Los límites de la propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio, de la competencia y del secreto
empresarial
<<He aquí los tres principios económicos básicos del capitalismo que,
combinados unos con otros, han hecho posible la explotación del trabajo
asalariado y la distribución cada vez más desigual de la riqueza entre las dos
clases sociales universales en esta sociedad —la más moderna—, ya
caduca>> GPM.
En su obra escrita entre finales de mayo y el 27 de
junio de 1865, publicada en 1898 bajo el título: “Salario, precio y
ganancia”, ese “maldito” sabio llamado Marx, demostró que la
determinación en términos de valor de estas tres categorías económicas, ha
variado según circunstancias en las cuales nada
ha tenido que ver la voluntad de ningún individuo o grupo de individuos.
No han sido el resultado de actos humanos sino de hechos naturales, objetivos,
como por ejemplo:
<<El límite mínimo que
el capitalista debe invertir en salarios, está determinado por el mínimo
histórico de los medios de vida que cada obrero necesita diariamente,
para reproducir la fuerza de trabajo que gasta durante cada jornada de
labor —en condiciones de uso productivo óptimo— así como para el mantenimiento
de su prole. Necesidades que varían en cada momento y lugar. En cuanto al límite
máximo del salario, también está objetivamente determinado, ya que
cualquier aumento salarial sólo es posible, en tanto y cuanto no disminuya la
masa de ganancia, hasta un punto en que a los capitalistas no les resulte
redituable y se vean obligados a desinvertir en salarios, generando paro y
miseria entre la clase obrera>>. (“Lo que todo asalariado debiera saber y
difundir”)
Estos dos hechos característicos del
sistema capitalista, han sido y siguen siendo la consecuencia inmediata de la
más originaria propiedad privada
sobre los medios de producción, cuyos antecedentes históricos más
lejanos remiten a los tiempos del
esclavismo y el feudalismo. Dos etapas sucesivas del desarrollo humano,
donde la propiedad privada
recayó sobre la tierra y por primera vez dividió a la humanidad en clases sociales, explotadoras y
explotadas, división que se prolongó bajo el capitalismo durante cuyo
transcurso, los principales
instrumentos de la producción humana de riqueza pasaron a ser las máquinas.
Bien
es cierto que estos hechos
fundamentales han dado pábulo a otros de carácter espontáneo, según determinados intereses sociales y
personales: El obrero vende su fuerza de
trabajo, el agricultor lleva su producto al mercado, el banquero concede
préstamos, el comerciante ofrece un surtido de mercancías, el industrial
construye una fábrica, el especulador compra y vende acciones y bonos. Cada uno
atendiendo a sus propias conveniencias que hacen a sus planes privados y
gestión en materia de salarios y ganancia. Sin embargo, de este caos de
esfuerzos y de acciones ha surgido un conjunto económico que, aun cuando
ciertamente no es armonioso, hasta cierto punto dio sin embargo a la sociedad
capitalista la posibilidad no sólo de existir, sino también de desarrollarse.
Comprender el mecanismo por el cual los diversos aspectos de la economía
capitalista llegan a un ocasional estado de equilibrio relativo, y por qué
causa periódicamente se descomponen con tendencia histórica a desaparecer como
tal sistema de vida, exige descubrir las leyes
objetivas que presiden este movimiento, una obligación que compete a
todo explotado consciente y responsable.
Evidentemente,
las leyes que rigen las diversas esferas de la economía capitalista: salarios,
precios, arrendamiento, ganancia, interés, crédito, bolsa, etc., son numerosas
y complejas. Pero en último término todas
proceden de una única ley descubierta por Marx y examinada por él hasta
el final: es la ley del valor-trabajo,
que ciertamente mueve básicamente la economía capitalista. La esencia de esa
ley es simple. La sociedad pone a su disposición cierta reserva de fuerza de
trabajo viva, que aplicada a la naturaleza engendra productos necesarios para
la satisfacción de las necesidades humanas. Como consecuencia de la división
del trabajo entre los distintos productores privados —ya sean individuales o
colectivos independientes—, al principio sus diversos productos tomaron la
forma de mercancías que sus propietarios comenzaron cambiando entre sí en una
proporción determinada, según sus respectivos valores creados por el tiempo de
trabajo contenido en ellas, primero directamente por trueque y más tarde por
mediación de intermediarios comerciales. Es lo que Marx llamó trabajo abstracto, o sea trabajo
humano en general, entendido como simple gasto de energía humana, base y medida
del valor contenido en ellas, y cuyo regulador ha sido y sigue siendo el
mercado, ámbito en el cual se negocian y concretan los intercambios
mercantiles. Allí es donde se decide si cada producto contiene o no la calidad
y el correspondiente valor, que determina las proporciones en que se
intercambian las diversas clases de mercancías que hacen a su
compra-venta.
En
estos hechos ha quedado comprendida, por una parte, la competencia intercapitalista con fines gananciales, cuya
consecuencia necesaria inmediata fue el llamado secreto comercial, valiosa información de carácter
científico-técnico materializada en los medios de producción y/o en las tareas
administrativas de las empresas, que para garantizar los propósitos de obtener
el mayor enriquecimiento relativo y la desigualdad creciente de la riqueza, ha
sido y sigue siendo celosamente sustraída al conocimiento ajeno:
<<Antes de la era industrial,
los artesanos innovadores guardaban celosamente sus "trucos del
oficio" en los pequeños talleres familiares. Sin embargo, a medida que la
industria se trasladó del taller artesanal a la (gran) fábrica, surgió la necesidad de un sistema jurídico que obligase a los
empleados guardar la promesa de confidencialidad respecto de un determinado
proceso de fabricación o pieza de maquinaria secretos>>. http://www.wipo.int/wipo_magazine/es/2013/03/article_0001.html
Pero
por otra parte, el trabajo asalariado ha hecho también a las relaciones sociales estratégicamente
antagónicas e irreconciliables entre la clase explotada y la clase explotadora
bajo el capitalismo, determinadas por la propiedad privada sobre los medios de
producción y de cambio. Una exigencia histórica sistémica objetiva y
fundamental, propia de la competencia
intercapitalista en todos los mercados, que derivó inevitablemente en
el desarrollo incesante de la productividad del trabajo en general, basado en
la creciente sustitución de trabajo humano por maquinaria. De esta forma y sin
que medie la voluntad de nadie, es decir, objetivamente:
<<A partir de cierto
momento (del proceso), el desenvolvimiento de las
fuerzas productivas se vuelve un obstáculo para el capital (en poder de los
explotadores, ávidos de seguir acumulando ganancias crecientes que sólo pueden
surgir del trabajo asalariado); por tanto, la relación del capital (con
el trabajo) se torna en una barrera para el desarrollo de las fuerzas
productivas. El capital, es decir, el trabajo asalariado (explotado),
llegado a este punto entra en la misma relación con el desarrollo de la
riqueza social y de las fuerzas productivas, que bajo el sistema corporativo, la servidumbre de la gleba
(en el feudalismo) y la esclavitud y, en su
calidad de traba, se la elimina necesariamente ...Las condiciones
materiales y espirituales para la negación del trabajo asalariado y
del capital, las cuales son ya la negación de formas precedentes de la
producción social que no es libre, son a su vez resultados del proceso de
producción característico del capital. En agudas contradicciones, crisis,
convulsiones, se expresa la creciente inadecuación del desarrollo
productivo de la sociedad (capitalista) a sus relaciones sociales de
producción hasta hoy vigentes. La violenta aniquilación de capital, no por
circunstancias ajenas al mismo (sistema), sino como condición de
su auto-conservación, es la forma más contundente en que se le da el
consejo de que se vaya y deje lugar a un
estadio superior de producción social...>> (K. Marx: "Líneas Fundamentales
de la Crítica de la Economía Política" (Grundrisse) l857/l858 Ed.
Grijalbo/1978 Barcelona-Bs.As.-México D.F. Vol. 22 Pp.136-137. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros).
En medio
de este inevitable proceso de descomposición
terminal objetiva del sistema capitalista, lo singular ha sido el
emergente fenómeno de la subjetividad
encarnada en individuos ultraminoritarios de la población, agrupados en la sociedad
civil como empresarios y en los Estados nacionales como políticos profesionales
institucionalizados. Los primeros hechos en la sociedad civil a la prosecución de ganancias crecientes y,
los segundos, una vez debidamente instruidos por los aparatos ideológicos del
Estado en sus respectivos países, para que una vez cumplida la exigencia de
asimilar el pensamiento único burgués
como “el non plus ultra” de la sabiduría universal para el ejercicio del poder
en materia de gobierno, olviden el concepto histórico de la palabra democracia
—según la entendiera y proclamara Abraham Lincoln como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y
para el pueblo”—, sustituyendo esa forma
directa del poder político verdaderamente democrático, por la meramente representativa forma política
del poder, solo sustentada en la meritocracia
intelectual adquirida por los candidatos a gobernar, cuyas promesas
electorales —según se fueron agravando las contradicciones del sistema—, sin
dejarlas de proclamar engañosamente han sido no menos sistemáticamente
incumplidas:
<<Una
ideología triunfa (políticamente)
cuando la sociedad deja de percibirla
como ideología y empieza a considerarla como sentido común. Si una persona va a
un hotel de gran lujo, le preguntarán por el tamaño de su cartera, pero nadie
le pedirá sus credenciales académicas. ¿Se imagina el amable lector, o lectora,
que, antes de operarse, alguien le preguntara a su cirujano cuánto dinero tiene
en el banco? No, esa pregunta no es de sentido común, nos dirían. Y es que el
sentido común en nuestra sociedad es más capitalista y más meritocrático, que
democrático. Si tienes mucho dinero, no te preguntan por tus títulos
académicos, porque en el mercado basta con el dinero. Si te presentas a una
oposición a un puesto de profesor, no te preguntan por tu dinero, porque en el
mundo académico suele bastar con el conocimiento. Sin embargo, si tienes muchos
votos te preguntarán por el título académico, y por los conocimientos, y por si
has cotizado alguna vez en la vida a la Seguridad Social, porque para mucha
gente los votos, por sí solos, no legitiman ninguna jerarquía, ni ningún poder,
social. Los años que pasamos en el sistema educativo, los procesos de selección
laboral, nos han socializado en los valores meritocráticos antes que en los
democráticos. Nuestra sociedad se ha hecho coherentemente meritocrática, pero
no se ha hecho coherentemente democrática. De manera casi inconsciente
desafiamos cotidianamente la jerarquía, temporal, que nace del voto, en tanto
que somos muy respetuosos con otros poderes, u otras jerarquías, como la del
dinero o la del conocimiento>>. (José Andrés Torres Mora, parafraseando a Cristopher
Lasch en: “La rebelión de las élites
y la traición a la democracia”).
En la sociedad capitalista, tanto la
jerarquía personal que
confiere el dinero que se ostenta, como la del supuesto “conocimiento” de la
realidad por su propietario para obtenerlo, son unas entre tantas supercherías
usurpatorias que la burguesía ha elevado a la más alta y meritoria condición
humana de vida. Y desde el momento en que se impuso a escala planetaria la
llamada democracia representativa,
su realidad manifiesta no ha hecho más que demostrar en la práctica, ser la
negación política más absoluta del genuino significado etimológico contenido en
la palabra Democracia. En nuestro trabajo publicado el pasado diciembre de 2016
bajo el título: “Breve historia de la
democracia directa, y su posterior falsificación, convertida en democracia
representativa”, empezamos diciendo que:
<<El
origen del vocablo democracia se remonta a la etapa esclavista en
Atenas, inmediatamente posterior al gobierno timocrático liderado por Solón (638 a C – 558 a C), palabra formada por los términos del alfabeto griego
“timé” que significa honor y “kratia” (gobierno), donde tal virtud del honor
por lo general se sustentaba en el respectivo patrimonio personal dinerario del agraciado. En la segunda mitad del siglo VI, Atenas cayó bajo la tiranía del
aristócrata Pisístrato, al que le sucedieron sus herederos Hipias e Hiparco. Pero en el
año 510 a. C y a pedido de Clístenes de Atenas (570 a C – 507 a C) el rey espartano Cleómenes I logró que
los atenienses derrocaran a la tiranía. Poco después, empero, Esparta y Atenas
iniciaron relaciones hostiles, y Cleómenes I instauró a Iságoras como arconte pro-espartano. Ante tales circunstancias y con el fin de evitar que Atenas
se convirtiera en un “gobierno de paja” (transitorio) cayendo bajo el reinado
en Esparta, Clístenes propuso a sus conciudadanos atenienses —pequeños y
medianos esclavistas propietarios de tierras—, que acabaran con la tiranía de
los aristócratas terratenientes encabezando una revolución política, para
instaurar un régimen de gobierno en el que todos los ciudadanos
compartieran el poder, independientemente de su status económico y social de modo que así, Atenas se convirtiera en una democracia>>.
La democracia representativa vigente
bajo el capitalismo a escala mundial, dio pábulo a credenciales de políticos profesionales
—debidamente instruidos en los aparatos ideológicos del sistema—, electos
eventualmente para ejercer distintas funciones de gobierno en los tres poderes
del Estado, sedicentemente separados
en apariencia cada uno en su sitio a cargo de sus respectivas funciones en cada
país. Pero de hecho, esa formal y
aparente compartimentación institucional jamás pudo resistirse a los
intereses creados por la ley
económica del valor, que así acabó por atravesar transversalmente esa formalidad en las
instituciones estatales, hasta dejarla en papel mojado haciendo a la ya
consuetudinaria corrupción política del contubernio entre la sociedad civil y
el Estado, es decir, entre empresarios, congresistas, ejecutivos, jueces y
fiscales. Todos a una convirtiendo esa “democracia” en una dictadura permanente del capital ejercida sobre las mayorías
sociales. ¿Sus consecuencias? Las sucesivas guerras destructivas y genocidas de
rapiña como la de 1914-1918 seguida por la de 1939-1945, por ejemplo,
auspiciadas subrepticiamente por la competencia entre los intereses creados
que, a caballo de la ley económica
del valor, galopó ese contubernio entre “representantes” políticos y
grandes empresarios de los países que decidieron participar en ellas, por
completo a espaldas de sus respectivos pueblos vilmente “representados”. Y como
eso todo lo demás. A la luz de estos hechos inducidos por la competencia intercapitalista
entre bloques de países, de cuyas consecuencias han sido víctimas propicias sus
mayorías sociales explotadas, ¡hay que ser un consumado inconsciente político
irresponsable para seguir tolerando semejante “democracia”!
Las
consecuencias geopolíticas de la primera y segunda guerras mundiales han sido
las siguientes:
<<El
fin del conflicto [entre 1914
y1918] alteró el mapa europeo y
colonial. Alemania perdió amplias áreas, el 15,5 % de su territorio y el 10% de
su población: Alsacia y Lorena volvieron a manos de los franceses; la zona del
Sarre quedó bajo administración de la Sociedad de Naciones y sus recursos
mineros serían explotados por Francia durante 15 años; la zona
de Eupen-Malmedy se entregó a Bélgica. En el este de
Europa se consolidaron las fronteras que Alemania había impuesto a Rusia en el
Tratado de Brest-Litovsk. Polonia se restableció como estado a costa de los
territorios desgajados de Rusia, Alemania y Austria-Hungría. El Imperio
Austro-Húngaro quedó desmembrado en el Tratado de Saint-Germain y perdió todos sus territorios eslavos, de tal manera que el pequeño país
resultante solicitó su unión con Alemania, siéndole denegada la petición. En
Hungría la otra parte de la monarquía dual del Imperio Austríaco, se constituyó
como estado independiente de Austria y hubo de entregar a Serbia, Croacia y
Eslovenia, piezas importantes del nuevo estado yugoslavo. El Imperio Turco, por
el Tratado de Sèvres quedó
reducido territorialmente a la península de Anatolia (Asia Menor) y solo
conservó en Europa la ciudad de Estambul. Rumanía, que ya existía como Estado,
fue robustecida territorialmente con el propósito de aislar a la Rusia
soviética. Serbia incrementó su territorio mediante la creación de un nuevo
Estado: Yugoslavia. Sin embargo, la nueva entidad carecía de unidad cultural,
lingüística y religiosa, lo que en adelante le acarrearía serios problemas
políticos y étnicos, hasta que desapareció en los años 90 del siglo XX.
Entre
los estados vencidos (durante la Segunda guerra mundial), Alemania fue el más
perjudicado. Por segunda vez vio cómo se malograba la oportunidad de
convertirse en una potencia de rango mundial. Perdió la soberanía y su
territorio fue repartido entre los vencedores. Japón, aunque conservó su
integridad territorial, quedó ocupado y administrado por los Estados Unidos. Entre
las potencias vencedoras: Reino Unido hubo de asumir que su papel de potencia
colonial había desaparecido (pronto se iniciaría el proceso descolonizador). En
adelante sus intereses quedarían subordinados a los de Estados Unidos. Francia,
que había jugado un papel secundario durante la guerra, tras ser derrotada por
los alemanes, recuperó parte de su protagonismo como potencia. Dos estados
salieron reforzadas del conflicto y se disputarían la hegemonía mundial en años
venideros: Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Soviética. El primero,
sostén fundamental de los aliados en la lucha contra las potencias del Eje,
quedó durante un tiempo en situación ventajosa, fundamentando su posición en su
enorme potencial económico y militar. Los dos representaban modelos económicos,
sociales e ideológicos antagónicos: el capitalismo y el comunismo. Desde el fin
de la guerra sus intereses serían cada vez más divergentes, algo que se puso de
manifiesto peligrosamente durante la “Guerra Fría”. Bulgaria, por el Tratado de
Neuilly, hubo de ceder parte de Tracia a Grecia y perdió el acceso al mar
Egeo>>. (https://prezi.com/hp_nw12muioa/consecuencias-geopoliticas-de-1era-y-2da-guerra-mundial/ Lo entre
paréntesis nuestro).
Las
pérdidas de vidas humanas durante la primera guerra —entre muertos y
desaparecidos— se ha estimado en más de 8 millones de personas; y la
destrucción de riqueza creada superó los 300.000 millones de dólares. En la
siguiente guerra desde 1939 hasta 1945, las víctimas entre muertos y
desaparecidos sumó 60 millones, incluyendo los cinco millones del holocausto de
judíos perpetrado por los nazis. Y en cuanto a las pérdidas materiales, ciudades, industrias, nudos
ferroviarios y carreteras,
quedaron seriamente dañados. Millones de toneladas de carga en barcos atacados fueron enviadas al
fondo del mar y, además, Europa
perdió aproximadamente la mitad de su potencial
industrial. Otro tanto le sucedió a Japón. El sector agrícola
también se vio afectado al perderse cosechas enteras y, como consecuencia, el hambre que había sido erradicada en
Europa desde el siglo XVIII, apareció de nuevo, aun cuando ese flagelo se
extendió entre los sectores más numerosos y empobrecidos de la sociedad. Pero,
además, todas estas pérdidas y situaciones humanas catastróficas causadas por
las guerras —entendidas como un negocio por medios bélicos—, aunque pueda
parecer que atenten contra la continuidad
del sistema capitalista, muy al contrario lo vivifican y perpetúan, en
tanto y cuanto la destrucción material y muerte masiva lo retrotraen a etapas
históricas pretéritas ya superadas. Todo esto es bien sabido por los más
acaudalados gestores que secretamente conspiran ocasionalmente reunidos en los más selectos ámbitos
del poder económico y político, tal como es el caso en el llamado “Grupo
Bilderberg”.
Que
las guerras modernas han sido
y siguen siendo la continuidad de la competencia
intercapitalista por medios bélicos, y que la causa de la competencia ha tenido y tiene su raíz histórica
en la propiedad privada sobre los
medios de producción y de cambio, para comprender semejante sucesión
determinada de hechos fundamentales
permanentes sucesivamente concatenados aquí por el revés de la trama, y
que por ser fundamentales permiten explicar las vicisitudes en el vigente
sistema de vida, no hace falta demasiado esfuerzo mental.
Los
políticos profesionales oportunamente aquerenciados en las instituciones
estatales de cada país, rivalizan para ejercer el más alto poder político y
polemizan entre sí defendiendo los actos
partidarios propios. Pero,
¿por qué pasan “como sobre ascuas” por los hechos
fundamentales que hacen a la realidad objetiva de esta sociedad corrupta?
La respuesta es sencilla: Porque todos
ellos sin excepción aceptan acríticamente
esos hechos fundamentales objetivos,
que han hecho al reparto cada vez más desigual de la riqueza entre patronos y
obreros. Ya hemos explicado siguiendo a John Francis Bray el porqué de este
reparto desigual, que discurre entre la igualdad
del intercambio formal acordado en el contrato de trabajo, y la desigualdad real a la hora de su
ejecución, o sea, por ejemplo: el hecho de que ambas partes hayan acordado un
salario equivalente al valor creado por la fuerza de trabajo del obrero durante
la mitad de cada jornada de labor, no quiere decir que no se le pueda hacer
trabajar durante la jornada entera: ¿Y por qué los políticos aceptan semejante
superchería? Porque ellos son parte beneficiaria de ese reparto desigual y
hacen a su condición de usufructuarios en él, consagrado por sus instituciones
estatales a escala planetaria en todos los países. Para decirlo más claramente:
que proceden de tal forma porque como reza el viejo proverbio de los políticos
profesionales en Argentina: “donde
se come no se caga”. O sea, que al dejar intangibles los hechos
fundamentales del capitalismo
comprendidos en la ley objetiva del
valor económico, los gestores públicos de cualquier partido político en
el poder, no sólo aceptan las necesarias consecuencias protagonizadas por sus
colegas privados en la sociedad civil, sino que comparten y usufructúan
semejante fechoría con ellos. Son verdaderos cómplices:
<<La ganancia del empresario
será siempre una pérdida para el obrero, hasta que los intercambios entre las
partes sean iguales; y los intercambios no pueden ser iguales mientras la
sociedad esté dividida entre capitalistas (propietarios de los medios de producción y de cambio)
y productores obreros, dado que estos
últimos viven de su trabajo, en tanto que los primeros engordan a cuenta de
beneficiarse del trabajo ajeno. Es claro —continúa el señor Bray— que,
cualquiera sea la forma de gobierno que establezcáis…por mucho que prediquéis
en nombre de la moral y del amor fraterno…la reciprocidad es incompatible con
la desigualdad de los intercambios, La desigualdad de los intercambios, fuente
de la desigualdad en la posesión, es el enemigo secreto que nos devora (No reciprocity can exist where there are
unequal exchanyes. Inequality of exchanges, as being the cause of inequality of possessions,
is the secret enemy that devour us). (…)
Mientras permanezca en vigor este
sistema de desigualdad en los intercambios, los productores (asalariados) seguirán siendo tan pobres, tan ignorantes, estarán tan agobiados por
el trabajo como lo están actualmente...Sólo un cambio total de sistema,
la introducción de la igualdad del trabajo y de los cambios, puede mejorar este
estado de cosas y asegurar a los seres humanos la verdadera igualdad de
derechos… A los productores les bastará hacer un esfuerzo —son ellos
precisamente quienes deben hacer todos los esfuerzos para su propia salvación—
y sus cadenas serán rotas para siempre>>. [John Francis Bray: “Labour´s Wrongs and Labour´s Remedy 1839 (Calamidades
de la clase obrera y medios para suprimirla). Citado por K. Marx en: “Miseria de la filosofía” Ed. “Progreso”
Pp. 61].
Si hay algo
que no pocos de los periodistas venales suelen compartir con los políticos en
las instituciones estatales, es no pasar más allá de hacer circunloquios retóricos en torno a lo que parece ser la realidad
del sistema capitalista, escamoteando remitirse directamente a lo que la
realidad es efectivamente, al núcleo de sus bases fundamentales. Por la cuenta
que les trae, los políticos institucionalizados son unos redomados
profesionales en el arte filosófico, falaz e interesado, de seguir consagrando
lo aparente. Por ejemplo: en sus intervenciones durante la reciente moción de
censura a su gobierno, el actual Presidente de los españoles en nombre del derechista
Partido Popular (PP), ha declarado falsamente que la economía española está
creciendo a razón del 3,5% anual, y que la tasa de paro ha remitido del 25 al
22%, porque se han creado 400.000 puestos de trabajo. El economista
norteamericano y premio nobel, Joseph Stiglitz, ha desmentido estas palabras de
Mariano Rajoy, aportando datos que le han inducido a declarar: “Lo que se le ha hecho a los españoles es un desastre” , acusando al PP. de ser uno de los causantes de que España esté en la
bancarrota.
Si la tasa
de paro ha caído por debajo del 20% respecto de 2007, ha sido a raíz de que el
gobierno si vio forzado por la recesión económica, a sustituir el empleo indefinido por el temporal y
precario hoy
vigentes. Así es cómo los políticos profesionales de todos los colores,
justifican la “democracia” que representan acercando en cada ocasión oportuna
que se precie, el ascua a su sardina. Y uno de los partidos políticos
oportunistas que se apuntó a semejante modus vivendi al interior de las instituciones
políticas del sistema en España, ha sido la reciente formación llamada
“Podemos” aspirante a gobernar, que corriendo el mes de noviembre pasado, ha
propuesto en el parlamento lo que se aprobó por 174 votos a favor y 137 en
contra: un aumento del salario mínimo interprofesional hasta los 950 Euros
mensuales previsto para en 2020. Una proposición que sólo será posible, si el
sistema logra superar la recesión actual terminal del capitalismo, realidad que
solo será posible si la ganancia del capital global en España justifica el
aumento de la producción, elevándose por encima de ese supuesto y nada
previsible incremento salarial.
Los
social-demócratas al uso —como es el caso del PSOE y “Podemos” en España—,
comparten la peregrina idea que acuñó ese otro sociata llamado John Maynard
Keynes. O sea, que según el criterio interesado
de los ideólogos a sueldo y prebendas del sistema capitalista, la objetividad de la economía política como
ciencia, esto es, independiente de la subjetividad de nadie en particular, oficialmente NO EXISTE. De modo que para
discernir acerca de esa parcela de la realidad, solo cabe hacerlo a la luz
negra del llamado
pensamiento único burgués que atraviesa el prisma subjetivo y
relativista nunca tan interesado
de la “política económica”. Esa disciplina engañosa, déspota
y corrupta, implementada por los políticos profesionales de turno,
eventualmente a cargo de las instituciones estatales capitalistas.
Por ejemplo,
si fuera verdad que la causa de las crisis radica en el déficit de la demanda solvente, el problema
podría solucionarse como han venido preconizando por todo el mundo formaciones
políticas de medio pelo —como I.U., P.S.O.E y últimamente “Podemos” en España—,
insistiendo en su estrategia de conciliar el artículo 33 de la Constitución
—que consagra la propiedad privada capitalista—, con el 131 que consagra las
presuntas virtudes de la planificación.
O sea, medidas de política económica
que supuestamente garantizan el llamado “Estado del Bienestar”. Tal fue el
planteamiento que Keynes le propuso ejecutar al por entonces presidente Franklin
Delano Roosevelt durante la
“gran depresión” de los años treinta en EE.UU., aun a costa de que el Estado incurra en Déficit presupuestario e incremente la deuda estatal. Su
propuesta consistió en privilegiar el Gasto público y subir los salarios, para generar la
tan supuestamente definitoria y difundida Demanda agregada para la superación de las crisis,
en la creencia de que así se incentivaría la Inversión productiva, disminuyendo el Desempleo.
Keynes
omitió tener en cuenta dos cuestiones: 1)
que las crisis capitalistas típicas no son crisis de sub-consumo por carencia
de poder adquisitivo de las mayorías sociales, sino crisis de superproducción de capital por rentabilidad insuficiente y, 2) que dichas crisis sólo se pueden
superar en condiciones de ganancias crecientes superiores al costo en salarios para producirlas. Así fue
cómo Keynes decidió ignorar las leyes
objetivas de la economía
política, confiando en que el gobierno podía moderar y hasta eliminar
los ciclos económicos, interviniendo en ellos con medidas de política económica presuntamente
expansivas. Pero lo cierto y verdad es que la crisis
terminal del capitalismo mundial desatada el 24 de octubre de 1929, sólo se
pudo superar apelando a la mayor destrucción material y muerte masiva causadas
hasta entonces por una guerra mundial, como fue la que tuvo lugar entre 1939 y
1945.
Acerca del
desarrollo histórico posible del sistema capitalista y cuáles son sus límites objetivos absolutos, ya
hemos abundado y volvemos aquí a insistir una vez más en ello, según el
siguiente razonamiento: 1) La
función del capitalismo ha consistido y consiste en el crecimiento de la
riqueza producida y su desigual reparto entre capitalistas y asalariados. 2) Dicho reparto desigual ha venido
históricamente determinado por el progresivo desarrollo de la fuerza productiva
del trabajo, que consistió en la creciente sustitución
de trabajo vivo por medios técnicos cada vez más eficaces, teniendo en
cuenta que los medios materiales técnicos se limitan a trasladar su valor al
producto y, 3) Según lo demostrado
científicamente por Marx bajo el título
de “Fundamentos” (Grundrisse) entre 1857 y 1858 (Ver
Pp.276), de este
proceso de sustitución que limita cada vez más el empleo de trabajo vivo
empleado respecto de los medios materiales técnicos, sólo se puede concluir en
que la ganancia disminuye progresivamente, hasta el punto en que el sistema
capitalista alcanza el límite histórico-objetivo de su existencia, determinado
por el incesante desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social.
Así las
cosas, el problema insoluble que tienen por delante los actuales y futuros
empresarios privados en la sociedad civil, tanto como sus colegas agentes
públicos en las instituciones de los tres poderes del Estado —ya sean políticos
institucionalizados, jueces o fiscales y cualquiera sea el país de referencia
en las condiciones del capitalismo postrero—, no es sólo que para ello han sido
debidamente educados en los respectivos aparatos ideológicos que consagran el pensamiento único burgués vigente,
sino que, además, están forzados a mentir sistemáticamente sobre la realidad,
siguiendo rigurosamente los falsos dogmas de fe y comportamiento, contenidos en
ese pensamiento falaz, so pena de perder ipso facto su condición de aspirantes
a representar políticamente a ninguna clientela entre los llamados ciudadanos
de a pie. Así es la “libertad” que pueden ejercer estos candidatos a
“representantes del pueblo”, en relación con la verdad de la realidad que viven
y ocultan forzados a ello, transformados
en unos simuladores y farsantes sin escrúpulos, en unos mentirosos compulsivos
consuetudinarios. Tal es principio activo de la vigente propiedad privada capitalista que hace con el
tiempo a la completa corrupción política de estos sujetos. En síntesis, que
para llegar a ser un corrupto político consumado, es necesario pasar por
dejarse corromper ideológicamente, aceptando la falsedad teórica vigente para
definir la realidad en todos sus aspectos, como condición imprescindible de
aspirar a incorporarse en —y dirigir las— instituciones políticas del sistema.
Tal es el obligado y peligroso curso
disoluto a recorrer
en semejante carrera, para ejercitar el poder político “democrático
representativo”. Esto es lo que Antonio
Gramsci en general
definió apelando al vocablo
“Transformismo”, como la función deletérea o degenerativa que cumplen las
clases dominantes burguesas, sobre ciertos y determinados sujetos oportunistas
que, organizados en partidos políticos reformistas del capitalismo, se proponen
medrar en las instituciones estatales
del sistema, dirigiendo celosamente desde allí a las clases subalternas,
para que no lo trasciendan. Tal es la función
política constitutiva solidaria entre los empresarios privados en la
sociedad civil y los servidores públicos en el Estado.
A esta
tradicional concepción del mundo socialdemócrata
reformista del capitalismo, como es el caso en España del Partido
Socialista Obrero Español (PSOE), que desde 1879 ha venido ensayando cambios en
el sistema dejándolo esencialmente
como está —según el principio fundamental de sus orígenes—, se han
sumado últimamente otras formaciones del mismo cuño en general oportunista y rastrero, derivadas del llamado movimiento
15M que confluyeron en la organización política “Podemos”, sedicentemente
representativa de “la gente”, pero que
como todas las demás organizaciones políticas del mismo carácter, lo que representan en realidad y
defienden incondicionalmente, es el principio fundamental del
capitalismo: la propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio.
La
socialdemocracia europea del norte, desde que el Partido Socialdemócrata
de Alemania (SPD)
abandonara el marxismo durante su Congreso
de Bad Godesberg en noviembre de 1959, se propuso crear un “nuevo orden
económico y social”, conforme con “los
valores fundamentales del pensamiento socialista” al interior del
capitalismo, presidido por la propiedad privada sobre los medios de producción
y de cambio, principio económico fundamental burgués que ese Congreso consideró
compatible con “la libertad, la
justicia social, la solidaridad y la mutua obligación derivada de la común
solidaridad”. Frente a la aceptación de este tipo de capitalismo
propugnada por el SPD y el resto de partidos socialdemócratas del centro y
norte de Europa, sus homólogos del sur elaboraron una alternativa que llamaron socialismo democrático que, sin renunciar al socialismo,
declararon que tampoco desistían de alcanzarlo según las reglas de la
democracia. Por su parte, las formaciones políticas comunistas del sur, también
se sumaron a esta iniciativa “socialista y democrática” que llamaron eurocomunismo.
El resultado
de toda esta declamada superchería en torno a la libertad, la justicia social y
la solidaridad, está hoy a la vista, en todo lo que por inevitable necesidad
económica férreamente determinada por la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio, se ha conseguido a
instancias de la no menos predestinada competencia
intercapitalista, a saber:
1) Que ahora mismo el 0,6 % de la población adulta del Planeta, dispone
del 39,3 % de la riqueza creada en el mundo.
2) Que más de una tercera parte de esa
riqueza, está controlada por una super élite de apenas 29 millones de personas. Justo por debajo de ellos, una segunda
división de la élite mundial representada por 344 millones de personas (el 7,5
% de la población mundial) ostenta
otro 43,1 % de la riqueza total del globo terráqueo.
3) Sumando ambos valores porcentuales medidos en
términos de población y tenencia de riqueza, resulta que el 8,1 % de la población mundial posee el 82,4 % de la riqueza en el
Planeta.
4) Si analizamos la pirámide por la
parte baja de la misma, las conclusiones son aún más desoladoras: alrededor de 3.184 millones de personas, el
69,3 % de la población mundial, con una riqueza inferior a los 10.000 dólares,
acumula el 3,3 % de la riqueza del Planeta.
5) El dato es aún más preocupante al
descubrir que 4.219 millones de
personas, el 91,8 % de la población
adulta mundial, tan sólo acumula el 17,7 % de la riqueza total. Cfr.: https://www.elblogsalmon.com/economia/una-super-elite-mueve-los-hilos-de-la-economia-mundial.
6) 2015 será recordado como el primer
año de la serie histórica, en el que la
riqueza del 1% de la población mundial alcanzó la mitad del valor del total de
activos. En otras palabras: el 1% de la población mundial, aquellos que tienen
un patrimonio valorado en 760.000 dólares (667.000 euros o más), poseen tanto
dinero líquido o invertido como el 99% restante de esa población mundial.
Esta enorme brecha entre privilegiados y el resto de
la humanidad, lejos de suturarse, ha seguido ampliándose desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008. Cfr.: http://economia.elpais.com/economia/2015/10/13/actualidad/1444760736_267255.html?rel=mas.
A la vista
de estos datos y habida cuenta de las investigaciones de Marx, el hecho de que
nadie haya podido desmentir fehacientemente no ser cierto, que semejante
distribución cada vez más desigual de la riqueza en favor de los ricos sea el
resultado de la vigente propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio, este vacío de
pensamiento demuestra, muy al contrario, que tales investigaciones científicas
de Marx se han confirmado. Por lo tanto, teniendo en cuenta las actuales
circunstancias criticas terminales
del sistema, todas las promesas de los políticos profesionales reformistas acerca de que la política económica de los Estados
nacionales pueda sobreponerse a la ley económica del valor,
supuestamente cambiando el curso de la distribución desigual de la riqueza en
favor de los pobres, sin perjuicio para los ricos, es pura majadería y ellos,
unos arribistas mentirosos consuetudinarios compulsivos. Ergo:
1)
Expropiación de todas las grandes y medianas empresas industriales,
comerciales y de servicios, sin compensación alguna.
2)
Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.
3)
Control obrero colectivo permanente y democrático de la
producción y de la contabilidad en todas las empresas,
privadas y públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios
de difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad,
en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.
4)
El que no trabaja en condiciones de hacerlo, no come.
5)
De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6)
Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los
más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas,
simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres
poderes, elegidos según el método de la representación proporcional, sean revocables
en cualquier momento de la misma forma.
GPM.