05. El crédito accionario

En cuanto a las sociedades anónimas o “por acciones”, es ésta una forma de crédito distinta del crédito de circulación a través de los “valores” comerciales. Mientras estos últimos dan mayor fluidez a la circulación favoreciendo la continuidad de la producción de plusvalor antes de ser capitalizado, el crédito accionario engrosa el capital para inversión. No tiene por cometido acelerar el giro de los negocios sino incrementar su base demandando dinero a crédito.

¿Qué supone e implica para cualquier empresa la iniciativa de demandar dinero, lanzando al mercado bursátil una "oferta pública de acciones"? Regularmente la intención de aumentar el capital disponible para inversión productiva, ampliando así la escala de la producción de plusvalor, en tanto y cuanto aumenta el capital disponible para tales fines. Y la legislación vigente, que para eso está, le confiere a la empresa vendedora de tales títulos, el derecho a disponer de su equivalente en dinero del comprador, sin responder de ello en absoluto ante él ni ante nadie. ¿Qué supone e implica esta forma de crédito para los compradores de esos títulos? Convertirles en prestamistas con la teórica posibilidad de participar en las ganancias de la empresa llamadas “dividendos”, o eventualmente venderlos en bolsa a la cotización del momento. En cualquier caso, supone el riesgo de perder parte o la totalidad de lo invertido. Tal es la mecánica del mercado bursátil. La monumental estafa que los bancos españoles como prestatarios cometieron con sucesivas emisiones en participaciones preferentes vendidas a cientos de miles de pequeños ahorristas desde 2002, es una variante del crédito accionario en gran medida ensayada mediante el engaño a decenas de miles de incautos que les confiaron su dinero durante la fase expansiva del ciclo. Un dinero que acabó convertido en viviendas invendibles a raíz de la crisis. Otro fue el comportamiento de los banqueros como prestamistas, sabiéndose amparados por la ley hipotecaria vigente desde 1944 para llevar a cabo los desahucios frente a la emergencia de los impagos de hipotecas, firmadas por los deudores bajo condiciones que lo destablecido por la actual legislación europea prohibe. Así es como se han podido ejecutar hasta hoy los 400.000 desalojos por vía judicial y policial en España desde 2008, mientras nuestros políticos institucionalizados de todas las tendencias esencialmente burguesas miraban para otro lado. Y ahora, después de tres suicidios en medio de la bruta violencia policia ante la resistencia de los afectados —como si los perjudicados tuvieran la culpa de haber sido arrojados al paro— los valores democráticos tan pregonados por políticos institucionalizados, empresarios y banqueros, han quedado en evidencia.

<<Si el sistema crediticio aparece como palanca principal de la sobreproducción y de la superespeculación en el comercio, ello sólo ocurre porque en este caso se fuerza hasta su límite extremo el proceso de la reproducción, elástico por naturaleza, y porque se lo fuerza a causa de que una gran parte del capital social resulta empleado por los no propietarios del mismo, quienes en consecuencia ponen manos a la obra de una manera totalmente diferente a como lo hace el propietario que evalúa temerosamente los límites de su capital privado, en la medida en que actúa él personalmente. >> (K. Marx: “El Capital” Libro III cap. XXXVIII. El subrayado nuestro)

Cabe aclarar aquí que, cuando Marx alude a los que disponen para fines especulativos de un dinero que no es suyo, se refiere a lassociedades anónimas y especialmente a los bancos. Ahora bien, el precio o cotización al que los bancos venden las acciones para ampliar su capital disponible, que ponen en circulación a cambio de dinero para especular, se basa en lo que cada uno de esos títulos rinde a la tasa media de interés vigente. Por ejemplo, si el rendimiento anual o participación proporcional de una acción en la ganancia de una empresa es de 250 Euros y el tipo de interés medio del 5%, el precio o cotización de esa acción es de 5.000 Euros, porque un capital de 5.000 al 5% de interés rinde 250 Euros. De este modo, la ganancia ya no aparece como producto del trabajo impago —cuya huella se borra por completo—, sino como el resultado de una masa de capital invertido que se reproduce a sí mismo. Y es que, en la forma del capital-dinero que devenga interés, o sea, en el dinero que se convierte en más dinero bajo la forma algebraica: D-(D’ = (D+d), desaparece todo rastro del proceso productor de plusvalor equivalente en dinero a d, convirtiendo así cualquier rédito dinerario determinado, sea cual fuere su origen, en el interés de un capital. Como si toda masa de valor en dinero tuviera la mágica virtud de crecer automáticamente por sí mismo con el simple paso del tiempo. Según este razonamiento que inspira la práctica social habitual en la bolsa de valores, en tanto es un rédito, también el salario puede ser considerado como el producto de un capital (humano), es decir: la fuerza de trabajo, a la tasa de interés vigente:

<<Por ejemplo, si el salario de un año es = £ 50, y el tipo de interés es del 5% se consideraba la fuerza de trabajo anual como igual a un capital de £ 1.000 (1.000 al 5% de interés = 50). Lo desatinado de la concepción capitalista llega aquí a su pináculo cuando, en lugar de explicar la valorización del capital a partir de la explotación de la fuerza de trabajo, explica, a la inversa, la productividad de la fuerza de trabajo a partir de la circunstancia de que la propia fuerza de trabajo es esa cosa mística, el capital que devenga interés>> (K. Marx: Op. cit. Libro III Cap. XXIX)

El absurdo de esta concepción salta a la vista por el hecho de que, para crear ese interés llamado dividendo, el asalariado debe trabajar durante un determinado lapso de tiempo, no sólo para reponer "su capital" —el valor de su fuerza de trabajo—, sino para crear una masa de valor adicional (plusvalor o trabajo no retribuido) que es de donde se nutre y engorda el capital: el de su patrón y el del prestamista bursátil de dinero; este último a instancias del interés del capital dinerario representado por las acciones en su poder, que le permiten participar de las ganancias (llamadas dividendos) producidas por el capitalista productivo vendedor de la acción o, en su defecto, por cualquier banco.

Así las cosas, el dividendo o ganancia de cada acción, resulta de dividir la ganancia de la empresa por el número de acciones en poder de los accionistas. Y el valor de cada acción es igual a la capitalización de su dividendo a la tasa de interés vigente. Por ejemplo: suponiendo que el rendimiento de las empresas se mantiene constante, los valores bursátiles aumentan o disminuyen en relación inversa a las variaciones de la tasa de interés. De este modo, si el tipo de interés aumenta del 5 al 10%, el mismo título que siguiera asegurando un dividendo de 250 ya no valdría 5.000 Euros sino 2.500. Bajaría a la mitad porque esa es la proporción en que ha variado la tasa de interés: ahora, 2.500 es el capital que al 10% de interés rinde 250 Euros.

Esto significa que el precio de las acciones varía en relación inversa a las variaciones de la tasa de interés, con independencia del valor real o patrimonio social del capital empresarial acumulado que representa. Además, los bajos tipos de interés —que incrementan el valor de las acciones—, facilitan las compras de bienes de consumo final a crédito aumentando la demanda, lo cual, su vez, presiona los precios de esos bienes al alza y, por tanto, el poder adquisitivo de los salarios a la baja, lo cual acaba aumentando las ganancias del capital en todas sus aplicaciones.

Pero lo más importante y de mayor trascendencia histórica de esta dinámica objetiva, es que, tanto el crédito comercial como el accionario, aceleran al extremo la producción de plusvalor, al permitirle saltar por encima de la relativa lentitud con que lo ya producido tarda en atravesar la esfera de la circulación o mercado, hasta su conversión en dinero líquido. Tanto más cuanto mayor distancia media entre la industria —donde los productos se fabrican— y el mercado donde son puestos a la venta.

Esto supuso un salto cualitativo en la organización del tejido empresarial. Lo que al principio comenzó siendo una multitud de pequeñas factorías y comercios —propiedad privada a lo sumo de unos pocos individuos— pasó a dominar el mercado un cada vez más reducido número de grandes conglomerados empresariales, donde una rerlativa minoría social de accionistas acaudalados detentan hoy la propiedad social centralizada de enormes masas de capital industrial, comercial y de servicios, organizados en lo que hoy se conoce como cárteles, holdings o trusts. Así conceptualizó Engels esta realidad del incipiente capitalismo tardío, en la acotación que hizo en 1894 al texto de Marx correspondiente al capítulo XXVII del Libro III:

<<La celeridad con la que (por mediación del crédito) puede acrecentarse hoy en día la producción en todos los dominios de la gran industria, se enfrenta a la lentitud para vender esos productos multiplicados (tanto más cuanta mayor distancia media entre la industria donde se fabrican y el mercado en que se ponen a la venta). Lo que la primera produce en meses, éste apenas si puede absorberlo (convertido a la forma dinero) en años. A ello se suma la política de proteccionismo aduanero, en virtud de lo cual todos los países industriales se cierran con respecto a los demás, y en especial con respecto a Inglaterra, acrecentando artificialmente también, la capacidad de producción. Las consecuencias son una sobreproducción general crónica, una depresión de precios (por exceso de oferta) y un (consecuente) descenso de las ganancias hasta su total eliminación...>> (Op. cit. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

Ahora bien, sabemos ya que el dividendo de cada título bursátil se calcula en base al plusvalor creado por el capital productivo, pero no depende directamente de él, sino de la tasa de interés vigente. Y también sabemos que, para ser viable, el interés del dinero debe ser menor que la ganancia industrial. De esta observación, refiriéndose a las más grandes empresas de capital accionario cuya ganancia no excede al interés, Marx sacó la siguiente conclusión:

<<Antes de seguir adelante, aun cabe observar este punto de importancia económica. Puesto que, en este caso, la ganancia asume la forma del interés, esta clase de empresas aun son posibles cuando arrojan un mero interés, y esta es una de las razones que detienen la baja de la tasa general de ganancia, porque estas (grandes) empresas, en las que el capital constante (suelo, edificios, maquinas-herramientas, mobiliario, materias primas y auxiliares. etc.) guarda una relación tan descomunal respecto del capital variable (salarios), no entran necesariamente en la nivelación de la tasa de ganancia>>. (Ibíd)

Decir que la ganancia obtenida por los accionistas en las sociedades anónimas asume la forma del interés y no pasa de ahí, significa que ése es el precio que se les paga, por el uso del capital-dinero con el que dichos compradores de acciones participan en la ganancia de esas sociedades de tales características. Ésta es, pues, la “razón” por la cual el capital-dinero que los accionistas aportan a estas empresas, no participa en la formación de la Tasa General de Ganancia Media. Si participara en ella, la presión a la baja por las causas ya explicadas, no encontraría ningún obstáculo y descendería más rápidamente.

 

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