Trabajo y bienestar para todos, o solo para unos pocos explotadores y corruptos

 

<<Nosotros no decimos al mundo: “deja de luchar, toda tu lucha no vale nada”; nosotros le damos la verdadera consigna de su lucha. Sólo mostramos al mundo por qué lucha realmente: pero la conciencia es una cosa que el mundo debe adquirir, quiéralo o no>> (K. Marx: “Carta a Arnold Ruge”. Setiembre de 1843)

 

Introducción

 

         Sí. Hoy día y por distintas causas inmediatas desencadenantes, están ocurriendo, uno tras  otro, trágicos episodios preñados de violencia física, que afectan a masas enteras de la población mundial y de los cuales se ocupa el periodismo desde los más diversos medios de comunicación. Sucede como en la fugaz transmisión atropellada de los avisos publicitarios, que con el siguiente se olvida el anterior, de modo que así, cada árbol no deja ver el bosque de la realidad, impidiendo que pueda ser comprendida su causa fundamental, como es, por ejemplo, la fotosíntesis en la botánica forestal.

 

         En tal sentido, la enseñanza obligatoria bajo el capitalismo, siempre ha consistido en que la mayoría de los asalariados sepamos no más de lo estrictamente requerido para explotarnos, produciendo cada vez más por unidad de tiempo empleado. Que para eso está el cronómetro en cada fábrica.

 

         Y en lo que atañe a los estudios superiores, solo tres años después de que Marx publicara el primer libro de “El Capital”, ha venido sucediendo tres cuartos de lo mismo. De este asunto ya nos hemos ocupado en: http://www.nodo50.org/gpm/MarxismoYmarginalismo/10.htm. Pero los catedráticos al servicio incondicional de la burguesía, no solo han  tergiversado el objeto de estudio de la economía política; tras cosificar  a esta ciencia desplazando el centro de atención del pensamiento desde las relaciones entre las clases sociales hacia la relación entre los individuos y las cosas, no satisfechos con eso han dificultado comprenderla según la falsificaban, complejizándola sin necesidad hasta el extremo de vincular férreamente su análisis al cálculo infinitesimal.

 

         Y no solo esto. Sino que durante la carrera para obtener la titulación académica en esta disciplina, interpusieron un obstáculo al modo de la "Línea Maginot" durante la Segunda Guerra Mundial, erigido en base a suspensos sistemáticos arbitrarios en los exámenes, donde quedaban amontonados los supuestamente incapaces de superarlo, sirviendo así de macabro estímulo a los de la siguiente promoción, forzados a pasar por encima de los “cadáveres” intelectuales de sus compañeros caídos en el intento. Tal como los comandantes fascistas alemanes forzaron a sus tropas invasoras sobrevivientes, para poder atravesar aquella barrera levantada en su propio territorio por el ejército francés.

 

         Sabemos que por “Línea Maginot” se hizo célebre la cátedra de “Dinero, crédito y Bancos” durante la década de los años sesenta en Argentina, a cargo del por entonces mítico y no menos místico Doctor Julio H. G. Olivera en la Facultad de Ciencias Económicas, dependiente de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Un obstáculo artificialmente interpuesto por la clase dominante, entre el esfuerzo intelectual compulsivamente exigido a los alumnos universitarios, para que proclamen como verdad lo que solo parece serlo, a cambio de obtener su correspondiente titulación académica oficialmente reconocida. Todo ello con la deliberada intención político-institucional, de prostituir el pensamiento libre de los jóvenes, cambiando en ellos la genuina búsqueda de la certeza científica, por la persecución del éxito social añadido al enriquecimiento personal. He aquí el secreto germen de la corrupción, contenido en todos los ámbitos de la vida bajo el capitalismo.  

 

         Pues bien, las causas sistémicas que periódicamente hacen aflorar toda esa podredumbre material y moral bajo la forma de distintos conflictos sociales y cataclismos políticos, son las crisis económicas del capitalismo. Comprender la causa fundamental de las crisis de superproducción de capital es, pues, condición ineludible para eliminarlas históricamente, impidiendo para siempre sus nefastos efectos. En esta tarea nos hemos venido empeñando y sobre ella volveremos desde aquí, insistiendo en llamar la atención, una vez más, sobre la causa económica fundamental de las crisis, que es la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, contribuyendo a reforzar la idea científica irrebatible, en torno a la cual ha venido gravitando el Mundo desde la primera gran crisis económica de 1825. Esa idea es: la necesidad política objetiva —cada vez más imperiosa— de superar el capitalismo arrojándolo al basurero de la historia.

 

Concepto de fuerza productiva del trabajo

 

         Si por historia entendemos la sucesión de hechos que han jalonado el progreso técnico, económico y social de la humanidad, debemos empezar por preguntarnos cómo se mide. Desde los tiempos del Paleolítico hace 2.5 millones de años, cuando los primates comenzaron a usar las más rudimentarias herramientas de piedra, tal progreso se ha venido manifestando en la capacidad de cada individuo con un nivel histórico medio de conocimientos y habilidad a su alcance, para ejercitar su fuerza de trabajo (Ft) poniendo en movimiento un cada vez mayor número (n) de diversos instrumentos o medios de producción (Mp) más y más eficaces, fenómeno que se define como “productividad” de cualquier proceso creador de riqueza.

 

         Tal es la forma que ha permitido y permite, calcular el  progreso técnico y económico de la sociedad humana, en todas las formaciones sociales. Se expresa en la relación matemática Mp/Ft, llamada composición técnica de la fuerza de trabajo.

 

La fuerza productiva del trabajo en el capitalismo

 

         La más moderna formación social capitalista, desde sus albores en la tardía Edad Media, ha modificado el concepto de proceso productivo que fue común a todas las formaciones sociales anteriores. No solo sigue siendo un proceso de trabajo, sino que, al mismo tiempo, es asumido y usufructuado por la clase capitalista dominante, como un proceso de valorización ganancial, para cuyo cálculo preciso fue inventada la contabilidad, un método presentado en 1494 por Luca Bartolomeo de Pacioli en su libro: Summa de Arithmetica”, cuando ya venía siendo utilizado por los comerciantes venecianos de su época, conocido como principio de la partida doble.  

 

         En el sistema capitalista, pues, los medios de producción (Mp) y la fuerza de trabajo (Ft) no solo son empleados como factores naturales-técnicos que se articulan o combinan para producir riqueza y cuyo único fin es el consumo directo, tal como había venido sucediendo desde los tiempos de las sociedades más primitivas autosuficientes. Tampoco se trata ya de limitarse a producir valores económicos para su intercambio por equivalentes, como en la etapa del llamado intercambio mercantil simple.

 

         De lo que se trata bajo el capitalismo, es de producir valores económicos con fines gananciales. Y esto último supone producir no solo valor sino, además y por sobre todo, plusvalor para los fines de acumular capital. Esta última categoría económica fundamental, es la que distingue al moderno capitalismo en tanto que modo específico característico de producir, respecto de los anteriores.

        

         En esta sociedad, pues, los factores técnicos de la producción, (Mp) y (Ft) pasan a ser también factores económicos, para producir no solo riqueza y valor sino al mismo tiempo plusvalor que, en tanto y cuanto es acumulado, se convierte en capital, como finalidad fundamental distintiva o característica de este sistema de vida. El primero de estos factores, ya sea bajo la forma puramente natural o física de capital fijo (edificios, maquinaria, mobiliario, etc.), o bajo la forma de capital circulante (materias primas y auxiliares) —ambos como resultado de un proceso productivo anterior—, se convierten así en lo que se conoce como Capital constante (Cc), porque según el capital fijo se gasta y el circulante se transforma en el transcurso de cada jornada de labor, tanto unos como otros no hacen más que trasladar el valor y plusvalor que ya contenían, a los productos que contribuyen a crear.

 

         En lo que respecta a la fuerza de trabajo (Ft), es el único factor de la producción que crea el valor contenido en los productos y servicios que necesita, para reproducir diariamente su propia energía —como condición de poder seguir trabajando—, durante cada jornada de labor en que su energía se transforma en trabajo. Pero, además, en ese mismo tiempo crea e incorpora directamente a los productos que fabrica, más valor del que recibe a cambio de su fuerza de trabajo, cuya magnitud depende de la tasa de explotación a la que se ve sometido, según la relación variable entre trabajo impago (Pl) y trabajo pagado bajo la forma de capital invertido para tal fin. De ahí que a este factor de la producción, técnicamente conocido como (Ft), en tanto que valor económico se le reconozca como Capital variable (Cv)[1].   

        

         Ambos factores de la producción asumidos respectivamente como valores económicos, o sea, como Capital constante (Cc) y Capital variable (Cv), son empleados, pues, para la producción de nuevos valores (V). Pero bajo el capitalismo esto solo es viable, si se cumple la condición de que además de sus respectivas magnitudes de valor invertido como suma de [(Cc) + (Cv)] constitutivas del costo de producción, el valor (V) contenido en lo que se produce, rinda un excedente llamado ganancia (G) o plusvalor (Pl) capitalizable, de tal modo que:

 

G = V – [(Cc) + (Cv)]

 

         Este resultado supone que, cuando el valor de cada producto X se vende, el costo de producirlo [(Cc) + (Cv)] se recupera incrementado por el equivalente a la ganancia (G) bajo la forma de plusvalor (Pl), que surge del trabajo no pagado a sus productores directos, los asalariados. Así las cosas, suponiendo para simplificar que los capitalistas beneficiarios de tal proceso —entendido como negocio pudieran vivir del aire, los subsiguientes procesos de producción pasarán a operar sobre una base de capital progresivamente ampliada, que se acumula a razón de la ganancia (G) del capital global que, durante cada rotación, la burguesía —como colectivo social dominante—, invierte en producirla.[2]

 

         ¿De dónde surge esa base progresivamente ampliada de plusvalor? Del tiempo comprendido en cada jornada colectiva de labor que, naturalmente, no puede exceder las 24 hs. de cada día, dividido entre tiempo de trabajo pagado (Cv) y tiempo de trabajo no pagado llamado plusvalor (Pl). ¿Cómo surge y se acrecienta? Mediante el progresivo coeficiente técnico de productividad, medido en términos de valor según la relación: Pl/Cv —dinamizado por la competencia intercapitalista—, que así permite al capital global convertir cada vez más tiempo de trabajo pagado, en impago para los fines de su acumulación.

 

         Lo que de este razonamiento se infiere tan espontánea como como indubitablemente, es:

1) que la Ganancia capitalista resulta ser una variable dependiente del incesante progreso de la fuerza productiva del trabajo social explotado, es decir, de la composición técnica del capital;

2) que dicho progreso técnico de la productividad del trabajo, en términos económicos se traduce como relación de valor progresivamente creciente, entre la parte del capital global constante invertido en medios de producción y su parte variable constitutiva de los salarios, llamada Composición Orgánica del Capital y,

3) que tal progresión económica de valor exactamente consiste, en acortar el tiempo de cada jornada de labor en que los asalariados producen el equivalente a su salario, es decir, a lo que necesitan para reponer su fuerza de trabajo diaria, a fin de ampliar el tiempo de trabajo excedente productor de plusvalor, que los capitalistas se apropian y acumulan convertido en  capital, sin compensación alguna para el asalariado que lo produce.

 

Productividad del trabajo y consecuencias demográficas

 

         ¿Qué implica desde el punto de vista demográfico esta dinámica económica y social capitalista, donde la inversión en capital constante aumenta históricamente más y a mayor ritmo que el capital variable? Si como es cierto que la creciente productividad del trabajo viene determinada por la capacidad de cada operario para mover un creciente número de medios de trabajo al mismo tiempo, a fin de convertir salario en plusvalor, esta tendencia objetiva al incremento de la ganancia (G) en detrimento del salario de cada operario —sin menoscabo de su poder adquisitivo—, entra en contradicción con el natural incremento vegetativo de la población asalariada, dado que la creciente composición técnica y orgánica del capital impide que sea empleada. De aquí se desprende la Ley de la población de Marx, según la cual el número de asalariados que la creciente composición orgánica del capital requiere, aumenta en términos absolutos, pero disminuye cada vez más respecto del creciente número de medios de producción que la mayor productividad técnica exige poner en movimiento. El resultado natural de esta Ley es el paro estructural masivo:

 <<Es ésta una ley de población peculiar (distintiva) del régimen de producción capitalista, pues en realidad todo régimen histórico concreto de producción tiene sus leyes de población propias, leyes que rigen de un modo históricamente concreto. Leyes abstractas (genéricas) de población sólo existen para los animales y las plantas mientras el hombre no interviene históricamente en estos reinos>>. (K. Marx: “El Capital” Capítulo XIII Aptdo. 3. Lo entre paréntesis nuestro)

        

         Para eliminar esta lacra del paro creciente que propaga la miseria entre los asalariados, hay una forma muy sencilla y eficaz de sentido común, que es el reparto de las horas de trabajo entre la población activa sin merma salarial sino al contrario. Porque, en tal caso, no solo impediría que la mayor productividad del trabajo se tradujera en más paro, sino que, al abaratar los productos, elevaría el poder adquisitivo de los salarios, lo cual redundaría en un creciente bienestar colectivo. Pero esto supondría dejar fuera de juego al plusvalor y, por tanto, a la relación entre capital y trabajo, eliminando a los explotadores no como personas, sino como clase social parasitaria, que deberían trabajar como cualquiera para ganarse la vida. Y no solo esto, sino que desaparecerían las causas fundamentales de las crisis periódicas.

 

         Por tanto, mientras esta norma racional de comportamiento social tarde en implantarse, con cada progreso de la productividad técnica del trabajo explotado —que exige una creciente inversión relativa en capital constante (Cc) respecto del capital variable (Cv)—, la población obrera empleada en términos absolutos no dejará de aumentar. Pero cada vez menos, tanto respecto de su crecimiento vegetativo al exterior del proceso productivo, como al interior de tal proceso bajo la forma de empleos cada vez más menguados, con su necesaria secuela de paro y penuria relativa creciente. Esta doble contradicción económico-social entre la fuerza productiva del trabajo social y la relación entre capitalistas y asalariados —seña de identidad del capitalismo— es lo que Marx puso en su momento al descubierto, para que de inmediato los intelectuales de la burguesía reaccionaran, encargándose de enterrar esta flagrante contradicción entre toneladas de mierda ideológica arrojada sobre la conciencia de los explotados[3].

 

 

Productividad, tasa de explotación y tasa de ganancia

 

La incidencia decisiva del aumento histórico creciente de la composición orgánica del capital sobre la tasa de explotación y la Tasa General de Ganancia, se revela con solo imaginar que el capital social global de un país opere, por ejemplo, con la siguiente estructura productiva:

80Cc + 20Cv + 20pl  = 120        

 

En tales condiciones y suponiendo que tras un número (n) de rotaciones, la productividad del trabajo social se duplica, el salario se deprecia a la mitad aunque sin pérdida de su poder adquisitivo (porque eso supone que los productos fabricados por cada asalariado se deprecian en la misma proporción). Pero el plusvalor se incrementa de 20 a 30 unidades monetarias que el capitalista se embolsa, determinando que el salario descienda de 20 a 10, o sea, que la Tasa de explotación que originariamente era del 100% respecto del salario, aumentó un 300% = 30Pv/10Cv. En cuanto a la Composición Orgánica del Capital, aumenta de 4 a 16 partes de capital  constante por cada parte de capital variable = 160Cc/10Cv. Y el capital en funciones se incrementó un 67% pasando de 120 a 200. En cuanto al número de asalariados empleados, disminuyó a la mitad pasando de 20 a 10. Por tanto, el incremento absoluto del plusvalor descendió del 100% al 50%, pasando de 20 a 30 unidades monetarias. Finalmente, la Tasa de Ganancia Pl/(Cc+Cv), también descendió del 20% al 17,65%, resultante de la siguiente estructura: 160Cc  + 10Cv  + 30pl  = 200

 

         Si ahora suponemos que después de un determinado número de rotaciones sucesivas, la productividad del trabajo se vuelve a duplicar, la Composición Orgánica del Capital aumenta de 16 a 64 partes de capital constante por cada parte de capital variable. El salario disminuye de 10 a 5 y la Tasa de explotación pasa a ser del 700%. Pero el plusvalor se incrementa en sólo 16,66% pasando de 30 a 35 unidades monetarias. Es decir, bajó un 33,4%. Y la Tasa de Ganancia también disminuye del 17,65 al 10,77% según la nueva estructura:    

320 Cc  + 5 Cv + 35 pl  = 360

        En este sencillo ejemplo se demuestra que, pasando de operar en origen con una Composición Orgánica del Capital = 80Cc/20pl = 4 (donde cada asalariado pone en movimiento 4 máquinas), a otra = 320Cc/5Cv = 64 (donde cada asalariado atiende a 64 máquinas),el capital en funciones necesario para tal fin predeterminado, debió más que tripicarse, pasando de 100 a 360. La tasa de plusvalor que era en origen del 100%, pasó a ser del 700%. Pero según la productividad técnica del trabajo permitió transformar salario en plusvalor ya capitalizado, tanto el incremento del plusvalor que quedó por capitalizar, como la Tasa de Ganancia, disminuyeron cada vez más, acercando así el horizonte del sistema a su derrumbe, solo contrarrestado periódicamente por las crisis, cada vez más recurrentes, dolorosas para la mayoría de la población y difíciles de superar.

 

         Como todo el mundo sabe, los intelectuales orgánicos de la burguesía que integran la derecha política institucionalizada, han venido proclamando que la productividad bajo el capitalismo, es el “non plus ultra” del progreso social en la historia de la humanidad. ¿En qué se queda semejante timo a la luz de los hechos tangibles? En que ni siquiera puede serlo para la propia burguesía.

 

    En efecto, por un lado, dado el límite absoluto de cada jornada laboral media —que por naturaleza no puede 
superar  las 24 hs. de cada día—, a medida que la fuerza productiva del trabajo Mp/Ft aumenta y, con ella, su 
correspondiente Composición Orgánica Cc/Cv, tal como la propia relación lo indica el empleo de asalariados tam-
bién aumenta, pero cada vez menos y a un ritmo crecientemente menor respecto del crecimiento vegetativo de
la población obrera explotable. Porque según aumenta el tiempo de cada jornada en que la parte del salario se con-
vierte en plusvalor ya capitalizado, el tiempo restante susceptible de convertirse en plusvalor disminuye y cada 
vez más según aumenta la productividad.
 
       Por otro lado, el aumento en la composición orgánica del capital (C.O.C.), no solo como hemos visto tiende a
deprimir la tasa de ganancia. Al mismo tiempo y contradictoriamente, determina que el capital acumulado —cada 
vez mayor—, llegue a ser insuficiente para emplear a los asalariados disponibles. Supongamos un capital que opera
con una Composición Orgánica del Capital del 1.000€ en Capital constante (Cc) y 500€ en Capital variable (Cv), 
a razón de 1€ salarial por obrero y con una tasa de explotación del 100%. Bajo tales condiciones, ese capital de 
1.500€ rinde un plusvalor de 500€. En tal caso, para seguir empleando a esos 500 obreros se necesitaran 2.000€ 
según la siguiente estructura productiva: 1.000Cc + 500Cv + 500Pl  = 2.000.
 
         Pero si la Composición Orgánica del Capital (C.O.C) aumenta hasta llegar a ser de 90 partes en Capital cons-
tante (Cc) y 10 partes en Capital variable (Cv), en tal caso para emplear a 1.000 obreros se necesitarían 10.000 Eu-
ros: 9.000 en Capital constante (Cc) + 1.000 en Capital variable (Cv). Dada esta dinámica de la acumulación, llega
 un momento del proceso en que el capital acumulado resulta ser necesariamente insuficiente para emplear a todos
los asalariados disponibles, dejando a buena parte de ellos en el paro forzoso. Porque la creciente productividad del
trabajo que permite incrementar el plusvalor a expensas del salario, en nuestro ejemplo llega a convertir gran parte de
las 4 horas restantes de trabajo correspondiente a salarios, en trabajo excedente bajo la forma de plusvalor; conver-
sión que así deja inactivos a trabajadores asalariados disponibles, por el equivalente al plusvalor ya capitalizado 
sustraído a los salarios, de tal modo que la masa de empleados aumenta, aunque fatalmente cada vez menos. 
 
         Sin embargo, las consecuencias de la productividad del trabajo sobre las condiciones de la producción 
capitalista no se agotan aquí. Porque según la inversión en capital constante se incrementa cada vez más en 
desmedro de la inversión en salarios, ocurre incluso que, aun cuando los burgueses pudieran vivir del aire para
conseguir capitalizar todo el plusvalor creado, aun así estarían muy lejos de reponer la amortización por des-
gaste de su capital constante en tal magnitud incrementado por la fuerza productiva del trabajo. Esto es así,
dado que el progreso incesante de la fuerza productiva del trabajo exige un creciente aumento del acervo 
en capital constante (Cc) invertido (en desmedro del capital variable), el cual debe ser rápidamente amorti-
zado para protegerlo de toda desvalorización prematura por "obsolescencia técnica” —también llamada mo-
ral—, antes de su desgaste por uso; de ahí la propensión capitalista a extender en todo lo posible la jornada
colectiva de labor diaria, haciendo del capital lo que Marx llamó un "movimiento perpetuo": 

<<Apropiarse de trabajo (ajeno) durante las 24 horas del día (en las fases de expansión, mediante turnos diarios de xHs.) es, por consiguiente, la tendencia inmanente de la producción capitalista>> (Op. Cit: Libro I Cap. VIII punto 4. Lo entre paréntesis es nuestro)

           

         Así las cosas, según la creciente productividad del trabajo va incrementando la tasa de plusvalor a expensas del salario, hasta convertir gran parte del trabajo equivalente a salarios en excedente bajo la forma de plusvalor y, por tanto, engrosando el ejército de parados, el plusvalor sustraído al salario no deja de aumentar, pero ese aumento lógicamente merma cada vez más, según disminuye el salario que todavía queda por ser convertido en plusvalor capitalizado, del cual una parte cada vez mayor se invierte en capital constante en detrimento de salarios. De este modo, aun cuando los burgueses pudieran reinvertir toda su ganancia sacrificando su fondo de consumo personal y el de su familia en aras de producir plusvalor, aun así estarían muy lejos de reponer en su momento la amortización por desgaste de su capital fijo (maquinaria) en tal magnitud incrementado. Tal es lo que Marx ha probado que sucede en plena fase expansiva de cada ciclo de los negocios.

 

        Un fenómeno que propende a disminuir todavía más aceleradamente, la parte de la jornada de labor (correspondiente a los salarios), para ser convertida en trabajo productor de plusvalor capitalizado, lo cual también acelera la tendencia a la baja de la Tasa General de Ganancia. Este descenso de la Tasa de Ganancia revela, por un lado, que hay demasiado capital, tanto respecto de la masa de población explotada como del plusvalor obtenido. Pero contradictoriamente, por otro lado también explica, que el capital es demasiado pequeño, o sea, insuficiente, para emplear a la masa de población explotable sin empleo. ¿Por qué? Pues, porque el progreso de la fuerza productiva bajo el capitalismo, se manifiesta en un aumento cada vez más acelerado en la Composición Orgánica del Capital (Cc/Cv) a expensas del empleo en salarios, lo cual determina que el plusvalor aumente menos de lo que cuesta producirlo hasta que la explotación de trabajo ajeno deja momentáneamente de ser un negocio, poniendo en evidencia la contradicción entre las fuerzas productivas del trabajo y las relaciones de producción capitalistas.   

 

         Dicha contradicción entre patronos y asalariados, estalla en las crisis de superproducción de capital por el hecho de que el creciente menor número de obreros empleados respecto del mayor volumen de capital constante que se les exige poner en movimiento, menguan el aumento del plusvalor, al tiempo que aceleran el aumento de lo que —en términos de capital constante y variable— cuesta producirlo. Por tanto, no “es la economía estúpidos” según la expresión empleada por el ex presidente socialdemócrata norteamericano Bill Clinton, que sus inefables admiradores, los lisencéfalos y patéticos “Kakkmaddafakka celebran. Que así les va esa vaina a millones de disipados como ellos, comprando tales baratijas ideológicas para evadirse de la realidad con lo que está cayendo. ¡¡Es la Tasa de Ganancia, señores!!

 

Productividad, exportación de capital y emigración obrera

        

         Las crisis económicas típicas del capitalismo son crisis de superproducción de capital. Pero esto no significa que el fenómeno del exceso de capital con exceso de población —determinado por el aumento en la productividad y en su correspondiente Composición Orgánica del Capital—, se verifique solo durante las crisis y sus consecuentes depresiones, tal como está sucediendo hoy día en el mundo y especialmente en Europa. También se verifica en condiciones de acumulación normales. En 1865, durante las postrimerías de la onda larga expansiva europea entre 1852 y 1873, según H. Fawcett citado por Marx:

<<La parte mayor del plusproducto anualmente creciente sustraído al obrero inglés sin darle un equivalente, no se capitaliza en Inglaterra sino en países extranjeros….>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XXII Aptdo. 5).

 

         Pero dado que esa parte mayor de plusvalor había sido creada por obreros ingleses, lo que de aquí se infiere es que, el “fondo de trabajo” comprendido en ella, al no volverse a invertir y ser exportado como capital a préstamo, dejó a la parte proporcional de esos obreros sin trabajo en su propio país, forzándoles a emigrar quebrantando su estructura familiar y que Dios les ayude, de modo que:

<<….con el pluscapital exportado de esta suerte, se exporta también una parte del “fondo de trabajo” inventado por Dios y Bentham (…) Se podrá decir que en Inglaterra no solo se exporta anualmente capital, sino que, con él, también se exportan obreros bajo la forma de la emigración (y consecuente desestructuración familiar).>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)

 

         Este fenómeno se ha seguido reproduciendo en el mundo, agudizado periódicamente de crisis en crisis,  con un grado de dificultades progresivamente creciente para superarlas, teniendo en cuenta, como ya en otro lugar hemos dicho, que cada ciclo periódico arranca —inevitablemente— con una Composición técnica y Orgánica del capital más alta que al inicio del ciclo anterior.

 

         En lo que respecta a la contradicción entre la productividad del trabajo y la acumulación de capital que a al interior del proceso productivo se opera, sus consecuencias al exterior de ese proceso se verifican, en que el aumento incesante de la Composición técnica y Orgánica del capital, determina que la población obrera activa sin trabajo, aumente más rápido que la empleada (mayor número de nacimientos que nuevos puestos de trabajo), de modo que la merma histórica relativa de esta última, impide que el aporte de los empleados al fondo de pensiones, alcance para mantener el nivel de vida de los ya jubilados, malogrando así la solidaridad social intergeneracional del régimen jubilatorio, de tal modo sustituida por el individualismo.  

 

         Tanto la derecha política ultraliberal como sus colegas de la izquierda socialdemócrata, coinciden en sostener la falsa especie de que la insostenibilidad del sistema jubilatorio, no se debe a ese lado malo del capitalismo, sino a su lado bueno supuestamente basado en la creciente esperanza de vida que el Estado del bienestar permite a los jubilados respecto de la población activa empleada, de modo que así, el aporte previsional de esta última parezca que no alcanza para sostener el sistema jubilatorio. Tanto como para echarle la culpa a los asalariados por no tener más prole.

 

         Con esta mentira perversa, los teóricos “especialistas” en embelecos varios, compiten con los políticos profesionales al servicio del sistema, no solo en escamotear la realidad del paro estructural masivo creciente, sino al mismo tiempo en justificar el sálvese quien pueda de un régimen jubilatorio alternativo basado en la capitalización de un fondo de pensiones personal, característico del tan exclusivo como excluyente sentimiento individualista burgués, consagrado por las llamadas “clases medias”; ese despreciable por mezquino, insolidario y acomodaticio medio pelo social, que todos los días no deja de ponerse frente al espejo del sistema, buscando afanosamente verse allí reflejado como el gran burgués que vive soñando ser haciéndose a sí mismo. Un sueño que las crisis cada vez más recurrentes se llevan por delante, con verdadero terror para la burguesía en su conjunto, que ve así peligrar cada vez más su estabilidad política en la conciencia social mayoritaria de la población explotada.

 

Productividad y sobresaturación permanente de capital

 

         Dado el nivel histórico de progreso científico-técnico alcanzado por el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social y el consecuente aumento en su composición de valor, a principios del siglo pasado el sistema por primera vez se topó con el límite que supone la sobresaturación permanente de capital, que afectó a un cada vez mayor número de países, donde sus tasas de acumulación llegaron a ser tan elevadas, que impedían sucesivos incrementos de plusvalor cuyos costos no justifican producirlo.[4] En tales condiciones, por entonces ese capital excedentario solo podía ser rentabilizado exportándolo a otros países o invertirlo como capital de riesgo en diversos mercados internacionales especulativos. Una realidad que Lenin observó que se verificaba y denominó nuevo capitalismo:

<<Lo que caracterizó al viejo capitalismo, en el cual dominaba por completo la libre competencia, era la exportación de mercancías. Lo que caracteriza al capitalismo moderno (de tipo oligopólico) es la exportación de capital>>  (El imperialismo fase superior del capitalismo” Cap. 4. Lo entre paréntesis nuestro)

 

         Pero hoy día, el “nuevo capitalismo” —más caduco ya que los trapos—, no solo es esto. En nuestra reciente publicación titulada: Sí, se puede. ¡¡NO sin acabar con el capitalismo!!, referenciamos la enajenación de 68 empresas públicas españolas privatizadas entre 1985 y 1996 por el gobierno del PSOE. Hoy a la vista está, que bajo el nuevo gobierno del Partido Popular la sobresaturación del capital excedentario sigue presionando  todavía más, porque es mucho mayor que por entonces. Y esta vez ejerce presión sobre los restos del llamado Estado del Bienestar, materializado en los servicios públicos de salud, educación y protección a la dependencia, pugnando por su privatización, que se volverá irresistible si es que el proletariado no decide acabar con el capitalismo.

 

         A juzgar por el resultado de tales presiones, está claro que los aparentes enfrentamientos entre las distintas fracciones políticas de la derecha y la izquierda en cada Estado nacional —fuera y dentro de las instituciones “democráticas”—, esconden el hecho cierto de que se reparten las tareas estratégicas que exige el sistema, según las condiciones que, en cada momento los propietarios de los medios de producción y de cambio desde la sociedad civil les ordenan ejecutar. Y esto es rutina común en todos los países del Mundo sin excepción. La prueba está, por ejemplo, en que así como la izquierda española gobernó asumiendo disciplinadamente la responsabilidad de comenzar la liquidación del llamado Estado del Bienestar entre 1985 y 1996, privatizando las empresas públicas del INI,  la derecha está tratando hoy de acabar esa tarea privatizando los sistemas públicos de salud, educación y asistencia social a los discapacitados dependientes de sus familias, tal como así lo exige la Ley General de la Acumulación capitalista en su etapa tardía y la burguesía pugna por ello.  

 

         Y de seguir con esta misma rutina política “democrática”, donde parece que la derecha liberal y la izquierda “socialista” son como el agua y el aceite pero subrepticiamente rige la dictadura del capital, la humanidad se verá condenada a repetir la misma historia. “El eterno retorno de lo mismo” que decía Nietzsche.

 

         Por más vueltas que se le dé a este asunto, tal como sucede con el péndulo en los viejos relojes, el hecho de que la voluntad política electoral de las mayorías sociales vaya y venga en el tiempo entre la izquierda y la derecha política en las instituciones del Estado, no por eso cambia en absoluto el mismo punto de referencia existencial que es el sistema económico capitalista: la dictadura del capital. La sobresaturación de capital excedentario determina hoy que la mayoría de los servicios públicos de salud y educación sean privatizados. Y esta es una tendencia objetiva que solo se puede impedir acabando con el capitalismo. ¿Queremos capitalismo? Pues, ¡¡toma capitalismo!!

  

El todavía oculto contubernio político entre izquierda y derecha

 

         Lo que cada vez se hace más necesario y perentorio comprender, es que tanto la izquierda política institucionalizada como sus contrapartes de la derecha, ambas son perfectamente funcionales al sistema capitalista. La única “diferencia” entre ellas, radica en que esta última es abiertamente incondicional, es decir, más sincera y, por tanto, consecuente con las leyes del capitalismo, o sea, con los explotadores. Aceptan y asumen el sistema tal como es. Por ejemplo, desde la tardía Edad media, aquellos teóricos revolucionarios en lucha contra el feudalismo —precursores de la derecha política en nuestros días— coincidieron todos en predicar la idea según la cual, en la sociedad había dos tipos de instituciones, las naturales y las artificiales. Para ellos, las viejas instituciones del feudalismo eran artificiales, mientras que las modernas instituciones del capitalismo incipiente eran naturales. Esto mismo es lo que vinieron sosteniendo sus discípulos hasta el día de hoy. Según Marx, la derecha política burguesa ha venido pensando y procediendo como los teólogos de las distintas confesiones religiosas, para quienes:

<<Toda religión extraña (a sus propias creencias) es una invención humana, mientras que su propia religión es una emanación de Dios>> (“Miseria de la Filosofía” Cap. II Aptdo. 1: El método)

 

         La derecha política es religiosa, en el sentido de que, para todos sus correligionarios, las actuales relaciones de producción burguesas son naturales; pero porque piensan que la naturaleza misma es una creación divina. Tal es su “razonamiento”. Y aunque como creyentes no hacen más que convertir su relación con Dios en un negocio —el de su salvación personal en el más allá— como parte de ese negocio también les conviene pensar que en el más acá, naturaleza y divinidad son dos partes constitutivas de lo mismo. Y así como conciben su Dios a imagen y semejanza de un ser infinitamente bueno, poderoso y eterno, así es como también conciben al capitalismo. Semejante construcción ideológica es la que les lleva a entender las leyes del capitalismo como leyes naturales creadas por Dios y que, por tanto, son perpetuas.  

 

         Para sostener semejante construcción ideológica, hacen palanca sobre esa parte de verdad según la cual, tales leyes crean riqueza y desarrollan las fuerzas productivas, lo que se conoce respectivamente por bienestar y productividad. Pero a partir de esta afirmación, los teóricos de la derecha burguesa se detienen ante la evidencia de las crisis periódicas como ante las puertas del infierno. Y no precisamente como Fausto, es decir, abandonando allí toda esperanza, sino insistiendo en negarse a reconocer los daños humanos de proporciones sociales cada vez más apocalípticas, que supone crear riqueza y desarrollar las fuerzas productivas bajo tales leyes, cuyas consecuencias nosotros, junto a una minoría social, siguiendo a Marx, hemos venido denunciando y ahora, una vez más, lo hacemos desde aquí.  

 

         Y se niegan porque hablar de eso, sería tanto como mentar la soga en casa del ahorcado. Esto explica que se limiten a “razonar” con un discurso cada vez más inconsistente, mediante axiomas que, presuntamente, no necesitan de ninguna demostración. Como que las leyes del capitalismo son naturales y, además, intemporales, porque no menos supuestamente son un producto de la voluntad divina:

<<Por tanto, estas relaciones son, en sí, leyes naturales, independientes de la influencia del tiempo. Leyes eternas que deben regir siempre en la sociedad. De modo que hasta ahora hubo historia pero ahora ya no la hay>>. (K. Marx: Op. cit.)

 

         Los dirigentes de la izquierda pequeñoburguesa socialdemócrata, en cambio, precisamente porque sus bases son de una composición social híbrida —de asalariados y pequeños explotadores de trabajo ajeno—, si bien quieren al capitalismo con casi el mismo fervor que la derecha, sin embargo le reconocen defectos que proponen superar pero dejando esencialmente intacto el sistema.

 

         Lo asumen como algo perfectible según los principios de la justicia social que tanto pregonan. De acuerdo con Proudhon, entienden al capitalismo como una realidad contradictoria, que tiene un lado malo, sin dejar de reconocerle también un lado bueno. Por tanto, el progreso para estos señores, consiste no en acabar con el capitalismo como sistema social, sino en mejorarlo. ¿Cómo? Eliminando su lado malo. Como si el progreso en la sociedad pudiera ser posible por este método como en otros órdenes de la vida. Como si fuera posible conservar una misma realidad social, esencialmente contradictoria, eliminando uno de sus contrarios constitutivos de su propia naturaleza.

 

         Por ejemplo, para los partidarios agrupados en la izquierda política del sistema (“comunistas” y socialdemócratas), la propiedad privada sobre los medios de producción es el lado bueno del capitalismo, porque fomenta la competencia, a la cual se le atribuye la virtud de impulsar el progreso material mediante el desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de producción, que incrementan la productividad del trabajo. Como si antes del capitalismo la humanidad hubiera permanecido estancada en el más absoluto inmovilismo productivista.

 

         Pero esta izquierda política —genuinamente representativa de la pequeñoburguesía—, reconoce que el capitalismo también tiene su lado malo en que genera el monopolio y, con él, la creciente distribución desigual de la riqueza. Por eso es que, desde sus orígenes como fuerza política en Francia, estos señores han venido insistiendo en que es posible reformar el capitalismo. Un intento de armonizar las leyes objetivas del capitalismo con las aspiraciones de los asalariados, que tras la Revolución Europea de 1848/49 fue personificado por John Stuart Mill y Marx caracterizó como “tentativa de conciliar lo inconciliable”, demostrando posteriormente haber sido tan baldío, como querer convertir a una bestia de presa en un animal herbívoro. Ni más ni menos que como vaticina el Evangelio cristiano que sucederá en el Reino del Mesías, según aquel profeta llamado Isaías dejó dicho en el “Antiguo Testamento”:

<<Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará>>  (Capitulo11 versículo 6)

 

         Marx ha explicado con toda exactitud, por qué una realidad histórica contradictoria no puede evolucionar sino que necesariamente se transforma en otra realidad distinta y superior. Precisamente porque el motor de esa transformación es su lado malo:    

   <<El feudalismo también tenía su proletariado: los siervos, estamento que encerraba todos los gérmenes de la burguesía. La producción feudal también tenía dos elementos antagónicos, que se designan igualmente con el nombre de lado bueno y lado malo del feudalismo, sin tener en cuenta que, en definitiva, el lado malo prevalece siempre sobre el lado bueno. Es cabalmente el lado malo el que, dando origen a la lucha, produce el movimiento que crea la historia. Si, en la época de la dominación del feudalismo, los economistas, entusiasmados por las virtudes caballerescas, por la buena armonía entre los derechos y los deberes, por la vida patriarcal de las ciudades, por el estado de prosperidad de la industria doméstica en el campo, por el desarrollo de la industria organizada en corporaciones, cofradías y gremios (de artesanos), en una palabra, por todo lo que constituye el lado bueno del feudalismo, se hubiesen propuesto la tarea de eliminar todo lo que ensombrecía este cuadro —la servidumbre, los privilegios y la anarquía—, ¿cuál habría sido el resultado? Se habrían destruido todos los elementos que desencadenan la lucha y matado en germen el desarrollo de la burguesía. Los economistas se habrían propuesto la empresa absurda de borrar la historia>> (Ibíd.)

        

         Y es que, si observamos el proceso histórico tal como ha discurrido en los últimos doscientos años a la luz de sus resultados, cabe preguntarse: ¿qué “lado malo” del capitalismo han contribuido a eliminar metodológicamente los reformistas pequeñoburgueses políticamente agrupados en la izquierda de las instituciones estatales del sistema en todo el mundo, desde que, en sus más remotos orígenes, aparecieron dando voces en la Convención de la Asamblea Nacional francesa como partido de “La Montaña”, entre 1792 y 1795?

 

         ¿Han podido desde entonces eliminar el lado malo del capitalismo evidenciado en el monopolio? ¿Han podido eliminar el lado malo del capitalismo a instancias de la productividad del trabajo, evidenciado en el sistémico paro estructural masivo y el trabajo precario, dos lacras que, para producir plusvalor, acumulan opulencia en una parte cada vez más irrisoria de la sociedad y miseria creciente en la otra cada vez más numerosa, tornando históricamente insostenible el régimen jubilatorio de los asalariados, basado en la solidaridad entre sucesivas generaciones? ¿Han eliminado el lado malo que las crisis periódicas generan, agudizando todavía más el paro y la miseria generalizada?¿Han mitigado siquiera la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, entre las dos clases sociales universales bajo el capitalismo?

 

         A propósito de esto último, en nuestra publicación del mes pasado, hemos hecho alusión a los 18 trillones de Euros que la irrisoria minoría social acaudalada europea, mantiene a buen recaudo en paraísos fiscales repartidos por todo el mundo.[5] Parte de esa descomunal fortuna pertenece al 1,8% de la población activa residente en España. Tal magnitud de riqueza bajo la forma de dinero, es plusvalor capitalizado que esa minoría social ha ido retirando de la producción, porque la ganancia que genera no justifica la inversión en producirla. Y al permanecer depositada en esos bancos “offshore” localizados fuera de sus países, se libran de pagar los impuestos a esas ganancias, que ocasionalmente invierten incursionando en mercados especulativos. Y a la vista está de cualquiera, que para eso y para comprar voluntades con arreglo a distintos fines delictivos y prevaricadores —tanto en las instituciones políticas como en la judicatura— solo basta con disponer del efectivo necesario. Tal fue y sigue siendo la quintaesencia de la “democracia” y de la “justicia” en este mundo, desde los tiempos de la Revolución Francesa, convirtiendo en papel mojado todas las Constituciones que supuestamente rigen la vida de “todos” los ciudadanos en todos los países del Mundo. Nada nuevo bajo el sol. 

 

         El 94% de las empresas españolas que cotizan en la bolsa del llamado “Ibex 35”, mantienen el grueso de sus capitales depositados en esos “paraísos fiscales”. Según el Sindicato de Técnicos de Hacienda, con lo que defraudan al fisco esos “señores”, se pueden hoy financiar en España los servicios esenciales de salud, educación y dependencia. Todos los políticos profesionales de todos los partidos que ocupan despachos en los diversos organismos del Estado, así como todos los periodistas de los principales medios, sabían de sobra que todo esto venía sucediendo. Pero callaron. Hasta que la crisis trastorno el reparto en el que todos ellos se sentían bien adornados y se destapó la podredumbre bajo la forma de agravios comparativos, rompiendo ese silencio: ¿por qué han venido callando? Porque mientras todo marcha bien, “donde se come no se caga”:

<<Las grandes fortunas y grandes empresas evadieron al fisco 42.711 millones de euros en 2010, esto es, un 71,8% del total del fraude en España, lo que además supone triplicar el fraude de Pymes y autónomos.>>

 

         De aquí cabe deducir que, con el dinero que atesoran en esos paraísos fiscales evadiendo impuestos, esas grandes empresas matan dos pájaros de un tiro: empujan al llamado Estado del Bienestar hacia el abismo de su bancarrota para superar más rápidamente la depresión —sin mayores pérdidas para ellos—, al mismo tiempo que “justifican” la política de privatización de tales servicios sociales esenciales, con el pretexto del déficit fiscal, lo cual daría cauce a que esos capitales líquidos excedentarios que hoy día esa minoría acaudalada mantiene ociosos en paraísos fiscales por falta de rentabilidad suficiente, se puedan invertir como capital productivo en los servicios de salud, educación y dependencia privatizados, es decir, como fuentes adicionales de plusvalor durante la próxima fase de recuperación.  

 

         Según todas las evidencias, en esta maniobra está empeñada la “derecha” política que hoy gobierna en España. Y tal empeño se nota en el vació de silencio que ha venido haciendo el Partido Popular acerca de esa doble finalidad que persiguen las grandes fortunas, pugnando por apoderarse de lo poco que todavía queda del patrimonio público por privatizar, tal como así lo exige la Ley general de la acumulación capitalista. Y la derecha política calla, porque de lo contrario no podría justificar su actual política presupuestaria de “austericidio” sobre las mayorías sociales, combinando el aumento por decreto de impuestos y tasas con el recorte de gastos públicos en tales servicios, al tiempo que reforman leyes para reducir salarios y pensiones con el pretexto del déficit fiscal. Descargando casi todo el peso de la crisis sobre las mayorías explotadas.   

         Así las cosas, la contienda con fines puramente electoralistas entre los dos bloques de la burguesía política institucionalizada —a derecha e izquierda del arco parlamentario en todos los países—, parece haberse desatado en torno a este asunto. En España, por ejemplo, el PSOE acaba de presentar una proposición no de ley, para que se penalicen prácticas de entidades bancarias implicadas en la evasión de capitales a través de paraísos fiscales. Como si los grandes empresarios industriales y comerciales no tuvieran nada que ver en ello.

          Por su parte, durante la “Conferencia sobre Europa” que Izquierda Unida celebró el pasado sábado 15 de junio, se aprobó presentar en el Congreso la proposición de suprimir el artículo 135 de la Constitución española, donde se establece el límite del 0,4% del PIB al déficit de los presupuestos estatales a partir de 2.020, tal como fue acordado en 2011. Esta formación política aprobó, además, la proposición de que el Banco Central Europeo se convierta en una institución dedicada al fomento del empleo y al “desarrollo sostenible”.

         Como si el hecho de mantener sus capitales productivamente ociosos, fuera una inveterada práctica vocacional de la gran burguesía, y no una imposición del sistema en condiciones de recesión, dado que la ganancia es menor respecto de lo que cuesta producirla. Como si financiar los abultados déficits de los presupuestos estatales con dinero ficticio, sirviera a la postre para algo más “beneficioso”, que terminar envileciendo la moneda a raíz del inevitable efecto inflacionario de la deuda “financiada” con emisión monetaria sin respaldo, lo cual acaba erosionando todavía más el poder adquisitivo de salarios y pensiones. Como si pretender fomentar el empleo en épocas de recesión apelando al crédito público, pudiera tener la mágica virtud de incentivar la inversión de un capital excedentario, que precisamente por falta de rentabilidad suficiente, permanece productivamente inactivo en paraísos fiscales. En fin, como si la inversión del pequeño y mediano capital pudiera reanimarse autónomamente, en medio de la semiparálisis del gran capital oligopólico. 

         ¡¡Convertir al Banco Central Europeo en una institución dedicada al fomento del empleo y al “desarrollo sostenible”!!, dicen pretender los de Izquierda Unida. Prefieren ignorar estos señores —porque así conviene a su condición de burócratas políticos oportunistas al servicio del sistema—, que toda recesión por crisis de superproducción de capital, se caracteriza 1) por el hecho de que la ganancia posible del capital productivo, aumenta menos de lo que cuesta producirla; 2) que bajo tales circunstancias sistémicas, la tasa de interés desciende casi llegando al cero absoluto, como en estos momentos y, 3) que sin embargo, sigue sin registrarse movimiento alguno en dirección a la inversión productiva creciente por parte de supuestos “emprendedores”, que pueda fomentar el empleo asalariado en magnitud suficiente para salir de la recesión. Precisamente porque sigue habiendo un exceso de capital respecto de la ganancia que rinde. Por tanto, el propio sistema exige que dicho excedente se siga desvalorizando y/o destruyendo físicamente —incluido el capital variable—, como condición “sine qua non” para iniciar un nuevo ciclo.

         Tal es la realidad que los oportunistas políticos institucionalizados de la “izquierda” pequeñoburguesa por el estilo de Izquierda Unida y el PSOE, se resisten a reconocer. Porque tal reconocimiento les enajenaría el voto de su clientela política electoral de extracción asalariada y pequeño burguesa, que sigue queriendo al capitalismo pero no sus necesarias consecuencias. Tal es la utopía en que los dirigentes de la izquierda burguesa oportunista —aunque con distintos argumentos— coinciden con sus colegas la derecha. Ambos bloques históricos políticos de fuerzas, pugnan por mantener viva esa esperanza en la falsa conciencia de sus respectivos electores. Porque manteniéndoles atados y bien atados a las instituciones del sistema, garantizan el reparto de sueldos y prebendas que gozan con cargo a los presupuestos públicos, según el reparto de poder que resulta en cada proceso electoral periódico.

 

         Se autoproclaman como verdaderos paladines de la “libertad”, a sabiendas de que no pueden ser libres, ni de pensamiento ni de acción. Manifiestan sentir verdadera devoción piadosa por los menos favorecidos. Pero su profesión —de la que viven sirviendo al sistema—, les impide levantar la bandera de la verdad científica y luchar por ella, para ser libres contribuyendo a que lo sean sus propios votantes.

 

         La contradicción en que viven tales políticos profesionales al interior de las instituciones del Estado capitalista entre devoción y profesión, es de la misma naturaleza que la contradicción en que viven sus mandantes, los capitalistas al interior de la sociedad civil, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. ¿Por qué no eliminan los políticos profesionales el lado malo de semejante contradicción en sus conciencias y en su comportamiento? ¡¡Porque puede más en ellos el lado malo de su profesión localizado en cada uno de sus bolsillos, donde no cabe ninguna contradicción!!

 

         A propósito de esto, en su carta remitida el 28/12/1846 a Pavel Vasílievich Annenkov, Marx le termina diciendo que:

<<…El pequeño burgués en una sociedad avanzada y, como consecuencia necesaria de su posición social (de clase intermedia), vive deslumbrado por la magnificencia de la alta burguesía y (al mismo tiempo) simpatiza con los dolores del pueblo. Es al propio tiempo burgués y pueblo (…) Semejante pequeñoburgués diviniza la CONTRADICCIÓN, puesto que la contradicción es el núcleo de su ser. Él no es sino la contradicción social en acción. Él debe justificar en la teoría lo que es la práctica…>> (Lo entre paréntesis nuestro).

      

         O sea, que la izquierda política pequeñoburguesa no resuelve ninguna contradicción. He aquí por qué no son marxistas. Pero dado que aceptan y asumen el capitalismo como un sistema de vida perfectible, cabe hacerles otra pregunta: ¿Qué lado malo del capitalismo han eliminado ustedes? ¿Han eliminado ese “lado malo” del capitalismo, que la productividad incluso supone para los propios explotadores, en tanto y cuanto a la postre, disminuye progresivamente sus ganancias respecto de lo que cuesta producirlas, acercando así el horizonte del derrumbe sistémico, que las crisis periódicas solo retardan, tal como hemos vuelto a demostrar aquí siguiendo a Marx?

 

         Dado que este “lado malo” del capitalismo atenta contra la propia existencia de la burguesía, ¿lo han eliminado ustedes actuando desde las instituciones del Estado? Está claro que ni siquiera lo intentaron. Pero porque no pueden. Porque ese “lado malo” está en la esencia constitutiva de su naturaleza y no se lo puede eliminar sin eliminar al sistema mismo. Por tanto, forman parte ustedes de una clase social autotanática, aferrada a un sistema que lleva en sí mismo los genes de su propia destrucción. Una clase social que, sin embargo y de cara a su clientela política, consagra la eternidad del modo de vida capitalista. ¿Por qué piensan así del sistema y proceden con él de tal modo, coincidiendo con sus colegas de la derecha? Porque que lo usufructúan. Ergo, no pueden pensar y hacer otra cosa en él y con él, como si fuera eterno. ¡¡Cuánta razón tuvo Marx al definirles como una contradicción social y política en acción!!   

 

         En sus "Manuscritos” de 1861/63, Marx previó que en un punto histórico determinado del proceso de  acumulación capitalista —y a este punto se llegó con el "Fordismo" y el Taylorismo" a principios del siglo XX— se establece una relación de resultado contradictorio entre la intensidad y la extensión de la jornada de labor:

<<Y esto —dice Marx— no es un asunto especulativo. Cuando el hecho se manifiesta hay un medio muy experimental de demostrar esta relación: cuando, por ejemplo, aparece como físicamente imposible para el obrero proporcionar durante doce horas la misma masa de trabajo que efectúa ahora durante diez o diez horas y media. Aquí, la reducción necesaria de la jornada normal o total de trabajo resulta de una mayor condensación del trabajo, que inclu­ye una mayor intensidad, una mayor tensión nerviosa, pero al mismo tiempo un mayor esfuerzo físico. Con el aumento de los dos factores —velocidad y amplitud (masa o número) de las máquinas (que cada operario pone en movimiento— se llega necesariamente a una encrucijada, en la que la intensidad y la extensión del trabajo ya no pueden crecer simultáneamente, en el que el aumento de una excluye necesariamente el de la otra...>> [18]  

 

         Comprobaciones empíricas contemporáneas permiten confirmar este aserto. Mediante un estudio riguroso de las estadísticas comparadas de mortalidad en los EE.UU., Eyers y Sterling, han demostrado que:

 <<...después de la adolescencia, la mortalidad está más relacionada con la organización capitalista que con la organización médica....Una conclusión general, es que un gran componente de la patología física y muerte del adulto, no deben ser considerados actos de Dios ni de nuestros genes, sino una medida de la tragedia causada por nuestra organización económica y social..." Estos autores consideran al "stress" como el eslabón entre las "noxas" (daños) sociales y el deterioro biológico (catabolismo). Eyers y Sterling definen el "stress" como "...los cambios que ocurren en un sujeto llamado a responder a una situación externa, para enfrentar la cual él no tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de alerta psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro y pone en tensión el cuerpo…". [19]

         Las estadísticas de mortalidad reconocen al "stress" en el suicidio, el homicidio y los accidentes dentro y fuera del trabajo, así como en enfermedades crónicas como el infarto, la cirrosis, el  cáncer de pulmón y la hipertensión. [20] Según un informe de CC.OO., los accidentes laborales en España aumentaron un 46% en l988, o sea, 326.308 accidentes más que el año anterior. A pesar de la gravedad de los datos, la situación de la salud laboral en España puede ser todavía más trágica: al menos un 30% de los trabajadores de este país, escapan a  las estadísticas oficiales sobre siniestralidad, ya que se trata de trabajos marginales o a tiempo parcial. Según CC.OO., "...los que tienen contrato temporal, se accidentan dos veces más que el personal fijo...". [21]

         En otras palabras, la tendencia del capital a aumentar la plusvalía relativa (Pl/Cv), es decir, el aumento del plusvalor a expensas del salario apelando al desarrollo de las fuerzas productivas "objetivas" —expresado en las máquinas, los sistemas mecánicos, los sistemas semiautomáticos, la automatización en gran escala, los robots, etc.—, tiene efectos contradictorios sobre el trabajo. Porque, por un lado, reduce la cualificación, suprime empleos, presiona a la baja sobre los salarios por el aumento del ejército de reserva para los fines de aumentar el plusvalor. Pero simultáneamente, la extensión de la mecanización a cargo de cada vez menos operarios, tiende a aumentar la intensidad del esfuerzo individual durante cada jornada de trabajo (a la vez físico y psíquico, o al menos uno de los dos), generando accidentes y enfermedades profesionales que ejercen una presión objetiva hacia la reducción de la jornada de trabajo, resistida naturalmente por los empleadores.

          Pues bien, ¿Dónde y en qué momento los reformistas socialdemócratas de la izquierda pequeñoburguesa, presuntos defensores de la  “justicia social”, han podido alguna vez siquiera por un momento, eliminar estos “lados malos del sistema capitalista? Tampoco pueden. Porque al darse de patadas unos con otros, entre todos impiden darles solución de continuidad posible, sin romper políticamente con él.

Convicciones teóricas científicas, corruptores y corruptos

         Pensar que los políticos se corrompen cuando utilizan sus cargos en las instituciones del Estado para enriquecerse ilícitamente, es tan sospechosamente simplista y equívoco, como pensar tautológicamente, que la causa de la delincuencia es el delito. Una cosa es el acto delictivo y otra la necesidad objetiva y posibilidad real de cometerlo: las condiciones. Todo sucede según se den o no se den determinadas condiciones. Tanto las objetivas —que se dan independientemente la voluntad de nadie—, como las subjetivas o políticas, que se crean deliberadamente.   

         Para delimitar precisamente una cosa de la otra, hay que comenzar por definir la corrupción política. Es el resultado de operaciones ilegales deliberadamente encubiertas, en las que participan, por una parte, individuos que —según la magnitud de lo que se negocia— detentan altos, medianos o pequeños cargos públicos en las estructuras del Estado y, por otra, individuos que actúan en su carácter de pequeños, medianos o grandes empresarios en la sociedad civil. Dicha negociación se lleva a término en la intimidad de los despachos, donde los funcionarios públicos negocian y acuerdan con los empresarios, asignarles discrecionalmente la ejecución de determinadas obras públicas con cargo a los presupuestos estatales, a cambio de cierta cantidad de dinero de la cual se apropian.    

         Marx decía, con razón, que el burócrata estatal se define, porque tiende a convertir su función pública en cosa privada cambiando favores por dinero: la coima. Pero esta es una tendencia que solo se puede apoderar de los políticos profesionales. Sin olvidar que la corrupción política no sólo es consustancial al sistema capitalista por el uso mercantil que los funcionarios públicos suelen hacer de su función pública, sino por el hecho de que la justicia solo penaliza los actos delictivos individuales, de modo que, al ser juzgados, los políticos corruptos y los empresarios implicados quedan convertidos en chivos expiatorios de un sistema, cuyas estructuras jerárquicas institucionales posibilitan la corrupción, pero al mismo tiempo la condenan, reproduciendo engañosamente así, en la conciencia colectiva, el mito del Estado como representante de los "intereses generales" de la sociedad.

         De este modo, la continuidad de la corrupción política se refuerza y queda garantizada, toda vez que solo afloran los casos que se juzgan para conocimiento de la opinión pública y presunto “saneamiento moral” de las instituciones, tal como está previsto legalmente, lo cual engrana o se articula perfectamente, con la "alternancia" de los distintos partidos burgueses y sus candidatos electos a cargo de sucesivos gobiernos, mediante ese lubricante de primera calidad que es la liturgia de las elecciones periódicas en medio del espectáculo recurrente que se monta, para dar escarmiento a los “corruptos”, poniendo en su lugar a nuevos candidatos susceptibles de corromperse.

         Este razonamiento conduce a concluir, que los políticos no se corrompen por el hecho de trasgredir la prohibición de corromperse, sino por el hecho de participar en las instituciones del Estado burgués, creadas por la propia burguesía para corromper a los políticos. Del mismo modo que el germen infeccioso del pecado original cometido por Adán y Eva, no estaba en sus espíritus como individuos, sino en el paraíso terrenal que, según el mito, había sido creado previamente por el vengativo Dios de los cristianos con el demonio dentro, a sabiendas de que aquellos supuestos pobres infelices acabarían cediendo a la ya prevista tentación.

         No es casual, que los únicos asalariados con posibilidad real de corromperse, sean los políticos. Por tanto, es en las instituciones económicas y políticas del sistema capitalista y no en otro sitio, donde palpita la tentación de los empresarios y los políticos a delinquir, negociando la cosa pública como si fuera privada, cuya parte compradora proviene siempre de la sociedad civil, donde solo se intercambian cosas privadas.

         Y esto es así, porque las instituciones políticas estatales han sido concebidas, para ser perfectamente permeables a la contraparte privada que, desde la sociedad civil, hace realmente posible el negocio de la corrupción. Las instituciones políticas del Estado, están constantemente atravesadas por las instituciones económicas del sistema. Ambas son partes constitutivas del mismo mecanismo de corrupción. Hasta el punto de que la corrupción política no deja ser el producto de un negocio privado previo al acto mismo del intercambio en que se materializa.

         No se debe olvidar, además, que los modernos burgueses son émulos de Hermes —dios mítico del comercio en la Grecia más antigua, es decir, de la astucia propia de los ladrones y los mentirosos. Los mismos que hoy, a fuerza de talonario, mueven más dinero que el existente en todos los tesoros públicos del Mundo, e influencias políticas en los distintos Estados nacionales, para poder enriquecerse y enriquecer a los funcionarios que corrompen. Tal como se ha venido demostrando desde la toma de Bastilla y se ratifica hoy día en España con el escándalo del caso Bárcenas —que afecta a la derecha—, tanto como el caso de los  mil millones en Expedientes de Regulación de Empleo malversados en la Junta de Andalucía, que afecta a su contraparte de la izquierda.    

 

         Ningún marxista consecuente pudo, puede ni podría ser víctima de la corrupción política. Porque se niega a participar en las instituciones políticas del sistema. Teóricamente convencido, como está, de que junto con el sistema económico basado en la propiedad privada sobre los medios de producción, es OBJETIVAMENTE NECESARIO también, destruir sus instituciones políticas hechas para ser corrompidas. La resolución de este problema, que no deja de ser en última instancia político, es primordialmente de carácter teórico. Por eso Marx también sigue vivo en su aforismo: “La libertad (subjetiva) es el conocimiento de la necesidad (objetiva)”.

Justificación del capitalismo y necesidad de la revolución.

         Los reformistas políticos pequeñoburgueses, que repelen el marxismo —tanto como se aferran al capitalismo—, justifican ante la opinión pública su existencia como burócratas eventualmente a cargo de las instituciones del Estado capitalista, vendiendo la idea de que los lados malos de la economía política en la sociedad civil, se pueden eliminar conservando sus lados buenos. ¿Cómo? A instancias de la política económica que, cuando están en la oposición, ellos siempre prometen aplicar y llaman “planificación”.[6] Pero cuando les toca ser gobierno y desde la sociedad civil sienten las presiones de sus mandantes gran burgueses —que ahora pasan por ser “los mercados”—, entonces para justificar el incumplimiento de sus promesas, amputan quirúrgicamente la máxima de Benjamin Disraeli, diciendo que: la política es el arte de lo posible[7].

         La única  política económica posible para este tipo sujetos en función de gobierno y bajo condiciones políticas “democráticas”, es la que desde la sociedad civil y en cualquier circunstancia económica, le dictan los más poderosos lobbies económicos, que ellos normalmente obedecen disciplinadamente por la cuenta que les trae. Como hizo el “socialista” Zapatero durante su última presidencia de gobierno a cargo del PSOE, tras la comunicación telefónica que mantuvo con el actual presidente norteamericano Barack Obama el 10 de mayo de 2010, poniéndose de acuerdo con él en que "hay que calmar a los mercados": La “democracia” es la dictadura política del capital.

          Nosotros no te decimos “deja de luchar, toda tu lucha no vale nada”. Nosotros te damos las verdaderas consignas por las que, siendo objetivamente necesario, vale la pena luchar.

Lo que Marx ha querido significar con estas palabras, es que, dentro de la sociedad capitalista, los asalariados no tienen nada que reivindicar salvo su existencia como clase explotada. Por lo tanto, si esta clase de alguna forma participa en un gobierno queriendo dejar de ser explotada, pero carece del conocimiento veraz acerca de su propia realidad, es decir, desconoce las verdaderas causas por las cuales existe como clase explotada, le será imposible saber por qué razón y cómo dejar de serlo para recuperar su propia humanidad.  

Y si no lo sabe, o si lo que quiere carece de sustento racional que justifique su aspiración, tampoco tendrá moral para luchar por ello. Porque no sabrá lo que es necesario hacer para conseguir aquello a lo que íntimamente aspira. Por lo tanto, tampoco podrá convencer a quienes necesita que le acompañen: los pequeñoburgueses rurales y urbanos. En ese caso, su función de gobierno será nula y cualquier decisión que se adopte no será suya, sino de aquella fracción de la clase explotadora que alternativamente lidera la acción de gobierno.

Porque, para actuar, los explotadores no necesitan conocer las leyes que presiden el movimiento de la sociedad actual. Simplemente actúan según esas leyes, porque les hacen sentir bien. Por eso dice Marx que si algo enseña la experiencia obrera participando en gobiernos burgueses como el del “Partido Socialista Democrático” en su época —emulado por la socialdemocracia de hoy día—, es lo que pasa "cuando se alcanza demasiado pronto el poder", es decir, cuanto todavía no se conoce la necesidad de actuar en determinado sentido y no en otro cualquiera. Lo cual nos remite al mismo aforismo de Marx: “La libertad es el conocimiento de la necesidad”:

<<Una araña ejecuta operaciones que se asemejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar su construcción, la proyecta en su cerebro>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. V “El proceso de trabajo”. Subrayado nuestro)

 

         Tal ha sido y sigue siendo, precisamente, el cometido de todos nuestros trabajos: convencer de que todo lo que hasta cierto momento existe es necesario, hasta que deja de serlo cuando a fuerza de volverse contraproducente para la vida, la necesidad o razón de ser de una realidad superior que todavía no existe, se fija en el pensamiento social mayoritario pugnando por que pase democráticamente a existir realmente.

 

         Y si tal como se ha demostrado ser cierto, que los sistemas económico, político y judicial bajo el capitalismo en el mundo han venido cometiendo el delito de cohecho continuado, para mantener un status quo social absolutamente inhumano cada vez más insoportable, nosotros insistimos en proponer con total certidumbre:   

1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas sin compensación alguna.

2) Cierre de la Bolsa de Valores.

3) Control obrero permanente de lo que se produce y contabiliza en todas las empresas.

4) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

5) Viva la lucha en España de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH).

6) Viva la lucha de los estafados por los bancos mediante acciones preferentes y subordinadas.

7) Viva la lucha del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT).

8) Viva la lucha de la “marea blanca” contra la privatización de los servicios públicos esenciales de salud, educación y dependencia.

9) Viva la lucha de los asalariados de astilleros.

10) Viva la lucha de los asalariados mineros.

11) Viva la lucha de los asalariados que no luchan.

12) El proletariado hará la revolución, lo quiera hoy o todavía no lo quiera.   

 

 

 

  



[1] El concepto de Capital fijo (maquinaria, herramientas, mobiliario, etc.) difiere del Capital circulante (materia prima), en el hecho de que el primero, durante el proceso de producción traslada directamente su valor al producto que contribuye a crear, en todo lo que para tal fin se desgasta. Por el contrario, el capital circulante, desde su extracción y durante su proceso de comercialización —en que circula pasando de unas manos a otras— hasta quedar incorporado a un producto final, es objeto de cambios en su forma física y económica por medio del trabajo social, de modo que, en tanto y cuanto es transformado se valoriza. Pero tanto el capital fijo como el capital circulante en sí y por sí constituyen ambos el Capital constante, por el hecho de que no son factores creadores de valor. Se limitan a trasladar su valor al producto final. De  ahí su calificativo de  “constante”. La fuerza de trabajo es la única parte del capital invertido que, a instancias previas del contrato salarial y durante el subsiguiente proceso productivo como fuerza de trabajo en acción, el trabajo asalariado no solo traslada al producto que crea su propio valor como retribución salarial, sino que durante cada jornada laboral le añade un plus de valor que el capitalista se apropia “por la cara" como plusvalor o masa de ganancia, de magnitud variable según la tasa de explotación también llamada más propiamente tasa de plusvalor. Tal proceso explica su calificativo de “variable”.      

[2] Se entiende por “rotación”, al proceso comprendido entre el tiempo de la producción y el de la realización o venta de cada  producto. 

[3] Los teóricos de la burguesía difunden la especie, de que la insostenibilidad del sistema de pensiones radica en la cada vez mayor esperanza de vida de la población, que atribuyen al progreso científico-técnico bajo el capitalismo. Como si ese progreso fuera posible gracias a los empresarios, a quienes se les atribuye la supuesta virtud de “crear empleo”. Dicho progreso se traduce en una mayor productividad por unidad de tiempo empleado en producir cada unidad de producto. En el prólogo a la tercera edición del Libro I de “El Capital”, Engels distingue entre dos vocablos alemanes. La palabra Arbeitgeber designa al que se apropia trabajo de otro por dinero (no equivalente), mientras que por Arbeitnehmer se entiende al que trabaja para otro mediante un salario. El primero es un explotador. El segundo,  alguien que se gana la vida honradamente y, al mismo tiempo, “trabaja para otros” en el sentido de que  aporta al sistema jubilatorio de la siguiente generación de asalariados. De no existir los Arbeitgeber, el sistema jubilatorio sería plenamente sostenible.     

[4] La tasa de acumulación es un indicador de la proporción en que  —según progresa la fuerza productiva del trabajo—, parte del salario es convertido en plusvalor ya capitalizado. Proceso que, dados los férreos límites naturales de la jornada de labor media, llega a un punto en que su continuidad se torna imposible.

[5] Para dar una idea de la magnitud en que la burguesía internacional incrementó históricamente su patrimonio privado explotando trabajo ajeno, basta decir que a mediados del siglo XIX, el capital global en funciones se medía en solo miles de millones de unidades monetarias, sean Libras esterlinas, Francos o Marcos. 

[6] Uno de los más importantes acuerdos entre la izquierda y de la derecha española que hicieron posible aprobar la Constitución vigente desde 1978, aparece reflejado en el artículo 131 referido, precisamente, a la planificación de la economía “para atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución. ¡¡Mentira!! Bajo el capitalismo no puede haber distribución justa posible.

[7] El aristócrata y político de la derecha británica, Benjamín Disraeli, definió a la política como “El arte de hacer posible lo necesario”.  Y entendió por necesario a lo objetivamente determinado por las leyes económicas del sistema capitalista. Pero no precisamente por esto, sino porque naturalmente tales leyes favorecen el interés e ideología de los explotadores de trabajo ajeno ¿Dónde se queda, pues, la lucha por la justicia social en un sistema de vida que se presupone mejorable? Es éste un interrogante frente al cual, los hipócratas oportunistas de la izquierda burguesa carecen de argumentos. Para salir del atolladero, amputaron quirúrgicamente la máxima de Disraeli, redefiniendo a la política como “el arte de lo posible”. Pero se quedaron igualmente con el trasero al aire.