Trabajo
y bienestar para todos, o solo para unos pocos explotadores y corruptos
<<Nosotros
no decimos al mundo: “deja de luchar, toda tu lucha no vale nada”; nosotros le
damos la verdadera consigna de su lucha. Sólo mostramos al
mundo por qué lucha realmente: pero la conciencia es una cosa que el mundo debe
adquirir, quiéralo o no>> (K. Marx: “Carta a Arnold Ruge”. Setiembre de 1843)
Introducción
Sí. Hoy
día y por distintas causas inmediatas desencadenantes,
están ocurriendo, uno tras otro, trágicos
episodios preñados de violencia física, que afectan a masas enteras de la
población mundial y de los cuales se ocupa el periodismo desde los más diversos
medios de comunicación. Sucede como en la fugaz transmisión atropellada de los avisos
publicitarios, que con el siguiente se olvida el anterior, de modo que así,
cada árbol no deja ver el bosque de la realidad, impidiendo que pueda ser
comprendida su causa fundamental,
como es, por ejemplo, la fotosíntesis
en la botánica forestal.
En tal
sentido, la enseñanza obligatoria
bajo el capitalismo, siempre ha consistido en que la mayoría de los asalariados
sepamos no más de lo
estrictamente requerido para explotarnos, produciendo cada vez más por unidad
de tiempo empleado. Que para eso está el cronómetro
en cada fábrica.
Y en lo
que atañe a los estudios superiores, solo tres años después de que Marx
publicara el primer libro de “El Capital”,
ha venido sucediendo tres cuartos de lo mismo. De este asunto ya nos hemos
ocupado en: http://www.nodo50.org/gpm/MarxismoYmarginalismo/10.htm.
Pero los catedráticos al servicio incondicional de la burguesía, no solo han tergiversado
el objeto de estudio de la economía política; tras cosificar a esta
ciencia desplazando el centro de atención del pensamiento desde las relaciones entre las clases sociales
hacia la relación entre los
individuos y las cosas, no satisfechos con eso han dificultado comprenderla
según la falsificaban, complejizándola sin necesidad hasta el extremo de vincular
férreamente su análisis al cálculo infinitesimal.
Y no
solo esto. Sino que durante la carrera para obtener la titulación académica en
esta disciplina, interpusieron un obstáculo al modo de la "Línea
Maginot" durante la Segunda Guerra Mundial, erigido en base a suspensos sistemáticos arbitrarios
en los exámenes, donde quedaban amontonados los supuestamente incapaces de superarlo,
sirviendo así de macabro estímulo
a los de la siguiente promoción, forzados a pasar por encima de los “cadáveres”
intelectuales de sus compañeros caídos en el intento. Tal como los comandantes fascistas
alemanes forzaron a sus tropas invasoras sobrevivientes, para poder atravesar aquella
barrera levantada en su propio territorio por el ejército francés.
Sabemos
que por “Línea Maginot” se hizo célebre la cátedra de “Dinero, crédito y
Bancos” durante la década de los años sesenta en Argentina, a cargo del por
entonces mítico y no menos místico Doctor Julio H. G. Olivera en la Facultad de
Ciencias Económicas, dependiente de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Un
obstáculo artificialmente interpuesto por la clase dominante, entre el esfuerzo
intelectual compulsivamente exigido
a los alumnos universitarios, para que proclamen como verdad lo que solo parece
serlo, a cambio de obtener su correspondiente titulación académica oficialmente
reconocida. Todo ello con la deliberada
intención político-institucional, de prostituir el pensamiento libre de los jóvenes, cambiando en
ellos la genuina búsqueda de la certeza científica, por la persecución del
éxito social añadido al enriquecimiento personal. He aquí el secreto germen de
la corrupción, contenido en todos los ámbitos de la vida bajo el capitalismo.
Pues
bien, las causas sistémicas que
periódicamente hacen aflorar toda esa podredumbre material y moral bajo la
forma de distintos conflictos sociales y cataclismos políticos, son las crisis económicas del capitalismo.
Comprender la causa fundamental de las crisis
de superproducción de capital es, pues, condición ineludible para
eliminarlas históricamente, impidiendo para siempre sus nefastos efectos. En
esta tarea nos hemos venido empeñando y sobre ella volveremos desde aquí, insistiendo
en llamar la atención, una vez
más, sobre la causa económica
fundamental de las crisis, que es la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio,
contribuyendo a reforzar la idea
científica irrebatible, en torno a la cual ha venido gravitando el
Mundo desde la primera gran crisis económica de 1825. Esa idea es: la necesidad política objetiva —cada vez más imperiosa— de superar el
capitalismo arrojándolo al basurero
de la historia.
Concepto
de fuerza productiva del trabajo
Si por
historia entendemos la sucesión de hechos que han jalonado el progreso técnico, económico y social de
la humanidad, debemos empezar por preguntarnos cómo se mide. Desde los tiempos del Paleolítico hace 2.5
millones de años, cuando los primates comenzaron a usar las más rudimentarias
herramientas de piedra, tal progreso se ha venido manifestando en la capacidad de cada individuo con
un nivel histórico medio de conocimientos y habilidad a su alcance, para ejercitar
su fuerza de trabajo (Ft) poniendo en movimiento un cada vez mayor número (n) de diversos instrumentos o medios de producción (Mp) más y más eficaces, fenómeno que se define como “productividad”
de cualquier proceso creador de
riqueza.
Tal es
la forma que ha permitido y permite, calcular
el progreso
técnico y económico de la sociedad humana, en todas las formaciones
sociales. Se expresa en la relación
matemática Mp/Ft, llamada composición técnica de la fuerza
de trabajo.
La fuerza
productiva del trabajo en el capitalismo
La más
moderna formación social capitalista,
desde sus albores en la tardía Edad Media, ha modificado el concepto de proceso productivo que fue común a todas las formaciones sociales anteriores.
No solo sigue siendo un proceso de
trabajo, sino que, al mismo
tiempo, es asumido y usufructuado
por la clase capitalista dominante,
como un proceso de valorización
ganancial, para cuyo cálculo
preciso fue inventada la contabilidad,
un método presentado en 1494 por Luca
Bartolomeo de Pacioli en su libro: “Summa de Arithmetica”, cuando ya venía
siendo utilizado por los comerciantes venecianos de su época, conocido como principio de la partida doble.
En el sistema capitalista, pues, los
medios de producción (Mp) y la
fuerza de trabajo (Ft) no solo son
empleados como factores
naturales-técnicos que se articulan o combinan para producir riqueza y cuyo único fin es el consumo
directo, tal como había venido sucediendo desde los tiempos de las sociedades más primitivas autosuficientes. Tampoco se
trata ya de limitarse a producir valores
económicos para su intercambio por equivalentes,
como en la etapa del llamado intercambio
mercantil simple.
De lo
que se trata bajo el capitalismo,
es de producir valores económicos
con fines gananciales. Y esto
último supone producir no solo valor
sino, además y por sobre todo, plusvalor
para los fines de acumular capital.
Esta última categoría económica fundamental,
es la que distingue al moderno capitalismo
en tanto que modo específico característico
de producir, respecto de los anteriores.
En esta
sociedad, pues, los factores técnicos
de la producción, (Mp) y (Ft) pasan a ser también factores
económicos, para producir no solo riqueza
y valor sino al mismo tiempo plusvalor que, en tanto y cuanto
es acumulado, se convierte en
capital, como finalidad fundamental distintiva
o característica de este sistema de
vida. El primero de estos factores, ya sea bajo la forma puramente natural o física de capital fijo (edificios, maquinaria, mobiliario, etc.), o
bajo la forma de capital circulante
(materias primas y auxiliares) —ambos como resultado de un proceso productivo anterior—, se convierten así en lo que se
conoce como Capital constante
(Cc), porque según el capital fijo se gasta
y el circulante se transforma
en el transcurso de cada jornada de labor, tanto unos como otros no hacen más
que trasladar el valor y
plusvalor que ya contenían, a los productos que contribuyen a crear.
En lo
que respecta a la fuerza de trabajo
(Ft), es el único factor de la producción que crea el valor contenido en los productos y servicios que necesita, para reproducir
diariamente su propia energía
—como condición de poder seguir trabajando—, durante cada jornada de labor en
que su energía se transforma
en trabajo. Pero, además, en
ese mismo tiempo crea e incorpora directamente
a los productos que fabrica, más
valor del que recibe a cambio de su fuerza de trabajo, cuya magnitud depende de la tasa de explotación a la que se ve
sometido, según la relación variable
entre trabajo impago (Pl) y trabajo
pagado bajo la forma de capital invertido para tal fin. De ahí que a este
factor de la producción, técnicamente
conocido como (Ft), en tanto que valor económico se le reconozca como Capital variable (Cv)[1].
Ambos factores de la producción asumidos
respectivamente como valores
económicos, o sea, como Capital constante (Cc) y Capital variable (Cv),
son empleados, pues, para la producción de nuevos valores (V). Pero bajo el capitalismo esto solo es viable, si se cumple la condición de que
además de sus respectivas
magnitudes de valor invertido
como suma de [(Cc) + (Cv)]
constitutivas del costo de producción,
el valor (V) contenido en lo que se
produce, rinda un excedente
llamado ganancia (G) o plusvalor (Pl) capitalizable,
de tal modo que:
G = V –
[(Cc) + (Cv)]
Este resultado
supone que, cuando el valor de cada producto X se vende, el costo de producirlo [(Cc) + (Cv)] se recupera
incrementado por el equivalente a la ganancia (G) bajo la forma de plusvalor (Pl),
que surge del trabajo no pagado
a sus productores directos, los asalariados. Así las cosas, suponiendo para simplificar que
los capitalistas beneficiarios de tal proceso —entendido como negocio— pudieran vivir del aire, los subsiguientes
procesos de producción pasarán a operar sobre una base de capital progresivamente ampliada, que se acumula a
razón de la ganancia (G) del capital global que, durante cada
rotación, la burguesía —como
colectivo social dominante—, invierte
en producirla.[2]
¿De
dónde surge esa base progresivamente
ampliada de plusvalor? Del tiempo comprendido en cada jornada colectiva
de labor que, naturalmente, no puede
exceder las 24 hs. de cada día, dividido entre tiempo de trabajo pagado
(Cv) y tiempo de trabajo no pagado
llamado plusvalor (Pl). ¿Cómo surge
y se acrecienta? Mediante el progresivo
coeficiente técnico de productividad,
medido en términos de valor según la relación: Pl/Cv —dinamizado por la competencia intercapitalista—, que así
permite al capital global
convertir cada vez más tiempo de trabajo pagado,
en impago para los fines de su
acumulación.
Lo que
de este razonamiento se infiere tan espontánea como como indubitablemente, es:
1) que la Ganancia capitalista
resulta ser una variable dependiente
del incesante progreso de la fuerza productiva
del trabajo social explotado, es decir, de la composición técnica del capital;
2) que dicho progreso técnico
de la productividad del trabajo, en términos
económicos se traduce como relación de valor progresivamente creciente,
entre la parte del capital global constante
invertido en medios de producción y su parte variable constitutiva de los salarios, llamada Composición Orgánica del Capital
y,
3) que tal progresión económica
de valor exactamente consiste, en acortar
el tiempo de cada jornada de labor en que los asalariados producen el equivalente
a su salario, es decir, a lo que necesitan para reponer su fuerza de trabajo
diaria, a fin de ampliar el tiempo de trabajo excedente
productor de plusvalor, que los capitalistas se apropian y acumulan convertido en capital,
sin compensación alguna para el asalariado que lo produce.
Productividad
del trabajo y consecuencias demográficas
¿Qué
implica desde el punto de vista
demográfico esta dinámica económica y social capitalista, donde la
inversión en capital constante aumenta
históricamente más y a mayor ritmo que el capital variable? Si como es
cierto que la creciente productividad
del trabajo viene determinada por la capacidad de cada operario para mover un creciente número de medios de trabajo al
mismo tiempo, a fin de convertir salario en plusvalor, esta tendencia objetiva
al incremento de la ganancia (G) en
detrimento del salario de cada operario —sin menoscabo de su poder adquisitivo—,
entra en contradicción con el
natural incremento vegetativo de la población asalariada, dado que la creciente
composición técnica y orgánica del capital impide
que sea empleada. De aquí se desprende la Ley de la población de Marx, según la
cual el número de asalariados que la creciente composición orgánica del capital requiere, aumenta en términos absolutos,
pero disminuye cada vez más respecto
del creciente número de medios de producción que la mayor productividad técnica exige poner en movimiento. El
resultado natural de esta Ley es el paro
estructural masivo:
<<Es ésta una ley
de población peculiar (distintiva) del régimen de producción capitalista, pues en realidad todo régimen histórico
concreto de producción tiene sus leyes de población propias, leyes que rigen de
un modo históricamente concreto. Leyes abstractas (genéricas) de población sólo existen para los animales
y las plantas mientras el hombre no interviene históricamente en estos
reinos>>. (K. Marx: “El
Capital” Capítulo XIII Aptdo. 3. Lo entre paréntesis nuestro)
Para
eliminar esta lacra del paro
creciente que propaga la miseria entre los asalariados, hay una forma muy
sencilla y eficaz de sentido común, que es el reparto de las horas de trabajo entre la población activa sin merma salarial sino al
contrario. Porque, en tal caso, no solo impediría que la mayor productividad
del trabajo se tradujera en más paro, sino que, al abaratar los productos, elevaría
el poder adquisitivo de los salarios, lo cual redundaría en un
creciente bienestar colectivo.
Pero esto supondría dejar fuera de juego al plusvalor y, por tanto, a la relación entre capital y trabajo, eliminando a los
explotadores no como personas, sino como clase social parasitaria, que deberían
trabajar como cualquiera para ganarse la vida. Y no solo esto, sino que desaparecerían las causas fundamentales
de las crisis periódicas.
Por
tanto, mientras esta norma racional
de comportamiento social tarde en implantarse, con cada progreso de la productividad
técnica del trabajo explotado —que exige
una creciente inversión relativa
en capital constante (Cc) respecto
del capital variable (Cv)—, la
población obrera empleada en
términos absolutos no dejará de aumentar.
Pero cada vez menos, tanto respecto de su crecimiento vegetativo
al exterior del proceso productivo, como al interior de tal proceso bajo la
forma de empleos cada vez más menguados, con su necesaria secuela de paro y penuria relativa creciente. Esta
doble contradicción económico-social entre la fuerza productiva del trabajo social
y la relación entre capitalistas
y asalariados —seña de identidad del capitalismo— es lo que Marx puso en
su momento al descubierto, para que de inmediato los intelectuales de la
burguesía reaccionaran, encargándose de enterrar esta flagrante contradicción entre toneladas de mierda ideológica
arrojada sobre la conciencia de los explotados[3].
Productividad,
tasa de explotación y tasa de ganancia
La incidencia decisiva
del aumento histórico creciente
de la composición orgánica del capital
sobre la tasa de explotación y la Tasa General de Ganancia, se revela con
solo imaginar que el capital social global de un país opere, por ejemplo,
con la siguiente estructura productiva:
80Cc
+ 20Cv + 20pl =
120
En tales condiciones y suponiendo que tras un número
(n) de rotaciones, la productividad
del trabajo social se duplica,
el salario se deprecia a
la mitad aunque sin pérdida
de su poder adquisitivo
(porque eso supone que los productos fabricados por cada asalariado se deprecian
en la misma proporción). Pero el plusvalor se incrementa de 20 a 30 unidades monetarias
que el capitalista se embolsa, determinando que el salario descienda de 20
a 10, o sea, que la Tasa de explotación que originariamente era del 100%
respecto del salario, aumentó un 300%
= 30Pv/10Cv.
En cuanto a la Composición Orgánica
del Capital, aumenta de 4 a
16 partes de capital constante
por cada parte de capital variable = 160Cc/10Cv.
Y el capital en funciones se incrementó un 67%
pasando de 120 a 200. En cuanto
al número de asalariados empleados,
disminuyó a la mitad pasando de 20
a 10. Por tanto, el incremento
absoluto del plusvalor descendió del 100%
al 50%, pasando de 20 a 30
unidades monetarias. Finalmente, la Tasa de Ganancia Pl/(Cc+Cv),
también descendió del 20% al 17,65%, resultante de la siguiente estructura:
Si ahora suponemos que después de un determinado número
de rotaciones sucesivas, la productividad del trabajo se vuelve a duplicar,
la Composición Orgánica del Capital aumenta de 16 a 64 partes de capital constante por cada parte de capital variable.
El salario disminuye de 10 a 5
y la Tasa de explotación pasa a ser del 700%.
Pero el plusvalor se incrementa en sólo 16,66%
pasando de 30 a 35 unidades monetarias.
Es decir, bajó un 33,4%. Y la Tasa
de Ganancia también disminuye del 17,65 al 10,77% según la
nueva estructura:
320
Cc + 5 Cv + 35 pl = 360
En este sencillo ejemplo se demuestra que, pasando de operar en origen con una Composición Orgánica del Capital = 80Cc/20pl = 4 (donde cada asalariado pone en movimiento 4 máquinas), a otra = 320Cc/5Cv = 64 (donde cada asalariado atiende a 64 máquinas),el capital en funciones necesario para tal fin predeterminado, debió más que tripicarse, pasando de 100 a 360. La tasa de plusvalor que era en origen del 100%, pasó a ser del 700%. Pero según la productividad técnica del trabajo permitió transformar salario en plusvalor ya capitalizado, tanto el incremento del plusvalor que quedó por capitalizar, como la Tasa de Ganancia, disminuyeron cada vez más, acercando así el horizonte del sistema a su derrumbe, solo contrarrestado periódicamente por las crisis, cada vez más recurrentes, dolorosas para la mayoría de la población y difíciles de superar.
<<Apropiarse de trabajo (ajeno) durante las 24
horas del día (en las fases de
expansión, mediante turnos diarios de xHs.) es, por consiguiente, la tendencia inmanente de la producción
capitalista>> (Op. Cit: Libro I Cap. VIII punto 4. Lo entre
paréntesis es nuestro) Así las cosas, según la creciente productividad del trabajo va incrementando la tasa
de plusvalor a expensas del salario, hasta convertir gran parte del trabajo
equivalente a salarios en excedente bajo la forma de plusvalor y, por tanto,
engrosando el ejército de parados, el plusvalor sustraído al salario no deja
de aumentar, pero ese aumento lógicamente
merma cada vez más, según disminuye el salario que todavía
queda por ser convertido en plusvalor capitalizado, del cual una parte cada
vez mayor se invierte en capital constante en detrimento de salarios. De este
modo, aun cuando los burgueses pudieran reinvertir toda su ganancia sacrificando
su fondo de consumo personal y el de su familia
en aras de producir plusvalor, aun así estarían muy lejos de reponer en su momento la amortización por
desgaste de su capital fijo (maquinaria) en tal magnitud incrementado.
Tal es lo que Marx ha probado que
sucede en plena fase expansiva
de cada ciclo de los negocios. Un fenómeno que propende a disminuir todavía más aceleradamente,
la parte de la jornada de
labor (correspondiente a los salarios), para ser convertida en trabajo productor
de plusvalor capitalizado,
lo cual también acelera
la tendencia a la baja de la Tasa
General de Ganancia. Este descenso de la Tasa de Ganancia
revela, por un lado, que hay demasiado
capital, tanto respecto de la masa de población explotada como del plusvalor obtenido. Pero contradictoriamente,
por otro lado también explica, que el capital es demasiado pequeño, o sea, insuficiente, para emplear a la
masa de población explotable sin
empleo. ¿Por qué? Pues, porque el progreso de la fuerza productiva
bajo el capitalismo, se manifiesta en un aumento cada vez más acelerado en
la Composición Orgánica del Capital (Cc/Cv)
a expensas del empleo en salarios,
lo cual determina que el plusvalor aumente
menos de lo que cuesta producirlo
hasta que la explotación de trabajo ajeno deja momentáneamente de ser un negocio,
poniendo en evidencia la contradicción entre las fuerzas productivas del trabajo y las relaciones de producción capitalistas. Dicha contradicción entre patronos y
asalariados, estalla en las crisis
de superproducción de capital por el hecho de que el creciente menor
número de obreros empleados
respecto del mayor volumen de capital
constante que se les exige
poner en movimiento, menguan el
aumento del plusvalor, al tiempo que aceleran el aumento
de lo que —en términos de capital constante y variable— cuesta producirlo. Por tanto, no “es la economía estúpidos”
según la expresión empleada por el ex presidente socialdemócrata
norteamericano Bill Clinton, que sus inefables admiradores, los lisencéfalos
y patéticos “Kakkmaddafakka” celebran. Que así les va esa vaina a
millones de disipados como ellos, comprando tales baratijas ideológicas para
evadirse de la realidad con lo que está cayendo. ¡¡Es la Tasa de Ganancia, señores!! Productividad,
exportación de capital y emigración obrera Las
crisis económicas típicas del capitalismo son crisis de superproducción de capital. Pero esto no significa
que el fenómeno del exceso de capital
con exceso de población —determinado por el aumento en la productividad
y en su correspondiente Composición Orgánica del Capital—, se verifique solo durante
las crisis y sus consecuentes depresiones, tal como está sucediendo hoy día en el
mundo y especialmente en Europa. También se verifica en condiciones de
acumulación normales. En 1865, durante las postrimerías de la onda larga expansiva europea entre
1852 y 1873, según H. Fawcett citado por Marx: <<La
parte mayor del plusproducto anualmente creciente sustraído al obrero inglés
sin darle un equivalente, no se capitaliza en Inglaterra sino en países
extranjeros….>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XXII Aptdo. 5). Pero
dado que esa parte mayor de
plusvalor había sido creada por obreros ingleses, lo que de aquí se infiere es
que, el “fondo de trabajo” comprendido en ella, al no volverse a invertir y ser
exportado como capital a préstamo, dejó a la parte proporcional de esos obreros
sin trabajo en su propio país,
forzándoles a emigrar quebrantando su
estructura familiar y que Dios les ayude, de modo que: <<….con
el pluscapital exportado de esta suerte, se exporta también una parte del
“fondo de trabajo” inventado por Dios y Bentham (…) Se podrá decir que en
Inglaterra no solo se exporta anualmente capital, sino que, con él, también se
exportan obreros bajo la forma de la emigración (y consecuente desestructuración familiar).>> (Op. cit. Lo entre paréntesis
nuestro) Este
fenómeno se ha seguido reproduciendo en el mundo, agudizado periódicamente de
crisis en crisis, con un grado de
dificultades progresivamente creciente para superarlas, teniendo en cuenta,
como ya en otro lugar hemos dicho, que cada ciclo periódico arranca —inevitablemente—
con una Composición técnica y Orgánica del capital más alta que al inicio del
ciclo anterior. En lo
que respecta a la contradicción entre la productividad del trabajo y la
acumulación de capital que a al
interior del proceso productivo se opera, sus consecuencias al exterior de ese proceso se
verifican, en que el aumento
incesante de la Composición técnica y Orgánica del capital, determina
que la población obrera activa sin
trabajo, aumente más rápido
que la empleada (mayor número de nacimientos que nuevos puestos de trabajo), de
modo que la merma histórica relativa de esta última, impide que el aporte de los empleados al fondo de pensiones,
alcance para mantener el nivel de vida de los ya jubilados, malogrando así la solidaridad social intergeneracional
del régimen jubilatorio, de tal modo sustituida por el individualismo. Tanto la
derecha política ultraliberal
como sus colegas de la izquierda
socialdemócrata, coinciden en sostener la falsa especie de que la insostenibilidad del sistema
jubilatorio, no se debe a ese lado
malo del capitalismo, sino a su lado
bueno supuestamente basado en la creciente
esperanza de vida que el Estado del bienestar permite a los jubilados
respecto de la población activa
empleada, de modo que así, el aporte previsional de esta última parezca que no alcanza para sostener el sistema jubilatorio. Tanto como
para echarle la culpa a los asalariados por no tener más prole. Con esta
mentira perversa, los teóricos “especialistas” en embelecos varios, compiten
con los políticos profesionales al servicio del sistema, no solo en escamotear
la realidad del paro estructural masivo creciente, sino al mismo tiempo en
justificar el sálvese quien pueda
de un régimen jubilatorio alternativo
basado en la capitalización de un
fondo de pensiones personal, característico del tan exclusivo como excluyente sentimiento individualista
burgués, consagrado por las llamadas “clases medias”; ese despreciable por
mezquino, insolidario y acomodaticio medio
pelo social, que todos los días no deja de ponerse frente al espejo del
sistema, buscando afanosamente verse allí reflejado como el gran burgués que
vive soñando ser haciéndose a sí mismo. Un sueño que las crisis cada vez más
recurrentes se llevan por delante, con verdadero terror para la burguesía en su
conjunto, que ve así peligrar cada vez más su estabilidad política en la conciencia social mayoritaria de
la población explotada. Productividad
y sobresaturación permanente de capital Dado el
nivel histórico de progreso científico-técnico alcanzado por el desarrollo de
la fuerza productiva del trabajo social y el consecuente aumento en su composición de valor, a principios
del siglo pasado el sistema por primera vez se topó con el límite que supone la
sobresaturación permanente de capital, que afectó a un cada vez mayor número de países,
donde sus tasas de acumulación llegaron
a ser tan elevadas, que impedían
sucesivos incrementos de plusvalor
cuyos costos no justifican producirlo.[4]
En tales condiciones, por entonces ese capital excedentario solo podía ser rentabilizado
exportándolo a otros países o invertirlo como capital de riesgo en diversos
mercados internacionales especulativos.
Una realidad que Lenin observó que se verificaba y denominó “nuevo capitalismo”: <<Lo
que caracterizó al viejo capitalismo, en el cual dominaba por completo la libre
competencia, era la exportación de mercancías. Lo que caracteriza al capitalismo moderno (de tipo oligopólico) es la exportación de capital>> (El imperialismo
fase superior del capitalismo” Cap. 4. Lo entre paréntesis nuestro) Pero hoy
día, el “nuevo capitalismo” —más caduco ya que los trapos—, no solo es esto. En
nuestra reciente publicación titulada: Sí, se puede. ¡¡NO sin acabar con
el capitalismo!!, referenciamos la enajenación de 68 empresas públicas españolas
privatizadas entre 1985 y 1996 por el gobierno del PSOE. Hoy a la vista está,
que bajo el nuevo gobierno del Partido Popular la sobresaturación del capital excedentario sigue presionando todavía
más, porque es mucho mayor que por entonces. Y esta vez ejerce presión sobre
los restos del llamado Estado
del Bienestar, materializado en los servicios
públicos de salud, educación y protección a la dependencia, pugnando
por su privatización, que se volverá irresistible si es que el proletariado no
decide acabar con el capitalismo. A juzgar
por el resultado de tales
presiones, está claro que los aparentes
enfrentamientos entre las distintas fracciones
políticas de la derecha y la
izquierda en cada Estado nacional —fuera y dentro de las instituciones
“democráticas”—, esconden el
hecho cierto de que se reparten las tareas
estratégicas que exige el sistema, según las condiciones que, en cada
momento los propietarios de los
medios de producción y de cambio desde la sociedad civil les ordenan
ejecutar. Y esto es rutina
común en todos los países del Mundo sin
excepción. La prueba está, por ejemplo, en que así como la izquierda española
gobernó asumiendo disciplinadamente la responsabilidad de comenzar la liquidación
del llamado Estado del Bienestar entre 1985 y 1996, privatizando las empresas públicas
del INI, la derecha está tratando hoy de
acabar esa tarea privatizando
los sistemas públicos de
salud, educación y asistencia social a los discapacitados dependientes de sus
familias, tal como así lo exige la Ley General de la Acumulación capitalista en
su etapa tardía y la burguesía pugna por ello. Y de
seguir con esta misma rutina política “democrática”, donde parece que la derecha liberal y la izquierda “socialista”
son como el agua y el aceite pero subrepticiamente
rige la dictadura del capital,
la humanidad se verá condenada a repetir la misma historia. “El eterno retorno
de lo mismo” que decía Nietzsche. Por más
vueltas que se le dé a este asunto, tal como sucede con el péndulo en los
viejos relojes, el hecho de que la voluntad política electoral de las mayorías
sociales vaya y venga en el tiempo entre la izquierda y la derecha política en
las instituciones del Estado, no por eso cambia en absoluto el mismo punto de
referencia existencial que es el sistema
económico capitalista: la dictadura del capital. La sobresaturación de capital excedentario
determina hoy que la mayoría de los servicios públicos de salud y educación sean
privatizados. Y esta es una
tendencia objetiva que solo se puede impedir acabando con el capitalismo. ¿Queremos capitalismo? Pues,
¡¡toma capitalismo!! El
todavía oculto contubernio político entre izquierda y derecha Lo que
cada vez se hace más necesario y perentorio comprender, es que tanto la izquierda política
institucionalizada como sus contrapartes de la derecha, ambas son perfectamente funcionales al sistema
capitalista. La única “diferencia” entre ellas, radica en que esta
última es abiertamente incondicional, es decir, más
sincera y, por tanto, consecuente
con las leyes del capitalismo,
o sea, con los explotadores. Aceptan y asumen el sistema tal como es. Por ejemplo, desde la tardía Edad media, aquellos
teóricos revolucionarios en
lucha contra el feudalismo —precursores de la derecha política en nuestros días— coincidieron todos en predicar
la idea según la cual, en la sociedad había dos tipos de instituciones, las naturales y las artificiales. Para ellos, las viejas instituciones del feudalismo eran artificiales,
mientras que las modernas
instituciones del capitalismo
incipiente eran naturales.
Esto mismo es lo que vinieron sosteniendo sus discípulos hasta el día de hoy.
Según Marx, la derecha política burguesa ha venido pensando y procediendo como
los teólogos de las distintas confesiones religiosas, para quienes: <<Toda
religión extraña (a sus propias
creencias) es una invención humana,
mientras que su propia religión es una emanación de Dios>> (“Miseria de la Filosofía” Cap. II Aptdo.
1: El método) La
derecha política es religiosa,
en el sentido de que, para todos sus correligionarios, las actuales relaciones
de producción burguesas son naturales;
pero porque piensan que la naturaleza misma es una creación divina. Tal es su “razonamiento”. Y aunque como
creyentes no hacen más que convertir su relación con Dios en un negocio —el de
su salvación personal en el más allá— como parte de ese negocio también les
conviene pensar que en el más acá, naturaleza y divinidad son dos partes
constitutivas de lo mismo. Y así como conciben su Dios a imagen y semejanza de un
ser infinitamente bueno, poderoso y eterno, así es como también conciben al capitalismo.
Semejante construcción ideológica es la que les lleva a entender las leyes del
capitalismo como leyes naturales creadas por Dios y que, por tanto, son perpetuas. Para
sostener semejante construcción ideológica, hacen palanca sobre esa parte de verdad según la cual,
tales leyes crean riqueza y
desarrollan las fuerzas productivas, lo que se conoce respectivamente por
bienestar y productividad. Pero
a partir de esta afirmación, los teóricos de la derecha burguesa se detienen ante
la evidencia de las crisis periódicas
como ante las puertas del infierno. Y no precisamente como Fausto, es decir, abandonando
allí toda esperanza, sino insistiendo en negarse a reconocer los daños humanos de proporciones sociales
cada vez más apocalípticas, que supone crear riqueza y desarrollar las fuerzas
productivas bajo tales leyes,
cuyas consecuencias nosotros, junto a una minoría social, siguiendo a Marx,
hemos venido denunciando y ahora, una vez más, lo hacemos desde aquí. Y se
niegan porque hablar de eso, sería tanto como mentar la soga en casa del
ahorcado. Esto explica que se limiten a “razonar” con un discurso cada vez más inconsistente,
mediante axiomas que, presuntamente, no necesitan de
ninguna demostración. Como que las leyes del capitalismo son naturales y, además,
intemporales, porque no menos supuestamente
son un producto de la voluntad divina: <<Por
tanto, estas relaciones son, en sí, leyes naturales, independientes de la
influencia del tiempo. Leyes eternas que deben regir siempre en la sociedad. De modo que hasta ahora hubo
historia pero ahora ya no la hay>>. (K. Marx: Op. cit.) Los dirigentes
de la izquierda pequeñoburguesa
socialdemócrata, en cambio, precisamente porque sus bases son de una
composición social híbrida —de
asalariados y pequeños explotadores de trabajo ajeno—, si bien quieren al capitalismo con casi
el mismo fervor que la derecha, sin embargo le reconocen defectos que proponen superar pero dejando esencialmente intacto el sistema. Lo asumen
como algo perfectible según
los principios de la justicia social
que tanto pregonan. De acuerdo con Proudhon, entienden al capitalismo como una
realidad contradictoria, que
tiene un lado malo, sin dejar
de reconocerle también un lado bueno.
Por tanto, el progreso para
estos señores, consiste no en acabar
con el capitalismo como sistema social, sino en mejorarlo. ¿Cómo? Eliminando
su lado malo. Como si el progreso en la
sociedad pudiera ser posible por este método como en otros órdenes de
la vida. Como si fuera posible conservar una misma realidad social, esencialmente contradictoria,
eliminando uno de sus contrarios constitutivos
de su propia naturaleza. Por
ejemplo, para los partidarios agrupados en la izquierda política del sistema (“comunistas” y
socialdemócratas), la propiedad privada sobre los medios de producción es el lado bueno del capitalismo,
porque fomenta la competencia,
a la cual se le atribuye la virtud de
impulsar el progreso material mediante el desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de producción, que incrementan la productividad del
trabajo. Como si antes del capitalismo la humanidad hubiera permanecido
estancada en el más absoluto inmovilismo productivista. Pero esta
izquierda política —genuinamente representativa de la pequeñoburguesía—, reconoce
que el capitalismo también tiene su lado
malo en que genera el monopolio
y, con él, la creciente distribución
desigual de la riqueza. Por eso es que, desde sus orígenes como fuerza
política en Francia, estos señores han venido insistiendo en que es posible reformar el capitalismo. Un
intento de armonizar las
leyes objetivas del capitalismo con las aspiraciones de los asalariados, que tras
la Revolución Europea de 1848/49 fue personificado por John Stuart Mill y Marx
caracterizó como “tentativa de conciliar lo inconciliable”, demostrando posteriormente
haber sido tan baldío, como querer convertir a una bestia de presa en un animal
herbívoro. Ni más ni menos que como vaticina el Evangelio cristiano que
sucederá en el Reino del Mesías, según aquel profeta llamado Isaías dejó dicho en
el “Antiguo Testamento”: <<Habitará
el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán
juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará>> (Capitulo11
versículo 6) Marx ha
explicado con toda exactitud, por qué una realidad
histórica contradictoria no puede evolucionar
sino que necesariamente se transforma
en otra realidad distinta y superior. Precisamente
porque el motor de esa
transformación es su lado malo: <<El
feudalismo también tenía su proletariado: los siervos, estamento que encerraba
todos los gérmenes de la burguesía. La producción feudal también tenía dos
elementos antagónicos, que se designan igualmente con el nombre de lado
bueno y lado malo del feudalismo, sin tener en cuenta que, en definitiva,
el lado malo prevalece siempre sobre el lado bueno. Es cabalmente el lado malo
el que, dando origen a la lucha, produce el movimiento que crea la historia.
Si, en la época de la dominación del feudalismo, los economistas, entusiasmados
por las virtudes caballerescas, por la buena armonía entre los derechos y los
deberes, por la vida patriarcal de las ciudades, por el estado de prosperidad
de la industria doméstica en el campo, por el desarrollo de la industria
organizada en corporaciones, cofradías y gremios (de artesanos), en una palabra, por todo lo que
constituye el lado bueno del feudalismo, se hubiesen propuesto la tarea de
eliminar todo lo que ensombrecía este cuadro —la servidumbre, los privilegios y
la anarquía—, ¿cuál habría sido el resultado? Se habrían destruido todos los
elementos que desencadenan la lucha y matado en germen el desarrollo de la
burguesía. Los economistas se habrían propuesto la empresa absurda de borrar la
historia>> (Ibíd.) Y es
que, si observamos el proceso histórico tal como ha discurrido en los últimos
doscientos años a la luz de sus
resultados, cabe preguntarse: ¿qué “lado malo” del capitalismo han contribuido
a eliminar metodológicamente los
reformistas pequeñoburgueses políticamente
agrupados en la izquierda de las
instituciones estatales del sistema
en todo el mundo, desde que, en sus más remotos orígenes, aparecieron dando
voces en la Convención de la Asamblea Nacional francesa como partido de “La Montaña”, entre 1792 y 1795? ¿Han
podido desde entonces eliminar el lado malo del capitalismo evidenciado en el monopolio? ¿Han podido eliminar
el lado malo del capitalismo a instancias de la productividad del trabajo,
evidenciado en el sistémico paro
estructural masivo y el trabajo precario, dos lacras que, para producir
plusvalor, acumulan opulencia en una parte cada vez más irrisoria de la
sociedad y miseria creciente en la otra cada vez más numerosa, tornando
históricamente insostenible
el régimen jubilatorio de los
asalariados, basado en la solidaridad
entre sucesivas generaciones?
¿Han eliminado el lado malo que las crisis periódicas generan, agudizando todavía más el paro y
la miseria generalizada?¿Han mitigado siquiera la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, entre las dos clases sociales universales
bajo el capitalismo? A
propósito de esto último, en nuestra publicación del mes pasado, hemos hecho
alusión a los 18 trillones de Euros que la irrisoria minoría social acaudalada europea, mantiene a buen recaudo
en paraísos fiscales repartidos por todo el mundo.[5]
Parte de esa descomunal fortuna pertenece al 1,8% de la población activa residente en
España. Tal magnitud de riqueza bajo la forma de dinero, es plusvalor capitalizado que
esa minoría social ha ido retirando
de la producción, porque la ganancia que genera no justifica la
inversión en producirla. Y al permanecer depositada en esos bancos “offshore”
localizados fuera de sus países, se libran de pagar los impuestos a esas
ganancias, que ocasionalmente invierten incursionando en mercados
especulativos. Y a la vista está de cualquiera, que para eso y para comprar voluntades con arreglo a
distintos fines delictivos y
prevaricadores —tanto en las instituciones políticas como en la
judicatura— solo basta con disponer del efectivo necesario. Tal fue y sigue
siendo la quintaesencia de la “democracia” y de la “justicia” en este mundo,
desde los tiempos de la Revolución Francesa, convirtiendo en papel mojado todas
las Constituciones que supuestamente rigen la vida de “todos” los ciudadanos en
todos los países del Mundo. Nada nuevo bajo el sol. El 94% de las empresas españolas
que cotizan en la bolsa del llamado “Ibex 35”, mantienen el grueso de sus capitales
depositados en esos “paraísos fiscales”. Según el Sindicato de Técnicos
de Hacienda, con lo que defraudan al fisco esos “señores”, se pueden
hoy financiar en España los servicios esenciales de salud, educación y dependencia. Todos los políticos profesionales de todos los partidos que ocupan despachos en los diversos
organismos del Estado, así como todos
los periodistas de los principales medios, sabían de sobra que todo esto venía sucediendo. Pero
callaron. Hasta que la crisis trastorno el reparto en el que todos ellos se sentían bien
adornados y se destapó la podredumbre bajo la forma de agravios comparativos,
rompiendo ese silencio: ¿por qué han venido callando? Porque mientras todo
marcha bien, “donde se come no se caga”: <<Las grandes fortunas y grandes empresas
evadieron al fisco 42.711 millones
de euros en 2010, esto es, un
71,8% del total del fraude en España, lo que además supone triplicar el fraude
de Pymes y autónomos.>>
De aquí
cabe deducir que, con el dinero que atesoran en esos paraísos fiscales
evadiendo impuestos, esas grandes empresas matan dos pájaros de un tiro:
empujan al llamado Estado del
Bienestar hacia el abismo de su bancarrota para superar más rápidamente
la depresión —sin mayores pérdidas para ellos—, al mismo tiempo que
“justifican” la política de privatización
de tales servicios sociales esenciales, con el pretexto del déficit fiscal, lo
cual daría cauce a que esos capitales
líquidos excedentarios que hoy día esa minoría acaudalada mantiene ociosos en paraísos fiscales por
falta de rentabilidad suficiente,
se puedan invertir como capital productivo en los servicios de salud, educación
y dependencia privatizados, es decir, como fuentes
adicionales de plusvalor durante la próxima fase de recuperación. Según
todas las evidencias, en esta maniobra está empeñada la “derecha” política que hoy
gobierna en España. Y tal empeño se nota en el vació de silencio que ha venido
haciendo el Partido Popular acerca de esa doble finalidad que persiguen las
grandes fortunas, pugnando por apoderarse de lo poco que todavía queda del patrimonio
público por privatizar, tal como así lo exige la Ley general de la acumulación capitalista. Y la derecha
política calla, porque de lo contrario no podría justificar su actual política
presupuestaria de “austericidio” sobre las mayorías sociales, combinando el
aumento por decreto de impuestos y tasas con el recorte de gastos públicos en
tales servicios, al tiempo que reforman leyes para reducir salarios y pensiones
con el pretexto del déficit fiscal. Descargando casi todo el peso de la crisis
sobre las mayorías explotadas. Así las cosas, la contienda con fines
puramente electoralistas entre
los dos bloques de la burguesía política institucionalizada —a derecha e
izquierda del arco parlamentario en todos los países—, parece haberse desatado
en torno a este asunto. En España, por ejemplo, el PSOE acaba de presentar una
proposición no de ley, para que se penalicen prácticas de entidades bancarias
implicadas en la evasión de capitales a través de paraísos fiscales. Como si
los grandes empresarios industriales y comerciales no tuvieran nada que ver en
ello. Por
su parte, durante la “Conferencia sobre
Europa” que Izquierda Unida celebró el pasado sábado 15 de junio, se aprobó
presentar en el Congreso la proposición de suprimir el artículo 135 de la
Constitución española, donde se establece el límite del 0,4% del PIB al déficit
de los presupuestos estatales a partir de 2.020, tal como fue acordado en 2011.
Esta formación política aprobó, además, la proposición de que el Banco Central
Europeo se convierta en una institución dedicada al fomento del empleo y al
“desarrollo sostenible”. Como si el hecho de mantener sus
capitales productivamente ociosos, fuera una inveterada práctica vocacional de la gran burguesía, y no
una imposición del sistema en condiciones de recesión, dado que la ganancia es menor respecto de lo que
cuesta producirla. Como si financiar los abultados déficits de los
presupuestos estatales con dinero ficticio, sirviera a la postre para algo más
“beneficioso”, que terminar envileciendo la moneda a raíz del inevitable efecto
inflacionario de la deuda “financiada” con emisión monetaria sin respaldo, lo
cual acaba erosionando todavía más el poder adquisitivo de salarios y pensiones.
Como si pretender fomentar el empleo en épocas de recesión apelando al crédito
público, pudiera tener la mágica virtud de incentivar la inversión de un capital
excedentario, que precisamente por falta de rentabilidad suficiente, permanece productivamente
inactivo en paraísos fiscales. En fin, como si la inversión del pequeño y
mediano capital pudiera reanimarse autónomamente, en medio de la semiparálisis
del gran capital oligopólico. ¡¡Convertir
al Banco Central Europeo en una institución dedicada al fomento del empleo y al
“desarrollo sostenible”!!, dicen pretender los de Izquierda Unida. Prefieren
ignorar estos señores —porque así conviene a su condición de burócratas
políticos oportunistas al servicio del sistema—, que toda recesión por crisis de superproducción de capital,
se caracteriza 1) por el hecho de
que la ganancia posible del capital productivo, aumenta
menos de lo que cuesta producirla; 2)
que bajo tales circunstancias sistémicas,
la tasa de interés desciende casi llegando al cero absoluto, como en estos momentos y, 3) que sin embargo, sigue sin
registrarse movimiento alguno en dirección a la inversión productiva creciente por
parte de supuestos “emprendedores”, que pueda fomentar el empleo asalariado en
magnitud suficiente para salir de la recesión. Precisamente porque sigue
habiendo un exceso de capital
respecto de la ganancia que rinde. Por tanto, el propio sistema exige
que dicho excedente se siga desvalorizando y/o destruyendo físicamente —incluido
el capital variable—, como condición “sine qua non” para iniciar un nuevo
ciclo. Tal es
la realidad que los oportunistas
políticos institucionalizados
de la “izquierda” pequeñoburguesa por el estilo de Izquierda Unida y el PSOE, se resisten a reconocer. Porque
tal reconocimiento les enajenaría el voto de su clientela política electoral de extracción asalariada y
pequeño burguesa, que sigue queriendo
al capitalismo pero no sus necesarias consecuencias. Tal es la utopía en que los dirigentes de
la izquierda burguesa oportunista —aunque con distintos argumentos— coinciden
con sus colegas la derecha. Ambos bloques históricos políticos de fuerzas, pugnan
por mantener viva esa esperanza en la falsa conciencia de sus respectivos electores.
Porque manteniéndoles atados y bien atados a las instituciones del sistema, garantizan el reparto de sueldos y prebendas que
gozan con cargo a los presupuestos
públicos, según el reparto de poder que resulta en cada proceso
electoral periódico. Se autoproclaman
como verdaderos paladines de la “libertad”, a sabiendas de que no pueden ser libres,
ni de pensamiento ni de acción. Manifiestan sentir verdadera devoción piadosa por los menos
favorecidos. Pero su profesión
—de la que viven sirviendo al sistema—, les impide levantar la bandera de la verdad científica y luchar por ella, para ser libres contribuyendo a que lo sean sus
propios votantes. La
contradicción en que viven tales políticos
profesionales al interior de las instituciones del Estado capitalista entre devoción y profesión, es de la misma naturaleza que la contradicción en que viven sus mandantes, los capitalistas al
interior de la sociedad civil,
entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. ¿Por qué no
eliminan los políticos profesionales el lado
malo de semejante contradicción en sus conciencias y en su
comportamiento? ¡¡Porque puede más en ellos el lado malo de su profesión localizado en cada uno
de sus bolsillos, donde no cabe ninguna contradicción!! A
propósito de esto, en su carta remitida el 28/12/1846 a Pavel
Vasílievich Annenkov, Marx le termina diciendo que: <<…El
pequeño burgués en una sociedad avanzada y, como consecuencia necesaria de su
posición social (de clase intermedia),
vive deslumbrado por la magnificencia de la alta burguesía y (al mismo
tiempo) simpatiza con los dolores del
pueblo. Es al propio tiempo burgués y pueblo (…) Semejante pequeñoburgués diviniza
la CONTRADICCIÓN, puesto que la
contradicción es el núcleo de su ser. Él no es sino la contradicción social en
acción. Él debe justificar en la teoría lo que es la práctica…>> (Lo
entre paréntesis nuestro). O sea, que la izquierda política
pequeñoburguesa no resuelve ninguna contradicción. He aquí por qué no son marxistas. Pero dado que
aceptan y asumen el capitalismo como un sistema de vida perfectible, cabe hacerles otra pregunta: ¿Qué lado malo del
capitalismo han eliminado ustedes? ¿Han eliminado ese “lado malo” del
capitalismo, que la productividad
incluso supone para los propios
explotadores, en tanto y cuanto a la postre, disminuye progresivamente sus ganancias respecto de lo que cuesta producirlas, acercando
así el horizonte del derrumbe
sistémico, que las crisis periódicas solo retardan, tal como hemos vuelto a demostrar aquí
siguiendo a Marx? Dado que
este “lado malo” del capitalismo atenta contra la propia existencia de la
burguesía, ¿lo han eliminado ustedes actuando desde las instituciones del
Estado? Está claro que ni siquiera lo intentaron. Pero porque no pueden. Porque
ese “lado malo” está en la esencia
constitutiva de su naturaleza y no se lo puede eliminar sin eliminar al sistema mismo. Por
tanto, forman parte ustedes de una clase social autotanática, aferrada a un sistema que lleva en sí mismo
los genes de su propia destrucción. Una clase social que, sin embargo y de cara
a su clientela política, consagra la eternidad
del modo de vida capitalista. ¿Por qué piensan así del sistema y
proceden con él de tal modo, coincidiendo con sus colegas de la derecha? Porque
que lo usufructúan. Ergo, no pueden pensar y hacer otra cosa en él y con él,
como si fuera eterno. ¡¡Cuánta razón tuvo Marx al definirles como una contradicción social y política en
acción!! En sus "Manuscritos” de 1861/63, Marx previó que en un punto histórico
determinado del proceso de acumulación
capitalista —y a este punto se llegó con el "Fordismo" y el
Taylorismo" a principios del siglo XX— se establece una relación de
resultado contradictorio entre la intensidad
y la extensión de la jornada
de labor: <<Y esto —dice Marx— no es un asunto especulativo. Cuando
el hecho se manifiesta hay un medio muy experimental de demostrar esta
relación: cuando, por ejemplo, aparece como físicamente imposible para el
obrero proporcionar durante doce horas la misma masa de trabajo que efectúa
ahora durante diez o diez horas y media. Aquí, la reducción necesaria de la
jornada normal o total de trabajo resulta de una mayor condensación del
trabajo, que incluye una mayor intensidad, una mayor tensión nerviosa, pero al
mismo tiempo un mayor esfuerzo físico. Con el aumento de los dos factores
—velocidad y amplitud (masa o número) de las máquinas (que cada operario
pone en movimiento— se llega necesariamente a una encrucijada, en la que la
intensidad y la extensión del trabajo ya no pueden crecer simultáneamente, en
el que el aumento de una excluye necesariamente el de la otra...>> [18]
Comprobaciones
empíricas contemporáneas permiten confirmar este aserto. Mediante un estudio
riguroso de las estadísticas comparadas de mortalidad en los EE.UU., Eyers y
Sterling, han demostrado que: <<...después
de la adolescencia, la mortalidad está más relacionada con la organización
capitalista que con la organización médica....Una conclusión general, es que
un gran componente de la patología física y muerte del adulto, no deben ser
considerados actos de Dios ni de nuestros genes, sino una medida de la tragedia
causada por nuestra organización económica y social..." Estos autores
consideran al "stress" como el eslabón entre las "noxas"
(daños) sociales y el deterioro biológico (catabolismo). Eyers y Sterling
definen el "stress" como "...los cambios que ocurren en un
sujeto llamado a responder a una situación externa, para enfrentar la cual
él no tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de
alerta psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro
y pone en tensión el cuerpo…". [19]
Las estadísticas de mortalidad reconocen
al "stress" en el suicidio, el homicidio y los accidentes dentro
y fuera del trabajo, así como en enfermedades crónicas como el infarto, la
cirrosis, el cáncer de pulmón y la hipertensión. [20] Según un informe de CC.OO., los accidentes
laborales en España aumentaron un 46% en l988, o sea, 326.308 accidentes más
que el año anterior. A pesar de la gravedad de los datos, la situación de
la salud laboral en España puede ser todavía más trágica: al menos un 30%
de los trabajadores de este país, escapan a las estadísticas oficiales
sobre siniestralidad, ya que se trata de trabajos marginales o a tiempo parcial.
Según CC.OO., "...los que tienen contrato temporal, se accidentan dos
veces más que el personal fijo...". [21] En otras palabras, la tendencia del
capital a aumentar la plusvalía
relativa (Pl/Cv), es decir,
el aumento del plusvalor a expensas del salario apelando al desarrollo de las
fuerzas productivas "objetivas" —expresado en las máquinas, los
sistemas mecánicos, los sistemas semiautomáticos, la automatización en gran
escala, los robots, etc.—, tiene efectos contradictorios
sobre el trabajo. Porque, por un lado, reduce la cualificación, suprime
empleos, presiona a la baja sobre los salarios por el aumento del ejército de
reserva para los fines de aumentar el plusvalor. Pero simultáneamente, la
extensión de la mecanización a cargo de cada vez menos operarios, tiende a
aumentar la intensidad del esfuerzo individual durante cada jornada de trabajo
(a la vez físico y psíquico, o al menos uno de los dos), generando accidentes y
enfermedades profesionales que ejercen una presión objetiva hacia
la reducción de la jornada de trabajo, resistida naturalmente por los
empleadores. Pues
bien, ¿Dónde y en qué momento los reformistas socialdemócratas de la izquierda pequeñoburguesa,
presuntos defensores de la “justicia
social”, han podido alguna vez siquiera por un momento, eliminar estos “lados malos” del sistema capitalista? Tampoco pueden.
Porque al darse de patadas unos con otros, entre todos impiden darles solución
de continuidad posible, sin romper
políticamente con él. Convicciones
teóricas científicas, corruptores y corruptos Pensar que los políticos se corrompen cuando
utilizan sus cargos en las instituciones del Estado para enriquecerse ilícitamente,
es tan sospechosamente simplista y equívoco, como pensar tautológicamente, que
la causa de la delincuencia es el delito. Una cosa es el acto delictivo y otra
la necesidad objetiva y posibilidad real de cometerlo:
las condiciones. Todo sucede según se den o no se den determinadas condiciones.
Tanto las objetivas —que se
dan independientemente la voluntad de nadie—, como las subjetivas o políticas,
que se crean deliberadamente. Para delimitar precisamente una cosa de
la otra, hay que comenzar por definir la corrupción política. Es el resultado
de operaciones ilegales deliberadamente encubiertas, en las que participan, por
una parte, individuos que —según la magnitud de lo que se negocia— detentan altos,
medianos o pequeños cargos públicos en
las estructuras del Estado y, por otra, individuos que actúan en su
carácter de pequeños, medianos o grandes empresarios en la sociedad civil. Dicha negociación
se lleva a término en la intimidad de
los despachos, donde los funcionarios públicos negocian y acuerdan
con los empresarios, asignarles discrecionalmente la ejecución de determinadas
obras públicas con cargo a los presupuestos estatales, a cambio de cierta
cantidad de dinero de la cual se apropian. Marx decía, con razón, que el burócrata estatal se define, porque
tiende a convertir su función pública
en cosa privada cambiando favores por dinero: la coima. Pero esta
es una tendencia que solo se puede apoderar de los políticos profesionales.
Sin olvidar que la corrupción política no sólo es consustancial al sistema
capitalista por el uso mercantil
que los funcionarios públicos suelen hacer de su función pública, sino por
el hecho de que la justicia solo penaliza los actos
delictivos individuales, de modo que, al ser juzgados, los políticos
corruptos y los empresarios implicados quedan convertidos en chivos expiatorios
de un sistema, cuyas estructuras
jerárquicas institucionales posibilitan la
corrupción, pero al mismo tiempo la condenan, reproduciendo engañosamente
así, en la conciencia colectiva, el mito del Estado como representante de
los "intereses generales" de la sociedad. De este modo, la continuidad de la corrupción política se refuerza y queda garantizada, toda vez que solo afloran
los casos que se juzgan para conocimiento de la opinión pública y presunto “saneamiento
moral” de las instituciones, tal como está previsto legalmente, lo cual engrana
o se articula perfectamente, con la "alternancia" de los distintos
partidos burgueses y sus candidatos electos a cargo de sucesivos gobiernos,
mediante ese lubricante de primera calidad que es la liturgia de las elecciones
periódicas en medio del espectáculo recurrente que se monta, para dar
escarmiento a los “corruptos”, poniendo en su lugar a nuevos candidatos
susceptibles de corromperse. Este razonamiento conduce a concluir, que
los políticos no se corrompen por el hecho de trasgredir la prohibición de corromperse, sino por el hecho
de participar en las instituciones
del Estado burgués, creadas por la propia burguesía para corromper a
los políticos. Del mismo modo que el germen
infeccioso del pecado original cometido por Adán y Eva, no estaba en sus
espíritus como individuos, sino en el paraíso terrenal que, según el mito,
había sido creado previamente por el vengativo Dios de los cristianos con el
demonio dentro, a sabiendas de que aquellos supuestos pobres infelices
acabarían cediendo a la ya prevista tentación. No es casual, que los únicos
asalariados con posibilidad real
de corromperse, sean los políticos. Por tanto, es en las instituciones económicas
y políticas del sistema capitalista y no en otro sitio, donde palpita la
tentación de los empresarios y los políticos a delinquir, negociando la cosa
pública como si fuera privada, cuya parte compradora proviene siempre de la sociedad civil, donde solo se
intercambian cosas privadas. Y esto es así, porque las instituciones políticas estatales
han sido concebidas, para ser perfectamente permeables a la contraparte
privada que, desde la sociedad
civil, hace realmente posible
el negocio de la corrupción.
Las instituciones políticas del Estado, están constantemente atravesadas por
las instituciones económicas del sistema. Ambas son partes constitutivas del
mismo mecanismo de corrupción. Hasta el punto de que la corrupción política no
deja ser el producto de un negocio privado previo al acto mismo del
intercambio en que se materializa. No se
debe olvidar, además, que los modernos burgueses son émulos de Hermes
—dios mítico del comercio en la Grecia más antigua, es
decir, de la
astucia propia de los ladrones y los mentirosos. Los
mismos que hoy, a fuerza de talonario, mueven más dinero que el existente en
todos los tesoros públicos del Mundo, e influencias
políticas en los distintos Estados nacionales, para poder enriquecerse
y enriquecer a los funcionarios que corrompen. Tal como se ha venido
demostrando desde la toma de Bastilla y se ratifica hoy día en España con el escándalo
del caso Bárcenas —que afecta a la derecha—, tanto como el caso de los mil millones en Expedientes de Regulación de
Empleo malversados en la Junta de Andalucía, que afecta a su contraparte de la
izquierda. Ningún marxista consecuente pudo, puede
ni podría ser víctima de la corrupción
política. Porque se niega a
participar en las instituciones políticas del sistema. Teóricamente convencido, como
está, de que junto con el sistema
económico basado en la propiedad
privada sobre los medios de producción, es OBJETIVAMENTE NECESARIO
también, destruir sus instituciones políticas hechas para ser
corrompidas. La resolución de este problema, que no deja de ser en última instancia político, es
primordialmente de carácter teórico. Por eso Marx también sigue
vivo en su aforismo: “La libertad (subjetiva)
es el conocimiento de la
necesidad (objetiva)”. Justificación
del capitalismo y necesidad de la revolución. Los reformistas políticos pequeñoburgueses,
que repelen el marxismo —tanto como se aferran al capitalismo—, justifican ante
la opinión pública su existencia como burócratas eventualmente a cargo de las
instituciones del Estado capitalista, vendiendo la idea de que los lados malos de la economía política en la sociedad civil, se pueden eliminar conservando sus lados buenos. ¿Cómo? A instancias de la política económica que, cuando
están en la oposición, ellos siempre prometen aplicar y llaman “planificación”.[6] Pero cuando
les toca ser gobierno y desde la sociedad
civil sienten las presiones de sus mandantes
gran burgueses —que ahora pasan por ser “los mercados”—, entonces para
justificar el incumplimiento de sus promesas, amputan quirúrgicamente la máxima
de Benjamin Disraeli, diciendo que: “la
política es el arte de lo posible”[7]. La única política económica posible para este tipo sujetos en función de gobierno y bajo
condiciones políticas “democráticas”, es la que desde la sociedad civil y en cualquier
circunstancia económica, le dictan
los más poderosos lobbies económicos,
que ellos normalmente obedecen
disciplinadamente por la cuenta que les trae. Como hizo el “socialista” Zapatero
durante su última presidencia de gobierno a cargo del PSOE, tras la
comunicación telefónica que mantuvo con el actual presidente norteamericano
Barack Obama el 10 de mayo de 2010, poniéndose de acuerdo con él en que "hay
que calmar a los mercados": La “democracia” es la dictadura política del capital. Nosotros
no te decimos “deja de luchar, toda tu lucha no vale nada”. Nosotros te damos
las verdaderas consignas por las que, siendo objetivamente necesario, vale la pena luchar. Lo que Marx ha querido significar con estas palabras, es que, dentro de la
sociedad capitalista, los asalariados no tienen nada que reivindicar salvo su existencia
como clase explotada. Por lo tanto, si esta
clase de alguna forma participa en un gobierno queriendo dejar de ser explotada, pero carece del conocimiento veraz acerca de su
propia realidad, es decir, desconoce
las verdaderas causas por las cuales existe como clase explotada, le
será imposible saber por qué razón y
cómo dejar de serlo para recuperar
su propia humanidad. Y si no lo sabe, o si lo que quiere carece de sustento racional que justifique su aspiración, tampoco tendrá moral para luchar
por ello. Porque no sabrá lo que es
necesario hacer para conseguir aquello a lo que íntimamente aspira. Por
lo tanto, tampoco podrá convencer
a quienes necesita que le acompañen: los pequeñoburgueses
rurales y urbanos. En ese caso, su función de gobierno será nula y
cualquier decisión que se adopte no
será suya, sino de aquella fracción de la clase explotadora que alternativamente
lidera la acción de gobierno. Porque, para actuar, los
explotadores no necesitan conocer las leyes que presiden el movimiento de la
sociedad actual. Simplemente actúan según esas leyes, porque les hacen sentir bien. Por eso
dice Marx que si algo enseña la experiencia obrera participando en gobiernos burgueses como el del “Partido
Socialista Democrático” en su época —emulado por la socialdemocracia de hoy
día—, es lo que pasa "cuando se alcanza demasiado pronto el poder",
es decir, cuanto todavía no se conoce
la necesidad de actuar en
determinado sentido y no en otro cualquiera. Lo cual nos remite al
mismo aforismo de Marx: “La libertad es el conocimiento
de la necesidad”: <<Una araña ejecuta operaciones que se asemejan a las
manipulaciones del tejedor, y la construcción
de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un
maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja,
desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar su
construcción, la proyecta en su cerebro>> (K. Marx: “El Capital” Libro I
Cap. V “El proceso de trabajo”. Subrayado
nuestro) Tal ha sido y sigue siendo,
precisamente, el cometido de todos
nuestros trabajos: convencer
de que todo lo que hasta cierto momento existe es necesario, hasta que deja de serlo cuando a fuerza de
volverse contraproducente para la vida, la necesidad
o razón de ser de una realidad
superior que todavía no existe,
se fija en el pensamiento social mayoritario
pugnando por que pase democráticamente a existir
realmente. Y si tal como se ha
demostrado ser cierto, que los sistemas
económico, político y judicial bajo el capitalismo en el mundo han
venido cometiendo el delito de
cohecho continuado, para mantener un status quo social absolutamente inhumano cada vez
más insoportable, nosotros insistimos en proponer con total certidumbre: 1) Expropiación de todas las grandes y
medianas empresas sin compensación alguna. 2) Cierre de la Bolsa de
Valores. 3)
Control obrero permanente de lo que se produce y contabiliza en todas
las empresas. 4) De cada cual según su
trabajo y a cada cual según su capacidad. 5) Viva la lucha en España de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas
(PAH). 6) Viva la lucha de los estafados por los bancos mediante acciones
preferentes y subordinadas. 7) Viva la lucha del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT). 8) Viva la lucha de la “marea blanca” contra la privatización de
los servicios públicos esenciales de salud, educación y dependencia. 9) Viva la lucha de los asalariados de astilleros. 10) Viva la lucha de los asalariados mineros. 11) Viva la lucha de los asalariados que no luchan. 12) El proletariado hará la revolución, lo quiera hoy
o todavía no lo quiera. En efecto, por un lado, dado el límite absoluto de cada jornada laboral media —que por naturaleza no puede
superar las 24 hs. de cada día—, a medida que la fuerza productiva del trabajo Mp/Ft aumenta y, con ella, su
correspondiente Composición Orgánica Cc/Cv, tal como la propia relación lo indica el empleo de asalariados tam-
bién aumenta, pero cada vez menos y a un ritmo crecientemente menor respecto del crecimiento vegetativo de
la población obrera explotable. Porque según aumenta el tiempo de cada jornada en que la parte del salario se con-
vierte en plusvalor ya capitalizado, el tiempo restante susceptible de convertirse en plusvalor disminuye y cada
vez más según aumenta la productividad.
Por otro lado, el aumento en la composición orgánica del capital (C.O.C.), no solo como hemos visto tiende a
deprimir la tasa de ganancia. Al mismo tiempo y contradictoriamente, determina que el capital acumulado —cada
vez mayor—, llegue a ser insuficiente para emplear a los asalariados disponibles. Supongamos un capital que opera
con una Composición Orgánica del Capital del 1.000€ en Capital constante (Cc) y 500€ en Capital variable (Cv),
a razón de 1€ salarial por obrero y con una tasa de explotación del 100%. Bajo tales condiciones, ese capital de
1.500€ rinde un plusvalor de 500€. En tal caso, para seguir empleando a esos 500 obreros se necesitaran 2.000€
según la siguiente estructura productiva: 1.000Cc + 500Cv + 500Pl = 2.000.
Pero si la Composición Orgánica del Capital (C.O.C) aumenta hasta llegar a ser de 90 partes en Capital cons-
tante (Cc) y 10 partes en Capital variable (Cv), en tal caso para emplear a 1.000 obreros se necesitarían 10.000 Eu-
ros: 9.000 en Capital constante (Cc) + 1.000 en Capital variable (Cv). Dada esta dinámica de la acumulación, llega
un momento del proceso en que el capital acumulado resulta ser necesariamente insuficiente para emplear a todos
los asalariados disponibles, dejando a buena parte de ellos en el paro forzoso. Porque la creciente productividad del
trabajo que permite incrementar el plusvalor a expensas del salario, en nuestro ejemplo llega a convertir gran parte de
las 4 horas restantes de trabajo correspondiente a salarios, en trabajo excedente bajo la forma de plusvalor; conver-
sión que así deja inactivos a trabajadores asalariados disponibles, por el equivalente al plusvalor ya capitalizado
sustraído a los salarios, de tal modo que la masa de empleados aumenta, aunque fatalmente cada vez menos.
Sin embargo, las consecuencias de la productividad del trabajo sobre las condiciones de la producción
capitalista no se agotan aquí. Porque según la inversión en capital constante se incrementa cada vez más en
desmedro de la inversión en salarios, ocurre incluso que, aun cuando los burgueses pudieran vivir del aire para
conseguir capitalizar todo el plusvalor creado, aun así estarían muy lejos de reponer la amortización por des-
gaste de su capital constante en tal magnitud incrementado por la fuerza productiva del trabajo. Esto es así,
dado que el progreso incesante de la fuerza productiva del trabajo exige un creciente aumento del acervo
en capital constante (Cc) invertido (en desmedro del capital variable), el cual debe ser rápidamente amorti-
zado para protegerlo de toda desvalorización prematura por "obsolescencia técnica” —también llamada mo-
ral—, antes de su desgaste por uso; de ahí la propensión capitalista a extender en todo lo posible la jornada
colectiva de labor diaria, haciendo del capital lo que Marx llamó un "movimiento perpetuo":
[1] El concepto de Capital fijo (maquinaria, herramientas, mobiliario, etc.) difiere del Capital circulante (materia prima), en el hecho de que el primero, durante el proceso de producción traslada directamente su valor al producto que contribuye a crear, en todo lo que para tal fin se desgasta. Por el contrario, el capital circulante, desde su extracción y durante su proceso de comercialización —en que circula pasando de unas manos a otras— hasta quedar incorporado a un producto final, es objeto de cambios en su forma física y económica por medio del trabajo social, de modo que, en tanto y cuanto es transformado se valoriza. Pero tanto el capital fijo como el capital circulante en sí y por sí constituyen ambos el Capital constante, por el hecho de que no son factores creadores de valor. Se limitan a trasladar su valor al producto final. De ahí su calificativo de “constante”. La fuerza de trabajo es la única parte del capital invertido que, a instancias previas del contrato salarial y durante el subsiguiente proceso productivo como fuerza de trabajo en acción, el trabajo asalariado no solo traslada al producto que crea su propio valor como retribución salarial, sino que durante cada jornada laboral le añade un plus de valor que el capitalista se apropia “por la cara" como plusvalor o masa de ganancia, de magnitud variable según la tasa de explotación también llamada más propiamente tasa de plusvalor. Tal proceso explica su calificativo de “variable”.
[2] Se entiende por “rotación”, al proceso comprendido entre el tiempo de la producción y el de la realización o venta de cada producto.
[3] Los teóricos de la burguesía difunden la especie, de que la insostenibilidad del sistema de pensiones radica en la cada vez mayor esperanza de vida de la población, que atribuyen al progreso científico-técnico bajo el capitalismo. Como si ese progreso fuera posible gracias a los empresarios, a quienes se les atribuye la supuesta virtud de “crear empleo”. Dicho progreso se traduce en una mayor productividad por unidad de tiempo empleado en producir cada unidad de producto. En el prólogo a la tercera edición del Libro I de “El Capital”, Engels distingue entre dos vocablos alemanes. La palabra Arbeitgeber designa al que se apropia trabajo de otro por dinero (no equivalente), mientras que por Arbeitnehmer se entiende al que trabaja para otro mediante un salario. El primero es un explotador. El segundo, alguien que se gana la vida honradamente y, al mismo tiempo, “trabaja para otros” en el sentido de que aporta al sistema jubilatorio de la siguiente generación de asalariados. De no existir los Arbeitgeber, el sistema jubilatorio sería plenamente sostenible.
[4] La tasa de acumulación es un indicador de la proporción en que —según progresa la fuerza productiva del trabajo—, parte del salario es convertido en plusvalor ya capitalizado. Proceso que, dados los férreos límites naturales de la jornada de labor media, llega a un punto en que su continuidad se torna imposible.
[5] Para dar una idea de la magnitud en que la burguesía internacional incrementó históricamente su patrimonio privado explotando trabajo ajeno, basta decir que a mediados del siglo XIX, el capital global en funciones se medía en solo miles de millones de unidades monetarias, sean Libras esterlinas, Francos o Marcos.
[6] Uno de los más importantes acuerdos entre la izquierda y de la derecha española que hicieron posible aprobar la Constitución vigente desde 1978, aparece reflejado en el artículo 131 referido, precisamente, a la planificación de la economía “para atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución”. ¡¡Mentira!! Bajo el capitalismo no puede haber distribución justa posible.
[7]
El aristócrata y político de la derecha británica,
Benjamín Disraeli, definió a la política como “El arte de hacer posible lo
necesario”. Y entendió por necesario a lo objetivamente determinado por
las leyes económicas del
sistema capitalista. Pero no precisamente por esto, sino porque naturalmente tales
leyes favorecen el interés e
ideología de los explotadores de
trabajo ajeno ¿Dónde se queda, pues, la lucha por la justicia social en
un sistema de vida que se presupone mejorable?
Es éste un interrogante frente al cual, los hipócratas oportunistas de la izquierda burguesa carecen de
argumentos. Para salir del atolladero, amputaron quirúrgicamente la máxima de
Disraeli, redefiniendo a la política como “el arte de lo posible”. Pero se quedaron
igualmente con el trasero al aire.