pusieron al frente de algunos cacerolazos, como hizo Quindimil en Lanús. Por todo esto decir que a De la Rúa lo derribaron las masas es una verdad a medias que oculta la participación burguesa, hasta cierto punto calculada, en la caída . Esto es importante para ubicar en su justa dimensión la relación de fuerzas entre las clases sociales.

En tercer lugar, hay que matizar la cuestión de la "espontaneidad" (en cuanto alude a luchas que son realizadas al margen de la convocatoria de las organizaciones establecidas, dejándose llevar por impulsos propios, no formulados en programas y objetivos claramente delineados). Deslumbrados porque las masas se movilizaron al margen de las estructuras partidarias, muchos sostienen que éstas están comenzando a superar las "viejas estructuras de la representación indirecta" y que está a la vuelta de la esquina la formación de organismos de "democracia directa", para llegar al "poder directo de las bases". O que, por lo menos, a partir de ahora la población estaría en condiciones de ejercer una vigilancia activa sobre los políticos, y de defender sus intereses de manera consecuente.

Sin embargo, según lo que ya hemos señalado, existió una intervención de organizaciones políticas y hasta estatales en muchas de las acciones que fueron preparando las condiciones para el estallido del "cacerolazo" de la noche del 19 de diciembre -que fue la acción más espontánea en el pleno sentido de la palabra- y de la lucha por la Plaza del día siguiente.

Pero además también hay que relativizar el grado de "espontaneidad" en lo que se refiere al plano ideológico de la movilización del "cacerolazo", que sentenció al gobierno de De la Rúa -al demostrar que "su" base social también le daba la espalda, y activamente- y ayudó decididamente a la caída de Rodríguez Saa.

Como es sabido, junto a la demanda de la renuncia de De la Rúa y Cavallo, se exigió que se vayan "todos los políticos", identificados como los principales "ladrones" y "causantes de la crisis". Muchos compañeros de izquierda interpretan esta demanda como un rechazo "al sistema", y de ahí ven un paso a la creación de organismos "anti-sistema" (independientes del Estado y del capital). La propuesta de construir organismos de democracia directa se asienta en esta interpretación, que apunta a decir que las masas "recuperaron el poder" durante las jornadas de diciembre. Esto es, espontáneamente la población habría expresado de manera casi instintiva su odio a las instituciones, y por lo tanto sólo habría que canalizar esta espontaneidad, dando forma a una organizativa autónoma del Estado, para que estemos en condiciones de transformar el movimiento en insurrección.

Este razonamiento olvida, sin embargo, que el cacerolazo no fue un producto caído del cielo en el terreno ideológico y político; por el contrario, reflejó a su manera una larga preparación ideológica de los medios de comunicación. Es que desde hace mucho tiempo los voceros del gran capital están embarcados en una campaña que presenta a la corrupción como la responsable principal de la crisis y a los "políticos" como corruptos y alejados de las necesidades del pueblo; el objetivo de esta campaña es reducir los gastos (o sea, de plusvalor) "de la política". Desde sectores del progresismo y la izquierda también se dio aire a esta propaganda, que fue penetrando en la conciencia de las masas. De manera que la lucha contra los políticos corruptos fue un aglutinante de los que participaron en los cacerolazos, desde los barrios ricos de la Capital hasta los trabajadores más humildes.

¿Es en sí misma revolucionaria la consigna de "no a la corrupción"? No, no lo es. Esta demanda podría tener potencialidades revolucionarias sólo a condición de que: a) se enmarcara en un programa de la clase obrera y b) fuera levantada por una movilización con hegemonía proletaria. En ausencia de hegemonía de la clase obrera la exigencia de acabar con la corrupción puede ser canalizada dentro de la estrategia más general de achicar los gastos de la plusvalía para el capital, y hasta ser instrumentada contra los trabajadores estatales; al respecto, hay que reconocer que muchos de los que participaron en el "cacerolazo" apoyarían el día de mañana una "racionalización profunda" del Estado, que podría dejar en la calle a miles de estatales e introducir los criterios de racionalidad y eficiencia capitalista para el resto. Obsérvese que el segundo gran cacerolazo, por la renuncia de Grosso y otros renombrados corruptos, replanteó con urgencia la cuestión de la reforma del Estado, y ahora la demanda es tomada por el gobierno de Duhalde.

Por estas razones es equivocado creer que la consigna de "fuera todos los políticos corruptos" nos lleva a los soviets y el poder de los trabajadores. Sí es correcto decir que esta exigencia -insistimos, que comparte el capital- genera agudas contradicciones, ya que está dirigida a estructuras políticas que lucran de la plusvalía. Pero no es una demanda inmanejable para el capital y su Estado.

Esto explica la dualidad con que el cacerolazo fue recibido por la alta burguesía y sus medios de comunicación. Por un lado, se habló con preocupación del fenómeno porque "el pueblo no gobierna ni delibera si no es por medio de sus representantes", y porque "no se puede gobernar con esta presión constante". Pero por otra parte los Grondona, los Morales Solá, los comentaristas de los medios televisivos, tuvieron palabras de alabanza para la manifestación. La Nacion, por ejemplo, exaltó al "sector de la ciudadanía que no necesitó lideres ni conductores, pues se autoconvocó y se automovilizó para expresar su rechazo a la política instrumentada por el gobierno del presidente De la Rúa, y tambien su repudio hacia los vicios y abusos de la dirigencia política en general" (Editorial 26/12/01).

Más importante aún es que el mero rechazo "a los políticos". al no ofrecer alternativas superadoras, permite la renovación -y hasta la oxigenación- de los mandos de conducción del Estado. Es que en última instancia "alguien" tiene que gobernar (salvo grupos minúsculos, nadie en Argentina quiere una sociedad conformada según las ideas de Bakunin), y esto lo sabe todo pequeño burgués que grita con indignación "que se vayan todos -por lo menos, hasta que me devuelvan los depósitos". De ahí que finalmente los "cacerolazos" tenían que aceptar a alguien como presidente. No fue Rodríguez Saa, y entonces vino Duhalde con su Vanossi para los barrios más paquetes y su Juampi Cafiero para los progres emocionados con la "recuperación de la democracia". Y en el futuro puede no ser Duhalde -figura de todas maneras intragable para el antiguo electorado del Frepaso- y podrá venir una Carrió, o algo similar. Uno de los últimos cacerolazos realizados a la hora de escribir este texto, ya con el gobierno de Duhalde, ayudó a echar del Banco Central a Maccarone; pero lo sustituyó Blejer, un hombre del FMI y del neoliberalismo.

Todos estos cambios generan, por supuesto, graves conflictos y crisis; pero de aquí a pensar que el pueblo ahora "controla efectivamente al poder y al Estado", hay un abismo. Tenemos que decirlo con todas las letras: hoy las masas no pueden "controlar" porque no existe una alternativa superadora a lo existente, porque no tienen ni programa, ni organización, ni poder efectivo para controlar e imponer medidas. No hay que ilusionarse, protestar y rechazar no es decidir el curso de los acontecimientos; a lo sumo es presionarlos, y esta presión se puede ejercer hasta un punto muy limitado, por lo menos en la medida en que la clase obrera no intervenga y en que no se supere la ideología existente.

Un párrafo aparte exige la demanda de "que devuelvan los depósitos". ¿Cómo puede ser instrumentada de manera "revolucionaria"? De existir una fuerza obrera revolucionaria, ésta jamás podría prometer que en caso de acceder al poder devolvería esos depósitos (una revolución proletaria no podría dar un paso con semejante pasivo sobre sus espaldas). Tampoco existe "consigna" que traiga de vuelta ese dinero y sea exigible al Estado capitalista, sin que al mismo tiempo importe, por lo menos, enormes costos para la clase trabajadora. Toda crisis capitalista implica el derrumbe de los valores, y esto afecta muy especialmente a los pequeños y medianos ahorristas que quedan atrapados en las quiebras financieras. Es este "impasse" el que empujó muchas veces a lo largo de la historia a estas capas desesperadas y empobrecidas a apoyar salidas de derecha. Sólo desde una hegemonía obrera podría establecerse una alianza con los sectores medios amenazados con el derrumbe y la proletarización, para ofrecerles una salida progresiva a su situación. De nuevo, pensar que sobre la base de la ideología de "fuera la corrupción y los políticos" será posible organizar en soviets a estas capas medias, y para colmo, sin que la clase obrera sea la columna vertebral del movimiento, es una peligrosa ilusión pequeño burguesa.

Alguien puede argumentar que el poder efectivo no se dio tanto a través de los "cacerolazos", sino de los enfrentamientos del jueves 20 de diciembre en la Plaza de Mayo, que congregaron a una masa heterogénea compuesta por activistas sindicales, políticos y sociales, por "motoqueros" y desocupados, por empleados de la zona céntrica y por gente que había ido a curiosear y terminó uniéndose a la lucha. Enfrentando las balas con el cuerpo, resistiendo durante horas, volviendo una y otra vez al ataque a pesar de los muertos y de la salvaje represión, las masas en la calle demostraron un heroísmo extraordinario. Allí se derrotó al miedo, se superó de hecho al estado de sitio y se hizo sentir el poder de la lucha por todos los rincones. Incluso es muy importante destacar que esto sucede en una sociedad que viene de años de miedo, inculcado por el terrorismo de Estado en los setenta; haber derrotado al estado de sitio, con este marco histórico de referencia, es de singular relevancia en cuanto revela las potencialidades de la movilización. Pero también hay que insistir en que la heroicidad y la lucha no generan, por sí mismas, una alternativa política superadora.

En cuarto lugar, hay que establecer los criterios para el análisis de las relaciones entre las clases. Es cierto que las movilizaciones son importantísimas en cuanto abrieron espacios para la discusión, para avanzar en la politización, y posibilitan superar el escepticismo y el desánimo. Muchos de los que participaron en estas jornadas adquieren conciencia de su fuerza y se preguntan cómo, a pesar del "poder" demostrado, "la alta política" continuó decidiendo por encima de sus acciones y de sus deseos. Muchos se cuestionan cómo Argentina ha llegado a una crisis tan profunda y qué salida hay. Miles de jóvenes y luchadores siguen con atención los discursos de los diputados de la izquierda, buscando respuestas. Entre activistas sindicales se debate el rol que les cupo a los sindicatos, a la clase obrera, y la manera de avanzar. Todo esto constituye un campo fértil para la politización, para la toma de conciencia socialista. Pero no hay que ilusionarse que en sí mismo dé lugar a la salida socialista, o que la formación de soviets sea posible en tanto no se modifiquen radicalmente las relaciones de fuerzas entre las clases.

En este respecto no hay que perder de vista las condiciones del movimiento obrero, de lo que podríamos llamar la base profunda de los asalariados, de los subsumidos al capital; no sólo de los amplios estratos de obreros de la industria, sino también de la construcción, del comercio, del transporte, del agro, del Estado, de la salud. No hay que olvidar que desde hace mucho tiempo todos ellos vienen sufriendo una brutal ofensiva del capital, que por estos días alcanzó niveles pocas veces vistos en este país. No sólo se extendieron las bajas salariales y los despidos -incluidos miles de estatales a los que no se les están renovando contratos- sino también se están suprimiendo aguinaldos y hasta se están postergando pagos en muchos lugares. Existen focos de resistencia, lugares en donde los trabajadores salen a la lucha. Pero la correlación de fuerzas general entre el capital y el trabajo aún no se ha modificado; incluso en estatales, la lucha contra el recorte del 13% había entrado en un callejón sin salida y la huelga docente había retrocedido.

La clase obrera tampoco ha logrado desplazar a sus conducciones burocráticas, o generar organismos alternativos frente a los sindicatos actuales. Esto también desmiente la caracterización de "situación revolucionaria"; si aquí estuviera en curso un proceso revolucionario los Daer, los Cavallieri y los Moyano que salen a apoyar porquerías reaccionarias como la de Rodríguez Saa o Duhalde no durarían dos minutos en sus puestos como "líderes de la clase obrera". Toda entrada en un proceso revolucionario está marcado -como alguna vez lo señaló Trotski- por la proliferación de las asambleas de empresa, por el surgimiento de cuerpos de delegados y organismos de las masas, y por el crecimiento de la actividad reivindicativa general. Nada de esto está sucediendo en Argentina. Insistimos, existen mejores condiciones para la discusión, para avanzar en la conciencia y organización de las masas. Hay que trabajar muy fuerte para que estas oportunidades no se pierdan; pero no hay que plantear tareas que están por fuera de las tendencias y del nivel de conciencia real.

En lo que respecta a la burguesía, si bien es cierto que en estos momentos se agudizan las fricciones y luchas por la futura política económica, las disensiones no llegan al grado de enfrentamientos entre las fracciones que puedan ser aprovechados por la clase obrera, máxime ante la carencia de programa y dirección revolucionaria de esta última. Incluso se ha manifestado una unidad burguesa importante en torno al régimen político vigente y también, como veremos luego, en torno aspectos fundamentales de la política económica que se traía. Por último, y según lo que explicamos antes, nada garantiza que la pequeña burguesía vaya a girar hacia la izquierda masivamente. Algunos sectores tal vez lo hagan, lo que favorecería una recomposición de las fuerzas obreras y de la militancia socialista; pero habrá fracciones que pueden terminar apoyando alternativas reaccionarias, y otras darán sustento a nuevos agrupamientos frente populistas o reformistas burgueses (ARI, convergencia con "socialistas", etc.).

En quinto término, hay que precisar también el carácter de la consigna "Fuera De la Rúa - Cavallo" (y en general la demanda de "fuera" cualquier gobierno). Como ya hemos explicado extensamente en otros trabajos , la exigencia de "fuera el gobierno de turno", a pesar de la popularidad que pueda alcanzar, no es por sí progresiva cuando no hay una alternativa superior -sea de régimen político o social. Por eso los marxistas no la levantaron en otras ocasiones históricas (la experiencia bolchevique al respecto es ilustrativa). Se puede argumentar que es necesario impulsarla porque da lugar a movilizaciones, y éstas encierran siempre posibilidades de movimientos futuros. Sin embargo, este razonamiento pierde de vista que agitar este tipo de demanda también lleva agua al molino ideológico que dice que los males de las masas se deben a los personajes que dirigen los gobiernos, y no a los sistemas; se olvida que la consigna se agota en el recambio burgués del gobierno (insistimos, en ausencia de un poder revolucionario alternativo); y que además le es inherente un sesgo frentepopulista (la colaboración de todas las clases descontentas con el gobierno de turno, el "mal principal"), lo que da espacio para que los gobernantes del recambio entren "oxigenados" con sus nuevos programas económicos o sociales.

De las objeciones señaladas a la consigna de "fuera el gobierno" se deriva que la política del marxismo revolucionario no puede consistir en apoyarla alegremente, como ha hecho la mayoría de la izquierda argentina. El peso de la propaganda y de la agitación debe estar en llamar la atención en la alternativa al gobierno existente y en señalar que, en la medida en que la clase obrera no intervenga con su programa independiente, se terminarán imponiendo recambios en las alturas. Esto no niega la participación en las movilizaciones una vez que están en curso; pero lo central sigue siendo el impulso a la intervención independiente de la clase obrera, y en la denuncia al recambio burgués, en caso en que esa intervención esté ausente. Cuando explicamos esta táctica hay que recordar que no siempre los revolucionarios socialistas apoyaron toda lucha o manifestación contra los gobiernos o poderes instituidos. Citemos dos ejemplos al respecto, ambos tomados de la experiencia de los bolcheviques. El primero es cuando en enero de 1905 un cura, llamado Gapón, convocó a una manifestación de masas para peticionar al Zar de Rusia; la fracción bolchevique del partido Socialdemócrata, bajo dirección de Lenin, se negó a apoyar la convocatoria de Gapón -tanto por razones de oportunidad como por el carácter de las peticiones-, a pesar de que marcó luego el inicio de la primera revolución que sacudiría al régimen. El segundo ejemplo histórico se refiere a cuando en abril de 1917 los obreros en Petrogrado organizaron una manifestación pidiendo la renuncia del ministro Miliukov, de Relaciones Exteriores. Tampoco en este caso Lenin apoyó políticamente a la manifestación -considerando que inducía a error y confusión pedir el cambio de hombres en las alturas del Estado- a pesar de que fue una acción de masas que generó una crisis política; la crítica al carácter y a la consigna que presidía la manifestación de abril no impidió, sin embargo, que los militantes bolcheviques participaran y acompañaran la experiencia.

Concretamente, desde la Liga Comunista jamás hemos levantado la consigna de Fuera De la Rúa (como tampoco lo hicimos con Menem) dada la ausencia de alternativa obrera y socialista que pudiera reemplazar a estos gobernantes. Esto no niega que los militantes tomaran parte en las movilizaciones con sus vecinos o sus compañeros de trabajo; explicando y poniendo siempre el acento en la cuestión de la salida, y sin abrigar la menor ilusión en que el cambio de gobierno burgués pudiera significar un cambio positivo para la clase trabajadora y los oprimidos.

En síntesis, el levantamiento contra De la Rúa - Cavallo evidencia el poder de la movilización. Contra los que decían que los pueblos nunca pueden rebelarse, que no pueden intervenir, el levantamiento es apenas un botón de muestra de lo que puede lograrse. Pero al mismo tiempo, demuestra que si la clase obrera no interviene con un programa, con una alternativa revolucionaria, que sea capaz de arrastrar con una política de alianzas a las amplias capas empobrecidas de la pequeña burguesía, el capital encontrará la manera de recomponer su dominio. Esto hay que decirlo. Hay que explicar crudamente que mientras el pueblo puso los muertos en la calle, la burguesía puso la política en las alturas. Es una "amarga verdad", que debe servir como acicate para reaccionar, para organizarse, para no permitir que un Daer o un Barrionuevo sigan hablando "en nombre de los trabajadores".

En este respecto nos oponemos a todos los que adulan al movimiento, sin poner el dedo en la llaga de las limitaciones, de las carencias. Nos oponemos a la idea, tan cara al populismo burgués, y tan repetida por el progresismo bienpensante y la mayoría de la izquierda, que dice que el pueblo "nunca se equivoca", y que "cuando gana la calle, es siempre imparable" (Guillerno Sacomanno, en Pagina 12, 23 de diciembre de 2001). Además de cuestionar la generalidad de "pueblo", afirmamos que las masas trabajadoras sí cometen errores, y que cuando ganan la calle no siempre son imparables. Porque pueden no pararlas las balas, pero sí las políticas equivocadas del movimiento y las políticas oportunas de la clase dominante. Tenemos que enfrentar los acontecimientos con un análisis de clase, objetivo, sin dejarnos llevar por la verborragia vacía. Esta es la única forma en que la sangre derramada no seguirá siendo negociada en los discretos pasillos de los contubernios burgueses ni en las componendas utópicas de la pequeña burguesía intelectual, siempre ilusionada, y siempre frustrada.

Orientación de la izquierda en el levantamiento
y el interregno de Rodríguez Saa

Es claro que durante las movilizaciones se demostró la imposibilidad para la izquierda de "torcer" el curso de los acontecimientos hacia alguna forma de intervención política independiente de la clase obrera. Los llamados a la huelga general a la clase obrera cayeron en el vacío; lo mismo sucedió con las convocatorias a elegir delegados de base con mandato en las empresas. La consigna de "Fuera de la Rúa - Cavallo" se había agitado durante mucho tiempo como consigna "solución" a buena parte de los males del país -como antes se ha hecho con Alfonsín, o con Menem, o con sus ministros de Economía más notorios- de manera que también era muy difícil poner el acento en la cuestión de la alternativa; para la inmensa masa de la población, cualquiera era mejor que De la Rúa y Cavallo.

La ausencia de condiciones reales sobre las que asentar una política revolucionaria explica que las consignas sovietistas y de preparación para la toma del poder hayan girado en el vacío; sencillamente no conectaban con lo que estaba sucediendo en las bases. Carentes de efectividad, las consignas "ultra revolucionarias" se combinaron entonces con políticas reformistas legalistas. En particular, se generalizó desde la izquierda y parte del progresismo el pedido de elecciones a una Asamblea Constituyente. Demanda que es incluso contradictoria con la caracterización de situación revolucionaria; es que si la situación es revolucionaria, hay que poner el acento en la toma del poder por la clase obrera, única que podría después de todo convocar a una verdadera Asamblea Constituyente Libre (de los condicionamientos del capital) y Soberana. Si se está en un proceso revolucionario, en caso de que la burguesía llame a elecciones hay que preparar el boicot revolucionario de la concurrencia a las urnas. Si se está acariciando la idea de construir soviets para tomar el poder, hay que pensar en cuestiones muy "prácticas" para el enfrentamiento que se viene. Pero lejos de estas orientaciones que se desprenderían de las caracterizaciones de la mayoría de la izquierda, apenas la primera Asamblea Legislativa convocó a elecciones nacionales para presidente, los que supuestamente estaban preparando soviets y tomas del poder, salieron corriendo a organizar sus fórmulas electorales.

En todo esto existe una lógica sobre la que es necesario detenerse un momento. Por un lado, se tiene una caracterización equivocada de la situación, como vimos; por otra parte, se considera que la izquierda debe presentar siempre alguna alternativa de gobierno viable y "concreta" (so pena de caer en "propagandismo abstracto"), aunque las condiciones reales para la imposición de un gobierno de los trabajadores y revolucionario no estén presentes. De ahí que desesperadamente se busque alguna fórmula con que llenar el vacío, y esa fórmula de gobierno no puede ser otra (dadas las condiciones objetivas) que alguna alternativa burguesa y legalista. Obsérvese que la convocatoria a una Asamblea Constituyente, que pidieron Izquierda Unida, el Partido Obrero y otros, en condiciones de dominio ideológico y político burgués, hubiera sido una vía de legitimar "democráticamente" las reformas del Estado en que está empeñada la burguesía. No es extraño que la representación del capitalismo "prolijo", el ARI, haya planteado también el llamado a una Asamblea Constituyente. ¿Qué tiene que ver entonces esa Asamblea Constituyente, convocada por la burguesía, con la supuesta situación revolucionaria y el llamado a formar soviets?

Señalemos también que posiblemente el colmo de los desatinos lo han cometido los compañeros del MST (luego secundados por el resto de IU), a quienes no se les ocurrió mejor idea que proponer que la Asamblea Legislativa nominara presidente a Luis Zamora. Además de la objeción formal de que ni siquiera habían consensuado la propuesta con Zamora (como lo señaló éste en su intervención en la Asamblea), es verdaderamente ridículo pretender que el enemigo (la burguesía) elija a la izquierda para sacar al país de una crisis. Propuesta tan absurda sólo puede explicarse por una extrema confianza en las instituciones burguesas. Confianza que apenas disimulan las histriónicas posiciones con que acostumbran adornar sus discursos -carentes de peso y volúmen socialista- los representantes del MST.

Por otra parte, el llamado a formar soviets en esta situación política no es una mera "ultrada" inocua. Por el contrario, esta orientación puede llevar al activismo a la frustración y aún a abortar procesos de organización de la vanguardia. Hay que entender que los organismos de doble poder, en el real sentido del término, deben conformarse desde las bases, con delegados de las empresas elegidos en asambleas y mandatados, y con participación de otros sectores oprimidos de la población. Proponer hoy esta orientación en los lugares de trabajo es sencillamente disparatado, es una línea que no tiene la menor posibilidad de aplicarse; orientar a cualquier agrupamiento de activistas agitar a favor de la formación de soviets, en lugar de volcarse al trabajo de concientización y organización paciente y cuidadosa en las bases, es dar una orientación destinada a la derrota. En cualquier caso, los intentos que se están dando en estos momentos en algunos barrios de Buenos Aires de formación de "asambleas populares" se reducen a la reunión de algunos militantes de la izquierda y sectores de las clases medias indignados, lo que está muy alejado de los organismos de doble poder de la clase obrera. En el Gran Buenos Aires, la realización de algunos "Cabildos Abiertos", citados por CCC, terminaron siendo actos de "aparato" para que se lucieran líderes de esta corriente, junto a políticos pro-burgueses como Farinello (quien, significativamente, dio un aval a Rodríguez Saa, primero, y a Duhalde después).

Frente a estos problemas, se plantea entonces la pregunta de cómo la izquierda podría haber capitalizado este levantamiento. Nuestra respuesta es: no había manera de capitalizarlo, dada la dinámica y la política que traía la izquierda, y la situación de conciencia y organización de las masas, y en particular de la clase obrera. En última instancia, durante los levantamientos la gente puso en practica lo que se le venía diciendo desde todos los ángulos: que la raíz de sus males era el gobierno de De la Rua, más la corrupción, y que por lo tanto lo prioritario era acabar con él, y con los políticos corruptos. Estas consignas fueron unificadoras del proceso. La izquierda había ayudado activamente a difundir estas ideas. Cuando se produjo el cacerolazo y la salida a la calle, se estaba llevando a cabo el "Argentinazo" para sacar a De la Rua-Cavallo que se preconizara durante tanto tiempo. Como esta demanda coincidía puntualmente con la de las más amplias masas, incluyendo a la mediana y pequeña burguesía, y en condiciones de predominio ideológico burgués, no había posibilidad ni manera de capitalizarla políticamente hacia una salida socialista o soviética. Es falso que la izquierda pueda transformarse en dirección de las masas agitando consignas de recambio gubernamental para, una vez desatado el levantamiento popular, ponerse a la cabeza y hegemonizarlo hacia un programa distinto de las alternativas burguesas en danza. Esto es un sueño, una ilusión espontaneista. Cuando se está en la calle, lo que se hace es tirar piedras y enfrentarse con la policía, y en esto "todos somos iguales". No hay posibilidad en ese momento de levantar un programa distinto, ni de que alguien lo elabore. Las masas entran a la lucha con sus ideas, con sus demandas más o menos definidas. El combate abre posibilidades de avance y de experiencia, siempre que la crítica se haya ejercido antes, y que los balances y las nuevas críticas se planteen con claridad después. En el combate callejero es imposible desviar el automóvil de la movilización hacia una insurrección proletaria, o cosa por el estilo, cuando las condiciones políticas no están maduras para ello. En la pelea por el cambio de un gobierno burgués odiado por las masas, el objetivo unifica, pero como es limitado, da lugar a que el recambio tenga éxito. Esta verdad hay que grabarla en la conciencia de la vanguardia y de la clase obrera.

Durante las jornadas de agitación y movilización se dieron entonces las condiciones para adelantar las denuncias socialistas del sistema, para propagandizar la necesidad de conformar una alternativa de masas con un programa obrero e independiente, para alertar contra el contubernio burgués que trabajaba por el recambio, y para avanzar en la organización del activismo y de las bases obreras en lugares de trabajo o barrios en que hubiera espacio para hacerlo. Lo más importante era mantener la independencia de clase, no depositar la menor ilusión en las alternativas de la burguesía.

Pero en este sentido uno de los errores más graves fue el apoyo que dieron grupos o dirigentes de izquierda al efímero gobierno de Rodríguez Saa, plegándose al alineamiento de la burocracia sindical. En especial nos referimos a la dirección de CCC, que saludó como positivo que el Gobierno los hubiera recibido, y presentó a Rodríguez Saa como progresista, al sostener que estaba siendo "acosado" por fuerzas reaccionarias . El llamado a no confiar en el nuevo gobierno, a luchar por la independencia de clase, por la organización del activismo, por continuar la resistencia, eran vitales, máxime teniendo en cuenta el apoyo incondicional que dieron a Rodríguez Saa los dirigentes de las dos fracciones de la CGT, Daer y Moyano. Nuevamente, también merece un párrafo en particular la actitud de la CTA. Lejos de alertar a los trabajadores sobre el significado de la suba al gobierno del peronismo, mantuvo una actitud expectante ante las nuevas medidas (en informes internos en la CTA se instruía a los delegados y activistas en la idea de que se había pasado a una etapa en la que se verían satisfechas las reinvindicaciones defensivas, y por lo tanto podía pasarse "a la ofensiva"). Un actitud que se prolonga y consolida en la postura frente al gobierno de Duhalde (ver infra).

SEGUNDA PARTE

El resultado, ¿cambió el "modelo"?

Uno de los resultados más "palpables" de la caída de De la Rúa, según la mayoría de los analistas, de los políticos justicialistas y radicales, del progresismo y hasta de sectores de la izquierda, sería la caída del "modelo" que comenzó a instalarse con la dictadura militar de 1976 (o con Isabel Perón, un año antes). Ibarra, Moyano, Verbitski, Rodríguez Saa, Borón, Moreau y muchos otros, afirman que, con el fin de la Convertibilidad, se acabó el "modelo que nos llevó a la crisis y a la miseria". Algunos, como Ibarra, precisan que el discurso de Duhalde ante la Asamblea Legislativa en ocasión de su nombramiento como presidente, habría marcado el "fin del modelo". Otros (como la diputada Alicia Castro), en cambio, con una postura crítica al programa de Duhalde, han empezado a advertir públicamente que no existe, por ahora, tal cambio de "modelo".

La cuestión no se reduce a un mero debate semántico sobre el término "modelo". Es que con el argumento del "cambio del modelo" los dirigentes burgueses, y varios oportunistas del "progresismo" están pidiendo una tregua y nuevos sacrificios a la clase obrera. Sostienen que el "modelo" que prevaleció hasta ahora favoreció a una pequeñísima minoría, conformada por los banqueros y las empresas privatizadas, en perjuicio de las inmensas mayorías populares y nacionales; que el levantamiento popular de diciembre le habría dado el tiro de gracia y la "victoria del pueblo" se traduciría ahora en una política diametralmente distinta a la anterior.

Lo primero que debe constatarse es que el discurso sobre "el cambio de modelo" se ha generalizado tanto que ya nadie sabe bien a qué se refiere. Por ejemplo, economistas neoliberales dicen que el de los noventa no fue "su modelo" porque no se terminó con el déficit fiscal; Duhalde decía que había que acabar con "el modelo" en su campaña electoral de 1999, aunque cuando viajaba al exterior prometía que no cambiaría lo fundamental de la política económica del menemismo; la UIA, que tuvo en Economía a Machinea aplicando el "modelo" y aplaudió el inicio de la segunda gestión de Cavallo, ahora despotrica contra el "modelo"; y hasta el mismísimo Cavallo dijo en su momento que quería cambiar el "modelo". Nos parece conveniente, por lo tanto, esclarecer cuál es nuestra posición sobre este asunto, máxime porque desde la Liga hemos dicho muchas veces que existe una unidad de la clase dominante en torno a la forma de acumulación que se ha ido imponiendo en las últimas décadas, en Argentina y a nivel mundial.

Por "forma de acumulación" entendemos una serie de cambios en las relaciones capitalistas, que abarcan la relación entre el capital y el trabajo y las relaciones intra-capitalistas, a nivel nacional y mundial. Para desarrollar nuestro punto, presentamos un listado de los cambios que nos parecen más importantes, que se han producido a partir de los ochenta.

Regímenes laborales:

En el período que va desde el fin de la Segunda Guerra a comienzos de los ochenta: los sindicatos jugaban un rol de negociación considerable; a la vez que disciplinaban a la fuerza laboral. Las regulaciones estatales hacían costoso para las patronales el despido. Los salarios tendían a indexarse según la inflación. Los convenios eran colectivos, abarcando a amplias franjas de trabajadores. Durante las fases alcistas del ciclo económico la clase obrera conseguía mejoras relativas, gracias a su poder de movilización y organización. A raíz de esto las diferencias de ingresos entre los asalariados y la clase capitalista se mantenían dentro de ciertos limites; existía un mercado de consumo masivo de bienes durables y viviendas en expansión (casas populares, automóvil para algunos sectores de la clase obrera).

Actualmente: los sindicatos han sido debilitados, después de una larga y persistente ofensiva patronal. El disciplinamiento de la fuerza laboral se opera a través de los ejércitos de desocupados y de la movilidad de los capitales (amenaza de trasladar las inversiones a otros países y/o importar desde países con menores costos laborales). Hay una constante presión por reducir los costos laborales vía deterioro del trabajo (esto es, inseguridad del puesto laboral). Durante las fases alcistas del ciclo económico se mantiene la presión y la ofensiva del capital sobre el trabajo (la apertura comercial y la flexibilización estructural de los regímenes laborales ayudan a esto). El ejemplo del último ciclo alcista de Estados Unidos, a lo largo de los noventa, es característico de esto. También lo es el crecimiento argentino de comienzos de los noventa, y el desarrollo chileno. La demanda de bienes de consumo se fracciona fuertemente, al acentuarse la desigualdad en la distribución del ingreso. Surge con fuerza, durante los ciclos alcistas, una demanda de bienes de lujo (casas y countries, automóviles costosos, etc.) sustentada en la plusvalía acrecentada que se apropia la clase dominante.

Mercados y moneda

Hasta comienzos de los ochenta: eran comunes los intentos de controles de precios (incluso en Estados Unidos se intentó en los setenta; también en los países dependientes, en Inglaterra, etc.). Los regímenes monetarios tendían a la inflación; de manera que los aumentos de productividad se birlaban a los asalariados vía suba de precios (reptante o abierta). En caso de crisis se daba liquidez al sistema (esto se prolonga durante los setenta). De esta manera no operaba a fondo la constricción monetaria y del mercado (lo que generará estancamiento con inflación en los setenta).

Actualmente: nadie habla de instalar controles de precios. El mercado determina los precios. Se impone la política de "moneda dura" (independencia de los Bancos Centrales, objetivo principal la estabilidad de la moneda). Aumenta la constricción monetaria. Durante las crisis la ley del valor actúa "a pleno", depurando los capitales improductivos y apurando la centralización de los que sobreviven. Las tensiones deflacionarias, unidas a los ejércitos de desocupados, aumentan la presión sobre los asalariados; las políticas de inyección monetaria sólo se instrumentan para detener espirales deflacionarias peligrosas.

Estado y mercado

Hasta comienzos de los ochenta: buena parte de la producción estaba en manos de empresas estatales y, lo más importante, hasta cierto punto estas se sustraían de la disciplina del mercado.

Actualmente: las privatizaciones han sido masivas; y las empresas que siguen bajo dirección estatal (caso Telefónica) se someten a los imperativos de la valorización del capital en general y del mercado. Los trabajadores estatales tienden a ser sometidos a las mismas normas que los del sector privado; en las reparticiones del estado se busca imponer los criterios de valorización, de "eficiencia".

Régimen fiscal

Hasta comienzos de los ochenta: elevados gastos públicos en servicios sociales (salud y educación pública, pensiones, jubilaciones). Durante las fases recesivas se aplicaban políticas fiscales de gasto, procurando atemperar la desocupación. Los déficits fiscales tendían a financiarse con emisión monetaria, con consecuencias inflacionarias. Esta situación entorpecía la acción de la ley del valor.

Actualmente: todas las fracciones del capital adoptan y exigen que se aplique el programa de reducción del gasto y eliminación del déficit (Maastricht, superávits fiscales en Estados Unidos y otros varios países). Aun en las recesiones se tiende a rechazar las políticas fiscales activas (experiencias recientes en Estados Unidos y Europa). La financiación de los déficits se hace principalmente mediante la emisión de deuda, lo que aumenta las constricciones monetarias y del mercado sobre el gasto público. Se desarrolla un ataque en toda la línea contra los empleados públicos y los gastos sociales.

Mercados financieros

Hasta comienzos de los ochenta: tasas de interés controladas, propiedad estatal de los bancos, control del crédito y de los movimientos de capitales por los Estados. Escasa incidencia de fondos de pensión e inversión, mercados de capitales poco desarrollados. No existía una presión permanente del capital dinero sobre la política diaria.

Actualmente: tasas de interés libres, privatización de los bancos, plena libertad para las actividades financieras y los movimientos de capitales. Fuerte incidencia de los grandes fondos de pensión, inversión, banca, en la política cotidiana a partir del peso que adquieren las deudas privadas y públicas, y los flujos dinerarios para sostener la acumulación del capital, así como el financiamiento de los Estados.

Inserción en los mercados mundiales

Hasta comienzos de los ochenta: elevado proteccionismo aduanero. Economías preferentemente "nacional centradas". No existía integración internacional de industrias. Mercados internos protegidos, relativa autonomía de los espacios nacionales como espacios de valor "local". Control a la entrada y salida de capitales. Las crisis en los países del centro tenían efectos mediados y retardados sobre la mayoría de los países dependientes (algo que se ve bien en los setenta). Tipos de cambio fijos, sólo variables con acuerdos del FMI en circunstancias especiales.

Actualmente: aperturas comerciales, de manera que la competencia internacional se hace sentir de una manera cualitativamente superior a todo lo anterior (esto es, la presión del mercado mundial es mayor incluso de lo que indica la participación del comercio exterior en el PBI). Economías que necesitan imperiosamente insertarse en los mercados mundiales de manera competitiva. Integración internacional de industrias. Libertad plena a la entrada y salida de capitales. Las crisis internacionales impactan casi sin mediación en la mayoría de los países (lo que refuerza la sujeción de las políticas de acumulación a nivel local a los dictados de la ley del valor mundial). Tipos de cambio flotantes en la mayoría de los países, aunque con tendencia a la formación de algunos grandes bloques monetarios (Europa; lo que elimina el uso de herramientas monetarias por esos países) y algunos que dolarizan.

Por supuesto, por debajo de este "paraguas" de transformaciones se admiten muchos cambios e incluso disensiones serias entre las fracciones de las clases dominantes de los diversos países, así como entre sus voceros. Las aperturas económicas pueden ser mayores o menores; los regímenes cambiarios de los países atrasados pueden ser de flotación sucia, o pueden intentarse tipos de cambio fijo con ajustes periódicos; en algunos casos particulares se aplicó una caja de conversión, como en Argentina, o dolarización, como en Ecuador. En definitiva, no se trata de un esquema rígido, sino de una especie de "matriz", de centro de gravedad hacia la cual tienden las políticas económicas de los gobiernos, y que reclama el capital "en general"; es a partir de este acuerdo que se desarrollan las luchas de las distintas fracciones del capital.

El caso de Chile ilustra la idea que estamos desarrollando. El "modelo" chileno ha sido alabado y tomado como punto de referencia y ejemplo a seguir por dirigentes políticos argentinos, por Cámaras empresarias, por equipos de economistas "ortodoxos" (como la Fundación Capital) y hasta por sectores del "progresismo" (el ARI defiende la política del gobierno de la Concertación; economistas de CTA ponían hasta hace poco tiempo la política del gobierno chileno como ejemplo a imitar). Chile también es el "modelo" que tiene en mente la actual cabeza del Estado. En un reciente reportaje concedido al diario La Nación, Duhalde ha dicho que es un "defensor de las reformas que se hicieron [en Argentina] hasta 1996" y agregó: "vengo defendiendo desde 1987 el modelo chileno" (13/12/01). Es toda una definición. Obsérvese que si bien Chile nunca adoptó un régimen de Convertibilidad para su moneda, como hizo Argentina, eso no cambia lo esencial: la tasa de explotación en Chile sobre el trabajo es elevadísima, la flexibilización laboral y el disciplinamiento por medio del mercado se han impuesto de manera despiadada (a partir de la derrota infligida a la clase obrera por la dictadura militar); los gastos sociales por parte del Estado se mantienen muy reducidos en relación a lo que fue el gobierno de Allende (por ejemplo, las universidades públicas están aranceladas). Estos niveles de explotación son la base que garantizan la inserción relativamente exitosa de una economía atrasada y dependiente como la chilena en el mercado mundial. Es interesante observar además que Chile está embarcado en nuevos programas de reducción de los aranceles de importación (pretende llegar al 6% en 2003) y que, dado el carácter abierto de su economía, no quiso entrar al Mercosur, cuyo arancel común es del 14%. Con Convertibilidad o sin ella la clase capitalista argentina apuesta a esta forma de acumulación, que se ha ido generalizando en muchas partes.

De la Convertibilidad a la devaluación
no hay cambio de modelo

La Convertibilidad fue funcional a los intereses de la burguesía argentina -y hasta hace pocas semanas la mayoría de la clase dominante, y buena parte de la población seguían defendiéndola- en la medida en que impuso el disciplinamiento de una moneda fuerte, del mercado y la ley del valor, frente al desbarajuste a que había llegado la economía con la hiperinflación. Pero hay que recordar que a comienzos de la Convertibilidad muchos "ortodoxos" neoliberales del exterior la cuestionaban (entre ellos, el FMI no manifestaba demasiado entusiasmo) porque entendían que era conveniente que el tipo de cambio se determinara por las fuerzas del mercado. Dicho de otro modo, la Convertibilidad fue siempre una herramienta táctica; hace varios meses decíamos que la burguesía argentina estaba intentando recuperar el tipo de cambio real (deteriorado por la suba del dólar y la devaluación del real) a través de una deflación de precios; que esta deflación provocaría enormes tensiones sociales, y que en caso de que la espiral de endeudamiento y la crisis se agudizaran, no podía descartarse un estallido de la Convertibilidad y una salida "a lo Indonesia", con un ajuste del valor de la fuerza de trabajo vía devaluación-inflación . En escritos posteriores alertamos que la salida devaluatoria, que pedían Moyano y algunos economistas, era una forma de bajar los salarios en términos de dólares, y que por eso economistas de derecha extranjeros -como Dornbusch- y un sector del FMI, también propiciaban la devaluación del peso. Pues bien, ni el breve interregno de Rodríguez Saa, ni el plan económico que está esbozando el gobierno de Duhalde, representan un cambio en profundidad del "modelo". No lo es la salida de la Convertibilidad, ni tampoco lo es la suspensión del pago de la deuda externa.

Lo fundamental a retener es que la devaluación, y la inflación que le acompaña, representan una baja del salario en términos reales. Aquí no hay "shock redistributivo", como preconizaban los Duhalde, los Moreau o los frepasistas críticos de De la Rúa. No existe el menor viraje hacia un keynesianismo redistributivo. Es cierto que se darán seguros de desempleo a unas 800.000 personas de unos $200, como parte de los paliativos con que se quieren evitar más piquetes y explosiones sociales. Pero esto es apenas una gota, que tiene como contrapartida, insistimos, la caída del salario.

Desde el gobierno se dice que la devaluación no se trasladará íntegramente a precios, y que dada la recesión la inflación rondará el 8%. Supongamos, en aras de la argumentación, que sucede de esta manera; esto es, que no se produce el tan temido desborde de los precios (aunque las remarcaciones estos días ya apuntan a que haya una tasa de inflación anual muy superior al 8% que proyectaría el Presupuesto). En ese caso, los salarios reales sufrirían una baja del 8%, que se suma a la caída que se ha venido produciendo por vía deflacionaria a lo largo de la crisis; el gobierno no contempla siquiera la devolución del 13% a los estatales. La clase dominante es consciente de los efectos "estabilizadores" que tiene la desocupación; con todo cinismo, de Mendiguren señaló que no hay peligro de presiones inflacionarias porque el 40% de la población activa tiene problemas de empleo. En definitiva, el disciplinamiento salarial por vía de la desocupación sigue en pie.

El "frente con la producción" y los controles estatales

Uno de los argumentos favoritos para hablar del cambio del "modelo" sostiene que el gobierno, con el apoyo del radicalismo y del Frepaso, ha decidido hacer un frente "con la producción", y enfrentar a la banca y a los intereses de las grandes empresas privatizadas. Algunos izquierdistas y "progres" han dado un apoyo indirecto a este argumento, apoyando al gobierno "en esta pelea por los intereses del país" y convocando incluso a algún cacerolazo internacional contra las empresas españolas, a las que identifican como "las que saquearon al pueblo argentino".

Dejando de lado el hecho que este discurso "olvida" todo lo que explotó y transfirió al exterior la misma clase dominante argentina, lo central es no perder de vista que si bien de este conflicto puede resultar una baja de las ganancias de las privatizadas, ningún sector de la burguesía está planteando re-estatizar las empresas y volver a poner en manos del Estado la producción de petróleo o de teléfonos . En lo que respecta a las tarifas públicas, el intento es que las empresas resignen una parte de las ganancias. Hay que tener en cuenta que las empresas públicas privatizadas han estado hasta ahora protegidas de los efectos más graves de la crisis, dado el carácter relativamente inelástico de la demanda de la mayor parte de los servicios, y dada la indexación de precios que se ha venido produciendo según el índice de precios de Estados Unidos . Pero incluso el gobierno está dispuesto a negociar y acordar una salida lo menos dolorosa posible para las ganancias de las empresas, que presionan con frenar sus inversiones en el país o incluso con recurrir a tribunales internacionales.

En lo que respecta al impuesto que se establecería sobre la exportación de hidrocarburos, iría a compensar al sistema bancario por las pérdidas que le provoca la caída de los créditos en dólares; en este caso se trata claramente de una transferencia de plusvalor (esto es, de valor que proviene de la caída de los salarios en términos de dólar) entre distintas fracciones del capital.

De conjunto, estas transferencias que se están intentando -y que por el momento son objeto de fuertes presiones entre los grupos y fracciones del capital- demuestran que tampoco se puede hablar de una alineación clara entre el "capital productivo" versus el "capital bancario", como pretende la propaganda del gobierno. Por empezar, porque las petroleras, las telefónicas o las empresas de agua y energía son tan "productivas" como las siderúrgicas o las textiles. En segundo término, porque el gobierno también intenta salvar a los bancos de la difícil situación en que se encuentran, especialmente los estatales.

Tampoco se puede decir que la devaluación favorezca estrictamente a los sectores exportadores. Por ejemplo, empresas automotrices o siderúrgicas tienen un alto componente de insumos importados, de manera que el efecto neto de la devaluación para muchas de ellas está bastante atenuado; además, muchas empresas exportadoras están endeudadas en dólares con el exterior, y esto no es renegociable fácilmente. Con el agro sucede algo similar; por eso la Sociedad Rural y otras asociaciones empresarias hasta último momento defendieron la Convertibilidad. Digamos también al pasar, que esta defensa de la Convertibilidad y del "modelo" por parte de los agrarios encaja muy mal en la explicación "sector financiero y privatizadas únicas beneficiadas con la Convertibilidad" versus "sector productivo enemigo del "modelo". Los intereses están mucho más intrincados de lo que dice este análisis tan simplista como extendido.

Sí parecería favorecerse abiertamente un sector de la industria argentina, que estuvo muy perjudicada por la entrada de productos brasileños, en especial después de la devaluación del real en 1998; de Mendiguren representaría a esta fracción. Pero no se puede generalizar al conjunto de la burguesía dominante, para la cual la salida de la Convertibilidad terminó siendo más un mal necesario que una estrategia deliberada (hasta pocas semanas antes de su caída, la mayoría del empresariado todavía apoyaba a Cavallo y abogaba por la continuidad de la Convertibilidad).

Por otra parte, algunos han insinuado que existe una ruptura de fondo con el "modelo" porque el gobierno ha amenazado con implantar algunos controles y topes a la suba de precios, y ha pedido facultades extraordinarias para establecer el tipo de cambio. En algunos artículos neoliberales se ha considerado que, unido al mantenimiento del "corralito", se evidencia un intento de volver al "dirigismo estatista de los setenta".

Sin embargo el ministro de Economía se ha preocupado de aclarar una y otra vez que los controles serán provisorios y que se intentará volver a la plena libertad de mercados (que incluiría la flotación de la moneda) lo antes posible. Economistas neoliberales como Ferreres o Roque Fernández admitieron que por un tiempo pueden ser necesarios controles para una salida más o menos ordenada de la Convertibilidad; es que existen infinidad de conflictos abiertos, de contratos que deben renegociarse, en medio de tensiones y luchas distributivas desatadas entre fracciones de la burguesía. Ese dirigismo liviano no cuestiona en esencia la estrategia de acumulación que intenta la burguesía; es de notar que hasta cierto punto Cavallo ya venía aplicando recetas "heterodoxas", como los planes de competitividad, la utilización de dinero de las AFJP para el pago de la deuda, la imposición de un tope a las tasas que pagaban los bancos por los depósitos, sin que por ello se pudiera afirmar que cambiaba "el modelo" (entendido éste como la estrategia de acumulación principal a la que hicimos referencia).

Tampoco el otorgamiento de subsidios a los desocupados implicaría un cambio drástico; los mismos organismos financieros internacionales venían insistiendo en la necesidad de que el Estado implementara alguna forma de red social, para prevenir estallidos.

Otro aspecto que pone en evidencia el deseo de "ortodoxia" del nuevo gobierno es el presupuesto que se está proyectando al momento de escribir este trabajo; el recorte sería incluso mayor que el que había propuesto el "populista" Rodríguez Saa, que contemplaba un gasto de 37.000 millones; que a su vez era menor que los 38.000 millones del presupuesto de Cavallo. Por otra parte, en el Estado se están produciendo cientos de despidos mediante la no renovación de contratos; las rebajas salariales instrumentadas por De la Rúa y Cavallo seguirán vigentes; todo indica que no se continuará con el incentivo docente... ¿de qué cambio de modelo se puede hablar a la vista de estos datos objetivos?

Incluso en el terreno ideológico la mayoría de los economistas del "sistema" no se distancian de manera radical. Por supuesto, hay diferencias entre los economistas del CEMA, de la Mediterránea o de FIEL, por un lado, y Remes Lenicov o Machinea, por el otro, pero ninguna de ellas es de ruptura. Todos se mueven dentro de unos marcos comunes; todos saben que "debe" ajustarse el gasto, que "no debe" volverse a convenios laborales como los de 1975, que la apertura de la economía no puede cuestionarse en lo esencial. Tal vez sea ilustrativa la declaración del radical progresista Jesús Rodríguez, quien afirmó por estos días que "necesitamos un presupuesto equilibrado, sin facilismos ni populismo". Una declaración que suscribiría perfectamente un López Murphy.

La suspensión del pago de la deuda externa

La medida tomada por Rodríguez Saa de dejar de pagar la deuda externa, y lo que sucedió a posteriori también es indicativo de los límites que tienen, por ahora, las "salidas del modelo" de la clase dominante. Recordemos que este anuncio -junto a algunas promesas demagógicas, como que iba a crear un millón de puestos de trabajo en un mes, o que enviaría a los militares con pedido de captura al extranjero- llevó a sectores de la izquierda a manifestar expectativa por Rodríguez Saa, y hasta cierto apoyo (la corriente maoista, Madres de Plaza de Mayo línea Bonafini). Pero estas esperanzas no tenían fundamento alguno en la realidad. En el tema de la deuda hay que partir de que en los últimos tiempos se ha dado un cambio en la estrategia de Washington. Es que la administración Bush plantea que los organismos de crédito del imperialismo (FMI, en especial) no deben seguir refinanciando deudas que crecen en espiral, a tasas exorbitantes, y que las pérdidas deben ser asumidas, al menos parcialmente, por los acreedores. Se plantea que ante un endeudamiento inmanejable debe permitirse que los países se declaren en default, para dar lugar a una recomposición de los pagos (puede ser con períodos de gracia, o quitas en capital o intereses). Esto es, no ahogar la posibilidad de generación de plusvalía, y su transferencia al exterior, aunque los acreedores sufran una cierta reducción en los ingresos. Por eso Washington ya le había impuesto a Cavallo, como una condición para que Argentina retomara las negociaciones con el FMI, que reconociera abiertamente el default. El FMI alentó esta salida y por eso se opuso a seguir refinanciando la deuda. De manera que la suspensión de los pagos por parte de Rodríguez Saa no tuvo nada de "revolucionario", como se lo quiso presentar. Claramente Duhalde se ha comprometido a reiniciar lo antes posible las negociaciones con el FMI. Es indudable que la renegociación de la deuda se hará sobre la base de un plan económico de reducción del déficit fiscal -continúa vigente la meta del déficit cero, aunque se postergue un tiempo su instrumentación, para ganar tiempo- y de continua "adecuación de las condiciones laborales a las exigencias de la competencia internacional", como gustan decir los economistas del sistema. Pero además la suspensión de los pagos fue parcial, porque continuaron los pagos a los tenedores locales de títulos (el 28 de diciembre de 2001 se pagaron 480 millones de dólares por un vencimiento de Letes), y a los organismos internacionales (FMI, BM). En realidad la suspensión del pago de la deuda afecta sólo a los tenedores extranjeros de bonos argentinos.

Desde el punto de las demandas políticas el cese parcial de los pagos de la deuda externa también demuestra lo equivocado de la concepción de buena parte de la izquierda (MST, PC, Zamora) que desde hace años está dirigiendo esta demanda a los sucesivos gobiernos burgueses, en la creencia de que puede haber un repudio de la deuda por parte de la burguesía con consecuencias beneficiosas para el pueblo argentino. Muchas veces hemos explicado que dada la imbricación de la burguesía nativa con los organismos financieros internacionales, y su compromiso con la deuda, es absurdo esperar que el no pago de la deuda tenga un sentido progresista si es instrumentado por esa misma burguesía. La experiencia reciente confirma estas prevenciones; hoy, en parte la crisis de los bancos se debe a que entre sus activos figuran títulos de la deuda que se desvalorizaron a medida que se acercaba la hora del default; algo similar ocurre con las AFJP, lo que explica la preocupación del gobierno por mantener estos pagos. Es de notar, además, que la solución "progresista" del ARI, consistente en pesificar la deuda interna, implica que se devuelvan los ahorros de los futuros jubilados en pesos devaluados.

Por otro lado, la suspensión del pago de la deuda fue acompañada del corte del crédito externo, lo que frenó incluso las operaciones de exportación e importación. De ahí que la propia burguesía "industrialista" esté interesada en que el gobierno restablezca lo antes posible las negociaciones con el FMI y los acreedores. Todo esto confirma, una vez más, que la consigna del no pago de la deuda externa debe ir acompañada de toda otra serie de medidas, que sólo un gobierno revolucionario de los trabajadores podrá tomar en profundidad.

Gobierno de unidad nacional y perspectivas de más crisis

El plan económico con que se intenta salir de la crisis -en el mejor de los casos, recién en el segundo semestre podría haber un cierto repunte de la economía, y a costa de inmensos sacrificios para las masas- se está llevando adelante por un embrión de gobierno de unidad nacional. Por las razones que explicamos en la primera parte de este trabajo, dedicado al levantamiento popular contra De la Rúa, las masas no pudieron generar una alternativa a la política de la burguesía. La profundidad de las divisiones internas del peronismo dieron como resultado el intento abortivo de ir a elecciones con un gobierno interino, surgido del peronismo del interior, que rápidamente se quedó sin sustento del establishment económico (asustado, entre otras cosas, con las veleidades populistas y demagógicas de Rodríguez Saa), de la clase media de la Capital (que rechazó la vuelta de conocidos personajes ligados a lo peor de la corrupción) y también del peronismo (que veía con suma preocupación que Rodríguez Saa no quisiera cumplir con lo pactado, llamar a elecciones). Hay que subrayar que desde un primer momento la alta burguesía y sus personeros más conscientes estuvieron en contra del llamado a elecciones, con el argumento que hacía falta un gobierno con la suficiente fuerza como para tomar medidas rápidas, ante la gravedad de la crisis. Es que en estos momentos prácticamente hay una cesación de pagos generalizada, la recaudación fiscal ha caído entre el 40 y el 50%, los niveles de actividad siguen por el piso -se descuenta que en el mejor de los casos habría una caída del PBI del 3% en el año- y el peligro de nuevos estallidos sociales explosivos está latente.

En estas condiciones absolutamente críticas es que se hace cargo del gobierno el aparato político más fuerte del país, el justicialismo de la provincia de Buenos Aires (la composición del gabinete es casi exclusivamente duhaldista, en lo que atañe al componente peronista). A esto se suma la convergencia con el radicalismo y el Frepaso: participación de radicales y frepasistas en el gabinete, apoyo en las cámaras legislativas, participación de economistas radicales en la redacción del presupuesto, indican la voluntad de avanzar en la unidad burguesa, con cierto consenso de los sectores desplazados del peronismo de las provincias chicas, de De la Sota y Reuteman. Si bien Menem criticó duramente al Gobierno y la devaluación, su economista, Roque Fernández, no le puso objeciones de fondo, y otros menemistas tomaron cierta distancia de su jefe.

Se intenta así sumar fuerzas políticas para avanzar en los ajustes presupuestarios y resistir las protestas -el no pago de salarios en municipios y gobernaciones, y el conflicto con los ahorristas y los deudores no "pesificados" son ahora los conflictos más agudos- con una mezcla de paliativos, cuando sea posible (caso subsidios de desempleo) y represión o ahogo con los aparatos (movilización de punteros y personal adicto, reconstituir las manzaneras). A pesar de las disputas en curso, la alta burguesía apoyaría por ahora este intento; en las próximas semanas se presentaría un plan económico al FMI, y se pediría el envío de fondos para apuntalar al gobierno. El más reciente anuncio del llamado a un diálogo, con el apoyo de la alta jerarquía de la Iglesia, y de las Naciones Unidas, evidencian la preocupación por apuntalar con todos los medios disponibles este embrión de unidad nacional. Paralelamente se intentará cooptar a ONG y otros organismos, a fin de intentar canalizar en una dirección burguesa el descontento con "los políticos corruptos", y a favor de una reforma del Estado.

De esta manera se apunta a una nueva coalición de gobierno, en la que los sectores que hasta ayer aparecían como los "anti-modelo", esto es, los que más desconfianza despertaban en la alta burguesía, se postulan como garantes de sus intereses de conjunto. A pesar de las disputas y fraccionamientos interburgueses señalados, por ahora los capitales más concentrados no tienen una mejor alternativa viable; de ahí que la estrategia sea acompañar, presionando para que el gobierno siga adelante con la austeridad fiscal, para que instrumente la reforma del Estado y otras medidas (como la reforma impositiva) que el capital viene exigiendo desde hace tiempo. En cuanto a las disputas en el peronismo, con la excepción del ataque de Menem, el resto pondría durante algún tiempo las diferencias en sordina. Aunque indudablemente la pelea por el reparto de los escasos fondos públicos (vitales para mantener los aparatos provinciales) puede reavivar las contradicciones en un plazo más o menos inmediato.

Se está intentando conformar entonces un nuevo bloque en el poder, en torno al peronismo de Buenos Aires, el apoyo de radicales y frepasistas, de los industriales más ligados al mercado interno y algunos grandes exportadores y una fracción de la burocracia sindical (Daer). Esto en el marco que cada una de las fracciones burguesas continuarían presionando por medidas específicas que las ponga a resguardo, en lo posible, de la desvalorización de los capitales que inevitablemente ocasiona la depresión económica.

Por supuesto, ninguna de las contradicciones económicas y sociales graves que llevaron al estallido contra De la Rúa está resuelta. La ofensiva sobre la clase obrera continúa, al punto que ahora las luchas ya son por cobrar lo que adeudan las patronales y el Estado; los desocupados, pasado el "veranito" de las promesas de Rodríguez Saa, se ven obligados a salir de nuevo a la lucha; los ahorristas continuarán protestando contra los bancos y los políticos "que nos robaron nuestra riqueza". Los endeudados y los ahorristas no cesan sus movilizaciones, exigiendo soluciones que el sistema no les puede dar.

Es necesario enfatizar que la perspectiva económica inmediata es de profundización de la crisis. Tanto la inversión como el consumo de bienes durables están hundidos, y no hay posibilidades de una pronta recuperación. La crisis del sistema financiero ha eliminado por ahora el crédito, incluso el destinado al giro del capital de trabajo de las empresas. Las constricciones del Banco Central al movimiento de fondos, si bien obligó a cierta liquidación de dólares (amortiguando la suba del dólar en el mercado libre), ponen más frenos a la producción. La fuga de depósitos, a lo que se suma una inmensa cantidad de créditos crecientemente incobrables (en la medida en que se profundiza la depresión económica, los deudores no pueden devolver el dinero que tomaron prestado), han puesto al sistema bancario al borde del precipicio. Los préstamos no pesificados son por unos 37.000 millones de dólares, buena de los cuales pasarían a ser incobrables; los bancos tienen otros 33.000 millones de dólares en préstamos al Estado, que también son de recuperación más que difícil. En estas condiciones, las promesas de Duhalde de devolver los ahorros en dólares a los depositantes, no tienen ningún asidero real.

Es cierto que la devaluación favorece, en principio, las exportaciones, pero ya hemos señalado que los efectos son mediados, dado el alto endeudamiento en dólares de empresas, así como la dependencia de insumos importados; además hay que tener en cuenta que las exportaciones representan menos del 10% del PBI, de manera que tampoco pueden tener un efecto de arrastre notable sobre la economía de conjunto. Por otro lado, el peso de la deuda pública, por efectos de la devaluación, pasó de representar el 53% del PBI, a representar el 76%; la deuda privada en dólares con el sistema financiero y el exterior pasó del 32% al 45% del PBI. De una situación como ésta no se sale si no es con masivas desvalorizaciones del capital. Las disputas entre fracciones del capital (entre otras, ahora está en discusión la ley de quiebras, que puede favorecer a algunos sectores en detrimento de otros), las manifestaciones de buena parte de la mediana y pequeña burguesía, giran en torno a la cuestión vital de quiénes van a llevar la peor parte, quiénes soportarán las mayores pérdidas en la inevitable desvalorización de capitales que acarrea la crisis.

La orientación política

La actual situación está marcada entonces por una profunda desorientación en las bases obreras, mucha indignación y bronca en las clases medias, arruinadas por la crisis, pero sin otra alternativa por ahora que consentir que alguno de los grandes partidos burgueses se hagan cargo del gobierno; y la burguesía apoyando, a pesar de sus contradicciones internas, un intento de unidad política burguesa a nivel de la máxima conducción del estado.

En este cuadro una de las actividades más importantes de los marxistas es combatir toda confianza que puedan depositar sectores de la clase obrera y de la población oprimida en el nuevo gobierno. Hay que tener en cuenta que la propaganda oficialista, que presenta a Duhalde como un gobierno enfrentado a los banqueros, al FMI y a las empresas privatizadas, puede influenciar a sectores. El apoyo al Gobierno de la CGT de Daer y las relativas expectativas de Moyano, también son altamente perjudiciales para articular la resistencia. Es notable que ningún dirigente de la CGT haya hecho algo en defensa de los salarios obreros que se están reduciendo vía la devaluación e inflación (sacaron un leve comunicado de compromiso, para no hacer nada en la práctica). La CTA, la central más izquierdista del movimiento gremial, se ha entrevistado con Duhalde para proponerle que convoque a una consulta popular "para legitimar las decisiones que el Gobierno tome en materia económica". Esto equivaldría a legitimar las bajas salariales y el ajuste fiscal. En consonancia con esta propuesta, la CTA ha puesto el acento en el seguro de empleo -reivindicación que de alguna manera queda "absorbida" por los planes que está instrumentando Chiche Duhalde- pasando por alto la denuncia de la baja del salario que se ha operado por medio de la devaluación. Hay que destacar que esta posición de la CTA conecta con sus análisis sobre que la contradicción principal del país pasa por el enfrentamiento entre los banqueros y los grupos económicos, por un lado, contra el "frente de la producción", conformado por todas las clases "nacionales". Este análisis pavimenta el camino para la conciliación de clases y el apoyo a un gobierno de "unidad nacional" como el actual. Las declaraciones de De Gennaro, luego de la entrevista con Duhalde, diciendo que estaba "impactado" con el nuevo presidente, resumen en buena medida la posición de esta central, y están en línea con su respaldo, en 1999, a la Alianza.

Por lo tanto, la denuncia del nuevo gobierno, y la crítica al rol que una vez más están cumpliendo los dirigentes sindicales, es clave para luchar por la independencia de clase, por la organización del activismo con un programa claro. Es necesario comprender que en las bases obreras existe mucha confusión, desorientación y hasta temor por las consecuencias de la depresión económica y la desocupación. Como ya dijimos, en estas condiciones el llamado a formar soviets, que hace la izquierda, es un disparate. Las tareas que se desprenden de la actual coyuntura serían:

  1. avanzar todo lo posible en la organización del activismo, en la resistencia. Explicar que se está produciendo una baja generalizada del salario vía devaluación - inflación; que el "modelo" sigue vigente en un sentido profundo; que los recortes de salarios y los ataques a la clase obrera se continúan. Que es suicida poner el más mínimo grado de confianza en el gobierno de Duhalde. Explicar y denunciar el rol de la burocracia sindical. Plantear un debate sobre los resultados a que llevó la estrategia de Moyano (que tanto preconizó la devaluación); de CTA y su voto popular contra la pobreza (es necesario replantear el balance). Luchar por la extensión y profundización de toda pequeña concesión, tal como el seguro de desempleo. Insistir en la necesidad de la independencia de clase, en organizar todas las formas de resistencia a la ofensiva del capital que continúa; no entrar en ninguna provocación, ser conscientes de que ahora se enfrenta a un gobierno que en principio está más sólido (a pesar de toda su debilidad) que el final del gobierno de la Alianza
  2. poner el acento en la necesidad de que la clase obrera tenga una alternativa de clase, independiente; discutir la necesidad de que el movimiento obrero articule un programa obrero, de medidas necesarias como el no pago de la deuda externa, el reparto de las horas de trabajo, la canalización de fondos privados hacia obras e inversión pública, la nacionalización de la banca; en el marco de un programa revolucionario, instrumentado por un gobierno de los trabajadores
  3. insistir en la necesidad de organizar al activismo, en avanzar en la preparación política, en la claridad, haciendo un balance de lo que ha sucedido. Tenemos que recordar a los compañeros que una vez más se dio que el pueblo pusiera los muertos en el combate y la burguesía la política; que esto se debe a que la clase obrera no tenía un programa y una organización independiente; que era la única que podía establecer una alianza con hegemonía y salida para las clases medias, desesperadas y acorraladas por la crisis. Que la caída de De la Rúa ha demostrado entonces la potencialidad de la movilización, pero también su debilidad. Que es necesario que este balance no se pierda; más aún, es necesario que dentro de un año o dos se vuelva sobre lo que se ha dicho por estos días, se rediscutan los balances, se evalúen las caracterizaciones y las tareas planteadas. Esta es la única forma en que se empiece a hacer un balance en positivo, a sacar enseñanzas profundas, con vistas a la formación de una vanguardia revolucionaria
  4. por último, es necesario plantear, aunque sea en forma propagandística, que todo esto está mostrando una vez más la necesidad de luchar por la formación de un partido marxista de la clase obrera, dotado de un análisis, de una estrategia, de una táctica asentadas en el materialismo histórico y la teoría de la plusvalía. Es necesario iniciar este debate con la vanguardia, en crítica abierta al espontaneismo que, una vez más, ha puesto en evidencia sus límites insalvables.

LIGA COMUNISTA

19 de enero de 2002

SOBRE LAS CONSIGNAS
"FUERA EL GOBIERNO" Y "ARGENTINAZO"

Conformando un extenso arco, que va desde el trotskismo hasta los populistas de izquierda, pasando por stalinistas como el PCR, la mayoría de las organizaciones de la izquierda argentina defiende una estrategia de tipo insurreccionalista, edificada en torno a las consignas de "Abajo Menem" y "Argentinazo". En este trabajo nos proponemos demostrar que se trata de una política equivocada desde el punto de vista del desarrollo de la conciencia socialista.

Presentamos nuestra crítica en tres planos: primero examinamos la táctica del "Argentinazo para sacar a Menem" en correspondencia con la relación de fuerzas entre las clases y las tareas de la hora; en segundo término tratamos de demostrar que la agitación de esta consigna, sin que existan alternativas revolucionarias para reemplazar al gobierno burgués, comporta una orientación global oportunista; por último, sostendremos que aun en el caso de que Argentina atravesara una situación de revolucionaria, el llamado a derribar al gobierno tampoco debería plantearse de la manera en que se hace hoy. A los fines de ilustrar nuestro argumento discutiremos ejemplos históricos, significativos por la participación que en ellos les cupo a los marxistas.

Sobre el Argentinazo
y la situación del movimiento obrero

Mientras la oposición burguesa quiere sacar al gobierno de Menem respetando rigurosamente los mecanismos constitucionales y electorales, los partidos de la izquierda procuran lograrlo a través de movilizaciones revolucionarias Algunas corrientes plantean la huelga general por tiempo indefinido hasta la caída del gobierno; otras -como el PCR- llaman al "Argentinazo, por otra política y otro gobierno"; algunas, como guevaristas o peronistas de izquierda, convocan a la movilización general del pueblo para derribarlo -una variante pintoresca es el "luche y se van" de algunos grupos peronistas-; y otras, en fin, imaginan alguna combinación entre las variantes anteriores.

Nuestra primera objeción a estos planteos es que proponen a la militancia una tarea -preparar la caída inmediata del gobierno- que no conecta con las necesidades que se derivan de la etapa actual de la lucha de clases. Como demostramos en otro artículo de este número de Debate Marxista, la situación -defensiva y atomizada- de la resistencia obrera está lejos de demandarnos hoy la organización de la huelga general insurreccional. Por el contrario, pensamos que la tarea de la hora es acompañar las luchas mínimas y dispersas, sin "despegarnos" del movimiento, a partir del estado actual de conciencia y organización de los trabajadores. Esto debería acompañarse del "explicar pacientemente" que los males de los explotados no tendrán solución mientras subsista el sistema capitalista y su Estado. En cambio, si propagandizamos la insurrección contra el gobierno confundimos el carácter de la etapa, que es defensiva y de rearme y no podemos conectar con lo que está sucediendo a nivel de los lugares de trabajo, en los barrios obreros y populares o centros de estudio. Hoy tenemos una necesidad más elemental y primaria que organizar el "Argentinazo", y es denunciar al capitalismo, desenmascarar a los enemigos solapados de la clase obrera, hacer propaganda-agitación por la resistencia, ayudar a la organización de los activistas y, puntualmente, llamar a movilizaciones por objetivos parciales. Es que, como decía Trotsky, cuando no se parte de las experiencias de las masas, hasta las ideas más correctas escapan por completo a su atención: "Las ideas revolucionarias deben cotidianamente volverse vivas por medio de la experiencia de las masas" (Trotsky, 1979, p. 53).

Ante estos argumentos algunos compañeros atenúan su planteo y reconocen que la insurrección no es posible en lo inmediato; pero no obstante sostienen que debemos propagandizarla y agitarla "para preparar el terreno". Pero esta forma de razonar también es vieja en la izquierda; por ejemplo, en la Rusia zarista existió una corriente, la otzovista, que en pleno período de reacción también sostenía que había que propagandizar el levantamiento de las masas, aunque la insurrección no fuera posible en un plazo cercano. En nuestra opinión éste es un método equivocado de hacer política, porque no parte de lo actual, de la relación de fuerzas existente; por eso los que razonan así se pierden en especulaciones sobre el futuro,"disimulando así su incomprensión del presente" (Lenin). Es que si el presente es de retroceso, de confusión, de desorganización, y hablamos del futuro de ofensiva y de sangre, conjugamos mal los tiempos de la gramática política y sólo conseguimos descrédito, confundir y preparar la resbalada al pantano oportunista. Como muchos militantes contemporáneos, también los otzovistas hablaban de los medios de lucha futuros como para subrayar que ellos eran "revolucionarios". Lenin, enemigo de esos "infantilismos", los acusaba con justa razón de lanzar "chillidos revolucionarios" y agregaba que mientras la revolución fuera todavía "asunto del futuro", no había que lanzar la consigna de un medio de lucha El partido revolucionario, seguía Lenin, deberá caracterizar la situación y hará propaganda y agitación por "el objetivo de lucha (la conquista del poder por el proletariado)". "En el momento actual no se puede ni debe decirse más" (Lenin, 1970, p.404; énfasis nuestro) porque las tareas de lucha y organización deben plantearse siempre vinculadas con la etapa.

Aunque Lenin no se explaya sobre su método de análisis, destaquemos que el mismo es profundamente dialéctico y a la vez materialista. Es que el análisis marxista debe partir de las relaciones de fuerza y tendencias presentes. Nunca se debe razonar pensando que "tal vez el año próximo todo dé un vuelco y nos encontremos en otra situación" . Esto es lo que Hegel llamaba la "posibilidad abstracta", o vacía, que lleva a la especulación sin sentido; en política este camino es muy peligroso, ya que soñando con las posibilidades del mañana no advertimos lo que sucede hoy. Un ejemplo de este método lo tuvimos cuando parte de la izquierda analizaba la situación del este de Europa, después de 1989-90, y divagaba con que "mañana" la clase obrera derrotaría a la restauración capitalista. Así "se le pasó por alto" que la burguesía estaba avanzando, y que ya operaba una tendencia real hacia la restauración capitalista. La aparición de esos gérmenes o tendencias es lo que Hegel llamaba la posibilidad concreta, porque hasta cierto punto ya no se trata de mera posibilidad, sino que tiene existencia real, aunque en germen. Si hoy hubiera huelgas, aunque fueran embrionarias, diríamos "comenzó una tendencia"; pero tampoco en ese caso haríamos política con música del futuro, sino que actuaríamos sobre esa tendencia, para profundizarla y ensancharla.

El carácter burgués oportunista de la consigna
en este momento

Además de confundir el carácter de las tareas planteadas, la consigna de "Abajo Menem" deriva en un planteo oportunista. En primer lugar, porque no habiendo una alternativa de la clase obrera al gobierno burgués se termina alentando el recambio a favor de otro gobierno igualmente burgués. Es lo que sucedió en Brasil, cuando el pueblo derribó a Collor, o en Ecuador a Bucaram. Las caídas de estos personajes representaron recambios de superficie, y el movimiento de masas fue llevado en cada caso a la frustración, a un callejón sin salida.

Hace muchos años, en una situación en que el partido Comunista y las fuerzas de izquierda eran mucho más fuertes que lo son hoy en Argentina, Trotsky explicaba a la izquierda alemana que

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Si derrocamos al gobierno provisional en estas condiciones no seremos capaces de ocupar su lugar y, como consecuencia, ayudaremos a la contrarrevolución. Debemos explicar pacientemente a las masas el carácter antipopular de este gobierno antes de que suene la hora de su derrocamiento. (Trotsky, 1980, p. 43).

Si esto sucedía en Alemania pre nazi, digamos que en Argentina sería aún "más imposible" superar de golpe la inexistencia de un movimiento obrero con conciencia socialista y revolucionaria, por más que el pueblo trabajador odie a Menem. Las luchas -políticas, económicas- hacen avanzar, pero no operan partos milagrosos de generación espontánea.

En segundo término, los que agitan hoy la consigna de "Abajo el gobierno" deben apelar al clásico argumento del "mal principal", de "Menem es el responsable del hambre y la desocupación", "es el cáncer que los trabajadores deben sacarse de encima de manera impostergable" y "ya habrá tiempo para pensar en la alternativa", porque de lo contrario no habría razones para llamar a los trabajadores a derramar su sangre en esta "patriada". Pero así se da a entender que cualquiera que suplante a este gobierno será beneficioso; en definitiva, se alientan ilusiones en el clásico enroque burgués y se induce a las tácticas de frente de clase, en la lógica del llamado a la unidad opositora para derrotar al gobierno (no al Estado), "enemigo principal". El partido Comunista, los maoistas, las corrientes populistas de izquierda lo dicen reiteradamente; "unir fuerzas" contra el gobierno-enemigo principal, es la premisa que las guía. Pero incluso partidos que se reivindican de la lucha por la independencia de clase caen en errores similares. Un ejemplo lo tenemos en la política del MAS en 1984, ante el plesbicito por el Beagle que convocó el gobierno de Alfonsín. Llevado por el afán de derrotar al gobierno este partido hizo de hecho un bloque con Nilda Garré, Saadi, Cepernic y Licastro, y luego se felicitaba por haber "establecido relaciones orgánicas con sectores de su dirección [del PJ]", (Moreno y Petit, 1984, p.58) en la perspectiva de convertirse en la única oposición "efectiva" al gobierno. En síntesis, estos son los típicos planteos de los "frentistas con la burguesía" y "etapistas", que dicen que primero hay que hacer una revolución "contra el mal mayor" (primera etapa de la revolución) para después "arreglar cuentas entre nosotros" (segunda etapa del drama). El resultado es postergar indefinidamente el combate por la independencia de la clase obrera y su preparación política para la revolución socialista.

La consigna de "abajo el gobierno"
en la tradición del marxismo
.

Las anteriores consideraciones explican por qué en la experiencia del marxismo revolucionario -y contra lo que piensan muchos compañeros de la izquierda- la agitación por derribar al gobierno no figuró jamás como eje sistemático de agitación; siempre se agitó en coyunturas precisas, bien determinadas, porque lo esencial es referir la consigna a la relación entre las clases sociales y sus expresiones partidarias.

Por ejemplo, desde abril a setiembre de 1917, y a pesar de estar en una situación revolucionaria aguda, Lenin se opuso a la demanda de "Abajo el gobierno", -al punto que la consigna no figura en las Tesis de abril- porque en ausencia de las condiciones políticas adecuadas significaba jugar al levantamiento y favorecer un recambio burgués. Es un hecho que la toma del poder en Rusia se preparó durante meses con el eje articulador de "todo el poder a los soviets" y no de "Abajo el gobierno".

Tomemos otro caso: durante la Tercera Internacional -orientada por Lenin y Trotsky- los partidos comunistas que militaban bajo regímenes democrático burgueses no tenían como centro de su agitación la demanda de "abajo el gobierno"; el Cuarto Congreso define como eje la consigna de "gobierno obrero". Otro ejemplo es el programa de acción para Francia, escrito por Trotsky en 1934, donde tampoco figura el "abajo el gobierno", porque hace el planteo "positivo" de la lucha por el gobierno obrero y campesino. En el Programa de Transición tampoco aparece la consigna de "abajo el gobierno" referida a los regímenes democrático burgueses. Es interesante también el caso de Alemania de 1918-9. La revolución de noviembre no es preparada con el "Abajo Guillermo II", sino con el programa de la paz sin anexiones y una intensa propaganda por los soviets y el poder obrero. El llamado final de la izquierda revolucionaria al levantamiento (del 8 de noviembre de 1918) incluye la alternativa de poder obrera, y por eso se formula diciendo "por la derrota del régimen imperial y el establecimiento de una República de los Consejos". Agreguemos que, instalado el gobierno socialdemócrata de Ebert, la política de los espartaquistas no tuvo como eje "Abajo el gobierno", sino "todo el poder a los soviets". En cada uno de estas experiencias la medición de la relación de fuerzas fue esencial.

Tampoco encontramos la consigna de "Abajo el gobierno" en artículos de táctica y política de dirigentes de la Segunda Internacional; por lo general se hablaba de la "toma del poder político", lo que indicaba el enfoque estratégico del partido revolucionario. Un ejemplo: cuando la crisis producida por el caso Dreyfus llega a su punto más alto, Rosa Luxemburgo (que critica por la izquierda a los socialistas franceses) no plantea la exigencia de la caída del gobierno, que sólo favorecería el recambio burgués.

Algunos compañeros aluden a la experiencia de los bolcheviques, cuando agitaban por la caída de la autocracia rusa, antes de 1917. "Aquí hacemos lo mismo, porque allá dio resultado", nos dicen. Pero hay diferencias muy grandes en las condiciones políticas de una y otra orientación, porque los bolcheviques planteaban la caída de un régimen -la autocracia- y por lo tanto la consigna excluía un recambio dentro de la misma forma estatal. Con la consigna de "Abajo Menem" sucede lo opuesto, porque ante un régimen democrático burgués la única alternativa progresiva para los explotados es la toma del poder por el proletariado; todo otro cambio implica, a lo sumo, un cambio cosmético, y en el peor de los casos un giro reaccionario. Digamos que un matiz particular en este tema lo introdujo el partido Obrero, que habla del "régimen menemista", como si estuviéramos en presencia de un sistema político cualitativamente distinto a cualquiera de las democracias burguesas dependientes y represivas que pululan en Latinoamérica, o que pudiera encabezar la Alianza. Este argumento se alinea de manera con el enfoque que sustenta Chacho Alvarez, con la diferencia de que éste postula el cambio de forma institucional.

Por otra parte, la consigna de los bolcheviques de "Abajo la autocracia" tampoco constituía el eje de su programa de revolución democrática; ese programa reconocía TRES pilares: la república democrática, la jornada de ocho horas y la tierra a los campesinos. La consigna central en torno al Estado era república, y el "abajo la monarquía" estaba ligado-subordinado a ella, es decir, al cambio de régimen. Además, para diferenciarse de la concepción puramente superestructural de la revolución democrática, los bolcheviques ponían en el mismo plano el tema social (en especial la tierra), lo que encerraba una dinámica de revolución permanente.

"Sobrepasar" a la burguesía
y la "insurrección-proceso"

Un argumento para llamar a derribar a Menem sostiene que los revolucionarios debemos "sobrepasar" a la burguesía en el curso de un levantamiento o huelga general para desembocar en la revolución proletaria.

Sin embargo la política de los marxistas no puede consistir en alentar la insurrección con la esperanza de "ganarle de mano" a los capitalistas en medio de una insurrección. En primer lugar, porque dada la debilidad de la vanguardia marxista, y la conciencia burguesa o pequeño burguesa de las masas, hoy es imposible superar a las direcciones que plantean un recambio dentro del sistema, como sucedió en Brasil con el "Fuera Color". Pensar lo contrario es caer en el planteo de "vacío de dirección" o "vacío ideológico" y no darse cuenta de que los trabajadores luchan con ideologías y programas, aunque no siempre estén formalizados.

Hasta cierto punto la orientación de muchas corrientes de nuestra izquierda reedita la vieja táctica de la "insurrección proceso" que preconizaban algunos marxistas en la Rusia zarista, y que fue considerada por Lenin como una variante del reformismo. Los partidarios de esa táctica razonaban de la siguiente forma: primero, exigimos al zar que convoque una Asamblea Constituyente, algo accesible y sentido por las masas. Después, que esa Asamblea Constituyente se declare soberana; luego, llamamos a las masas a organizarse en forma independiente; y así seguían planificando más y más "pasos". Otro ejemplo: en Rusia el zar convocaba regularmente un Consejo (el Zemski Sobor). Entonces los defensores de la "insurrección-proceso" decían: primero declaramos al Zemski Sobor el centro de nuestra labor; luego presionamos con las armas para que se declare Asamblea Constituyente. En una palabra, había que comenzar "por lo que tenemos a mano" para ir desarrollando la insurrección y por eso se negaban a hacer propaganda por el gobierno revolucionario e inducían a pensar que ya era un triunfo, por ejemplo, que el zar llamara a la Asamblea Constituyente. Pero de esta forma mutilaban el programa revolucionario, en una política que conducía a un "aborto", como decía Lenin, y llevaba al conciliacionismo.

Como ya habrá advertido el lector atento, la "maniobra" de llamar al levantamiento por el "abajo Menem" como "primer paso" y ver luego qué pasa, tiene una gran semejanza, en su concepción fundamental, con la vieja política de la "insurrección proceso". En ambos casos se trata de la idea de ir desarrollando la insurrección "en escalera", planteando los objetivos "de a poco", para conseguir "triunfos" (y así se presentan a las masas!). Unos decían "ganemos las calles para que se independice la Asamblea" (objetivo que no modificaba al régimen zarista); los otros dicen "ganemos las calles para que se vaya Menem" (objetivo que tampoco modifica al régimen, esta vez democrático burgués). Por eso decimos que se trata de una variante del reformismo, encubierta en lenguaje radicalizado.

Dada la importancia del tema, vamos a detenernos en algunos ejemplos históricos de situaciones insurreccionales, o que dieron lugar a importantes debates sobre táctica; nos interesa examinar los casos en que estuvieron implicadas fuerzas políticas marxistas revolucionarias.

Marx y Engels ante La Comuna de París

Empecemos con la experiencia de la Comuna. Cuando en setiembre de 1870 estalla la revolución en París, Marx y Engels evaluaron la correlación de fuerzas y aconsejaron a los obreros de París no salir a la pelea El 12 de setiembre de 1870 Engels escribía:

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Si algo se puede hacer en París es impedir un levantamiento de los obreros antes de que se concluya la paz ... Cualquiera sea la forma que tenga la paz, hay que concluirla antes de que los obreros puedan hacer algo ... Sería terrible que, como último acto de guerra los ejércitos alemanes tuvieran que librar una batalla en las barricadas con los obreros de París. Nos haría retroceder cincuenta años y retardaría todo ...

Es muy lamentable que en la situación actual haya en París tan poca gente dispuesta a ver las cosas cómo son en realidad. Quién se atreve a pensar siquiera que la capacidad de resistencia está agotada en lo que se refiere a esta guerra y que con esto también se desmoronan las perspectivas de rechazar la invasión mediante una revolución? Precisamente porque la gente no quiere oír la verdad es que temo que las cosas puedan llegar a esto... (Marx y Engels, 1973, pp. 251-252).

Y Marx, en el Manifiesto de la AIT, del 9 de setiembre de 1870, decía:

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... la clase obrera de Francia tiene que hacer frente a condiciones dificilísimas. Cualquier intento de derribar el nuevo gobierno en el trance actual, con el enemigo llamando casi a las puertas de París, sería una locura desesperada. ... Que aprovechen [los obreros franceses] serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar en la organización de su propia clase. .... De su energía y de su prudencia depende la suerte de la república (Marx, 1975, p. 518).

Marx llamaba públicamente a la prudencia, a no hacer locuras desesperadas. Aunque, por supuesto, una vez que la clase sale a la lucha, los marxistas estén en primera fila del combate, como hicieron Marx y Engels cuando estalló la revolución en París.

Lenin ante 1905

Algunos compañeros, en discusiones orales, nos han señalado el ejemplo de lo que sucedió en 1905 en Rusia: los obreros salieron detrás de las banderas del cura Gapon a reclamar al zar por sus demandas, fueron reprimidos y el movimiento derivó en la formación de los soviets y la revolución. A partir de aquí concluyen que se trataría de hacer lo mismo: a partir de una reivindicación sentida ("fuera Menem"), tratar que el movimiento termine desbordando los marcos burgueses y desemboque en el levantamiento general y los soviets.

En este argumento se confunde lo que sucede objetivamente, al margen del partido, con lo que constituye su política. En 1905 el partido bolchevique no alentó la política de ir a pedir al zar para que el movimiento de masas se superase a sí mismo a partir de la represión. Otra cosa es que, una vez generada la movilización, participara en ella, críticamente.

Si bien a partir de la masacre contra los manifestantes se inició la revolución, los bolcheviques no apoyaron esa manifestación porque había sido incitada por el gobierno zarista para montar una provocación:

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la policía dejó intencionalmente que el movimiento de huelga adquiriera un desarrollo amplio y sin trabas, porque el gobierno ... deseaba provocar una represalia sangrienta en las condiciones más favorables para él (Lenin, 1974, p.13).

Pero al gobierno "le salió el tiro por la culata", porque las masas se radicalizaron. Lenin explica que las masas aprendieron en esos días, con la práctica:

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nada puede compararse en importancia con lo que representa esta educación directa de las masas y de las clases, en el transcurso de la lucha revolucionaria directa (ídem, p.13).

Pues bien, aquí nos interrumpe nuestro ultraizquierdista para decir: "como las masas aprendieron en estas acciones, entonces teníamos que apoyar la rebelión". Pero desde sus viejos escritos Lenin le dice a nuestro hombre que

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La intelectualidad revolucionaria y los proletarios con conciencia de clase que probablemente habrían sido los primeros en armarse, no podían hacer otra cosa que mantenerse alejados del movimiento zubatovista (ídem, p. 13; énfasis agregado).

Por eso los bolcheviques

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... no sólo no dieron alas a las candorosas ilusiones ... sino que discutieron con Gapon y defendieron con franqueza y decisión todas las concepciones de la táctica de la socialdemocracia .... las masas de los obreros y campesinos, aferradas todavía a un resto de fe en el zar, no estaban preparadas para la insurrección (ídem, p. 21).

Es decir, los bolcheviques hicieron lo opuesto de lo que aconseja gran parte de la izquierda: explicaron a las masas que no estaban preparadas para la insurrección. Su política no fue "que la gente salga a la lucha para ver si en la práctica superamos a las fuerzas enemigas" aunque, cuando la revolución estalló, participaron activamente, pero esto es muy distinto que llamar irresponsablemente a preparar insurrecciones.

Cabe sin embargo la pregunta: tenían razón Lenin y los bolcheviques para actuar como lo hicieron? Es que a pesar de la sangre derramada, las masas rusas elevaron su conciencia por qué el partido no debía apostar al levantamiento, aun siendo consciente del factor provocación? La respuesta a este problema encierra una de las claves de la construcción de una estrategia revolucionaria y de un Estado mayor del proletariado. Si el partido bolchevique hubiera hecho seguidismo al movimiento de las masas, de hecho hubiera puesto en cuestión su misma construcción como vanguardia del socialismo revolucionario, no podría haber educado a los elementos más conscientes del la clase obrera, habría perdido la brújula para orientarse en el período posterior que siguió de derrota e incluso carecido de autoridad política para reorganizar las fuerzas de las masas y difundir las enseñanzas del levantamiento. En última instancia, toda la política leninista de construcción de partido, y de preparación de la futura ofensiva de la clase obrera, se sintetiza en esta actitud que comentamos.

Insurrección y conciencia en 1917

Temas como relación de fuerzas, conciencia, papel del partido, son claves a la hora de plantearse una insurrección. Es cierto que toda insurrección comprende espontaneismo y conciencia; Lenin había señalado la importancia del elemento espontáneo en cuanto índice de la profundidad del movimiento de masas, "de la solidez de sus raíces, de su ineludibilidad". Pero lejos de quedarse en ello, agregaba los factores de conciencia que deben estar presentes para que la insurrección tenga probabilidades ciertas de éxito. Entre estos factores, anotaba, en 1917, :

Los objetivos del movimiento: mientras la burguesía trataba de arrastrar a las masas a un movimiento contrarrevolucionario confundiendo y ocultando sus objetivos a las masas, el proletariado revolucionario podía "exponer abiertamente al pueblo sus objetivos finales". Esto es fundamental para asentar el poder proletario.

La conciencia de las masas que participan en la guerra civil; para esto también existen datos objetivos, como la relación que el partido tiene con el movimiento, elecciones, influencia en los soviets.

La fuerza del movimiento. La fuerza del proletariado para arrastrar a las masas a la lucha extraparlamentaria, incluso el odio que lleva a las masas a estar dispuestas a dar su vida por la revolución. La contrapartida son las divisiones en el campo enemigo.

Sin estas condiciones, la insurrección proletaria es una aventura. Aun en julio de 1917, cuando las masas de Petrogrado estaban dispuestas a lanzarse a la lucha, los bolcheviques frenaron la insurrección porque la correlación de fuerzas no era favorable. "La insurrección debe apoyarse no en un complot, en un partido, sino en la clase más avanzada ... en segundo lugar, debe apoyarse en el ascenso revolucionario de todo el pueblo" (Lenin, 1958b, p. 12). Es cierto que la insurrección proletaria no es un "concierto", pero el partido busca que se aproxime todo lo posible a un movimiento coordinado, en que cada sector logre coordinar con los otros.

En relación a este tema queremos insistir con el aspecto militar, que tampoco se puede superar con el espontaneísmo. Como nuestro objetivo aquí es discutir los errores del espontaneismo, bástenos señalar que los problemas de táctica están relacionados con el desarrollo de la técnica militar, la disposición geográfica y composición social de las fuerzas revolucionarias y represivas, la incidencia de fuerzas internacionales que puedan intervenir, y otros elementos, todos los cuales deben ser tomados en cuenta por un Estado Mayor del proletariado que se insurrecciona. La insurrección de Octubre rusa en Petrogrado fue cuidadosamente preparada por los bolcheviques, combinando el trabajo político con la preparación organizativa y militar de las fuerzas insurreccionales. Hoy, todo partido marxista, puesto ante la instancia del levantamiento de las masas contra la burguesía, deberá asumir y estudiar este aspecto del problema, en base a las evoluciones que ha conocido la técnica militar, la composición social del ejército y otros factores.

La experiencia alemana entre 1918 y 1923

Así como la revolución rusa de Octubre nos muestra una intervención correcta de los revolucionarios, la experiencia de los marxistas en la revolución alemana de 1918-19 es aleccionadora en cuanto a lo que no debe hacerse. Los comunistas alemanes cometieron una serie de errores tácticos graves en lo que se refiere a la insurrección, con consecuencias nefastas para el movimiento.

El tema nos interesa porque es un caso de aplicación de la táctica espontaneísta en la insurrección que desmiente a aquellos que piensan, ingenuamente, que todo consiste en "salir a la calle" porque de alguna manera allí los problemas políticos se van a superar. La experiencia alemana nos demuestra que si las condiciones políticas no están maduras, las dificultades se potencian en el curso de una insurrección lanzada a destiempo; el problema es más grave todavía porque en las vísperas de una situación revolucionaria aguda es una ley que un sector del movimiento de masas quiera salir al combate, sin que estén asegurados los efectivos "de retaguardia" .

En 1919 una parte de la izquierda alemana, liderada por Karl Liebknecht, y contra el consejo de Rosa Luxemburgo y otros, lanzó la insurrección ante una provocación de la burguesía cuando las condiciones no estaban maduras. En una palabra, ante las "jornadas de julio" alemanas, los marxistas no frenaron la insurrección como hicieron los bolcheviques, sino que siguieron adelante. Claro que los problemas políticos que debía superar la clase obrera y su partido no se resolvían con "llamemos al levantamiento contra el gobierno para superar los obstáculos sobre la marcha". Por ejemplo, los obreros alemanes no entendían que tres partidos obreros -la socialdemocracia mayoritaria, los socialdemócratas independientes dirigidos por Kautsky y la corriente espartaquista y comunista- estuvieran enfrentados. La política de la burguesía alemana, de plegarse masivamente al llamado a una Asamblea Constituyente, adoptando incluso una terminología "socialista", aumentaba la confusión. La acción de la socialdemocracia de "copar" los soviets con el aparato partidario también se constituyó en un problema que no se solucionaba con "ganar la calle". El llamado a elecciones para la Asamblea Constituyente se convirtió en un importantísimo problema táctico (boicot?, participar?, con qué política?). Pero lamentablemente, en el congreso del partido, de fines de diciembre de 1918, la mayoría de los delegados estaba convencida de que "el poder está en las calles", y desoyeron las advertencias de R. Luxemburgo y otros líderes. Las manifestaciones de 200.000 obreros en Berlín, de enero, aumentaron la falsa impresión de que las condiciones "ya están" y R. Luxemburgo de nuevo no fue escuchada .

Todo esto debería ser estudiado y asimilado por la izquierda argentina, tan afecta a proclamar la necesidad de insurrecciones inmediatas. Los marxistas deben analizar siempre y con suma atención la correlación de fuerzas. La experiencia alemana (como la rusa de junio y julio de 1917) nos muestra que aun en el marco de una etapa de profundo ascenso revolucionario, la instrumentación de la consigna de "Abajo el gobierno" (o sea, el lanzamiento de la insurrección) exige del partido revolucionario la más cuidadosa de las tácticas, a los efectos de no abortar el movimiento.

De todas maneras, hay que subrayar el nivel estratosférico de las posturas "insurreccionalistas espontáneas" de la izquierda argentina en relación a las experiencias que estamos analizando. Es que en Rusia de julio de 1917, o en Alemania de fines de 1918, existía una considerable presión de un sector de masas por lanzar la insurrección, pero en Argentina de 1998 nada de esto sucede; el planteo de la izquierda espontaneísta de nuestro país, en este sentido, no refleja ningún proceso que esté operando en el movimiento de masas, tendiente a la insurrección.

Por otra parte, también son reveladoras las experiencias posteriores en Alemania. En 1921 el partido Comunista, alentado por el dirigente húngaro de la Internacional Comunista Béla Kun, lanzó un llamamiento a la insurrección en respuesta a la represión que el gobierno socialdemócrata había desatado sobre los trabajadores en Alemania central. Sin contar con el apoyo del conjunto de los trabajadores, la intentona falló, y el partido perdió la mitad de sus miembros, hubieron decenas de muertos y miles de encarcelados. Precisamente el tercer Congreso de la Internacional Comunista, realizado inmediatamente después de esta aventura, tuvo como eje la crítica de la orientación ultraizquierdista; Lenin y Trotsky fueron vanguardia en explicar a los enfebrecidos "insurreccionalistas" lo nefasto de jugar a los levantamientos. Esas antiguas enseñanzas conservan toda su validez en lo que respecta a los enfoques tácticos más generales de la política revolucionaria.

Por supuesto, muchas veces la apreciación exacta de la madurez de la situación revolucionaria y de la relación de fuerzas no es fácil, y puede dar lugar a grandes discusiones entre los marxistas. Al respecto es ilustrativo el debate acerca de los acontecimientos de octubre de 1923, cuando se produce una fuerte agitación y convulsión social en Alemania . La discusión sobre si la situación estaba madura para la insurrección abarcó tanto a los comunistas alemanes como a la dirección rusa; Trotsky, por ejemplo, criticaría duramente a las direcciones de la Internacional y del PC alemán porque consideraba que la situación era altamente propicia para la insurrección, y ésta no se lanzó. Posteriormente la dirección de la Internacional Comunista responsabilizaría exclusivamente a la dirección del partido Comunista alemán por la pasividad del proletariado . Pero lo que nos interesa resaltar es que los argumentos de un lado y del otro están lejos de ser concluyentes. Por un lado tenemos los análisis de Trotsky -en Nuevo Curso, luego en Lecciones de Octubre-, de Zinoviev, y la valoración general de Broué, favorables a la tesis de la madurez de las condiciones revolucionarias alemanas en 1923. En contraposición está la postura de comunistas alemanes, como la de Paul Levi, desarrollada en un prólogo a la edición alemana de Lecciones de Octubre, (ver Levi, 1994). Levi explica que aun en situaciones extremas, cuando "lógicamente" debería esperarse que las masas, hastiadas de sufrimientos y penurias, se levanten, podía suceder que faltara la fuerza para hacerlo. Pero además plantea con agudeza un aspecto político e ideológico que ha sido descuidado en el estudio de la situación alemana de entonces: el creciente nacionalismo que hacía presa del proletariado, y llegaba a generar un "nacional comunismo". De nuevo nos encontramos con problemas políticos esenciales que no pueden ser superados con tácticas insurreccionales Es digno de mencionarse que el mismo Trotsky parece haber admitido posteriormente que desconocía aspectos importantes de la situación de la clase obrera alemana de 1923 .

La experiencia boliviana de 1952

Si bien la evolución de la conciencia de las masas conoce saltos, y éstos se vinculan con grandes experiencias de las clases, esos cambios cualitativos están condicionados por períodos de acumulación cuantitativa de experiencias, de propaganda revolucionaria y de luchas parciales. En este terreno la evolución de la conciencia de las masas no es arbitraria. Por eso es imposible que de una situación de atomización y dispersión de las fuerzas de izquierda, de descrédito de las ideas del socialismo, de peso ideológico de la burguesía, surja -como por arte de magia- un gobierno obrero revolucionario. Primero porque la insurrección proletaria exige un período de acumulación de experiencias y fuerzas, y segundo, porque en el curso del mismo levantamiento las fuerzas burguesas o reformistas tienen peso, se saben adaptar, se mimetizan con el movimiento, se "izquierdizan", y esto no se supera con jugadas espontaneístas. Cuando no hay alternativa de poder proletario, las fuerzas burguesas opositoras facilitan el triunfo del movimiento, induciendo a la confraternización de clases y a "la unidad del pueblo", sectores del ejército incluidos. Sin embargo, ignorando esta lógica viva de la lucha de clases, muchos compañeros de la izquierda argentina creen que basta que exista violencia en la lucha contra el gobierno para que el partido revolucionario esté en condiciones de tomar el poder o de acercarse tanto al mismo que la dualidad de poderes pasaría a ser un cortísimo episodio hacia el triunfo final.

La experiencia de la revolución boliviana de 1952 es ilustrativa. Por empezar, no se trató de una insurrección que surgiera de la nada, porque estuvo precedido por un largo período de acumulación de fuerzas y experiencias. En 1946 hubo un levantamiento popular semi insurreccional, traicionado por el stalinismo; en 1949, una guerra civil; en 1950, una huelga general revolucionaria. Además, desde mediados de los cuarenta un sector del movimiento obrero estaba influenciado por el trotskismo, al punto que el partido nacionalista, el MNR, adoptó gran parte del programa trotskista -control obrero, nacionalizaciones, reforma agraria- y sus líderes se declaraban públicamente "marxistas"; a ello se sumó que este partido ganó las elecciones de 1951, que fueron anuladas por el gobierno oligárquico. Todas esas circunstancias prepararon entonces el levantamiento de abril de 1952, pero también plantearon el desafío de superar al MNR, que aparecía como el portaestandarte del programa revolucionario ante las masas.

En segundo término, la influencia de los trotskistas, del POR, fue política, pero no fue lograda por agitar "Abajo el gobierno". Las Tesis de Pulacayo planteaban la caída del Estado burgués, la lucha por la dictadura del proletariado, y afirmaban que la introducción de ministros obreros en el gobierno burgués no conduce a nada progresivo.

Pero además, y muy importante para lo que estamos discutiendo, la irrupción de las masas insurreccionadas el 9 de abril, fue en gran medida inesperada, y por eso mismo el movimiento pudo ser capitalizado por el MNR, que como dijimos, estaba mimentizado con la revolución . Como dice Lora, "las masas habían ganado la vía pública ... no tenían un plan acabado de lo que iba a ser la revolución ni de lo que iba a hacer el gobierno". Lora reconoce que esas multitudes no sabían lo que querían pero sí estaban impregnadas "de un odio ardiente por lo que no quieren" . En las calles los militantes del MNR lucharon en primera fila contra las fuerzas del gobierno y de la reacción y su ascendiente sobre los trabajadores creció, en la medida en que sus líderes prometían cumplir el programa de los trotskistas. Esto demuestra que la estrategia revolucionaria no puede consistir en superar a esas fuerzas "poniendo coraje" en una insurrección espontánea de las masas. Una vez más, hacía falta política para superar a direcciones reformistas que se visten de revolucionarias en los momentos decisivos. "Naturalmente" las masas aceptaron que Paz Estenssoro tomara el gobierno, con el apoyo del dirigente sindical Lechín Oquendo (también del MNR) y del partido Comunista. Lamentablemente el POR terminaría apoyando a este gobierno (a diferencia de lo que hizo Lenin en abril de 1917). La experiencia boliviana mostró, una vez más, que los movimientos espontáneos "contra" un gobierno, sin dirección marxista y sin programa de reemplazo por el poder obrero, conducen indefectiblemente a la entronización de gobiernos burgueses.

Conclusiones

Como lo demuestra toda la historia de la lucha de clases, el conjunto de la burguesía siempre se unifica para enfrentar las revoluciones obreras y por este motivo no es posible desarrollar estas "tácticas de insurrección en proceso" que apuestan a la superación espontaneísta de las dificultades políticas. No se debe olvidar que la insurrección proletaria es de naturaleza muy distinta al levantamiento por un cambio dentro del mismo Estado burgués. Marx fue consciente de esto después de la insurrección parisina de junio de 1848, y encontraba en este hecho la explicación de las derrotas de las insurrecciones proletarias, porque contra éstas toda la burguesía se levanta para derrotar a la clase obrera. Ligado a este problema está el aspecto militar del enfrentamiento, que de ninguna manera se puede improvisar. Por eso Marx y Engels plantearon como primera "regla" de los revolucionarios ante el levantamiento el "nunca juegues a la insurrección". Esta misma enseñanza se desprende del resto de las experiencias que hemos examinado. Pero además, no se trata sólo de "llegar", el tema es mantenerse. Por eso no se puede "jugar" a las maniobras, al estilo de "llamamos a las masas a luchar contra el gobierno, y antes que la burguesía se dé cuenta, enfilamos para el otro lado y nos hacemos del poder". Eso sólo puede entrar en la cabeza de quienes -acostumbrados a la torpe politiquería de la izquierda argentina- piensan que conducir una revolución se resuelve en un juego de "vivos". A la burguesía no se la engaña y las formas que rigen el manejo bonapartista de las sectas no encuentran su correlato en los movimientos sociales; olvidarse de esto conduce a brutales derrotas.

Por otro lado, es necesario explicar que el "Fuera Menem" sólo sirve al recambio burgués; el eje debe ser la crítica a lo limitado y burgués de esta consigna mostrando que el recambio no conduce a nada progresivo para los explotados. La política marxista no puede consistir en intentar ganarle a la burguesía o a la oposición pequeño burguesa en ser los partidarios "insurreccionalistas" de la caída de Menem cuando no hay alternativa proletaria para reemplazarlo. "Venceremos", "Quebracho" y otros grupos defienden esta orientación, porque para ellos la política se dirime en el "ganarle de mano" al reformismo "poniendo coraje", "ganando la calle", etc. Nosotros, por el contrario, debemos explicar que somos enemigos del gobierno porque éste es la cabeza del Estado burgués, y que en sí mismo no tenemos ningún interés de echar a Menem si no es como parte de una lucha por acabar con el capitalismo.

Al mismo tiempo debemos hacer hincapié en un segundo eje, con una agitación propagandística, por una alternativa de poder por la positiva. Lo mejor es en el sentido en que el Programa de Transición presenta la "popularización" de la dictadura del proletariado: por un gobierno obrero revolucionario, apoyado en los explotados y oprimidos, que aplique un programa de emergencia de salida a la crisis. El desarme de la burguesía, armamento del proletariado, deberían combinarse en esta agitación propagandística. Al mismo tiempo ratificamos que el eje de actividad inmediata, lejos de ponernos a "preparar y organizar" una insurrección, es luchar por las reivindicaciones mínimas, tratar de organizar al activismo para la resistencia, coordinar donde se puedan las luchas, recomendar mucha clandestinidad en los lugares de trabajo; por otra parte, el eje de organización sigue siendo construir el partido, para lo cual hay que desplegar el trabajo en los tres planos que hablaba Engels, la lucha económica reivindicativa, la lucha política y la ideológica. La propaganda por "ganar la cabeza de los trabajadores" para una conciencia anti capitalista, para que dejen de confiar en los programas y líderes burgueses y reformistas, sigue siendo central.

Bibliografía

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RECUADRO:

LA EXPERIENCIA DE ATEN
Y LOS ULTRAIZQUIERDISTAS

La discusión sobre el levantamiento del proletariado y la táctica del proletariado encierra enseñanzas de método aplicables a debates que han sacudido a la izquierda argentina en los últimos tiempos. Tomemos el ejemplo de la huelga de los docentes de Neuquén, de 1997.

Durante casi dos meses los docentes de Neuquén realizaron una heroica huelga, por reivindicaciones salariales y contra la Ley Federal de Educación, en medio de un aislamiento casi absoluto; recibieron muy poco apoyo para sostener el fondo de huelga, y llegó un momento en que la dirección y muchos compañeros comenzaron a considerar la necesidad y las formas posibles de llegar a una salida. En esos momentos críticos se produce el levantamiento de los desocupados de Cutral-Có, los cortes de ruta y los enfrentamientos con la Gendarmería, y el asesinato de Teresa Rodríguez. Es entonces que casi toda nuestra izquierda "insurreccionalista" -que por otra parte no tiene capacidad de movilización en ningún lado- le "exige" a la dirección del sindicato docente de Neuquén Capital continuar la huelga para "empalmar" con los fogoneros de Cutral-Có. Para los "tácticos" del espontaneísmo insurreccionalistas, se trataba ahora de que los docentes sumaran las reivindicaciones de los fogoneros y continuaran la lucha, a pesar del desgaste que ya evidenciaban los huelguistas. En sus enfebrecidas cabezas las condiciones "estaban" para arrastrar "al resto del país" a la lucha contra el gobierno, en la perspectiva del levantamiento. Como la dirección de ATEN no hizo esto, la acusaron despiadadamente de "traidora". Las enseñanzas de este asunto son importantes:

En primer lugar, afirmamos que es necesario acabar con estas acusaciones terribles entre revolucionarios cuando no se coincide en la apreciación de fuerzas en determinado momento de la lucha. Como hemos demostrado, grandes revolucionarios discreparon sobre si las condiciones en 1923, en Alemania, estaban maduras o no para la insurrección; de la misma manera, en 1920 Trotsky y Lenin discutieron sobre la conveniencia de lanzar una ofensiva sobre Polonia, sin que por ello se cruzaran acusaciones infamantes. Las discrepancias acerca de la evaluación de fuerzas en lucha, y más en un período de relativo retroceso de la lucha obrera como el que vivimos, son absolutamente normales entre los revolucionarios. En toda huelga algunos compañeros evalúan que se puede continuar -sin ser por ello "provocadores ultraizquierdistas"- y otros que es necesario ceder, para evitar males mayores -sin ser por eso "carneros traidores"-.

Pero en segundo lugar, la propuesta de continuar la lucha -empalmando con cada movimiento que surge- implicaba no ponerle fin a la pelea. Si los docentes neuquinos seguían a sus consejeros izquierdistas, debían hacer una huelga hasta la solución del problema de la desocupación en Cutral-Có. Cuál es el final de esta política? Seguir en huelga hasta lograr la reivindicación de cada movilización que se produzca en la provincia?

Por eso, en este respecto el planteo sí implica una lógica ultraizquierdista, porque llama al enfrentamiento general contra el gobierno, a cargo de un pequeño sector del movimiento obrero. En esto hay desprecio por el examen atento de la correlación de fuerzas general -no olvidemos que en el resto del país "no pasaba nada", incluidos los docentes-; "olvido" del carácter sindical de la lucha, pretendiendo transformarla en punta de lanza de una insurrección antigubernamental; y por último, desconocimiento de que no existe un partido marxista con un mínimo reconocimiento de masas y pretensión de que una dirección sindical, local y minoritaria, lo suplante en ese rol.