02. El resultado de la paz perpetua que prometió el librecambio entre 1944 y 1971

 

          Para ello es preciso recordar lo sucedido en la Conferencia monetaria y financiera de la ONU —todavía en fase de constitución orgánica—, que tuvo lugar en la localidad norteamericana de Bretton Woods en julio de 1944. Allí se acordaron las reglas que prevalecerían en las futuras relaciones comerciales entre los países más industrializados del mundo, decidiendo poner fin al proteccionismo nacionalista vigente durante el período 1914-1945, doctrina a la que en esa conferencia se le atribuyó ser la causa de los dos conflictos bélicos mundiales. Y para tales supuestos fines de propender a la paz duradera en el Mundo, se consideró necesario implantar una política librecambista o de libre mercado, tal como fuera concebida por los economistas clásicos en el Siglo XVIII. Así fue como se creó el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en el contexto de una doctrina económica ultraliberal, que no solo adoptó al dólar como instrumento de referencia en los intercambios internacionales, sino que suplantó a la Libra inglesa como moneda de reserva mundial que lo había sido en el siglo XIX. Se aceptó el dólar como garantía de estabilidad en los intercambios, es decir, que cada dólar estuviera permanentemente respaldado por una cantidad nominal equivalente en oro contante y sonante. Desde aquel momento, los dólares pudieron ser cambiados por oro, a razón de una onza por cada 35 unidades de ese papel.  

          Pero hete aquí, que la competencia intercapitalista derivada de la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, en 1959 acabó metiendo a la burguesía norteamericana en una guerra, que se prolongó durante 16 años y estuvo en el origen de su propia decadencia. Nos referimos a su decisión de intervenir militarmente en los asuntos del pueblo Vietnamita; un país que después de liberarse del colonialismo francés y resistirse a las asechanzas de China, intentó unificarse para vivir en un régimen socialista burocrático degenerado, apoyado por la ex URSS. Como resultado de esa injerencia militar de los EE.UU., murieron en aquella  guerra entre dos y seis millones de personas, de ellas 58.000 norteamericanos. Vietnam del norte perdió el 70% de su infraestructura industrial y de transportes: la destrucción de puentes, carreteras y vías férreas, 3.000 escuelas, 15 centros universitarios y 10 hospitales. Pero es que, además, el medioambiente de ese país asiático fue seriamente dañado por la utilización por el ejército norteamericano del agente naranja; ese y otros productos químicos convertidos en armas letales, provocaron miles de abortos prematuros, esterilidad y otros tantos nacimientos con malformaciones fetales. Extensas zonas del país quedaron sembradas de minas explosivas que siguen causando muertes todavía hoy. Y en EE.UU., la firme oposición a esa guerra se extendió entre la juventud incluso fuera del país, convertido en un movimiento mundial contra el sistema. El desastre causado hizo estragos en el espíritu colectivo de la ciudadanía norteamericana, donde miles de soldados que volvieron de aquella matanza en suelo vietnamita, se hundieron en el mundo de las drogas; y otros tantos miles quedaron condenados a minusvalías de por vida, amputados, paralíticos y trastornados mentales.

          Pero las consecuencias de esa guerra, fatales para los EE.UU. como Estado nacional, fueron en gran medida de carácter económico y financiero, a raíz de que los gastos para sostenerla fueron superando a los ingresos. Hasta el punto de que ese país perdió una importante cantidad de sus reservas en oro. Hasta que ante la inminente quiebra, su presidente de turno, Richard Nixon, decidió terminar con la libre convertibilidad del dólar en oro, rebajando el billete verde a la condición de una moneda fiduciaria universal —sin respaldo de valor en ningún bien material— emitida y aceptada por decreto: puro dinero de papel. Bajo tales circunstancias desastrosas para ese país y para el sistema capitalista mundial, paradójicamente la burguesía norteamericana se enriqueció; especialmente los capitales dedicados a la industria bélica. Pero la capacidad financiera del  país como Estado nacional se debilitó al extremo. Con todas las consecuencias nefastas para las mayorías más desprotegidas de su población.

          Tal deriva prosiguió, hasta que en las postrimerías de esa guerra a principios de la década de los 70 el Siglo pasado, se hizo notorio que la masa de “valor” nominal en dólares que circulaba por todo el Mundo, excedía con creces el valor en oro metálico a disposición de la Reserva Federal norteamericana:

<<Los costes financieros de la Guerra del Vietnam, alrededor de 113.000 millones de dólares, y de la Gran Sociedad (The Great Society) hicieron que el gobierno norteamericano se viese forzado a generar montañas de deuda pública. A principios de 1971, los pasivos excedían los 70.000 millones de dólares, pero el gobierno de EE.UU sólo poseía 12.000 millones en oro con lo que respaldarlos>>. (Albert Ferrer Sánchez: “La influencia de la escuela liberal  Austríaca en el proceso de integración europea” Pp. 11  

          En este punto hay que recordar, también, que como consecuencia de los costos de la guerra en Vietnam pesando sobre la economía norteamericana, fue Francia durante la presidencia de Charles De Gaulle corriendo el año 1965, el país que por primera vez alzó la voz exigiendo su oro a cambio de dólares, negándose a seguir acumulando un dinero de papel cuyo respaldo en valor real se diluía como un azucarillo en un vaso de agua. Ante esa evidencia y temiendo lo peor, es decir, que por circunstancias imprevisibles ocurriera en Fort Knox una corrida sobre el oro a cambio de dólares —que despojaría totalmente a los EE.UU. de sus reservas en ese metal—, el 15 de agosto de 1971 el Presidente Richard Nixon decidió suspender la libre convertibilidad de dólares en oro sine díe, situación que todavía se prolonga.

          Dos años después, no se sabe cómo ni por mérito de quién, surgió una inteligente y astuta iniciativa: sustituir el oro por petróleo como soporte material de valor del dólar. Y así fue como el propio Nixon durante su mandato, encomendó a Henry Kissinger en su carácter de Secretario de Estado, la tarea de acordar con Arabia Saudita —y por su intermedio con los más importantes países exportadores de petróleo—, que aceptaran al dólar como moneda de referencia para realizar sus transacciones comerciales petrolíferas. En reciprocidad, EE.UU. se comprometía a ofrecer a los jeques árabes protección militar y venta de armamento. A este acuerdo se sumaron los países de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), que así permitieron a EE.UU. proseguir emitiendo dólares sin respaldo en su propia riqueza creada, a cambio de brindar seguridad militar y armamento a los países involucrados en tal componenda. ¿Hay duda de que fue ese un arreglo entre mafias beligerantes a espaldas de sus respectivos pueblos? ¿Hay duda de que las guerras son la resultante inevitable de la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, a instancias de la competencia intercapitalista? El respaldo al dólar que los más acaudalados mafiosos propietarios norteamericanos necesitaban, lo encontraron parasitariamente no en la riqueza generada por EE.UU., sino por terceros países: los productores de petróleo. ¿Hay duda de que esas mismas mafias que mueven hoy los hilos de la guerra en Siria, hayan surgido “democráticamente”, del secreto contubernio de intereses entre grandes empresarios privados y políticos profesionales institucionalizados?

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