5. Contratos basura, fondo de pensiones y necesidad histórica objetiva del socialismo

Si juzgamos el paro asalariado desde la consagración empírica o aparente del sistema capitalista como “lo que hay” y no puede haber otra cosa, ese hecho no es aparente sino tan real como que la burguesía lo supone “natural” y, por tanto, aceptable que deba producirse. Por eso el “comunista” Julio Anguita llegó a decirles a los asalariados españoles frente a las cámaras de la televisión en horas de mayor audiencia, que “el paro es producido por la técnica”. ¿Y quién puede estar en contra del progreso científico-técnico, verdad?

Pero si vemos el fenómeno del progreso científico en relación con la más que evidente necesidad objetiva —perfectamente posible— de que se repartan las horas de trabajo entre todos los asalariados disponibles sin perjuicio de la productividad por empleado, calculando la productividad no sobre la parte paga de la jornada individual sino sobre la jornada entera, entonces la “realidad” de que una parte de la población asalariada sobra vista con los ojos apologéticos del sistema capitalista —tal como la ve el “comunista” Anguita— se derrumba y resulta que es aparente, de modo tal que lo que le viene sobrando a la humanidad es esa categoría social llamada burguesía, esto es, el capitalismo. Por eso Marx colocó el adjetivo “aparente” en ese pasaje de su obra donde alude a la población en paro forzoso para explicar sus verdaderas causas.

Por lo tanto, el crecimiento más rápido del capital acumulado respecto del crecimiento vegetativo de la población obrera explotable, significa que el aparente fenómeno de la población sobrante —que deja de aportar al fondo común de los salarios diferidos— se produce antes del estallido de la crisis, es decir, antes de que la masa de capital incrementado por el plusvalor obtenido que se reinvierte, produzca una magnitud de plusvalor o capital adicional igual o menor al obtenido antes de su incremento. Y de esto nada cabe imputar al déficit de nacimientos ni a la técnica, sino a la relación de producción capitalista basada en la propiedad privada sobre los medios de producción, que solo invierte en medios de trabajo más eficaces, cuando su coste es menor que el salario, es decir, la parte paga de la mano de obra que desplaza:

<<Por consiguiente, para el capital la ley que rige el incremento de la fuerza productiva del trabajo no tiene validez incondicionada. Para el capital esa fuerza productiva se incrementa no cuando (el medio de trabajo que incorpora un adelanto tecnológico) economiza en general trabajo vivo (donde la expresión “en general” quiere decir: tomando en consideración la jornada de labor entera) más de lo que adiciona en materia de trabajo pretérito, sino sólo cuando economiza en (o sobre) la parte paga del trabajo vivo, más de lo que adiciona (de lo que cuesta) en materia de trabajo pretérito (incorporado al medio de trabajo). Aquí, el modo capitalista de producción cae en una nueva contradicción. Su misión histórica (aparente) es el desarrollo sin miramientos, impulsado en progresión geométrica, de la productividad del trabajo humano. Pero se torna infiel a esa misión no bien se opone al desarrollo de la productividad frenándolo, como sucede en este caso (al no aplicar la ley del ahorro de trabajo —mediante el progreso de la productividad— a la jornada de labor entera, sino solo a su parte paga)>> (K. Marx: "El Capital" Libro III Cap. XV Aptdo. IV. Lo entre paréntesis nuestro)

Y tiene que “tornarse infiel a su misión”, precisamente porque su cometido esencialmente no es ese, no consiste en desarrollar incondicionalmente la fuerza productiva del trabajo. Y es que, en realidad, su misión esencial consiste en incrementar el capital, en acumular plusvalor. Tal es el condicionamiento lógico respecto del desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, su limitación histórica de clase.

Condicionamiento lógico porque la burguesía solo puede aplicar la ley de la productividad del trabajo a la parte paga de la jornada de labor. A la otra no porque ya la ha convertido o le queda por convertir en plusvalor capitalizable. Condicionamiento histórico porque según progresan las fuerzas productivas de la humanidad la parte paga de la jornada de labor se acorta y la acumulación de fracciones cada vez menores de plusvalor se torna tanto más difícil.

Y el caso es que la burguesía no puede volverse infiel a sí misma como clase. No puede sacrificarse en aras del desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad. Prefiere ser infiel a lo que solo puede ser fiel en apariencia. De hecho, la hipocresía de la burguesía y de los intelectuales a su servicio, se revela en que se presentan ante el proletariado como los adalides del progreso tecnológico y el desarrollo económico, como sin cuyo concurso fuera imposible el empleo y la creación de riqueza, cuando lógica e históricamente demuestran lo contrario: que retardan el desarrollo técnico y limitan el empleo, para conservar el plusvalor que han acumulado a expensas del trabajo asalariado, a expensas de esa parte de la jornada colectiva en que los asalariados producen el equivalente a sus medios de vida.

Pero según estos señores consiguen que las fuerzas productivas progresen, el empleo de asalariados aumenta necesariamente cada vez menos, mientras la parte de la jornada laboral colectiva que les queda por convertir en plustrabajo capitalizable se torna cada vez más reducida, porque naturalmente su duración no puede exceder las 24 horas del día, de modo que el plusvalor que pueden capitalizar los explotadores cada vez aumenta menos y, para obtenerlo, necesitan invertir más dinero en capital constante (máquinas-herramientas, suelo, edificios, combustible y materias primas) que en salarios, porque así lo exige el desarrollo tecnológico incorporado a los medios de producción. Ergo, el plusvalor aumenta menos que el capital invertido para producirlo, al tiempo que la población explotable crece más rápido que la explotada.

Este momento previo, en el que la sobrepoblación obrera (como consecuencia del progreso técnico y del consecuente incremento de capital invertido respecto del plusvalor que produce) empieza a manifestarse sin que el sistema llegue aun a la crisis, explica que, en colaboración con los sindicatos estatizados, la burguesía intente alejar el horizonte de futuras crisis bajando los salarios reales para incrementar el plusvalor.

Con tal propósito, desde la década de los años setenta, la burguesía ha ensayado una modalidad de empleo/paro llamada contrato a tiempo parcial, popularmente conocida como contrato basura.

Si por cada jornada de trabajo de ocho horas, suponemos que a los asalariados se les viene pagando un salario promedio equivalente en poder adquisitivo a la mitad, con una tasa de explotación del 100% la patronal obtendrá un plustrabajo creador de plusvalor de otras cuatro horas.

El contrato a tiempo parcial consiste en dividir cada jornada de trabajo individual a tiempo completo entre dos y hasta tres asalariados, a cada uno de los cuales se le hace trabajar, un suponer, cinco horas en vez de ocho a cambio de un salario equivalente, por ejemplo, a dos horas diarias en poder adquisitivo; así las cosas, para el patrón la jornada pasa a ser de diez o quince horas de trabajo, según sea el caso. O sea, que si se emplean dos asalariados a cambio de un salario individual equivalente a dos horas, cada uno de ellos trabajará tres horas gratis y su respectivo patrón se embolsará el equivalente a un plustrabajo de seis si solo se emplean dos asalariados (dos horas más que si empleara uno); y si en vez de dos se empleara tres, el plusvalor subiría a nueve horas, cuando antes no pasaba de cuatro.

Al firmar el contrato, los asalariados solo saben lo que aceptan cobrar, pero no lo que sus patronos ganan, porque esto forma parte del llamado “secreto comercial” compartido en exclusiva por los patronos y el Estado a su servicio. Los políticos burgueses institucionalizados —incluidos los de la llamada “izquierda” y los propios sindicatos mayoritarios— acordaron durante los últimos treinta años, en la política de moderación salarial para contribuir a que la población ocupada se incremente repartiendo su común penuria relativa, a cambio de una mayor ganancia de los patronos. El resultado fue que se crearon millones de empleos, pero de muy bajos salarios y precarios en gran número, con lo cual la patronal se infló a ganar dinero, mientras los asalariados veían disminuir su participación en el producto de su trabajo, y su consecuente menor aporte al fondo de pensiones les auguraba una futura jubilación miserable.

Lo que más importa en este contexto, es que bajo el régimen de contrato individual a tiempo completo de ocho horas la jornada, con una tasa de plusvalor del 100%, cada empleado aporta en concepto de futuro salario diferido al fondo de pensiones, la parte proporcional correspondiente a su salario de cuatro horas diarias, mientras que bajo el régimen de contrato a tiempo parcial, solo puede aportar a ese fondo la proporción salarial equivalente a la mitad. Por tanto, para buena parte de los asalariados su futura pensión se ve significativamente mermada.

Bajo semejantes condiciones impuestas por el sistema capitalista, está claro que, según la fuerza productiva del trabajo reduce paulatinamente el tiempo de la jornada en que cada contratado —sea a tiempo completo o parcial— produce el equivalente a su salario, para incrementar proporcionalmente el sagrado plusvalor de los patronos, es inevitable que el salario relativo se vaya reduciendo históricamente en la misma proporción, de modo que para incrementar el plusvalor global, habrá que aumentar cada vez más el tiempo de cada jornada de labor colectiva, para dividirlo entre los asalariados disponibles, cada uno de los cuales verá aumentar su penuria absoluta, hasta el punto de ver desaparecer bajo sus pies, el propio fondo de pensiones, convertido cada vez más en una ficción propagandística de los apologetas a sueldo y prebendas de la burguesía.

Esta modalidad es la que se introdujo en los llamados “Pactos de La Moncloa” firmados en octubre de 1977 por los principales partidos políticos, las organizaciones patronales y los sindicatos, propagandizada como “uno de los instrumentos a implementar para combatir las crisis económicas y de empleo, con la atención puesta especialmente en el desempleo juvenil que motivó aquél gran acuerdo de emergencia política y económica”. Que de ese modo se combatía la crisis es verdad en tanto y cuanto la disminución de los salarios aumentaba el plusvalor y en esa misma medía el sistema tendía a la recuperación de la Tasa de Ganancia, incrementando consecuentemente el empleo. Pero al obligarles a trabajar más intensamente por menos salarios firmando contratos a tiempo parcial, aquellos acuerdos sometieron la vida de los asalariados a una mayor penuria absoluta, condenados de tal modo a contribuir tan miserablemente al fondo común previsional como miserables serán sus futuras jubilaciones, poniendo a la caja sobre una clara pendiente hacia su vaciamiento.

Aunque bien es cierto que antes, incluso, de estos Acuerdos, ya se habían adoptado medidas similares con carácter de excepción que autorizaban la contratación “eventual, por plazo no superior a seis meses”, de personas en situación de desempleo, tal como quedó reflejado en el Real Decreto-Ley 18/1976, de 8 de octubre, sobre medidas económicas. Con posterioridad a los "Pactos de La Moncloa" y en aplicación teórica de lo en ellos previsto, estas fórmulas se siguieron poniendo en práctica (Real Decreto-Ley 43/1977, de 25 de noviembre, y los dictados en su aplicación y desarrollo: Reales Decretos 3280/1977, 3281/1977, 883/1978, 41/1979 y 42/1979).

Este fue el antecedente normativo del "Estatuto de los Trabajadores", adoptado por la Ley 8 del 10 de marzo de 1980, so pretexto político de “combatir el crecimiento continuado del desempleo”, cuando en realidad fue un instrumento económico para superexplotar trabajo asalariado disponible, que para nada impidió el desempleo sino al contrario. Tal como lo ha demostrado el veredicto de la historia según la Ley General de la Acumulación Capitalista, ni siquiera ese recurso ha podido evitar que el sistema reincida periódicamente en alcanzar el momento que técnicamente Marx llamó sobreproducción absoluta de capital.

Esto quiere significar que ambas condiciones: el contrato a tiempo parcial —previo a la crisis— y el paro forzoso generalizado tras su estallido, suponen que se cumple la Ley según la cual, el capital global objetivamente constreñido a invertir cada vez más en medios de producción que en salarios, recorta puestos de trabajo a una porción cada vez mayor de asalariados, cuya prueba es la masa de medios de trabajo disponibles que los capitalistas dejan de utilizar. ¿Por qué? Porque la ganancia obtenida con el incremento de la plantilla que esos medios permiten emplear, es menor que el obtenido antes de su incremento. Y la causa de tal fenómeno radica en que hay demasiado capital para tan poca ganancia.

Es a partir de este cambio cualitativo del capital global en su composición orgánica durante la etapa postrera del sistema, que sinceros teóricos burgueses de la economía política, como el alemán de la escuela histórica, Arthur Spiethoff o el francés Paul Leroy-Beaulieu, temieran y se preocuparan hondamente a principios del siglo pasado, ante la amenaza de un estancamiento de la población provocada por la creciente disminución de los nacimientos “inducida por los avances de la civilización”. Citado por H. Grossmann en “La Ley de la acumulación y del derrumbe capitalista” Cap. 3AXIII, Spiethoff, dice:

<<Cualquier comienzo y también cualquier expansión de la producción capitalista de bienes, presupone […] fuerza de trabajo dispuesta e inactiva […] la incertidumbre de si esta fuerza de trabajo va a estar disponible en el futuro, ha hecho surgir la duda respecto de la permanente repetición de períodos de prosperidad>> (“Krissen”, en Handwörterb. der Staatswissenchaft cit., p. 74. El subrayado nuestro)

Por su parte, en "La question de la population", Leroy-Beaulieu habla de la “masculinización” de la mujer en su esfuerzo por alcanzar —ya en aquellos tiempos— la independencia económica, a la que considera “todo un peligro para la civilización contemporánea”, en tanto propende a la disminución de los nacimientos. En un capítulo especial de su obra, describe “los peligros económicos y morales de una población estacionaria y de una débil natalidad”. Peligros para la burguesía, naturalmente.

Y es que, una disminución de la oferta de fuerza de trabajo respecto de la demanda, provocaría un amento de los salarios y, consecuentemente, un descenso del plusvalor. Este y no otro es el presunto temor ante el peligro “económico y moral”, es decir, político de clase burguesa, acerca del cual alertaban teóricos como Arthur Spiethoff y Pablo Leroy-Beaulieu ante la disminución de los nacimientos entre la población explotada.

Como hemos visto más arriba citando a Marx: la ley del capitalismo que rige el incremento de la fuerza productiva del trabajo incorporando nuevos medios de producción más eficaces, no tiene validez incondicionada. Las mejoras científico-técnicas que permiten aumentar la productividad del trabajo, se incorporan a los medios de producción NO cuando economizan tiempo de trabajo vivo en general, es decir respecto de la jornada entera de labor colectiva, sino sólo cuando lo economizan sobre la parte paga de dicha jornada, y en más de lo que adiciona el trabajo pretérito contenido en el valor de esos nuevos medios de producción. Este razonamiento permitió a Marx completar el pasaje citado anteriormente, sentenciando que:

<<Se revela aquí de un modo puramente económico, es decir, desde el punto de vista burgués, dentro de los horizontes de la inteligencia capitalista, desde el punto de vista de la producción capitalista misma, su límite, su relatividad, el hecho de que este tipo de producción no es un régimen absoluto, sino un régimen puramente histórico (transitorio), un sistema de producción que corresponde a una cierta época limitada de desarrollo de las condiciones materiales de producción.>> (K.Marx: "El Capital" Libro III Aptdo 3. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

Si las mayorías sociales absolutas todavía hoy explotadas en el Mundo, tomáramos conciencia de esta realidad y consiguiéramos sacudirnos el capitalismo, poniendo fuera de la ley jurídica a la propiedad privada sobre los medios de producción, desaparecería el trabajo excedente que hoy todavía se apropian los capitalistas, dejando a la humanidad expedito el camino para que el límite absoluto al progreso de la fuerza productiva del trabajo no quede constreñido a la parte paga equivalente al salario, sino que se pueda extender a la jornada colectiva de labor entera.

De este modo, cada progreso alcanzado por la fuerza productiva permite acortar la jornada individual de labor sin menoscabo para los salarios y disponer de un mayor tiempo libre. Y cuanto más se la reduce, tanto más se puede intensificar el trabajo y tanta más riqueza es posible producir en menos tiempo, abaratando el costo social de producirla, sin temor alguno a las crisis:

<<Una vez dadas la intensidad y la fuerza productiva del trabajo, la parte de la jornada social de trabajo necesaria para la producción material será tanto más corta, y tanto más larga, por tanto, la parte de tiempo conquistada para la libre actividad espiritual y social de los individuos, cuanto más uniformemente se distribuya el trabajo entre todos los miembros aptos de la sociedad (sin mengua para el crecimiento de su bienestar), cuanto más se reduzcan los sectores sociales que rehuyen la necesidad natural del trabajo para echarla sobre los hombros de otros. En este sentido, el límite absoluto con que tropieza la reducción de la jornada de trabajo es el carácter ge¬neral de éste. En la sociedad capitalista, si una clase goza de tiempo libre, es a costa de convertir todo el tiempo vital de las masas (explotadas) en tiempo de trabajo>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XV Aptdo. D. Lo entre paréntesis nuestro)

El secreto mejor guardado por la burguesía, por tanto, es su manifiesto temor a la sub-población, es decir, a que el ejército industrial de reserva disminuya dejando de hacer la necesaria presión sobre los empleados, impidiendo así que se les pueda chantajear con el fantasma del paro, a fin de hacerles trabajar más tiempo —y con mayor intensidad— por menos salario. Por eso extorsionan deliberadamente al conjunto de los explotados, echándoles públicamente la culpa de que la sostenibilidad del fondo de pensiones peligra porque no dan a luz más hijos.

La verdadera causa de que el fondo de pensiones se agote, radica en la naturaleza del sistema capitalista, en la constante inadmisión creciente de población asalariada en condiciones de trabajar y en el descenso relativo constante del salario de los empleados. Porque el aumento histórico en la composición técnica y orgánica del capital global, va inextricablemente unido a la centralización social de su propiedad, a un incremento del paro y a una mayor explotación de los asalariados activos, esto es, a un mayor esfuerzo por unidad de tiempo a cambio de un menor salario relativo y una menor base de retención previsional con vistas al futuro jubilatorio.

En el informe sobre el mercado laboral de la UE, publicado por la Comisión Europea el 26 de noviembre de 2007 —reproducido por el diario español “El País” en su edición del día siguiente— se pone de relieve que los asalariados europeos reciben una porción cada vez menor de la riqueza que generan con su trabajo, en beneficio de las rentas del capital, concluyendo que, con una participación del 58%, el peso de los ingresos del trabajo en el PIB europeo alcanzó en 2006 su mínimo histórico, destacando que el recorte en las últimas tres décadas es considerable: “el peso de los sueldos en el PIB de la UE cayó del 70% al 58% en 30 años”. En cuanto a España, de ese mismo estudio se deduce que éste ha sido uno de los países europeos en los que el peso de las rentas del trabajo cayó hasta su mínimo en 2006, situándose entre los de menor participación de los salarios respecto del capital. La participación de los asalariados españoles en la riqueza creada por su trabajo, del 67,9% en 1976, hasta el 54,5% en 2006, quedando tres puntos por debajo de la media comunitaria, y tan sólo por encima de otros cuatro países europeos. Pero a los asalariados españoles la burguesía nos reprocha que peligre la sostenibilidad del fondo de pensiones porque no tenemos suficiente prole. En fin

<<Cuanto mayores son la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y la intensidad de su crecimiento y, mayores también, por tanto, la magnitud absoluta del proletariado y la capacidad productiva de su trabajo, tanto mayor es el ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud relativa del ejército industrial de reserva (respecto de los empleados) crece, por consiguiente, a medida que crecen las potencias (del trabajo social creadoras) de la riqueza. Y cuanto mayor es este ejército de reserva en proporción al ejército obrero en activo, más se extiende la masa de la superpoblación consolidada, cuya miseria se halla en razón inversa a los tormentos de su trabajo. Y finalmente, cuanto más crecen la miseria dentro de la clase obrera y el ejército industrial de reserva, más crece también el pauperismo oficial. Tal es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista. Una ley que, como todas las demás, se ve modificada en su aplicación por una serie de circunstancias que no interesa analizar aquí. (…)
La ley según la cual, gracias a los progresos hechos por la productividad del trabajo social, puede ponerse en movimiento una masa cada vez mayor de medios de producción con un desgaste cada vez menor de fuerza humana, es una ley que, dentro del régimen capitalista, en que los obreros no emplean los instrumentos de trabajo, sino que son éstos los que emplean a los obreros, se trueca en esta otra: la de que cuanto mayor es la fuerza productiva del trabajo y mayor, por tanto, la presión ejercida por el obrero sobre los instrumentos que maneja, más precaria es su condición de vida: la venta de la propia fuerza para incrementar la riqueza de otro o alimentar el incremento del capital. Es decir, que el rápido desarrollo de los medios de producción y de la productividad del trabajo, así como de la población productiva, se trueca, capitalistamente, en lo contrario: en que la población obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad de explotación del capital>>.
(K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XXIII Aptdo. 3. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

Ahora, a principios de este mes de marzo, al gobierno del PSOE se le acaba de ocurrir que la señora Ángela Merkel tiene razón al haber propuesto hace poco, que la evolución de los salarios futuros se condicione exclusivamente al progreso de la productividad del trabajo, independientemente de la evolución de los precios o pérdida del poder adquisitivo del Euro.

Si como es cierto que la actual política monetaria del Banco Central Europeo se ha venido basando en la inconvertibilidad del papel moneda respecto de un patrón de valor económico real, como es el oro, la proposición de Merkel y Zapatero se revela como otro timo de la estampita. Para llegar a esta conclusión solo basta comprobar que al ser convertido en moneda fiduciaria, desde su entrada en vigor en 2.000 el poder adquisitivo del Euro prácticamente se ha visto reducido a la mitad. Mientras tanto, la productividad del trabajo en España se redujo en 10 puntos respecto de su evolución en EE.UU. Y no porque los españoles trabajen menos sino al contrario. De hecho, la media anual de horas trabajadas en la Unión Europea es de 1.549, un 16% menos que en España.

O sea que, en materia de política salarial, Ángela Merkel y Rodriguez Zapatero se dan la mano con el ex Presidente de la patronal española, el señor Gerardo Díaz Ferrán y tutti cuanti, en eso de que:"para salir de la crisis hay que trabajar más y cobrar menos".

Marx ha demostrado categórica y rotundamente que, para acabar con las crisis, es necesario ilegalizar por decisión mayoritaria expresa, la propiedad de los grandes y medianos capitalistas en la industria, el comercio, la banca y los servicios, legalizando por la misma vía democrática el control de los empleados sobre las empresas propiedad del resto de los patronos.

 

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