03. El desigual y creciente reparto de la riqueza bajo el capitalismo

En una situación cíclica favorable a la conversión de salario en plusvalor, con tendencia sostenida al alza en la tasa de ganancia, la inversión en capital fijo (maquinaria) y circulante (materias primas y auxiliares) aumenta; ergo, el paro remite ante la consecuente mayor demanda de empleo y el capital bajo tales condiciones está —aunque no predispuesto— sí en condiciones económicas de ceder mejoras a los trabajadores, es decir, permite una participación mayor de los asalariados en el reparto de la riqueza, determinado por el progreso técnico de la fuerza productiva del trabajo. En tales circunstancias, esas mejoras se vuelven realmente posibles dentro del sistema. Aun cuando no de modo automático o mecánico, esta situación objetiva acaba por trasladarse al plano subjetivo de los asalariados, tanto en las empresas como en los sindicatos; los asalariados se ven estimulados a luchar por mejorar su salario relativo y sus demandas se traducen así necesariamente en conquistas: El salario relativo de los trabajadores aumenta históricamente (por encima de los niveles anteriores, porque el desarrollo de la fuerza productiva lo permite) aun cuando lógicamente aumente menos que la ganancia del capital. Ergo, la lucha entre las dos clases sociales estratégicamente antagónicas, tácticamente se modera o concilia. 

Pero en el punto más alto de la fase expansiva, e inmediatamente después de la crisis, cuando la economía capitalista entra en la onda de crecimiento lento y buena parte del capital adicional comienza a ser expulsado de la producción porque la ganancia prevista no compensa su inversión, es entonces cuando el paro aumenta en la misma proporción en que el crecimiento de la inversión se retrae. Es el momento en que la patronal inicia su ofensiva sobre las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, que así inevitablemente pierden las conquistas logradas con sus luchas durante la fase anterior de crecimiento acelerado. El descenso de la tasa de ganancia y la consecuente desinversión productiva en medios técnicos y fuerza de trabajo, provocan un exceso de oferta neta de todos los componentes del capital industrial —incluida la fuerza de trabajo— que así se desvalorizan, al tiempo que el crecimiento del paro induce a la super-explotación de los asalariados activos como único medio posible de obtener ganancia, no ya por la vía del aumento en la productividad sino del descenso de los salarios reales y el correspondiente deterioro de su poder adquisitivo, es decir, la pauperización absoluta se apodera de los asalariados. Así las cosas y como resultado de todos estos movimientos, la tasa de ganancia comienza a aumentar y el proceso de acumulación de capital inicia un nuevo ciclo periódico en su fase de recuperación, con la misma capacidad potencial productiva incorporada a los medios técnicos —si no más perfeccionada—, que al inicio del ciclo periódico anterior. O sea, la misma composición orgánica como relación económica entre la inversión en medios técnicos, materias primas y auxiliares, respecto de la masa de operarios contratada; relación que no deja de aumentar como condición del incremento en la productividad del trabajo y, consecuentemente, del plusvalor obtenido.     

Pero según esta deriva del sistema evoluciona entre ciclos periódicos recurrentes con sus correspondientes fases de crisis, depresión, recuperación y expansión, llega un momento en este proceso donde la acumulación del capital global alcanza su máximo grado, es decir, se presenta el fenómeno que Henryk Grossmann dio en llamar “sobresaturación de capital”; una situación a la que por sí mismo llega el sistema, cuando la productividad del trabajo contenida en los medios técnicos movidos por el trabajo humano contratado, se acerca al agotamiento de la magnitud fija del salario colectivo para los fines de su conversión en plusvalor. En este trance las dificultades de la burguesía para superar semejantes situaciones objetivamente producidas, son también cada vez mayores, forzando a los capitalistas para que los ataques contra las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados sean cada vez más profundos y duraderos, porque, dado el límite físico de la jornada laboral media —que naturalmente no puede sobrepasar las 24 horas de cada día— a medida que el progreso de las fuerzas productivas determina el aumento en la composición técnica y orgánica del capital —entendida como relación creciente entre los medios técnicos y el número de obreros empleados— esto supone que el empleo de asalariados desciende relativamente cada vez más, de modo tal que así, el aumento del plusvalor relativo —sólo posible de obtener explotando trabajo humano—  tiende a ser también cada vez menor. Dicho de otra forma: el margen de ganancia posible de obtener con cada progreso científico-técnico incorporado a los medios de producción —que un cada vez menor número de asalariados ponen diariamente en movimiento—, se ve reducido cada vez más según la creciente productividad del trabajo convierte sucesivamente porciones de salario colectivo en plusvalor.  

Recordar que estamos hablando no de determinados capitales particulares sino del capital social global. Así, de lo anterior se deduce que para recuperar la tasa de ganancia según se pasa de la fase depresiva de una onda larga a la fase de recuperación siguiente, el precio de la fuerza de trabajo debe descender cada vez más por debajo de los niveles históricos de su valor, con tendencia a alcanzar el mínimo de subsistencia. Dicho de otro modo, entre el nivel salarial alcanzado en el punto más alto de cada fase expansiva y el nivel más bajo que corresponde a la fase depresiva inmediatamente antes de iniciada la recuperación de la onda siguiente, esa diferencia resuelta en pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores debe ser necesaria y sucesivamente creciente.

Todo esto significa, como acabamos de ver, que teniendo en cuenta estos dos límites mencionados del salario relativo máximo y mínimo, el progresivo aumento de la relación entre lo que se invierte en maquinaria, materias primas y materias auxiliares (combustibles y lubricantes) —es decir, medios de producción (MP)—, respecto de lo invertido en salarios o fuerza de trabajo (FT), queda objetivamente determinado por el correlativo incremento cada vez más menguante del plusvalor con tendencia objetiva al cero absoluto. Situación que hace unos años se pensaba que acontecería,  pero que hoy día ya es una realidad tangible incontestable, donde la producción de riqueza prescinde cada vez más del trabajo vivo, con tendencia a la automatización.

Así las cosas, la acumulación de capital que se procesa convirtiendo salario en plusvalor, tiene que llegar necesariamente a un punto, en el que dicho proceso no puede continuar sin anular la participación del trabajo en la productividad, es decir, el salario real tiene que reducirse necesariamente hasta el mínimo histórico absoluto del salario relativo, entendido este último como la participación de los trabajadores en el producto de su trabajo que exceda al mínimo físico de subsistencia. Llegado a este punto, el capital dejaría de cumplir la función progresiva que justifica a la burguesía como condición de clase dominante. Porque el salario deja de ser la fuente del plusvalor que es la razón de ser de los capitalistas.

En síntesis, según avanza el proceso histórico de la acumulación, para salir de cada depresión los ataques del capital sobre las condiciones de existencia de los asalariados deben ser cada vez más formidables, y el salario relativo cada vez menor, al tiempo que mayor la intensidad y, eventualmente, la extensión del tiempo al que son sometidos en el trabajo. La prueba está en que durante los últimos treinta años, las condiciones de vida y de trabajo del proletariado mundial respecto de las condiciones de vida de la burguesía, no han hecho más que deteriorarse, lo cual ha venido determinado por la cada vez más desigual participación relativa del proletariado en el reparto de la riqueza.

Ahora bien, los ataques de la burguesía contra el salario en la fase depresiva de cada ciclo periódico, no se producen de forma brusca y brutal, sino paulatina; las vueltas de tuerca que la patronal ejecuta sobre la tasa de explotación de los asalariados, se extienden en el tiempo según se reconstruye el ejército industrial de reserva (paro) que regula el nivel de los salarios, en este caso siempre relativamente a la baja, así hasta que desciende absolutamente  —según aumenta el paro— hasta alcanzar la medida que provoca un descenso en los salarios reales, o sea un cambio cualitativo cada vez más a la baja en las condiciones de vida de los trabajadores. O sea, que el intercambio entre patronos y asalariados que hace al reparto desigual de la riqueza en la sociedad capitalista basada en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio —cualquiera sea el color político de sus gobiernos seguirá siendo cada vez más desigual en favor de los capitalistas y sus secuaces, los políticos profesionales corrompidos hasta los tuétanos:

<<La ganancia del empresario será siempre una pérdida para el obrero, hasta que los cambios entre las partes sean iguales; y los cambios no pueden ser iguales mientras la sociedad esté dividida entre capitalistas y productores, dado que los últimos viven de su trabajo, en tanto que los primeros engordan a cuenta de beneficiarse del trabajo ajeno. Es claro —continúa el señor Bray— que, cualquiera sea la forma de gobierno que establezcáis…, por mucho que prediquéis en nombre de la moral y del amor fraterno…, la reciprocidad es incompatible con la desigualdad en los cambios. La desigualdad de los cambios, fuente de la desigualdad en la posesión, es el enemigo secreto que nos devora (No reciprocity can exist where dere are unequal exchanges. Inequality of exchanges, as being the cause of inequality of possessions, is de secret enemy devours us). John Francis Bray: Op. Cit. Pp. 53-55. Párrafo citado por Marx en <<Miseria de la Filosofía. Respuesta a la “Filosofía de la Miseria” del señor Proudhon>>. Ed. cit. Pp.  61. Versión digitalizada ver Pp. 27).   

Semejante situación llega a su límite bajo condiciones pacíficas, cuando los trabajadores se niegan a seguir aceptando recortes en sus condiciones de vida y de trabajo, al mismo tiempo que la patronal pugna por imponerlas, porque el insuficiente nivel de la tasa de ganancia le obliga a ello. En tales circunstancias, esas luchas económicas defensivas de los asalariados se trasladan necesaria e inmediatamente del terreno económico al terreno político, y esa disputa por el salario relativo —como bien decía Rosa Luxemburgo siguiendo a Marx— alcanza la condición de ser un "asalto subversivo al carácter mercantil de la fuerza de trabajo". En tales circunstancias las luchas se agudizan con vistas a una inevitable situación revolucionaria. Esta perspectiva es la que más recientemente se puso a la orden del día en numerosos países imperialistas y dependientes durante la década de los setenta y ochenta, tras el comienzo, en 1968, de la onda larga depresiva que siguió a la expansión durante la segunda posguerra mundial, que la burguesía no acaba de superar todavía y ya no podrá lograrlo. Así las cosas, Marx y Engels fueron quienes pudieron sacar a la luz del conocimiento científico, el carácter históricamente transitorio del capitalismo. Pero a John Francis Brey le cabe sin duda le mérito, de haber explicado el porqué de la perversa y repulsiva inhumanidad contenida en el todavía vigente sistema capitalista de vida:    

<<La consideración del objetivo y de la misión de la sociedad (del futuro), me autorizan a concluir que no solo deben trabajar todos los seres humanos (en condiciones de hacerlo) y obtener de este modo la posibilidad de cambiar (una cosa por otra), sino que valores iguales deben cambiarse por valores iguales. Además, como el beneficio de uno no debe ser una pérdida para otro, el valor se debe determinar por los gastos de producción (sin réditos gananciales de unos a expensas de otros). Sin embargo, hemos visto que bajo el régimen social vigente (que tan miserable y vergonzosamente desde 1839 todavía hoy se prolonga), el beneficio del capitalista y del rico, es siempre una pérdida para el obrero; que este resultado es inevitable; que bajo todas las formas de gobierno el pobre queda siempre abandonado enteramente a merced del rico, mientras subsista la desigualdad de los cambios; y que la igualdad de los cambios solo puede ser asegurada por un régimen social que reconozca la universalidad del trabajo (…)>>. (Bray. Op. Cit. Pp. 53-55. Párrafo citado por Marx en <<Miseria Filosofía. Respuesta a la “Filosofía de la Miseria” del señor Proudhon>>.  Ed. cit. Pp. 61. Versión digitalizada ver Pp. 27)

 

Fue Hegel uno de los primeros en comprender, que las relaciones económicas movilizadas por la actividad productiva y los intercambios, debieran tener en consideración primordial no precisamente la proclive ambición desmedida por la riqueza y el poder de unos cuantos individuos propietarios del capital, sino las necesidades universales del conjunto de la sociedad:

§ 243

       <<Cuando la sociedad civil se halla en libre actividad, interiormente está ocupada en el progreso de la población y de la industria. Con la generalización de las vinculaciones de los hombres, mediante sus necesidades y los modos de preparar y procurar los medios para esas necesidades, se acrecienta, por una parte, la acumulación de las riquezas —porque de esta doble universalidad se obtiene el más grande provecho—, así como, por otra parte, se acrecienta la división y limitación del trabajo particular y, por lo tanto, la dependencia y la necesidad de la clase ligada a ese trabajo, agregándose la insuficiencia de la capacidad y del goce de los demás bienes, especialmente de las ventajas espirituales de la Sociedad Civil.

§ 244

       El descenso de una gran masa (asalariada) por debajo de un cierto nivel de existencia —que se regula por sí mismo como necesario para un miembro de la sociedad, y el enfrentar la pérdida de la conciencia del derecho, de la juridicidad y de la dignidad, por medio de una actividad y trabajos propios—, ocasiona la formación de la plebe y, al mismo tiempo, lleva consigo, en cambio, la más grande facilidad para concentrar en pocas manos riquezas desproporcionadas>> (Guillermo Federico Hegel: “Filosofía del derecho” . Versión digitalizada. Ver: Pp. 204-205.).

 

Con su lenguaje abstruso Hegel reconoció que bajo el capitalismo, la relación social entre los propietarios de los medios de producción y los subalternos propietarios de la fuerza de trabajo es desigual. Comienza siendo una relación formal entendida como un acuerdo de voluntades entre dos partes jurídicamente libres e iguales ante la ley:

El contrato es el resultado final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. La igualdad, pues compradores y vendedores sólo contratan como poseedores de mercancías, cambiando equivalente por equivalente. La propiedad, pues cada cual dispone y solamente puede disponer de lo que es suyo. Y Bentham, pues a cuantos intervienen en estos actos sólo los mueve su interés. La única fuerza que los une y los pone en relación es la fuerza de su egoísmo, de su provecho personal, de su interés privado.

Precisamente por eso, porque cada cual cuida solamente de si y ninguno vela por los demás, contribuyen todos ellos, gracias a una armonía preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una providencia omniastuta, a realizar la obra de su provecho mutuo, de su conveniencia colectiva, de su interés social. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV Aptdo. 3 Pp. 110).

 

Pero una vez formalizada, esta relación entre patronos y obreros se materializa realmente en una producción de riqueza, de la que —en su mayor parte— se apoderan los primeros en detrimento de los segundos, O sea, que acaba siendo una relación entre sujetos realmente desiguales. Pero Hegel ha omitido explicar cómo, de qué forma o manera esa relación entre sujetos jurídicamente iguales, en los hechos revierte convertida en una relación económica desigual.

 

Hegel publicó su “Filosofía del derecho” en 1820. Diecinueve años después, fue John Francis Bray quien se ocupó de llenar este injustificable vació teórico en su obra bajo el título: “Calamidades de la clase obrera y medios para suprimirlas”. Allí dejó dicho lo siguiente:   

<<El sistema de la igualdad (en las relaciones sociales) no sólo tiene a su favor las mayores ventajas, sino también la estricta justicia…Cada hombre es un eslabón indispensable, en la cadena de los efectos, que parte de una idea para culminar, tal vez, en la producción de una pieza de paño. Por eso, del hecho de que nuestros gustos no sean los mismos para las distintas profesiones, no hay que deducir que el trabajo de uno deba ser retribuido mejor que el de otro. El inventor recibirá siempre, además de su justa retribución en dinero, el tributo de nuestra admiración, que sólo el genio puede obtener de nosotros…

Por la naturaleza misma del trabajo y del intercambio, la estricta justicia exige que todos los que intercambian obtengan beneficios no solo mutuos, sino iguales (all exchangers should be not only mutually but they should likewise be equally benefited). No hay más que dos cosas que los hombres pueden cambiar entre sí, a saber: el trabajo y los productos del trabajo. Si los cambios se efectuasen según un sistema equitativo, el valor de todos los artículos se determinaría por un coste de producción completo; y valores iguales se cambiarían siempre por valores iguales (If a just sistema of exchanges were acted upon, the value all articles would be determined by the entire cost of production, and equal values should always exchange for equal values). Si, por ejemplo, un sombrerero que invierte una jornada de trabajo en hacer un sombrero y un zapatero que emplea el mismo tiempo en hacer un par de zapatos —suponiendo que la materia que ambos empleen tenga el mismo valor— y cambian estos artículos entre sí, el beneficio obtenido de este cambio es al mismo tiempo mutuo e igual. La ganancia de una de las partes no puede ser una pérdida para la otra, puesto que ambas han suministrado la misma cantidad de trabajo. Pero si el sobrerero recibiese dos pares de calzado por un sombrero, no variando las condiciones arriba supuestas, es evidente que el cambio sería injusto. El sombrerero usurparía al zapatero una jornada de trabajo. (…); y procediendo así en todos sus cambios, recibiría por el trabajo de medio año el producto de todo un año de otra persona (…). Hasta aquí hemos seguido siempre este sistema de cambio eminentemente injusto: los obreros han dado al capitalista el trabajo de todo un año a cambio del valor de medio año (the workmem have given the capitalist the labour of a whole year, in exchange for the value of only half a year). De ahí, y no de una supuesta desigualdad de las fuerzas físicas e intelectuales de los individuos (de condición asalariada), es de donde proviene la desigualdad de riquezas y de poder. La desigualdad de los intercambios, la diferencia de precios en las compras y en las ventas, no puede existir sino a condición de que los capitalistas sigan siendo capitalistas y los obreros, obreros (…) La transacción entre el trabajador y el capitalista es una verdadera farsa: en realidad no es, en miles de casos, otra cosa que un robo descarado, aunque legal. (The whole transaction between the producer and the capitalist is mere farse: it is, in fact, in thousands of instances, no other than a barefaced though legalised robbery). (Bray: Ob. Cit. Pags. 45, 48, 49 y 50. Cita de Marx en “Miseria de la filosofía” Ed. Progreso-Moscú Pp. 61). Versión digitalizada Ver Pp. 26-27

La ganancia del empresario será siempre una pérdida para el obrero, hasta que los intercambios entre las partes sean iguales; y los intercambios no pueden ser iguales mientras la sociedad esté dividida entre capitalistas y productores obreros, dado que estos últimos viven de su trabajo, en tanto que los primeros engordan a cuenta de beneficiarse del trabajo ajeno. Es claro —continúa el señor Bray— que, cualquiera sea la forma de gobierno que establezcáis…por mucho que prediquéis en nombre de la moral y del amor fraterno…la reciprocidad es incompatible con la desigualdad de los intercambios, La desigualdad de los intercambios, fuente de la desigualdad en la posesión, es el enemigo secreto que nos devora (No reciprocity can exist where there are unequal exchanyes. Inequality of exchanges, as being the cause of inequality of possessions, is the secret enemy that devour us). (…)

Mientras permanezca en vigor este sistema de desigualdad en los intercambios, los productores (asalariados) seguirán siendo tan pobres, tan ignorantes, estarán tan agobiados por el trabajo como lo están actualmente...Sólo un cambio total de sistema, la introducción de la igualdad del trabajo y de los cambios, puede mejorar este estado de cosas y asegurar a los seres humanos la verdadera igualdad de derechos… A los productores les bastará hacer un esfuerzo —son ellos precisamente quienes deben hacer todos los esfuerzos para su propia salvación— y sus cadenas serán rotas para siempre. Como fin, la igualdad política es un error, y como medio también es un error (As and en, the political equality is there a failure). Con la igualdad de los cambios, el beneficio de uno no puede ser pérdida para otro: porque todo cambio no es más que una simple transferencia de trabajo y de riqueza, no exige ningún sacrificio. Por tanto, bajo un sistema social basado en la igualdad de los cambios, el productor podrá llegar a enriquecerse por medio de sus ahorros; pero su riqueza no será sino el producto acumulado de su propio trabajo. Podrá cambiar su riqueza o donarla a otros; pero si deja de trabajar no podrá seguir siendo rico durante un tiempo más o menos prolongado. Con la igualdad de los cambios, la riqueza pierde el poder actual de renovarse y de reproducirse, por decirlo así, por sí misma: no podrá llenar el vacío creado por el consumo; porque, una vez consumida, la riqueza es perdida para siempre si no es reproducida por el trabajo. Bajo el régimen de cambios iguales no podrá ya existir lo que ahora llamamos beneficios e intereses. Tanto el productor como el distribuidor recibirán igual retribución (equivalente al valor de su propio trabajo). Y el valor de cada artículo creado y puesto a disposición del consumidor, será determinado por la suma total del trabajo invertido en ellos (…). El principio de la igualdad en los cambios debe, pues, conducir por su propia naturaleza, al trabajo universal>> (Bray Op. Cit. Pp. 67, 88, 89, 94, 109 y 110.  Citado por Marx en “Miseria de la Filosofía” Cap. I Apartado II. Pp. 61 Ed. Progreso. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros). Versión digitalizada Ver: Pp. 26 (últimos dos párrafos) -27 y 28.