04 - El cambio climático

En su tercera observación acerca del llamado llamado "cambio climático", nos ha pedido Ud. una aclaración diciendo:

<<Quería saber por qué ponen cambio climático entrecomillado y si manejan ustedes información en relación a que las emisiones de dióxido de carbono hacia la atmosfera no producen cambio climático alguno>>.

Tal como ha dejado expresada Ud. su observación, parece que ha razonado como si el llamado "cambio climático" por emisión de CO2 a la atmósfera, tuviera su causa en la naturaleza y/o en el progreso científico-técnico sin más, lo cuál sería tanto como matar al mensajero. ¿Que culpa tiene el tomate...? Recordaran los españoles el estribillo aquél tan popular en tiempos de la lucha contra la entrada de ese país en la OTAN.

Para zanjar este asunto, es necesario empezar por decir que Aristóteles distinguía entre cuatro tipos de causas; material, formal, eficiente y final. La causa material de algo es aquello de lo que está hecho. En climatología, por ejemplo, la causa material de la lluvia ácida es el exceso de dióxido de carbono en la atmósfera. Es decir, la causa material no se interesa por saber quién puso el tomate en la lata. La causa formal es la fuerza que determina un cambio en la forma de manifestación, por ejemplo, del clima, sean tornados, temporales de lluvia o nieve, sequías, incendios o inundaciones. La causa motriz o eficiente del cambio climático, es la que realmente lo produce. Por último, la causa final de tal fenómeno es, como la palabra lo indica, la finalidad, es decir, para qué. Y aquí hay que atender no solo a los efectos que produce el hecho en sí mismo cuando su causa es de origen puramente natural, o cuando es el resultado indirectamente ocasionado, por ejemplo, a raíz del adelanto científico-técnico aplicado a la extracción y utilización de los combustibles fósiles. También hay que atender a una posible causa no precisamente natural o técnica, sino propiamente sistémico-social.

En tal sentido, para determinar la causa eficiente del cambio climático, deberíamos también empezar por preguntarnos cual es la causa final o qué finalidad cumplen esas antenas instaladas en Alaska, a cuenta del llamado "proyecto H.A.A.R.P." (Programa de Investigación de Alta Frecuencia Auroral Activa). Esto es lo que Ud. parece no haberse preguntado. Y como toda pregunta induce a una respuesta, de haber procedido así estamos seguros de que Ud. hubiera tenido muy en cuenta una resolución declarativa del Parlamento Europeo, aprobada en la sesión del 14 de enero de 1999, donde calificó ese proyecto como "un sistema de armas destructor del clima", es decir, nocivo para la vida humana y la preservación del planeta Tierra. Una declaración que se quedó en eso a modo de un brindis al Sol para la galería, porque en esa jaula parlamentaria de grillos no se decidió ir más allá. Y si hasta allí se hizo posible que llegaran, fue porque se sintieron pesionados por una minoría consciente de lo que pasa, por qué y para qué.

¿Y qué decir de las llamadas Chemtrails o estelas químicas de nanopartículas no menos perniciosas para los suelos cultivables y la salud de millones de seres humanos, a raíz de que, un día sí y otro también, aviones militares sin matrícula dejan suspendidas en la atmósfera sobre ciudades, bosques y demás superficies del Planeta? Son trazas microscópicas de materia en apariencia inofensivas, muy similares al residuo de vapor carburante que expulsan las aeronaves comerciales en vuelo. Pero cuya composición química no es la misma ni se disipan tan rápidamente, sino que permanecen suspendidas en el aire bastante más tiempo, hasta que gravitando por su propio peso, acaban siendo imperceptiblemente absorbidas por la tierra en las zonas rurales, e inevitablemente inhaladas por la población urbana fuera y dentro de sus hogares.

Se trata de una solución de bario, aluminio y polímeros, en parte tendentes a que el pH del suelo cultivable —en condiciones normales moderadamente ácido— se torne alcalino [1]. Y resulta que, no por casualidad, esta práctica se asocia o compagina con lo que la poderosa multinacional agrotécnica norteaericansa "Monsanto" ha conseguido sintetizar y poner a la venta. Se trata de semillas artificialmente modificadas a partir de las naturales, después de ser químicamente manipuladas mediante técnicas secretas de ingeniería genética, para que puedan germinar en este tipo manipulado de suelos, no aptos para el cultivo tradicional. Pero con la particularidad de que estas semillas, una vez sembradas y recolectadas, sirven para la venta como materia prima, pero no para una nueva siembra con arreglo a sucesivas cosechas. A esta práctica monopolística y totalitaria se le ha dado en llamar: "Tecnología Terminator". Es el producto más genuíno de un poder político en el que se trasmuta el poder económico concentrado, cuando destina millones de dolares invertidos en publicidad engañosa, tolerada por sus respectivos Estados nacionales para fines de enriquecimiento de las acaudaladas minorías sociales que mandan en ellos. Así es como esta multinacional agroquímica norteamericana consiguió, con total impunidad, que cada vez más agricultores en el Mundo, se conviertan en clientes cautivos permanentes de esa compañía, única suministradora en el Mundo de tales engendros. Las consecuencias económicas sobre el trabajo agrícola-ganadero por un lado, y sobre la salud de los habitantes de la Tierra consumidotres de tales productos, por otro, se van sufriendo allí donde al suelo y a las personas se les hace subrepticiamente objeto de semejantes prácticas criminales con fines de lucro esencialmente oligopólico.

La ingeniería genética demostró que los cromosomas no sólo se modifican por adaptación espontánea al medio en que viven las especies naturales del Planeta. Cierto: el tamaño, el color, el número de flores y de frutos, el funcionamiento de los sentidos y hasta cierto punto la conducta de los organismos vivos, todo eso está regimentado por sus respectivos códigos genéticos naturales. Pero precisamente por ser los patrones que determinan el caracter funcional de cada especie animal y vegetal, también ha quedado demostrado que, mediante manipulación genética estratégicamente orientada para fines diversos, no todos al servicio del equilibrio termodinámico y ecológico, es posible cambiar el destino de especies naturales e individuos en comunidades enteras. Y lo que desde los tiempos de Marx, Engels y Liebig se ha podido saber, es que, la vida de todos los organismos existentes, desde los más simples a los superiores, dependen del común medio de vida natural que comparten y, por tanto, requieren de un entorno ecológico equilibrado para mantener su estabilidad natural. Cuando este equilibrio se rompe por determinado intereses creados, el sistema ecológico y las especies que viven en él degeneran con tendencia al aniquilamiento.

Y para saber hasta que extremos de criminalidad puede llegar la inescrupulosa e impune manipulación química con fines inconfesables, no deja de ser altamente aleccionador volver sobre la experiencia vivida por la sociedad española durante la grave epidemia declarada en enero de 1981, al principio circunscripta a los aledaños de la base aérea de utilización conjunta en la localidad madrileña de Torrejón de Ardoz, que por entonces la aviación de este país compartía con la OTAN. 2] En este contexto se dio la coincidencia, de que un centenar de militares adscritos a la base también sufrieron el “síndrome”, por lo que fueron inmediatamente trasladados a hospitales de EE.UU. y Alemania. Como si en España no hubiera servicio de salud especializados con la misma capacidad o más que en esos países.

Fue aquél un accidente de tal repercusión, que de haber trascendido a la opinión pública su verdadera causa material y la localización del siniestro en semejante antro militar potencialmente destructivo de riqueza y vidas humanas, hubiera puesto en serio peligro no solo el ingreso de España en la OTAN, sino la propia estabilidad política del sistema capitalista en ese país. Había pues que alejar siquiera la sospecha, de que en esa base aérea pudo estar el origen fáctico causal de la epidemia, tal como todas las evidencias indican que así fue. Más aún si se llegara a saber que, el agente químico que la provocó no fue una inocua anilina contenida en el inofensivo aceite de colza desnaturalizado para consumo humano —tal como el Estado español difundió—, sino otro de naturaleza organofosforada que no existe espontáneamente en la naturaleza, sino que desde la Segunda Guerra Mundial fue obtenido por síntesis química en laboratorio como un arma letal en forma de gas asfixiante. Sustancia compuesta por un átomo de fósforo unido a 4 átomos de oxígeno o, en algunas sustancias, por 3 de oxígeno y uno de azufre, cuya misión química consiste en inhibir la colinesterasa contenida en la sangre humana y en las sinapsis nerviosas, que permiten la función muscular refleja o involuntaria de la respiración, con resultado de muerte por asfixia para la persona o animal que ingiera este criminal neumicida, sea por via cutánea, respiratoria o digestiva.

Para que no se olvide semejante genocidio disfrazado por las autoridades del Estado Español en aquella época, queremos volver aquí sobre lo que al respecto de este crimen de Estado publicamos en octubre de 2007. Y si volvemos ahora sobre él, es para rendir un sentido homenaje al extinto investigador Antonio Muro y a sus colegas de profesión: Luis Sánchez Monge, Luis Fontela, Francisco Javier Martínez Ruiz y María Jesús Clavera, quienes supieron estar a la altura de aquellas circunstancias, poniéndose al servicio de la verdad científica y de la dignidad humana más elemental, a despecho del aislamiento y desprecio del que fueron objeto, incluyendo al ya desaparecido letrado, Rafael Pérez Escolar, en mérito a lo que aportó en sus Memorias", para escarnio de los secuaces del poder criminal constituido en la sommbra, cuyos nombres omitimos no solo porque así lo merece la propia ignominia de su comportamiento, sino porque mencionarles a todos exigiría ocupar un espacio que no se merecen.

Pero, sobre todo, porque para erradicar las causas de los males en una sociedad, no se trata de encontrar culpables individuales a modo de chivos expiatorios, sino causas objetivas sistémicas e institucionales, incluyendo en este caso a TODOS los partidos políticos del arco parlamentario español —a derecha e izquierda del hemiciclo—, cuyos dirigentes y militantes ocultaron la ignominia. Consintieron y siguen consintiendo tanto sufrimiento derivado de crímenes de lesa humanidad como aquél falsamente atribuido al llamado "síndrome del aceite tóxico". De las 25.000 víctimas de aquello, todavía quedan con vida 16.000 sufriendo las consecuencias. La mayoría de ellas de condición asalariada. No es casual que la variedad de tomates envenenados en Roquetas de Mar con la química letal de los organotiofosforados —que se preparó para deslocalizar la epidemia dispersando sus efectos a otras regiones y a determinadas capas sociales del país— haya sido de la variedad más barata conocida por la denominación "lucy", ajena a las preferencias de los más adinerados. Todas las víctimas han presentado afectación neurológica, esclerodermia (piel dura), hepatopatía crónica e hipertensión pulmonar. La hepatopatía crónica deriva en cirrosis con resultado de muerte. La hipertensión pulmonar consiste en un estrechamiento de las arterias que llevan sangre a los pulmones y sólo se cura mediante trasplante.[3]

En su obra escrita entre 1873 y 1886 que tituló: "Dialéctica de la Naturaleza", Federico Engels criticó duramente la concepción unilateral de los naturalistas en general, por sostener que los seres humanos no inciden para nada en los sucesos de la naturaleza y que, por el contrario, es la naturaleza la que influye exclusivamente sobre sí misma para provocarlos. A esto contestó Engels poniendo por ejemplo la situación en Alemania:

<<Muy poco, poquísimo, es lo que hoy queda en pie de (lo que hace) la "naturaleza" (por sí misma) en Alemania desde los tiempos de la inmigración de los germanos. Todo en ella ha cambiado hasta lo indecible, la superficie del suelo, el clima, la vegetación, la fauna y los alemanes mismos. Y todos estos cambios se han producido por obra de la actividad humana, siendo incalculablemente pequeños, insignificantes, los que durante estos siglos se han producido en la naturaleza de Alemania sin la intervención del ser humano>>. (Op. cit. Dialéctica Aptdo. b). Pg. 196 de la versión electrónica en castellano. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

Engels atribuyó semejantes dislates a los llamados "empiristas de la observación", quienes sostenían que para saber lo que necesariamente sucede en el mundo natural, basta con observar los fenómenos que ocurren en ella, suponiendo que la causa y su efecto nunca salen del ámbito de la propia naturaleza, confundiendo así los conceptos de correlación y causalidad. La correlación entre dos hechos o de un mismo hecho que se repite, excluye categóricamente la relación necesaria de causa-efecto que los hace realmente posibles y hasta cuándo. Para corregir este error comprometiendo a la sociedad humana sistémicamente organizada en lo que sucede con la naturaleza, Engels destacó el experimento como causa añadida a las puramente naturales diciendo:

<<Hasta tal punto es esto cierto, que del constante espectáculo de la salida del sol, en la aurora, no se deriva que necesariamente vuelva a alumbrar al día siguiente. Y ya hoy sabemos, en realidad, que (por efecto de la entropía o muerte térmica del universo) llegará el momento en que el sol, un día, no saldrá. La prueba de la necesidad (de que se reiteren episodios naturales como la salida del Sol día que pasa) radica (cada vez más) en el experimento; en el trabajo: qué puedo hacer yo para que siga saliendo>> (Op. cit. Pp. 194 Lo entre paréntesis nuestro).

Y el experimento, la actividad humana en interacción dialéctica con la naturaleza, siempre ha procedido según el desarrollo científico-técnico de las fuerzas productivas, condicionado por el modo de producción y de vida adoptado por la sociedad en cada etapa de su desarrollo. La conclusión resultante de este razonamiento a la luz de los hechos, es que, en la sociedad de clases y más específicamente bajo el capitalismo, se han venido creando y reproduciendo constantemente valores de uso útiles para la vida humana que, al acabar destruyéndose por su consumo —sea inmediato, durable o por obsolescencia técnica, pierden su valor de cambio al servicio del equilibrio ecológico entre los seres humanos y la naturaleza. Pero al mismo tiempo y con fines inconfesables, la burguesía —más que nunca en la etapa tardía o postrera del capitalismo y, también como consecuencia del desarrollo científico-técnico aplicado a los medios de trabajo—, ha venido creando y reproduciendo valores de uso que pierden su valor de cambio al destruirse, provocando destrucción de riqueza y/o vidas humanas; atentando gravemente contra el necesario equilibrio ecológico en el que se sustenta la dialéctica constructiva entre los seres humanos y el entorno natural en que viven. A este desequilibrio o desorden entre los seres humanos y su entorno natural, también se le conoce por el nombre de "entropía". De esta Ley se desprende el corolario de que la entropía se incrementa cuando partes crecientes del calor creado por el sistema, se pierden por disipación en el ambiente exterior a ese sistema, como consecuencia de tal desorden o desequilibrio termodinámico de un sistema, entre energía que genera y calor aprovechado por él en forma de trabajo.

En tal sentido, cabe comprender que todo sistema como el solar donde se desarrolla el drama humano, está sujeto inevitablemente al proceso de entropía, por medio del cual, el Universo va pasando más o menos aceleradamente, de estados ordenados a menos ordenados y finalmente al caos. Pero ha sido probado científicamente, que tal aceleración o retardamiento en la entropía del sistema solar, depende no tanto de la naturaleza como de lo que hacemos con ella los seres humanos que habitamos en él. Y es un hecho también probado, que la entropía o muerte térmica del sistema solar se ha venido acelerando desde fines del siglo XIX. Pero no por causa de "la mano del hombre" como suelen interpretar y difundir engañosamente las usinas ideológicas de la burguesía, sino por el capitalismo como sistema de vida en su etapa postrera.

La prueba está, en que la producción y reproducción de valores de uso para fines destructivos y genocidas, son cada vez más y de mayor efricacia, al ritmo cada vez más rápido en que progresa el desarrollo científico-técnico aplicado a tales instrumentos para el dominio sobre la naturaleza. Esto es lo que la burguesía hace para que el sol social del capital siga calentando sus intereses bajo la consigna de: "a vivir que son dos días", aun a costa de acercar el final de los días en que el núcleo terrestre y el Sol, sigan alentando la vida de quienes habitan en este Universo. Semejante paradoja es parte esencial de la entropía o desorden irreversible —propio del captialismo como sistema de vida—, que no tiene por qué coincidir con la entropía del Universo pero sin duda le afecta. Y el caso es que tal desorden del capitalismo en modo alguno está democráticamente determinado por las necesidades de la mayoría social absoluta de la población mundial, sino por la perversa y criminal “necesidad” de supervivencia en el Universo, de una clase social capitalista dominante, cada vez más parasitaria y absolutamente minoritaria —día que pasa más irrisoria—, que se vuelve tanto más proclive a la destrucción y al genocidio, cuanto más relativamente minoritaria deviene respecto de su clase asalariada subalterna —cada vez más mayoritaria—, que le sostiene con su trabajo.

Y esta deriva entrópica esencialmente antinatural, antidemocrática y genocida, se agrava según el sistema de vida imperante determina, objetivamente, que la propiedad sobre los medios de producción recaiga en cada vez menos individuos, quienes son irresistiblemente arrastrados por el sistema, a decidir despóticamente que tales medios se produzcan, para emplearlos en destruir todo lo que sus intereses le inducen a pensar que sobra, es decir, riqueza material y seres humanos, entendidos estos últimos contablemente, es decir, no como riqueza útil y seres humanos vivos, sino como cifras, simple costo dinerario en medios materiales mano de obra. Solo para alejar así el horizonte de las crisis en pleno auge de los negocios y/o —cuando inevitablemente las crisis se producen—, abreviar el período de la consecuente depresión económica, con el propósito de reiniciar más rápidamente una nueva recuperación cíclica de la acumulación de capital —fatalmente cada vez más breve— en medio de la devastación de recursos materiales y vidas humanas, es decir de trabajo útil que se desperdicia, para volver a reproducir otro excedente y volverlo a destruir.

No queremos aquí extendernos más sobre este asunto. Sin embargo, no podemos resistirnos a señalar lo que Marx aportó a través de la economía política científica, estudiando la obra de su coetáneo, el gran bioquímico alemán Justus Freiherr von Liebig (1803-1873), quien con su pensamiento le ayudó a completar el concepto de metabolismo simbiótico de ordenado intercambio dialéctico complementario entre los seres humanos y la naturaleza, como condición del imprescindible equilibrio energético para la mutua supervivencia en este Planeta.

Así fue cómo de ese hermanamiento científico con Liebig, Marx llegó a demostrar que el capitalismo propende a la ruptura y desquiciamiento de esa imprescindible armonía ecológica. Analizando la evolución de la población respecto de la inversión del capital en el medio urbano y en el medio rural, Marx descubrió la ley según la cual, el desarrollo de las fuerzas productivas determina la tendencia al decrecimiento absoluto incesante de la población en el campo, y a su incremento absoluto en la industria urbana, aunque relativamente menos respecto de los medios de producción que pone en movimiento. O sea, que del minifundio en el agro se pasa al latifundio, según la masa de población rural —expropiada de sus tierras— emigra forzosamante a las ciudades y allí se reproduce, aumentando aunque relativamente menos que el capital físico empleado en la industria urbana. De esta “lógica” irracional contenida en la Ley General de la Acumulación Capitalista anunciada por Marx, resulta la formación de un ejército industrial de asalariados en la reserva permanente del desempleo. De semejante dinámica destuctiva y genocida, Marx sacó la siguiente conclusión:

<<La pequeña propiedad del suelo, presupone que la parte inmensamente mayor de la población sea rural, y que (allí) predomine no el trabajo social (cooperativo), sino el trabajo aislado; por consiguiente, bajo tales circunstancias queda excluida la riqueza y el desarrollo de la reproducción (humana), tanto de sus condiciones materiales (por la baja productividad de los cultivos) como espirituales (provocadas por el aislamiento social). Por lo tanto, asimismo (quedan excluidas) las condiciones de un cultivo racional. Pero por otro lado, la gran propiedad del suelo reduce la población rural a un mínimo en constante disminución, oponiéndole una población industrial en constante aumento hacinada en las ciudades; de ese modo engendra condiciones que provocan un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo social (destruyendo la necesaria simbiosis entre los seres humanos y su entorno ecológico del cual forman parte constitutiva) prescrito por la leyes naturales de la vida, como consecuencia de lo cual se dilapida la fuerza del suelo, dilapidación ésta que, en virtud del comercio, se lleva más allá de las fronteras del propio país (Liebig)>>. (“El Capital” Libro III Sección Segunda. Cap. XLVII. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

Esta realidad actual, prevista por la ciencia personificada en Liebig y Marx —hace ya más de cien años—, explica que el 78% de los bosques primarios del planeta hayan desaparecido, y el 22% restante corra la misma suerte por la reiteración de múltiples incendios forestales —más provocados que accidentales— para convertir los bosques en tierras de labor, así como por la incontrolada deforestación al ritmo de 14,2 millones de Hectáreas anuales, para proveer de materia prima a la industria de la madera. Esta dinámica provoca que crecientes cantidades excesivas de dióxido de carbono —provenientes de la combustión en las ciudades de productos orgánicos derivados de la extracción del petróleo— permanezcan suspendidas en la atmósfera y no alcancen a ser metabolizadas en oxígeno por la natural fotosíntesis de los bosques y selvas subsistentes. Y de esta ruptura del equilibrio ecológico entre los seres humanos y su medio natural, resulta que la ya reducida cubierta vegetal del Planeta, sea sometida a la llamada “lluvia ácida” que la degrada todavía más y, en verano, los bosques se siguen incendiando porque la creciente despoblación absoluta en ese medio natural —determinada por la Ley General de la Acumulación Aapitalista— impide que se lo vigile, cuide y preserve de la maleza inflamable.

Ubicados desde esta perspectiva en el contexto de la realidad actual, resulta ser falso, pues, afirmar, que la causa del cambio climático sea la emisión de CO2 a la atmósfera supuestamente atribuida a la mano del hombre”, una entelequia tan falsa como afirmar que 2+2=5. Porque la verdad es que ese desequilibrio entre los seres humanos y la naturaleza, está férreamente determinado por el sistema capitalista de vida, cuyo principio activo consiste en desarrollar la fuerza productiva potencialmente materializada en el desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de trabajo, para convertir cada vez más el trabajo necesario (equivalente al producto que los asalariados necesitan consumir para renovar su energía diaria) en trabajo excedente (plusvalor) que sus patronos acumulan como capital, señor Ramiro.

Y para esto le remitimos a las dos primeras leyes de la termodinámica, sobre las que debiera sustentarse la relación entre el trabajo (T) realizado por la máquina llamada Universo —en que vivimos—, y la energía (E) como potencial de calor útil que recibe. De modo tal que su rendimiento R se aproxime lo más posible a la unidad, es decir, cuidar de que no se desperdicie. Y el caso es que el capitalismo tiende objetivamente a desbaratar por completo este imprescindible equilibrio ecológico y termodinámico. Tal es la fatídica consecuencia sobre la naturaleza, del desequilibrio económico-social cada vez más abismal y acelerado, a causa del reparto cada vez más desigual de la riqueza entre las dos clases universales antagónicas bajo el capitalismo, una obscena distribución que está en la raíz más profunda de las crisis y de la tendencia al derrumbe de este sistema todavía vigente de vida. Y aquí volvemos a la demostración matemática de Marx en sus Grundrisse", porque tal parece que nunca será suficiente.

Así las cosas, el cambio climático y telúrico artificialmente producido, que trastorna el imprescindible equilibrio termodinámico y ecológico entre la naturaleza y los seres humanos en este Planeta, ha venido agravándose primordialmente como consecuencia objetivamente determinada por la "Ley General de la Acumulación Capitalista" desde los orígenes de este sistema. (Cfr.:“El Capital” Libro I Cap. XXIII). Pero es en la actual etapa tardía de su vigencia que las fatídicas consecuencias de este sistema de vida están llegando a extremos demenciales, con la manipulación más criminal que la burguesía mundial y los Estados nacionales más poderosos del Planeta, hacen de nuestro entorno natural. No solo alterando la atmósfera, sino la relación entre energía y trabajo en las propias entrañas de la Tierra, mediante movimientos sísmicos inducidos por via de explosiones nucleares subterráneas de consecuencias catastróficas en la superficie.

Todo ello para contrarrestar la tendencia histórica al descenso de la Tasa General de Ganancia Media, que deriva en las inevitables crisis periódicas de superproducción de calor útil, generado por el trabajo social empleado en producir capital sobrante. Y esto es así, porque el rendimiento de ese trabajo en forma de calor físico y plusvalor económico contenido en sus productos, resulta ser menor del que, en términos simbióticos de energía fisiológio-mecánica y su equivalente en valor económico, costó generarlos. De modo tal que en el sistema termodinámico supeditado al sistema económico-social capitalista, buena parte del valor calórico útil y su correspondiente valor económico bajo la forma de capital contenido en la riqueza producida por el trabajo material empleado en ello, resultan ser supernumerarios. Ergo: el valor calórico "excedente" se disipa en el ambiente, mientras su equivalente económico en forma de plusvalor capitalizado se devalúa en el mercado cuando no es deliberadamente destruido. ¿Para qué? Para que los burgueses puedan seguir disfrutando de su demencial propensión a la acumulación desmesurada de riqueza en su poder. Se trata pues, del juego diabólico que consiste en producir ganancias crecientes y generar crisis de capital excedentario, para superarlas mediante guerras y/o supuestas "catástrofes naturales" que lo destruyen aumentando todavía más la entropía del Universo. Y esto, sencillamente, porque las clases dominantes usufructuarias del sistema capitalista, deciden que toda esa energía mecánica y humana transformada en calor útil empleado en crear riqueza material y su correspondiente valor económico —entendido como capital—, sobra.[4]

Tal es el mismo espíritu entrópico, desordenado y destructivo, que el pasado día 08 de febrero el actual presidente de la patronal española agrupada en la CEOE, llamado Joan Rosel, esgrimió sin pizca de rubor alguno públicamente. Compareciendo ante los medios de comunicación ese día, y tras hacer un obsceno y despreciable símil entre los empleados de las administraciones públicas estatales en este país y un ser humano que padece obesidad mórbida, este señor propuso que tales organismos sean intervenidos quirúrgicamente de urgencia, para extirparles la grasa que sobra. Tal fue, exactamente, la expresión que este "distinguido" representante del capital en España utilizó, en alusión directa y explícita a una parte de ese personal asalariado.

Para poner en evidencia semejante falsedad y falta de escrúpulos, sería inapropiado y hasta injusto, devolver al señor Joan Rosel, todo el desecho moral perverso que este señor arrojó sobre quienes no son de su misma condición social, aunque compartan su misma naturaleza humana. Y sería injusto, porque la grasa que viene sobrando en este mundo desde hace ya mucho, no es de naturaleza humana genérica sino de raíz sistémica y social. Y es que, efectivamente, la causa de ese desecho insalubre no está en individuos como Joan Rosel, sino en el sistema capitalista que les metaboliza en calse social burguesa prácticamente desde pequeños, despojándoles de su condición racional de seres humanos hasta convertirles en selváticos animales irracionales de rapiña, que solo se rigen por el más primitivo instinto de conservación para el aumento de su riqueza personal y poder político sobrevenido a expensas del trabajo ajeno. Salvo rarísimas excepciones, claro está:

<<Nací de padres acomodados, me ataron un moño al cuello y me enseñaron en el arte de mandar>> (Bertolt Brecht: "Perseguido por buenas razones")

Estamos hablando de las "buenas razones" personificadas en determinados individuos por el poder económico y político que detentan, de modo que a fuerza de ejercerlo les enceguece y deshumaniza hasta el extremo de aplicarlo, incluso del modo más despótico y brutal, sobre quienes no solo estos poderosos se sienten superiores y con el derecho jurídico y moral vigente a explotarles. Porque así como está visto y comprobado que el sistema les confiere la facultad de decidir por ellos hasta cuando conservan su puesto de trabajo, también incluso les mandata para que decidan incluso omnímodamente sobre su propia existencia como seres vivos en este mundo. Ni más ni menos que como, por ejemplo, sucedió a principios de 1981 en España, con las más de 25.000 víctimas causadas por el supuesto "síndrome del aceite de colza". Eso sí, lo deciden y llevan a cabo clandestinamente y sin el menor remordimiento de conciencia. Porque, lo que estos selectos socios del Club de Bilderberg deciden hacer, como y cuando con nosotros para recreación suya, eso solo ellos lo saben dando ejemplo de su tan cacareada "transparencia".

Vaya el haber dicho esto último acerca del totalitarismo con ropaje retórico "democratico" y "humanitario", para rendir también homenaje al gran cineasta sueco Ingmar Bergman, a propósito de su obra: "El huevo de la serpiente". Allí nos trajo a colación un documental sobre ciertos experimentos secretos llevados a cabo con seres humanos indigentes, sin esperanza ninguna en aquél mundo degradado —como este de hoy—, realizados por un médico alemán en una clínica de Munich llamada "Santa Ana", durante los estertores de la República de Weimar: aquel engendro socio-político incubado por la coalición socialdemócrata gobernante liderada sucesivamente por Friedrich Ebert, Gustav Noske y Hermann Muller entre 1918 y 1933, a cuyo calor político se gestó la serpiente nazifascista de Hitler. Este film es un ejemplo de lo que la burguesía ya decadente pudo conseguir en Alemania manipulando conciencias y vidas humanas con sustancias químicas e intervenciones quirúrgicas aberrantes, para fines destructivos de sus caracteres humanitarios. Allí Bergman muestra a una joven mujer, quien a cambio de albergue y alimentos acepta cuidar a un niño tras habérsele operado el cerebro de tal modo que no deje de llorar. La secuencia termina, cuando el cruel e inaguantable tormento al que se vio sometida moralmente aquella desgraciada, transforma su genérico instinto maternal de protección, en instinto asesino del que ella misma cae víctima suicida, tras hacer objeto de la misma vesánica propensión a la pequeña criatura matándola con sus propias manos, como único recurso disponible bajo tales condiciones, para que ambas pudieran acabar con aquella tortura deliberadamente provocada.[5]

<<No es que la conciencia determine la vida, sino que la vida determina la conciencia>> (K. Marx-F. Engels: "La ideología alemana" Cap. I Aptdo. 4. Bruselas. 1845-1846)

¿Hasta qué limite del extremo sufrimiento seguiremos los explotados tolerando a esta maldita cosa llamada capital, como para que nuestra conciencia enajenada nos siga dictando que debemos retroceder una y otra vez ante la "ilimitada inmensidad de nuestros propios fines"? ¿Hasta cuando "gritan cada vez más gargantas y gargantas que se juntan"....., hasta cuando seguiremos cargando sobre nosotros mismos este peso muerto de la historia, en vez de arremeter con todo nuestro peso vivo sobre él y pasarle por encima para siempre?

<<Hasta que se crea una situación que ya no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: demuestra lo que eres capaz de hacer>> (K. Marx: "El 18 Brumario de Luis Bonaparte" Cap. I. Londres. 1869)

éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
grupo de propaganda marxista
http://www.nodo50.org/gpm
e-mail: gpm@nodo50.org


[1] La sigla pH significa “potencial de hidrógeno”. Es un patrón de medida para determinar el grado de alcalinidad o acidez que contiene un compuesto de materia. La escala de pH típicamente va de 0 a 14 en disolución acuosa, siendo ácidas las disoluciones con pH menores a 7 y alcalinas las que tienen pH mayores de 7. El pH = 7 indica la neutralidad de la disolución (cuando el disolvente del compuesto es agua). Los “polímeros” son macromoléculas (generalmente orgánicas), formadas por la unión de moléculas más pequeñas llamadas monómeros.

[2] Esta epidemia a raíz del imprevisto y no declarado ni asumido accidente por escape químico involuntario en la base aérea de Torrejón de Ardoz, fue el "cambio climatico" de naturaleza política, que tuvo sus antecedentes inmediatos en la dimisión de Adolfo Suárez al frente del gobierno el 29 de enero, seguido por el discurso de investidura de Calvo Sotelo el día 18 de frebrero —donde anunció que propondría la entrada de España en la OTAN—, y la intentona golpista "fallida" cinco días después. Cuatro acontecimientos que, en sucesión —sobre todo el asalto al Congreso el 23 de febrero—, permitieron disuasivamente llevar a cabo el secreto acuerdo diplomático previo entre los poderes fácticos norteamericanos y españoles, para que este país pase a formar parte de ese bloque militar imperialista durante la llamada "Guerra Fría". A ultimar los detalles de tal acuerdo, vino a España el Secretario de Estado norteamericano Alexander Haig, quien aterrizó de incógnito durante la madrugada del 08 de abril en esa misma base militar de "utilización conjunta" procedente de Oriene Medio. Proceso en el que se puso de manifiesto el común caracter genocida de todos los partidos políticos institucionalizados de derecha, centro e izquierda, comprometidos estratégicamente hasta los tuétanos en preservar el status quo capitalista a escala planetaria.

[3] Tres años después, el 3 de diciembre de 1984, sucedió algo parecido en la ciudad india de Bophal, donde por un accidente similar al ocurrido en la Base de Torrejón, las multinacionales químicas Unión Carbide y Dow Chemical, debido a las nulas medidas de seguridad en la planta de esta última empresa, casi medio millón de personas quedaron expuestas al gas isocianato de metilo, a raíz de un escape químico que trascendió los límtes de esa ciudad. Desde entonces, a consecuencia de sus efectos han muerto en ese país más de 22.000 personas y hay 150.000 supervivientes que padecen enfermedades crónicas, muchos de ellos niños nacidos con horribles deformidades físicas o que sufren retrasos de crecimiento y mentales, paladar hendido y parálisis cerebral. El gobierno de la India prometió que, en el juicio, exigiría responsabilidades criminales además de civiles, y que perseguiría duramente a las empresas químicas americanas Union Carbide y Dow Chemical (actual propietaria de Union Carbide). Pero todo ha quedado en papel mojado. Nada se sabe, tampoco, de la asunción de responsabilidades civiles y políticas ni de la limpieza de la contaminación dejada por la empresa, que desde entonces envenena el agua potable de los 25.000 habitantes de Bhopal, ni de la promesa de creación de una Comisión que estudie y atienda al cuidado y las necesidades de los supervivientes, ni menos aun a la restauración ambiental, social, económica y sanitaria de la zona. ¿Quien dijo que la hechura moral de los políticos profesionales en la sociedad capitalista, está diseñada por ese mismo "espíritu emprendedor" sistémico de la limpunidad criminal? Aquí, por impunidad criminal sistémica,debe entenderse a la conversión o metabolismo de seres humanos normales en genocidas.

[4] Pero no hay que preocuparse, porque al momento de redactar esta nota la humanidad ya sabe que la "fumata" en el Vaticano pasó de ser negra, para que todos podamos seguir siendo felices por obra y gracia divina de que "habemus papam".

[5] "La Estadística de suicidios (en España) se ha realizado ininterrumpidamente desde 1906 hasta 2006. Con periodicidad anual, ha recogido información tanto de los suicidios consumados como de las tentativas, estudiando el acto del suicidio con todas las circunstancias de tipo social que puedan tener interés. Desde 2007, siguiendo los estándares internacionales en la materia, se ha adoptado (también oficialmene en España) la decisión de suprimir los boletines del suicidio, y obtener la información estadística relativa al suicidio a partir de la información que ofrece el boletín de defunción judicial que se utiliza para la Estadística de "Defunciones según la Causa de Muerte."

 

éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
grupo de propaganda marxista
http://www.nodo50.org/gpm
e-mail: gpm@nodo50.org