Acción política y dialéctica entre base económica
y superestructura ideológica.

Pues bien, aunque sobre Argentina no planea hoy el fantasma del "enemigo exterior", la idea de la patria, que siempre fue el mejor aglutinante de la burguesía ya constituida en todos lados como clase nacional para evitar que sus explotados rompan políticamente con ella, todavía señorea sobre la conciencia colectiva del proletariado en ese país. Y en gran parte, la causa de que el proletariado argentino se vea desde hace mucho impedido de correr ese tupido velo que le impide ver la necesidad de luchar por su emancipación como clase, está en que los oportunistas hayan venido consiguiendo que el marxismo en el mundo venga pasando por el filtro contrarrevolucionario del nacionalismo pequeñoburgués. De ahí que, tal como el proletariado francés de la Comuna, los asalariados argentinos nunca se hayan podido constituir como partido que represente sus intereses históricos o estratégicos.

Cada generación de asalariados espontáneos hace sin duda la historia de su tiempo, pero en su accionar espontáneo no entra la memoria histórica de su movimiento en sentido revolucionario, dado que la historia que ellos conocen espontáneamente no puede sino ser la historia de las clases que los dominan, del mismo modo que, por el hecho igualmente espontáneo de trabajar para el patrón y de saber espontáneamente que sin capital no hay trabajo, adquieren espontáneamente conciencia burguesa y se confirman todos los días como clase subalterna, como parte del capital, no más que como capital variable. La memoria histórica solo es un atributo de los obreros conscientes, de la vanguardia revolucionaria. Y en 1870 Marx puso al descubierto de antemano las limitaciones políticas del proletariado francés: sus ilusiones nacionalistas, previendo que, bajo esas condiciones, el movimiento marcharía espontáneamente a la derrota. Por eso advirtió que atreverse a derrocar al gobierno provisional "sería una locura" suicida. Y así fue:

<< La burguesía formó entonces el "gobierno de la defensa nacional" bajo cuya dirección tendría que luchar el proletariado por la independencia de toda la nación (burguesa). Se trataba, en realidad, del gobierno de la "traición nacional", el cual consideraba que su misión consistía en luchar contra el proletariado parisiense. Pero el proletariado, cegado por las ilusiones patrióticas, no se daba cuenta de ello. La idea patriótica arrancaba de la Gran Revolución del siglo XVIII. Ella se apoderó de los cerebros de los socialistas de la Comuna, y Blanqui, por ejemplo, que era sin duda alguna un revolucionario y un ferviente partidario del socialismo, no halló para su periódico mejor título que el angustioso grito burgués "La Patria está en peligro">> (V.I. Lenin: "Enseñanzas de la Comuna" 23/03/908)

Desde el punto de vista de la correlación política de fuerzas entre las clases, no parece que Argentina pase hoy por una situación parecida al período de acumulación de fuerzas populares abierto en mayo de 1969 por "el cordobazo", una experiencia que, como se sabe, acabó con la trágica derrota del movimiento y el genocidio inmediatamente posterior a marzo de 1976. Aquella derrota se produjo porque el movimiento fue inducido a luchar por un modelo de sociedad sin rupturas con un capitalismo nacional, un proyecto de explotación del trabajo ajeno devenido ya obsoleto, absolutamente incompatible con la tendencia del capital internacional en su etapa postrera. De semejante desequilibrio inestable del capitalismo en Argentina, no podía sino resultar lo que el sociólogo burgués de izquierda Portantiero llamó "equilibrio catastrófico" para definir el accionar de la dictadura militar desde marzo de 1976. Según todos los indicios -y la propuesta de la LCR que usted nos comunica es uno de ellos- el movimiento tiende a ser nuevamente conducido por el mismo desequilibrio capitalista inestable hacia otro "equilibrio catastrófico".

Hegel, en su "Lógica", dice que "la memoria de los muertos oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos". Esto seguramente inspiró a Marx para demostrar la independencia relativa de las superestructuras ideológicas y políticas respecto de sus correspondientes estructuras económicas, observando en su "Contribución a la crítica de la economía política" el hecho de que, aun habiendo desaparecido la base material que les dio sentido histórico -en el caso de Argentina los 1.500 millones de U$S que el gobierno peronista se encontró en las arcas del Estado como proveedor-acreedor de los países beligerantes durante la segunda gran guerra capitalista- formas de pensar y actuar del pasado siguen dominando el espíritu colectivo y su comportamiento en la sociedad presente.

Y el caso es que aquella base material que justificó históricamente al nacionalismo burgués en Argentina, desapareció en 1948 con la primera crisis de la balanza de pagos que debió soportar el flamante gobierno "justicialista", y que se tradujo cuatro años después en el plan económico, cuando el capital excedente de las metrópolis imperialistas pasó a presionar sobre los capitales nacionales provocando a la postre su necesario entrelazamiento. Este hecho explica todo el proceso que va desde 1955 a 1976 y aun se prolonga, no sólo en Argentina. Sin embargo, los beneficios sociales de aquel proyecto de desarrollo autosostenido del ya inexistente capital nacional siguió señoreando en la cabeza de millones de proletarios y pequeños patrones argentinos, chilenos, venezolanos, peruanos, mejicanos, egipcios, argelinos, irakíes, sirios, libios, etc., etc., desde la década de los cincuenta del siglo pasado hasta hoy. Es natural que la pequeñoburguesía siga alentando este tipo de proyectos completamente anacrónicos a despecho del enorme costo humano y político inútil que suponen. Pero que estas clases intermedias tengan todavía capacidad para convertir al proletariado en masa de maniobra y carne de cañón, esto es algo que sólo se explica por el oportunismo reformista de millones de intelectuales autoproclamados marxistas repartidos por el mundo. Como en todo período de la lucha de clases que precede a la formación del partido revolucionario, es una ley de la política que el enemigo principal del proletariado como autoconciencia de clase no esté fuera de su movimiento sino dentro. Y como en los tiempos de Marx y Lenin, el enemigo del proletariado enquistado hoy en su movimiento vuelve a ser, una vez más, el oportunismo espontaneista de izquierda y de derecha encarnado en organizaciones como la LSR.

Y usted, estimado señor Gilman, por lo que se ve, es uno de los tantos militantes populares de quienes no hay por qué dudar que quieran sinceramente hacer la revolución proletaria, pero que, como Blanqui, son inducidos al despropósito del espontaneismo oportunista contrarrevolucionario de guiar su acción política no por lo que manda hacer la base material del sistema, sino por lo que piensan y hacen las clases subalternas en cada momento de la lucha de clases, creyendo que por el sólo curso espontáneo de las luchas elementales de los explotados, se puede llegar finalmente al cambio revolucionario. Y no es así.

Ciertamente, cuando se emprende una lucha es imposible tener de antemano plena garantía de éxito. Sería "sumamente cómodo" hacer la historia universal en semejantes condiciones". Esto es lo que Marx le dijo a Kugelmann en su carta del 17 de abril de 1871. Una lucha se puede perder porque ha sido tácticamente mal planteada en el terreno militar. Incluso por circunstancias azarosas, que también tienen su incidencia en la historia. Pero, independientemente de eso, los límites políticos de una lucha están, en principio, predeterminados por los objetivos que los contendientes persiguen antes del enfrentamiento. Sobre todo porque en cualquier lucha política, los adversarios se cohesionan en torno a objetivos opuestos que en cada bando se encuentran orgánicamente comprendidos y expresados en términos de masa social disciplinadamente dirigida hacia tales objetivos.

Estos objetivos políticos no pueden, pues, surgir de la acción en cada lucha, porque son su presupuesto. Cuando la lucha se ha desatado, en lo inmediato lo único en que cabe pensar, es en la solidaridad de las trincheras. ¿Pueden cambiar estos objetivos en el curso de la lucha o como consecuencia de su desenlace? Pueden cambiar. Así ha ocurrido más de una vez en la historia. Por ejemplo, la revolución de octubre en Rusia estuvo fuertemente condicionada por la participación del zarismo en la primera guerra mundial, hacia donde las masas obreras y campesinas fueron inducidas. Lo mismo cabe decir de la revolución alemana de 1918. Pero ya sabemos que el giro de la lucha de clases dado por la revolución política alemana acabó con la derrota del proletariado en ese país y la consolidación de la república burguesa, mientras que la revolución política en Rusia derivó en revolución social socialista pocos meses después de implantada la República. ¿Por qué este cambio de comportamiento del proletariado a causa de la guerra en estos dos países derivaron en resultados de clase contrarios? Porque el gran desarrollo del capitalismo alemán desde 1871 acabó por aumentar el bienestar de los obreros, familiarizados, además, con el espíritu democrático burgués tras una práctica parlamentaria de casi treinta años, y esto favoreció que los obreros alemanes tendieran a confiar en la fracción reformista dominante en el SPD, tornando más difícil la alternativa política revolucionaria en ese país. En cambio, el subdesarrollo económico relativo y el despotismo zarista en Rusia, crearon condiciones políticas favorables a la revolución y, así, al proletariado ruso le resultó más fácil agruparse en torno al partido bolchevique.

Pero estos elementos de juicio no dan cumplida respuesta a la pregunta, porque, mientras la fracción de Rosa Luxemburgo apostó por la idea del presunto espontaneismo revolucionario de las masas en situaciones de crisis, y decidió esperar permaneciendo bajo la disciplina contrarrevolucionaria del SPD, pensando que la lucha elemental de los explotados haría derivar a ese partido hacia posiciones de ruptura con el capitalismo, los bolcheviques en Rusia comprendieron a tiempo la necesidad de que la teoría revolucionaria se exprese políticamente con toda libertad para educar al proletariado en la práctica de la revolución, de modo que no se ilusione con las instituciones "democráticas" de la burguesía. De ahí que, desde 1912, desestimaran cualquier compromiso de partido con los mencheviques. Y a la hora de marcar el curso de la historia en un determinado país, esta cuestión es decisiva. De otro modo no se explica que los obreros alemanes tomaran el poder construyendo sus propios organismos de democracia directa: los consejos de fábrica, para delegar ese poder después en la democracia burguesa de la Constituyente dominada por el SPD. El estado de ánimo de los obreros alemanes en octubre de 1918 era revolucionario, pero su conciencia política y disposición a hacer la revolución estaban paralizadas por el SPD. Esto es lo que la burguesía rusa en alianza con la nobleza no pudo conseguir dado que las masas de ese país estaban disciplinadas al partido revolucionario bolchevique. Es que la lucha de los explotados es flujo y movimiento, pero, según la distinta concepción de esa lucha encarnada en determinados grupos políticos de vanguardia al principio de la acumulación de fuerzas políticas de los explotados, el movimiento también cristaliza en organizaciones dirigentes revolucionarias y contrarrevolucionarias. Y una vez que esto se produce determina el curso de la lucha de clases. Perón tenía muy claro esto cuando decía que "La organización vence al tiempo", aunque bien es cierto que para los partidos revolucionarios, esto sólo vale mientras el proletariado no sufra una derrota estratégica. Pues bien, el oportunismo espontaneista de la propuesta presentada por la LSR, en línea con lo que viene sustentando, se pone en evidencia al afirmar que:

<<....la rebelión popular surgida no tiene límites predeterminados y que es capaz de lograr hazañas que parecían irrealizables pocas horas antes>>. (El subrayado es nuestro)

Y esta afirmación sugiere la idea de que, para hacer la revolución no es en absoluto necesaria la teoría revolucionaria, ni por tanto, el partido. Una concepción fetichista de la lucha de clases espontánea o elemental, basada en el infundio de que el proletariado es siempre revolucionario. Marx y Lenin demostraron, al contrario, que el comportamiento normal del proletariado es de carácter burgués y que sólo excepcionalmente y bajo determinadas condiciones objetivas se torna revolucionario. Y una de estas condiciones objetivas, para el marxismo, es la existencia del partido capaz de fundir la teoría revolucionaria con el movimiento espontáneo. De modo que sin partido revolucionario no puede haber movimiento revolucionario. Esto se vio confirmado durante numerosos episodios posteriores a la Comuna, entre otros -los más recientes durante el siglo pasado- el movimiento revolucionario iniciado en Argentina el 29 de mayo de 1969 con el "Cordobazo", que la Burguesía abortó siete años después, o en Chile, desde el triunfo electoral de la Unidad Popular en 1971, hasta el Golpe Militar de Pinochet dos años después.
enero 2002

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