03. Conclusión

 

         En síntesis: todos estos datos de la realidad económica científicamente analizados demuestran, que las crisis estallan o suceden en el ámbito de la producción, donde la riqueza se genera y los capitalistas explotan trabajo ajeno para los fines de acumular capital. No donde la representación de esa riqueza convertida en dinero circula y se especula con él en sus ámbitos propios: la bolsa, el mercado inmobiliario, el de obras de arte, divisas, materias primas, etc.

 

         Los que pregonan el pensamiento único burgués, omiten deliberadamente reconocer, que el equivalente a esa masa dineraria proviene de la esfera de la producción ya realizada, huyendo de allí expulsada hacia los mercados especulativos, precisamente por exceder las posibilidades de inversión productiva redituable, de tal modo convertido en capital productivo excedente o supernumerario. Inhábil para poder seguir enriqueciéndose con él en ese ámbito de la producción.

 

         He aquí al descubierto la vil  mentira con la cual los ideólogos de la burguesía —desde los socialdemócratas hasta los liberales— han venido coincidiendo en seguir dedicados a engañar con ese cuento al personal desde hace ya doscientos años. Y por lo visto siguen consiguiéndolo. Con la misma técnica distractiva que utilizan los teros en épocas de crianza, que despistan a los depredadores cantando lejos de sus nidos.    

 

         Así es como la opinión pública se deja entrampar en el embuste  de que las crisis se producen en el ámbito donde se negocian los intercambios, más precisamente en los mercados financieros. Cuando en realidad se preparan y consuman al interior del aparato productivo de la sociedad, donde la fuga del capital productivo excedentario hacia los mercados especulativos, sucede tan paulatina e imperceptiblemente para el grueso de la población, que pasa totalmente desapercibida; entre otras causas porque bajo tales circunstancias, esos dos ámbitos de actuación del capital se confunden y complementan. Como es el caso del mercado inmobiliario, donde allí se especula con lo que al mismo tiempo se produce materialmente. Y como suele ocurrir con todo lo que se prepara entre bambalinas al socaire de la tramposa confusión, el próximo y previsto futuro acontecimiento espectacular de las crisis, que destruye riqueza y vidas humanas, sólo es conocido por una irrisoria minoría relativa. Los únicos que saben por dónde van los tiros, son quienes montan el tinglado, habida cuenta de experiencias anteriores que estos mismos gestores-beneficiarios del desastre han protagonizado, conocen bien y se han venido encargando de hurtar al conocimiento de sus víctimas propicias.

 

         La burguesía, de cara a sus explotados omite deliberadamente reconocer, que el equivalente a esa masa dineraria que recala en los bancos para uso crediticio en los momentos previos al estallido de las crisis, proviene de la esfera de la producción que huye de allí expulsada hacia los mercados especulativos, precisamente por exceder las posibilidades de inversión redituable, de tal modo convertido así en capital productivo excedente o supernumerario. Inhábil para poder seguir enriqueciéndose con él en ese ámbito. He aquí al descubierto la vil mentira, con la cual los ideólogos de la burguesía —desde los socialdemócratas hasta los liberales— han venido coincidiendo en seguir engañándonos con ese “truco del almendruco”. Y así seguirán si se les deja por la cuenta que les trae. Es obligado, pues, recordar lo que le dijera Marx a Wilhelm Wheitling allá por 1846, que “la ignorancia jamás ha sido de provecho para nadie”.

 

         Como ya hemos visto, la ganancia global del dinero invertido en la producción de riqueza dentro de cada país, se reparte a instancias del mercado donde se forma la Tasa General de Ganancia Media, según la masa de valor-capital con el que cada productor participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno. Allí, aunque unos más que otros, casi todos ganan en proporción a lo que cada cual invierte. Por eso Marx ha dejado dicho que, ese ámbito bajo condiciones de expansión, funge como una cordial y pacífica “cofradía práctica”. Otra es la realidad en los mercados especulativos bajo condiciones de crisis, donde esa cofradía pacífica entra en guerra de todos contra todos, y lo que unos ganan otros lo pierden. ¿Qué sentido tiene, pues, arriesgar capital propio en los mercados especulativos, si no es porque invirtiendo en producir riqueza material, deja cíclicamente de ser redituable?

 

         De hecho, la especulación sustituye a la producción cuando ésta última ya entró en crisis de superproducción. Como en los demás ámbitos de la ciencia, es necesario, pues, distinguir aquí también entre la realidad y su engañosa apariencia: entre las crisis de superproducción de capital que se preparan sin alharacas en el ámbito de la producción, y sus espectaculares formas de manifestación explosiva que tienen por escenario a los mercados especulativos.

 

         Un escenario qué los intelectuales a sueldo y prebendas del sistema —tanto los orgánicos como los inorgánicos[1]— utilizan oportunamente como señuelo para pescar voluntades políticas incautas en río revuelto, escamoteando la verdadera realidad del capitalismo. Allí se les puede ver vendiendo su distintiva chatarra ideológica, cómodamente ubicados en sus respectivos partidos políticos de izquierda, derecha y centro, desde donde procuran tomar electoralmente por asalto las instituciones de Estado, ocupando escaños en los parlamentos o puestos destacados en organismos ejecutivos ministeriales. También buscan su sitio en los medios de comunicación de masas, como habituales publicistas en periódicos o tertulianos radiales y televisivos, donde ganan dinero y popularidad como afectos y asiduos colaboradores, en la moderna industria del espectáculo engañabobos al servicio del embrutecimiento general.  

 

         Ya es hora de ir sabiendo, pues, por qué sinrazón perversa los intelectuales de la burguesía —a izquierda y derecha del espectro político-institucional de cada Estado-Nación— ya sean orgánicos o inorgánicos[2]actúan en los más diversos ámbitos de los medios de comunicación de masas, donde ganan dinero y popularidad como afectos y asiduos bufos en la moderna industria del espectáculo engañabobos, al servicio del embrutecimiento general. ¡¡Ya es hora!! 

 

         Siguiendo el hilo de nuestro razonamiento, una vez que la burbuja especulativa del dinero fácil revienta, el sistema entra en recesión prolongada, hasta el momento en el que la masa de capital supernumerario o remanente —incluido el capital variable (salarios)— se desvalorice y/o destruya lo suficiente, como para que la ganancia que pueda obtenerse de su magnitud invertida en la producción, retorne a ser lo suficientemente rentable, como para pueda justificar el hecho de volver a producirla con regular continuidad, una rotación tras otra. Y vuelta a empezar con el jueguito macabro de construir para destruir, da igual a que coste social se lleve a cabo.

 

         Por tanto, el error de pensar y proceder durante las crisis, como si los mercados donde se negocia el intercambio de riqueza material se siguieran comportando exactamente igual que bajo condiciones normales, consiste en sacar conclusiones pensando según la Ley de la oferta y la demanda, es decir, como si la crisis no existiera y el proceso de acumulación estuviera cursando la fase expansiva del ciclo, donde las ganancias crecientes estimulan la inversión productiva en la economía global y, consecuentemente, la demanda general de medios de producción y empleo prevalece sobre la oferta.

 

         Hablar de una crisis de superproducción de capital, significa reconocer el hecho de que en esos dos mercados fundamentales o directrices de la economía, no solo se genera una brusca y aguda disminución relativa de la demanda de medios de producción respecto de la oferta existente —que así resulta supernumeraria—, sino que esa demanda se torna prácticamente nula. Y esto explica que los almacenes de los intermediarios comerciales dedicados a la venta de maquinaria y materias primas permanezcan abarrotados, al mismo tiempo que las filas del paro en todas las oficinas de empleo se prolonguen día que pasa:

<<En tiempos de crisis (…) la tasa de ganancia (como relación entre la masa de ganancia y lo que cuesta producirla) y, con ella, la demanda de capital industrial, han desaparecido…>>. (K. Marx: “El Capital” Cap. XXXI Aptdo. 1. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

 

         Y esto supone desinversión productiva, regresión económica, desvalorización del capital físico, paro asalariado, baja de salarios y aumento de la tasa de explotación. Seguidamente la crisis se traslada al aparato estatal, donde la deuda privada se convierte en deuda pública que tiende a paralizar sus servicios esenciales, situación que se traduce en miseria generalizada, sufrimiento y muerte masiva que se ceba sobre los sectores más humildes de la sociedad. Todo ello por causa esencial del exceso de oferta en medios de producción sobre la demanda, que sigue impidiendo la recuperación del aparato productivo al interior de la sociedad civil.

 

         En este momento de la recesión, Marx aclara que la desinversión por parte del capital privado no se explica por falta de poder adquisitivo de los salarios, y menos aun por falta de crédito “a empresas y familias”, tal como al día de hoy pregonan “catedráticos” y demás teóricos socialdemócratas desde la hipócrita “oposición” a los partidos políticos de “la derecha” —con quienes comparten intereses e ideas estratégicamente afines— haciendo gala de sus títulos académicos para justificar tales falacias en todos los medios de difusión que recorren diariamente.

 

         Ya lo decía el conocido sociólogo Marx Weber, señalando que los políticos de todos los colores tienen por método de comportamiento social, alternar entre la ética de las ideas que practican estando fuera del gobierno, y la ética de las responsabilidades a la que se ajustan, cuando tras engañar con falsas promesas y resultar elegidos para ejercer el poder en situaciones como ésta, hacen todo lo contrario. Mientras tanto, la causa de que la economía mundial tarde en recuperarse, sigue radicando en que invertir en medios de producción y empleo asalariado para expandir la producción con fines lucrativos, sigue resultando no rentable, porque el incremento del rédito necesario para superar este trance, permanece hundido respecto de lo que cuesta obtenerlo.

 

         Un situación que no puede ser superada por ningún gobierno, sea nacional o multinacional, actuando a contrapelo de lo que la Ley económica del valor prescribe y férreamente determina que deba ocurrir, o sea, desvalorización y destrucción del capital excedentario, constante y variable[3], a la vez que recrudeciendo la explotación sobre los asalariados, para forzarles a que trabajen más y con mayor intensidad, por menos salario[4]. Esto es lo que acaba de recomendar la delegación del FMI en España, tal como así se ha venido comportando la “derecha” del Partido Popular desde que se aupó al gobierno tras prometer lo contrario.

 

         Por tanto, bajo semejantes condiciones de recesión, la sobreoferta en medios de producción y mano de obra respecto de la demanda, es decir, la desinversión productiva, el paro y la miseria, persisten. Y esta realidad tan tozuda determina, férreamente, que los precios de esas tres mercancías (medios de trabajo, materias primas y salarios) tiendan a bajar todavía más y no al revés. Para eso no hay más que observar el sube y baja de sentido histórico descendente —como en dientes de sierra— que ha venido registrando la bolsa de valores bajo tales condiciones recesivas de tipo especulativo. Esto es lo que la intelectualidad burguesa de todos los colores políticos, sigue omitiendo deliberadamente reconocerle a Marx por la cuenta que les trae, según la máxima que reza: “donde se come no se caga”.

 

         De aquí se infiere el error generalizado, consistente en pensar las crisis de superproducción de capital como si no incidieran para nada en la “lógica” del mercado, como si no trastocaran el sentido de la relación entre oferta y demanda de esas tres mercancías fundamentales que constituyen el capital productivo, en torno a cuyo centro de gravedad se mueven y no al revés. Más precisamente cabe decir, que el equívoco radica en haber invertido la prelación que realmente existe y opera, entre la producción y la circulación de la riqueza, o sea, cuál de estas dos categorías funcionales del capitalismo explica y determina el comportamiento de la otra. Y en esto radica el “quid” de la cuestión en materia de economía política.

 

         El pensamiento económico dominante machacó sobre lo que la vida en sociedad acabó considerando como un dogma —porque parece ser algo de cascote— que no necesita demostración alguna, y es que los precios de las mercancías están determinados en todo momento por las fuerzas del mercado, que incondicionalmente mueven la oferta y la demanda según el criterio subjetivista ocasional de la escasez y la abundancia. Las cuales, a su vez, mueven los precios haciéndolos oscilar por encima o por debajo de determinada magnitud según las circunstancias. Pero el despiste ante semejante impacto de lo que solo parece ser incontrovertible, impide razonar bajo condiciones excepcionales en las cuales la oferta y la demanda coinciden. Y el caso es que cuando esto sucede, esas dos fuerzas (oferta y demanda) se anulan mutuamente y, por tanto, dejan de explicar por qué causa el precio de una mercancía, por ejemplo, la fuerza de trabajo, es de una determinada magnitud y no de otra cualquiera. De esta situación Marx sacó la siguiente conclusión:

     <<…la oferta y la demanda ya no explican nada. El precio del trabajo, suponiendo que la oferta y la demanda se equilibren, es su precio natural (o valor, equivalente a lo que los obreros necesitan para reproducir su fuerza de trabajo en condiciones óptimas para sus patrones), precio cuya determinación es independiente de las relaciones de la oferta y la demanda y sobre el cual debe, por tanto, recaer nuestra investigación>>. (“El Capital” Libro I Cap. XVII. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

 

         Dejándose llevar por este hilo esencial conductor del pensamiento científico, y haciendo por completo abstracción de los contingentes movimientos de la oferta y la demanda, Marx llegó a precisar la naturaleza del valor —como categoría rectora de los precios— contenidos en las diversas mercancías, según el tiempo de trabajo social necesario insumido en producirlas. Tal como el núcleo de los átomos rige el movimiento de las partículas elementales que gravitan en torno suyo. Nuestro despistado interlocutor, por el contrario, siguiendo a pie juntillas el pensamiento único burgués, ha procedido a sacar conclusiones equivocadas, atendiendo exclusivamente a los precios como contingente forma de manifestación económica y no a sus respectivos valores determinantes, como que son su necesario fundamento y fuerza gravitatoria de la economía capitalista.

 

         Dando por cierta y válida la falacia de ese pensamiento económico dominante, según el cual, la Ley de los mercados prevalece sobre la Ley de la Tasa General de Ganancia y con absoluta independencia respecto de lo que sucede en el proceso de producción, este falaz “razonamiento” inducido es el que ha desorientado a nuestro interlocutor, hasta concluir en el error de sostener, que la circulación de la riqueza no solo determina la producción, sino que también la explica. Y en realidad es justamente al revés. Por eso ha desterrado de su pensamiento a la Ley de la tendencia históricamente decreciente de la Tasa Media de Ganancia, que Marx no casualmente ponderó como la Ley en última instancia determinante de las relaciones entre las distintas categorías económicas bajo el capitalismo y de su necesaria dinámica, de lo cual pudo concluir que la vigencia de este sistema de vida no es eterna sino históricamente transitoria:

<<Esta ley es, en todo respecto, la ley más importante de la moderna economía política (...) que pese a su simplicidad, hasta ahora nunca ha sido comprendida y, menos aún, explicada (...) Es, desde el punto de vista histórico la ley más importante…>> (K. Marx: "Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política" (Grundrisse) l857/l858 Ed. Siglo XXI México /l977 Pp. 634. El subrayado nuestro).

 

         ¿Por qué es importante esta Ley? Pues porque demuestra que este sistema, aun cuando en realidad no tenga fecha precisa de caducidad —como los yogures— es históricamente transitorio, tanto como su actual clase dominante. Y que hacia ese destino avanza con la misma velocidad en que progresan las fuerzas productivas del trabajo social. La prueba está en que según se suceden periódicamente, las crisis son cada vez más profundas y difíciles de superar.

 

         Esta sociedad no se rige, pues, por la Ley de la oferta y la demanda sino por la ganancia esperada respecto de lo que cuesta producirla. Y esperada quiere decir no según el deseo de quien se gasta dinero en jugar un décimo a la lotería, sino después de hacer un previo cálculo preciso según los datos de la realidad disponibles en cada empresa. Pero a nosotros, los explotados, se nos ha venido contando otra historia.

 

         Ni nosotros ni el ocasional oponente nuestro en esta polémica tenemos la culpa de este tipo de embustes. Porque de ser cierto que pertenecemos a la misma clase y en tanto y cuanto las mayorías en entre nosotros quieran seguir dejándose engañar, perdemos todos. ¿Tienen la culpa los burgueses?:

<<Dos palabras para evitar posibles equívocos. No pinto del color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y del terrateniente. Pero aquí solo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una creatura, por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas” (K. Marx: “El Capital” Libro I. Prólogo a la primera edición.)      

 

         El capitalismo —y naturalmente los individuos que forman parte constitutiva de su clase dominante: la burguesía— no se rigen, pues, por la Ley de la oferta y la demanda sino por la ganancia esperada respecto de lo que cuesta producirla. Y esperada quiere decir no según el deseo de quien arriesga su dinero jugando un décimo a la lotería, sino después de hacer un previo cálculo preciso según los datos de la realidad disponibles en cada empresa. Pero a los explotados se nos ha venido contando otra historia. ¡¡Y ya está bien con que nos sigamos dejando engañar!! 

 

Consignas Políticas Programáticas

1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas privadas sin compensación alguna.

2) Cierre de la Bolsa de Valores.

3) Control obrero permanente de la producción y de la contabilidad en todas las empresas.

4) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

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[1] Distinción hecha por Antonio Gramsci, según fueran ellos mismos de condición social propiamente burguesa o no. 

[2] Según Antonio Gramsci, a diferencia de los inorgánicos todo intelectual orgánico es todo aquél, que además de acreditar tal condición espiritual, es él mismo un capitalista, un empresario, un explotador de trabajo ajeno.

[3] Aquí se impone recordar lo que recientemente dijera el señor Joan Rosell, actual Presidente de la Corporación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), refiriéndose a los empleados públicos como “esa grasa que sobra”. 

[4] Así fue como lo sentenciara el empresario Gerardo Díaz Ferrán, antecesor inmediato de Joan Rosell a cargo de la CEOE, hoy encarcelado.