Asalariado:
¡¡Aviva el seso y despierta!!
<<Hegel ha sido
el primero en exponer rectamente la relación entre libertad (de acción) y
necesidad. Para él la libertad es la comprensión de la necesidad (es
decir, el hecho de actuar, no supone por eso ser libre, si lo que se hace no es
necesario). [….] La libertad de la voluntad no
significa, pues, más que la capacidad de poder decidir con conocimiento de
causa. Cuanto más libre es el juicio (certeza) de un
ser humano respecto de un determinado punto problemático, con tanta mayor necesidad
estará determinado el contenido de ese juicio (su concepto y la consecuente
voluntad de resolver el problema);
mientras que (por el contrario) la
inseguridad debida a la ignorancia y que elige con aparente arbitrio
entre posibilidades de decisión diversas y contradictorias, prueba con ello su
propia libertad, su situación de dominado por el objeto al que
precisamente tendría que dominar. La libertad consiste, pues, en el dominio
sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza exterior, basado en el conocimiento de las (distintas) necesidades naturales (que exigen de nosotros mismos en cada caso
un determinado comportamiento)>>. (F.
Engels: “Antidühring” Cap. XI: “Moral
y derecho. Libertad y necesidad” Ed. Grijalbo/1977 Pp. 117/118. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros. Versión digitalizada Pp. 104)
01. ¿Cuál fue
la trampa de las últimas elecciones en Catalunya?
El pasado día 03
de octubre hemos recibido un correo de Santi Ochoa, quien bajo el título de: “La
trampa del 47-53” en alusión al resultado oficial de las recientes
elecciones al parlamento en Catalunya, vino a decir lo siguiente:
<<El
primer paso para la manipulación de los resultados electorales es haber
omitido deliberadamente la referencia a las cifras del número de votos, que
enseguida desaparecen en la mayoría de las informaciones o análisis del
escrutinio, siendo sustituidos por
porcentajes abstractos.
Una
vez más, así ha vuelto a suceder en las recientes elecciones al Parlament de 2015,
donde se ha vuelto a repetir como un mantra que según los resultados
electorales hay una mayoría de catalanes que no están por la
independencia, pues el porcentaje de votos independentistas de “Juntos por el
Sí” (JxSi) sumados a la “Candidatura por la Unidad Popular” (CUP) son el 47%, o
sea menos de la mitad del censo electoral; y sin embargo la opción españolista se
supone que es del 53%.
La trampa ha
consistido en interpretar que casi un millón de personas, 988.400 que se han
abstenido de votar o que han votado en blanco o nulo, son también contrarios a
la independencia de España, cuando por su naturaleza no se pueden interpretar ni
a favor ni en contra de ninguna opción.
Por lo
tanto, la realidad es bien distinta. El total de votos independentistas fue de
casi dos millones, exactamente 1.957.348 = 1.620.973 de “Juntos por el Sí” +
336.375 de la “CUP”. Y los votos españolistas, o sea el resto de las
candidaturas, fueron un millón y pico: 1.192.060. Así las cosas, si los votos
de ambas partes se comparan con el censo electoral que es de 4.115.807
electores, la horquilla del porcentaje de votos independentistas es del 47,55%
frente al 28.96 % de los españolistas. Pero si
se comparan con el total de votos emitidos y escrutados = 3.149.408, que
es lo correcto, la horquilla resulta ser del 62,15% frente al 37,85%.
Dicho de otra forma, estas elecciones han revelado que, hoy por hoy, por cada
100 electores que han votado españolistas, 164 han votado por la República
Catalana Independiente. Esto resulta de dividir 1.957.348 votos a favor del Sí,
por los 1.192.060 votos a favor del No; nada que ver con las cantidades que dan
título a este artículo>>.
Bien. Hasta este punto se explica
perfectamente la trampa que Santi Ochoa, con toda razón, atribuye a los nacionalistas de arriba que
todavía gobiernan a España con sede en La Moncloa, para que así parezca como si
el voto del No a la independencia de Catalunya, haya triunfado frente al Sí. O
sea, que denuncia a quienes detrás o por debajo de esa tramposa maniobra de
cálculo electoral, esconden su política totalmente contraria al legítimo
derecho de los pueblos a su autodeterminación.
Pero,
¿determinar quiénes hayan ganado estas elecciones realmente es el verdadero punto
problemático a resolver en cuanto a lo que significa la libertad, entendida
como el conocimiento de la necesidad? ¿Qué cambiaría hoy día esencialmente hablando en la
sociedad catalana la posible autodeterminación nacional, si las mayorías sociales dentro de esa
nueva nación independiente siguen siendo
de condición económica y política subalterna, explotada y oprimida? Nos
referimos a “los de abajo” como así precisaba
en definirles Bertolt Brecht. Y es que cuando en el actual sistema capitalista cualquier “pueblo”
alcanza la autodeterminación nacional, sin
más, arrastra consigo las diferencias
de clase social subsistentes, es decir, la palpitante contradicción política
entre las mayorías sociales subalternas “de abajo” y las minorías dominantes
“de arriba”. Porque lo decidido entre todas ellas juntas votando en unas urnas
como pueblo la soberanía nacional sobre un
territorio, en modo alguno supone que “los de abajo” consigan la más mínima emancipación real. Muy por el
contrario, mantiene y consolida en el poder político a “los de arriba”. He aquí
la verdadera trampa en toda
esta movida. Porque la noción de las palabras “pueblo” y “nacionalidad” o
“patria”, no elimina —y ni siquiera suspende— las diferencias de clase subsistentes,
donde “los de arriba” siguen ejerciendo el dominio político sobre “los de
abajo”. Unos hechos consumados desde los tiempos de la Revolución Francesa, que
la cacareada “soberanía nacional” no hace más que consolidar. Por eso Bertolt
Brecht decía con toda certidumbre:
<<El
nacionalismo de los de arriba sirve a los de arriba. El nacionalismo de los de
abajo sirve también a los de arriba. El nacionalismo, cuando los pobres lo
llevan dentro, no mejora: es un absurdo total>>
De aquí se deduce que mientras “los de abajo” en
cada nación no adquieran conciencia
de clase, jamás serán realmente libres ni decidirán hacer lo necesario
para salir de esa miserable, humillante y tramposa condición “nacional”. Seguirán
siendo relegados y subalternos, es decir, unos mandados por completo carentes
de autodeterminación social y humana. Y no se atreverán a luchar por su
libertad convenciendo a “los de arriba” para que renuncien a ese odioso privilegio que les
confiere la trampa de la “democracia representativa”. El conocimiento de causa
como condición ineludible de la verdadera libertad. Este es el punto
problemático que deben resolver las mayorías asalariadas en las actuales
circunstancias. Porque el hecho de decidir votando —como pueblo— qué fracción de las minorías sociales seguirán detentando
el poder real en cada nación
o patria, no supondrá que esas mayorías sociales hayan concretado allí donde
vivan, la más mínima emancipación para ser humanamente libres sino al
contrario, reafirmarán sin darse cuenta en su falsa
conciencia, la condición de seguir siendo clase subalterna o dominada, a la vez que justificarán en el
ejercicio del poder efectivo y real
a “los de arriba” que les explotan y oprimen. Bajo tales condiciones será falso
de toda falsedad que puedan compartir “la patria”, porque no será suya:
<<Los obreros no tienen patria. No se les
puede arrebatar lo que no poseen…>> (K. Marx F. Engels: “Manifiesto
comunista” Cap. II)
Esta es
la realidad que la clase dominante “nacional” ha podido ratificar en Catalunya,
una vez más, mediante la llamada “voluntad popular” ejercida en esa ceremonia
de la confusión que tuvo lugar allí durante las últimas elecciones el 27 de
setiembre pasado. Todo un ritual que consagra el timo del “derecho ciudadano a
decidir”, envuelto en el mito de la autodeterminación nacional que, para “los
de abajo”, no conduce a ninguna parte que valga la pena.
02. Autodeterminación
nacional y emancipación social
En octubre
de 2013 y a raíz de lo publicado por nosotros en setiembre bajo el título: ¿Guerra entre países o guerra entre las
clases dominantes de esos países?, un ciudadano argentino interlocutor
de nuestra página nos atribuyó ser “esquemáticos”, por el hecho de haber
afirmado, precisamente, algo tan elemental y evidente como que las supuestas
“guerras entre países” en realidad son guerras entre las clases dominantes de esos países, donde “los de abajo”
fungen como carne de cañón. Contestamos a esta opinión seguidamente publicando:
“La Patria. Ese
resabio útil para que se maten entre sí los explotados”, en cuyo breve apartado
06 demostramos el engaño y la verdadera trampa que supone conformarse con la subyugante
autodeterminación nacional, existiendo ya las condiciones materiales necesarias
para que los “de abajo” podamos luchar exitosamente por alcanzar la
emancipación humana en general para todos:
<<Nos acusa Ud. de profesar un “esquematismo
dogmático espantoso de carácter eurocentrista”, creyendo
ilusoriamente que al luchar junto a la burguesía por la emancipación
política y/o económica de su propio país, el proletariado también lucha por su
propia emancipación humana como clase social. Es indiscutible que
los EE.UU. como país oprimido guerrearon contra Gran Bretaña hasta lograr independizarse
política y económicamente de ese imperio colonial desde julio de 1776. ¿Ha
cambiado allí por eso la lógica de la explotación capitalista, la sujeción
económica y política del proletariado norteamericano a su respectiva burguesía
nacional? ¿Se atenuó siquiera semejante supeditación? Al contrario. Se ha
reforzado. ¿Puede probar Ud., por ejemplo, que no haya sucedido lo mismo en
Argentina desde la declaración de su independencia en 1816? >>. (Op. Cit.)
Salvo en la URSS entre octubre de 1917 y enero de 1924,
no hay país en la moderna sociedad capitalista donde los propietarios sobre los medios de producción y de cambio
hayan dejado de ejercer la explotación y la opresión sobre sus mayoritarias
clases subalternas asalariadas. En todos ellos, el grado de explotación capitalista del trabajo asalariado, se mide universalmente por su productividad,
de modo que a mayor eficacia del trabajo por unidad de tiempo empleado, mayor
explotación de los asalariados. O sea, que con cada incremento de la
productividad, el salario relativo disminuye
en todo lo que el plusvalor
embolsado por los capitalistas aumenta. ¿No es esta lógica del capital
la que sigue presidiendo
objetivamente la penuria relativa de los explotados y sus luchas hoy
día en todo el Mundo?
<<La incontenible y progresiva mejora de la
maquinaria hace cada vez más precarias sus condiciones de vida, de modo que los
enfrentamientos entre cada obrero y cada capitalista por separado van adoptando
cada vez más el carácter de colisión entre las dos clases>>. (K. Marx-F. Engels: “Manifiesto Comunista” Cap. I)
En cualquier
país cuya sociedad está dividida en clases sociales, su emancipación
política del imperialismo, es decir, su soberanía
nacional, en modo alguno supone la emancipación humana ni la soberanía de
todos sus habitantes. Las
mayorías laboriosas siguen sometidas a la explotación y, por tanto, a la
dominación política de sus clases explotadoras emancipadas del colonialismo.
¿Dónde está pues, la “patria libre” de los asalariados en la sociedad
capitalista?
¡¡Luchar con el firme propósito de expropiar a los propietarios de los medios de producción
y de cambio, acabando para siempre con la explotación económica y la consecuente
opresión política, humanizando a la
burguesía!! Ésta es la verdadera emancipación
universal todavía pendiente. Porque durante cada crisis económica y en
cada guerra, los burgueses muestran sin rubor su inhumanidad y su semejanza con cualquier animal de rapiña. Como decía
Marx:
<< ¿En qué se distingue la historia
humana de la libertad respecto de la libertad del jabalí, si se debe ir a
encontrarla solo en las selvas?>>. (“Crítica de la
filosofía hegeliana del derecho estatal”. Pp. 5).
¡¡Prohibir radicalmente a escala planetaria la
propiedad privada con fines de explotación ajena!! Esta es, pues, la única forma política posible de
los asalariados para emanciparse
económica y socialmente de su condición de explotados y oprimidos, emancipando a la vez humanamente a los
capitalistas. El propio ser de los asalariados, sometidos a una
explotación cada vez más intensa, a una mayor pobreza relativa y a una
agudización de la pobreza absoluta que involucra a una mayoría del pueblo en los países más pobres, es lo que
caracteriza a toda sociedad divida en clases sociales, desde el esclavismo al
capitalismo, pasando por el feudalismo. Todo ello ha discurrido en el curso de
un proceso histórico que ha evolucionado según avanzó el progreso de la potencial productividad del trabajo
incorporada a los medios de producción. Una realidad que ha impulsado la lucha
de la clase subalterna en cada etapa de ese desarrollo histórico de la
humanidad. ¿Ha tenido Ud. en cuenta este pensamiento rigurosamente científico para explicar la historia de los
seres humanos? Al contrario. Se ha limitado a calificar este razonamiento de “esquematismo dogmático espantoso”
¿Es Ud. o ha sido alguna vez de condición asalariada, señor Schiavoni?
03. Un aleccionador retazo de la
historia
¿Y qué decir de los políticos profesionales de medio
pelo en nuestros días, esos oportunistas socialdemócratas de hoy, verdaderos inútiles
en la tarea de llevar adelante las ya
no sólo necesarias sino posibles causas nobles? Inútiles porque a la
primera oportunidad en busca de notoriedad, poder y riqueza, se corrompen
pasando a compartir mesa y mantel con la gran burguesía. Sí, esos hipócritas que
quieren el capitalismo pero no sus necesarias e inevitables consecuencias, y
que a sabiendas siguen consagrando el actual estatus quo como el non plus ultra
de la sociedad humana, oficiando de mediadores entre explotadores y explotados al
interior de las instituciones políticas en los distintos Estados capitalistas,
sin excepción. Para mantener y consolidar esa odiosa relación de dominio y
sujeción.
Esto mismo es lo que hicieron sus antecesores desde
los tiempos en que irrumpieran al interior del sistema. Pero aquellos eran unos
ingenuos, sinceros y honestos reformadores sociales, como el francés Joseph Proudhon y el prusiano Wilhelm Weitling, sin ambiciones de “famoseo” y enriquecimiento,
que es lo que esconden estos de hoy, buena parte de ellos sin darse cuenta. Y a
propósito, es interesante lo que relata el escritor y crítico literario Pavel Vasilievich Annenkov en sus memorias, cuando presto a iniciar su viaje por
Europa en 1846, un terrateniente ruso, “famoso
como intérprete de canciones zíngaras, buen jugador de cartas y experimentado
cazador”, llamado Tolstoi —nada que ver con su homónimo autor de “Guerra y
Paz”—, le entregó una carta para el ya también célebre Karl Marx, a quien había
conocido personalmente en uno de sus viajes por Europa y haberle prometido vender
sus tierras en Rusia, para poner todo su patrimonio al servicio de la “inminente revolución”. Pero una vez
que volvió a pisar su tierra natal olvidó por completo la promesa.
Lo interesante del episodio vinculado con ese viaje,
es que así pudo Annenkov conocer a Marx en Bruselas entregándole la carta el 30
de marzo, cuando al día siguiente y en presencia de Federico Engels, tenía previsto
realizar en su casa una reunión con el sastre Weitling —quien por entonces dirigía en Alemania
un partido político de cierta influencia entre los círculos obreros— para
concretar una táctica común con arreglo a una estrategia reformadora de la sociedad. Tan ilusoria como la que hoy día
siguen propugnando nuestros políticos profesionales que medran inculcando las
mismas tonterías superficiales desde los aparatos ideológicos del Estado,
alternándose periódicamente con los liberales de la derecha y del
centro-derecha ocupando sus instituciones de gobierno en el Mundo entero:
<<El sastre agitador Weitling era un hombre joven, rubio, hermoso,
que vestía una chaquetilla bastante cursi, tenía una barbita de corte coquetón
y más bien con aspecto de viajante de comercio que de obrero rudo y amargado,
tal como yo me lo había imaginado>>. (Hans Magnus Enzensberger: “Conversaciones
con Marx y Engels” Ed. Anagrama. Barcelona/1973 Tomo I Pp. 64)
Una vez presentados, los asistentes tomaron asiento en
torno a “una mesita verde”, cuya
cabecera fue ocupada por Marx portando un lápiz “con su testa de león inclinada sobre una hoja de papel”,
flanqueado a su derecha por “su amigo y
compañero en la propaganda, el alto, erguido, serio y británicamente digno
Engels”, quien inició la sesión destacando:
<<….la necesidad de que
aquellas personas dedicadas a la reforma del mundo laboral tengan ideas claras
acerca de sus respectivas opiniones, y que era necesario crear una doctrina
común, que sirviera de bandera y en torno a la cual pudieran congregarse todos
aquellos que no tuvieran el tiempo o las posibilidades de ocuparse en
cuestiones teóricas…>> (Op. Cit.)
Cuenta Enzensberger que Engels no había terminado su discurso, cuando Marx le interrumpió
levantando la cabeza y dirigiéndose directamente a Weitling comenzó diciéndole:
<<Díganos Weitling, Ud. que
armó tanto jaleo en Alemania con su propaganda comunista y ha reunido en torno
suyo a tantos obreros que de esta forma perdieron el trabajo y el pan. ¿Con qué
argumentos defiende Ud. su actividad revolucionaria y social, y cómo piensa
basarla en el futuro? Todavía recuerdo con todo detalle —dice Annenkov— la
forma de esa pregunta brusca, dado que aquél reducido círculo de personas dio
lugar a una apasionada discusión que, como explicaré más adelante, no duró
mucho tiempo.
Weitling parecía querer mantener
la discusión en lugares comunes de la retórica liberal. Con semblante serio,
preocupado, comenzó a explicar que no era tarea suya crear nuevas teorías
económicas, sino aceptar aquellas que —como había quedado demostrado en
Francia— eran las más adecuadas para que los obreros abrieran sus ojos ante lo
desesperado de su situación, ante todas las injusticias que les infligían los
gobiernos y la sociedad, y para que aprendieran a no conceder crédito a ninguna
promesa, poniendo todas sus esperanzas en ellos mismos, en la construcción de
la sociedad comunista democrática.
Weitling hablo mucho, pero con gran extrañeza por mi parte y a diferencia
del discurso de Engels, sus palabras eran oscuras y enredadas, incluso en la
forma, repitiéndose a menudo y corrigiendo sus propias palabras. Con grandes
dificultades llegó a la conclusión, que en su caso vino retrasada o con
antelación a las premisas. En aquel momento estaba hablando a
unos oyentes muy distintos a los que habitualmente le rodeaban en su taller o
leían su diario y sus panfletos sobre la situación económica actual. De esta
forma perdió la libertad de pensamiento y de lenguaje.
A buen seguro hubiera continuado
hablando, a no ser que Marx le interrumpiera enfadado y frunciendo las cejas
para iniciar su sarcástica respuesta. Ésta venía a decir, en esencia, que era
sencillamente un fraude el sublevar al pueblo sin darle algunas bases firmes y
elaboradas para su actividad. Marx continuó afirmando que el despertar unas
esperanzas fantásticas nunca conduciría a la salvación de los que sufrían, sino
que les llevaría a su fracaso. Y esto era todavía más válido en Alemania, donde
dirigirse a los obreros sin unas doctrinas concretas y unas ideas rigurosamente
científicas equivalía a un juego vacío e inconsistente con la propaganda, que
presupone por una parte un apóstol entusiasmado, y por otra unos asnos que le
prestan atención boquiabiertos. Y señalándome con un brusco gesto continuó:
Aquí, entre nosotros se encuentra un ruso. En aquél país, Weitling, quizás
estuviera indicado el papel que Ud. ha venido desempeñando. Solo allí pueden
constituirse con éxito asociaciones entre apóstoles absurdos y discípulos
igualmente absurdos.
Marx continuó desarrollando su
opinión de que en un país civilizado como Alemania era imposible lograr algo
sin una doctrina sólida, concreta, y que hasta el momento no se había
conseguido más que ruido, arrebatos perniciosos y fracasos de la causa misma
que uno ha tomado en sus manos.
Las pálidas mejillas de Weitling
se colorearon y sus palabras adquirieron viveza. Con voz trémula por la
excitación, comenzó a demostrar que una persona que había logrado reunir en
torno suyo a centenares de personas en nombre de la idea de la justicia, la
solidaridad y el amor fraterno, no podía ser tildada de persona sin contenido,
ociosa; que él, Weitling, se consolaba frente a los ataques de hoy con los
centenares de cartas y manifestaciones de adhesión y gratitud que recibía desde
todos los rincones de su patria, y que su modesta labor para la tarea común
tenía mayor importancia que la crítica y los análisis de gabinete, que se
efectuaban lejos de los sufrimientos del mundo y de las vicisitudes del pueblo.
Estas últimas palabras de
Weitling despertaron definitivamente la rabia de Marx, quien en su exasperación
golpeó la mesa con el puño y tal fuerza, que la lámpara comenzó a tambalearse,
y dando un salto gritó: “Hasta ahora, la ignorancia jamás ha sido de provecho
para nadie”.
Nosotros seguimos su ejemplo y
también nos levantamos. La entrevista había llegado a su fin. Y mientras Marx
iba recorriendo la estancia de un extremo a otro con desacostumbrada ira y
excitación, me despedí rápidamente de él y de los demás y regresé a casa,
sumamente sorprendido por todo cuanto acababa de ver y oír>> (Ibíd).
La supina ignorancia que demostró Weitling en su
escueto y superficial discurso aquél día, consistió en concebir bajo el
capitalismo lo inconcebible, es decir, la justicia y el amor fraterno. Dos virtudes
humanas de imposible realización bajo las condiciones
de explotación económica y sometimiento político de una clase social sobre otra.
Una situación que todavía hoy perdura, por el simple hecho de que la clase
explotada y sin dejar de luchar por reivindicaciones económicas inmediatas, la
sigue tolerando. ¿No es éste mismo status quo, el que siguen proclamando desde
las instituciones de Estado los actuales líderes políticos de los partidos
afines a la izquierda reformista institucionalizada?
En octubre de 1846 Proudhon publicó su
“Filosofía de la Miseria”. Y en junio
de 1847 Marx le respondió bajo el título: “Miseria de la filosofía”, donde pulverizó todos y cada uno
de sus triviales argumentos. Pero de esta obra jamás los medios políticos
reformistas han dicho ni pio. Nada. Solo silencio y boicot absoluto. Como
también es cierto que prohibido está mentar la soga en casa del ahorcado.
En esa obra Marx demuestra,
incontrovertiblemente, que el carácter
o naturaleza de la sociedad humana, sus relaciones sociales y sus instituciones
económicas, sociales y políticas, así como sus formas de organización, han sido
revolucionadas periódicamente
cambiando de modo radical, según
fue avanzando el desarrollo
de las fuerzas sociales productivas
que sucesivamente transformó no menos radicalmente sus formas de producir, desde
el comunismo primitivo hasta el capitalismo, pasando sucesivamente por el modo de producción asiático, el esclavismo y el feudalismo.
Y para explicar este proceso de
desarrollo y cambio epocal —donde todas las formas humanas de trabajar y de vivir han sido históricamente transitorias—, Marx
apeló a la expresión “fuerzas productivas adquiridas” que sustituyen a otras
anteriores. Y para ello seguramente se inspiró en Heráclito donde dice que “nunca nos bañamos dos veces en las aguas de un mismo río”:
<<El señor Proudhon confunde las
ideas y las cosas. Los seres humanos jamás renuncian a lo que han conquistado,
pero esto no quiere decir que no renuncien nunca a la forma social bajo la cual
han adquirido determinadas fuerzas productivas. Todo lo contrario. Para no
verse privados del resultado obtenido, para no perder los frutos de la
civilización, los seres humanos desde el momento en que el tipo de su comercio
no corresponde ya a las fuerzas productivas adquiridas, se ven constreñidos a
cambiar todas sus formas sociales tradicionales. Hago uso aquí de la palabra comercio
en su sentido más amplio (relación), del
mismo modo que empleamos en alemán el vocablo Verkehr. Por ejemplo: los privilegios, la institución de
gremios y corporaciones, el régimen reglamentado de la Edad Media, eran
relaciones sociales (en
la sociedad moderna ya superadas) que
sólo correspondían a las fuerzas productivas adquiridas y al estado social
anterior, del que aquellas instituciones habían brotado. Bajo la tutela del (ya
obsoleto y perimido) régimen de las
corporaciones y las ordenanzas, se acumularon capitales, se desarrolló el
tráfico marítimo, se fundaron colonias; y los seres humanos habrían perdido
estos frutos de su actividad, si se hubiesen empleado en conservar aquellas
formas a la sombra de las cuales habían madurado aquellos frutos. Por eso
estallaron dos truenos: la revolución de 1640 y la de 1688. En Inglaterra quedaron
destruidas las viejas formas económicas, las relaciones sociales con ellas
congruentes y el régimen político que era la expresión oficial de la vieja
sociedad civil. Por tanto, las formas de la economía bajo las que los hombres
producen, consumen e intercambian productos, son transitorias e históricas.
Al adquirir nuevas fuerzas productivas, los seres humanos cambian su modo de
producción, y con el modo de producción cambian las relaciones económicas (comerciales), que no eran más que las relaciones
necesarias de aquel modo concreto de producción>>. (Carta de Marx a P. V. Annenkov 28/12/1846. El subrayado y lo entre paréntesis
nuestros).
Sobre la base de
este razonamiento dialéctico y para no remontarnos más atrás en la historia, decir
con Marx que el desarrollo de
las fuerzas productivas alcanzado durante la tardía Edad Media, fue posibilitado
por la difusión del molino de viento y de agua en los trabajos de
transformación industrial de la materia prima agrícola, metálica, maderera,
textil, etc., así como la invención del astrolabio —utilizado en
Europa desde el Siglo XII— perfeccionó la navegación de ultramar, un invento al
que le sucedió el sextante en 1750. Y qué decir de la imprenta, que desde
1455 dio un enorme impulso a la difusión del conocimiento y la cultura de la
población en general. Todos estos adelantos que aumentaron la productividad del
trabajo social, sin duda estuvieron en la causa
fundamental o básica que finalmente acabaron con las formas medievales de producir e
intercambiar riqueza, sustituyendo las antiguas instituciones económicas,
sociales y políticas medievales, por las propiamente capitalistas que dieron
pábulo a la Revolución francesa hasta nuestros días:
<<Esto es lo que el
señor Proudhon no ha sabido comprender y menos aún demostrar. Incapaz de seguir
el movimiento real de la historia, el señor Proudhon nos ofrece una
fantasmagoría con pretensiones de dialéctica. No siente la necesidad de hablar
de los siglos XVII, XVIII y XIX, porque su historia discurre en el reino
nebuloso de la imaginación y se remonta muy por encima del tiempo y del
espacio. En una palabra, eso no es historia, sino antigualla hegeliana, no es
historia profana —la historia de los seres humanos—, sino historia sagrada: la
historia de las ideas (divinas). A su modo de ver, el hombre no es
más que un instrumento del que se vale la idea (del Dios creador) o la razón eterna para desarrollarse. Las
evoluciones de que habla el señor Proudhon son concebidas como evoluciones que
se operan dentro de la mística de la idea absoluta. Si rasgamos el velo que envuelve
este lenguaje místico, resulta que el señor Proudhon nos ofrece el orden en que
las categorías económicas se hallan alineadas en su cabeza. No hará falta que
me esfuerce mucho para probarle que este es el orden de una mente muy
desordenada.
El señor Proudhon inicia su
libro con una disertación acerca del valor, que es su tema predilecto. En esta
no entraré en el análisis de dicha disertación.
La serie de evoluciones económicas de la razón eterna comienza con la división del trabajo. Para el señor Proudhon la división del trabajo es una cosa bien simple. ¿Pero, no fue el régimen de castas una determinada división del trabajo? ¿No fue el régimen de las corporaciones otra división del trabajo? ¿Y la división del trabajo del régimen de la manufactura (de los artesanos), que comenzó a mediados del siglo XVII y terminó a fines del XVIII en Inglaterra, no difiere, acaso, totalmente de la división del trabajo de la gran industria, de la industria moderna? (Op. Cit.)
El error de Proudhon consistió en anteponer las puras ideas abstractas
como producto de su propia imaginación inspirada en una supuesta divinidad intangible
—típica de la fe cristiana—, dejando a un lado la cruda realidad material. Aceptó la falacia de autoridad celestial
filosofada por Hegel, según la
cual el desarrollo histórico de la humanidad había sido obra de Dios y alcanzado
su zenit insuperable con el
capitalismo. Fue víctima de su propia ingenuidad basada en esa creencia suya,
como así lo dejó Marx negro sobre blanco, tanto en la carta que acabamos de
citar, como seguidamente al redactar su respuesta en: “Miseria de la filosofía”, que publicó en junio de 1847.
04. Del ingenuo Weitling a sus
incalificables colegas sociatas de hoy
Así las cosas, que después de esto nuestros
actuales políticos institucionalizados sigan instalados en la misma falacia, negándose sistemáticamente a
aceptar lo demostrado por Marx en su carta a Annenkov, esto ya no es un error
por ingenuidad personal, sino una deliberada
y cómplice voluntad política comprometida en la tarea de mantener el
inmovilismo histórico del capitalismo por la cuenta que les trae. El reformismo
conservador de los actuales políticos
profesionales no es, por tanto, ingenuo sino interesado. Al huir del
desprejuiciado y riguroso pensamiento científico como de la peste, saben que si
por honestidad decidieran ser prácticamente consecuentes con él, quedarían ipso
facto fuera de las instituciones políticas del sistema. Y semejante
sometimiento al chantaje de
la burguesía, no tiene su origen causal en la voluntad política de nadie en particular, por más poderoso
que se lo pueda imaginar, sino que es objetiva
y sistémica. Es esa cosa llamada capital la que mueve a la sociedad basada
en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, concebida como
una noria girando en torno a sí misma eternamente, determinando el
comportamiento de los sujetos. Y políticamente se trata de que todo lo que no
encaje en esa realidad cosificada
es desechado. O sea, que si antes hubo historia y transformación de la realidad
social, ahora ya no la hay. Es el eterno
retorno a lo mismo del que hablaba Nietzsche, en peramente recreación política
forzosa, donde tal como solía decir el “españolisto” Alfonso Guerra: “El que se
mueve no sale en la foto”.
Pero este falso inmovilismo artificioso,
concebido e impuesto dictatorialmente por el pensamiento único del conservador oficialismo
burgués imperante, contrasta o
se contradice con la voluble realidad económica, social y política determinada
por el desarrollo material de las fuerzas
productivas. Y dado que tanto en la física como en la química está
científicamente probado que toda contradicción de términos contiene y despliega
la fuerza o causa objetiva
que la resuelve, también esto se ha
venido demostrando en la sociedad capitalista, donde opera la misma causa objetiva que ha venido realizando
los consecuentes cambios sistémicos
periódicos de naturaleza, en la organización de los distintos tipos de
sociedad que se han sucedido históricamente unos a otros, determinados por el
desarrollo material de las fuerzas productivas, esto es, por el progreso en la productividad del trabajo.
Y estos cambios operados en la base material de cada tipo de sociedad —tanto en las formas de producir como en las
de intercambiar riqueza— tienden a transformar la naturaleza y el carácter de las instituciones económicas,
sociales, jurídicas y políticas, que acaban alumbrando la necesidad de dejar el
paso franco al siguiente tipo de sociedad superior. Y estos cambios
revolucionarios que hacen a la historia, es decir, al tránsito de un tipo de
sociedad a otra superior, son protagonizados por los seres humanos. Pero
inducidos a ello por determinadas circunstancias en que se pone de manifiesto
ante su conciencia, la contradicción entre lo viejo aún vigente que se resiste
a morir, y lo nuevo que todavía no acaba de nacer:
<<Los seres humanos hacen su propia
historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas
por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran
directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado>>. (K. Marx: “El dieciocho brumario
de Luis Bonaparte” Cap. I).
Bajo tales circunstancias previas a cada estallido y resolución
revolucionaria de la contradicción, el comportamiento
de los sujetos en lo que se refiere a su ideología y acción política, salvo
raras excepciones sigue —como es el caso de hoy día en el Mundo—, objetivamente determinado por el
sistema económico, social y político
vigente. O sea, que puestos ante las actuales circunstancias y muy a
pesar de las penurias causadas por la profunda recesión económica que persiste, las mayorías sociales explotadas y
oprimidas de tal modo mantenidas en el total desconocimiento de la verdadera realidad que les aflige, tal
como sucedió con Proudhon y Weitling en modo alguno están en condiciones de
imaginarse nada mejor respecto de lo que viven para luchar por ello. Una
realidad enajenada que dio pábulo al aserto de Marx cuando le dijo a Weitling
que: “la ignorancia jamás ha sido de
provecho para nadie”.
Y si en este contexto se observa con
un poco de atención lo difundido por los medios de comunicación de masas —tanto
públicos como privados— se puede comprobar que todos ellos en sus programas
relativos a la corrupción política, por ejemplo, se suman a la tarea sistémica
de apuntalar al sistema en la conciencia enajenada de los explotados, es decir,
se trata de mantenerles en la ignorancia respecto de lo que en verdad es esta
sociedad. ¿Cómo? Entre otras artimañas atribuyendo todos los males causados por
el sistema social de vida
vigente, a las conductas individuales.
A una supuesta y perversa inclinación congénita del ser humano individual a la
transgresión; confundiendo al instinto
de conservación personal —que no presupone
ser causa de menoscabo social ni daño material a terceras personas—, con el egoísmo social que sí lo lleva
implícito el desigual derecho
a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, típico de
las sociedades clasistas explotadoras y opresivas. Donde dichos comportamientos
humanos perversos de las clases dominantes —como en el esclavismo, el
feudalismo y el actual capitalismo—, han
venido estando objetivamente determinados
por sus respectivos sistemas específicos
desiguales de relaciones sociales.
El régimen desigual de oportunidades
bajo el capitalismo, se ha proyectado desde la sociedad civil hacia la política
mediante la legislación electoral, según la cual los llamados “ciudadanos de a
pie” son periódicamente convocados a elecciones donde mediante su voto personal
“deciden” delegar su voluntad
política en determinados partidos o coaliciones de partidos, donde los más
votados y una vez a cargo del poder político
de tal modo delegado por sus
electores, los elegidos deciden discrecionalmente distribuir ese poder entre
los suyos según una escala
jerárquica de mayor a menor, todos ellos encargados de dirigir discrecionalmente
las distintas dependencias Estatales para la administración de la cosa pública.
De este modo, los filósofos del
movimiento de la Ilustración que desembocó en la Revolución Francesa,
reprodujeron en su imaginación “creadora” un escenario parecido al Paraíso
terrenal cristiano tal como los evangelistas San Mateo, San Marcos, San Lucas y
San Juan lo describieron en las Sagradas Escrituras, donde se atribuye al Dios todopoderoso
la cualidad divina de saberlo todo, además de poder estar en todos los sitios
al mismo tiempo, es decir, el ser superior no sólo omnisapiente sino también omnipresente.
Y resulta que, según este relato, el Dios eterno creó el paraíso terrenal y
allí puso a una pareja de mortales —que según parece fueron nuestros más
remotos antecesores a los que llamó Adán y Eva—, para que gozaran del libre
albedrío con la única excepción de no probar un fruto prohibido, colocado
expresamente para que ambos puedan consumar el odioso acto del pecado original
que condenó al resto de la humanidad. Como es fácil deducir, los santos evangelistas
concibieron a un Dios creador tan todopoderoso como esencialmente vengativo, hasta
el punto de poder ensañarse con su propia creación. Tal como lo dijera John Emerich Edward Dalkberg
Acton:
“El poder corrompe y el poder absoluto
corrompe absolutamente”.
Algo así cabe decir de los redactores
de la Constitución francesa en 1791. Porque una vez consagrado en la sociedad
civil terrenal el derecho profano a la propiedad privada sobre los medios de
producción y de cambio, en las alturas celestiales del Estado divino capitalista
se abrió la veda de la democracia
representativa, para que todo alto cargo público en la intimidad de su despacho, pueda
cometer el pecado-delito de concretar negocios personales con los profanos empresarios
de la sociedad civil, convirtiendo así la cosa pública divina y celestial en
cosa privada terrenal.
Así las cosas, ésta secreta promiscuidad entre la sociedad
civil y el Estado tiene su causa
formal en la democracia representativa,
según la cual las mayorías sociales de condición asalariada, son
constreñidas a dividir su voluntad política entre los partidos políticos
representativos de las clases burguesas dominantes, de modo tal que a pesar de ser
mayoría absoluta en el Mundo, carecen de todo poder político. Pero, además,
como individuos ni siquiera pueden tener la oportunidad de corromperse. Por no
poder ni siquiera pueden evadir al fisco, dado que ese aporte se les sustrae ipso facto y figura en la nómina mensual de su
sueldo respectivo. Razón demás para que deban luchar unidos por su emancipación humana universal, imponiendo
una sociedad sin distinción de clases sociales ni escalas jerárquicas de poder político
personal.
Pero como tal estado de cosas resulta
ser funcional a los fines estratégicos del sistema
capitalista —del cual los asalariados son su parte más vulnerable— resulta
que tras cada “fiesta de la democracia” insistimos: la trampa no está en el
escrutinio sino en que “los de abajo” permanezcamos divididos repartiendo estúpidamente nuestro voto entre las
distintas opciones políticas burguesas, de modo tal que así “los de arriba”
como clase dominante minoritaria siguen prevaleciendo y garantizan la estabilidad de su sistema. Lo
cual explica que perdure la tan antigua como remanida máxima de los déspotas
desde los tiempos de Julio
Cesar,
pasando por Napoleón: “dividir para dominar”. En latín: “Divide et vinces, divide ut imperes o divide ut regnes”, que da igual. ¡¡A ver
quién es el listo capaz de desmentir el aserto marxista, de que “la
democracia representativa es la dictadura de esa cosa semoviente llamada capital”!!
Una cosa en la que los capitalistas permanecen tan enajenados como cualquier
asalariado, con la diferencia de que a ellos esa enajenación les hace sentir
muy bien. Y en este plan siguen comprometidos en complicidad, sin
excepción, TODOS, ABSOLUTAMENTE TODOS los actuales políticos socialdemócratas.
Tanto los oportunistas corruptos sin escrúpulos que se lucran con ello en función
de gobierno como los “honrados” que no. Porque a todo lo peor
imaginable se llega dejándose llevar por los prejuicios. Como pasa con los que
comparten esas mismas supercherías por acostumbrada y deliberada ignorancia. TODOS
contribuyen al mismo fin retrógrado, corrupto y criminal.
Y
esta es una deriva que sigue viva todavía enroscada como una víbora en la
conciencia ingenua de “los de abajo”, desde que con su pueril y estúpido
fervor patriótico en Francia, Gran Bretaña y Rusia, vieran en alemanes
y austrohúngaros a sus enemigos. Todos ellos instigados unos contra otros por sus
respectivas burguesías nacionales. Logrando así que ambos bandos desencadenaran
en 1914 el genocidio rapiñoso de la Primera Guerra
Mundial. Y otro tanto casi calcado del anterior sucedió
durante la segunda gran conflagración en 1939. Así es cómo nos han venido
llevando de las narices, porque nos negamos a descubrir lo que se nos ha venido
encubriendo: la verdadera naturaleza del tipo de sociedad en que vivimos. Nos
han educado en el más rancio y disolvente individualismo según la disoluta
ideología del slogan publicitario que reza:
<<Una
cosa es una media naranja y otra cosa es tu media naranja. Una cosa es
la historia y otra cosa es tu historia>>.
Sí. Pero como bien nos dejara
dado a entender Einstein y no sólo él, la “historia” del individuo explotado y
oprimido que opta por ignorar o equivocar el conocimiento de la sociedad en que
vive, jamás podrá contribuir al desarrollo histórico humanitario de esa
sociedad y, simultáneamente, él mismo resultará ser un Don nadie. Nada de nada.
Un desperdicio. Matemáticamente un cero a la izquierda. Por más inteligente que
sea y aplique esa capacidad suya propia para salir él como individuo de tal
situación subalterna, logrando colmarse de riqueza y fama mientras viva.
¿Tan
difícil es comprender las verdades repetidas aquí —claramente anunciadas por
Marx hace ya casi dos siglos—, y que la historia en todo este tiempo no ha
hecho más que confirmar? ¡¡Aviva el seso y despierta!! Como bien dijera Jorge Manrique. Porque sin el riguroso conocimiento de la ya caduca sociedad actual
sobre la base de su fundamento material, no puede haber certeza
que mueva la voluntad política de las mayorías para salir de este atolladero, ni
progreso posible ni seguridad para todos, para nuestros hijos y para el futuro
de la humanidad en general.