04. Del ingenuo Weitling a sus
incalificables colegas sociatas de hoy
Así las cosas, que después de esto nuestros
actuales políticos institucionalizados sigan instalados en la misma falacia, negándose sistemáticamente a
aceptar lo demostrado por Marx en su carta a Annenkov, esto ya no es un error
por ingenuidad personal, sino una deliberada
y cómplice voluntad política comprometida en la tarea de mantener el
inmovilismo histórico del capitalismo por la cuenta que les trae. El reformismo
conservador de los actuales políticos
profesionales no es, por tanto, ingenuo sino interesado. Al huir del
desprejuiciado y riguroso pensamiento científico como de la peste, saben que si
por honestidad decidieran ser prácticamente consecuentes con él, quedarían ipso
facto fuera de las instituciones políticas del sistema. Y semejante
sometimiento al chantaje de
la burguesía, no tiene su origen causal en la voluntad política de nadie en particular, por más poderoso
que se lo pueda imaginar, sino que es objetiva
y sistémica. Es esa cosa llamada capital la que mueve a la sociedad basada
en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, concebida como
una noria girando en torno a sí misma eternamente, determinando el
comportamiento de los sujetos. Y políticamente se trata de que todo lo que no
encaje en esa realidad cosificada
es desechado. O sea, que si antes hubo historia y transformación de la realidad
social, ahora ya no la hay. Es el eterno
retorno a lo mismo del que hablaba Nietzsche, en peramente recreación política
forzosa, donde tal como solía decir el “españolisto” Alfonso Guerra: “El que se
mueve no sale en la foto”.
Pero este falso inmovilismo artificioso,
concebido e impuesto dictatorialmente por el pensamiento único del conservador oficialismo
burgués imperante, contrasta o
se contradice con la voluble realidad económica, social y política determinada
por el desarrollo material de las fuerzas
productivas. Y dado que tanto en la física como en la química está
científicamente probado que toda contradicción de términos contiene y despliega
la fuerza o causa objetiva
que la resuelve, también esto se ha
venido demostrando en la sociedad capitalista, donde opera la misma causa objetiva que ha venido realizando
los consecuentes cambios sistémicos
periódicos de naturaleza, en la organización de los distintos tipos de
sociedad que se han sucedido históricamente unos a otros, determinados por el
desarrollo material de las fuerzas productivas, esto es, por el progreso en la productividad del trabajo.
Y estos cambios operados en la base material de cada tipo de sociedad —tanto en las formas de producir como en las
de intercambiar riqueza— tienden a transformar la naturaleza y el carácter de las instituciones económicas,
sociales, jurídicas y políticas, que acaban alumbrando la necesidad de dejar el
paso franco al siguiente tipo de sociedad superior. Y estos cambios
revolucionarios que hacen a la historia, es decir, al tránsito de un tipo de
sociedad a otra superior, son protagonizados por los seres humanos. Pero
inducidos a ello por determinadas circunstancias en que se pone de manifiesto
ante su conciencia, la contradicción entre lo viejo aún vigente que se resiste
a morir, y lo nuevo que todavía no acaba de nacer:
<<Los seres humanos hacen su propia
historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas
por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran
directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado>>. (K. Marx: “El dieciocho brumario
de Luis Bonaparte” Cap. I).
Bajo tales circunstancias previas a cada estallido y resolución
revolucionaria de la contradicción, el comportamiento
de los sujetos en lo que se refiere a su ideología y acción política, salvo
raras excepciones sigue —como es el caso de hoy día en el Mundo—, objetivamente determinado por el
sistema económico, social y político
vigente. O sea, que puestos ante las actuales circunstancias y muy a
pesar de las penurias causadas por la profunda recesión económica que persiste, las mayorías sociales explotadas y
oprimidas de tal modo mantenidas en el total desconocimiento de la verdadera realidad que les aflige, tal
como sucedió con Proudhon y Weitling en modo alguno están en condiciones de
imaginarse nada mejor respecto de lo que viven para luchar por ello. Una
realidad enajenada que dio pábulo al aserto de Marx cuando le dijo a Weitling
que: “la ignorancia jamás ha sido de
provecho para nadie”.
Y si en este contexto se observa con
un poco de atención lo difundido por los medios de comunicación de masas —tanto
públicos como privados— se puede comprobar que todos ellos en sus programas
relativos a la corrupción política, por ejemplo, se suman a la tarea sistémica
de apuntalar al sistema en la conciencia enajenada de los explotados, es decir,
se trata de mantenerles en la ignorancia respecto de lo que en verdad es esta
sociedad. ¿Cómo? Entre otras artimañas atribuyendo todos los males causados por
el sistema social de vida
vigente, a las conductas individuales.
A una supuesta y perversa inclinación congénita del ser humano individual a la
transgresión; confundiendo al instinto
de conservación personal —que no presupone
ser causa de menoscabo social ni daño material a terceras personas—, con el egoísmo social que sí lo lleva
implícito el desigual derecho
a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, típico de
las sociedades clasistas explotadoras y opresivas. Donde dichos comportamientos
humanos perversos de las clases dominantes —como en el esclavismo, el
feudalismo y el actual capitalismo—, han
venido estando objetivamente determinados
por sus respectivos sistemas específicos
desiguales de relaciones sociales.
El régimen desigual de oportunidades
bajo el capitalismo, se ha proyectado desde la sociedad civil hacia la política
mediante la legislación electoral, según la cual los llamados “ciudadanos de a
pie” son periódicamente convocados a elecciones donde mediante su voto personal
“deciden” delegar su voluntad
política en determinados partidos o coaliciones de partidos, donde los más
votados y una vez a cargo del poder político
de tal modo delegado por sus
electores, los elegidos deciden discrecionalmente distribuir ese poder entre
los suyos según una escala
jerárquica de mayor a menor, todos ellos encargados de dirigir discrecionalmente
las distintas dependencias Estatales para la administración de la cosa pública.
De este modo, los filósofos del
movimiento de la Ilustración que desembocó en la Revolución Francesa,
reprodujeron en su imaginación “creadora” un escenario parecido al Paraíso
terrenal cristiano tal como los evangelistas San Mateo, San Marcos, San Lucas y
San Juan lo describieron en las Sagradas Escrituras, donde se atribuye al Dios todopoderoso
la cualidad divina de saberlo todo, además de poder estar en todos los sitios
al mismo tiempo, es decir, el ser superior no sólo omnisapiente sino también omnipresente.
Y resulta que, según este relato, el Dios eterno creó el paraíso terrenal y
allí puso a una pareja de mortales —que según parece fueron nuestros más
remotos antecesores a los que llamó Adán y Eva—, para que gozaran del libre
albedrío con la única excepción de no probar un fruto prohibido, colocado
expresamente para que ambos puedan consumar el odioso acto del pecado original
que condenó al resto de la humanidad. Como es fácil deducir, los santos evangelistas
concibieron a un Dios creador tan todopoderoso como esencialmente vengativo, hasta
el punto de poder ensañarse con su propia creación. Tal como lo dijera John Emerich Edward Dalkberg
Acton:
“El poder corrompe y el poder absoluto
corrompe absolutamente”.
Algo así cabe decir de los redactores
de la Constitución francesa en 1791. Porque una vez consagrado en la sociedad
civil terrenal el derecho profano a la propiedad privada sobre los medios de
producción y de cambio, en las alturas celestiales del Estado divino capitalista
se abrió la veda de la democracia
representativa, para que todo alto cargo público en la intimidad de su despacho, pueda
cometer el pecado-delito de concretar negocios personales con los profanos empresarios
de la sociedad civil, convirtiendo así la cosa pública divina y celestial en
cosa privada terrenal.
Así las cosas, ésta secreta promiscuidad
entre la sociedad civil y el Estado, tiene su causa
formal en la democracia representativa,
según la cual las mayorías sociales de condición asalariada, son constreñidas
a dividir su voluntad política entre los partidos políticos representativos
de las clases burguesas dominantes, de modo tal que a pesar de ser mayoría
absoluta en el Mundo, carecen de todo poder político. Pero, además, como individuos
ni siquiera pueden tener la oportunidad de corromperse. Por no poder ni siquiera
pueden evadir al fisco, dado que ese aporte se les sustrae ipso facto y figura en la nómina mensual de su sueldo
respectivo. Razón demás para que deban luchar unidos por su emancipación humana universal, imponiendo
una sociedad sin distinción de clases sociales ni escalas jerárquicas de poder
político personal.
Pero como tal estado de cosas resulta
ser funcional a los fines estratégicos del sistema
capitalista —del cual los asalariados son su parte más vulnerable— resulta
que tras cada “fiesta de la democracia” insistimos: la trampa no está en el
escrutinio sino en que “los de abajo” permanezcamos divididos repartiendo estúpidamente nuestro voto entre las
distintas opciones políticas burguesas, de modo tal que así “los de arriba”
como clase dominante minoritaria siguen prevaleciendo y garantizan la estabilidad de su sistema. Lo
cual explica que perdure la tan antigua como remanida máxima de los déspotas
desde los tiempos de Julio
Cesar,
pasando por Napoleón: “dividir para dominar”. En latín: “Divide et vinces, divide ut imperes o divide ut regnes”, que da igual. ¡¡A ver
quién es el listo capaz de desmentir el aserto marxista, de que “la
democracia representativa es la dictadura de esa cosa semoviente llamada capital”!!
Una cosa en la que los capitalistas permanecen tan enajenados como cualquier
asalariado, con la diferencia de que a ellos esa enajenación les hace sentir
muy bien. Y en este plan siguen comprometidos en complicidad, sin
excepción, TODOS, ABSOLUTAMENTE TODOS los actuales políticos socialdemócratas.
Tanto los oportunistas corruptos sin escrúpulos que se lucran con ello en función
de gobierno como los “honrados” que no. Porque a todo lo peor
imaginable se llega dejándose llevar por los prejuicios. Como pasa con los que
comparten esas mismas supercherías por acostumbrada y deliberada ignorancia. TODOS
contribuyen al mismo fin retrógrado, corrupto y criminal.
Y
esta es una deriva que sigue viva todavía enroscada como una víbora en la
conciencia ingenua de “los de abajo”, desde que con su pueril y estúpido
fervor patriótico en Francia, Gran Bretaña y Rusia, vieran en alemanes
y austrohúngaros a sus enemigos. Todos ellos instigados unos contra otros por sus
respectivas burguesías nacionales. Logrando así que ambos bandos desencadenaran
en 1914 el genocidio rapiñoso de la Primera Guerra
Mundial. Y otro tanto casi calcado del anterior sucedió
durante la segunda gran conflagración en 1939. Así es cómo nos han venido
llevando de las narices, porque nos negamos a descubrir lo que se nos ha venido
encubriendo: la verdadera naturaleza del tipo de sociedad en que vivimos. Nos
han educado en el más rancio y disolvente individualismo según la disoluta
ideología del slogan publicitario que reza:
<<Una
cosa es una media naranja y otra cosa es tu media naranja. Una cosa es
la historia y otra cosa es tu historia>>.
Sí. Pero como bien nos dejara
dado a entender Einstein y no sólo él, la “historia” del individuo explotado y
oprimido que opta por ignorar o equivocar el conocimiento de la sociedad en que
vive, jamás podrá contribuir al desarrollo histórico humanitario de esa
sociedad y, simultáneamente, él mismo resultará ser un Don nadie. Nada de nada.
Un desperdicio. Matemáticamente un cero a la izquierda. Por más inteligente que
sea y aplique esa capacidad suya propia para salir él como individuo de tal
situación subalterna, logrando colmarse de riqueza y fama mientras viva.
¿Tan difícil es comprender las verdades repetidas aquí —claramente anunciadas por Marx hace ya casi dos siglos—, y que la historia en todo este tiempo no ha hecho más que confirmar? ¡¡Aviva el seso y despierta!! Como bien dijera Jorge Manrique. Porque sin el riguroso conocimiento de la ya caduca sociedad actual sobre la base de su fundamento material, no puede haber certeza que mueva la voluntad política de las mayorías para salir de este atolladero, ni progreso posible ni seguridad para todos, para nuestros hijos y para el futuro de la humanidad en general.
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