06. Conclusión
Ciertamente, como hemos dicho ya en
nuestro trabajo de julio pasado a propósito del mismo tema, las verdaderas causas de los males en
todos los conflictos bélicos intercapitalistas, no deben atribuirse a quienes presiden
los gobiernos y comandan las fuerzas que los protagonizan. Porque, en realidad,
esas causas hunden sus raíces más
profundas en la naturaleza del sistema
económico-social capitalista, generado independientemente de la
voluntad de nadie. Son sus grandes crisis periódicas que se suceden de la misma
forma e inducen a enfrentamientos armados entre países, para lo cual se crean absurdos
instrumentos de destrucción y muerte masiva, como los complejos militares industriales y los ministerios de la
guerra, desde donde se preparan y desencadenan acontecimientos tanto más absurdos
y monstruosos, cuanto mayor es la capacidad destructiva y genocida de sus
medios previstos para tales fines.
Pero no deja de ser menos cierto, que sería
imposible acabar con esos males si no
se quiere o no se sabe combatir a quienes son, precisamente, su
personificación y actúan según tales fines
sistémicos. Nocivos para la vida y el bienestar de las mayorías
sociales, pero vivificantes para esas minorías de individuos que se prestan a
semejantes actos destructivos y genocidas. ¿Cómo disuadirles? Denunciándoles. Enfrentándoles
una y otra vez a la sinrazón de su comportamiento, poniendo al descubierto la verdad de lo que son por los crímenes
de lesa humanidad que cometen. Luchar esgrimiendo la verdad científica, para
que la razón histórica del ser humano genérico, sin
distinción de sexo, raza, religión o clase social, sea la que acabe prevaleciendo
sobre la voluntad política de las minorías
privilegiadas, disuadiéndoles de seguir actuando como despreciables especímenes al servicio de la
“razón” económica, que solo
se rige por mezquinos intereses materiales y ambiciones personales de poder sin escrúpulos. Un rasgo y
carácter común a todos los crápulas,
perfectamente conscientes de lo que
hacen y para qué; tanto como que saben muy bien ocultarlo bajo todo lo
que, al contrario pregonan.
“Se vende, razón aquí”. Esto es lo que
puede leerse aludiendo a cualquier cosa que se ofrece a cambio de dinero, identificando el significado de
la palabra razón con el de la
palabra precio. El precio es
la “razón” económica en cualquier
operación de intercambio. Y para sujetos como Bush, Obama, Putin o Jinping,
no hay más convincentes razones que los precios oportunos y convenientes.
Precios a los cuales ellos están acostumbrados
a negociar cualquier cosa. Incluyendo vidas humanas. Vidas que, naturalmente,
no sean las suyas propias, porque eso les resulta absolutamente innegociable y
huyen de semejante compromiso como de la peste, buscando siempre su propia
impunidad a cambio de nada. Y para ello les basta con ostentar el poder
político que les confiere su opulento patrimonio personal.
Así es cómo todos estos “señores”
consagran y practican la razón
económica y social propia —compartida con una irrisoria minoría—, convenientemente
confundida con la razón política y
moral que pregonan. Esta filosofía
pragmática, es la que muy subrepticiamente y de generación en
generación, estos individuos asociados en torno a la ley del valor económico, han venido con rigor sistemático inculcando
en sus súbditos. Una filosofía
política que une a los sujetos según el principio de la mutua conveniencia de grupo, al mismo tiempo
que les separa, divide y enfrenta, según el principio de la competencia entre ellos. Contradicción cuyo
necesario resultado es la guerra, como continuación de la competencia por otros
medios, donde la verdad es su primera víctima.
Unión
en torno a la mutua conveniencia de grupo y lucha contra el enemigo común. Dos principios activos contradictorios, movidos por el principio fundamental de la ganancia
como cosa en disputa, resultante
de la explotación de trabajo
ajeno a instancias de la productividad
creciente. Productividad que aumenta con cada progreso
científico-técnico incorporado a los medios del trabajo social, en virtud de lo
cual el proceso de explotación se interrumpe periódicamente por falta de rentabilidad
suficiente. Trastornos que la burguesía no sólo ha conseguido
superar mediante guerras bélicas; desde la segunda mitad del siglo pasado, también
ha venido apelando a las llamadas guerras telúricas
y climáticas, en apariencia bajo la forma de “catástrofes naturales”, que a los fines económicos “tanto
montan, montan tanto como Isabel y Fernando”.
¡¡¡He aquí el cascabel que Marx le puso al gato capitalista!!! Una señal que los intelectuales al servicio de la burguesía se han ocupado de sustituir por otras de diversa índole, para que las mayorías explotadas se confundan y nunca puedan saber dónde está en cada momento, qué hace y hacia dónde realmente va ese animal.
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