3. La acumulación del capital en Europa y España desde la segunda mitad de los años 40 hasta los años 60 del siglo pasado.

Dada la catastrófica destrucción material y el genocidio causados por la guerra civil en España y la subsecuente segunda guerra mundial en el resto de Europa, las condiciones del proceso de acumulación del capital en este continente, sufrieron un profundo retroceso acercándose —aunque de lejos— a las ya mencionadas que imperaron en la etapa temprana del capitalismo. A falta de una alternativa política revolucionaria del proletariado, la burguesía siempre ha podido superar sus grandes crisis de superproducción de capital, mediante criminales guerras interburguesas devastadoras en riqueza y vidas humanas.

La vinculación de los más poderosos Estados burgueses a la ciencia y a la investigación con fines militares, data de principios del siglo pasado, comenzando en Alemania bajo los auspicios de von Humboldt. Como todo el mundo sabe —y no es necesario abundar en ello— las guerras modernas han servido para poner el desarrollo de esas fuerzas destructivas al servicio de la producción en tiempos de paz. De hecho, Europa Occidental emprendió su reconstrucción amparada bajo el paraguas tecnológico-militar y financiero de los EE.UU. Grandes innovaciones científico-técnicas incorporadas al armamento destruido durante la segunda guerra mundial —como la energía del átomo, la electrónica y la biotecnología—, fueron puestas al servicio de la acumulación del capital a partir de la década de los años cincuenta, dando pábulo, entre otros adelantos, a la semiautomatización mecánica que se generalizó en las grandes empresas capitalistas de producción en masa desde la década de los años sesenta.

Fue ésta la época de las grandes migraciones europeas desde el campo hacia las metrópolis industriales, inducidas por la demanda de trabajo relativamente mejor pagado. Entre 1955 y 1980 más de 10 millones de personas cambiaron su residencia solo en España. Otro tanto sucedió en Italia desde la campiña calabresa del sur hacia el norte industrializado, a través de la moderna autopista discurriendo entre montañas, y del ferrocarril costero. Lo mismo sucedió con el Trans-Oriente-Expres cargado de yugoslavos desde la vía campesina de Anatolia con destino a la ex RFA para emplearse en empresas como la Siemens, la Mercedes o la Volkswagen. Y cuando el éxodo rural hacia las urbes se agotó, fue seguido por la inmigración extranjera procedente del subdesarrollado norte africano. En Francia, la población extranjera pasó de 350.000 en 1954, a 1.050.000 en 1962, o sea, una tasa de crecimiento anual medio del 3,6% para el período 1954-1968, cuatro veces superior a la tasa anual de crecimiento medio del empleo total: 0,9%. De 1967 a 1973, el porcentaje de asalariados extranjeros en Francia pasó del 9,6% al 12,4%:

<<También se diversifican las “fuentes”, tanto bajo la influencia de la demanda, que crece sin cesar.[ [3] ] A las fuentes antiguas (polacos, etc.), se añaden otras nuevas (portugueses, españoles e italianos) reemplazadas, a su vez, por los magrebíes y africanos negros del “imperio”. En el horizonte, los turcos>>. (Benjamin Coriat: “El taller y el cronómetro” Ed. Siglo XXI/1982 Pp. 104)

Sobre esta base técnica y poblacional, pudo reconstituirse el ejército industrial de reserva en Europa, que si en algún momento pasó eufemísticamente por ser el “modelo de pleno empleo”, mantuvo su provisionalidad transitoria hasta verse completada la reconstrucción postbélica, que fue cuando empezó a ser una mera ficción política. Por ejemplo, en 1965 la tasa de paro en España era, tan sólo, del 1.6% e incluso se redujo en 1970, hasta alcanzar el 1.1%. Lo cual, entre otras cosas, permitió que fuese, justamente en 1961, cuando se aprobó la Ley que incorpora “la protección por desempleo a nuestro esquema de seguros sociales y lo da, así, por concluido”:

<<Pero, en contraste abrumador, son estos los años en que cerca de dos millones de españoles se ven en la necesidad de salir de España para encontrar trabajo en los países europeos>>.

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[3] Para un análisis más pormenorizado de la periodización y la distribución de la inmigración a través de las ramas, así como para el examen de las políticas estatales al respecto, véanse, además de las obras ya clásicas: B. Granotier: “Les travallieurs inmigrés”, Maspéro, 1976; G. Tapinos: “Economie des migrations internationales”, Armand Colin, 1974; y el muy conciso y documentado estudio de J. Singer-Kerel, “Conjoncture économique et politique francaise d’inmigration 1952-1974”, en: “Les travaillieurs etrangers en Europe occidentale”, Mouton, 1974. Uno de sus méritos esenciales consiste en mostrar cómo la “demanda” desempeña constantemente un papel primordial. Cita de B. Coriat.