02. Ley de los mercados Vs. Tasa General de Ganancia.

 

         En su primera observación comenzó nuestro interlocutor diciendo lo siguiente:

<<Lo que no termino de comprender es por qué la destrucción de una parte del capital deprecia el capital remanente cuando debiera suceder lo contrario>>.

 

         Respuesta: Si el acervo de capital global —físico y humano— en un determinado país es de 100 dólares, y una catástrofe “natural” destruye físicamente la cuarta parte, se queda en 75. Esto en términos económico-contables no significa que los 75 dólares remanentes se deprecien, sino que los 100 originales han mermado hasta 75, sin menoscabo alguno para su coeficiente de productividad o composición técnica, medida en términos del número de obreros empleados para ponerlo en movimiento al mismo tiempo. Por tanto, tampoco se modifica su composición orgánica con la cual venía funcionando aquél capital de 100, entendida como relación de valor entre la parte física y la parte humana, cuyo coeficiente no varía. Tampoco lo hace su tasa de explotación como relación entre el plusvalor obtenido y el trabajo empleado en salarios para tal fin. Pero la Tasa General de Ganancia se ha incrementado vivificando al sistema, dado que pasó a calcularse en base a un capital global en funciones (c+v) disminuido, al pasar de 100 a 75 unidades de capital disponible para inversión.

 

         ¿Qué es la Tasa General de Ganancia para cada empresa? La relación matemática entre el plusvalor que genera en determinado período de tiempo, respecto de lo que le cuesta producirlo, medido en términos de valor contenido en los medios de producción empleados [suelo (cultivable o no), edificios, maquinas y herramientas, materias primas, mobiliario, materias auxiliares (combustibles, lubricantes, etc.)]. Donde el resultado de tal relación, depende de la distinta estructura productiva de cada empresa: su composición técnica y orgánica, de lo cual resulta la productividad por unidad de tiempo empleado en producir cada unidad de producto y, consecuentemente, también el distinto numero de rotaciones durante ese mismo período, es decir, la cantidad de veces que el capital recorre cada ciclo temporal entre la producción y la venta de lo producido. De modo que así, se formaran tantas tasas de ganancia distintas como empresas haya en cada país. Donde a mayor productividad por unidad de tiempo empleado en cada producto y cuantas más rotaciones del capital invertido en el curso de cada ciclo periódico productivo, menos ganancia generada. Pero más productos producidos y más baratos.

Fórmula

Obviamente, la formación de la tasa de ganancia media no se produce por simples operaciones aritméticas, sino a través del mercado, verdadero árbitro en el reparto de la ganancia global, un proceso que discurre por completo a espaldas de los distintos productores. A partir de esta situación en que cada rama de la producción presenta tasas de ganancia diferentes, el mercado impone la tendencia natural, a que los capitales emigren hacia los sectores productivos de menor productividad, que capitalizan las mayores ganancias. Esta migración de los capitales, modifica la relación entre oferta y demanda de los distintos productos, provocando un exceso de oferta en los sectores de más baja productividad, más tiempo de producción, menor número de rotaciones y más altos precios unitarios, lo cual presiona a la baja de esos  precios y, por tanto de sus ganancias.

 

Este movimiento de los capitales de una esfera de la producción a otra, prosigue hasta que el mercado fija nuevos precios llamados precios de producción (distintos de sus valores originales) en cada una de ellas, que corresponden a una tasa de ganancia común según la cual, el particular plusvalor que capitaliza cada fracción particular del capital global, resulta ser proporcional a la masa de capital con que contribuye al común negocio de explotar trabajo ajeno:

<<Si las mercancías se venden a sus valores (particulares), se originan, tal como se ha expuesto, tasas de ganancia muy diversas en las diversas esferas de la producción, según la diversa composición orgánica de las diversas cantidades de capital invertidas en ellas. Pero el capital se retira de una esfera de baja tasa de ganancia y se lanza a otra que arroja mayores ganancias. En virtud de esta constante emigración e inmigración, en una palabra, mediante su distribución entre las diversas esferas, según que en una disminuya la tasa de ganancia y que en otra aumente, el capital origina una relación entre la oferta y la demanda de naturaleza tal que la ganancia media se torna la misma en las diversas esferas de la producción, y en consecuencia los valores se transforman en precios de producción (precio de costo + ganancia media). El capital logra esta nivelación en mayor o menor grado cuanto más elevado sea el desarrollo capitalista en una sociedad nacional dada, vale decir, cuanto más adecuadas al modo capitalista de producción sean las condiciones del país en cuestión>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III cap. X Ed. Siglo XXI/1976 Pp. 247.

Ni más ni menos que como en la física sucede según lo demuestra el experimento de los vasos comunicantes, donde cualesquiera sean sus diámetros y distinta capacidad de cada uno respecto de los demás, el líquido alcanza el mismo nivel en todos ellos.

 

            Así, pues, en cada país se forman diversas tasas particulares de ganancia correspondientes las distintas estructuras productivas de sus respectivas empresas en cada rama de la industria. Y es el mercado a instancias de la competencia intercapitalista, el que se encarga de homologarlas con arreglo a una Tasa General de Ganancia Promedio representativa de todas ellas, cuyos respectivos plusvalores o ganancias particulares respecto de los capitales empleados en producirlos, se convierten en una magnitud de valor llamada ganancia media, y los valores de los respectivos productos producidos por cada empresa, pasan a ser precios de producción.

<<La ganancia que con arreglo a esta tasa general de ganancia, corresponde a un capital de magnitud dada cualquiera sea su composición orgánica, se denomina ganancia media>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. IX)    

(Ver detalles ilustrativos)

 

               El mercado, pues, conforma la Tasa General de Ganancia Media  y esto es lo que sucede en circunstancias normales. Pero muy otra es la situación bajo condiciones de crisis de superproducción absoluta de capital, donde la demanda adicional de medios de producción y mano de obra se desbarata y deja de actuar por falta de rentabilidad suficiente.

          Nosotros, pues, no razonamos tal como nuestro interlocutor ha entendido al capitalismo en crisis, es decir, como un totum revolutum entre lo que sucede en el ámbito de la producción y lo que pasa en el mercado, cualesquiera sean las circunstancias o condiciones por las que atraviesa el sistema en su conjunto. Como si no existiera un principio activo fundamental que desde el ámbito de la producción mueve periódicamente al sistema en una determinada dirección, hacia las crisis, modificando radicalmente las circunstancias en todos los ámbitos de la actividad económica.   

 

         Y lo que hemos dicho, siguiendo a Marx, es que toda crisis de superproducción de capital, ocurre cuando el incremento de plusvalor obtenido por un capital global dado, según los datos macroeconómicos reflejados en la Tasa General de Ganancia Media, resulta ser menor respecto de lo que cuesta producirlo. Y este fenómeno periódico típico del capitalismo, que Marx dio en llamar superproducción absoluta de capital, sólo se supera mediante la desvalorización y/o destrucción física del capital excedentario —incluyendo el correspondiente a salarios. Porque el plusvalor o masa de ganancia que se pudiera obtener con ese capital global disponible, resulta ser insuficiente, es decir, deficitario, no redituable, que no justifica el hecho de invertirlo productivamente. Este último razonamiento significa inequívocamente, que el ámbito determinante de TODO lo que sucede en el proceso económico bajo el capitalismo en cada momento de su desarrollo histórico, NO es la oferta y la demanda; NO es el proceso de circulación del capital; No es lo que pasa en el mercado.

 

         El ámbito más propio y sustancial de actuación que rige la dinámica del sistema capitalista en el  mundo, determinando en todo momento el comportamiento de su criatura: la burguesía, no es el mercado donde los productos se intercambian, sino el proceso de producción presidido por la ganancia, confrontada con lo que socialmente cuesta producirla. El modo de producción capitalista se distingue de los anteriores, en que no consiste en producir riqueza sino valor; y no solo valor sino primordialmente plusvalor. Tal es el motor y la directriz objetivamente determinados por el capitalismo como específico sistema de vida. Pero subrepticiamente inducido por el pensamiento burgués dominante, nuestro fallido detractor ha invertido la prelación lógica entre producción y circulación de riqueza, haciendo prevalecer esta última. He aquí su error.

 

         Para comprender que lo pensado por este señor no es como en realidad sucede y así Marx lo explica, le hemos puesto ante el siguiente planteo del problema, suponiendo que la economía de un país llamado “Ramiro”, funcionara en condiciones normales con un capital constante (edificios, maquinas, mobiliario, etc.) de 100.000 € y 5.000 en capital variable (mano de obra), cuya suma de 105.000 generara un plusvalor de 2.500, es decir, a una tasa de explotación del 50% calculada en base a lo invertido en salarios. La tasa de ganancia será, pues, del 2,38% como resultado de dividir los 2.500 € del plusvalor obtenido, por el capital total de 105.000 €, invertido y realizado en el mercado durante un determinado período.

 

         Ahora, para abreviar los cálculos, imaginemos que los habitantes de ese país pueden vivir del aire y que, bajo tales condiciones, en la siguiente rotación —con un capital global incrementado de 107.500 €— en ese imaginario país ocurre un terremoto que destruye capital constante por un valor de 500 €, y 100 € en capital variable. Dado que en el relativamente breve período de una rotación las cosas no suelen variar demasiado, suponga Ud. que la composición orgánica —como proporción reinvertida en capital constante respecto del variable (salarios)— se mantenga inalterada en 20 partes de valor invertida en capital constante por cada unidad de valor invertida en capital variable, con la misma tasa de explotación del 50%. Hay que considerar aquí dos datos de la realidad: 1) que en términos de valor económico, estadísticamente las catástrofes naturales y las guerras siempre destruyen mucho más capital físico que humano (Ver Pp. 21 y 22 del "Informe ONU") y, 2) que bajo el capitalismo tardío, aun en condiciones normales, el ejército asalariado de reserva permanente (en paro forzoso), no deja de aumentar. Pero por efecto del desarrollo tecnológico que desplaza mano de obra por cada unidad de capital físico invertido, buena parte de los asalariados activos, pasan a engrosar las filas del trabajo eventual o precario.

 

         Sobre esta nueva estructura económico-social, en nuestro ejemplo quedan 106.900€ para reinvertir. De esta realidad resulta que, del capital global acumulado equivalente a 106.900€ se reinvertirían 101.555 € en capital constante y 5.345 € en salarios. La masa de plusvalor resultante sería entonces de 2.672,50 € y la tasa de ganancia como relación entre el capital invertido y el plusvalor obtenido pasaría del 2,38% a ser del 2,5%, o sea, 12 décimas porcentuales más que antes del siniestro. De aquí se infiere que, contablemente y como no puede ser de otra manera, aun cuando los directamente afectados se vean perjudicados toda destrucción física de capital vivifica el sistema, independientemente de la fase del ciclo por la cual atraviesa su economía global. Por tanto, bajo condiciones de recesión contribuye a recuperarla, porque la tasa de ganancia aumenta. Para demostrar este extremo sin menoscabo de su veracidad científica, hemos supuesto constante la tasa de explotación y la composición orgánica del capital. Y aun así el fenómeno se ve confirmado matemáticamente, dado que la tasa de ganancia resulta de dividir el plusvalor obtenido por el capital invertido para producirlo, de modo tal que la disminución relativa del denominador en términos globales, tiende a aumentar el cociente o resultado como producto de valor a repartir entre la clase de los capitalistas, incentivando así la inversión productiva.

 

         Esta dinámica objetiva conduce a concluir sin lugar a dudas, que las catástrofes naturales y las guerras, aunque la perspectiva desde la que nuestro interlocutor lo ha entendido no lo parezca,  y no es lo mismo entender que comprender [1] , en realidad bajo cualquier circunstancia, excepcionalmente crítica a no, las destrucciones de capital apalancan la expansión de la producción y los negocios. Y en épocas de crisis contribuyen a la recuperación de la inversión productiva (de plusvalor) más rápidamente.

 

         En cualquier caso, naturalmente que los directamente afectados por esos siniestros, entran en pérdida y no pocos de ellos dan en quiebra y desaparecen. Pero lejos de debilitarse, el sistema capitalista en su conjunto se fortalece y preserva, al tiempo que todos los explotadores residuales que sobreviven se reafirman como clase dominante. Porque la sangría en riqueza y vidas humanas —consideradas como capital constante y variable— retrotrae la sociedad civil a las condiciones de la acumulación existentes en un pasado económico y demográfico que parecía superado. Desahogan el aparato productivo de la plétora de capital global supernumerario. Es el jueguito irracional, anacrónico y perverso, de producir para destruir como forma de vida. Una irracional y perversa dinámica recurrente consustancial al sistema.

 

         No es casual, pues, que no pocos investigadores y ecologistas hayan popularizado los conceptos de “guerra telúrica y “guerra climática”, atribuidos  a experimentos atómicos subterráneos y al ya famoso proyecto H.A.A.R.P., a los que nosotros hemos aludido en marzo del año pasado. Son actos humanos cuyas consecuencias económicas Henryk Grossmann se adelantó a demostrar en su obra  de 1929, donde trata sobre las consecuencias de la destrucción física del capital existente provocada por guerras bélicas, cuando el desarrollo de la ciencia y la tecnología aplicado al dominio de las fuerzas de la naturaleza, no había todavía podido influir en la meteorología ni en la geología.  

 <<Si Kautsky tenía la idea de que “la catástrofe de la guerra mundial” debería causar el derrumbe del capitalismo, y si él, porque esto no sucedió y el capitalismo “superó la prueba de fuego de la guerra”, niega la posibilidad y necesidad del derrumbe” [2] , entonces esta idea es falsa. Pues de la teoría marxiana de la acumulación aquí presentada, resulta que la guerra y la desvalorización del capital a ella ligada debilita la tendencia al derrumbe, debiendo dar, como lo dio, un nuevo impulso a la acumulación del capital>>. (H. Grossmann: “La ley de la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo XXI/1979 Pp. 240)

 

         Estas razones demuestran que, por costumbre dogmática falaz deliberadamente inducida desde fuera de su propia inteligencia ideológicamente distorsionada por la burguesía, nuestro interlocutor omitió considerar bajo qué condiciones (económicas expansivas) puede efectivamente la demanda solvente elevar el precio de la maquinaria y los salarios, y bajo qué otras condiciones (crisis de superproducción) causar el efecto contrario. Tal como Lenin aprendió de Marx, que para no errar en la práctica política, hay que proceder según “el previo análisis teórico concreto de cada circunstancia concreta”. 

 

         Esta metodología es imprescindible para comprender las consecuencias económicas de una crisis de superproducción. Porque bajo semejantes circunstancias o condiciones, la demanda (de medios de trabajo, salarios y materia prima) DEJA DE ACTUAR, en tanto y cuanto desaparece el acicate de la ganancia que induce a incrementar la producción de plusvalor demandando medios adicionales para tal finalidad, dado que bajo condiciones de crisis, dicha ganancia esperada (del capital social adicional acumulado disponible para inversión), resulta ser insuficiente respecto de lo que cuesta producirla. Ésta y no otra es la causa eficiente de las crisis.

 

         Por tanto, en tales condiciones la demanda no influye en el sentido (burgués) que nuestro detractor lo ha pensado (según la escasez), porque deja de actuar: Ningún capitalista está dispuesto a ampliar la escala de su producción demandando la compra de más instrumentos, materia prima y fuerza de trabajo para ampliar la producción de plusvalor, si no es en condiciones objetivas redituables que justifiquen su inversión para incrementar la producción a escala ampliada de su negocio, es decir, si no es con ganancias crecientes a relativos menores costes.

 

         Y el caso es que las crisis suponen justamente la situación inversa respecto de la cual este señor ha “razonado”, es decir, por el revés de la trama, suponiendo una demanda incrementada en realidad inexistente. Pensar que la demanda sigue actuando en condiciones de crisis, es tanto como suponer —contradiciendo la primera Ley física de Newton— que la inercia de un cuerpo en movimiento es la misma que bajo condiciones de reposo.

 

         Una vez ocurrido el estallido de la crisis como consecuencia del descenso en la Tasa General del Ganancia Media por déficit de rentabilidad bruta, es decir, antes de impuestos, las condiciones de la producción y del mercado ya no son las mismas que supuso arbitrariamente nuestro despistado detractor en su segundo razonamiento, sino justamente al contrario. Porque bajo tales circunstancias, la demanda para inversión en nuevos medios de trabajo, materias primas y empleo asalariado —tanto en el sector I (productor de medios de consumo directo), como en el sector II (productor de medios de producción)— en la economía real, se desploma, sencillamente porque no conviene invertir en la producción de un lucro no rentable, poniendo así en evidencia la superproducción absoluta del capital en funciones, es decir, un exceso de oferta ante una ganancia en descenso respecto de lo que cuesta producirla, que desalienta seguir invirtiendo en el sector productivo de la economía capitalista.

 

         Tal es el pensamiento científico libre que impide caer en la trampa embustera del interesado pensamiento ideológico burgués, según el cual la causa de las crisis radica en la famosa “burbuja” de la especulación financiera, en el incontrolado exceso de capital-dinero ajeno administrado por el contubernio entre los bancos y el gran capital industrial y comercial, que Rudolf Hilferding llamó capital financiero.  

 

         Casi todo el mundo sabe dónde permanece ese capital acumulado supernumerario que se sustrae a la inversión para crear riqueza por falta de rentabilidad suficiente: los paraísos fiscales, donde toda esa plétora de capital ocioso acumulado permanece a salvo de aportar a la subsistencia de sus respectivos Estados nacionales, los mismos que permiten a esos capitales para evadir al fisco. Esta complicidad delincuencial se acaba de confirmar una vez más en la presente crisis, a pesar de que, como es el caso en España, mientras los ciudadanos de a pié tributamos tipos impositivos que van desde el 24% para ingresos anuales entre 9.000€ y 17.360€, hasta el 43% para ingresos anuales superiores a 52.360€, según acaba  de reportar la ONG “IntermoonOxfam” en su último informe Nº 32, las grandes fortunas dueñas de las más poderosas empresas industriales y comerciales, tributan al fisco sólo el 1% de sus beneficios a través de las llamadas Sociedades de Inversión de Capital Variable (SICAV), en realidad un eufemismo nada que ver con los salarios, sino con los fondos financieros de inversión especulativa. Un instrumento legal para que los grandes capitales puedan evadir impuestos. Según este mismo informe, las familias españolas de condición asalariada y los autónomos que no explotan a nadie, aportamos anualmente al fisco el 91,52% de los ingresos presupuestarios estatales, mientras que las Pequeñas y medianas empresas contribuyen con el 6,48% y las grandes fortunas con el 1,98%. O sea, que del total anual recaudado por la hacienda pública, sólo el 9,24% provino de quienes explotan trabajo ajeno. Así las cosas, resulta la paradoja de que los asalariados mantienen al Estado, el mismo que privilegia legalmente a las grandes fortunas que le defraudan.

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[1] Hegel se alejó radicalmente de la teoría del conocimiento kantiana, distinguiendo entre la actividad del pensamiento reflexivo meramente empírico, respecto de la actividad verdaderamente racional y científica del intelecto humano, que él llamó pensamiento libre. La actividad reflexiva saca sus conclusiones de lo que cada sujeto percibe de la realidad que le circunda, pensando por mediación de las sensaciones, de los cinco sentidos. Los “datos inmediatos de la conciencia” según decía Henry Bergson. El entendimiento es, pues, para Kant, el fiel  reflejo en el pensamiento, de las sensaciones o formas de manifestación del objeto. Es decir, de lo que parece ser, de lo aparente. O sea, de lo que el pensamiento hace inteligible de cada objeto exterior al sujeto, según se manifiesta y es percibido por a través de sus cinco sentidos. Por ejemplo, el goce entendido por los psicólogos de la economía, como principio “racional” que determina el valor económico de los productos del trabajo. De aquí se infiere que la actividad reflexiva sirve para entender la realidad según sus formas de manifestación, es decir, a través de las percepciones sensibles del sujeto, pero no lo que es íntimamente, su esencia. Kant dice: los seres humanos sólo podemos entender las cosas que se manifiestan en el espacio y en el tiempo, distinguiéndolas unas de otras por su forma de manifestarse. O sea, podemos entender los fenómenos, pero lo que no podemos es comprender el noumeno, es decir, la razón de ser que determina lo que cada objeto es esencialmente y existe, cómo algo real y específicamente distinto a los demás. Y no podemos, porque este conocimiento del  ser y existir esencial solo es un atributo de Dios. Aunque no logró emanciparse de su concepción religiosa del mundo, Hegel supo y pudo racionalmente distinguir entre entendimiento y comprensión, como dos facultades propias del ser humano, la segunda de orden superior a la primera, en tanto que puede conocer la esencia o razón de ser y existir de las personas y las cosas. Hegel rompió así con la tradicional teoría religiosa Kantiana del conocimiento.

[2] Karl Kautsky: “Materialist. Geschichtsauffassung” (Concepción materialista de la historia) T. II Pp. 559. Sombart se remite a los períodos de auge tras la revolución francesa, las guerras napoleónicas, la revolución de julio en Francia, la conmoción del 1848 y tras la guerra franco-alemana, “Die Deutsche Volkswirtschaft im 19” (El gobierno obrero alemán en el siglo XIX. Se refiere a la “Comuna de París”. GPM). “Jahrhundert”  (La Economía política alemana en el siglo XIX, Pp. 91)